Esta es una de las historias de mi amigo Palermo. O esa en la que, entre otras cosas, y cagándola como está mandado, invade con su coche el jardín de su ex mujer, derriba el buzón (el tercer soldado postal muerto ya), se arrastra y llama a puñetazos a la puerta. Casi no se puede mantener en pie, pero grita que quiere ver a su hijita. Es una de esas noches. La bienvenida y el perdón de la paciente Isabel –que ya hace mucho que cambió su número de teléfono– consisten, otra vez, en no llamar a la policía.
El primer buzón cayó dos meses después del divorcio. El segundo, a los seis meses. Éste, han pasado ya dos años. Pero no ha podido evitarlo, es el resultado de la combinación típicamente detectivesca de alcohol y paranoia. Una niña de la misma edad que su hija ha desaparecido. Lleva una foto en la guantera. Se supone que debe encontrarla, que con encargos así paga las facturas. Pasa normalmente cuando la policía ya ha desistido por orden legal. Las autoridades echan un cable hasta que se archiva el caso. La vida sigue. Entonces las familias para las que no sigue una mierda, recurren a “trabajadores autónomos”, el último recurso, detectives o tíos que dicen que lo son, tíos que aseguran saber encontrar la aguja en el pajar. Que al menos no te insinúan que tu niña seguramente ya haya muerto. Así funciona en Periferia. El miedo y el sufrimiento son buenos para los negocios, pregunta a cualquier político. Muchas fortunas se han levantado partiendo de ahí. (Más o menos legalmente, pero eso es lo de menos, ¿no?.)
Palermo se percata del buzón caído cuando vuelve al coche. Mañana toca ausentarse otra vez en Alcohólicos Anónimos y sentirse culpable por ello. Lo que más le irrita de todo el asunto, de este problema con la bebida, es lo poco original que es. Y lo que es aún peor, encima esas reuniones funcionan. Lo sabe, aunque lo niegue, sabe de tíos que aun a base de frases hechas y directrices sobadas de peli de sobremesa barata, han salido de ahí, han continuado con su vida. Sobrios. Algunos incluso han dejado el tabaco, han conocido a alguna mujer comprensiva y valiente, y ahora viven a las afueras en alguna casita, a la espera de que el bombo se convierta en bebé y el futuro en justo aquello que querían evitar, eso que ahora se les antoja como algo Ideal.
El camino de vuelta a casa se torna extraño. Nunca se ha acostado con una prostituta, pero hoy le da conversación a una que se acerca en un semáforo en rojo. No es guapa; podría ser que ni fuera una mujer. Llegado cierto punto del diálogo, Palermo calla, se queda con la mirada perdida hacia delante, cambia de idea. La chica incluso le zarandea con una mano. El semáforo se pone en verde, y la vida sigue.
Está todo el puto cielo lleno de estrellas, aunque solo se puedan ver algunas a través de la romántica contaminación de la que todos somos responsables en mayor o menor grado, con nuestras sonrisas sanas y nuestro sentido del humor del carajo. La casa de Palermo tampoco está mal. Incluso hay también un jardincito, aunque más pequeño que el de su ex y ese tío que ahora se la folla. A veces cuando llega borracho y tarde como hoy, se estira en el césped y mira hacia el cielo, antes de entrar en el solitario hogar; al fin y al cabo se lo sabe de memoria, cada rincón y baldosa, y el inmueble está pensado para que haya más de una persona dentro. O al menos un perro, o un hijo al que la ley te deje ver de vez en cuando, sin orden de alejamiento, sin condiciones sobre no beber más, sobre estabilizarse y ser otro de esos tipos bien peinados y afeitados, y así quizá poder follarte a la ex de algún otro borracho.
Una relación sana en perspectiva, esa es la idea.
Con uno mismo.
Cada vez que uno vuelve a beber se pone los cuernos a uno mismo, se traiciona. Eso oyó mi colega en una de las dos únicas reuniones a los A. A. a las que asistió. Imagínate cómo se siente tu hígado, una y otra vez siéndole infiel. De modo que madura ya de una vez, se dice a sí mismo sin creerse una sola sílaba, opta por el buen camino y con un poco de suerte podrás criar no solo a tu niña unas horas cada dos semanas, sino puede que además, sí, a algún otro niñato junto a tu nueva novia madura, a la que mantendrás a salvo de su ex marido drogata o insolvente. Oirás esos lamentos ebrios en la puerta de la casita feliz, del que intenta recuperar al amor de su vida, al que tú, ya un ser realista y templado, menos sentimental y más aburrido, te estarás tirando a lo misionero en alguna bonita y femenina habitación. Todo procurando no hacer ruido para que el crío del amargado ése no se despierte. Tu rato de lúcida diversión dentro de los parámetros de lo común. Feliz al menos sobre el papel, por contraste.
Bonita perspectiva, ¿verdad?, ¿o no? Uno no sabe al final qué es peor, aunque puede que sí para llegar a viejo…
La niña tiene 7 años. Palermo no hace más que ver niñas pequeñas por todos lados últimamente, jamás ha visto tantas. Las ve a todas excepto a la suya y a la desaparecida. Todas por la calle, saliendo de los colegios, yendo con sus padres, viniendo de aquí y de allá, siempre todas con adultos cerca. Y también los niños. Los críos y las crías de estas nuevas generaciones parecen vivir todos en una burbuja adulta, la definitiva: ya no se estila esa madre que llamaba a su niño por la ventana para comer. Ahora el niño está bajo supervisión En Todo Momento. Todo son amenazas para ellos, al parecer, de todos los tipos, y llegan desde todas las direcciones y todo el tiempo. Así, sorprende que para cuando tienen 15 años muchos estén follando como conejos, ¿de dónde sacan esa facilidad para relacionarse después de haber tenido semejante niñez digital?
Pronto cuando los hijos de la gente quieran ver árboles se tendrán que conectar a Google Imágenes. La pregunta es si será por sobreprotección o por inicios de Epílogo. Será como intentar ver las estrellas, borracho o no, ya seas tú o tu descendiente varón. O puede que ambos, fritos de angustia en alguna sartén residencial que manejen a distancia dos mujeres de dos generaciones distintas. Una chica y una mujer.
Pronto la niña de Palermo será una chica. Una pre-Mujer que comenzará, seguramente, a odiarle. O aún peor, a temerle.
¿Ha visto a esta niña?
–Ya pasaron a preguntar por ella. No, no la hemos visto.
¿Ha visto a esta niña?
–No, lo siento.
¿Ha visto a esta niña?, ¿puede fijarse bien?
–No… ¿es la chica de…? No, lo siento
¿Ha visto a esta niña?
–¿No habían dejado de buscarla?
La foto es reciente, y la niña fácil de recordar, tirabuzones rubios, sonrisa limpia de niña, boca pequeña, mofletes, hoyuelos, ni rastro de ironía o sarcasmo en la mirada, claro; ojos también claros, todo como en esas muchachas a las que –si sus padres están lo suficientemente frustrados– acaban pintando y disfrazando de mini-putas de lujo para presentarlas a concursos de belleza en los que la pretendida gracia y ternura sólo parece –a la vista de cualquiera con raciocinio– puro material pedófilo. Una cucada de cría, vaya, desaparecida hace ya demasiado. Periferia Microsoft a veces se traga a las personas, y las fuerzas de la ley son cada vez menos colaborativas. Te miran al cabo de tres meses de desaparición, cuando ya anulan los operativos de búsqueda, y es como si dijeran: ¿Y…?
Supéralo, ¿no?
Palermo da palos de ciego. Busca formas de meterse en los salones de los vecinos de la familia de la cría. Busca modos de que piensen que hay algún tipo de investigación oficial nueva abierta, que no va por libre, que no está solo, sino investigando en su zona, la que le ha tocado. Intenta parecer un Hombre entre Hombres que conforman una respetable Institución. La gente se extraña. ¿Que hace tiempo que no dicen nada en el telediario?, bueno, eso es porque los medios son así, son modas. ¿Que la niña ya estará muerta?, bueno, lo que pasa es que hay cosas peores que la muerte, pero al menos admiten “la vida”, y puede que un potencial rescate de última hora. Hay secuestros que no obedecen a motivos económicos o políticos. Desquiciados que encierran a una cría en un sótano, para siempre si no les descubren, que la tienen ahí para, sencillamente, usarla a placer cuando se les antoja. Tres platos al día, una dosis de terror de vez en cuando. No todo en el mundo es dinero o parejitas que huyen de los padres. No todo es tan sencillo de entender. A veces puede ser mucho más oscuro; y el reloj es muy hijo de puta en estos casos; el resto de la gente y los profesionales se olvidan en poco tiempo, mientras el Infierno sigue desarrollándose en buhardillas, sótanos, habitaciones cerradas a cal y canto, en pisos o barrios residenciales en apariencia inocentes, a veces incluso idílicos, fotogénicos y bañados por el sol.
Siempre llega un nuevo día y todo puede cambiar, ¿verdad? Para algunos, al menos, y según las circunstancias. Está bien, hay que superar el pasado, y se supera, se suele “olvidar”, uno acaba mirando al frente, no queda más remedio. Pero La Verdad es que a veces no hace falta una máquina del tiempo para que algunas personas se queden ancladas en una fecha para toda su vida, o para mucho tiempo, tanto que ya no hay después posibilidad de arreglo o apaño. Hay personas malas, y luego hay niñas, críos, chicas, mujeres, víctimas potenciales, hay muchos métodos de captura y represión, mucha locura y delirio, mucho semen que expulsar, infinidad de torturas por practicar, toneladas de humanidad de todas las clases. Todo eso también lo alberga el futuro, el mañana, el nuevo día soleado en la Tierra. Es esa también existente Lotería. ¿Que la niña podría haber sido violada, asesinada y tirada en una cuneta?, bueno, no suena tan mal. Suena a media hora de calvario. Luego, la nada. Y para los seres queridos, en fin, el dolor de la perdida acabará siendo –con suerte– mínimamente soportable, y llegarán nuevos tiempos, quizá sin que siga existiendo alguien a quien querer tanto como para volver a sufrir así.
El amor no correspondido también tiene un reverso oscuro. La mayoría de gente presume complicado el sentimiento del amor por defecto, sí, pero en realidad es mucho más que eso, es infinito en cuanto a putadas potenciales. No hay apenas sufrimiento sin amor, el amor es la base idónea para toda una vida de tortura emocional, porque tienes MUCHO que perder. El reverso oscuro del amor no correspondido es el amor correspondido que se te amputa porque sí. Pasa mucho más de lo que creemos. Algo se lleva de tu lado a esa persona que para ti NO era sólo como un frontón emocional, sino que te respondía, era el partido de tenis perfecto, y sientes que desde que te la han arrebatado todo lo que venga a “ocupar su lugar” va a ser como esas máquinas que lanzan pelotas de forma mecánica. Puede ser una pareja, o un amigo; como sea, una persona a la que querías, y que te quería De Verdad, que quería quedarse contigo no solo para hacer planes o pagar cosas a medias o follar, sino para cuidarte, alguien que se hubiese puesto entre tú y la trayectoria de la bala.
El que este fenómeno se dé en las parejas más allá de Evitar la Soledad o Perseguir una Imagen de Madurez, no siempre es muy habitual, incluso se podría afirmar que pasa solo a veces. De modo que, cuando te roban eso, parece algo mucho más injusto y cruel que la mayoría de las otras historias. Te habías ilusionado tanto que casi te sentías perdido y al margen, y adorabas la sensación.
Pero, ¿qué ocurre con los hijos?, ¿es esa clase de amor? Cuando una pareja tiene hijos ¿sucede al menos en la mayoría de casos que la pareja quería tenerlos?, ¿los dos y con seguridad y ganas de verdad de asumir las responsabilidades de ayudar a crecer a una Persona? No lo sé… están esos tíos que se largan, por ejemplo. Da igual la fase del proceso, bombo mediante o ya con bebé lloriqueante o lo que sea, un día pillan y se van. También hay quien dice que una vez nace el niño o niña, en ambos padres se activa algún sentimiento de amor irrefutable al verlo que no se puede obviar, y que elimina cualquier atisbo de dudas que pudiera haber. Pero también existen esas parejas que dejan el bebé en una papelera pública, y ahí se queda hasta que alguien lo oye llorar y decide revolver la mierda que hay sobre el crío para rescatarlo…
También está, en otro orden de crueldades más normalizadas, lo de apuntarlos al colegio…
Sé de muchos padres que, por ejemplo, dan mil vueltas siempre con el coche para buscarle un buen aparcamiento donde sea que vayan (esos benditos vehículos que nos hacen la vida más fácil…), evitando ciertas zonas y procurando siempre que el coche esté seguro, sin nadie cerca que interceda En Modo Alguno en su futuro y seguridad.
Con el colegio del crío, sin embargo (niños…), todo tiende a volverse jodidamente práctico, que si si está cerca, que si cómo se puede ir, que si mejor que no caiga muy lejos, que si allí podría estar bien porque fue mi hermana [la que ahora básicamente reza por que lleguen los viernes y se derrumba los domingos por la tarde], que si en ese sitio no es tan caro, que si los curas no están mal, que si… es buen emplazamiento para llegar con el coche y aparcar…
Las clases o los profesores o el concepto de sistema educativo aún imperante son lo de menos, en eso todo se divide sólo entre público o privado. Sólo fíjate en las notas, índice de aprobados, googlea, infórmate del cole en potencia mientras tu niño juega como mucho a cinco metros de ti en el parque… con su consola portátil de los reyes magos.
A Palermo no le gustan un pelo los padres de la niña desaparecida. A él, que es en resumen un padre de mierda; amoroso, pero de mierda, con un amor inservible, enterrado en ERRORES y servido con espectros de buzones atropellados y rasguños en la puerta.
No, no le gustan los padres de esa niña; y no tiene nada que ver el que en la primera reunión el tío le preguntara si estaba borracho, o que la madre le hiciera la cobra en cierto momento mientras su marido trasteaba en la cocina. Dejando a un lado todo eso, a Palermo le parecieron unos padres horribles, desinteresados, casi como si le contrataran más por lo pesados que estaban los abuelos de la cría (muy mencionados) que por otra cosa. Era como si ya hubiesen pasado página y tuvieran una nueva vida en perspectiva que no incluía llevar a nadie al colegio por las mañanas. La clase de padres que son capaces de contratar a un detective que llega ebrio a la primera reunión con ellos e intenta meter la lengua en la boca de la mamá de la niña rubia…
Todo ese sufrimiento potencial…, o al menos el que se les presupone a unos progenitores en circunstancias así…, pero no, no parecía haber casi nada de eso, solo negocios, pose, esperpénticos pucheros de actores amateur. Era como si esa niña se hubiese salvado de milagro de la papelera pública. Aunque con lo mona que es (o era), quizá eso podría haber sido “lo mejor” para ella. Media hora de abandono y lloros, alguien la descubre, luego unos padres adoptivos que buscaban a una princesita guapísima y encantadora se la quedan, la apuntan a colegios privados, la convierten en una niña pija, luego en una chica pija, acaba siendo una tía buena “con estudios” y un carácter sutil pero devastadoramente hipócrita disfrazado de corrección, y Bingo, a triunfar. Belleza y maldad común, la receta idónea para el Ahora.
La generación más preparada, “herramientas de sobras”, discípulos en varios idiomas. Sistema que se retroalimenta. “Mujeres modernas”. Niños perdidos.
Palermo cobra una cantidad nada desdeñable por día, cada día sin niña a la vista es dinero fresco en la cuenta. Para gasolina (tanto para él como para el coche), para pagar los desperfectos del buzón (y del coche), para poder tirarse en el césped a mirar las estrellas, los nuevos fantasmas modernos, a los que te tienes que imaginar, más bien, quizá en parte por culpa sobre todo de otra clase de Fantasmas más vivos y cercanos y que, increíblemente, suelen gozar de muchísimo respeto… El mundo en presente. Una mañana se levanta a las tres de la tarde y hay saltadores de esquí en la tele. Y no es día de año nuevo. Recuerda que tiene que ir a visitar a su padre al LUH. El Hospital LUH está en la Zona Centro de Periferia. Nadie sabe muy bien qué significa LUH, o al menos nadie que conozca Palermo. Se extendió una broma sobre las siglas, La Última Habitación…
De hecho el padre de Palermo está muy ocupado con eso. Es la enfermedad más clásica, vejez. Está claro que el hombre quiere muchísimo a Palermo. O casi. Está muy cerca de quererlo si es verdad que del odio al amor hay un paso. Palermo está al 50%, en parte no quiere que el viejo se muera. Las familias son probablemente las formas de vida grupal más simplificadas que hay, reducidas a análisis simplones sobre un amor seguro entre sus integrantes que en absoluto es una garantía. Para empezar, como se suele decir, nadie elije a los padres, y, aunque los padres elijen tener a sus hijos (bueno, en principio…), tampoco saben qué clase de hijos tendrán. Puede que todo se deba a la misteriosa inercia procreativa, y por eso tanto la gente que puede garantizar buenos valores como las personas esencialmente vacías y dadas a proporcionar una educación deleznable a los niños, tienen críos y se gastan la pasta en ellos. Podría ser ése el problema, todos se limitan a gastarse la pasta, por el normalizado orgullo de tenerla, todo ese Prosperar entrecomillado. El resto suele ser un caos. Y, retrasados evolutivos de nosotros, amamos ese caos mediante Normas e Instituciones para la mera ilusión de su buena administración.
¿Sería una posibilidad que una de las respuestas fuese dejar de intentar controlar tanto…?
Hemos prefabricado un sentido para el sinsentido, poniendo correas académicas a los niños y estandarizando su potencial… Para que puedan tener la oportunidad de ser… una Persona Adulta Estándar. No suena muy emocionante, y creo que está bastante demostrado que no lo es (y que seguramente además sea muy peligroso). Palermo culpa a su padre, a los profesores, a sí mismo, etc., de cómo es. Pero lo importante es que no comete la extendida demagogia políticamente correcta (y más cómoda de lo establecido) de culparse sólo a sí mismo. Sí que queda muy bien, es muy elegante social y estéticamente, pero podría ser que todo ese rollo del Me Lo He Buscado fuera multitud de veces nada más que otro intento fatuo e interesado de la sociedad de simplificar consecuencias que derivan de procesos mucho más complejos. La Verdad no está casi nunca en una sola frase biensonante, del mismo modo que no está necesariamente en los tribunales, que son en teoría nuestros templos del juicio y la sinceridad vinculante. El camino hacia algún tipo de conclusión relevante con todo esto está minado de trampas muy maliciosas. Palermo intenta hablar con su padre y éste solo gruñe. A Palermo no se le da mal el oficio de la investigación porque es muy dado a montarse películas reflexivas y tejer relaciones entre hechos que, aunque no tengan nada que ver entre sí, le ayudan a llegar a veces a conclusiones muy acertadas en términos de claves para resolver los casos. Al salir del LUH se da cuenta de que seguramente no está ante una simple situación de secuestro con esa cría, y la actitud de los padres es una pista mucho más jugosa de lo que parecía.
Quiere volver a ver a los progenitores de la muchacha, pero le da una pereza atroz. Quiere hablarles, si puede ser más de cinco minutos, para ver si se confirma la impresión que tiene de esa familia ahora que ha pensado mejor en ellos gracias a los gruñidos de su padre. Amanece un día y luego otro y no acaba de reunir las fuerzas necesarias. Tiene que pensar qué les va a decir cuando le abran la puerta. Cuando vean que en realidad no tiene ninguna novedad, o que la única es que cree que ellos son, como poco, malos padres. Pero claro, ¿cuántos buenos padres hay? Si se trata de la cuenta corriente quizá haya un buen puñado; pero, insisto, ¿saber ganar dinero para ir tirando, aunque sea mucho, te convierte en algo más que alguien que sabe ganar dinero, aunque sea mucho? Una cosa es cierta, los padres de clase media, aunque sea una bastante acomodada (como es el caso), no se pueden permitir contratar a una cuidadora permanente que se encargue de limpiar al niño y soportarlo en su peor vertiente. De modo que, quieran o no, tienen que afrontar todas las facetas del crío, tanto las reacciones encantadoras y las risas como el pis salpicando, la cama meada, los pañales llenos a rebosar, los gritos, las carreras hacia el tráfico, los lloros durante horas seguidas, etc. Hay un entrenamiento, aunque sea involuntario, en todo ese proceso. A Palermo le cuesta imaginar a los padres de esa niña habiendo tomado esa atención por ella, cambiándola, limpiándola, consolándola…
Vale, puede que aquel día estuvieran traumatizados y agotados y por eso dieran esa extraña imagen de En Realidad No Queríamos Seguir Con Esto. Podría ser comprensible.
Todo lleva a que tiene que volver a ver a esa gente. Mierda.
La casa es muy parecida a la de Isabel y aquél que se la folla, pero con un mejor jardín, una sólida valla blanca, y un buzón rojo y con presencia de General. Mal sitio para llegar borracho, piensa seguro Palermo. Demasiadas implicaciones estéticas y estructurales. Cuanto mejor les va a algunos, más quieren que su casa parezca de juguete o de muñecas; los colores vivos, ese caminito empedrado, un árbol en el jardín trasplantado de a saber dónde, el césped con algunas zonas de flores también elegidas vía casting… Trabajo de jardinería, arquitectura y decoración potencialmente gays, olor constante a verde mojado…
Palermo llama a la puerta un día, y aún no sabe muy bien qué va a decir.
Le abre la mujer, en camisón, aunque maquillada, y un poco despeinada. ¿Respiración pesada? Parece tener mejor aspecto y presencia, con todo, que la otra vez. Le invita a pasar, algo acalorada, le pide que la disculpe, que se debería cambiar (no lo hace), ¿suelta una risita? El tipo está en el salón, se mete la camisa bajo los tejanos…
¿Les ha pillado follando? ¿Polvo en la siesta cuatro meses después de la desaparición de la criatura? ¿Sexo mientras su niña se pudre quizá en alguna colina al sol?, ¿o a dos palmos bajo tierra?
Bueno, Palermo decide que se está pasando un poco de moralista prejuicioso. (Aunque por algo no les llamó para avisar de que iba a ir.) Bien, calma, sentémonos en el pequeño pero cuco y acogedor salón. Cojamos la postura adecuada. ¿Un café?, no, gracias. Cojamos aire para tratar el tema, lo de quizá sí o quizá no una niña siga encerrada vete a saber dónde. Vale, huele a coño, pero obviemos eso. Puede que haya sido un primer polvo tras la aún irresoluta tragedia… Olvidemos que parecen mirarse de reojo y soltarse risitas con los ojos, como adolescentes que acaban de montárselo en casa de la chica mientras los padres veían algún concurso en el salón. Cosas que pasan, intentemos evitar la paranoia, Palermo, estas son las historias que te hacen volver a ponerle los cuernos a tu salud. Céntrate, puede que la mujer de alguien se esté divorciando de ese alguien cerca de aquí en este momento, remodelando la casa en la que te la beneficiarás en tu nueva vida. Tranquilidad. Eres el centro de mejora alrededor del cual se arremolinan las buenas y comprensivas mujeres del futuro. Vamos a ello.
–La verdad es que he venido solo a saber cómo estaban…
La mujer decide mantenerse en un segundo plano. Hace gestos extraños. Palermo no quiere pensar que podrían ser aún pequeñas réplicas de orgasmo, temblores de recuperación. El olor a vagina empapada ya es casi otra presencia más imposible de ningunear, otro Personaje en el salón, llamado Olor a Coño, de los Coño de toda la vida, de las moralmente infectas afueras de Periferia.
El tipo dice:
–Bueno… seguimos preocupados. Mi madre no deja de llamar. No sé qué decirle ya, me tiene un poco harto, la verdad…
–Supongo que la mujer está…, es normal.
–Supongo que sí.
Parecen oírse unas carcajadas de Olor a C., pero solo es una moto vieja que traquetea fuera.
–He hablado con unos cuantos vecinos. Siguen diciendo que no saben nada… Perdón, la verdad es que sí me apetece el café, si…
–Claro. Ahora mismo –murmura ella.
La mujer y Olor a Coño se van a la cocina. Parece aliviada por poder dejar la escena unos minutos. El tipo sonríe, finge, hace muecas en plan Aquí estamos, en plan Qué se le va a hacer. Es muy… evidente. Hay gente que se pasa un 90% de su vida social sonriendo así, del mismo modo que dan los buenos días o charlan con casi cualquiera. Es esa actitud. Es un teatro de sutilezas artificiales constante, casi como si lo hubiesen preparado en privado, como si multitud de veces se les activara esa “alerta de incendios” mental para la que han ensayado con muchos simulacros. Pero ya se saben de memoria el protocolo de acción. Ya ni les hace falta ensayar. Es esquemáticamente orgánico, está integrado. Porque ya no hay casi nada de ellos en ellos… Es un modo preciso de “autoeliminación”, más o menos premeditado, pero sobre todo heredado, educacional. Ese fue el colegio que les buscaron de críos, entre otras cosas porque seguramente no había de otra clase. Están fuera de la partida sustancial, es el suicidio en vida más practicado, limpio, habitado, habitual, indetectable para ellos mismos, tan extendido como cierto uso concreto de la televisión o Internet, o como ir en coche a Todos los putos Lados (a veces, inconscientemente, a buscarse a sí mismos). Todo, claro, mientras siguen produciendo impuestos…
Esto. Para. Unos. Pocos. Es. Perfecto.
El tipo actúa así ante Palermo; y es probable que la peor maldición de Palermo sea su fino radar para detectar estas cosas. No puede decirle: “Estás muerto, tío, ¿lo entiendes?”. Cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra, con el argumento de que él no es más sensible o veraz que nadie, sino que sólo intenta, de algún modo, echar la culpa a los demás (a todos) de su propio drama. Palermo deduce… qué coño, sabe –ahora– que ese matrimonio sabía que él tiene sus propios graves problemas a varios niveles. Que el alcohol ha sido su salvoconducto hacia los líos, su mala huida. Que él está muchos peldaños por debajo de ellos en esta sociedad tal y como la misma opera. Está empezando a sospechar que le han contratado a él porque él decidirá no hurgar si se huele algo raro, no les juzgará tan fácilmente como otros, y se moverá “buscando” a la cría hasta que los abuelos desistan. La cuestión es: juzgarles en base a qué concretamente. La cuestión es: Qué demonios está pasando.
Lo único que se sabe es que Esto es la típica confianza total y absoluta en el dinero. Otra vez. Lo que cobra Palermo al día, y ahora lo sabe, no es para que encuentre a ninguna niña, es para que haga su puto papel, para que se agite teatralmente compungido, dé sensación de movilidad y esfuerzo, lo haga en la dirección más productiva nada más que a nivel económico y, por lo demás, se calle la maldita boca ética y moral. Es como si ese tío, ese Padre que ha perdido a su Hija, le dijera con la mirada: “No eres especial, coge el dinero, sobrevive, no vas a salvar el mundo”. Y es que es probable que así sea como funcionan las cosas, de verdad; así es como lo hemos simplificado todo. Así es como un Dios sospechoso gana a los puntos, arrinconando a un “Diablo”, un ángel caído que, paradójicamente, quizá solo pecó de ser menos cabrón para estas circunstancias, menos pillo, y mucho menos –bastardo él– sacrificado para lo que le pedían.
Bueno, ¿aún hay alguien? … Para los que seguís aquí, os puedo decir que mi amigo Palermo no tuvo fuerzas para seguir hurgando en el caso. Eso implicaba, descubriera algo o no, meterse de cabeza en un montón enorme de mierda. Mierda de dinosaurio, por ejemplo. Así lo pensó. Pensó en el meteorito, en el agua, en la vida, luego en los monos, en Darwin, y luego en sí mismo incapaz otra vez de hacer que la niña encantadora formase parte DE su motivo para la esperanza. De eso, y no del mundo en el que él volvió a alcoholizarse como en sus “mejores tiempos”; y no emborrachándose un par o tres de veces a la semana como lo hacía desde que se apuntó a los A. A. para no ir, sino A Diario, como cuando se comenzó a sentir distante de su mujer en el pasado, y solo podía prever un futuro de tedio rutinario en el que todo parecería un domingo por la tarde al estilo de esta Era del Sacrificio fatalmente encauzado. Luego, ya solo, en su época de atropellar buzones y conocer otras realidades, supo que estaba en parte equivocado, porque su hija estaba ahí, y a pesar de todo, él sí quería a su hija. No ha llorado más por ninguna otra chica. El monstruo era capaz de amor, y cuando creía que podría poco a poco ir estabilizándose para poder abrazar algún día otra vez a su niña, se topó con los padres de la otra niña.
Padres con una imagen pública de víctimas, víctimas de –quizá– desequilibrados no mucho peor vistos que él en sus peores tiempos. Sin embargo él se supo capaz de amar cuando le faltó su hija, y justo en ese instante se dio cuenta de que esas otras personas de apariencia normal, como fuera, habían sacado adrede de la ecuación a la suya.
No es que creyera que la hubiesen matado, o que le estuviesen haciendo algo peor que matarla. Pero sí creía, y sigue creyendo, que la han borrado de su existencia. La muerte permite muchas vías. Basta con que no vuelvas a ver a alguien jamás. O, incluso, a veces, basta con casarse con alguien y plantearse eso como un reto. La muerte es camaleónica: es individual, también va en parejas, y es también potencialmente grupal; y, lo más terrorífico de todo, también podría ser Global, de toda una sociedad, hijos todos de un proceder enraizado –o que se reafirma– en cierto tipo de sonrisas de salón.
Coño, lo raro no es que mi colega haya bebido tanto. Lo raro es que pueda haber tanta gente que aguante sobria.
De modo que, luego de descubrir a esa extraña y espeluznante familia (o quizá más común de lo aparente en Pensamientos). Luego de conocer a esos, sobre el papel, hombre y mujer corrientes y trabajadores. Luego de eso les hizo otra visita tras pensar mucho y durante varios días, y les dijo muy brevemente que no podía seguir con la investigación. El tío y la tía, ahí, en ese salón en el que ese día por suerte no estaba Olor a C., hicieron un pequeño teatro impostado de la desesperación. Los abuelos ya habían desistido, dijeron, pero volvieron a fingir. Palermo pensó que ya ni tan siquiera se esforzaban mucho, porque el subtexto de todo era que ellos habían ganado, que él, mi amigo, sabía lo que debía saber (por poco que fuese), y que aunque ellos no supieran ya hacer en modo alguno sus papeles de padres afligidos, él no se daría por enterado y se largaría de una buena vez.
Palermo rompió a llorar en el asiento del conductor, antes de arrancar el coche que le llevaría lejos (en el tiempo) de esa casa. Tuvo que esperar unos minutos antes de poder conducir con garantías. Le recorría la terrible sensación de estar ante algo inmenso y dentado que uno quiere y no quiere saber, pero que en cualquier caso huele a podrido, un hedor insoportable, y que seguramente sea resultado de conductas normalizadas que muy poco se han recriminado. Le dolía, obviamente, abandonar a esa niña, sentía que abandonaba otra vez a su hija, y, para qué negarlo, decidía en ese momento que iba a volver a beber En Serio. No había otra opción soportable.
Pasan seis meses desde esa última reunión con Papá y Mamá. Palermo despierta un día estirado en el césped, cerca de las 12 del mediodía. Recuerda esa reunión casi cada día. Las muecas del padre, la misteriosa madre sin amor de serie, la ausencia ese día de Olor a Coño. Pero aún recuerda mejor cómo les pilló la anterior vez, follando como conejos adolescentes de 40 años.
Se ha pasado semanas con casos de maridos y mujeres que le han pedido seguir a sus cónyuges. Sospechas de cuernos. Pagar por saber con quién se ha casado uno, pagar por seguir creyendo en la monogamia. Pagar porque pueden, porque el dinero debería tener el potencial de solucionarlo todo si uno lo puede incluir en la ecuación. El dinero, y no –aunque hagan apología de eso– la confianza, y no el administrar uno su vida sin imperativos cronológicos sobre cuándo se ha de hacer qué. Pagar no solo para sobrevivir, sino por el orgullo de pagar, la casa, el coche (el párking), el móvil nuevo, la certeza de la verdad. Pagar porque para eso se formó uno. Cada día entra en el despacho tipo zulo de Palermo alguien mayor de treinta o cuarenta años que se excusa sin parar, y que se siente culpable por hacerle seguir a su pareja. Normalmente tienen razones para sospechar. Cuando resulta que no, es interesante fijarse en la mirada de esos clientes al enterarse. Porque algunos no querían saber que sus maridos o mujeres les estaban siendo fieles, querían una buena excusa para ellos poder comenzar a intimar de verdad con esa persona novedosa que han conocido en el trabajo, en el gimnasio, en la aún juventud palpable de sus vidas. Algunos pagan por saber si aún van a poder corregir el rumbo que tomaron simplemente por inercia e Imagen. Algunos pagan porque han descubierto que no pueden forzar siempre lo Auténtico. Pagan porque han comprobado de primera mano que el dinero no lo puede comprar todo. Pero pagan, sobre todo, porque no se les ocurre qué otra cosa pueden hacer, y porque probablemente –lo crean o no– en el fondo no les han enseñado a hacer nada más.
El alcohol va y viene. Palermo lo bebe a tragos largos y casi a diario, como quien bebe agua después de haber tenido serios problemas de piedras en el riñón. Se está comenzando a creer inmortal, el primer ser humano a quien no le pueden afectar las drogas. Al menos las legales. Bien han de servir las delimitaciones de las leyes para algo. La gente necesita medicinas en sus muebles bar. Nada de caballo ni agujas ni hacer tratos con tipos escuálidos en callejones. Solo la droga bien vista, solo ir al súper, pasear por los pasillos con todas esas familias, y coger de los estantes todas esas brillantes y monísimas botellas legales. Legales, elegantes, tan suaves para el alma como el culo de un bebé querido por sus padres.
Pero.
Un día conoce a una chica, uh, precisamente en ese contexto…
Camina (él) por el pasillo de congelados, hacia la zona del bebercio. A ella se le cae esa cesta típica de plástico y él se la recoge. Es una chica de veintimuchos (unos diez años menos que él), de piel blanca y cara redonda, pelo muy negro por los hombros, con reflejos azules. Una chica fuera de su mundo, sana a simple vista, alguien que él piensa en el justo momento de mirarla a los ojos que seguro ha de vivir ya con un tío y que, de no tener hijos, seguro que al menos tiene un encantador y rechoncho perro; uno de esos bichos seguramente la hostia de caros que en algunas parejas con ya años de relación parecen servir como transición de Relación Estable a Ser Papás, al menos en el mejor de los casos, o no, o buf, es igual…
Antes de cada visita mañanera al súper, se ordena a sí mismo no beber más que una cerveza en el desayuno, por si se encuentra a esa dulzura que es tan amable siempre con él. La situación se desarrolla de modo bastante natural, al menos dentro de las posibilidades de Palermo, el cual la sigue algunos días en coche a una distancia prudente, no por ser un tarado sexual ni un acosador al uso, sino sencillamente para observar sus movimientos, y, sobre todo, para comprobar que no tiene novio. Cualquier cosa antes que tener que preguntárselo, sería mostrarse vulnerable de un modo que mi colega no soporta…
La primera vez que quedan juntos para tomar un café (es Palermo quien propone café), él decide contarle enseguida lo de su hija, con todo lo que eso conlleva. Traza un plan sencillo. Le cuenta toda su sucia historia del modo más escueto, poco amenazante y sincero del que es capaz; le da un papel con su número, y se limita a esperar a que ella sea la que llame en los siguientes días. No se siente con derecho a ser él quien la contacte, algo que en principio no tendría nada de malo y que cualquiera podría considerar normal. Pero él no se siente ya normal, y ni siquiera sabe muy bien qué significa eso. Ella sí le da su número de teléfono, pero él espera aun así que la chica haya entendido que, después de haberle contado lo que es de su vida, la opción de que sea Ella quien elija si ha de haber un siguiente paso parece la más lógica. Sin presión, sin manipulación, sin ánimos de echarle en cara más adelante ninguna estupidez tipo Tú Me Llamaste. Solo el intento de corrección, de ser Inteligente por una vez, de dejarle siempre la puerta abierta, de no tener ninguna intención de convertirla en Isabel 2.
Ella, casi con toda seguridad, no iba a ser esa Isabel II, y al parecer supo verlo en los ojos de Palermo. Un hombre agotado, una mirada suplicante, pero también tierna en cuanto a la búsqueda de un futuro distinto.
Le llama pasados cuatro días. Él se siente tranquilo. Ha reducido el consumo, y se ha puesto como regla no estar cocido al menos delante de ella. Ella significa: Nada de Gilipolleces. Estando con ella puede prescindir perfectamente del beber. Se permitirá solo un cigarrillo de vez en cuando, y solo si ella no hace muecas o comentarios al respecto. Lo que planea realmente hacer, ya que ha conocido a alguien del sexo femenino que al menos no está al borde de intoxicarse ni del suicidio, es ser un Calzonazos. En este caso, quizá eso pueda ser lo que le salve, al menos de sí mismo. El resto, poco a poco, con el tiempo verá qué es lo que se puede hacer…
Ella es Sandra y trabaja como administrativa. Es una mujer fuerte y parece capaz de manejar cualquier situación. Puede vivir perfectamente con el hecho de que su novio no pueda ver por el momento a su hija y a su ex mujer por orden judicial. Sabe, de alguna forma, lidiar con habilidad con el pasado. Palermo se preguntó al principio si ella tendría algo turbio en su vida, pero luego fue comprobando que para la muchacha no era una cuestión de comprender o aceptar pecados ajenos a través de los pecados propios del pasado; era simplemente que parecía tener claro que las personas, incluso las inofensivas, pueden comportarse a veces como estúpidas, e incluso pueden ayudar al Sistema en la tarea de joder las cosas y a sí mismos. La chica sabía comprender (y no negar) la debilidad, la fragilidad de la mente y la carne, y la existencia del lado oscuro.
No todo el mundo está preparado para saber hacer eso. Palermo tiene muy claro que un porcentaje muy alto de tías saldrán corriendo en dirección contraria al enterarse de su pasado. El tipo de responsabilidad que lleva de serie casi todo el mundo, en última instancia sólo suele implicarles a ellos mismos y su futuro. Y, paradójicamente o no, la gente suele aplaudir esa clase de responsabilidad; y lo hacen porque, no equivocados, perciben un mundo amenazante; pero también sin darse cuenta de que esa actitud es uno de los pilares más eficaces para conservarlo así. Por eso Sandra ha gustado tanto a Palermo. Porque ella no es simple, no es así de simple y previsible, porque sabe, como sea, Ver más allá, y dotarse de una clase de esperanza y optimismo que en esta vida nadie lleva a cabo más allá de la palabrería y lo que intentan proyectar. Nadie dijo que la bondad o la Visión fuesen tareas fáciles, y evidentemente la mayoría de gente que se cree buena, se puede analizar a partir una idea nada complicada sobre la Masturbación. Una Masturbación aceptada casi a todos los niveles.
Nota que ella es Distinta cuando quedan de modo puntual con sus amigos (los de ella). Esos amigos, en general, son gente común, y viven bajo los imperativos clásicos de egoísmo y responsabilidad aceptados. Palermo sabe, al igual que ella, que Sandra es, con mucha diferencia, la que más habladurías despierta en el grupo. La gente muy común tiende a pensar no solo que quien actúa de otro modo tiene un tornillo flojo, también creen siempre que, como sea, al final quieren Lo Mismo que ellos, y que cuando esos bichos raros hacen esto o aquello, de todas formas la meta de autoafirmación del ego o intención de crecimiento económico es la misma. No Hay Nada Más Allá. Y no se te ocurra insinuarles que sí; porque a ciertas alturas de su vida ya ni de coña van a ponerse a meditar sobre con qué clase de cimientos la han erigido.
Al paso de los meses se limpia el organismo de Palermo. Se revoca la orden de alejamiento y puede ver a su niña los viernes. Llora de felicidad varias noches antes de dormirse. Sandra sigue con él. Ha hecho algún buen colega entre los amigos de ella (los propios los perdió hace años). No bebe una sola gota, algo frustrante no solo por lo evidente, sino porque con un historial de Borracho oficial, cuando uno lo deja luego no puede beber ni tan siquiera las dosis aceptadas. Cualquier paso en falso significa resbalar otra vez al fondo del mismo pozo. Las buenas noticias, además, se acumulan desde la sobriedad, quiere a Sandra mucho más de lo que jamás quiso a Isabel (quizá porque nunca quiso a Isabel…), y además ahora viven juntos en la reorganizada –y más agradable a los sentidos– casita de Palermo.
Han cesado las pesadillas, habituales en su etapa de casado y soltero de buzones. También las de vigilia. Se están planteando tener un bebé. Nada parece fuera de lugar para ello. Pero dichas conversaciones hacen que Palermo, ahora que ya puede besar y abrazar a su niña, recuerde a la otra niña. La otra, su recuerdo, parece para él una fisura a través de la cual se ve demasiado claro cómo puede llegar a ser la vida real, esa vida demasiado común del ser humano. El sistema de descendencias y las elucubraciones reales de las personas. El anteponer una imagen que proyectar a un deseo real; o ese mirar el calendario y elegir YA una envoltura que hacer pasar por un amor sincero. Esa niña le hace evocar todas las potenciales mentiras, esas vidas falsas en salones minimalistas, con padres forzados y madres que ahora ven que no bastaba con que te “gustaran los niños”; porque resulta que son Personas. Esas familias que siguen adelante, claro, para bien o para MAL, y que quizá sean la peor plaga de las existentes.
Tiró la foto de su cartera, aunque no le resultó fácil. A veces cuesta desprenderse de las cosas, incluso las que uno no necesita, y que olvidará en cuestión de horas. Pero sigue recordando con mucha claridad la cara de la cría. No ha pasado tanto tiempo.
Es en Sonora. Palermo y Sandra deciden llevar una tarde a la hija de Palermo, María, a una gran piscina pública, famosa por sus amplias instalaciones, por su césped bien cuidado y sus sistemas de seguridad (rayantes en la paranoia). Es agosto, el sol cae a plomo, pero no es nada de lo que uno pueda quejarse con una buena mujer cerca, y al cuidado de la persona a la que uno más quiere en el mundo.
También borró el número de teléfono de esos pseudo-padres, y éste sí que no lo recuerda, porque apenas recuerda ni tan siquiera los que debería recordar. Bastante tuvo con su propio DNI… Por más que lo intente, –y más ahora que María existe en algo más que su cabeza– no puede no pensar en aquella niña un rato al menos cada día. No le ha hablado mucho de ella a Sandra. Solo un par de menciones, en calidad de cosas del trabajo. Ni siquiera le dijo lo extraño que fue todo aquello.
Cuando la ve por primera vez, ahí, en la piscina, no menciona nada en voz alta. Pero obviamente el corazón se le acelera. No lleva su pelo rubio, no es el pelo rubio de la foto. Pero es su cara, está completamente seguro. Lleva el pelo corto y teñido a negro. Va con dos adultos. Un hombre de unos cuarenta años y una mujer por el estilo, ambos de aspecto inofensivo. La mayoría de gente vio de pasada su foto en la tele; pero él vio esa foto durante días, y la tuvo en mente durante semanas. Se le hace un nudo en la garganta. La niña ríe con naturalidad. Ésos no son sus padres. El tratamiento, eso sí, es de padres e hija. Nadie más se da cuenta de lo que pasa, y Palermo se siente como si estuviera viendo un fantasma, el primero de su vida. Sonora no está muy lejos de Periferia, pero quizá lo suficiente. Y ya hace mucho que no hay nada mediático en Ella, en ello, en lo que está viendo. Recuerda otra vez con nitidez a esos padres horribles. No deja de mirar con disimulo a la niña, esperando ver quejas, algún puchero, alguna señal. Pero no hay nada de eso. Cualquiera diría que Palermo debería hacer algo, hablar con esa gente. Pero Palermo está seguro de que ahí solo hay un acuerdo. Un acuerdo que esas personas hicieron con los padres biológicos de esa niña. La cría no parece asustada, ni siquiera inquieta, solo es otra niña más jugando en la piscina. Ella es la única que, si quiere, tendrá que pedir algún día explicaciones. No puede dejar de mirarla. La verdad, no sabe qué hacer, si actuar será cagarla, si actuar será acertar. Actuar. Gratis. María sigue bañándose, ha hecho una amiga. Sandra sale del agua. Lleva su pelo empapado, mojado se parece bastante al de la otra niña. Palermo intenta borrar la preocupación de su cara. No lo consigue. Sandra le pregunta por ella, por la preocupación. Palermo piensa que él ya tiene todo lo suyo en su lugar. Ahora tiene que decidir si va a seguir a esos Nuevos Padres. Decidir si va a apuntar la matrícula de su coche, si irá a un nuevo salón a ver nuevas sonrisas, a escuchar nuevas explicaciones. No sabe si se atreverá o no a meterse en esa montaña de mierda de dinosaurio, siendo no por él mismo, sino por otros, y para ejercer no de héroe, sino sólo, quizá, de Persona.