Masacre en el hotel de enfrente debida al tráfico de estupefacientes

Alguien enfrente abre los amplios ventanales que dan a una no muy amplia terraza. La familia A puede verlo desde su apartamento de vacaciones. La terraza está justo delante. La caída es de diez pisos. De la ventana a la terraza puede haber unos diez metros de distancia, quizá menos. La familia A puede ver perfectamente cómo allí unos veinte hombres trajeados manipulan paquetes y maletines en una gran suite. Hace mucho calor en la calle, son apenas las dos de la tarde. La familia A la componen Padre, Madre (bastante jóvenes, ambos 35 años), una Hija de 10, y Bebé, un crío con cara y forma de bebé de temprana edad difícil de calcular, no en ese momento en que los bebés apenas tienen días y parecen algo camino de pudrirse y morir en cuestión de horas, sino cuando ya son rechonchos y, aun siendo a menudo poco fáciles de mirar, dan sensación de salud y futuro (aunque sea potencialmente amargo).
Niña 10 corretea de un lado a otro del apartamento mientras sus padres clase A observan lo que sucede enfrente, en aquella suite tan llena de gente. Madre A acuna en sus brazos a Bebé, le hace monerías. Le dice cosas canturreando, cosas como:
–¿Quién está traficando con drogaaas?, ¿quién prueba la mercancíaaa…? Hop… hop…
Aúpa al niño y lo acuna. Padre A comenta divertido cada jugada de lo que se ve en esa habitación de hotel suntuosa.
Entonces dos tipos de traje agarran a un tercero con malas formas y los tres salen del interior, cogen por los pies al hombre y lo dejan suspendido en el vacío en la terraza y sobre la calle.
–¡Mira-mira-mira…! –le dice Madre A a su niño. Bebé señala con uno de sus dedos gordezuelos al tipo que grita pidiendo ayuda y balbuceando desesperado:
–¡¡No sé nada, lo juro!!
–¡No sé nada, lo juro! –le imita cómicamente Madre A, mirando a Bebé y haciéndole cosquillas–. ¡No sé nada…!, y tú… ¿y tú qué sabes?, ¿y tú que sabes?, ¿y tú que sabeeesss…? ¡guapísimo!…
–Voy a abrir bien, no oigo bien –dice Padre A–. A lo mejor alguien llama a la policía.
Madre pasea y acuna a Bebé.
–¿Quién va a llamar a la poli…? –canturrea– ¿tú?… ¿tú?… ¿con esos deditos?… ¿tú?… ¡hop-hala!… ¿Quién va a ir a la cárceeel…?
Bleh… eeeh… –dice Bebé.
–Tú no puedes ir a la cárcel, cariño, eres muy pequeñito, no hay cárceles para niños guapos… ¡hop-hala! ¡Te gusta esto, eh! ¡Hop-hala!
–Al final se te va a caer el niño –dice Padre A.
–Vaya tonterías dices…
–¡Mira!, el tío está vomitando…
–¡Quiero verlo! –dice Niña 10.
El tipo al que tienen sujeto sobre el vacío deja ir sogas amarillas apestosas por la boca, caen en la calle ya hechas una especie de lluvia purulenta.
–¿Por qué no le sueltan? –pregunta Niña 10.
–Porque quieren que les diga algo, cariño –contesta Padre A.
–Aaah…
Bleh…eee… ih… eee….
–¿Qué te pasa, Bebé? –Madre está a punto de sacarse el pecho derecho para Bebé, pero entonces se oye un disparo. Los tíos sueltan al hombre y éste cae a la calle.
–Vale –dice Padre A–, no os pongáis en la trayectoria de la ventana, y hacedme caso… ¡Niña 10!, ven aquí.
Behh, ¡¡beeeeehaaahh…!!
–No llores, mi vida, solo son disparos; ¡pum!, ¡pam!, disparos de los señores…
Familia A se acurruca en el espacio que hay desde el suelo a la ventana.
¡¡Beeehahhaeeeeh, meeehhhhbehh…!!
Padre A se atreve a mirar con prudencia pese al restallido de una ametralladora. La mayoría de los tipos intentan escabullirse, pero se les acorrala en la terraza. Los ventanales del hotel estallan a balazos, cristales afilados y ensangrentados; dos o tres hombres, desesperados y a empujones, acaban cayendo terraza abajo a tiro limpio.
–¿Lloran, Papá A? –pregunta Niña 10.
–No, cariño, ahora no mires, ya mirarás luego.

Cuando los disparos dejan de oírse, se asoman todos un poco. El suelo de la suite está lleno de sangre y cuerpos. Abajo la gente se arremolina alrededor de los cuatro cadáveres que hay reventados; algunos turistas graban y hacen fotos.
–¡Cuánta sangre! –dice Niña 10.
–Claro, hija –le responde Madre A, mientras acuna a Bebé.
¡¡Beehhhh meehhh!! –Etc.
El crío no deja de llorar, y no hay manera de que se calme. La Familia A se pone en pie, ya escrutando con atención el otro lado de la calle, a la altura de diez pisos. Hay muchos cuerpos y solo quedan dos hombres en pie.
Uno de ellos sale a la terraza. Ve a Madre A con Bebé.
–¿Están todos bien ahí? –grita el tipo. Madre A le contesta que sí.
–Qué niño más guapo… –grita nuevamente, arma en mano, y sonríe. El crío parece calmarse.
Madre A dice:
–¿Has visto lo que te dice el señor? ¿Has visto? Mira. Dile: Holaaa, señor… Mira que metralleta lleva, mira, mira, ¿no le ves? Te está saludando. Dile: ¡Hola, señor!…
–Cariño, le dice Padre A a Madre A, ¿no íbamos a ir a la playa esta tarde?
–Uf, aún hace mucho calor, Papá, un poco más tarde. Díselo tú, Bebé, dile: ¡Aún hace mucho calor, Papi A!
Bleh…

la felicidad

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