Relatos potencialmente irritantes (2 de 6) – Aquella muchacha claramente demasiado joven del aeropuerto

En serio, no tenía edad ni para sospecharle un erasmus. Estaba allí sentada, en la Terminal, con una de esas maletas con ruedas (si es que aún las hay sin). Muy sola. Daban ganas de socorrerla aun sin motivo aparente, a no ser blandiendo algún papel con estadísticas de violaciones con gráficos con puntas de actividad alarmantes relacionadas con muchachas claramente demasiado jóvenes y solas. Era una niña con tetas y curvas y esa cara igual que esas caras de niña, redonda, con la mirada aún poblada de sed, pero no enturbiada por malas experiencias, esa mirada como algo adormecida y la vez a la expectativa. Ademanes de chica occidental cuya idea de un mal día debería tener que ver con malos encuentros en el instituto, desmanes de profesores o compañeros. Dramas de buena vida salpimentados con buenos tratamientos de higiene, cabello largo y oliendo a algo muy agradable y juvenilmente femenino, y un más que potencial problema para que algún día algún chico sepa ver con relativa rapidez más allá de sus labios o tetas, o la sola duda de cómo llevará recortado o no el vello púbico, si no es –Dios bendito– que lo lleva depilado del todo o al natural del todo (cualquiera de las dos opciones parecía igualmente excitante). Hablamos de alguien claramente menor, muy menor, ilegal, rayando el lolitismo Nabokob (aunque más parecido al de Kubrick). Todo el que pasara a diez metros a la redonda le echaba una mirada aunque solo fuera mínimamente reflexiva, incluso las mujeres, que a veces hasta hacían alguna pequeña mueca de esas que hacen con los bebés por más feos o pringosos que sean (y quizá sorprendiéndose a sí mismas por ello, teniendo en cuenta que podrían haberse ahogado con una de la tetas de la cría/mujer-niña…) La muchacha estaba estática y con las piernas cruzadas, llevaba un vestido de una sola pieza y no toqueteaba ningún móvil. Solo tenía la mirada perdida, aunque no con atisbo alguno de tristeza, ni tan siquiera aburrimiento. Estaba allí en el mundo real, y era como si hubiese saltado de un catálogo de los que no existen, en los que no hubiese chicas retocadas y todo fuera todo lo natural y poco adulterado que pueda ser factible en alguien común enterrado en publicidad. No se sentía incómoda, parecía acostumbrada a ella misma, a ser el centro de atención de un modo que no se puede planear. La ambigüedad parecía cubrir todo el espectro de atracción. De chavales salidos comunes a pederastas. Parecía encajar en cualquier idea sobre el amor eterno o el sexo guarro. Podía ser igual modelo que presentadora del telediario que actriz porno que camarera que prostituta que profesora de primaria. Era la chica guapa estilo Elige tu Propia Aventura. Te costaba imaginarle una vida futura sin altibajos ni problemas. Estar tan buena tenía que traer problemas, probablemente pocos menos que no atraer a nadie, y quizá sin atraer a nadie te ahorraras algunos. Los caminos del suicidio social son más inescrutables de lo que todos creen. Que se lo digan si no a esas tías que se operan por todos lados y acaban brillando como el capó de un coche y siendo tan naturales como el comportamiento de la tía de Personal de cualquier empresa viviente a la que le vaya bien. Así, estábamos todos allí haciendo como que no la mirábamos ni susurrábamos, en un acuerdo tácito silencioso con ella de que tanto ella como nosotros sabíamos que la estábamos mirando y susurrábamos, pero que no tenía importancia ni había malicia, porque ella ya estaba acostumbrada a ser observada y susurrada directa e indirectamente, y se había hecho a estar sola mientras le pitaban los oídos y de vez en cuando escuchaba algún atenuado «joder…», etc. Nadie se atrevía a sentarse a su lado. Complejo de Acteón. Los dos asientos de su izquierda y derecha llevaban vacíos desde que ella llegó. Antaño se decía que ciertos multicines de Periferia Microsoft tenían subcontratadas (en secreto por los miembros del personal que, entre otras cosas, tenían que limpiar las instalaciones) a varias chicas de este estilo para repartirlas por las salas e inundarlas de miedo a la belleza casi sobrenatural que desprendían. De esta forma, un porcentaje de espectadores mayor de lo que cabría esperar no se atrevía a tomar asiento cerca de ellas, y acababan saliendo de la sala, sin decirse nada entre ellos cuando eran grupos o parejas, y daban un paseo silencioso y se sentaban en alguna terraza a tomar algo y el tema no salía, y el resto del día continuaba igual, y hasta que no habían pasado incluso meses no se atrevían a comentar qué había pasado aquel día en la sala de cine de la que huyeron aun habiendo pagado la entrada. Se comentaba que los taquilleros mandaban a la compañera menos impresionable a pagar a las chicas, y luego ya se limpiaban unas salas de entre semana en las que apenas había nada que limpiar. Las leyendas urbanas de Periferia nunca son de terror, siempre tienen que ver con alguien aprovechándose de alguien, o con miedos relacionados no con nada extraño de un modo no-palpable, sino con traumas psicológicos o enfermedades mentales de “uso común”.
Una pareja mayor llegó a la Terminal. Apenas había asientos libres, a no ser los que todos sabíamos, y poco más. La muchacha los miro y se cambió de silla para dejarles dos juntas para ellos. Estaba claro que ninguno de los dos se había fijado realmente en ella. El muchacho que ahora estaba justo al lado de la chica, comenzó a sudar; pero decidió aguantar, no quería huir mientras todos hacíamos como que no mirábamos. Al otro lado estaba junto a ella el anciano. Una vez se acomodó junto a su mujer, entonces echó un vistazo de verdad a su alrededor. Ahora la muchacha parecía tener un semblante distinto, de preocupación. El anciano, con esa forma de hacer las cosas que tiene algunos ancianos, ya sin cortarse, porque no tienen reparos en quién se puede fijar o no en ellos y lo que hagan, comenzó a mirar a la muchacha. Sus piernas y su cuello, sus orejas sin pendientes, alguna peca en la nariz. El hombre tenía los ojos como platos mientras su mujer, a lo suyo, rebuscaba algo en su bolso.
Entonces sucedió. El viejo se llevó la mano derecha al brazo izquierdo y lo apretó con fuerza. Todos supimos sin atisbo de duda que estaba sufriendo un infarto. Se deslizó de la silla y cayó al suelo, junto a los pies de la chica. Algunas personas se acercaron, alguien gritaba si había un médico. La muchacha resopló. Se levantó de la silla y preguntó a la mujer mayor si el hombre estaba tomando alguna medicación para estos ataques. La muchacha ya le estaba tomando el pulso en la arteria carótida. ¿Sabes lo que haces?, le repetía una y otra vez la mujer. Todos nos miramos entre nosotros cuando la chica estaba haciéndole el masaje cardíaco al hombre, y casi en un susurro dijo algo como «estoy harta de esta mierda…». Luego le dio a tomar un betabloqueante, se lo iba describiendo todo a la anciana. Alguien había llamado a una ambulancia.
Se llevaron al hombre, estable, y terminó recuperándose. Cuando la mujer le dio las gracias a la chica, ella, seria y con ganas de irse, dijo algo como:
–A nosotras nos enseñan estas cosas, señora, ¿me disculpa?
El muchacho que había comenzado a sudar de modo poco agradable, tenía una mancha oscura en la entrepierna de los tejanos, y sollozaba.

trenz

2 comentarios en “Relatos potencialmente irritantes (2 de 6) – Aquella muchacha claramente demasiado joven del aeropuerto

  1. Felicidades por tu blog, escribes muy bien. Te sigo desde hace poco pero ya espero con entusiasmo tu siguiente relato irritante, por cierto, ¿existe alguna conexión entre las diferentes historias que relatas? No conocía el mito de Acteón, me encantan esas historias. Gracias.

    1. Gracias a ti por leer 🙂 El blog tiene algunos elementos que correlacionan algunos relatos con otros (la Ciudad Periferia Microsfot o la empresa Pretecnotimes, o la Guía Tab, etc.), pero todos se pueden leer por separado sin problema, lo más que hay son guiños a los lectores de hace tiempo. En estas series de relatos también son independientes unos de otros, es un ejercicio que me pongo a veces de un relato al día durante algunos días para ver qué sale:)

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