No sé cómo enfocar esta confesión, y no se me da nada bien la concisión, siempre necesito explayarme (es un rasgo personal, y como tal, por supuesto me ha traído problemas académicos), así que he decidido lanzarme y exponer como pueda mis argumentos, mis ideas, mis motivos, y, sobre todo, algunos hechos.
Soy el alumno de segundo de carrera al que todos culpan (al que aún llaman Zanahorio). Quiero aclarar que fui yo quien lo planeó todo (o casi todo) al final, y todo lo llevé a cabo solo (entre comillas). No fue fácil, pero me sobraba la motivación que siempre me ha faltado para los estudios. Muchas veces me dijeron que el acoso y el maltrato psicológico se quedarían en la etapa del instituto, pero en mi caso no ha sido así. No pretendo justificar nada, pero cualquiera sabe que para que algo se cocine, alguien tiene que encender el fuego; y lo siento, pero en este caso yo siempre procuré mantenerme alejado de la cocina. Me mantuve alejado a todos los niveles, porque se dice que es la opción más inteligente; y de hecho es lo que parece hacer todo el mundo en parte, y con todo, aunque sea para mal: se mantienen alejados de la vida para poder pasar por ella. Alejados de los instintos primarios, de las vocaciones si no dan salidas rápidas (mea culpa, también), de las ilusiones si no son productivas, y de cualquier proyecto que no conlleve cualquier tipo de sacrificio constante propio o ajeno (ya sé que dicho por mí esto puede sonar paradójico ahora, pero seguro que se me entiende).
Aunque todo eso no quiere decir que yo no tuviera un límite como todos…
Juro que he hecho un esfuerzo titánico por formar parte del sistema (aunque el mismo me repugnara y me usara como cabeza de turco).
Lo más frustrante de todo esto es que se me seguirá etiquetando y no habrá definición elaborada alguna para lo que he hecho; o puede que sí la haya, pero siempre en pos de que el autor de la misma quede como una persona brillante, llena de sentido común y coherencia, y nada más. Por desgracia eso tampoco se me dio nunca bien, no supe bien cómo prefabricarme en ese sentido, siempre fui demasiado transparente, y no quiero que se me malentienda, odio a la gente que no deja de repetir lo sincera que es y que no lo pueden evitar (señal sospechosa de que seguramente no lo son tanto), pero yo lo era, y nunca quise parece algo que nunca he sido. No quise parecer perfecto, tampoco de la forma en que muchos quieren parecerlo confesando que tienen muchos defectos y mostrando así alguna clase de honestidad forzada que les haga asemejarse a algo de lo más digno y humano. Cualquiera en sus cabales sabe que la mayoría de la gente (y esto incluye a casi todos los alumnos del centro), adoran sentirse superiores a sus semejantes (al menos a una buena parte de ellos), e incluso cuando se han sentido inferiores y consiguen escalar posiciones, aun habiendo sospechado quizá lo absurdo e injusto de esa jerarquía, aprovechan para erigirse en un ente, digamos, evolucionado (aunque en cuanto a las cualidades realmente importantes incluso suelan empeorar como individuos).
Cuanto peor, mejor (cuanto más agobiados, ocupados, sin tiempo…). Ese es el principio por el que mucha gente se suele guiar, ya que eso les da la oportunidad de acentuar ese paradigma de las jerarquías que tanto adoran (aun inconscientemente). Si alguien puede estar hundido en la mierda, quiere decir que algún otro puede nadar en la abundancia. A partir de ahí, se trata de intentar parecerse más al listo. La inteligencia se ha convertido en un reducto para quienes saben obviar lo putrefacto mientras hacen estudios “concienzudos” sobre los porqués dentro del sistema que potencia esa putrefacción (y espero no estar pareciendo demasiado uno de ellos). Siempre se trata de un pez que se muerde la cola. Y dentro de esa forma de funcionar ha de haber formas de poder desahogarse. Hay muchas, de hecho, y la mayoría suelen ser terribles y dañinas; pero por supuesto ya están instaladas dentro de los límites de lo que se considera normal (la palabra siempre de moda) y aceptable. Una prueba es que a casi todos les favorece que de vez en cuando alguien ponga una bomba y circulen luego las fotos y vídeos de los desmembramientos, ya que aunque esos sucesos tengan su raíz en ese engranaje aceptado a menudo con optimismo, por comparación con el terrorista casi todas las demás personas parecen de lo más inocentes y responsables.
Creo que siempre hemos vivido engañados por la belleza del sol, de la luna, por la belleza de las mujeres, por los juguetes tecnológicos, por los descansos en lugares hermosos, por los periodos de consumismo, por la división del tiempo, y por –otra vez– la división de la vida en fases. Nuestro empeño por hacer la vida más sencilla, ha convertido la naturaleza de nuestra existencia en algo engañosamente simple (y no del modo en que algunas cosas son simples de verdad), pero sobre todo estúpidamente destructivo, tanto en las distancias cortas como en las largas. No creo que el alma sea un concepto relacionado con la inmortalidad, y desde luego no desde el enfoque religioso, el alma es aquello que generación tras generación estamos contaminando cada vez más y más pronto. Cuando todos hablan de la mirada de un niño, y con todo el aplomo del que soy capaz lo digo, no tienen ni puta idea de lo que hablan; porque si lo supieran, les horrorizaría la mayor parte de lo que les rodea, de lo que hacen y dejan de hacer.
Un ejemplo es el aburrimiento. El aburrimiento suele ser casi siempre producto de la falta de iniciativa. Y la falta de iniciativa es un rasgo primordial para encajar como una polla erecta en el coño viejo, seco y lubricado con productos de sex shop que es esta sociedad tal y como la hemos diseñado. Entendiendo la existencia como una mujer y la vida como sus partes más follables, succionables y salpicables, hace ya mucho que no somos más que gigolós dando placer a una anciana decrépita y plagada de enfermedades. Yo he conocido a muchos que se aburren. Basta con diez días de vacaciones y ya no saben qué hacer con sus huesos. De modo que lo que intentan hacer es planear actividades y ponerse horarios también cuando tienen tiempo libre. Porque les aterroriza aceptar la realidad de que no son capaces de hacer nada si nadie les da ordenes, si no hay directrices. He visto ese comportamiento en mi hermano mayor, y en muchas parejas de treintañeros. Algunos tienen hijos de puro aburrimiento. Pero el caso de mis compañeros de clase era distinto, claro, ya que aún no podían tomar decisiones (cuales fueran) amparados en bendiciones cronológicas ni relojes biológicos. De modo que, nuevamente, y a mi pesar, recurrieron a mí.
No quiero decir que la forma que tuvieran de maltratarme fuera igual que la que tenían mis compañeros de instituto. En el instituto todo iba más de cara, incluso a veces era un maltrato físico. La combinación de mi pelo naranja y mi forma de hablar (no digamos ya de escribir), e incluido el hecho de que sabían que les repudiaba y, aun sin quererlo, me sentía superior a ellos, todo ello me convertía en el blanco ideal de todas sus frustraciones. Yo soy una combinación de feísmo y capacidad para confundirles. Lo que peor lleva la gente es que pongas en duda su forma de hacer las cosas (ni siquiera digo de pensar, porque tampoco es algo que hagan si no les va a llegar nada a cambio). Pero como digo, en la universidad, el maltrato comenzó a ser distinto. Porque llegaba de estudiantes que se creían algo, lo cual les impedía darte una colleja, pero no vejarte de muchas otras formas.
Ellos conocían mi afición a lo paranormal, y aunque eso solo es una parte ínfima de lo que soy, lo convirtieron en aquello que me define. Supongo que porque era más divertido que verme como a una persona. Imagino que eso es así porque cuando ya llevas unos años trajinando con las exigencias y el sistema de valores del sistema educativo, ya no ves a tu alrededor tanto personas como etiquetas andantes, declaraciones de objetivos, notas medias, pollas, coños, programas de acción, nombres de locales, currículos sexuales (inventados o no), etc. A todo eso hay que sumarle –y siento insistir– mi físico, porque aunque no tengo claro por qué eso es tan importante, es obvio que lo es: yo podría haber sido mucho más friki sin problemas de haberle resultado atractivo a las chicas. Seguramente se me hubiera justificado y defendido de mil formas. Todos esos estudiantes que llevan ese aura de seres profundos suelen ser tan profundos como una cajetilla de tabaco. Siempre están renegando y quejándose de algún profesor, intentando redondear una nota o follarse a Menganita. En realidad se enorgullecen de formar parte de un sistema del que se quejan incluso más que yo, aunque luego no saquen ni una sola conclusión personal sobre nada. Simplemente aceptan con moderna resignación su papel de futuros gigolós, de putas, preparan sus estómagos con vigor para follarse con seguridad pronto a la vieja decrépita, a esa superviviente desde el inicio de la Revolución Industrial.
Intentaré detallar los hechos concretos sin que esto se eternice. No iré más allá de lo que todo el mundo entiende por una Ouija. Pero no quiero dejar de aclarar que evidentemente todos simplifican el ritual, y se mofan de él igual que se mofan de casi todo. Yo no creía a pies juntillas en esas cosas, simplemente me gustaba leer sobre ellas. Sí que me divertía, no niego la parte morbosa, pero a diferencia de mis compañeros, yo sí respetaba el misterio, el porcentaje de desconocimiento existencial que todos deberíamos reconocer de la vida, del mundo, tanto el de los vivos como el de los muertos.
Yo no quería pasar el sábado así, tan solo lo hice para que me dejaran en paz. Pero en el proceso de presión que me llevó a prepararlo todo, comencé a sentirme realmente humillado. Ellos solo querían verme hacer hacer el payaso. Ellos querían creer que yo no sabía que se reían de mí a mis espaldas. Ni querían aceptar que me pitaran los oídos. Sé que si alguien que no forme parte del centro en el que estudio, lee esto, le será difícil de creer un comportamiento así por parte de unos universitarios, pero puedo asegurar que es todo cierto. Estos chicos –y no me ruboriza decirlo ahora– eran como críos de primaria, estúpidos y fastidiosos. Creo que ése es el rumbo hacia el que se dirige literalmente todo a nivel de Formación. La universidad es la meta, y no el anhelo. Creo que muchos estudiantes, en el fondo, no son más que pura y llana rabia pre-profesional, al haber comprendido que el hincar codos en lo que eligieron no solo les ha podido desviar de hacer lo que ellos querían hacer de verdad, sino que encima es posible que no les sirva de nada.
Aquel sábado fue un producto más del aburrimiento, de la rabia, del descontrol de quienes creían que podían controlarlo todo, reírse de todo. Eran chicos y chicas que habían perdido la virginidad hacía poco y ya se creían hombres y mujeres con ideas y principios sólidos, con un cinismo de serie que a su vez criticaba a otros cínicos. Eran cerebros llenos de datos pero vacíos de contenido, de espíritu. Empezaba a haber productores insensibles donde estaban pereciendo personas que solo fueron íntegras y puras en la niñez.
Eran Raúl, Virginia, Cristina, Pau y esa chica que aún sigue viva, Estel (al menos mientras escribo estas líneas). Lo recuerdo para que quede claro que yo sí veía aún a seres humanos en ellos, y no solo gilipollas. De hecho, y lo dejo ya claro aquí: sí, estaba secretamente enamorado de Virginia (que obviamente se comportaba de modo muy distinto a solas conmigo). Pero en esos momentos ya había llegado a mi límite, y me importaban todos un carajo. No quería que les pasara nada si lo pensaba dos veces, pero me importaban un carajo en el impulso, y nunca creí que pudiera hacerles daño.
Cuando me enteré del accidente de tráfico de Raúl, pensé lo que cualquiera pensaría, que era una coincidencia un tanto macabra. El chico imbécil de turno muere dos días después de participar en una Ouija… Pero con las muertes de los demás comenzó a invadirme el miedo.
Esta es para mí la parte difícil de la confesión. Volviendo a dejar claro que yo no creía que pudiera pasar nada de verdad, lo que sí hice fue poner todo mi conocimiento literario al servicio de esas potenciales desgracias (y siempre excluyéndome a mí en teoría, por supuesto). Es cierto que celebramos la Ouija en la casa de aquel tarado que mató a aquellas mujeres hace diez años. Es verdad que ya había una noticia escabrosa relacionada con una anterior Ouija tras la que dos chicas murieron violentamente en el transcurso de dos violaciones en cierto parque temático. Y es cierto también que mis compañeros no sabían esos datos, y que yo tenía en secreto la fantasía de que ellos también pagaran (esa fue la palabra en la que pensé).
Ahora mi cabeza lleva días en ebullición, porque como es lógico ahora el mundo que me rodea se me presenta como algo completamente distinto. Es tan sencillo como que ahora creo, y antes no lo hacía. No es que crea necesariamente en Dios, pero es evidente que hay algo más que un montón de soplapollas que se creen algo en el mundo. Si antes ya sabía que las cosas no son simples como todos quieren que lo sean, ahora a esa idea le han crecido brazos y piernas, y me sonríe también en el lugar en el que ahora vivo (gracias a la ayuda de mis padres), y que no nombraré. Lo que me ha parecido más inteligente es dejar por el momento la universidad. En el lugar en el que estoy he conocido a una chica que parece algo más que un hervidero de ambición y confusión no reconocida. A veces hablo con ella de lo que pasó.
Diré lo mismo que le he dicho a ella algunas veces. Si lo hice como debía, yo no moriré, y no puedo negar que muchas veces no siento para nada la muerte de mis compañeros. Los primeros días llegue a llorar bastantes noches, el sentimiento de culpa era terrible. Pero ahora soy alguien nuevo en un mundo nuevo. Y yo no pienso follarme a ninguna vieja enferma a no ser que yo lo llegue a ser y ella, además de vieja y enferma, también sea una persona, y no solo un proyecto. No os deseo nada bueno, pero tampoco nada malo. Comenzad a notar algo más que vuestros huesos y músculos, si es que tenéis lo que hay que tener para ello.