Relatos potencialmente irritantes (5 de 6) – Retro-Post-Gonzo

Un hotel que paga la empresa. Despertar en posición fetal y descubrir que se ha estado gestando una gran vomitona durante toda la noche. No te da tiempo a llegar al lavabo y el suelo es una suerte de moqueta en la que la acidez del vómito va a causar estragos. De todas formas esa mañana te marchas. Los ojos se te llenan de lágrimas mientras haces terribles esfuerzos por sacarlo todo. Sale en parte por la nariz. Alguna venita revienta y añades al plato también algo de sangre. Imaginas la cara de la mujer de la limpieza de tres estrellas. Te vas al lavabo e intentas recuperar la compostura. No es la primera vez que haces tus necesidades para ir después al lavabo. Tu estómago te suele enviar correos a los que debes contestar de inmediato si no quieres volver a convertirte en alguien repugnante. A veces quiere salir por abajo. Es un desconcierto de tus tripas, viejas conocidas de tu médico de cabecera. Has dinamitado un par de banquetes durante los postres. Un par de chicas han salido despavoridas en medio de citas en restaurantes preparados para cualquier cosa menos para ti. Una de ellas te gustaba de verdad.
Del suelo comienzan a subir vapores de la cena y el alcohol de ayer. Te miras al espejo y te devuelve la mirada un tío que se pensaba que nunca iba a ser lo que llaman Un Adulto, o alguien mayor, alguien con más de 14 años. Haces la maleta como quien va a ganar algo por acabar antes de treinta segundos. Por suerte no llevas equipaje abultado.
Abajo la tía de recepción te mira pensando simplemente que no has dormido mucho (o eso crees). Has intentado lavarte un poco, pero no querías meterte en la ducha y que entrara alguien a hacer la habitación y viera un lago de vómitos mientras tú canturreabas algo de Franz Ferdinand bajo el chorro. Para colmo la mujer te parece atractiva, la de recepción. Así que sales del edificio lo más rápido que puedes y te pierdes un par de veces por el minúsculo parking hasta que das con el coche de alquiler.
Te metes dentro y te enciendes un cigarrillo. Odias conducir fumando, así que arrancas pitillo en boca y sales echando ostias de la periferia de Periferia; seguir buscando placer en lugares conocidos como desagradables es el deber de todo gilipollas que no acabe de creer del todo que lo es. Te cuesta bastante recordar qué viniste a hacer, o qué has hecho. Solo recuerdas que ayer enviaste algo por correo electrónico, algunas líneas poco meditadas hablando del Restaurante Piccola Lola. Un antro italiano cuya idea de la higiene consiste en no dejarte cruzar el umbral de la cocina, capullo. Eran tan simpáticos como tirarle a alguien las gafas y pisarlas. Lo malo de salir después y beber demasiado, es que nunca sabes si el garito de turno te ha podido servir comida intoxicada. Además, siempre te largas a la habitación de turno a chapurrear tus impresiones cuanto antes para quitártelas de encima, cuando sabes perfectamente que lo que quiere la revista es que contextualices el texto, que hables de tus correrías y seas divertido al modo que lo es intentar escribir tu nombre meando. Si quisieran comentarios sobre pasta italiana o rollitos rancios llamarían a un crítico gastronómico de verdad. Lo malo de algunas publicaciones es que quieren prefabricarse como gamberras y atrevidas, quieren un Hunter S. Thompson, o varios, en sus filas, pero no tienen en cuenta que precisamente ese tío ponía a parir a sus editores y la gente para la que trabajaba, y que la profesionalidad y el quemar vivas las reglas del juego no casan. No tiene sentido.
Aun así, la idea del viaje no está mal; cuando los dueños dictatoriales de los antros que pisas creen que te importa un carajo cómo llevan el local, puedes llegar a caer bien a algunas camareras. El truco, como casi siempre, está en vestir como alguien que va más allá de saber diferenciar un vino de gourmet de un Don Simon. Tu capacidad en la cocina se resume con un delantal de V de Vendetta que por algún motivo te hizo mucha gracia, una cuchara o tenedor grandes, y la tapa de alguna olla para protegerte de los proyectiles de aceite hirviendo. Y un día hiciste una paella; y luego, mientras comentabais tus amigos y tú la jugada en Burguer King, conociste a esa chica que te gusta pero que luego salió a cenar contigo un día en que tu estómago te guardaba correo en tu antigua dirección. Lo que le habías dicho a la chica por chat, es que ya habías superado tu minúsculo problema con la bebida, que te habías convertido en un buen chico, y que lo de tu cuerpo descompuesto por dentro no tiene nada que ver con posibles desajustes debidos a una mala vida disfrazada de travesuras sin importancia del pasado.
Volviste a perder. Te estás convirtiendo en el tipo exótico del que huyen las chicas que te gustan. Las que te hacen arder de verdad y a varios niveles. Las que saben que salir con un tipo problemático es eso que acaba en peleas de mierda, malos tratos y un sufrimiento de pareja que es mejor sospechar a tiempo y archivar en la carpeta de Cosas que Yo Sé que NO Debo Hacer.
La excentricidad o incluso la inteligencia, la genialidad, son esas cosas que dejan de ser atractivas en presente para una mujer cuando la misma comienza a imaginarse como secundaria en un futuro documental sobre tu atribulada y absurda vida. Y eso, en el mejor de los casos.
El tiempo dirá si eres un genio. Aunque quizá si ya estás pensando en si lo eres o no, es porque seguramente ni tan siquiera seas muy destacable. Supongo que hay de todo, ¿verdad?, ahora conduces y piensas en ti mismo, las pajas tienen muchas formas. A veces Escribir es como ser el operario Para Todo en una cadena de montaje de pajas. El problema es haber conocido tantas vidas ajenas y cómo se gestaron y acabaron; y aún mayor problema es haber admirado a esos tíos. Tíos que vivieron otras épocas y cuyas rajadas orgánicas de máquina de escribir tenían enfoques concretos producto del momento concreto de sus décadas de auge o caída. Ahora todo es post-algo. Parece imposible ser original, pero lo peor no es eso. Lo peor es que todos, también los tíos a los que admirabas, vivieron en épocas en las que todos pensaban igualmente que la originalidad y la frescura eran cosas de tiempos pasados. Así que al final la única conclusión a la que llegas, es la de que si no eres original es simplemente porque no tienes las pelotas o el talento para serlo. Si no resultas fresco es porque no has encontrado el modo. La pasión, se sienta por lo que se sienta, te puede dejar atado en varios ámbitos a la cama, mientras le echas la culpa a alguna puta de la que decidiste fiarte.
La noche anterior te comiste un plato de pasta mientras algunos empleados te miraban de reojo. Suele ser por las gafas finas estilo oficinista. Las gafas y el hecho de estar solo te convierten potencialmente en alguien que no ha ido tanto a comer como a trabajar. A buscar taras. Ni siquiera la forma de bromear con las camareras te absuelve. Al contrario de lo que se podría pensar, en algunos locales deciden no hacerte la pelota. Deciden todo lo contrario a hacerte la pelota. Una de las pocas probabilidades que tienes de saber que te han escupido en el plato, es la de que el gargajo incluyera una buena dosis de mucosidad. En según que zonas de la geografía de carretera, algunos locales han recibido palos y más palos de ciertos críticos. Pero son locales con la clientela asegurada; clientela de paso; así que cuando sospechan de otro tipo solitario, lo que hacen es escupir (literalmente) en la posible mala publicidad que les puedas hacer. Siempre se trata o bien del dueño o de los cocineros. Es una forma de reivindicación del ego. Es como decir: No somos muy buenos, pero es que además contigo vamos a ser unos cabrones.
Después de cenar, y procurando no pensar en saliva, orina, semen o estornudos, te esperaste a que terminara su turno una de las camareras. Te dijo que iba a salir con unas amigas luego. Le dijiste que antes tenías que pasar por el hotel. Tu tiempo record de escritura, envío y salida a la calle es de 25 minutos. En lo único que podrías parecerte a H. S. Thompson es en el número de erratas y lo caótico de los artículos. La chica te preguntó a qué te dedicabas. Le soltaste alguna chorrada. Te dijo que no, en serio. Le preguntase dónde solía ir con sus amigas. Justo en ese momento un calambre de ardor de estómago te atravesó. La chica no se parecía en nada a Ella.

Kyle Thompson
Kyle Thompson

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