T. era tan poliédrico

Eres tan… poliédrico, decía R. Su novio era T. Se acababan de instalar juntos en una casita; alguien de la familia de él había muerto y la había legado. Era un lujo en los tiempos que corrían, y la verdad es que siempre corrían más o menos los mismos putos tiempos. Nadie nunca ha dejado de decir eso en época alguna; siempre estamos con “los tiempos que corren”. Y ella le decía a él siempre lo poliédrico que era, en el buen sentido y sin ironía; el chico capaz para todo, o más bien sobre el papel, pero capaz para todo, oficialmente. Una de las paredes de la casita lo decía bien alto y claro con diplomas y títulos y trofeos y toda clase de elegantes resacas oficiales. Eres tan poliédrico, T. –le decía con la mirada–, que me cuesta mantener mis bragas (apenas licenciadas) secas cuando estás cerca. Tantas caras tenía T.
T. decía que quería separar el átomo algún día, contemplar el proceso. No solo, claro, pero sí ser uno de esos tíos con bata. T. quería ir al espacio. Ya había viajado tanto que la Tierra se le estaba quedando pequeña. El bonito y majestuoso planeta azul empequeñece si tienes dinero de verdad. T. tenía dinero, sus padres lo tenían, sus abuelos lo tenían, sus bisabuelos lo ganaron; nunca había sabido lo que era contar monedas cuidadosamente, nunca se fijaba cuando le daban el cambio. T. era tan poliédrico sobre el papel, tanto…, y una de sus caras estaba tan podrida de pasta… R. en cambio venía de una familia de clase media que sí contaba monedas y todos se fijaban cuando les devolvían el cambio. Una de esas familias cuya filosofía –consciente o no– era la de disfrutar a toda costa de los pequeños detalles, porque de todas formas nunca iba a haberlos grandes… Alguien dijo que los pobres tienen hijos para tener algo con lo que entretenerse. R. era la tercera, sus hermanas mayores eran gemelas. Una de las dos casi murió en el parto. R. aseguraba que a veces su padre hacía cuentas de cómo hubiese sido la economía familiar de tener solo dos hijas y el recuerdo de una gemela muerta. Los malos recuerdos son gratis, pero que tres chicas estudien y puedan salir y conocer gente es más de lo que pueden asumir muchas familias de clase media.
Los pobres tienen hijos para tener algo con lo que entretenerse, es probable, sí, y no es que los ricos no tengan hijos, pero, digamos que muchas mujeres ricas solo soportan el parto porque no hay modo de tener un hijo biológico clásico mediante una chacha ecuatoriana. T. fue criado por muchas personas; luego sus padres llegaban de viaje de negocios y jugaban con él como el adolescente que llega de clase y juega con la consola. Después el servicio tenía que recoger el estropicio, calmarle si lloraba, limpiarle si cagaba, y contestar si preguntaba. La educación emocional de T. vino de cuidadoras profesionales, y la académica de profesores; en su clase de colegio privado nunca había menos de 35 alumnos, las distancias con la educación pública se acortaban; como siempre, el trato personal era el eterno objetivo, tan poco probable en el sistema educativo latente como un alumno motivado por algo más que la intención de que le dejen todos en paz.

T. era tan poliédrico que uno de sus títulos decía que sabía hablar japonés. Ponía películas japonesas en casa para verlas con R., intentaba traducirselas, pero al cabo decía que o bien el audio estaba mal o bien hablaban demasiado rápido o bien tenían un acento extraño, y que solo entendía como mucho la mitad. A lo que R. le decía con la mirada:
–Da igual, sigues siendo tan poliédrico…
Y activaban los subtítulos.
T. era doce años mayor que R.
Los primeros meses fueron felices en la casita; ella era veinteañera informática, él trabajaba en una de las empresas de su padre. Lo que hacía era ir. Luego volvía al cabo de ocho horas. Nunca entraba en detalles. Pero R. una vez vio su despacho, era como la gran boca cuadrada y perfumada de un monstruo gigante y acomodado de madera, amueblado como un salón de lujo + una mesa de despacho. Las vistas daban al centro financiero de Periferia, un sembrado de rascacielos dignos de Neo Tokio. R. se humedeció cuando vio aquel panorama. R. adoraba la idea que tiene occidente de la felicidad. De ese modo estaba convencida de que podía comprarla.
Todo eso fue un poco antes de que el nidito hogareño cobrara vida.

T. era tan poliédrico que también estaba titulado en parapsicología. Cuando surgía el tema siempre decía que no le interesaba, que solo había hecho una apuesta. Lo que a T. se le daba bien de verdad era estudiar lo que fuera (en el sentido más cuadrado del término), memorizaba, mecanizaba, conocía todos los atajos hacia las notas altas, se hacía amigo de los profesores y, aunque a menudo caía mal a los compañeros, él sabía que lo primero de la lista era presentarse donde fuera con una buena hoja de méritos. Como hijo más de su propia época que de su padre, se había acostumbrado a cierto tipo de limitación existencial, un buen puñado de respetadas bajadas de pantalones frente a una cantidad ridícula de espíritu propio. T. era tan poliédrico como frágiles sus caras. Picaba de aquí y de allá simplemente porque se lo podía permitir, y sobre todo porque no tenía la más remota idea de quién era (y tampoco sabia que no lo sabía…). Sabía que le gustaba comer, vestir bien y follar; el legado ideal de la Revolución Industrial, académicamente rico y personalmente hueco. Un tipo de tío para el que el tiempo no existiría como tal si no pudiera verlo en relojes o dividirlo en tareas que no le apetecen.

Un sábado para el que la pareja tenía programado sexo después de una cena con amigos, al llegar a casa se encontraron la luz de la cocina encendida y todos los cajones abiertos. Nadie había forzado puertas ni ventanas ni había robado nada.
R. se asustó y T. hizo lo que se espera de cualquier T., fingió control y serenidad y llamó a la policía.
La poli no ayudó realmente en nada, porque no se llevó el miedo de nadie a comisaría. Rellenaron algún papel oficial, hubo firmas, hicieron algunas preguntas de perogrullo, se pavonearon con el uniforme, vocalizaron de tal modo que los podías imaginar en la academia aprendiendo toda esa jerga, y se fueron a seguir la ronda y quizá topar con asuntos con los que poder solucionar algo de verdad.
Lo que pasa con los fenómenos paranormales, es que no puedes simplemente remangarte y solucionar el problema, no hay directrices, lo único: llamar por teléfono y llenar tu casa de gente, hablarles con los ojos muy abiertos, asegurar y jurar que dices la verdad, y luego volver a quedarte solo con tu nuevo mundo. Lo que hicieron R. y T. fue racionalizar el asunto. Se agenciaron un sofisticado sistema de alarma, incluso instalaron un par de cámaras en la fachada de la casa. No fuese que el fallo de todas las casas de la historia contaminadas en abstracto hubiese sido la racanería de no gastarse la pasta…
De modo que T. respondió con todo su poder, y su poder era el del fondo de sus tarjetas de crédito, la piel de su cartera, su audacia y solvencia frente a cajeras y cuentas de restaurante.
La primera noche con sistema de alarma nuevo, pocos días después, comenzaron a flotar platos en la cocina, se lanzaban a sí mismos contra las paredes. La alarma se activó, y en determinado momento T. lloraba hecho un ovillo en el salón sin nadie con cara y ojos a quien ofrecer un billete de 50 para solventar la situación.
Pasados dos días, tras una aparición del tío muerto de T. en el espejo del baño, decidieron mudarse.

Se fueron lejos. Obviamente T. tenía capacidad de liderazgo, y decidió que cuanto más lejos, mejor. Se instalaron en una casita en la ciudad de Sonora. Otro barrio residencial que olía a montaña cercana y fajos de billetes de los que la mayoría de gente solo ve en las películas. Durante un tiempo todo marchó bien. El siguiente objetivo del organigrama era tener un hijo. R. aún era bastante joven, pero estaba convencida, no se imaginaba de ninguna otra forma que no fuera teniendo descendencia numerosa y contratando a una buena cuidadora o dos.
Durante meses los objetos de la casa permanecieron inanimados y cumpliendo su función solo cuando alguien alargaba el brazo para manipularlos, como los buenos currantes prestos y maleables de siempre, también llamados dignos.
La pareja se sentía a salvo porque estaban lejos de la anterior casa. R. y T. eran por supuesto de esa clase de personas que creen mucho más en las distancias que en los cambios dentro del propio torso o cerebro. De alguna forma creían que sus extremidades y órganos no eran ya los de la anterior vivienda, que se habían limpiado del pasado y que podían comprarse una percepción nueva cada vez que quisieran. También creían, aunque seguramente de un modo inconsciente, que el movimiento constante suma inteligencia, mata a las personas del pasado y deja abrillantado el presente. Toda esa filosofía parece tener algo de cierto, los nuevos aires y las nuevas esperanzas, los procesos de autosugestión productiva. Pero claro, nadie tiene nunca razón del todo, y a veces de hecho la opinión popular no solo puede estar equivocada, sino también ser el motivo por el que muchas cosas horribles siguen sucediendo en el mundo.

Pasa un año. La pareja había dejado hacía mucho los anticonceptivos; pero no había manera de que R. se quedara preñada. Ya ni tan siquiera hablaban del nombre potencial del crío. A R. le gustaba J. si era niña y W. si era niño; T. quería un niño, y quería llamarle O.
Compraron libros y más libros sobre cómo mejorar la calidad del semen, sobre posturas femeninas poscoito para echar un cable a los espermatozoides, etcétera. De repente tenían un problema que no sabían cómo academizar para obtener al menos la ilusión de resolución. Fue justo la mañana en que iban a ir al médico (T. empezó pero no acabó la carrera de medicina), cuando T. ya no despertó. Su cuerpo yacía dormido, latía, respiraba, pero parecía estar en coma.
R. no estaba acostumbrada a afrontar problemas ella sola, sonó histérica al llamar a un médico, y básicamente lloró durante horas.
Los profesionales, los más de diez reputados profesionales que fueron consultados, coincidían en que no sabían qué diantres le pasaba a T., y tras balbucear jerga médica y acalorarse ante el desconocimiento de la situación, tartamudeaban diciendo que de momento solo cabía esperar a que volviera en sí por sí mismo. Todo estaba correcto en él, a excepción de que reposaba como un vegetal que no reaccionaba ante nada. Tanto los padres de T. como los de R. acudieron a hacer compañía a R. Todos se turnaron haciendo guardias durante tres semanas ante el cuerpo de T., que pasó a ser alimentado por vía intravenosa.
Veintisiete días de postración después, durante una guardia de la madre de T., algunos objetos flotaron y el cuerpo de T. comenzó a levitar, mientras repetía con voz alta y clara algún tipo de mantra en una lengua extranjera. La progenitora era religiosa, pero una de esas mujeres de clase alta y bipolaridad moral. Comenzó a gritar, aterrorizada, mientras el cuerpo de su retoño bajaba nuevamente y se depositaba en la cama.
No había sido una pesadilla.
Es sabido que en nuestra cultura, cuando los médicos comienzan a no entender nada –debido a que la ciencia seguramente solo ofrece explicaciones para un porcentaje ínfimo de TODO lo que existe y sucede –lo que hacemos es llamar a outsiders de la vida que conocemos. Luego, creamos o no, recurrimos a curas.
T. comenzó a insultar a todos, se le ató a la cama, decía cosas terribles, se ofrecía sexualmente a su madre, amenazaba a todos, y obviamente no era él quien hablaba.
–Mami… ¿Mami? ¿No quieres hacerle una mamada a tu nene…?
Entonces ya todos estaban siempre en la habitación, esperando al siguiente parapsicólogo o estafador.
–Mami… ¿no quieres comerte la polla gorda de tu nene? Uh, bueno, no es tan gorda, pero es tan sentida, lo importante está en el interior, ¿no?…
A menudo hablaba también en otros idiomas, pero aquí el problema era que el propio T. sabía muchos idiomas, al menos chapurrearlos, y también algunas lenguas muertas. La primera personalidad relacionada con la Iglesia pidió tener todos los papeles y documentos que acreditasen los títulos y méritos académicos del muchacho.
–¿Arameo? –le dijo a R.
–Creo que sí… pero creo que a veces infla un poquito el currículo…
–Ya…
–Pero…
–Ya… Verá. Lo que pasa es que necesito un permiso, y también ayuda para practicar un exorcismo. Conlleva un riesgo no solo para el afectado, sino también para los de su alrededor…
El hombre, una personalidad religiosa de Sonora, explicó que todos esos sucesos extraños de la otra casa seguramente estaban relacionados con cierta clase de demonio cuya naturaleza tenía tendencia a la posesión, y al cual le llevaba un tiempo habitar el cuerpo que eligiese. La clave era el cuerpo, no su localización. Lo rondaba y estudiaba. También añadió que la naturaleza de tal ser era la de “ángel caído” (entrecomilló en voz alta), y que era muy probable que tantos títulos y méritos académicos no hubiesen ayudado a T. si estaban expuestos, y no, por ejemplo, guardados en un cajón. Se explayó tratando asuntos sobre demonología.
–Mami es una puta… Mami es una puta… Mami es una puta… –Era el nuevo mantra de “T.”. Luego se entretuvo en descripciones detalladas sobre el pene del muchacho.
–Bonita… –decía, dirigiéndose a R.–, ¿de verdad sentías algo con esta pollita? De todas formas sé que fingías la mayoría de veces. Mucho dinero en juego, ¿verdad, bonita?
La voz no era muy distinta, pero sí tenía un matiz ronco, algo que se fue acentuando, porque ese ser no dejaba de hablar y hablar.
–Una polla así no podría embarazar ni a una perrita. Ni diez centímetros. El tamaño no importa, ¿verdad?, pero quizá sí cuando casi ni hay tal cosa llamada tamaño… El centro financiero de Periferia, ¿eh?, grandes casas y oficinas, grandes coches y barrigas, grandes planes y ricas tarjetas de crédito…, y abundancia en pollas pequeñas.
–¡Calla! –gritaba la madre de T.
–Como una polla pero más pequeña… ¿Como la polla de papá? ¿Vais a pegar a vuestro hijito?
El religioso explicó que podías mudarte y convencerte de que dejabas atrás el pasado, pero las cosas no funcionaban exactamente así, o solo lo hacían bajo autosugestión. El tiempo y la distancia tal y como los concebimos, dijo, al final solo son una ilusión, ridículas conclusiones humanas. Si un demonio (u otro) existe y ha decidido relacionarse contigo, aunque te vayas a vivir a una estación espacial tendrás que afrontar el problema. Un problema que no se soluciona ni con dinero ni con cabezonería, dará igual lo mucho que madrugues o lo mucho que hayas atesorado, porque tendrás que pensar en conceptos como la existencia contemplando toda su complejidad, y sin la manía de obviar las cosas malas o que no entendemos.
Los días se estaban diluyendo, nadie dormía, solo echaban cabezadas. La persiana de la habitación de T. estaba cerrada porque ese ser reaccionaba con violencia cuando atisbaba luz del sol.
–¿No quieres que te folle el culo con esta pollita…? ¿No sabes que es la fantasía de tu T.?
Se cebaba con R. Hablaba y hablaba dirigiéndose a alguien en concreto hasta el borde de desquiciarle. Conocía toda clase de detalles íntimos; había vivido siempre con ellos, en Periferia y en Sonora. Habían compartido vivienda como tres estudiantes sin saberlo.
–Así, por el culo, bonita, así a lo mejor sentirías algo, ¿no crees?
¿Qué habían pasado?, ¿cuatro?, ¿seis días? T. no dormía ni estaba del todo despierto, sólo maldecía. El primer religioso trajo a otros dos, consiguieron el permiso de Roma, leían en voz alta textos seleccionados, fotocopiados. El religioso al cargo se llamaba Y.
El señor Y. acompañaba a la familia en el salón, se sentaba con ellos, intentaba contestar sus preguntas, estaba muy versado en teología, obviamente, pero también era un experto científico, no daba cosas por sentado ni veía una sola solución segura para nada. Decía que aquí el problema básico era que lidiaban con el secuestro de una mente y un alma íntimamente apegados a cierta forma de entender la vida. Cierta estrecha forma de entenderla. Lo cual era una ventaja, un caramelo para cualquier demonio, o “demonio”. El problema era que no estaban enfrentándose a nada conocido, ya fuese un proceso abstracto, espiritual o mental. El problema era que había una pequeña pero factible posibilidad de que el rival aquí fuese la eternidad, y todo lo que no sabemos de ESO que fluye, de lo que formamos parte lúcida por un tiempo, y luego por siempre en forma de materia, pero que aún no hemos descifrado. El ser humano se ha creído su papel de milagro de la naturaleza, pero se lo ha creído tanto que ha arrinconado misterios insondables en los que solo depara cuando se le meten en casa, o en el cuerpo. Esto viene de fuera o nace dentro de nosotros, pero, como sea, no lo entendemos, y como no podemos cifrarlo ni clasificarlo, lo que solemos hacer si no nos afecta es, sí, reírnos… Luego quizá un día se acaba la risa; y llega no solo la desgracia, sino también el potencial rechazo de todos aquellos que aún querrán creerse con la mente ya perfectamente amueblada.

El exorcismo, o la pantomima del mismo, duró 62 días. Era imposible controlar el cuerpo de T. Acabó muriendo de puro desgaste, como alguien que anduviese perdido en un bosque del que no sabe salir, solo que esta vez ese alguien estaba perdido en alguno de los recovecos de los desconocidos nichos de nuestra existencia; todo –irónicamente o no– después de haberle puesto parámetros a tantas cosas que no solo se le consideraba alguien válido, sino, académicamente, casi un genio. Un genio sobre el papel. Uno de los dos curas que leía y leía, estuvo a punto de morir tras un golpe terrible; acabó ingresado en el prestigioso Hospital Placa-Base de Periferia.
No fue tanta gente como se podría esperar al entierro. Muy pocos ex compañeros, y solo un profesor. Los demás, las familias de R. y el propio T. Era un día nublado. Las noches, la visión de las estrellas, nunca fueron iguales para ellos a partir de entonces. Ya no eran exactamente ateos, ni tampoco creyentes, comenzaron a no creer tampoco en ciertas instituciones al margen de lo religioso, y, lo peor de todo, advertían que habían descubierto algo muy importante sobre la existencia, algo que no sabían cómo explicar. El mero hecho de intentarlo solo traería mofa y escarnio. La posibilidad de que el ser humano de cifras, burocracia e industrias, fuese solo la larva de algo mejor, bueno, al menos era una bonita idea, algo con lo que no sentirse tan mierdecilla ante la eternidad.

gafas cámara.

18 comentarios en “T. era tan poliédrico

  1. !Hola,Jordim!

    Hay que saber diferenciar entre adaptarnos a las personas reflejándonos en ellas, adoptando una actitud de afinidad con sus ideas por convencimiento, empatia o educación , a dejar de tener nuestro propio juicio de las cosas convirtiéndonos en marionetas de los demás, en seres inseguros y frágiles. Aunque no siempre lo entienden, como la protagonista de tu historia y su poliédrico novio.

    Una buena historia que se le podría aplicar a un porcentaje bastante alto de la sociedad, por supuesto, si a los momentos de paroxismo demoníaco les llamamos neuras y fobias.
    Me gusta la forma con la que has llevado el hilo de la historia, has abierto en canal a unos seres amorfos y medio idiotizados por el mundo que se han creado. Les has sabido sacar la parte de humor que suele haber en sus vidas, pero lo que mas me ha fascinado es que al final les has dado un respiro, aunque los dejas metidos en mierda, en su propia mierda acumulada durante años, les das esperanza de que aunque estén con ella hasta el cuello de ahí ,quizás no pase.

    Es mi humilde opinión. Magnifico y espléndido relato. Arrebatadora imagen, me encanta. Muchísimos besitos, jordim.

  2. Pues me gustó, y también la mezcla que hiciste con El exorcista y Poltergeist, y puede que alguna otra que no me haya dado cuenta y también esté por tu relato dando vueltas.
    Imagino que después de estos sucesos nadie sería capaz de seguir como hasta entonces.
    Lo vuelvo a decir, me gustó mucho, Jordi, 🙂

    m.

  3. Me ha gustado mucho , a partir de ahora tendré mucho cuidado en no pasar del cubo, que con las seis caras me llegan , por si algún día cristalizo hacerlo en el sistema exagonal como el cuarzo, que empieza por prisma y termina en pirámide
    Esa chispa de humor con que impregnas las cuestiones «llega» así pues ¡Te amenazo con volver!
    Saludos
    André

  4. Mucho gusto Jordin. Primera visita, primera lectura. No sólo has logrado que repase la geometría sino que me has dejado pensando en T. ¿No vamos camino a él? Lo que más me ha gustado, además de tu trabajo en buscar diferentes aristas en la personalidad de T, ha sido tu fino humor. Hasta la próxima con un halo de mi Jardín.

  5. Al fin fue un poliedro irregular…, pero esto es el final, me gustó mucho toda la narración y me asombra tu facilidad de expresión…

    Besos fuertes ♥♥

    tRamos

  6. Esa manera de retorcer una realidad me ha dejado a cuadros, Primero pensé que los personajes eran incompatibles, luego que la imperfección también se comparte. Cuando te leo me recuerdas a Kafka, utilizas letras para designar los nombres, tus personajes también son zarandeados por la vida por situaciones grotescas.. Como siempre tengo que leerte dos veces 🙂
    Un saludo afectuoso

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