A veces uno se pregunta si las señales y los guiños llegan a buen puerto, si la espera prudencial vale la pena. En cualquier caso, uno no quiere ser como esos tíos que se tiran de cabeza a la más mínima con todo y que ven la vida como una carrera a contrarreloj llena de frases hechas a modo de puestos de avituallamiento incontestables. Uno no cree que esa haya sido nunca la mejor solución, ni la mejor vida. Uno cree que ciertas máximas sobre el atrevimiento en presente solo dan buenos resultados algunas veces, y que por tanto, dichas máximas carecen de fuerza para presentarse como verdades absolutas, o con suficientes méritos para estar en lo más alto del podio de las filosofías ideales de vida. Uno se arriesga a parecer un cobarde pensando de esta forma, o simplemente pensando. Un cobarde de mierda; porque uno quiere creer (o simplemente cree) que hay matices, variables, más detalles a tener en cuenta: algo que muchos solo verán como excusas para retrasar compromisos y deberes. Según a quien preguntes la vida es muy larga o muy corta. Cuando eres joven (o algo parecido) se te dice normalmente que la vida es muy corta. Muy corta para pararte a pensar o meditar las distintas opciones. Uno no puede culpar a nadie; a los 16 ya tienes que saber quién eres, a los veinticinco ya tienes que llevar unos años siéndolo, y luego debes limitarte a asegurar el ancla oficial de la estabilidad vital. Sin embargo uno ha comenzado a desconfiar de ciertas palabras (y dictámenes), a intuirles una polisemia sospechosa, extraoficial en cierta manera, pero también real. Algunas palabras incluso parecen mera compostura impuesta. Uno prefiere ahorrarle al lector esa larga lista de palabras poco fiables. Y no porque no tengan valor en sí mismas, sino porque se las ha condenando a contextos concretos en los que llevan siglos enjauladas. Son grandes palabras, dotadas de supuestos nobles principios y reglas prácticamente inamovibles. Reglas sobre cómo tienes que ser y cuándo tienes que serlo, sobre quién has de ser, qué has de hacer y cuándo has de hacerlo. Reglas sobre qué forma has de tener y con qué has de vestirla. Reglas sobre qué has de aprender, cuándo has de aprenderlo, de qué forma has de aprenderlo y cómo has de demostrar que lo has aprendido. Reglas sobre qué es lo que tiene que aburrirte y lo que tiene que divertirte. Reglas que raramente ven con buenos ojos la Fascinación, la Pasión o la Duda. Reglas hasta sobre cómo has de follar y con qué frecuencia según tu género y edad. Reglas a partir de las cuales has de entender cuál es la versión correcta de la Libertad. Reglas sobre elegir un bando, sobre argumentar sólo a favor o sólo en contra. Sobre que tú decides, pero también sobre cómo has de decidir, cuándo y cada cuánto.
Y no es que sea muy difícil parecer la persona descrita. El problema llega cuando el Ánimo de parecerlo se torna en Convencimiento de serlo, lo cual a su vez se come paulatinamente a tu ser, y a la larga casi no hay más que seres a los que no ha hecho falta reprimir, ya que se les ha convencido de que, de un modo u otro, un alto grado de auto-represión personal es necesario, y que cualquier otra cosa ha de asustarnos o parecernos indigna o un gran riesgo.
Las Palabras no mencionadas incluyen trenes-oportunidad que solo pasan una vez, incluyen sexualidades supuestamente ambiguas que hay que evitar, incluyen un orden cronológico vital de acciones, incluyen todo tipo de modas, ceremonias, protocolos, instituciones, asentimientos vehementes; incluyen una inteligencia oficial en detrimento de una sin firmas; incluyen sacrificio respetado y horas de duro esfuerzo, un esfuerzo que no llega por defecto en base al intento de realización de cualesquiera viajes pasionales producto del convencimiento propio, sino porque muchos creen que el sufrimiento va antes que cualquier cosa. Uno siempre se ha negado a meterse eso en la cabeza. El sufrimiento va antes que tú. Primero tienes que aceptar eso. Como ya se habrá intuido, una de esas palabras no mencionadas es: Madurar.
Uno, desde hace ya bastante, decidió que solo maduran las frutas (y cosas así), y que la madurez de la que se habla, la que va con trajes y faldas recias, la que amontona resoplidos y pudre estados de ánimo los famosos domingos por la tarde, pues bien, esa madurez, en la raíz –mientras le crecían unos horrendos brazos y piernas, y puede que un puro y un maletín– es la que nos ha traído adonde estamos.
Esa madurez incluía algo más que ese digno sacrificio que, entre otras cosas, se llevaba tu yo auténtico a un segundísismo plano. La Revolución Industrial arrancó con la idea de formar trabajadores para puestos específicos; trabajadores-hormiga al servicio de ciertas grandes industrias. Industrias que necesitaban de esa madurez; gente que entendiera el trabajo, la labor del día a día, como un mal necesario para poder sacar sus vidas adelante (se trataba de sobrevivir, no de vivir). Personas que supieran dejarse a sí mismas a los 16 años; cortar consigo mismas y conocer a sus versiones responsables (como lo llaman), personas mayores y con vello púbico que realmente creerían que vivían para sí mismas, para ayudar a hacer girar una gran rueda de la Integridad. La rueda del pueblo…, y que esa rueda no giraría solo en pos del crecimiento de la Industria.
Uno, que probablemente será calificado como ese cobarde de mierda mencionado (y que quizá lo sea), ha decidido que todo eso es un montón de terribles mentiras interesadas, uno más de la Historia de la Humanidad.
Mientras tanto, muchos han quedado atrapados en el engranaje de esa madurez tan cacareada, y han optado por el suicidio a falta de salidas que no fueran comer de la basura. Otros, quizá en el límite, colgamos del fino hilo de la providencia (algunos haciéndose preguntas por primera vez). Con todo, uno mismo, incapaz de conocer a su yo responsable, tras muchos guiños, lo que planea desde hace ya unos años, es “sencillamente” la escritura de una carta de amor que sirva para algo, y que no avergüence a nadie.
Archivo por meses: julio 2013
Las novias del desierto
Estrella, luminosa y puede que demasiado fugaz, y siendo esta vez un nombre propio, notó lo realmente ampuloso que era el vestido al bajar el último escalón saliendo de la iglesia. Posó sus pies en la arena, abundante y suave, pero principio también de la aceptación de toda una serie de condiciones. Condiciones producto de cierto tipo de mentalidad. Una mentalidad superviviente, intacta de generación en generación. De hecho, el vestido era un arreglo del que había llevado la abuela Estrella, ya muerta tras décadas de sufrida labor femenina, sufrida labor humana, candente forma de dignidad aún también superviviente; dignidad que Estrella nieta había decidido heredar. Había cosas que, según ella, era mejor no matar.
Caminó por el desierto de caprichosas dunas, y solo había un oasis de vez en cuando. No siempre era agua, a veces solo era orina, a veces tenía el sabor a cloaca del torrente camino de la extinción y dividido en charcos. A veces te hacía enfermar (aunque, le dijeron, eso también purificaba), pero siempre formaba parte del camino, y eso era suficiente para ella.
Puede que a ratos se sintiese algo sola, pero había decidido ser una novia más del desierto, y eso era inamovible. Por más sola que estuviera, sabía que tenía muchos ojos encima, expectantes, esperando a ver cuál sería su siguiente movimiento. Eso, pensaba, era muy importante.
Era duro, pero daba la felicidad en pequeñas dosis, toda la vida se lo habían contado, iba bien prevenida, seguía los consejos que durante toda su juventud le habían dado. Recordaba las aulas y los codos enrojecidos; recordaba el sacrificio y en cómo se había tornado en firmados laureles. Recordaba que ella tenía las pruebas oficiales de que era Una Mujer; y por tanto estaba segura de que su camino era el camino que todas deberían sentirse orgullosas de seguir y perseguir.
Estaba a tono con la evolución planeada, llevando a cabo muchas acciones de novia que otras novias antiguas no habían podido llevar a cabo, y lo hacía siempre contenta porque las anteriores no habían tenido su oportunidad de hacerlo. Cada paso en la arena era una forma de hacer que todos se sintieran orgullosos. Valía la pena el riesgo de las serpientes, de los escorpiones. Valía la pena aceptar los alimentos que venían dados de un modo esforzado aunque casi divino por la propia coyuntura del camino. Podía ser paradójico, al estar ella en resumen avanzando por ese basto y duro paisaje, pero al avanzar seguía recibiendo bienes en la justa y legal medida. Gracias a todos, a todo, a los laureles logrados, a que se había levantado un montón de años con el pie derecho, a que siempre había sabido leer solo la parte que entraba en el examen, a que siempre hizo caso a la autoridad, a que supo aceptar su condición de Preparada y Mujer, más los ya anteriores dictámenes sobre la maternidad y formar una familia unida; y gracias, en esencia, a su medida reflexión calculada en base a reflexiones ajenas que ella consideraba sabias, había obtenido a cambio una honorable existencia, como ella opinaba había de ser: mitad sacrificada mitad obstinada.
Durante el camino, y como ya la habían advertido, topó con la Ardilla Parlante del desierto. Estrella no recordaba bien su divino origen, pero sabía que debía escucharla. El precioso animal, Sabio Oficial, habló y habló. Había pasado ya un buen tiempo desde la boda, y la novia agradeció la compañía de ese animal que estaba, se decía, a la vez con ella y también con el resto de novias caminantes. El animal ayudó a hacer planes para ella. «Ahora debes tomar más decisiones», le dijo, entre muchas otras cosas. «Decisiones que habrán de conllevar la perpetuación de esta paz que sientes en el camino»…
Así lo hizo ella.
Estrella hacía caso a todo lo que decía su nueva acompañante. Y dio gracias a poder tener otra vez alguien a quien poder escuchar, atender y obedecer.
De vez en cuando hacía acto de presencia tras largos vuelos en busca de apoyo material, el hombre con quien ella había contraído nupcias en aquella iglesia que con cada nueva arruga se alejaba un poco más.
En uno de esos encuentros amparados por generaciones y generaciones de coherencia heredada, Estrella y su también trabajador marido concibieron a Estrella*.
Fue con el tiempo una niña seria, algo desconcertada y poco habladora. A veces ponía en entredicho solapadamente los pensamientos hablados de Estrella y Papá. Pero la mayor parte del tiempo callaba. Crecía adaptándose a regañadientes y hacía preguntas que sus papás no siempre sabían cómo contestar. Estrella se encontró algunas veces, durante el camino, pensando en por qué ella misma tenía ciertas opiniones. Por qué había llegado a ciertas conclusiones. Cuáles habían sido los procesos personales lógicos o pasionales a través de los cuales ella había llegado a ser quien era.
Tras haber estado largos trechos del camino en compañía de su hija, y luego de meditar sobre las cosas que la niña decía, en ocasiones rompía a llorar intentando apartar de su cabeza ciertos pensamientos. Lo que le parecía más terrorífico, era que lo que la afligía no era que esos pensamientos no fueran los adecuados, sino que tenían esa cualidad amenazante simplemente por ser pensamientos: puede que incluso pensamientos realmente propios.
Estrella comenzó a sufrir por el futuro de su hija. Estrella* se convirtió en adolescente, y luego comenzó a parecer cada vez más y más Mujer. Su lenguaje parecía poco apropiado, y muchas veces dedicaba tiempo a actividades que su madre no consideraba en absoluto productivas. Cuando le preguntaba qué estaba haciendo o por qué lo hacía, la chica solía callar o murmurar cualquier cosa para que Estrella volviera al camino y la dejara en paz.
Así pues, la preocupada madre, decidió sincerarse una vez más con la Ardilla Parlante. Expuso todos sus miedos y esperó a ver qué respondía el sabio animal, con qué consejos la intentaría consolar o encarrilar.
La Ardilla le dijo que esa era precisamente su misión, que hay un momento en que muchos adultos se sienten confusos con su vida, y suele darse especialmente con la novias caminantes. «Los hijos no son un asunto fácil, a veces tienen ideas alocadas y no siempre es sencillo calmarlos». Estrella escuchó atenta al animal, y éste, al ver que no lograba consolarla o convencerla de volver a ser la que era antes, tan llena y a la vez sacrificada, le dijo que haría otra cosa: hablaría con Estrella*. Eso podía ser una buena forma de comenzar a aplacar las preocupaciones maternas.
La Ardilla, pues, convenció a la muchacha para que caminara un día con ella y su madre.
En cierto momento, bajo un sol abrasador, llegaron cerca de una gran roca. Ardilla guiñó un ojo a Estrella y ella dijo: «¿Os dejo a solas un ratito, hija, ¿vale?»
«¿Qué?», reaccionó la chica. Pero se quedó allí tras la roca con la Ardilla. Estrella se desmarcó de la escena y espero durante al menos veinte minutos. Suspiraba por que las cosas volvieran a ser como antes. Su hija ya mismo tendría edad de encontrar a alguien, un hombre con quien estar. Ya mismo tendría que ser una novia caminante más. Escoger el buen camino, saber que todo es calor, sudor, sacrificio y pequeños oasis en los que beber y purificarse. Ella, con todo, confiaba en su hija.
A veces miraba hacia la roca de refilón, podía ver medio cuerpo de la muchacha, se había encendido un cigarro, no parecía estar muy atenta a lo que le dijese la Ardilla.
Ya estando demasiado inquieta, Estrella comenzó a caminar hacia ellas. Puede que no estuviera funcionando y fuera mejor hablarlo las tres juntas. Dio la vuelta a la gran roca para unirse nuevamente a ellas. Y entonces:
«¡¡Oh, Dios bendito, Dios santo…!!… ¡¡qué has hecho!!… » –comenzó a gritar desesperada.
Estrella se arrodilló ante el terrible desagravio que presenciaba, comenzó a lloriquear. La Ardilla yacía en el suelo con su pequeña cabeza destrozada. Estrella podía oler sus sesos putrefactos al sol, cómo el cuerpo peludo ya había comenzado a descomponerse. Podía ver una parte rugosa de la roca manchada de sangre. Las manos de su hija manchadas de sangre.
«¿Qué pasa?, ¿por qué lloras ahora?» –dijo Estrella*, con tono exasperado.
«¡Qué has hecho con la Ardilla!, ¡estúpida!, ¡hija desagradecida! ¡Me has roto el corazón!, ¡me has roto el corazón!, ¡le has roto el corazón a tu madre, que lleva toda la vida sacrificándose por ti…!»
«Pero mamá, ¿cómo quieres que te lo diga?, No Hay Ninguna Ardilla… Levántate del suelo, por favor.»
Masacre en el hotel de enfrente debida al tráfico de estupefacientes
Alguien enfrente abre los amplios ventanales que dan a una no muy amplia terraza. La familia A puede verlo desde su apartamento de vacaciones. La terraza está justo delante. La caída es de diez pisos. De la ventana a la terraza puede haber unos diez metros de distancia, quizá menos. La familia A puede ver perfectamente cómo allí unos veinte hombres trajeados manipulan paquetes y maletines en una gran suite. Hace mucho calor en la calle, son apenas las dos de la tarde. La familia A la componen Padre, Madre (bastante jóvenes, ambos 35 años), una Hija de 10, y Bebé, un crío con cara y forma de bebé de temprana edad difícil de calcular, no en ese momento en que los bebés apenas tienen días y parecen algo camino de pudrirse y morir en cuestión de horas, sino cuando ya son rechonchos y, aun siendo a menudo poco fáciles de mirar, dan sensación de salud y futuro (aunque sea potencialmente amargo).
Niña 10 corretea de un lado a otro del apartamento mientras sus padres clase A observan lo que sucede enfrente, en aquella suite tan llena de gente. Madre A acuna en sus brazos a Bebé, le hace monerías. Le dice cosas canturreando, cosas como:
–¿Quién está traficando con drogaaas?, ¿quién prueba la mercancíaaa…? Hop… hop…
Aúpa al niño y lo acuna. Padre A comenta divertido cada jugada de lo que se ve en esa habitación de hotel suntuosa.
Entonces dos tipos de traje agarran a un tercero con malas formas y los tres salen del interior, cogen por los pies al hombre y lo dejan suspendido en el vacío en la terraza y sobre la calle.
–¡Mira-mira-mira…! –le dice Madre A a su niño. Bebé señala con uno de sus dedos gordezuelos al tipo que grita pidiendo ayuda y balbuceando desesperado:
–¡¡No sé nada, lo juro!!
–¡No sé nada, lo juro! –le imita cómicamente Madre A, mirando a Bebé y haciéndole cosquillas–. ¡No sé nada…!, y tú… ¿y tú qué sabes?, ¿y tú que sabes?, ¿y tú que sabeeesss…? ¡guapísimo!…
–Voy a abrir bien, no oigo bien –dice Padre A–. A lo mejor alguien llama a la policía.
Madre pasea y acuna a Bebé.
–¿Quién va a llamar a la poli…? –canturrea– ¿tú?… ¿tú?… ¿con esos deditos?… ¿tú?… ¡hop-hala!… ¿Quién va a ir a la cárceeel…?
–Bleh… eeeh… –dice Bebé.
–Tú no puedes ir a la cárcel, cariño, eres muy pequeñito, no hay cárceles para niños guapos… ¡hop-hala! ¡Te gusta esto, eh! ¡Hop-hala!
–Al final se te va a caer el niño –dice Padre A.
–Vaya tonterías dices…
–¡Mira!, el tío está vomitando…
–¡Quiero verlo! –dice Niña 10.
El tipo al que tienen sujeto sobre el vacío deja ir sogas amarillas apestosas por la boca, caen en la calle ya hechas una especie de lluvia purulenta.
–¿Por qué no le sueltan? –pregunta Niña 10.
–Porque quieren que les diga algo, cariño –contesta Padre A.
–Aaah…
–Bleh…eee… ih… eee….
–¿Qué te pasa, Bebé? –Madre está a punto de sacarse el pecho derecho para Bebé, pero entonces se oye un disparo. Los tíos sueltan al hombre y éste cae a la calle.
–Vale –dice Padre A–, no os pongáis en la trayectoria de la ventana, y hacedme caso… ¡Niña 10!, ven aquí.
–Behh, ¡¡beeeeehaaahh…!!
–No llores, mi vida, solo son disparos; ¡pum!, ¡pam!, disparos de los señores…
Familia A se acurruca en el espacio que hay desde el suelo a la ventana.
–¡¡Beeehahhaeeeeh, meeehhhhbehh…!!
Padre A se atreve a mirar con prudencia pese al restallido de una ametralladora. La mayoría de los tipos intentan escabullirse, pero se les acorrala en la terraza. Los ventanales del hotel estallan a balazos, cristales afilados y ensangrentados; dos o tres hombres, desesperados y a empujones, acaban cayendo terraza abajo a tiro limpio.
–¿Lloran, Papá A? –pregunta Niña 10.
–No, cariño, ahora no mires, ya mirarás luego.
Cuando los disparos dejan de oírse, se asoman todos un poco. El suelo de la suite está lleno de sangre y cuerpos. Abajo la gente se arremolina alrededor de los cuatro cadáveres que hay reventados; algunos turistas graban y hacen fotos.
–¡Cuánta sangre! –dice Niña 10.
–Claro, hija –le responde Madre A, mientras acuna a Bebé.
–¡¡Beehhhh meehhh!! –Etc.
El crío no deja de llorar, y no hay manera de que se calme. La Familia A se pone en pie, ya escrutando con atención el otro lado de la calle, a la altura de diez pisos. Hay muchos cuerpos y solo quedan dos hombres en pie.
Uno de ellos sale a la terraza. Ve a Madre A con Bebé.
–¿Están todos bien ahí? –grita el tipo. Madre A le contesta que sí.
–Qué niño más guapo… –grita nuevamente, arma en mano, y sonríe. El crío parece calmarse.
Madre A dice:
–¿Has visto lo que te dice el señor? ¿Has visto? Mira. Dile: Holaaa, señor… Mira que metralleta lleva, mira, mira, ¿no le ves? Te está saludando. Dile: ¡Hola, señor!…
–Cariño, le dice Padre A a Madre A, ¿no íbamos a ir a la playa esta tarde?
–Uf, aún hace mucho calor, Papá, un poco más tarde. Díselo tú, Bebé, dile: ¡Aún hace mucho calor, Papi A!
–Bleh…
De Pastiche Motivacional a Coolpix Moore
Hay un tiempo para no leer y un tiempo para decir que uno lee. Todo eso, si uno lee de verdad, le convierte casi en un problema para sí mismo. No digamos ya si uno lo hace por placer o cualquier otro motivo que no incluya forzosamente una inversión curricular o económica.
Pastiche Motivacional tuvo un accidente de tráfico, estaba jodido en el hospital. En su lecho de muerte pidió algo para escribir, un portátil, algo, que alguien se pasara por el piso y pillara aunque fuera una libreta y un lápiz. Entre unas cosas y otras, incluyendo una debilidad física importante, y teniendo en cuenta que Pastiche era una persona a la que no le gustaba atosigar a las otras, al final murió sin poder escribir lo que fuera que quisiera escribir. Todos le decían que descansara, que no fuera tonto, que ahorrara energías porque se iba a recuperar. La sabiduría popular nunca le trajo nada especialmente bueno a Pastiche. 25 años y varias hojas en blanco.
Oficialmente siempre es igual, hay un tiempo para no escribir a no ser que sea estrictamente necesario, y un tiempo para no escribir a no ser que sea estrictamente necesario. Si uno escribe “porque sí” se está buscando problemas. Escribir algo con sentido es muy difícil, y hacerlo gratis es injustificable. Son mejores los condones o los idiomas. O los idiomas para poder usar condones en otros países mejor administrados. Melopea Referencial tuvo un encuentro en Londres. Melopea había acabado la carrera y se había montado en un avión. Luego se montó en tres o cuatro simpáticos y culturetas londinenses jóvenes, y luego tuvo un encuentro más especial. El chico se llamaba Starbucks Livingstone. Los Livingstone tenían un árbol genealógico en el que te podías construir un chalé y echar raíces. Pero entonces, solo un mes tras el encuentro, la hermana pequeña de Starbucks, Twinings Livingstone, murió literalmente destrozada al lanzarse a las vías del metro tras enterarse de los cuernos que le había puesto su novio, Harrison Fnac, al tener sexo de forma repetida con un pelirrojo de erasmus llamado Crosfield United. En el entierro, todo se estropeó entre Melopea y Starbucks, él intentó hacer un broma desengrasante, pero ella no la entendió. Hay quien dice que la pelea ya venía de antes, pero, como fuere, la separación fue súbita. Melopea Referencial se fue del entierro dando grandes zancadas, ante la atónita mirada de todos los Livingstone.
Crosfield United era bisexual, tenía 23 años. Lo confesó un domingo cualquiera (su condición sexual, no la edad), en casa, a la hora de comer, ante la atónita mirada de todos los Colors of Benetton. Crosfield United tenía en realidad 31 años, pero es difícil saberlo con seguridad. A partir de los 19 o 20 años comenzó a intentar confundir a todos con eso, incluida la familia (aunque le resultara complicado), y obviamente solía mentir siempre a las chicas cuando se trataba de esos detalles. Su versión solía ser la de los 23 años, una carrera que cambiaba según con quién hablara, y proyectos de futuro que cambiaban según lo que a la chica-chico-objetivo de turno le interesara. Solía atacar a muchachas y muchachos de erasmus y aseguraba a haber hecho varios tríos hombre/mujer.
Un día una enfermera tropezó con algo al salir del hospital, y al mirar vio que era un cuerpo, la cabeza tenía un boquete por el que se estaban derramando los sesos de Crosfield. Al parecer Crosfield United se había enamorado de Starbucks, entre otras cosas, pero Starbucks se alejó de él tras la separación de Melopea. Se dice que los últimos días, antes de despeñarse, se le vio frecuentar cafeterías y bares comunes, en los que nunca daba conversación a los obreros, y en los que descubrió que le encantaba ese café fuerte y combativo que servían en vasitos pequeños en esos lugares.
Reverberación Zara miraba su móvil mientras conducía, y notó que algo se resquebrajaba bruscamente bajos los neumáticos. Era Pastiche Motivacional. Los días antes de que Pastiche muriera, ella fue a visitarle al hospital; lloraba desconsolada, siempre abrazada a varias bolsas de la compra; decía que eso le había funcionado antes, pero que esta vez no había manera. Pastiche era amable con ella, hasta pensó en pedirle una libreta o un portátil, pero no quería aprovecharse. La sombra de Crosfield United pasó de arriba abajo un día frente a la ventana; Reverberación se sobresaltó.
La gente se arremolinó junto a la enfermera abajo alrededor del cuerpo reventado. La enfermera era aún novata y se llamaba Ariel Apple; llegó a casa de sus padres conmocionada, intentó explicar lo que había visto. Al principio quería resumirlo, pero se vio a sí misma entrando en detalles sobre las vísceras del cuerpo y la cabeza destrozada. Al parecer el tío había subido hasta la azotea del edificio. No había encontrado impedimentos. Es una caída libre suficiente para funcionar como antídoto para los milagros. Ariel contaba cómo había gente que se hacía la señal de la cruz al ver el cuerpo, y se preguntaba cómo aun viendo de una forma tan cruda la naturaleza física del ser humano, aún así recurrían nuevamente a su Dios. Entre ese corrillo de extraños curiosos se encontraba Coolpix Moore. Coolpix era un estudiante de erasmus. Al cabo de unos meses se fue otra vez a su país. No pasó nada especial con Coolpix, y además la gente que le llegó a tratar de un modo u otro, llegó a pensar en un momento u otro que jamás le pasaría nada especial a Coolpix. Lo único fue presenciar ese suicidio, y tal era su consciencia sobre lo anodina que era su existencia, que nunca lo contó, es como si esperara risas al contar él algo así. Vamos, Coolpix, no mientas, a ti no te pasan esas cosas. Coolpix tenía esa facilidad de hacer que cualquier acción que llevara a cabo o cualquier decisión que tomara, solo fueran en detrimento de que sucediera algo curioso, original o intenso en su vida. Los maestros de Coolpix siempre comentaban en la universidad que Coolpix podría haber sido una forma de acabar con guerras y todo tipo de conflictos, solo había que proporcionarle billetes de avión; aunque luego se retractaban de sus argumentos en voz alta, porque eso hubiese sido demasiado especial, y luego se carcajeaban del pobre Coolpix mientras Coolpix hincaba codos en casa sembrando la llanura sin paisajes en que parecía se convertiría su futuro. Coolpix comía y estudiaba y salía de vez en cuando con un grupo de chicos que no le hacían mucho caso; sabía chapurrear ya cuatro idiomas y hablar perfectamente en inglés. Pero el momento de ver ese cuerpo reventado en el suelo, fue la única brizna de esperanza que Coolpix intuyó para sí mismo. Él conocía a ese chico, aunque solo fuera de vista, era el típico moderno, «lo más» de la ciudad, era la clase de persona que hacía que Coolpix se sintiera ridículo si coincidían en la misma habitación. Coolpix, tras el impacto inicial, se alegró al verle muerto de esa manera, y eso, pensó, era un rasgo de humanidad que quizá se desarrollaría en él, y puede que su futuro tuviera emociones si se lo proponía (y no siendo precisamente el acto de proponerselo lo que le llevara por el camino más anodino).
Putas y Gigolós
No sé cómo enfocar esta confesión, y no se me da nada bien la concisión, siempre necesito explayarme (es un rasgo personal, y como tal, por supuesto me ha traído problemas académicos), así que he decidido lanzarme y exponer como pueda mis argumentos, mis ideas, mis motivos, y, sobre todo, algunos hechos.
Soy el alumno de segundo de carrera al que todos culpan (al que aún llaman Zanahorio). Quiero aclarar que fui yo quien lo planeó todo (o casi todo) al final, y todo lo llevé a cabo solo (entre comillas). No fue fácil, pero me sobraba la motivación que siempre me ha faltado para los estudios. Muchas veces me dijeron que el acoso y el maltrato psicológico se quedarían en la etapa del instituto, pero en mi caso no ha sido así. No pretendo justificar nada, pero cualquiera sabe que para que algo se cocine, alguien tiene que encender el fuego; y lo siento, pero en este caso yo siempre procuré mantenerme alejado de la cocina. Me mantuve alejado a todos los niveles, porque se dice que es la opción más inteligente; y de hecho es lo que parece hacer todo el mundo en parte, y con todo, aunque sea para mal: se mantienen alejados de la vida para poder pasar por ella. Alejados de los instintos primarios, de las vocaciones si no dan salidas rápidas (mea culpa, también), de las ilusiones si no son productivas, y de cualquier proyecto que no conlleve cualquier tipo de sacrificio constante propio o ajeno (ya sé que dicho por mí esto puede sonar paradójico ahora, pero seguro que se me entiende).
Aunque todo eso no quiere decir que yo no tuviera un límite como todos…
Juro que he hecho un esfuerzo titánico por formar parte del sistema (aunque el mismo me repugnara y me usara como cabeza de turco).
Lo más frustrante de todo esto es que se me seguirá etiquetando y no habrá definición elaborada alguna para lo que he hecho; o puede que sí la haya, pero siempre en pos de que el autor de la misma quede como una persona brillante, llena de sentido común y coherencia, y nada más. Por desgracia eso tampoco se me dio nunca bien, no supe bien cómo prefabricarme en ese sentido, siempre fui demasiado transparente, y no quiero que se me malentienda, odio a la gente que no deja de repetir lo sincera que es y que no lo pueden evitar (señal sospechosa de que seguramente no lo son tanto), pero yo lo era, y nunca quise parece algo que nunca he sido. No quise parecer perfecto, tampoco de la forma en que muchos quieren parecerlo confesando que tienen muchos defectos y mostrando así alguna clase de honestidad forzada que les haga asemejarse a algo de lo más digno y humano. Cualquiera en sus cabales sabe que la mayoría de la gente (y esto incluye a casi todos los alumnos del centro), adoran sentirse superiores a sus semejantes (al menos a una buena parte de ellos), e incluso cuando se han sentido inferiores y consiguen escalar posiciones, aun habiendo sospechado quizá lo absurdo e injusto de esa jerarquía, aprovechan para erigirse en un ente, digamos, evolucionado (aunque en cuanto a las cualidades realmente importantes incluso suelan empeorar como individuos).
Cuanto peor, mejor (cuanto más agobiados, ocupados, sin tiempo…). Ese es el principio por el que mucha gente se suele guiar, ya que eso les da la oportunidad de acentuar ese paradigma de las jerarquías que tanto adoran (aun inconscientemente). Si alguien puede estar hundido en la mierda, quiere decir que algún otro puede nadar en la abundancia. A partir de ahí, se trata de intentar parecerse más al listo. La inteligencia se ha convertido en un reducto para quienes saben obviar lo putrefacto mientras hacen estudios “concienzudos” sobre los porqués dentro del sistema que potencia esa putrefacción (y espero no estar pareciendo demasiado uno de ellos). Siempre se trata de un pez que se muerde la cola. Y dentro de esa forma de funcionar ha de haber formas de poder desahogarse. Hay muchas, de hecho, y la mayoría suelen ser terribles y dañinas; pero por supuesto ya están instaladas dentro de los límites de lo que se considera normal (la palabra siempre de moda) y aceptable. Una prueba es que a casi todos les favorece que de vez en cuando alguien ponga una bomba y circulen luego las fotos y vídeos de los desmembramientos, ya que aunque esos sucesos tengan su raíz en ese engranaje aceptado a menudo con optimismo, por comparación con el terrorista casi todas las demás personas parecen de lo más inocentes y responsables.
Creo que siempre hemos vivido engañados por la belleza del sol, de la luna, por la belleza de las mujeres, por los juguetes tecnológicos, por los descansos en lugares hermosos, por los periodos de consumismo, por la división del tiempo, y por –otra vez– la división de la vida en fases. Nuestro empeño por hacer la vida más sencilla, ha convertido la naturaleza de nuestra existencia en algo engañosamente simple (y no del modo en que algunas cosas son simples de verdad), pero sobre todo estúpidamente destructivo, tanto en las distancias cortas como en las largas. No creo que el alma sea un concepto relacionado con la inmortalidad, y desde luego no desde el enfoque religioso, el alma es aquello que generación tras generación estamos contaminando cada vez más y más pronto. Cuando todos hablan de la mirada de un niño, y con todo el aplomo del que soy capaz lo digo, no tienen ni puta idea de lo que hablan; porque si lo supieran, les horrorizaría la mayor parte de lo que les rodea, de lo que hacen y dejan de hacer.
Un ejemplo es el aburrimiento. El aburrimiento suele ser casi siempre producto de la falta de iniciativa. Y la falta de iniciativa es un rasgo primordial para encajar como una polla erecta en el coño viejo, seco y lubricado con productos de sex shop que es esta sociedad tal y como la hemos diseñado. Entendiendo la existencia como una mujer y la vida como sus partes más follables, succionables y salpicables, hace ya mucho que no somos más que gigolós dando placer a una anciana decrépita y plagada de enfermedades. Yo he conocido a muchos que se aburren. Basta con diez días de vacaciones y ya no saben qué hacer con sus huesos. De modo que lo que intentan hacer es planear actividades y ponerse horarios también cuando tienen tiempo libre. Porque les aterroriza aceptar la realidad de que no son capaces de hacer nada si nadie les da ordenes, si no hay directrices. He visto ese comportamiento en mi hermano mayor, y en muchas parejas de treintañeros. Algunos tienen hijos de puro aburrimiento. Pero el caso de mis compañeros de clase era distinto, claro, ya que aún no podían tomar decisiones (cuales fueran) amparados en bendiciones cronológicas ni relojes biológicos. De modo que, nuevamente, y a mi pesar, recurrieron a mí.
No quiero decir que la forma que tuvieran de maltratarme fuera igual que la que tenían mis compañeros de instituto. En el instituto todo iba más de cara, incluso a veces era un maltrato físico. La combinación de mi pelo naranja y mi forma de hablar (no digamos ya de escribir), e incluido el hecho de que sabían que les repudiaba y, aun sin quererlo, me sentía superior a ellos, todo ello me convertía en el blanco ideal de todas sus frustraciones. Yo soy una combinación de feísmo y capacidad para confundirles. Lo que peor lleva la gente es que pongas en duda su forma de hacer las cosas (ni siquiera digo de pensar, porque tampoco es algo que hagan si no les va a llegar nada a cambio). Pero como digo, en la universidad, el maltrato comenzó a ser distinto. Porque llegaba de estudiantes que se creían algo, lo cual les impedía darte una colleja, pero no vejarte de muchas otras formas.
Ellos conocían mi afición a lo paranormal, y aunque eso solo es una parte ínfima de lo que soy, lo convirtieron en aquello que me define. Supongo que porque era más divertido que verme como a una persona. Imagino que eso es así porque cuando ya llevas unos años trajinando con las exigencias y el sistema de valores del sistema educativo, ya no ves a tu alrededor tanto personas como etiquetas andantes, declaraciones de objetivos, notas medias, pollas, coños, programas de acción, nombres de locales, currículos sexuales (inventados o no), etc. A todo eso hay que sumarle –y siento insistir– mi físico, porque aunque no tengo claro por qué eso es tan importante, es obvio que lo es: yo podría haber sido mucho más friki sin problemas de haberle resultado atractivo a las chicas. Seguramente se me hubiera justificado y defendido de mil formas. Todos esos estudiantes que llevan ese aura de seres profundos suelen ser tan profundos como una cajetilla de tabaco. Siempre están renegando y quejándose de algún profesor, intentando redondear una nota o follarse a Menganita. En realidad se enorgullecen de formar parte de un sistema del que se quejan incluso más que yo, aunque luego no saquen ni una sola conclusión personal sobre nada. Simplemente aceptan con moderna resignación su papel de futuros gigolós, de putas, preparan sus estómagos con vigor para follarse con seguridad pronto a la vieja decrépita, a esa superviviente desde el inicio de la Revolución Industrial.
Intentaré detallar los hechos concretos sin que esto se eternice. No iré más allá de lo que todo el mundo entiende por una Ouija. Pero no quiero dejar de aclarar que evidentemente todos simplifican el ritual, y se mofan de él igual que se mofan de casi todo. Yo no creía a pies juntillas en esas cosas, simplemente me gustaba leer sobre ellas. Sí que me divertía, no niego la parte morbosa, pero a diferencia de mis compañeros, yo sí respetaba el misterio, el porcentaje de desconocimiento existencial que todos deberíamos reconocer de la vida, del mundo, tanto el de los vivos como el de los muertos.
Yo no quería pasar el sábado así, tan solo lo hice para que me dejaran en paz. Pero en el proceso de presión que me llevó a prepararlo todo, comencé a sentirme realmente humillado. Ellos solo querían verme hacer hacer el payaso. Ellos querían creer que yo no sabía que se reían de mí a mis espaldas. Ni querían aceptar que me pitaran los oídos. Sé que si alguien que no forme parte del centro en el que estudio, lee esto, le será difícil de creer un comportamiento así por parte de unos universitarios, pero puedo asegurar que es todo cierto. Estos chicos –y no me ruboriza decirlo ahora– eran como críos de primaria, estúpidos y fastidiosos. Creo que ése es el rumbo hacia el que se dirige literalmente todo a nivel de Formación. La universidad es la meta, y no el anhelo. Creo que muchos estudiantes, en el fondo, no son más que pura y llana rabia pre-profesional, al haber comprendido que el hincar codos en lo que eligieron no solo les ha podido desviar de hacer lo que ellos querían hacer de verdad, sino que encima es posible que no les sirva de nada.
Aquel sábado fue un producto más del aburrimiento, de la rabia, del descontrol de quienes creían que podían controlarlo todo, reírse de todo. Eran chicos y chicas que habían perdido la virginidad hacía poco y ya se creían hombres y mujeres con ideas y principios sólidos, con un cinismo de serie que a su vez criticaba a otros cínicos. Eran cerebros llenos de datos pero vacíos de contenido, de espíritu. Empezaba a haber productores insensibles donde estaban pereciendo personas que solo fueron íntegras y puras en la niñez.
Eran Raúl, Virginia, Cristina, Pau y esa chica que aún sigue viva, Estel (al menos mientras escribo estas líneas). Lo recuerdo para que quede claro que yo sí veía aún a seres humanos en ellos, y no solo gilipollas. De hecho, y lo dejo ya claro aquí: sí, estaba secretamente enamorado de Virginia (que obviamente se comportaba de modo muy distinto a solas conmigo). Pero en esos momentos ya había llegado a mi límite, y me importaban todos un carajo. No quería que les pasara nada si lo pensaba dos veces, pero me importaban un carajo en el impulso, y nunca creí que pudiera hacerles daño.
Cuando me enteré del accidente de tráfico de Raúl, pensé lo que cualquiera pensaría, que era una coincidencia un tanto macabra. El chico imbécil de turno muere dos días después de participar en una Ouija… Pero con las muertes de los demás comenzó a invadirme el miedo.
Esta es para mí la parte difícil de la confesión. Volviendo a dejar claro que yo no creía que pudiera pasar nada de verdad, lo que sí hice fue poner todo mi conocimiento literario al servicio de esas potenciales desgracias (y siempre excluyéndome a mí en teoría, por supuesto). Es cierto que celebramos la Ouija en la casa de aquel tarado que mató a aquellas mujeres hace diez años. Es verdad que ya había una noticia escabrosa relacionada con una anterior Ouija tras la que dos chicas murieron violentamente en el transcurso de dos violaciones en cierto parque temático. Y es cierto también que mis compañeros no sabían esos datos, y que yo tenía en secreto la fantasía de que ellos también pagaran (esa fue la palabra en la que pensé).
Ahora mi cabeza lleva días en ebullición, porque como es lógico ahora el mundo que me rodea se me presenta como algo completamente distinto. Es tan sencillo como que ahora creo, y antes no lo hacía. No es que crea necesariamente en Dios, pero es evidente que hay algo más que un montón de soplapollas que se creen algo en el mundo. Si antes ya sabía que las cosas no son simples como todos quieren que lo sean, ahora a esa idea le han crecido brazos y piernas, y me sonríe también en el lugar en el que ahora vivo (gracias a la ayuda de mis padres), y que no nombraré. Lo que me ha parecido más inteligente es dejar por el momento la universidad. En el lugar en el que estoy he conocido a una chica que parece algo más que un hervidero de ambición y confusión no reconocida. A veces hablo con ella de lo que pasó.
Diré lo mismo que le he dicho a ella algunas veces. Si lo hice como debía, yo no moriré, y no puedo negar que muchas veces no siento para nada la muerte de mis compañeros. Los primeros días llegue a llorar bastantes noches, el sentimiento de culpa era terrible. Pero ahora soy alguien nuevo en un mundo nuevo. Y yo no pienso follarme a ninguna vieja enferma a no ser que yo lo llegue a ser y ella, además de vieja y enferma, también sea una persona, y no solo un proyecto. No os deseo nada bueno, pero tampoco nada malo. Comenzad a notar algo más que vuestros huesos y músculos, si es que tenéis lo que hay que tener para ello.