Sábado. Día soleado, poca ropa en perspectiva. Hoy cuando anochezca será luna llena. Antes he quedado para comer en grupo. Creo que quieren encasquetarme a una chica que creo quiere ser encasquetada. Creo que no le importa demasiado con quién. Pero ya no tenemos veinte años. Alguien me ha dejado caer (no sé si con malicia) que la muchacha quiere sentar cabeza, le quieren vender la moto y ella no sabe que es de segunda mano y que fue propiedad de un cani de la periferia. Así que el plan es parecido a intentar vender fulares en Mordor… Y cuidado con Mordor, no es tan fantasioso como parece. Además, ella no es ella, pero supongo que mis amigos habrán pensado que esta al menos aún no me conoce, y además está libre… Llega un punto en que algunas personas son cada vez menos personas y más plazas de parking. Si yo accediera a ser la moto, sería cuestión de semanas que todo volviera a encajar en un esquema conocido de fracasos recurrentes, mil veces repetidos, ya con olor a cerrado. Esos ciclos de estupidez bienintencionada se repiten al menos hasta que uno se muere. Al menos.
Comemos en una especie de restaurante de montaña a una hora de coche del que no recordaré jamás el nombre aunque me apunten con una pistola en la cabeza. Es una suerte de antro familiar con olor constante a madera quemada y mesas pobladas por no menos de nueve o diez personas. Es un lugar al que ir –con más o menos ganas– con todas las personas que conoces directa o indirectamente, en esta clase de sitios es donde nos caemos muertos si no nos dan órdenes. Todos hijos de la Revolución, de la Industrial. A veces es como estar con un par de amigos y un montón de cuñados. Pero sobre todo hay parejas, y en ocasiones también bebés. Somos diecisiete. A la práctica, ninguno de los dieciséis me conoce de verdad. Esta certeza funciona a varios niveles; no me conocen de la misma forma que no conocen el planeta en el que viven (ni ganas), o igual que creen que la vida de uno no opera en su interior, sino comprando billetes de avión o superpoblando playas. Ellos son, digamos, inocentes en la misma medida que yo soy antisocial; son felices al mismo nivel que yo prefiero preguntarme todo el tiempo cómo es posible que lo sean siendo como son. Seguramente soy tan cuadriculado como ellos, la única diferencia es que ellos sí quieren estar aquí.
Sientan a la compradora de la moto a mi lado. Todo muy casual si solo oyes los comentarios. Casi la empujan en mi dirección. Quieren su propia serie de televisión en directo. Esto es lo que hacen algunas personas en lugar de descargarse Sexo en Nueva York. Es una lástima, porque la muchacha parece un buen partido, las conversaciones se cruzan y poco a poco voy enterándome de cosas (vaya, porque me las dicen aunque sea sin venir a cuento…). Ha salido de una relación muy larga (esta es una de esas frases que yo nunca puedo decir). No quiere nada serio (la chica que quiere sentar cabeza no quiere nada serio, solo follar en sitios raros, claro). Ha estudiado como desde los cero años hasta los veintiséis y podría ahogar a un caballo con su currículo (otra cosa que yo nanay…). Es muy guapa (es verdad, ella es muy guapa; y el subtexto es que yo debería perder veinte kilos). La conversación en estos casos siempre acaba derivando en la suerte que tengo, y que sería idiota si desaprovechase la ocasión de liarme con alguien claramente superior a mí en todos los aspectos.
Luego llega la fase difícil del asunto para todos, que es intentar subrayar mis cualidades para que ella pueda tener algún cabo al que agarrarse. (Aquí tener una buena polla no sirve de nada.) Esto se acaba reduciendo a repasar la lista de las cosas que me hacen insoportable para, a continuación, hacer el ejercicio de “desmentirlas”. En el fondo no es tan cabrón. Parece gilipollas, pero es sensible. Una vez hizo esto o aquello, dijo esto o lo de más allá, y vaya si nos reímos. Etcétera. El patrón se repite, es como un aviso más de que una tercera guerra mundial es inevitable. Solo es cuestión de tiempo y nuevos envoltorios. Se tropieza con la misma piedra otra vez porque la gente sigue siendo la misma ante ella. La mayoría de veces los sucesos históricos solo sirven para nutrir libros de historia y hacer que salpique más el onanismo de los historiadores.
Sé que esto solo quiere constar de un poco de folleteo potencial o diversión entre amigos, pero todos sabemos que un mechero abandonado a veces se convierte en una buena pista. Es como romper una botella de cristal en el bosque en agosto y luego sorprenderse al ver un incendio en la tele. ¡Oh, dios mío, hoy hemos estado ahí!
No es que todo esté necesariamente interrelacionado, pero todo está lo bastante interrelacionado…
No tengo nada en contra de la chica, lo que pasa es que ella me parece la principal víctima. Todo parece depender de en qué punto corte yo la historia. No parece tener el perfil de alguien que solo va a querer “pasarlo bien” este sábado. No encaja con cierto tipo de alegría femenina (aunque sea muy aceptable), con la actitud de esas tías que te bombardean con fotos de su gato en facebook, dicen cada dos por tres que es mejor que cualquier hombre, y sin embargo se follan a un tío distinto cada vez que pueden.
Como digo, parece un buen partido; pero conocer a alguien de esta manera y prestarse al juego es muchas veces casi como conocer a alguien en un reality guionizado y pretender que esa relación supere todas las barreras y se acabe asemejando a algo que no chirríe a kilómetros. Creo que la gente que monta estos shows celestinos, lo hace porque en su puta vida se han colado por nadie de verdad; en lo que respecta a ellos, el amor es solo otra cosa que decidieron tener. Les basta con diferenciarlo económicamente de la prostitución y ya creen que viven en un cuento de hadas. Los bebés llegan igual, y los bebés siempre parecen fruto del amor. Hay mil maneras de maquillar la existencia; y a veces se hace de tal forma que sólo parecía una mujer.
En definitiva, en términos de honestidad y poco temple, te arriesgas a que el amor de tu vida tenga rabo (o sea gay).
La comida se alarga como un pene de actor porno que llevara tatuada la palabra «califragilisticoespialidoso», y no pudieras leerla bien hasta que el miembro no esté completamente en erección. En base a esto, ahora solo estaría morcillona. La corrida significa volver a casa (¿no significa siempre eso?).
Los postres están al llegar. La chica y yo hablamos cordialmente, hay varias celestinas, yacen a modo de buitres emocionales cuyas relaciones seguramente ya consideran aburridas (aunque jamás lo dirán), y se echan miraditas de esas que creen muy disimuladas. El perfil de una celestina moderna consta de no pocos ingredientes: presencia, amargura disfrazada de madurez, felicidad interpretada en constante proyección, etc. Suelen diferenciarse de las amas de casa maltratadas en que a ellas no se les marcan las hostias de la vida, y se parecen a las amas de casa maltratadas en que en muchos casos tragarán y jamás se revelarán. Debe haber países enteros cuyas familias (siempre patriarcales) vienen definidas por estos rasgos. Los mecanismos de defensa para alimentar la credibilidad de estos extraños sistemas de valores llevados por la inercia y el reloj, pueden ser complejos, pero uno no ha de hurgar mucho para dar de bruces con ellos casi cada día. A veces los tienes en casa. Pero sin duda están muy a menudo en esta clase de reuniones de amigos cebadas de parejas.
Lo que se ha entendido por paso adelante es que ahora el tío también cocine. Lo cual está muy bien; pero en cuanto a mejorar ciertos sistemas de razonamiento, es un poco como meterla en una tarta y llamarlo «Relación».
Obviamente no le suelto toda esta sarta de teorías a la pobre muchacha, que bastante tiene con hacer su papel e intentar no decepcionar a nadie. Algo que es absurdo; el único modo de que una de esas celestinas se fuese a casa contenta, es que al salir del restaurante se te cayesen los pantalones, te atropellara un coche que intenta aparcar, la muchacha cayese encima tuyo, le metieses la polla sin querer, le pegases ladillas y quedara embarazada de trillizos. Por lo menos. Así quizá esas arpías podrían mojarse y follarse a su novio por la noche con las luces apagadas mientras recuerdan el épico día que han provocado.
La comida no acaba exactamente cuando acaba la hora de comer. Del restaurante no vamos a casa; y como suele suceder, se hace más fácil ceder que decir que te quieres largar por tu cuenta. Volvemos a la ciudad en sí, Sonora, nos sentamos en una terraza céntrica. Un pensamiento terrible me invade: quieren empalmar con la cena. He comido unas cuatro veces más de lo que suelo comer, he bebido demasiada cerveza, y básicamente tengo el cuerpo trabajando a pleno rendimiento y mi cabeza se llena de mi típica resaca impaciente. Me empieza a doler todo y solo quiero irme a casa. Siento que la calavera me pesa, siento la propia calavera, cómo palpita, y como si se estuviera resquebrajando. Necesito una caja de gelocatil y una cama fresca. No soy joven, o lo soy, aún, pero esta clase paciencia se me acabó más o menos a los 25 años. Cuando la paciencia se te ha acabado y sigues tragando, lo que sientes es que sufres, estás a la fuerza, y la sola idea de emprender el camino a casa, tan deseado, también te comienza a resultar agotadora. Llegas al punto de no querer irte y no querer quedarte.
Suena peor de lo que es, pero sigue siendo una mierda. La chica sigue sentada a mi lado en la terraza. Tiene los mofletes rojos y parece haber bebido más de lo que ha comido. La idea de intentar tener una erección en mi estado de pesadez hace que me entre la risa floja. Es sólo un sábado más en la Tierra, pero hace mucho que sé que esto no es lo mío. Lo que se entiende aquí por pasarlo en grande es comer mucho y beber más, maltratar el cuerpo a cierto nivel, y cada cuerpo reacciona a su manera. Hay quien casi no tiene resaca y aguanta echándose al coleto todo tipo de comida y bebida durante horas, sabiendo que todo se solucionará con una aparatosa pero eficaz cagada. Pero otros nos congestionamos y todo se vuelve del revés, la maquinaria sufre, y el estómago y los órganos colindantes comienzan a plantearse cuándo y cómo va a operar la descontaminación. A tu cuerpo le da igual, es problema tuyo. A tu estómago poco le importa si hacerte vomitar durante horas o ponerte enfermo de colitis aguda. Su misión es solucionar el problema que tú has causado. Tu cuerpo reacciona con la misma frialdad y crudeza con que lo hace un huracán o un tsunami. La conciencia o el dolor son solo problemas tuyos. La naturaleza se dedica a seguir su curso.
Hacia las 8 de la tarde me quito a todos de encima. También a la chica. El peaje ha sido intercambiar teléfonos (las celestinas han disfrutado ese momento forzado).
Hoy cuando anochezca será luna llena, sí. Y me refiero al día, no a mí, aunque viene a ser lo mismo. Lo que hago siempre en estos casos es forzarme a no cagarla. Llego a casa y me fuerzo a ducharme (esto solo es ritual). Luego como algo aunque no tenga hambre (el cuerpo sí lo necesita al final). Bebo mucha agua (siempre facilita las cosas). Me preparo dos mudas de ropa (dos, por si acaso). Luego cojo el coche. Odio tener que conducir, pero a veces no queda más remedio. No me gusta conducir, ni sacar la mano mientras y ondearla al viento; mi anuncio sería: “¿te da por culo conducir?, a mí también”. Te pasas el tiempo lidiando o bien con los otros conductores o bien con el coche, si no te sientes puteado por otro coche, te sientes puteado porque no encuentras aparcamiento para el tuyo. Así lo siento. El coche sirve a necesidades muy concretas para mí. Todo aquello que tenga a media hora a pie o bien conectado con transporte público, para mí es un alivio.
Así que, con mi horrible resaca, me obligo a coger el coche y conducir hacia cierta zona boscosa de las afueras. Es sí o sí, no hay otro remedio. Es el misterio insondable de la vida, quizá uno más del universo. Algo que las celestinas no podrían sospechar ni por asomo. Es un inevitable secreto y no tiene nada que ver ni con comer ni con beber ni con follar. Lo cual lo hace incomprensible para la mayoría de gente que conozco. Es también literatura y mitos, o puede que una enfermedad que aún no me ha matado. A veces creo que es karma, o falta de motivación para la meritocracia. Creo que esto último sería la conclusión a la que llegarían muchos. He salido con chicas que creían que les ponía los cuernos por culpa de esto. No me las podía traer y explicárselo. Hay cosas que sencillamente te tienes que guardar. Tienes que protegerte. Hay historias más fuertes que un idiota poniéndole los cuernos a su apaño para las fotos boda.
Aparco más o menos siempre por la misma zona. Es como mi periodo masculino, sucede una vez al mes y es molesto, no sangro exactamente, pero tampoco es agradable. Lo mío al menos dura unas horas, y no días. Aún no me ha visto nadie nunca, no más allá de alguna foto borrosa o algún susto puntual. Y tampoco he conocido nunca a nadie a quien le pase lo mismo. No es la clase de conversación que surge en un ascensor, y tampoco creo que sea de buena educación hablar sobre ello en la mesa. No creo que sea de buena educación, de hecho, hablar de ello en este mundo de dioses, burocracias y celestinas…
Lo que hago es elegir un claro en el bosque, la clase de sitio inhabitado al que la gente de ciudad no va (con suerte) ni entre semana ni en fin de semana. Suelen ser lugares de poca altura, nutridos de torres eléctricas, colinas que rodean la ciudad. La idea es no despertar luego en medio del salón de unos extraños con restos de tripas de una niña en las uñas mientras sus padres te miran horrorizados y llorosos. Pero de todos modos creo que no hago ese tipo de cosas.
Ya en el claro, y con visión directa a la luna llena, me desnudo para no desgarrar la ropa. Aprendes a prever el momento. Luego extiendo sobre el suelo oscuro una manta que siempre traigo conmigo. Me estiro en ella. No es del todo doloroso, pero notas ciertos fuertes calambres, y pierdes la conciencia. Lo que sea que te maneja luego no eres tú. No sé si tu carácter le influye, pero diría que no. No tienes control. No puedes hacerte un selfie a medio transformarte, ni después. Como tantas otras veces, solo te queda esperar. Me echo, y espero.
¿Memorias de un hombre lobo? Chico difícil…:)
Un inesperado e intrigante casi-final…
Esta es una de esas descripciones sociales (suelen serlo) internas que no todo el mundo comprendería ni saborearía igual.
Y una gran excusa para usar la meritocracia.
El texto me ha encantado, además del miedo que me da que me haya gustado por haberme sentido bastante reflejado.
Sorprendente!!
Una historia por la que cada hombre tiene que pasar alguna vez en la vida (como rito de iniciación). La transformación en bestia del averno es opcional, me parece. O todos lo hacemos también de una u otra manera.
Buen texto.
un abrazo.
Pocas veces las ideas y diversiones de los demás coinciden con las nuestras, no siempre somos depredadores de trofeos pero, si logramos escapar y fundirnos con la naturaleza al final somos lobos aullando a la luna.y depredadores de libertad.
Si no hay novedad nos seguimos leyendo
Nunca puedo dejar de leer hasta el final lo que escribes…aunque me muera de sueño…aunque no tenga tiempo…eso es un fastidio…porque no se puede leer en transversal. ¿Por qué la gente no deja que vayas solo a los sitios? o que estés solo…o que no quieras estar con nadie, o que te pidas un tiempo…arrrrrgggg…todo dios te busca affaire…
Más de una vez me hubiera gustado irme a ese bosque y convertirme en algo chungo…el carácter influye…seguro.
por cierto…¿en qué se convierte?
Genial! Besos
Totalmente inesperado el final para mí…
Me encanta!
Un saludo.
Una gran historia, una gran descripción, una gran realidad con la que no resulta nada, nada difícil sentirse identificado…
Un gran escritor…Sí…
Abrazos
Pareciera que la muchacha es una Cinderella Star queriendo escapar de un lobo que no la persigue.
Cuidate
Es inquietante tu texto, de los que te atrapan hasta el final.
Estupendas letras.
Unos abrazos.
Algo sorprendente…
Es buenísimo… Te doy toda la razón en todo o que has dicho, verdades como templos, realidades. Un estudios de situaciones muy comunes. Un buen estudio…
Nunca hay que forzar situaciones, lo que ha de venir se presenta por sorpresa, es pura magia.
Muchos besos.
De nuevo por tu casa disfrutando de las cosillas que nos dejas.
Saludos.
No he podido evitar reirme a medida que tus descripciones se afinaban (y afinabas tu mala leche).
Si sigues así y consigues no pasarte al lado oscuro (no el que provoca el bosque de tu historia, no, ese otro mucho más difuso y peligroso de creerte todo lo que por aquí te soltamos y dejar de intentar escribir cada vez mejor) es posible que acabes afinando también tu estilo y centrando tus historias.
Se me ocurre, pero no tienes que hacerme ni puñetero caso, por supuesto si crees que ni me va ni me viene.
Saludos!
¿La historia no está afinada? 🙂 La verdad es que suelo escribir aquí de forma muy rápida y orgánica, y tengo textos más madurados; pero nunca sé lo que afino y lo que no hasta pasado mucho tiempo cuando vuelvo a leer el texto.
saludos!
Hola, tal y como te prometí vengo a devolver la visita que hiciste a mi blog y me encuentro con esta historia tan cargada de situaciones muy reales , pero a mi entender me parece muy densa a la hora de leerla, yo a mi entender pondría mas imágenes para hacerla mas fluida. ( este último comentario es algo muy personal)
Un saludo
Puri
Me ha encantado el giro final, es lo que solemos hacer todos lo asociales, nada de quedarnos llorando en casa o mirando al teléfono a ver si alguien nos llama. No. Nos vamos al bosque y allá ocurre lo que tiene que ocurrir.
El relato describe muy bien ese masoquismo de muchas reuniones sociales, sobre todo las tumultuosas, ese tedio y esa cutrez con la que solemos ser tan benevolentes. Mi número tope es tres personas. Y ya tengo una edad en la que puedo decir «no me apetece» y me quedo tan ancha.
Lo de someterse a las celestinas de turno, lo has clavado.
Un beso,
Hola, te he descubierto navegando por ahi…y me encanta lo que leo!!
Volveré…besitos.
Hola jordim.
No te he había leído demasiado o para ser sincero, apenas nada.
Sin embargo este relato, quizá en parte autoconfesional, o tal vez ni eso, me ha resultado no solo interesante, sino inteligente, agudo y muy realista, hasta en su desenlace. Porque esas cosas pasan, y a mí, creo, me han ocurrido o a lo mejor es que a leerte me he dado cuenta de que existen.
La cuestión es difícil en un mundo donde no seguir las pautas sociales, te lleva a estigmatizar. La verdadera decepción de la vida es hacerlo por qué sí, como muchos o mla mayoría acaba haciéndolo.
Algunos tenemos alma antisocial, aunque tampoco lo sepamos ni nos importe. En realidad nuestro egoísmo nos libra: no nos fijamos en modas, estatus, ni otras imposiciones absurdas. Y carecemos de envidias y odios exagerados. Lo cual, por un lado nos hace libres y por otro, nos convierte en escalvos de nuestro lado más turbio, el de nuestra propia sinrazón interna de existir.
Un abrazo.