Archivo por meses: octubre 2013

Las historias de fantasmas son historias de amor son historias de horror

Buenos días

(Casi pediría perdón por esto, pero ahí va.)

Le informo:

La cabaña está muy aislada, fuera de la civilización, no hay nadie a muchos kilómetros a la redonda (esto era cierto). Por las noches –dicen las habladurías– merodea por el bosque el que llaman El Merodeador, el fantasma de un leñador. Dicen también que se ha cobrado ya varias víctimas, excursionistas desaparecidos. Además la casa tiene un pasado perturbador, un padre de familia mató a golpes a toda su ídem dentro estando de vacaciones. Luego los enterró, más tarde se arrepintió y los desenterró, alguien aseguró que le vio haciéndole el boca a boca al cadáver de su mujer mientras sus hijos muertos miraban (hay mucha discusión sobre este último dato…), y que luego se suicidó. Al parecer, por las noches se aparecen allí los chavales, un niño de ocho años y una niña de siete. La madre se refleja en el agua de la bañera, y el marido en cualquier espejo que haya o uno lleve a la cabaña. También se dice que uno de los árboles cercanos susurra palabras justo en el orden en que aparecen en el diccionario (actualizaciones de la RAE incluidas, juro que se me dijo esto tal cual). Aunque se comenta que es posible que no sea el árbol en sí quien susurra, sino el mencionado Merodeador (¿un ex académico de la lengua renegado y auto-condenado al exilio de la civilización?), o algún otro espíritu escaso de lo que se llamaría paz post mortem. Todo lo dicho es la información que me llegó. Parecía ser todo muy vago (además de… ya sabe, la flipada habitual). Ni aun en un contexto de credulidad notable se podía esperar algo (o sea, ¿el fantasma de un leñador que mata a la gente?, etc.).
A sabiendas de todo este refrito informativo, pasé tres noches en dicha cabaña. Solo topé con mosquitos y otros bichos, algunas arañas, ni rastro de los críos. Hice algunas pruebas, tomé algunas grabaciones, hablé solo intentando que alguien contestara, ya sabe cómo es. El reflejo del agua de la bañera solo era yo asomándome con el techo de fondo. Y nunca me he mirado tanto al espejo…
Para cuando me fui de la cabaña y estuve de paso en la aldea más cercana (bastante lejana), en la que más historias me habían contado, casi se escandalizaron de que no me hubiese pasado nada. Es como si ya no esperaran volver a verme. Me costó mucho convencerles de que no los consideraba unos pueblerinos idiotas por no haber muerto o sufrido algún colapso o infarto en la cabaña.
No creo que esto vaya a ninguna parte, sinceramente. Creo que está tirando el dinero.

Releo la carta y quito y de aquí y de allá, la firmo. Añado algún dato y luego algún otro. Decido no mencionar el miedo que pasé en realidad, aunque no pasara nada. Yo ya suelo ir sobrado de miedo, y a varios niveles, no me hace falta gran cosa para eso. Tampoco menciono que según la información de los periódicos de la época, lo de los asesinatos y el suicidio paterno es cierto. Hay un montón de historias así, de gente planeando hacer cosas así y de gente que ya las hizo. Las historias de fantasmas son los restos. O, como alguien dijo, todas las historias de amor son historias de fantasmas. Para bien y para mal. Puede que eso explique la búsqueda –¿inconsciente?– constante de mediocridad a la que mucha gente se somete. Quizá lo que eviten sea la posibilidad remota de la violencia o el mero descontrol. La intensidad. Cuanto más lees sobre ciertos casos reales, menos te interesan los supuestos fenómenos sobrenaturales posteriores y más las personas que dieron pie a las leyendas. La parte real de la historia da tanto miedo o más como las casas encantadas. Hay historias de besos en el parque y de desgarros vaginales, y mucha gente cree que hay que elegir entre uno de esos dos caminos, que no hay término medio. Yo investigo eso, aunque sea a la fuerza.
Cuando pasas por debajo de una rama en la que sabes que alguien se ahorcó, el escalofrío que te recorre la nuca suele ser cosa tuya; lo único que suele pasar es simplemente que sabes demasiado sobre esa rama. La ignorancia no es la felicidad porque sí, hay muchos motivos para ello.

Buenas noches

Acabo de llegar de ese otro lugar. El almacén de los ruidos. Me llevé un saco de dormir. El antro es famoso por haber sido un hervidero de muertes laborales debidas a la defectuosa maquinaria pesada. Ya sabe, espíritus que no han sabido irse en paz. Muertes horribles y tempranas de trabajadores que solo querían ver otro sábado. Las grabaciones que tomé están llenas de ecos de mis ronquidos allí dentro. Dialogué otra vez con nadie y me fui de vacío. Aún no sé bien qué intenta demostrar con todo esto, y creo que es justo que sepa que su hija tampoco.

Hace dos años conozco a la que mi “suegro” cree mi futura víctima, su niña del alma. Es una chica joven y está siempre sola en la biblioteca. Cuando sale a fumar yo estoy fuera casualmente también fumando, no es que lo haya planeado ni lleve tiempo con ciertas ideas rondándome por la cabeza, no exactamente… Es un cuelgue natural, algo, como diría cierto colega, más serio que el cáncer. Irónicamente, mi suegro cree que soy la enfermedad paciente y terrible de su hija, de sus futuros nietos. Cree, en resumen, que siento demasiado, que no estoy en paz ni tengo una «salud emocional responsable» (sea lo que sea eso). Cree que soy una especie de hervidero psico-social, un imán de desgracias. Una sociopatía-aún-no-catalogada andante.
Para él soy el padre de familia de una futura casa afligida por mí.
Ella se llama Sandra, su versión es que su padre no quiere saber nada de eso de que su niña ya tenga más de 7 años. Después del día del encuentro casual forzado en la biblioteca, comenzamos a salir. Es a la siguiente navidad (meses después) cuando conozco a sus padres. Su madre es introspectiva (mucho) y callada, y su padre enseguida me mira como si yo tuviera planes abominables para el futuro, planes de los que no soy consciente. Me lo dice sin titubear entre polvorón y polvorón. A mí me da por reír, Sandra se enfada, y su madre no dice nada y se va a por otra bandeja de turrón.
Creo que el problema fue mi nerviosismo, mi avalancha de sinceridad. Pero no una sinceridad muy verbalizada. Lo que asustó al padre de mi novia fue que vio que la quería. Es decir, no como se quiere en base a ciertos «convenientes» planes de futuro (como cuando el amor es más una forma de hablar que un hecho); vio que la quería de verdad, que perderla me supondría demasiado dolor para poder superarlo. Eso fue lo que pensé al principio sobre todo este asunto en cuanto a la percepción paterna, y quizá no estaba muy alejado de la verdad. Lo que mi potencial suegro cree es que quiero demasiado a su hija para no hacerle daño. Tanto a nivel sentimental como físico. El hombre desarrolla una teoría a partir de la cual cree tener la certeza de que las familias en las que acaban sucediendo desgracias con sus propias psicofonías futuras, son aquellas en las que de verdad hubo Amor, Ataduras, Carencia de raciocinio, etc. Soy un peligro potencial, porque no soy un Novio al uso. Pretendo de verdad a su hija. No es que quiera una compañera para mi vida o tenga miedo de hacerme mayor y quedarme solo: quiero a la chica desde un sentimiento de Irracionalidad y Protección que no puedo sostener. Lo que mi suegro cree, para poner un ejemplo sencillo, es que si un día la pillara tirándose al fontanero, mi siguiente paso sería conseguir una escopeta y salir en el telediario.
De entrada intenté hablar con él. Pero no siempre sirve de algo hablar. Lo fastidioso de la vida es que hay demasiados asuntos pendientes siempre como para querer convencer a nadie de que no vas a matar a su hija. La vida o no vida después de la muerte, el castigo o recompensa divinos, el infierno, las consecuencias, las decisiones. Yo soy para mi entrecomillado suegro lo que alguien que vomita demasiado con arameo para un cura. Aunque por raro que parezca, el hombre no es muy espiritual, solo tiene miedo, está aterrorizado ante la vida y ante la muerte. Y sobre todo no entiende que lo que está haciendo es aquello de lo que me acusa a mí. Y también por su hija.

Hola otra vez.

Esta es la décima casa/antro/almacén a la que me ha hecho ir, las estoy contando. No ha pasado nada, otra vez. O bien: ha vuelto a pasar nada. Solo un extraño dentro de otro lugar abandonado. Creo que estoy cogiendo fama de friki en varios barrios. Para más señas, esta vez la historia era de lo más tétrica, aunque nuevamente coincidía poco con sus fuentes… Ninguna mujer había degollado a un bebé. Una mujer embarazada había sido sacrificada para un ritual satánico. Además, ahora el edificio no está completamente vacío. Hay un sótano en el que se celebran encuentros de Alcohólicos Anónimos. Estuve un rato allí, hablé con algunos de los miembros. Tienen esa lista de doce pasos para dejar de beber. La mayoría bromeaba con el decimotercero: volver a la bebida. No conocían ninguna leyenda sobre el edificio. No sé qué más decir. Es entretenido escribir estos informes para usted, pero ya sabe.

PD: No soy un asesino.

Sandra tiene una conversación estéril cada semana con su padre, intenta ayudarme. Lo enfoca todo desde el punto de vista económico para intentar que frene. Todos esos trastos que el hombre ha comprado y sigue comprando para que yo pueda investigar a fondo, convencerle de mi futuro sin violencia, cazar fantasmas… Lo que yo tengo que hacer es dialogar con alguien muerto, hacerle preguntas. Mi suegro el de las comillas no quiere pruebas de que hay fantasmas, él da por hecho que los hay, lo que quiere es que les haga entrevistas en profundidad. No quiere ruidos que piden socorro en una grabadora, ni vídeos con detectores de movimiento volviéndose locos sin nadie a la vista. No quiere sombras extrañas ni niñas serias de camisón blanco que se aparecen en pasillos de hoteles suntuosos. Lo que él quiere es que yo me relacione con el otro mundo, quiere que tenga una relación estrecha con alguien a poder ser adulto, alguien que haya sido asesinado o que se suicidara después de haber asesinado. Hasta llevo un papel siempre conmigo con preguntas (que yo no redacté) a las que me tendrían que contestar, con las que tendría que volver una y otra vez al lugar en el que captara algo raro. Si ya parece fuera de lugar preguntarle a un vivo si está enamorado, figúrate a un fantasma. Lo que necesito es a alguien muerto que me diga que no se cargó a su mujer y a las gemelas por cuestiones de posesión y dependencia emocional, sino que simplemente estaba tarado y tenía sed de sangre. Eso quiere el vejestorio obseso de mi “suegro”: pruebas. O bien que su hija se líe con alguien que solo quiera quitarle las bragas…

Qué tal está…

Este fin de semana tenía cosas importantes que hacer. Pero claro, no tanto como investigar la casa chunga número 16… Esta casa tenía el interesante historial de tres niñas asesinadas por alguien con un cargado currículo de varios conatos de abuso de menores. (En serio, tiene que hablar con sus fuentes…) El tipo desnudó a las niñas, las trató como si tuvieran 18 años un sábado y luego las destripó al estilo londinense… Pero la grabadora ha estado muy ocupada encargándose de los coches que pasaban por la calle, de algunos mosquitos, y de mis ronquidos otra vez (me está comenzando preocupar eso…). Me va a ser difícil mantener una conversación mundo a mundo así.
¿En serio cree que le enseño estos correos a Sandra antes de mandarlos? Y si se los enseño, ¿qué más da? Le diré una cosa, no le enseño nada. Es más, su hija me interesa también a nivel físico. Y mucho. Si se quedara paralítica o impedida de algún modo, es muy probable que la dejara yéndome por la puerta de atrás. Tampoco aceptaría amputaciones, ni siquiera episodios tempranos de alzheimer o similares.

PD: Solo le busco las cosquillas. Pero sepa que aún no siento el impulso de hundirle a nadie un cuchillo en el pecho.

Por raro que parezca, el tono de los correos no molesta al obstinado Padre. Raramente los comenta en voz alta, y está convencido de que me esfuerzo en parecer un imbécil para que él pueda respirar tranquilo y dejarme en paz. Alguna vez defendió en voz alta, eso sí, la estabilidad de la familia tal y como él la entendía. Estamos hablando, cabe decir, de alguien cercano a los setenta años. Su forma de pensar tiene más que ver con la idea de edificar algo en relación con la continuidad del árbol genealógico, que con buscar ser feliz o nada por estilo, cosas que seguramente asocia más –y solamente– a los anuncios de cerveza o móviles. Su percepción de la realidad y de la ficción, e incluso de la publicidad, no es tanto la de alguien cínico, realista o conservador, como la de un Lord de 1912. Hay una serie de objetivos que él quiere cumplir, y está convencido de que el sentimentalismo es un bache. Está aterrado con la perspectiva de que todo comience a ir mal cuando él muera, y hasta he llegado a temer (sin comentarlo con nadie) que pueda intentar alguna clase de suicidio o muerte absurda que a él le encaje con la idea de poder quedarse después a merodear por casa.

1- ¿Puede confirmar en voz alta que es un espíritu o fantasma y que por tanto no es de carne y hueso?

2- ¿En qué circunstancias falleció?

3- ¿Estaba emparejado o casado? Y si es así, ¿cómo definiría su relación con su pareja?

4- ¿Tenía hijos? Y si es así, ¿cuál es su idea de una educación correcta y responsable?

5- ¿Puede repetir su nombre, su estado civil de persona viva y su número de hijos?

6- ¿Cree que su situación podría haber sido distinta?

7- ¿Qué volvería a hacer si se le diese otra oportunidad?

En el lugar malrollero número veintisiete tengo que salir corriendo, de hecho aullando como un crío, y buscando –mientras hago atletismo nocturno por cierto polígono industrial – a alguien, a quien sea. Hasta pensé en llamar a la policía.
Antes de dormirme en mi saco de los sábados, y después de haber intentado captar algunas psicofonías, oigo cómo una voz susurra dos veces mi nombre. Una de esas voces que igual podría ser de un tío o de una tía, de un chico o una chica, de una niña o de un crío. Un susurro rápido. Incluso me pareció sentir el aliento de alguien en el cuello. Encendí la linterna y no vi nada, solo el amplio almacén, palés abandonados. Mi zona estaba despejada y a nadie le había podido dar tiempo de esconderse. Intenté calmarme; comprendí que tenía que haber sido un sueño, uno de esos sueños que te invaden cuando aún estás casi despierto, cuando solo una fina capa te separa de la realidad. Llegué a reírme de mi ingenuidad. Me puse en posición fetal.
Cuando cerré los ojos para intentar volver a dormir, esta vez la voz pronunció mi nombre una sola vez y vocalizando lentamente con un susurro imposible de ignorar… Entonces encendí mi linterna, no había nadie. Casi lloriqueando como jamás lo había hecho en la edad adulta, recogí mis cosas y salí echando hostias del siguiente lugar: Hace setenta años en la pequeña fábrica reconvertida en almacén reconvertido en antro de fantasmas, algún tipo de jefe se dedicaba a acosar a sus empleadas. Pero pronto no bastó con el sexo forzado. El tipo quería emociones más fuertes, y comenzó a torturar y matar a las esforzadas mujeres. Todas esas mujeres desaparecidas. Necesitaban el trabajo, y él necesitaba satisfacer sus cada vez más exigentes necesidades.
Por fin una mujer le hizo tilín al tipejo por encima de las otras, aunque no era una trabajadora. Tras eso, cerró la fábrica. Su obsesión emocional y psicópata estaba engullendo el resto de aspectos de su vida. Salió con ella durante tres meses. El sexo pasó de cuidadoso a duro, de duro a incluir cachetes, de eso a más cachetes, de cachetes a golpes, y tras unas cuantas sesiones de golpes, la chica le dijo al tipejo que quería cortar la relación, que ella buscaba otra cosa.
El tipo no quiso asumir tal decisión de su novia. Un día, con cualquier pretexto, quedó con ella y la llevó a la fábrica cerrada. Se dice que a partir de ese día la torturó durante siete meses. La alimentaba y drogaba según lo consciente que la quisiera. Estaba desnuda y maniatada. Llevaba una mordaza. Cada día soportaba nuevas formas de sufrimiento. Había sido, sin duda, su víctima favorita. Aunque no la última.

Cómo andamos…

Este sábado quería tener una maratoniana sesión de sexo reprochable, irresponsable y nada higiénico con su hija. Pero entonces he recordado que tenía una cita con su antro número veintisiete. Ya sabe que jamás me perdería una cita con lo desconocido…
El caso es que sus fuentes esta vez estaban bastante en lo cierto. Se trataba de un tipo que se cargó en tiempos a unas veinte mujeres de las que trabajaron allí, pero por lo que sea la que más acabó pagando fue una camarera de 25 años con la que practicó una especie de Inquisición personal durante meses. Estoy seguro de que estaba muy interesado por saber cuánto teníamos ese tipo y yo en común, pero voy a tener que decepcionarle otra vez.
La buena noticia es que creo estar superando un poco lo de mis ronquidos, ya no resulto tan ruidoso. Así que, en cualquier caso, si me convierto en un asesino, podré ser sigiloso el día en que despierte junto a su hija con intenciones de hacer que expire para que usted pueda decir a grito pelado en el cielo o donde sea que tenía razón…

PD: ¿Su mujer también es tan reacia al sexo anal?

El suelo de cemento parecía crujir y yo latía y me convertí en algo más de lo que era.

1- Soy lo que usted cree que soy, use la palabra que use, y no estoy donde usted cree que debería estar.

2- Fallecí por cuenta propia porque ya no había nadie más, y es duro estar solo, pero lo es más cuando aún hay quien te lo puede recordar.

3- Solo le puedo decir que estaba con quien quería estar, y que la mayor mentira con esto es que se pueda volver a comenzar.

4- La educación es un mito igual que la paz es un mito igual que yo lo soy, al menos por comparación con usted.

5- Ya he contestado a todo eso.

6- Solo debe saber que no controla nada en su vida, nada al menos que tenga una gran importancia.

7- Es una pregunta estéril.

fantass

Recortes rojos de cartulina

El vecino de arriba es uno de esos tíos que parece buscar el sentido de la vida a través del bricolaje. Cuanto más confuso se siente, más fuerte y más temprano se dedica a taladrar y dar golpes. Se han oído rumores de que intenta dejar de fumar. Incluso en una reunión de vecinos a la que no asististe, te han comentado que se le intentó convencer de las maravillas del arte con palillos, esas construcciones milimétricas –tamaño palma de la mano– de monumentos famosos. Cada vez que acabara uno podría calzarse con sus botas más bastas para aplastar y aplastar con furia la obra… como sustitutivo del siguiente cigarrillo invisible. Hay quien dice que en su piso ya no se debe poder mover de tantas estanterías y muebles y sillas de carpintero amateur como debe haber; ahora la preocupación debe ser darles un uso. Fumes o no, deberías ir arriba con un paquete de Lucky y ofrecerle una tregua. Al mundo.

La chica joven e inaccesible se ha ido. No en el sentido de dar el pésame a nadie. La muerte no siempre conlleva llamadas telefónicas ni funerarias. Dicen que se la ha visto por algún país europeo. Son rumores. No tiene Facebook en el que presumir de tetas metafóricas (o literales). Alguna amiga suya ha paseado alguna vez con algunas otras amigas suyas por la calle y sonreían sabiendo toda la información. Viste también a un ex suyo en Fnac. Iba con otra tía de perfil similar. Eso te ha acabado de convencer de que no la quería (a la “tuya”), quería un perfil que pudiese descambiar al margen de la tribulación emocional. El tipo también sonreía, le tocaba el culo a la siguiente clon subjetiva. Tenía entradas pero iba muy bien rapado, a la vez que vestido, a la vez que afeitado; y sonreía y le buscaba la boca a la aún-bollycao. Es como tirar a matar a ciegas con ráfagas de energía veinteañera. Compró algunos dvd’s. Estuvo a tu lado trasteando, olía a planes para follar. La chica estaba encantada. Tu cartera te pellizcó un testículo avisándote sobre tu situación económica.
Pasa por delante del tío de seguridad sin nada y sigue a la pareja y no digas por qué.

El hombre del bar es un hombre que habitualmente habita el bar, ese bar, y suele hojear una revista siempre en la misma mesa, y, coma o no, siempre pide cerveza. Has observado que mira con fruición a cierta camarera y que no le importa que le veas sonreír como un salido cuando lo hace, ni que la camarera también le vea. Nunca se le oye hablar, solo mira, pero nadie ha sospechado nunca que sea mudo aunque pida señalando en la carta. No es mudo, una vez le viste en la calle, hablaba con una señora que parecía intentar acabar la conversación cuanto antes. Crees que en realidad el señor solo se porta mínimamente bien en ese bar, y que usa ese bar para calmarse o descansar de lo que sea que haga habitualmente fuera del bar. Intentas obviar la mancha roja extraña que un día lleva en el cuello de la camisa; y cómo nadie le pregunta sobre ella y el tipo come en el bar ese día y se bebe su cerveza y mira sin parar otra vez a la camarera que al cabo de unos días dejas de ver por el bar y no te atreves a preguntar por ella.

El tío del coche tiene la cara roja y más de cuarenta años, y aparca cada dos días a unos veinte metros del colegio y se queda dentro del vehículo y a veces parece que le tiemble el labio inferior. Una niña de siete años despierta en su casa y se encierra una mañana en el lavabo a vomitar.

Una azafata va muy nerviosa de un lado a otro del avión. Le buscas la mirada para ver si te dice algo. No consideras que tengas miedo a volar, pero no es lo que se dice complicado comenzar a tener miedo dentro de un avión que ya ha despegado. No parece que nadie más se haya dado cuenta aún del estado de nerviosismo de la mujer. Luego habla con dos azafatas más tras unas cortinas; se esfuerzan tanto por esconderse que eso solo alimenta más tus miedos. Tienes intención de levantarte y preguntar directamente si vas a morir. Puedes ver uno de los motores de un ala desde donde estás sentado, te gusta estar junto a la ventanilla a poder ser. Miras fijamente el motor. El avión parece estable, sólido, aunque has visto muchas veces que cuando estos trastos se estrellan acaban como el papel de plata del bocadillo de un crío a la hora del patio. Es todo carcasa, la seguridad en un avión depende sobre todo de Dios, por decirlo así. Al final es otra pasajera la que se levanta por fin y no duda en preguntar qué pasa a las azafatas. Cuando le han dicho lo que sea que le hayan dicho en voz baja, la mujer se lleva las manos a la cara y prorrumpe en sollozos. Ahora ya tienes claro que vas morir, algún día al menos, incluso aunque el avión siga estable y ni tan siquiera sientas turbulencias. Pero no quieres preguntar a nadie sobre el presente. La mujer informada habla con otra pasajera, y dicha pasajera abre primero los ojos como platos aterrorizados, y luego echa a llorar también como una cría. Ésta informa al chico en calidad de novio que tiene a su lado, y, aunque éste tarda un poco más, finalmente procede a deformar su cara y unos goterones le ruedan hasta la barbilla. A medida que la noticia que sea se contagia, la gente se tapa la cara, enrojece, llora, se desespera, curiosamente en “calma” y sin aspavientos, aunque desesperados y sin atisbo de esperanza en sus gestos. Luego las otras azafatas también lloran. (Pero no hay caos y nadie hace nada más.) El avión en sí sigue tranquilo y ningún piloto comunica nada desde cabina. Llega un punto en que todos lloran o fingen que no lloran o se tapan la cara o llenan de mocos sus mangas, etcétera. Una señora, descompuesta, interrumpe un rezo machacón a media voz y te pregunta (con ademán informativo) si sabes lo que está pasando. Le dices que sí, gracias, y le sonríes como si te echara una foto un domingo durante la boda de una ex de la que sigues enamorado.

La cajera no te atiende. Parece tener treinta y muchos. No es una niña, pero es tan guapa que es como si la guapura dependiera de una postura coital concreta en la que insistieron con ahínco sus padres. La mujer no solo pasa de ti, además no tiene prisa alguna por cobrarte. No hay anillos a la vista. Parece que quien está al otro lado del teléfono es su novio, o su intención de novio, su “follamigo” o ese alguien a quien haya dado luz verde física tras haberse creído alguna mentira que se haya ramificado en otras mentiras peores. O eso parece por cómo sube la conversación de volumen. Tú solo querías comprar alimentos. La mujer habla ya con los ojos vidriosos, a veces se te queda mirando mientras habla, pero no te está viendo, su cabeza echa humo por lo que oye por el auricular. Está metida en una especie de batalla interna en la que ya no oye lo que le dicen. Se acumula gente detrás de ti. Todos imagináis a otra mujer en la ecuación. Alguna chica más joven y lozana a la que mentir mejor. La cajera está levantando la voz cada vez más. Ignorando la vocecita masculina, pregunta sin parar quién es. Quién es. De quién se trata. Todos intuís que la chica más joven no presente es una conocida de la cajera. Puede que –Dios no lo quiera– su hija menor de edad y muy avanzada para su edad. Dicen que el límite está en el infinito, con todo. Pero entonces la mujer cuelga, y sin soltar el teléfono se da la vuelta, y con el mismo aparato golpea a una compañera que está atendiendo en otra caja, la número tres concretamente. El móvil se llena de sangre de la cabeza de la otra cajera, una muchacha que no parece llegar a los 20 años y que masticaba chicle. Alguien, algún tipo de gerente, os invita a hacer cola en otra caja (la cinco). Mientras te cobran por fin, la mujer, sin que nadie la detenga aún, golpea con el filo del móvil la cabeza de la muchacha, cuyo cuerpo ya no se defiende. El mismo tipo, el gerente, os sonríe mientras espera a que alguien le conteste por un teléfono que parece de circuito interno.

Como cada mañana desde hace algunos sábados, ves por la ventana cómo esa niña de los vecinos golpea a su muñeca. Está en el jardín de su casa. Tú has ido a ver a una chica a la que a veces vas a ver. Lo dices siempre así; «Voy a ver a esa chica». La niña es vecina de la chica. La chica ha salido a hacer alguna cosa y te ha dicho que por favor la esperes, que comas algo si quieres o pongas la tele. Prefieres no tocar nada. Además el asunto tiene algo de perturbador, la niña parece realmente cruel con esa muñeca. No parece una niña “bipolar” al uso que cambie de humor y que reaccione de forma extraña y que luego abrace a su muñeca. Solo la golpea; y lo hace calculadamente, no quiere desgarrarla o destruirla, quiere poder seguir haciendo lo que hace, torturarla. Debe tener unos cuatro o cinco años. La muñeca es algo parecido a la Nancy con la que las niñas de tu generación jugaban; aunque las niñas de tu generación –por más que a veces arrastraran a la infante ficticia por los pelos para llevarla de un lado a otro– eran bastante más cariñosas con sus juguetes. Esta niña es rubia y tiene algo raro en la mirada, no sabes si es una mueca o si es que su cara es siempre así. La cara de la muñeca recibe puñetazos y se deforma y luego vuelve a su forma original con sus ojos azules y su sonrisa vaga. Es como si esa niña viera algo muy raro e irritante en el hecho de tener que conformarse con que su juguete tenga que ser también una niña pero de mentira. Además una niña que no es de carne y que no respeta las proporciones físicas naturales. Eso parece dar luz verde a la infante real para ser poco considerada, agresiva y hasta violenta, y esa violencia crece a cada minuto. La chica a la que has ido a ver vuelve por fin y le preguntas por esa niña de los vecinos. Te dice que conoce a la madre, que la niña no es muy del montón que digamos, que hace poco descubrió más o menos para qué sirven, precisamente, los condones –saca una caja de ellos de una bolsa y te la da–, y que alguien le ha dicho que a veces los fabrican en el mismo lugar que a esas muñecas, y que sus padres andan locos por saber quién le ha metido eso en la cabeza, y que hace semanas que esos progenitores no pueden darse un beso en la mejilla si la niña está a menos de cien metros a la redonda.

Sábado y bastante tarde. Te contesta su voz cálida y femenina y a pesar de todo incorpórea a través del contestador. Nunca habías tratado con nadie que realmente usara contestador. Las redes sociales no son algo que ella tenga pensado incorporar a su rutina. Al cabo del rato llamas otra vez. Coge el teléfono un tío, habla en francés. Cuelgas. Buscas en tu ordenador las fotos que tienes de ella. Luego buscas un video porno de alguna pareja que folle en francés, a los que se oiga jadear y hablar en francés. Cuando tardas demasiado en ese proceso, no siempre consigues acabar.

A veces la gran nube te hace toser. Le preguntas al primero con el que te topas qué pasa de verdad. Qué es lo que pasa, joder. Te susurra que te calmes. Has caminado como dos horas sobre una especie de textura de lodo blanca que no te deja nada en las suelas. Preguntas cómo funciona el tema de las mujeres, es decir, ¿las hay? (no sabes por qué, pero eso te carcome de repente). Caminas junto al tipo, pero no parece muy dispuesto a colaborar. No te cuadra que haya mujeres, y si las hay deben ir ataviadas de tal forma que te parezcan hermanas de sangre o algo así. Técnicamente, caminas sobre nubes, aunque quizá dependa de a quién preguntes. Entonces comienzas a notar un dolor agudo en el pecho, todo se oscurece. Es un proceso repentino. Notas humedad en la espalda, y que de golpe estás echado boca arriba. Alguien te llora en la cara. Comprendes. Intentas notar todas las extremidades, y aunque todas te duelan eso te alivia de una forma indescriptible. No conoces a la tía que te llora en la cara, así que supones que ha de ser la conductora. Oyes la sirena de lo que debe ser una ambulancia que llega con mucho retraso. Recuerdas cuando un colega te dijo que si te pasaba algo realmente chungo y necesitabas ayuda muy muy rápida, era mejor que tuvieras el teléfono de un restaurante chino a mano, al menos el chaval de la moto tardaría mucho menos que una ambulancia, y es muy probable que pudieras delegar en él, para que cogiera las riendas de urgencia de la situación. Vienen dos o tres tíos a levantare para ponerte en una de esas camillas. Se supone que es un momento crítico, que si alguien la cagara haciendo lo suyo, en ello podría residir la diferencia entre acabar paralítico o sano del todo algún día. Cuando te levantan para trasladarte, un destello de dolor brutal te recorre desde la cabeza hasta el culo.
No sabes a qué se debe, pero mientras viajas luego dentro de la ambulancia, solo puedes pensar en uno de los primeros recuerdos mínimamente detallados que tu cabeza consiguió retener; un día con una bata en una clase primaria, quizá primero o segundo de primaria, cuando estabas un día recortando trozos de una cartulina roja, y la profesora te decía algo como que tenían que ser «independientes entre sí», los trozos; y no tienes ni idea de por qué te decía eso, ni cuál era el ejercicio o la actividad de Plástica. Y no solo eso, además te preguntas por qué te hablaba así siendo tan crío, y cómo si en teoría no podías entender esa frase, ahora crees poder recordarla perfectamente.

Sandy Coben
Sandy Coben

Mis arenas movedizas, tus arenas movedizas

Se trata del contenido de un sueño, de sueños por párrafos, y luego puede que recuerdos, pero espera. La imagen es muy concreta, y como en todos los sueños, o al menos en los míos, todo parece suceder de un modo simultáneo, como si más que una sucesión de hechos se tratara de un concepto que se te presenta sin más a un palmo de la cara. Como si fuera algo que potencialmente se pudiera describir con una sola palabra. Con la dificultad de que la palabra no existe. Y cuando digo que no existe, lo digo de la misma forma que existe “el amor” pero la palabra «amor» puede parecer un eufemismo relamido en relación a esa punzante y demoledora sensación cuando de verdad uno la siente.
(De ahí quizá muchas confusiones vitales: el lenguaje se define por sus limitaciones; el intentar trascenderlas es lo que podríamos llamar Literatura.)
Este sueño también suscitaba una sensación clara, aunque muy distinta a la mencionada, e igualmente necesitada de cierta paja mental descriptiva teniendo en cuenta –insisto– que sugería un concepto para el cual no existe una palabra, aunque dé la sensación de que debería haberla teniendo en cuenta lo intenso que era el sentimiento. Es decir, como cuando en la vida real lo mejor es callarse la boca. Cuando llegas a la conclusión de que no todo se puede largar, aunque quizá sí haya cabida para un intento de escritura al respecto.
Otra forma de decirlo: Cuando no existe el adjetivo y no puedes ser, digamos, científico a un nivel de vocabulario y gramática, te limitas a explicar una historia, la historia; hablas de formas y colores y sensaciones y lugares, hablas con palabras que sí existen y las amoldas a la fuerza (aunque finjas elegancia o hasta mientas) para ver si puedes hacer que expresen algo cercano a lo que sentiste o sientes. Violas el lenguaje contra la pared de tu sentimiento. Con todos estos sueños. Embistes fuerte y esperas que quien lea atisbe al menos un tercio de lo que tú percibiste.

En este caso se trataba de la habitación donde dormí hasta los 14 años. Luego ha sido una pequeña sala de estar, habitada –sobre todo en invierno– básicamente por mis padres. Un mueble, un sillón de tres plazas, otro sillón de una, una mesita con revistas y crucigramas y una tele. El día es nublado y oscuro. Toda la información llega junta, como un pegote de argamasa cerebral. El día es nublado y oscuro y es por la tarde, simplemente lo sabes. Hay una leve vibración en la habitación y también en la calle, en la que no hay nadie. Yo no suelo habitar esa habitación desde hace años, pero en ese momento estoy en ella con mis padres porque estoy seguro de que todo ha llegado a su fin. Aun no siendo una familia en la que nos demos fácilmente a besos, abrazos o efusiones por el estilo, en ese momento me siento en el brazo izquierdo del sillón de tres plazas e intento rodear a mis padres –sentados muy juntos– con mi brazo derecho. Es crucial estar con ellos. Miro de reojo la ventana que queda detrás del sillón por encima de mi hombro izquierdo. Aumentan los tonos grises en la calle, y flotan una suerte de esporas obesas que revolotean; todo adjunto, hay que recalcarlo, a esa leve vibración que no me hace pensar en un terremoto, sino en lo que antecede a Absolutamente Nada. La sensación no es de pavor, sino de una tremenda tristeza o nostalgia, o la certeza de que ya, sea para lo que sea, no hay solución para nadie: algo así como un punto de no retorno global. No miro a los ojos a mis padres, solo les rodeo fuertemente con el brazo y me encojo sobre ellos. Tengo los ojos llorosos, pero no les miro no por eso, sino por no poder soportar la idea de verlos a ellos también así. Los grises se van convirtiendo en negro, y no es hora de que se haga de noche, además es algo demasiado rápido para los tránsitos de un atardecer. En última instancia, no aumenta la vibración, pero es como si lo hiciera. En la recta final de pocos segundos, antes de la neutralización de todo lo conocido, mi madre no puede evitar soltar un grito.
Era terrible sentir que, quien les había dado a entender sin hablar que ya no había mañana, había sido yo. E incluso que, de alguna forma, algo que siempre había estado presente –algo Superior, algún tipo de Ente omnipresente, Dios o el Diablo o puede que sencillamente la Naturaleza– había dicho Basta.

En otra ocasión, yo era pequeño y despertaba una mañana en un día cualquiera. Era otra vez un día encapotado (esto me jode, porque de normal me gustan los días encapotados). El caso es que era demasiado pequeño, tanto que mi madre aún me supervisaba en cosas como ir al baño o ir a dormir (mi madre era un Ser Superior en el sentido de depender a múltiples niveles de ella). Al salir de la cama ya sentía que estaba solo en casa y que algo no iba bien. Me dirigía al comedor, era un sueño recurrente de la infancia y siempre era igual (una vez se lo conté a mi madre y culpó a la peli Cocoon…), siempre despertaba y me iba al comedor. Luego me daba por ponerme de puntillas y asomarme bien por la ventana, buscaba respuestas en la calle. Abajo, en una de las plazoletas más distantes de mi bloque de pisos, ahí estaban TODOS; esa palabra que luego te enseñaban que según el contexto podía ser conjunción, adjetivo, adverbio o sustantivo, y que en la edad adulta algunas personas asocian a todo un país o el planeta entero… pero, al fin, un conjunto obvio de letras que de crío solo entiendes como el único Todos real que conoces y vas a conocer en tu vida; es decir, tu familia y la gente que quieres o tiene por un motivo u otro alguna relación personal contigo. Ahí abajo estaban todos, mis padres, mi hermano mayor, mis amigos, algunos vecinos del barrio, y formaban un círculo y se agarraban de las manos. Yo, cómo no, enseguida saqué una conclusión, era un ritual de abandono y el que se quedaba atrás era yo: me dejaban solo y se largaban. No solo en un sentido físico, sino puede que incluso metafísico, espacial/temporal, algo en lo que de ninguna forma yo –en pijama y aún en la edad de informar a mi madre cada vez que iba al baño– tenía voz ni voto, no podía evitar lo que estaba pasando.
Como no podía ser de otra forma, lo primero que hice fue localizar a mi madre en ese círculo. Cuando la vi, comencé a llamarla a gritos. Llamaba y llamaba, y ella no me hacía ningún caso. Yo no merecía estar ahí con ellos, ese era el mensaje, no merecía ir a donde ellos –todos– iban. Entonces, el cielo sobre las personas de mi vida se comenzó a abrir. Una luz que no era del sol manaba de aquella grieta. El motivo por el que yo no salía de casa para correr llorando a los brazos de mis padres o para pedir explicaciones de lo que estaba pasando, no era solo logístico –nunca había usado aún unas llaves ni había ido solo a sitio alguno–, el motivo era que lo que yo entendía de aquello es que esas personas que habían –obviamente– fingido que me querían, no querían que me fuera con ellos. Iba a tener que arreglármelas solo (en todo) a partir de ese momento. Yo gritaba hasta desgarrar la voz, y eso era todo lo que me merecía tener.

Lo peor que hay es que una pesadilla comience –en contenido– contigo en la cama. Mi madre me despertaba de madrugada, me zarandeaba y decía algo con la voz temblorosa. Lo que me decía era que mi padre había muerto mientras dormía. Cuando desperté de eso, aún estuve al menos un minuto en la vida real pensando que mi padre había muerto. El escenario era exactamente el mismo, solo faltaba mi madre sentada en la cama dándome la noticia. Además de lo terrible en sí de la noticia, además de la perdida del ser querido, otra cosa que convertía a ese sueño en, con diferencia, el peor que he tenido, era que mi madre se sentía súbitamente completamente sola, y que no estaba tanto informándome de lo que había pasado como buscando apoyo, como intentando no desmoronarse. Fue la época en la que –con once o doce años– me parecía que los padres de los demás niños eran todos más jóvenes que los míos (esto era así en algunos casos, pero en otros no, claro, pero se me metió esa cosa en la cabeza), y que faltaba muy poco para que los míos se murieran, algo para lo que, de alguna forma, he estado –sanamente o no– toda la vida preparándome.

Esos entrañables sueños de la que llaman la Etapa más Feliz de la Vida… La Etapa más Feliz de la Vida parece definirse por la idea de que es casi seguro que no vas a crecer como es debido (porque esa cosa no está muy claro que exista), y que solo vas a ser un superviviente, y que más vale que aproveches de crío eso de ser una persona o un ser humano libre o lo que fuere, porque de mayor, objetivamente, solo vas a tener tiempo, medios y carácter, para ser poco más que una sidosa, purulenta y amargada Puta con tu País como Chulo. Fea del modo en que es fea una persona que no es feliz y se pudre por dentro, y feliz del modo que lo debe ser alguien que habite un campo de concentración –ideado por uno mismo– y vea que ha sobrevivido un día más… Cuando te preguntan de crío qué te gusta o qué quieres ser de mayor y tú lo dices (si lo haces), lo que recibes a cambio es una broma adulta, a veces incluso en un tono que se debe al hecho de que el adulto no solo cree que no vas a poder ser lo que quieras, sino que ni siquiera –al igual que él– sabrás cuando has de saberlo qué coño quieres o te gusta, y te dedicarás nada más que a pagar facturas y a tener otro hijo del que reírte por lo inocente y pobrecito que es con su visión limitada de la vida. La Educación de los niños parece estar a un “paso responsable” de la castración. Ya encontramos el modo de dejarlos en algún lugar mientras los papás se van a pagar facturas; quizá si a partir de hora castramos a los más activos, se tranquilicen y molesten menos cuando estén en el parque o de veraneo, puede que así se queden quietecitos y estén más monos. Se hace con los perros, el mejor amigo del hombre. Son soluciones prácticas. Has sido papá, enhorabuena, tu hijo es un niño precioso y lleno de vida, pero tendrá que centrarse. Parking de niños y luego parking de coches bajo el parking de trabajadores. Luego, atesorar recuerdos cuando a uno le dejen.

Hay algo en los recuerdos que casi parece un mecanismo inconsciente de defensa. Así como se tiende a minimizar e intentar arrinconar los malos recuerdos, también se tiende a exagerar y mitificar los buenos. Diría que incluso hay gente que hace planes no tanto para hacer cosas como para tener buenos recuerdos (habitualmente la misma que habla de Carpe Diem). Esta idea es bastante retorcida, pero a menudo me ha parecido factible. Planes para tener bonitos recuerdos: es decir, decides que tal día vas a ir a tal sitio con ciertas personas; y, a no ser que ese día pase algo realmente malo, algo que no se pueda negar (del orden de ser víctimas de un accidente, un atraco violento, un atentando bomba o similares), todos diremos que el día fue un buen día; y al cabo del tiempo el día ya será genial cuando se hable de él, y luego será un día mítico; las vivencias del mismo evolucionarán, ganarán en matices, los detalles se convertirán en historias, las sonrisas en carcajadas, los momentos divertidos en momentos hilarantes, etcétera. No resulta tan extraña la teoría teniendo en cuenta que de normal la gente ya lo planea todo; no es tan raro que puedan planear la leyenda de los días, el pasado que está por venir. Hay que asumir que, por raro que suene, hay personas que creen que el razonamiento propio o la espontaneidad se obtienen en la sección de guías de viaje, en inmobiliarias, en Ikea, en gimnasios, en aulas. El esfuerzo titánico que hacen por simplificarlo o controlarlo todo puede afectar también a los recuerdos. Y nadie va a ir a decirles que tienen que recordar las cosas como fueron, o, si eso es imposible, al menos dentro de lo posible. Nadie les va a decir que ya es triste vivir de recuerdos, pero que vivir de recuerdos que encima son falsos o están hinchados de esteroides, bueno, ni siquiera hay un adjetivo para definir eso…

Yo tampoco soy original, y como cualquier otro también tengo recuerdos adulterados. El problema es que no tengo ni zorra idea de cómo mi cabeza gestiona ese asunto. No parece el mecanismo habitual de negación o mitificación. No parece haber un proceso de filtrado claro. Así como los sueños solo me sugieren Basura del Subconsciente, los recuerdos parecen estar ahí para algo más que dar de comer a álbumes de fotos o violarlos en favor de alguna cena multitudinaria. Creo, aun así, que tienen una utilidad relacionada con el aprendizaje mucho menor del que casi todo el mundo quiere creer. Creo que creer eso es solo otro mecanismo de defensa. Algo te ha ido como el culo y alguien viene y te dice que eso es bueno, etc.
En el recuerdo, por ejemplo, la infancia me parece ahora casi otra vida, una vida anterior. Algo que debió llegar a su fin más o menos cuando en el colegio hicieron todo lo posible –a base de buenas intenciones…–para convencerme de que era un inútil y que solo serviría para ir por ahí como un zombi cabeza-hueca hasta el fin de mis días. Como alguien que jamás tendría una idea propia o capacidad para razonar nada de lo que viera. Digo esto porque, a pesar de haber sido mal estudiante a partir de los diez u once años, ahora cuando paso cerca del colegio en el que mal-cursé la primaria, me siento extrañamente relajado, me siento bien, y no tengo la más remota idea de por qué. Cualquiera te diría que es porque me invaden enternecedores recuerdos de mis compañeros de aquella época, o que echo de menos la hora del patio o los jaleos en clase o los espectáculos forzados de variedades. Pero lo cierto es que no pienso en nada de eso cuando me siento así. No hay nada concreto en mi cabeza, nada de nombres ni días buenos ni malos días ni castigos…, ni siquiera es por recordar a alguna niña en concreto, y mucho menos a algún profesor.
Esto no solo me pasa con el colegio, también me siento así, relajado, positivo y como anestesiado de un modo natural, cuando pienso en el pueblo al que fui a veranear con mis padres hasta los 17 años (creo). Y tampoco se trata de recuerdos concretos, aunque allí sí lo llegara a pasar objetivamente bien. Cabe decir, eso sí, que siendo un niño tímido, retraído y demás, tener que volver a retomar amistades o contacto con familiares que también veraneaban allí, era un proceso agotador para mí. Además de que en dicho pueblo, uno extremeño para más señas, algunas niñas me veían como alguna especie de manjar exótico y lejano, algo que provocó más de una y de dos anécdotas que, al margen de lo buenas o malas que fueran (las anécdotas), me hicieron pasar por momentos de tensión y nervios que no recuerdo con mucho cariño (aunque tampoco con drama). De entrada, yo no quería ir; yo quería veranear en mi casa de siempre y estar con mis amigos, y no tener que amoldarme a otro grupo de amigos en otro lugar (nunca pensaba en que mis amigos de la ciudad seguramente estarían fuera también). Luego llegaba al pueblo, y tras dos o tres días de adaptación y saludar sin parar a gente y aguantar besos desagradables de familiares y evitar contestar a preguntas y etc., había momentos de todo tipo, y algunos muy buenos. Normalmente los buenos momentos tenían que ver con partidos de fútbol de los que participaba en cierto polideportivo al aire libre. La gente se sentaba a mirarnos jugar en unos grandes escalones a modo de gradas, y cuando acabábamos nos íbamos a la piscina que había justo al lado. Los “malos” momentos tenían que ver con el hecho de tener que adaptarse a la fuerza a los quehaceres del pueblo si no querías, en resumen, quedarte solo; esto incluía, durante las fiestas (principios de septiembre), toros en una plaza portátil, entre otras lindezas. Y los momentos incómodos, o poco definibles, o que incluso abarcaban lo malo, lo bueno y lo extraño a la vez, tenían que ver con niñas, y luego con chicas de 16 y 17 años. Los dos últimos años fueron especialmente tensos en ese aspecto… y no porque yo fuera un crápula precisamente.
Tanto en el caso del colegio como en el del pueblo, insisto, no se trata de hechos concretos, sino de una sensación residual en particular.
No me atormenta que no haya palabras específicas para definirlo, o que solo pueda tirar de verborrea. Pero no dudaré en maldecir al interprete de los sueños y los recuerdos. No dudaré en cagarme en los muertos de quien crea que puede explicarme lo que yo siento. O en, sencillamente, quien crea que tiene siempre respuestas cerradas o que hay palabras para todo.

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El Gran John

El de siempre se cuela en el despacho sin llamar a la puerta ni nada parecido, (la confianza sacada de quicio), lleva un palillo en la boca estilo fumador-pero-no-pero-sí. Mi colega. También lleva un caramelo, se mueve de un lado a otro (él, no el caramelo). Es J. D. K., las mujeres aquí le llaman Babas. Él cree que ellas le respetan y admiran, aunque creo que hace poco está comenzando a creer que cree que le respetan pero solo le ignoran: una compañera dice que pronto sabrá que cree que le respetan pero solo le ignoran para ocultar que le desprecian. Él es como yo o cualquier tío, pero sin saber decidir cuándo es mejor mirar escotes y culos; calculando al menos para que las chicas sepan que lo haces pero puedan obviarlo a la vez que tus esfuerzos por ocultarlo puedan llegar a parecerles tiernos o monos y así también sentirse atractivas. No se trata de si miras o no (porque vas a mirar), sino de tu capacidad para la decoración abstracto-voyeur de lo que proyectas hacia fuera. La timidez puede funcionar, también la timidez fingida, el silencio, a veces, pero no modos de comportamiento como tener que acordarte de volver a mirarles a los ojos en una conversación. No ayuda tampoco que, como le pasa a Babas, vuelvas a tragar saliva demasiado tarde. El tipo que fundó la empresa (siempre ausente, o bien –dicen– camuflado en señor anodino de la limpieza), conformó un equipo de Personal masculino cuya política de contratación en lo relacionado a las mujeres de la empresa es poco menos que descaradamente sexista: siempre mucho más basada en cuestiones físicas que en capacidades que una persona pueda cultivar por sí misma y no dependan solo de la suerte en el reparto genético, etcétera. Así, el sesenta y cinco por ciento exacto de la empresa son chicas que van de los veintipocos a los treinta y pocos (con sueldos de chica), y siempre atractivas al modo femenino y sutilmente erótico en que lo son las mujeres que se suelen contratar en ciertos canales de televisión. Aquí, sin embargo, no existe la excusa discutible de la audiencia, es solo un asunto meramente paisajístico, es como decoración de interiores humana; lo que más se consigue es que todos los tíos se distraigan y se pasen el día mirando aquí y allá como quien no tenía la intención. Algunos, con dignísimos ademanes, han llegado a comentar que están deseando que les den un despacho para poder engalanarlo con fotos de sus hijos y sus mujeres (normalmente mucho menos atractivas que las empleadas y dadas a poner caras raras los días de puertas abiertas en los que se reúnen empleados y familias de empleados).
Babas se traga el caramelo sin querer y maldice. Se sienta en la silla frente al escritorio.
–¿Sabrás que dicen que el Gran John llega a la ciudad? –murmura, con cierta ansiedad.
–Sé que lo dicen…
–¿Sabes que lo dicen…?
–…
–Tío, es como si todo te diera igual.
–¿Quién lo dice?
–¿Lo del Gran John?
–Lo de que todo me da igual.
–Eso lo digo yo, pero lo del Gran John lo dice todo cristo, pon la tele si no. Las chicas van de un lado a otro como locas, cuchicheando, poniendo esas caras de miedo barra emoción, como si algún negro se acabara de bajar los calzoncillos, es un espectáculo.
–Como si algún negro le hiciera justicia a la leyenda, tío, ya.
–¿Me estás escuchando?, todo se puede ir a la mierda en cuestión de días…, ¡o de horas!
–Te escucho, cuestión de horas.
–¿Cómo puedes teclear y escuchar a la vez?
–Teclear y escuchar, sí, dime.
–El Gran John, tío, ¿te imaginas?
–El Gran John.
–No sé si lo has visto.
–Por la tele.
–Tío, es como un asesino en serie de ciudades…
–De ciudades.
–Increíble, yo aquí perdiéndome el espectáculo de tías que hay ahí fuera y tú ni caso.
–El despacho no es mío, solo aprovecho que aquí esto no parece la mansión playboy y avanzo faena, J. D. K.
–¿El despacho no es tuyo?
–No, es de Verónica, está de baja por maternidad o algo así.
–¿Te molestaría decirme qué cosas del despacho son suyas?
–No, puedes hablar, pero no te voy a dejar olisquear ni reptar por aquí.
–Dios, Verónica… no me extraña que le hayan hecho un bombo, yo también me hipotecaría si tuviera acceso diario a esas…
–Espera.
–Qué.
–¿Has oído eso?
–…
–…
–El qué.
–Nada. Solo necesitaba cinco segundos, puedes seguir.
–Tío… ¿Pero entonces te estás follando a esa titi?
–A quién.
–¡Verónica!
–Te he dicho que creo que está de baja por maternidad.
–¿Y?
–Olvídalo.
–Tío, el Gran John, esa cosa, tío.
–Lo sé.
–Ya sé que eres muy parco y muy hierático y que llevas alguna especie de máscara empresarial o lo que sea, pero el Gran John no va a hacer una excepción contigo, colega; no es como esa palurda de recepción que te mira como asomándose al gran cañón.
–Vanesa.
–Lo que sea, oye, estás… eres solo otra pieza del Tetris, ¿entiendes?, y la Game Boy se va a ir al carajo. Esta vez ni tú te vas a librar.
–Es el final de la partida, ¿es eso?
–Justo eso, tío. Y lo peor es que no se puede prever. Esa cosa llega de repente y comienza a morder y agitarse y toda esa mierda post-nuclear.
–Una Game Boy para un crío demasiado pequeño, lo sé.
–Exactamente, tío, ¿oye, no vas a acabar eso?, tengo una hambre de narices, quiero ir a la cafetería.
–Idoia.
–Oye, no es solo por la camarera, es que necesito un paréntesis, creo que me voy a caer redondo, carencia de azúcar.
–No, creo que esa chica te gusta de verdad, y no sabes cómo gestionarlo.
–¿Ahora dejas de escribir? ¿Y tú sabes…?, ¿cómo has dicho?… ¿gestionarlo?
–Nadie sabe, y quien te diga que sí no solo miente, además seguramente sea un capullo de la vida. De todas formas la Game Boy va al cubo de la basura, ¿no?
–Pues por ejemplo ese chaval de la fotocopiadora parece que sabe gestionarlo…
–No, yo hablo de… ya sabes de qué hablo, no hablo de meter mano. Hablo de sufrir, todo eso que dicen que al Gran John se la trae al pairo.
–A veces me gustaría ser el Gran John.
–Si no te vas no podré acabar esto.
–Tú sigue, solo necesito algo de desahogo. No sé qué hacer.
–Ahora no sé de qué hablas.
–Ni yo sé de qué hablo…
–Oí que algunas parejas irán al Acantilado Óptica para ver cómo llega el Gran John…
–¿Qué?
–Lo que oyes, es como… qué se yo, romántico o lo que sea. Se ha hecho en otras ciudades, van a miradores, sitios elevados. No sobrevives, pero tienes una posibilidad de ver algo espectacular antes de…
–Pero cómo saben cuándo llega…
–Yo qué sé. Oye, el gran John escarba, ¿verdad?, cava túneles… Los biólogos y demás dicen que no hay un patrón de comportamiento claro, pero que a veces suele seguir en la dirección en la que se fue del anterior destrozo. De modo que supongo que alguna gente acampará y esperará.
–¿Parejas?
–Quien quiera, pero he oído que es bastante propio de las parejas. Lo que hacen las familias y la gente normal y demás es huir en coche, gritar, rezar…, y luego morir como vivieron, acojonados, pero ya sin poder fingir valentía; oye, ¿no puedes dejarme ni diez minutos?
–¿Insinúas que invite a Idoia a morir conmigo?
–Bueno, o puedes invitarla a cenar…
–…
–…
–Oye, ¿por qué te burlas de mí?, ¿qué es esa sonrisa?…
–Has sido tú el que ha venido con el cuento del Gran John y la Game Boy, como si esta empresa no fuera ya como un gran Tetris en el que van cayendo piezas y desapareciendo a medida que encajan…
–No te sigo…
–El Gran John no hace falta, ninguna falta, es como un extra, es incluso emocionante; tú lo has dicho, todas en la oficina cuchichean, ya llega el gran negro mutante con su Coca-Cola de dos litros para follarnos. Además es imprevisible, huir es tan seguro como no moverse del sitio, y creo que eso a alguna gente le gusta en secreto… Y no me he inventado lo de las parejas, lo hacen de verdad, al menos las que llevan un tiempo juntas, el suficientemente poco para creer que una muerte horrible puede ser romántica.
–Mi madre estuvo el otro día viendo durante media hora un reportaje con videos del Gran John pensando que era una película… o eso me dijo mi padre por teléfono.
–Puede que lo hiciera tu padre. Mis padres proyectan sus mierdas entre ellos, llevan cincuenta años jugando una especie de tenis del sarcasmo. Mi madre está aterrorizada con eso del Gran John, y tiene 85 años; es probable que se muera antes de vieja que por ese bicho.
–Esa tía, la pelirroja tipo peli de los 90 que fuma como un carretero, me dijo que en los relojes públicos también debería haber debajo de la hora un mensaje: El Tiempo Mata. Dice que los avisos con las drogas conllevan una hipocresía casi metafísica.
–Vivir mata.
–Está buenísima, por cierto, es irreal, como si en Pixar hubieran decidido dejar las pelis y hacer tías.
–No voy a poder acabar con esto, y nadie te ha dado permiso para manosear ese boli, que además es mío.
–Tío…
–Vete y espérame abajo. No le tengas miedo a esa tía.
–¿A Idoia?
–Sí, te aterroriza. La fumadora será de Pixar, pero para ti Idoia ahora es como una peli de Lynch chutado de LSD… Y eso que es como un bizcocho humano…
–Eres un cabrón retorcido. No le tengo miedo, pero no quiero cagarla.
–Lo bueno de Idoia es que ya sabe que eres idiota, pero no le importa. En realidad estás en un musical de Robert Wise y aún no te has enterado.
–…
–Sonrisas y Lágrimas…
–Oh…
–Y sin embargo sigues aquí. Y yo tengo que seguir demostrando que un tío puede hacer más de una cosa a la vez.
–Es que no quiero que piense que voy solo para verla.
–Claro, no sea que crea que te gusta, no queremos eso…
–No seas capullo, no es eso…
–Si no te gustara como te gusta quizá ya te la habrías llevado al piso ese de estudiantes sin estudiantes que tienes… No digo que te comportes como siempre, pero si te ve tartamudear un poco a lo mejor capta mejor lo que pasa.
–No quiero tartamudear, pero tampoco quiero que piense que…
–Oye, ¿qué va a pensar?
Alguien llama con los nudillos a la puerta. Digo Adelante y entra. Es el hombre que se encarga de vaciar las papeleras.
–¿Qué va a pensar? –repito. Pero Babas no dice ni mu. Espera a que el tipo se vaya.
–Tío…
–¿En serio te crees esa mierda de que Gustavo es el amo de la empresa?
–Oye, nunca se sabe, ¿vale?
–Oh, claro, claro, es muy sospechoso…
–Lo que va a pasar es que ella me va a dar largas si yo no…
–Pero oye, cuál es la conversación más larga que habéis tenido, algo como “Eh, perdona, era con sacarina”, pero de qué coño vas, ve abajo, hay tías a las que les enternece andar por ahí con un tipo como tú diciendo sandeces, en serio.
–No sé por qué te pones así, tú te cagas igual que yo cuando una tía…
–Claro que sí, joder, pero esto es como aparcar: se ve mejor desde fuera, y yo soy el pavo que ve que estás a un palmo del coche que crees que vas a rozar, tío. Hazme caso.
–Ella no es un aparcamiento.
–Todo es como un aparcamiento, tío. A no ser que seas el Gran John…

Cafetería. Idoia va de un lado a otro, haciendo las cosas de Idoia la camarera (como la suele llamar mi colega a menudo). Babas no deja de evitar mirarla.
–Oye, ¿crees que el gran John tendrá alguna especie de Gran Pene con escamas o algo así?
–¿Qué coño dices?
–Lo digo porque al ritmo que vas, si llega ahora, igual se lía antes que tú con la camarera… El Gran John, Idoia, podrían tener una cría, La Gran Idoia, aunque si fuera crío podría llamarse Gustavo; podría haber viajado atrás en el tiempo para vaciarnos las papeleras mientras nos paga el sueldo base para licenciados…
–¡Calla, joder! –me susurra.
–Hace ya demasiado tiempo que esa tía es Idoia la camarera, ya debería ser Idoia la tía por la que ya no te veo la mitad del tiempo que antes te veía. Ya deberías estar con ella y tus colegas del barrio cada viernes en una terraza pensando en si alguien dirá algo de ti que no quieres que ella sepa.
–No se de qué coño hablas.
–Ya podríais ser una pareja, J. D. K. e Idoia la novia. Si quieres pido yo los cafés cuando se acerque…
–Te creces mucho cuando el problema de faldas no lo tienes tú, ¿verdad?
–Qué quieres que te diga, es divertido, si no lo largaras todo siempre quizá avanzaras más rápido con estas Idoias, y yo seguiría a lo mío. Ahora podríamos estar hablando del Gran John, de qué hacer pocos días antes de morir y todo eso.
–Ya…
–Pero te gusta montar un pequeño drama urbano. Eres como esas becarias del curro que creen que un día cobrarán mucho más, que van por ahí con el foulard y creyéndose mujeres sufridas e inteligentes a los 22 años. Esas chicas de follabilidad extrema que cuchichean y han pasado de creer que hablar más de la cuenta es malo a creer que es moderno y necesario.
–La mitad del tiempo no sé de qué hablas.
–Alguien tiene que decir algo, tú ahora estás anulado… Pero es normal, es esa cosa de cuando crees que te vas a poder follar a la tía que te gusta y se te encoge el estómago y desaparece el hambre y te crece una especie de dolor de barriga agudo y crees que ni se te pondrá dura llegado el momento. Es como si te estuvieras encogiendo sobre ti mismo y te fueras a convertir en canica humana. Ops… aquí viene…
–¿Qué va a ser chicos?
–Hola, Idoia. –Babas.
–Hola… qué va a ser…
–Yo café solo, gracias. –Yo.
–Yo… eh… yo también café solo.
–Muy bien…
Idoia se va dando pequeños pasos, como brincos tipo Idoia.
–Bueno, no ha ido tan mal…
–Calla. Esto es una mierda, casi ni me sale la voz cuando está cerca.
–Creo que alguien está empezando a necesitar un colapso urbano tipo Gran John.
–Además está eso, para decir la verdad estoy acojonado, doblemente acojonado. No quiero que esta tía se me escape, y tampoco quiero morir…
–Si la muchacha viera que la metes en el mismo saco que al Gran John podría ser un buen piropo.
–A veces no sé si eres muy previsible hablando o si eres jodidamente previsible hablando. ¿Qué me dices de esa muchacha de recepción que te mira como si en el fondo no fueras un pozo de miedo e inseguridad camuflado con seriedad natural y movimientos calculados?
–Joder, movimientos calculados…
–Si la invitaras a salir yo podría decirle algo a esta tía y podríamos salir los cuatro, creo que eso me ayudaría…
–Entiendo, ahora quieres meterme en la ecuación, compartir la presión.
–Vamos, Samsagaz Gamyi, comparte la carga si tienes huevos…
–Ni tan siquiera conozco a Vanesa.
–Joder, ni yo a esta tía.
–Ya, pero tú llevas una flecha rosa atravesándote el torso desde hace la tira, y eso no es culpa de nadie. ¿No estabas hambriento, por cierto?
–Lo estoy, pero me he bloqueado cuando ha venido; joder, has pedido sólo un puto café solo y de golpe me ha parecido estúpido pedir comida…
–Ahora tu desnutrición urbana será culpa mía…
–A veces creo que ver un par de rascacielos desmoronándose en directo me tranquilizaría.
–No te preocupes, no estás solo en eso, mucha tente quiere que pase algo de una vez, aunque por supuesto nunca se imaginan dentro del edificio que engrose el currículum nuclear de ese bicho.
Idoia llega con los cafés, como aparecida de la nada. Babas hace un gesto brusco para ayudarla a dejar los platillos y tazas, y tira un servilletero al suelo.
–Oh, lo siento…
–No te preocupes.
Ambos se agachan a la vez a recogerlo. Al final lo agarra ella y lo deja encima de la mesa. Idoia sonríe de un modo raro, quizá incómoda, y se va meneando la pesadilla de mi colega.
–Tío, al final va a pasar de creer que le gustas a creer que es mejor no toparse contigo en un callejón oscuro…
–¿Crees que sabe que me gusta?…
–… Más bien espero que aún piense eso… porque si no no sé qué cojones debe pensar ya…
–¿Tan mal crees que va la cosa?
–Cuando uno deja que la cosa no vaya de ninguna forma durante demasiado tiempo, al final, por sí sola, comienza a ir regular…
–¿Regular?… cuando necesito algo preciso saltas con una ambigüedad.
–Mira la ventana, está comenzando a llover… ¿No dicen que a ese bicho le gusta la lluvia?
–Eso dicen, que le gusta hacer su numerito de Gene Kelly…
–La verdad es que está muy buena, eso hay que reconocerlo. Y siento sacar el tema tabú, pero la posibilidad de que tenga pareja supongo que no es algo en lo que pienses…
–Está claro que te diviertes con todo esto… y encima hablas de las chicas con foulard…, eres mucho peor que ellas…
–Siga el tabú, pues.
–Capullo… Pues no, no sé si sale con alguien, pero ¿qué tiene?, ¿veintiún años?, si sale con alguien lo más fácil es que solo sea un futuro ex, alguien de quien hablar con rabia contenida dentro de un tiempo con otras chicas con foulard y todo eso rollo que te saca de quicio. Todo eso del carpe diem está envenenado, tío. Yo no quiero carpe diem, quiero lo que quiero, quiero… posesiones humanas… propiedades privadas humanas, entre comillas, y ser yo también eso para alguien, no quiero experiencias ni todas esas gilipolleces de revista de peluquería. Prefiero ese rollo del Acantilado Óptica con ella y morirme con lo que quiero que no pasarme la vida con ese rollo de las experiencias y todas esas mierdas modernas urbanitas. No quiero ser moderno ni ir de un lado a otro ni tener siete grupos de amigos distintos sin tener casi nada de verdad, ni a nadie. Quiero sentir cosas de verdad y… no sé, tío…
–Vaya…
–No quiero tener un montón de cosas ni saber un montón de cosas sin haber profundizado en ninguna más allá de datos que se pueden escribir en un post-it. Me conformo con unas pocas, pero tiene que haber alguna real, verdadera, alguna que no puedas resumir en una puta cena de sábado en dos minutos delante de diez personas como quitándole hierro a todo.
–No conocía esta faceta tuya, en serio.
–Esa gente que habla sin parar de chorradas, tío. ¿Sabes por qué creo que le quitan hierro a todo lo que dicen respecto a sus vidas? No es humildad, tío, no es humildad ni temperamento ni temple ni pollas. Solo quieren hacerte creer que le quitan hierro a su vida, pero lo que pasa es que en el fondo saben que probablemente no tienen nada de verdad en ella, y que no tienen cojones ni de buscarlo ni de esperarlo. Es algo casi inconsciente; y lo ven como algo normal, tío.
–Me estás dejando pasmado…
–Yo no quiero estar vacío y fingir que no lo estoy a la vez que luzco esa pose de mierda condescendiente y metahipócrita para con todos. No quiero ser una falsedad urbanita andante y normalizada a cincuenta niveles distintos. Quiero tener algo tan importante como para que merezca silencio, como para no poder definirlo, algo que poder tomar en serio y que no caiga en las mismas chorradas recurrentes juveniles de mierda y se convierta en anécdota y luego en recuerdo y luego en una puta experiencia enriquecedora de los cojones. No quiero enriquecerme, ni creo que se aprenda de todo: quiero algo auténtico, algo por lo que liarme a puñetazos si alguien se atreve a bromear con ello para quitarle importancia…
–Ya veo…
–…
–…
–En fin…
–…
–…
–La verdad, esto era lo último que esperaba hoy aquí en la cafetería, con la sombra del Gran John flotando sobre nuestras cabezas y con Idoia la camarera tan cerca… Y yo que llevaba en la recámara un montón de bromitas y sarcasmos más, me has chafado el plan…
–Siento haberte chafado el plan del café, señorito, pero estoy demasiado afectado por… no puedo fingir mucho rato cuando la cosa no va bien…
–Y yo que cuando alguien menciona tu nombre me viene una imagen tuya quitándote el condón sin que la tía de turno se dé cuenta… Ahora no sabré qué pensar…

Periferia Microsoft. Anochece antes. Acompaño a Babas a su piso y me invita a subir a tomar algo. Hacemos auto-bromas sobre homosexuales, luego sobre alcohólicos. Al final Idoia nos despidió con un saludo y una sonrisa brillante y sincera. Eso calmó un poco a mi colega. Le he dicho que quizá ha sido una forma de decirle que ella sigue esperando, paciente, puede que hasta totalmente disponible. Bebemos cerveza, la tele está puesta sin sonido (algo muy propio de J. D. K., que parece necesitar tener algo neutro y cambiante en lo que fijar la vista en ciertos momentos). Una mujer de unos cincuenta años largos grita en la tele y mueve enérgicamente su brazo y señala a otra tan maquillada y poco atractiva como ella. El plató es colorido, hay sillones chillones y un presentador que finge intentar poner orden. El piso de Babas es desordenado pero limpio, no hay cosas como ropa usada por el suelo ni platos acumulados en la pila. Hay cd’s desperdigados, revistas, algún libro, trastos, fotos antiguas, un par de móviles, un ordenador portátil. Me sorprende ver en un mueble una foto enmarcada de sus padres; de fondo una cascada, sonríen, hará unos veinte años. Hay también un par de consolas, el GTA V muy bien conservado y metido entre dos cojines; al verlo se mosquea consigo mismo por haberlo dejado ahí tirado. Un clásico, me dice. Dejó de llover un rato, pero ahora vuelve a caer agua con fuerza, incluso relampaguea y truena.
–Tío –me dice J.D.–, cuando se pone el tiempo tan chungo, no sé por qué, pero me acojona más el tema del Gran John. Es como si aún estuviéramos más expuestos, o como si él pudiera llegar de un modo más silencioso…
–Bueno, creo que no es precisamente silencioso. El problema no es la lluvia, es la oscuridad. Él se debe sentir como en una maqueta muy detallada cuando está en una ciudad, pero no le importa joderla por accidente, no va lo que se dice con cuidado. De hecho dicen que el ochenta por ciento de lo que destroza es sin querer, es puramente accidental, solo por su tamaño. Solo va de paso, no come seres humanos, ni siquiera animales. Por lo que se sabe es vegetariano, pero incluso un vegetariano puede sentirse amenazado a veces. También se sabe que las balas y demás es como si le rebotaran. Y sobre todo se sabe que no se sabe de dónde ha salido. Tenemos solo un poco menos de información de la que tenemos con el origen de la humanidad; o sea, que es casi seguro que no lo ha hecho Dios, que es otro rollo tipo Darwin demasiado cortado, y que tenemos energía nuclear y demasiada mezcla de mierda. Parece que solo cabe esperar a que muera de viejo o algo así. Además tampoco ha echado crías al mundo, así que el Gran John parece que de verdad es John, a no ser que sea hermafrodita. Es una aberración huérfana. Es como una ironía de la naturaleza, la naturaleza tiende mucho a hacer estas cosas; hasta ahora solo se trataba de tornados, tsunamis, inundaciones… Puede que a partir de ahora de vez en cuando se generen engendros tipo Gran John. Con nuestra sabia colaboración, claro. Hasta que no sepamos de dónde ha salido y por tanto cómo se puede erradicar ese asunto, no desparecerá ese ambiente de amenaza constante en las ciudades. Además esta vez da igual dónde vivas, da igual si tu ciudad es enorme o si vives en la puta montaña, ya no se trata de terrorismo. Lo que sí tiene la naturaleza es que es justa, es igual para todos. No entiende de jerarquías, es todo puro caos, o lo más cerca que el caos y el orden pueden estar, solo que a la gente le da por construir en las faldas de los volcanes. El Gran John es una de esas cosas que no está asociada al dinero, no hasta ahora al menos, aunque puede que sí indirectamente, ya se sabrá.
–Me gusta ver las caras de esa gente que en el fondo lo ven como algo emocionante. Enseguida muchos dirían que es algo cruel, que ha muerto mucha gente y demás, pero quienes viven ese rollo con emoción no son crueles, solo prestan atención a algo extraordinario quizá por primera vez en sus vidas. Es normal que se sientan emocionados.
–Las chicas de la oficina.
–A muchas de ellas les pasa, es lógico, se han pasado toda la vida encajonadas en pupitres, o en sus habitaciones preparándose para volver a los pupitres… y ahora que son adultas se encuentran con que el premio a todo el esfuerzo es estar encajonadas en una mesa de oficina manejando más material que no les importa. Cuando se te aletarga así es normal que luego te cueste fascinarte con algo, que necesites a un bicho tipo Gran John para eso.
–Es como ese tío que llegó nuevo el mes pasado.
–Currículum Fran.
–Sí, ese tío al que llaman Currículum Fran. Cuando le hablas de algo que no sea el curro, te mira como si necesitaras ir al baño porque te estás cagando encima…
–Si piensa en el Gran John solo debe ser en términos curriculares. Debe soñar con que se lo carga el solito con un tirachinas y luego corre a actualizar el Currículum…
–La única vez que escuchó que le llamaban así, solo se acercó y dijo que no era Currículum, sino Currículo, y se fue.
–Tío, hay varios de esos en esa puta empresa. Por eso agradezco tanto que Gustavo sea un cerdo sexista. Las mujeres así, por superficial que suene, te pueden hacer el día mucho más llevadero, incluso aunque no te hagan caso. Ver constantemente de pie a tres o cuatro de esas tías de un lado para otro con papeles y murmurando sobre morir horriblemente bajo una montaña de cascotes, es ya más de lo que tienen muchos tíos en sus curros. Es un curro de mierda, gris y burocrático, puede que hasta dañino, pero uno puede olvidarse de ello echando una mirada a la que esté de pie en ese momento…
–Entiendo…
–Sé que no tengo credibilidad hablando de tías, pero…
–Solo con una.
–Ya… Oye, ¿por qué tienes tres vasos de agua en la repisa de la ventana.
–Es por Jurassic Park. El otro día la daban en la tele. Recordé esa escena del vaso, cuando el agua del vaso tiembla y se sabe que llega el Tiranosaurio…
–El Gran John.
–Sí, tío, el Gran John.
–…
–…
–Aunque… puede que no venga…
–Bueno… Nunca se sabe.

Edward Hooper
Edward Hooper