Es el primer día. La versión oficial es que te abandonan allí por tu bien. Una niña de unos veinte años de repente tiene que lidiar con treinta críos (quizá no eran treinta, pero como si lo fueran). De modo que –como tienes cuatro años y básicamente no has pedido estar allí, y ni tan siquiera pediste nacer ni adquirir responsabilidades ni pintar arco iris o moldear ceniceros con plastilina– lo que haces es llorar. Te pones a llorar con todas tus fuerzas, y no eres el único. Estás desconcertado, abandonado, te llaman al redil, te ponen en fila, te ordenan ir de la mano en parejas, te invitan a callarte. Luego te dicen que más vale que aproveches, porque esa es la etapa más feliz de tu vida. ¡Ah!, por supuesto, la niñez, todo es diversión, libertad absoluta y jodienda, drogas, flexibilidad, un montón de dinero y sexo a todas horas. Es el anteproyecto de eso, al menos, de lo que te venderán por felicidad; las drogas serán un complemento relativamente evitable. La niñez, vaya que sí, esa etapa llena de adultos a los que ves en plano contra-picado occidental… si has tenido suerte geográfica al nacer, claro. No tardarás mucho en oír a alguien decir que los niños de África son felices solo con corretear y masticar piedras. Así que más vale que espabiles, ese desequilibrio te interesa. Las capas de confusión moral y ética que te meterán por tu culo infantil no serán algo que te aclaren en los subsiguientes años; ni aunque seas un buen estudiante; o más bien, sobre todo si lo eres. Deberás intentar aprender a valorar la esencia de las cosas mientras intuyes que bajo todos los discursos el mensaje es que lo importante es el sempiterno dinero. Te hablarán sobre la profundidad del Amor mientras luchas por la nota media para conseguir introducirte en el camino al euro. Te adherirás al mensaje sobre la inabastable valía de la generosidad mientras te cuentan que la madurez existe, y que se consigue con pasta, pasta gansa. La idea del valor incalculable de la vida será el envoltorio de las monsergas de aquellos que sobre el papel te quieren, siempre y cuando te calles de una puta vez, joder, y te metas a tu cuarto a estudiar si no quieres ser un puto desgraciado. Niñato de mierda, menuda desgracia nos ha caído, vagueando todo el día y sin hacer nada de lo que tiene que hacer, no coge ejemplo de su hermano ni de ninguno de sus amigos, se pasa el día encerrado o vete saber dónde en la calle … No es bueno que te tomes al pie de la letra lo de que la infancia es la etapa más feliz; la verdad es que con el tiempo verás que siempre hay una teoría y luego está la práctica (y luego hay millones de matices). Lo que seguramente en realidad pasa, es que entienden que la infancia es la etapa más feliz porque aún no tienes que afrontar del todo la mierda alambicada, estúpida, cruel e hipócrita que ellos han erigido por Sociedad. Es un intrincado sistema de valores por el cual por fuera deberás parecer conforme y más o menos feliz con todo, mientras por dentro… bueno, probablemente tendrás que perfeccionar una especie de esterilización del espíritu. Es, en el fondo, la misma razón por la que un niño en África puede llegar a ser feliz (o “feliz”); es adaptación al medio, y sucede en todos los ámbitos y clases sociales: es el mismo motivo por el que un basurero se puede acostumbrar al olor del camión de basura; que él se haya acostumbrado no significa que la basura no siga ahí. La versión predominante de la historia, o el credo al que hay que rendir pleitesía, es que debes olvidar, debes enterrar toda esa inmundicia, y puedes hacerlo solo con cosas. Debes convencerte de que puedes fabricarte un alma si visitas las suficientes tiendas de ropa o tu casa es lo suficientemente mona y sufre reformas constantes. Tu valía como ser humano se deberá medir según proliferen tus “méritos” a cierto nivel. Da igual que estés hueco si te has pateado la Capilla Sixtina o has visitado una buena colección de países extranjeros en verano. En esas fotos quizá hay recuerdos, sí, pero sobre todo es la prueba definitiva de que tú sabes cómo hacer las cosas, cómo vivir en este mundo, y que no solo no hueles ya la basura, sino que tampoco te importa; y tanto es así que incluso puedes fingir que sí, que te crean, y montar toda una religión al respecto. No hay como fabricarse una existencia a prueba de pensamientos. Si te esfuerzas un poco más en esa línea, un día acabarás viendo una foto, lo único que te recordará es que estabas haciendo una foto, y te dará completamente lo mismo. La idea de la felicidad se venderá tan barata que prácticamente te la regalarán si te cambias el móvil. Y es posible que eso ya se esté haciendo. Quizá eso ya esté pasando, porque los clientes potenciales podrían ser ya así. Podrían aceptar simplemente la sugerencia de creerse felices, y así no tener que pensar qué van a hacer con su tiempo si no es comprarlo.
La chica de la planta tropecientos pone cara rara y dice que nunca ha hecho eso. X., criado en su día por padres de clase media mal acomodada, dice que es verdad que es una guarrada, pero venga hombre, la gente hace cosas mucho peores, aquí la diferencia es que al menos no hay pagos de por medio, nadie se está prostituyendo, solo son dos adultos eligiendo hacer guarradas, quién sabe, quizá hasta disfruten de esas guarradas. Aquí nadie es una puta, nadie es un maltratador ni un chulo, y el pis de semejante chica no puede ser tan repugnante.
–Eres un cerdo.
–Así no vas a hacer que se me baje la erección.
–Está claro que eres un cerdo.
–Creo que deberías mearte en mi polla. Y que conste que el primer plan era mi boca.
–Qué asco, en serio.
–Tú no vas a… Yo no pienso mearte encima, nunca haría eso, solo quiero un poco de tu…
–Creo que voy a vomitar.
–Solo te haces la escandalizada.
–No me vas a convencer.
–No te preocupes, no me va la coprofagia, mi límite es la lluvia dorada. Y no es porque me guste mucho el pis, es la idea de hacer semejante cosa, en la intimidad, algo que por fin es casi seguro que no saldrá de la intimidad. Algo que los demás no sospecharán, no podrán intuir. Si lo piensas bien, es lo más cercano al amor que muchas parejas podrían hacer entre ellas.
–Estás como una cabra.
–Qué dices. No. Me educaron en un colegio público (si es que es distinto al privado…) Soy tan previsible que tengo planeados los próximos cuarenta años. Si me preguntas por una fecha de dentro de diez años, te puedo decir casi seguro qué estaré haciendo, siempre y cuando no se tuerza el plan…
–Tu novia seguro que no hace guarradas así.
–A eso me refiero, has dado en el clavo. Mi novia tiene una sopa de letras sencilla por cerebro. Eso y un máster.
–Y cuernos…
–Qué quieres, ella es tan humana como yo, nos conocimos casi con pañales. Somos la pareja modelo, nuestros padres creen que a estas alturas ya sudamos colonia y nuestro gato de concurso caga caviar. Tenemos una hipoteca y planes de no-cambio hasta la muerte.
–Hay gente que no necesita una vida paralela…
–Sobre el papel nadie hace esto, ya, pero no veo el argumento…
–Por algo no lo harán…
–Me vas a hacer decirlo…
–…
–La verdad es que nunca me han practicado la lluvia dorada. Es solo una fantasía, algo que me gustaría hacer. Que me hiciesen.
–Y ¿qué pasa si en el proceso descubres que te da asco y ya no hay marcha atrás…?
–He pasado años comiendo mierda prefabricada de todas las clases, podré con un poco de pis. Si me da asco soy perfectamente capaz de disimular. Llevo miles de lunes disimulando. Semanas enteras. Años. Hace poco mi novia me preguntó si quería tener hijos y le dije que sí sin titubear, con una sonrisa de psicópata que ella se quiso creer. Soy una persona perdida, solo una más, solo quiero portarme mal de vez en cuando, sin hacer daño a nadie.
–Y que se te meen encima es… ¿una declaración?
–…
–¿Si tu novia te lo propusiera tu vida te parecería mejor?
–No nos podemos poner en supuestos absurdos. ¿Sabes qué contestaría yo de verdad a esa gente que te pregunta qué te llevarías a una isla de desierta? Me los llevaría a ellos y una pistola escondida, porque creo que son la clase de imbéciles que tienen las riendas…
–Me estás comenzando a dar miedo.
–No mataría a nadie, no te preocupes, o sí, pero tú también, solo hemos tenido suerte de ser de donde somos y ser en general coyunturalmente afortunados.
–Ya.
–No quiero perder mi vida, es una mierda, pero es cómoda, cambiarla a estas alturas sería tal follón que seguir en ella seguramente sea más inteligente. Fui sincero contigo desde el principio.
–Creo que no me voy a beber ese vaso de agua, y que deberíamos dejar de vernos…
–¿En serio? ¿Qué más te da? ¿Qué edad tienes?, ¿como 20 años? ¿Qué piensas hacer? ¿Una chica casi niña en Periferia buscando una relación seria? Qué será lo siguiente, ¿buscar comida sana?
–A lo mejor es que no quiero hacer esto más contigo.
–¿Vas a buscar a un tío que le ponga los cuernos a su novia pero tenga la decencia de no decírtelo? Yo también puedo ser un hipócrita mentiroso si quieres, tengo un montón de años de práctica, es lo que hago casi todo el tiempo en mi vida oficial, no hay nada de mi piso o mi trabajo o lo que haga que tenga una mierda que ver en realidad conmigo. ¿O es que acaso te vas a buscar a alguien de tu edad…? ¿Un buen chico que folle como Peter Pan y se corra como Campanilla…? No me lo creo.
–Capullo…
–Oye, eres la primera cosa que hago que ha sido elección mía de verdad… La primera, a mis casi cuarenta años, yo, X., algunos dirían que esto ha de tener bastante significado.
–No vas a conseguir ablandarme.
–No intento ablandarte, es la pura verdad. He sido una especie de monja del sistema, siempre dentro de él, enclaustrado, cabizbajo, atento a todas las órdenes, siempre cumpliendo. Y ahora deberías verme en casa con mi novia, hablando con ella de casarnos y tener hijos, y me da vértigo solo de tener que sacarlo a colación aquí contigo. Y no me vengas con que cambie mi vida y ya, no compres nunca esa moto, eso apenas pasa, pasa mucho menos de lo que crees, la gente se deja llevar, no quieren restarle sentido a sus principios de base, no quieren darse cuenta de que quizá se hayan dejado manipular en lugar de haber tomado decisiones propias.
–Creo que eres un capullo. Y también un cobarde.
–Ahora no sé si me hablas en serio o me estás provocando…
–Y un cerdo…
–Me va a volver la erección.
–No pienso hacer eso…
–Pero podemos seguir con lo otro…
–No. Creo que ya me he enfriado.
De un minuto para otro, fuera se oye pasar a la policía desde hace un buen rato, varios coches y unidades. Y se oye retumbar algo, como algo que se acercara, algo enorme e imposible de manejar. Algo que da pasos.
–¿Oyes eso? –dice la muchacha.
–Sí…
Ese Algo sigue haciendo temblar el suelo, y cruza por delante de la ventana. Parecían escamas, un organismo vivo, torpe, puede que sin malicia, pero obtuso y asustado, como de ficción asiática. La chica lloriquea mientras tiembla el suelo. X. tiene miedo, pero también una sonrisa de oreja a oreja. El estruendo –muy cercano– que llega ahora y se hace creciente, parece el violento derrumbarse de un rascacielos.
Archivo por meses: junio 2014
Hervir para las impurezas
Tres chicos provisionales para Marga, Laura y Vanesa, nombres al azar que se han convertidos en nicks o sílabas o meras iniciales. Nombres bastante comunes que atraen a los poemarios delgados y los tatuajes formato mono/sexual. Exposiciones y presentaciones de libros a veces de ellas y a veces de otras, algunas veces de los novios del momento y todo está en Google, burbujea en el timeline y se multiplican las fotos públicas y salpica el semen y el mundo pobre y desvencijado y no-tecnológico está lejos y basta y sobra con la mera noticia al respecto. Luego hay otros tres chicos, y entre ellos y los anteriores ha habido melancolía hipster y fotos retocadas y narraciones al respecto. A menudo llevan ahora sombreros y barbas cuidadosamente descuidadas y más tatuajes, un poco más grandes (de los que de lejos parecen roña), y todo sucede a los veintitantos y la conciencia política suele ser sintética y repleta de vasos medio llenos y sonrisas lascivas en blanco y negro estilo años dos mil… La superficie es reluciente y el fondo es igual al de los papás. El futuro es estanco y el progreso –de haberlo– es solo económico. Las personas realmente diferentes son mascotas y las que van de diferentes son las reinas del momento, a cada segundo pasan de moda y a cada segundo se adaptan, las capas de hipocresía se multiplican y nadie queda a salvo, el grosor de la primera pátina de todo empieza a ser imposible de penetrar para cualquier prospector, y la poesía es un ente al modo Frankenstein, formado por los tics que algunos se huelen que otros creen que son guays, mientras la tristeza y la felicidad se convierten en lo contrario a la espontaneidad, y la responsabilidad en lo que hay al otro extremo de la autenticidad. Marga hace una fotografía y recuerda aquel momento en que hizo una fotografía mientras pensaba en aquellas fotografías inexistentes del aquel viaje cuando se le olvidó la cámara. Laura y Vanesa la miran por encima de sus bebidas irreconocibles a simple vista y le dicen que eso le pasa porque un día se le va a olvidar la cabeza. Luego cacarean al modo de las gallinas Starbucks y se explican los polvos de ayer –aunque solo sea con miradas– para que por fin existan y se ríen avergonzadas y a la vez orgullosas de sus próximas ideas para nuevos tatuajes. Laura despierta una mañana en la habitación de su piso compartido y el chico con el que ha pasado la noche la fotografía a contraluz mientras ella se viste mirando hacia la ventana que da a una calle estrecha de un barrio ametrallado por Instagram encajonado en una gran ciudad; nido de chicas y chicos parcelando la libertad, proyectando referencias pop en contextos artísticos e intentando llenar lo que en el fondo saben es una burbuja nacida ya a ras de suelo. Vanesa prepara no muy lejos un desayuno vegano que queda digitalmente petrificado y estudia para su máster mientras le whatsappea a alguien que está hasta arriba y se dedica luego a organizar su agenda mental para meter en ella un nuevo chico y el nuevo tatuaje y la visita a ese nuevo sitio con ese tío que pincha dicen de maravilla y donde dicen no sirven garrafón. El cielo sigue igual que antaño y los nombres comunes convertidos en muñones confunden la introspección con la pose, y cómo culparles, habiendo nacido y crecido entre sonrisas pasivo-agresivas Educativas y sabias sobre el papel, ecos de siglos pasados basados también en pieles y filtros interesados, variaciones sobre bases ya malamente olorosas y oráculos cuya profunda evolución ha consistido en no poder colocar ahora encima una sevillana. Fútbol en HD y cine a diez putos euros, vamos al local de luces rojas que nos dijeron. Las chicas de nombres comunes y estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas basadas en estéticas que a su vez estuvieron basadas en estéticas que alguien creó basándose en ciertas estéticas, salen a poner a prueba la juventud que creen antecede al fin del mundo, que no es más que sus muertes, cuando sucedan –creen ellas– a los treinta años, mientras se siguen pensando originales buscando arrugas en el espejo, mientras le quitan hierro al asunto y luego se olvidan subiendo tres escalones y pidiendo algún tema a ese dj que pincha cosas que quieren ser Depeche mode o los Radiohead del ‘Idioteque’ pero no lo logran. Niñas de veinte y veintimuchos, inconformistas como manda el canon e independizadas como manda la física, con tíos de camisas a cuadros, extraños piercings y aspectos con los que te es imposible imaginarlos a los sesenta años. Luego de los treinta ya hay que sentar cabeza otra vez y volverse recto, la juventud es una etapa fácil de superar si ha sido más bien artificial. La vida se hace más fácil por secciones, y un hijo a veces es la excusa perfecta para convertirse en alguien ya abiertamente egoísta y orgullosamente materialista. Supongo que no es fácil desmarcarse más allá de la mera idea, del mero concepto. Debe doler que te hagan un tatuaje, les dice una día una cuarta chica a las chicas, y ellas dicen que sí, pero coño, dicen luego, algo hay que hacer, algo hay que fotografiar, algo hay que hacer pasar por carácter, algo hay que enseñar como prueba de que una es feliz, de que sale y hace cosas o de que tiene verdadero amor por el Arte y el dolor y la verdadera vida. No lo dicen exactamente con esas palabras. Algo hay que hacer para sacar tanto sentimiento hacia afuera, para que quede visible, para que la gente lo vea, para que vislumbren tu pequeña pero respetable colección de ex-parejas (‘¡no somos putas!’) y brutales polvos de verano, y el dolor, recuerda, dolor, un dolor emocional insoportable, que con grandes dosis de madurez y tinta y poesía urbana se ha superado. Niña, un tatuaje no es nada en comparación con todo eso, o agujerarse la nariz o el ombligo o bueno, o cualquier parte del cuerpo que puedas pinzar con el índice y el pulgar. Todo es tan romántico cuando el culo aún es terso… Luego decae la presunta personalidad al mismo ritmo que el culo en la muerte prematura. Hay que dejar este piso de tropecientas habitaciones, ¿aquí cómo vamos a criar a un niño?, necesitamos al menos dos lavabos, ¿has oído lo de esa chica de abajo a la que se le ha muerto el novio?, qué penita. Suena un grupo que intenta sonar evolucionado incluyendo algo de sintetizador, el dj sonríe a las chicas, que se contonean a pocos años del fin. El pez se muerde la cola, en la que lleva un septum que está pensando en quitarse, se acerca una entrevista de trabajo para entrar en la cadena de montaje; no había enchufes, así que no había arte, el talento es una decisión y el profesionalismo la tira de veces una forma elegante de prostitución. Chico Ideal llega con la edad requerida y los testículos tan cargados como la hoja de méritos, importante es como decían los Manos no fiarse de una habitación en llamas; llama la edad adulta y la palabra Madurez gana terreno como una versión cínica de Godzilla. Esos nuevos caminos que algunos parecen ser capaces de transitar, es importante restarles mérito y credibilidad, lo autodidacta ha de ser sospechoso y las firmas huellas de Dios. El demonio de las ametralladoras por la lotería de las desgracias es en ocasiones imposible de evitar, pero nadie podrá culparte de aburrimiento atroz y torpeza vital si millones habitan millones de habitáculos iguales al tuyo.
Marga, Laura y Vanesa pueblan a menudo una cafetería que hace esquina y que tiene un pasado turbio. Dos chicos de Periferia tomaron lo que llaman malas decisiones; que culminan en lo que en una nota describen como «hervir para las impurezas». Es una redundancia social, uno de esos hechos terribles de los que nadie quiere sacar realmente conclusiones más allá de barrer con estilo la mierda bajo la alfombra. Retórica para ese cocido que sigue cocinándose para el Armagedón. Son cosas que pasan, pues, dos chicos y sus malas cabezas. No es culpa de nadie, mucho menos de nadie adulto o circundante a las vidas de esos muchachos. Es la coyuntura, las circunstancias, y también las M240 conseguidas a saber de qué retorcida manera. Esos niñatos de instituto… nunca se centraban. No tenían nota media para acceder a la facultad de la zona, el edifico frente a la cafetería, nunca podrían tontear con esas universitarias, tendrían que conformarse con las aprobadas por los pelos en algún antro académico para medio-tontitos. Los pechos estallan por las ráfagas, un ruido insoportable hace que el interior de la cafetería parezca el interior de una lata de Coca-cola, si es que no lo es en realidad. Grita quien tiene tiempo de gritar, es hora punta por la tarde, cuando la facultad ya vomitó y la biblioteca ya regurgitó, época de exámenes y muy poca calma. Evolución es un adulto diciéndote que te lo juegas TODO antes de los veinte años. Evolución es un adulto relativizando y suavizando las formas de decirte cómo va a decidir si eres listo o retrasado, y por qué no puedes sacar a colación lo que no esté en el Programa. Algunos estudiantes se ven tan salpicados se sangre que no saben si les han dado o no. Se oyen lloros y quejidos, algunas ráfagas rebotan en cierta zona metálica. Había un señor canoso, un profesor que no ha sido alcanzado y que hace la croqueta en el suelo infartado. Mar, Lu y Vani estaban comentando los detalles sobre cierta calavera para la rabadilla cuando han visto entrar a los chicos, y han sido de las primeras en sucumbir, aún no con casi treinta años, pero a medio camino, una tragedia juvenil, un holocausto indie femenino, pura ironía de las masacres en terreno occidental, donde nos fabricamos nuestras propias ideas sobre el drama, sobre el futuro. Los chicos, dos, caminan entre los cuerpos y los ametrallan otra vez por si quedaba alguien aún con planes para morir a los treinta. Reservan munición para ellos mismos. Es una locura, o bien el resultado de sumas y medias sencillas, de presión donde no había nada por lo que presionar, de jerarquías donde podría haber habido una sana relación de egos y caracteres, de números donde podría haber salido alguna buena poesía para variar. Selección académica donde debería haber una parcela de oportunidades reales a largo plazo para cada cual. Decisiones precipitadas después de años en aulas en las que se hacía imposible pensar. No hay justificación para el extremo de lo sucedido, pero probablemente sí una explicación más sencilla de lo que todos creen. La noticia es que no exploten más bombas ni revienten más pechos, la conclusión potencial es que hay que generar más prospectores, no tener el sacrificio como base sino como ingrediente que llega por defecto; la sonrisa no como opción, sino como sinceridad en respuesta a las circunstancias, y el amor no como fotos retocadas ni colecciones de explicaciones, sino como algo tan auténtico que viva en el espacio que hay entre el grito y el secreto, porque si hay algo de verdad su ubicación pública o privada es lo de menos. Regueros de sangre dejan los cuerpos, y charcos y folios manchados y todo tipo de trastos finos con la pantalla quebrada, el transcurso de una época, como cristales gruesos de un rascacielos, y una chica con tatuajes que siguen demasiado en el centro.
Histérica vitae
Con todo lo escrito y firmado al menos ya no hará falta una potencial carta de suicidio. Que lean, que se lo curren. Que interpreten, aunque esta vez no sea para seguir hundiendo el mundo, que lo hagan todos esos Emisores de miradas significativas. La verdad es que por regla general aplaudo las obsesiones, porque la mayoría de gente es terriblemente previsible y aburrida (me da igual si suena emo), algunos porque creen que eso está más cerca de la bondad, otros simplemente porque quieren proyectar una imagen de bondad. Casi todo el mundo con el que tengo relación alguna tiene más preparación que yo: experiencia, conocimiento, idiomas, todos son mucho más fiables desde un punto de vista administrativo o económico. Todos han viajado más que yo y tienen muchas más cosas que yo. Todos son Algo de un modo oficial, Alguien. Lo que no saben bien es que quizá no hayan follado más que yo; porque también le han dado a la sin hueso mucho más que yo con ciertos temas… esto es algo que les parece vital. Figúrate que te libras de una explosión justo después de haber dado la vuelta a la esquina. Qué desfragmentado…; Pynchon se pregunta por qué las cosas siempre han de ser fáciles de entender. Da gracias a que no sigue una intentona de poesía, hay cosas que merecen más respeto que algunas personas.
Era por allá por la época en que Hitler no dejaba de madrugar y ponerse objetivos cuando los cohetes volaban sobre el tejado inglés bajo el que ciertos antepasados míos practicaban el coito. Es un milagro que la 2ª Guerra Mundial no impidiera mi existencia. Es tan aburrido como lo de los seis grados de separación, pero dejadme en paz, yo tuve antepasados nazis, y también otros en la resistencia. Una vez me dio por comenzar a hacer preguntas. Todo lo que no pregunté en el colegio o en general de crío, todo salió unos años más tarde. De niño era bastante suicida aun sin saberlo, no le tenía miedo a la muerte como la gente no le tiene miedo a llevar a sus críos al colegio…, ¿hay una moralina aquí? Vagaba de un lado a otro. No me quedó el pelo rubio ni simpatía por casi nada. Luego alguien tuvo la amabilidad de follarme y más tarde pasé de no tenerle miedo a la muerte a tenerle bastante simpatía: el que te murieras seguro, bueno, significaba que eras LIBRE, y sobre todo que los ganadores y los buenos chicos oficiales no iban a vivir más vidas que tú. Esto me volvió empático. Cuando alguna cosa me agobia pienso en el espacio exterior; hasta tal punto que luego me siento demasiado insignificante y prefiero volver a estar un poco agobiado. La verdad es que el vaso nunca está medio lleno ni medio vacío, porque no hay ningún puto vaso, insisto, ni abstracto ni sabio, solo optimistas de baratillo o pesimistas estéticos. Solo hay una clave, la barrera que separa a los curiosos (vivos) de los zombificados (quizá tu novio). El resto son solo etiquetas. Si te llaman rebuscado no hace falta que contestes; a no ser que seas profesor y les vayas a poner un examen con el que se jueguen alguna clase de reputación, no te van a escuchar. Esto que sigue fue la bomba, de verdad, en un bar del centro, estaba con una japonesa, el centro de Periferia, yo, una japonesa, la conocía de haber conocido a otra japonesa, es una larga historia, que viene a ser lo mismo que decir que no me apetece aún contar por qué conocía a esas japonesas, y menos a la japonesa con la que estaba en esa cafetería ese día que fue la bomba a varios niveles. ¿Cómo reaccionarías si hubieses dejado la muerte a la vuelta de la esquina? Ella decía todo el tiempo:
–No. No. NO.
Pero no sé si voy a decir a qué me respondía que no.
–¿Estás segura de que no?
–Sí. Sí. Sí…
Aunque no lo parezca aún, era una japonesa letrada, con más preparación e idiomas que yo. Más guapa que yo y más permisiva, astuta y en general una persona superior a mí sobre el papel. Tenía alguna licenciatura en algo, lo había visto colgado en su piso. Yo solo la superaba en hipocresía y maldad. No porque yo sea muy malo, sino porque ella carecía prácticamente de esos rasgos. Yo solo gozo del lote básico de Mentira Occidental; digo que no haría jamás esto o aquello o lo de más allá, pero luego si surgieran oportunidades seguramente sucumbiría la mitad de las veces. La monogamia, por ejemplo, suele consistir en ser físicamente feo o mediocre y vivir lejos de la mansión Playboy. No es una cuestión de moral o ética, eso son patrañas, lo son al menos casi todo el tiempo y en la mayoría de ocasiones. No llevas un Buda dentro de ti, llevas un Walter White, es lo más probable. Te importa poder gastar y tener la polla al menos un par de centímetros por encima de la media nacional.
Hay mucha gente que no sabe que a veces es más divertido (y hasta profundo y relevante) autoflagelarse que intentar dibujar hermosos versos calculadamente humildes… La mala poesía solo les está permitida a las chicas jóvenes, guapas, de ciudad y con contactos. Pero lo que de verdad piensan casi todos es que Leer es lo que hay al otro extremo de tener un orgasmo. Ese es el hueco por el que te puedes colar… Por ahí es por donde muchos han sabido follárselos incluso analmente a todos.
–No, no y NO.
–Bueno… ¿Quieres café?
–No.
–No has tomado nada…
¿Dónde estarían esos tíos en ese momento? ¿Justo al lado? Nuestro bar/cafetería hacía esquina. Creo que fue ese día cuando me comencé a familiarizar con el concepto Metralla Orgánica. Pensé: Coño, ¿dónde hay un buen poeta para esto?
Estaba consciente mientras me sacaban los proyectiles de alguna señorita Pepis o chico Coca-cola. El tipo que me intervenía era un gracioso. Sobre todo era hueso, viajaba a toda velocidad y se te alojaba bajo la carne. Balas hechas con pedacitos de algún buen chico que viviera a dos manzanas. Un buen chico que comía manzanas y las corría y estaba en forma y sonreía. El tipo que me cura me dice que he tenido suerte en sobrevivir, que ha sido toda una experiencia vital. No me imagino algo así en un anuncio de Estrella Damm. Me siento algo aturdido, pero esto es casi siempre. Estás tomando café con Lucy Lee y cuando te quieres dar cuenta te están hurgando con unas pinzas quirúrgicas y preguntándote cómo te llamas. Había algo turbio en el local de justo al lado del bar/cafetería. Cuando recuperas el conocimiento estás seguro de haber perdido el oído, luego oyes un pitido apagado y gente que se queja, pero esta vez no es sencillamente por estar vivos ni por su puto equipo de fútbol. Mueves los brazos y los pies y descartas el asunto vegetal. El local de al lado, dos hombres de cierta nacionalidad e ideales, piso franco, un fallo de cálculo en la fabricación, una probatura fatal. Quizá luego tenía algunos fragmentos de columna del señor Mohamed en mi estómago. Heridas leves, me dice el tipo, bueno, añade, para lo que has pasado… Le digo que mi pseudo-novia japonesa no quiere sexo anal. Me dice que normalmente las mujeres no lo quieren, prueba a meterte un dedo por el culo, murmura, pruébalo. Le digo que lo entiendo, pero que ella es más cachonda que la mayoría, incluso que yo, es casi agotadora, es capaz de hacer que dejes de pensar en sexo durante todo un día después de ciertas noches. La polla dolorida, le digo. Pero no quiere sexo anal. Prueba a meterte un dedo por el culo, en serio. Por algún motivo, mientras me libran de mi metralla orgánica me siento libre para hablar, he vuelto a nacer; nadie cercano, familiar, árabe o japonés se ha librado de mí. Occidente sigue en pie. Para bien o para mal. Quizá haga peregrinación a la mansión Playboy. Después de sacarme los trocitos de cadáveres me empiezan a vendar. Lo hace una enfermera maternal de ojos muy grandes y claros. Reconstruyo la escena y me da por llorar de un modo silencioso y patético. La mujer dice «pobrecillo» y me comunica que hay un equipo de psicólogos a la espera, que si he perdido a alguien querido siempre suele ser de ayuda. Pero lloraba solo por mí. No le dije nada concreto a esta mujer tan (m)amable, así continuaría pensando que mi novia universitaria acababa de perecer en un atentando por una causa que no tenía nada que ver con ella, o casi nada al menos. Pobre, tan joven, tan aplicada, con un futuro tan brillante. Y la he perdido, a mi novia fantasma. Lloraba por mí y porque tenía que seguir vivo y solucionar algunas cosas, y ahora me sentía obligado. Lucy Lee me vino a ver luego. Solo se había dañado un brazo y parte del culo, puede que algunos milímetros de hueso islámico. Le digo que la noche pasada soñé con que regentaba una biblioteca, y que me daba por amontonar los libros en pilas en lugar de colocarlos en cómodas estanterías, y que la gente acudía a mi biblioteca y no a otras porque eso les parecía original o divertido. Lucy me dice que no sabe dónde quiero llegar, pero que la respuesta es No.
Esa noche del día de la bomba preferí estar solo. Antes estar solo era casi siempre algo coyuntural, esa vez fue mi opción. La gente no suele entender que elijas la soledad, hay gente que ni se atreve a salir y tomar un café solos. Dicen que es por aburrimiento, pero yo creo que les aterra la idea de pensar, la potencial carencia de ruido, el vacío sin gilipolleces verbalizadas. Ahora algunos amigos saben que ando con una japonesa, alguno me vio o creyó verme con ella en una tienda de ropa. Visito para mi armario tiendas de ropa una o ninguna vez al año, y las de tías nunca (aunque he pensado en ello…). Lucy Lee (no es su verdadero nombre) quería renovar sus cajones de ropa interior, esos aromáticos cajones que rezuman olor a rosas y que hasta incluyen unas bragas agujereadas del día de la metralla. No quiso deshacerse de la ropa de ese día, dijo que formaba parte de ella más que la demás ropa o la ropa nueva. Luego se comió un cucurucho y me dijo que No.
Tardamos un poco en volver a hacer vida pública en términos de meternos en una cafetería. Es un poco como cuando te atracan un día y luego te pasas dos semanas mirando hacia atrás y corriendo por los parkings para llegar cuanto antes a la salida. Es eso multiplicado por 100. Y luego está la cuestión del ridículo, no habría nada más ridículo que sobrevivir a un atentado y luego morir en el siguiente que acontezca (o al menos a mí me lo parecía). Me quedó una cicatriz curiosa en la cara, la marca de cuando me sacaron un pedacito de algún potencial estudiante sin ilusión y con ambición; parece casi como una sarcástica mancha pequeña de petróleo, pero también es atractiva en cierta forma. Si hubiésemos estado sentados en el otro extremo del local, nosotros hubiésemos sido la metralla orgánica. Era un fino antro de estudiantes, Lucy y yo, nacidos a principios de los 80, éramos los mayores, cerca había cierta facultad que se pasaba la tarde escupiendo chavales y Lolitas, junto a una biblioteca que los masticaba y regurgitaba en época de exámenes. Algunos en el local nos miraban con cierta altivez, conscientes de estar al menos a 50 años de la muerte; pero era solo sobre el papel.
Conozco a una chica japonesa, tienes que conocer a esa chica japonesa, es como una chica salida de una pantalla o una revista pegada en un descampado, es como un catálogo en sí misma. Su pelo es como neumáticos derretidos; cuando sonríe, al menos un millón de personas en el mundo se sienten repentinamente felices durante al menos un minuto sin saber por qué. Hace que la mayoría de poetas parezcan Ted Bundy delante de la casa de una niña de 14 años. No te la mereces, ese es su mayor atractivo, es japonesa y tiene veintimuchos y puede conseguir algo mucho mejor que tú, más preparado que tú y con más idiomas y más astuto y en general, eso, mucho mejor que tú. No se trata del habitual piso de estudiantes en el que sueles meter la polla, esto sería un hotel de lujo para tu polla, un viaje de ensueño para tu polla, con esclavas nórdicas explotadas que abanicarían a todas horas con plumas tus sudorosos huevos veraniegos. Esto no es una ducha solitaria, es un masaje con final feliz y epílogo misterioso al estilo Marvel.
Así que me convencieron, alguien me dio su teléfono porque decían que la muchacha había puesto sus ojos entrecerrados en mí, y así fue como la decepcioné en persona y conocí de rebote a su amiga, aka Lucy Lee. Tampoco eran tan distintas a simple vista.
La tarde de marras el plan era ir al cine; cuando casi morimos, lo que estábamos haciendo era hacer tiempo. Notábamos en nuestras nucas de vez en cuando esas miradas lozanas y fibradas y voluptuosas de todo tipo de chicos y chicas supurando planes de sexo y erasmus ídem por todos los poros, enterrando intenciones reales en excusas nobles. La generación más preparada otra vez. Yo ya estaba echado a perder, de ahí mi rabia hacia esa juventud exultante, y Lucy se mimetizaba sin problema en el ambiente. Las paredes estaban adornadas con citas entrecomilladas en inglés, español y hasta francés, había algunos símbolos matemáticos representativos, y también esa imagen de Einstein sacando la lengua. Solo en esas paredes ya había más cultura práctica que en mí. Un pulpo en un garaje era apropiado en comparación con lo mío en aquel sitio de colores pastel y camareras empíricamente morbosas. Lo único a mi favor es que yo al menos estaba con la japonesa buenorra, solo por eso ya éramos una pareja misteriosa, a su lado yo debía parecer algún tipo de profesor sustituto o filólogo desaliñado que había venido a la ciudad para algún tipo de congreso, alguien con planes elevados y mucho más sofisticados que querer meter su miembro en el culo del momento. Ellos estaban con esas universitarias suculentas, vagamente feministas, dignísimas y seguro mucho más dispuestas a follar duro de lo aparente, pero yo estaba en el video porno interracial con el que se pajearían esa noche. Era un punto a favor… Sucio, penoso, puede, pero un punto que seguía subiendo al marcador. En contadas ocasiones las apariencias pueden actuar en tu beneficio. Lo que no lo hace son las paredes que parecen sólidas pero son como de cartón, sobre todo si una célula terrorista actúa pared con pared de donde tú estás, mientras estás intentando convencer a alguien de que es una buena idea convertir un orificio de salida en uno de entrada.
Luego nos contaron qué clase de explosivo maléfico había causado el desastre, el número de muertos y el milagro de que no hubiera más muertos, y nos preguntaron cómo era posible que estuviéramos casi indemnes, solo con unos cuantos agujeros en la ropa y adn de cuatro o cinco personas en el cuerpo. Nadie tenía nada contagioso, por cierto, nada de SIDA ni similares. Tampoco ladillas (no les hizo gracia que preguntara esto). Éramos un milagro de la artillería orgánica. Todos los estudiantes que estaban sentados junto a la pared se convirtieron en munición.
Luego no fuimos al cine.
Tenía quince años más que yo y un crío de 14. El padre del crío murió el 11 de septiembre de 2001 en la torre sur. Burláos si queréis de mis seis grados de separación, pero eso me coloca a dos pasos de los tíos que casi me matan bebiendo café, a dos también de bin Laden, y de cualquier telediario nacional o internacional. Era la enfermera maternal que me vendó después de que el tipo gracioso me extrajera metralla superficial de todas partes y me desinfectara. Sacó mi nombre de algún informe médico (creo yo) y me empezó a enviar sondas elegantemente calenturientas por facebook. Algo que aprendes de ser errático sexualmente (que no necesariamente, digamos, prolífico), es que no es nada raro que una mujer madura te haga disfrutar mucho más y con muchas menos manías que una chica joven. Además, tuvimos nuestras conversaciones sobre la muerte improvisada y la metralla orgánica, también muy presente al parecer en ciertos informes del 11-s. No era nada serio o dramático, hablábamos de forma relajada, y todo sucedía cuando el crío estaba en el colegio o en casa de sus abuelos. Lucy Lee no sabía nada; yo tenía la esperanza de que no creyera aún a esas alturas que éramos lo que llaman una Pareja. Tenía la esperanza de pillarla un día en algún lugar en la calle pegándose el lote con algún japonés de ésos con pinta de tener quince años a los treinta, ni un solo pelo en el cuerpo y un pene al estilo David de Miguel Ángel. La verdad es que en Periferia se ven más chinos que japoneses; de todas formas no creo que una mujer así tenga problemas para necesitar poco más que dos miradas para conseguir que 9 de cada 10 tíos del tipo que sea se la tiren (puede que 10 de cada 10 en el caso de ser casados).
Poco a poco comencé a distanciarme de Lucy Lee. Entre otras cosas, era muy complicado hablar con ella sin pronunciar jamás su… Lo que pasaba es que cuando la conocí, ella me dijo su nombre varias veces, pero yo no entendía nada, y seguro que no concuerda con su nick por las redes sociales (Pikkkachu, o algo así). De modo que a la cuarta o quinta pronunciación le dije que ya la había entendido, y luego, para cuando habíamos tenido sexo, ya me parecía demasiado tarde para volver a preguntarle por eso; ni siquiera podía incluir el tema empastado en una broma o algo así, porque no es que la chica tenga mucha predisposición a reír o aceptar o tolerar preguntas camufladas como chistes, etc. Teniendo en cuenta cómo es, me parece muy raro interesarle a alguien así a algún nivel. Me he convencido a mí mismo de que follo tan bien que en los lapsos sin sexo ella simplemente me toleraba por el bien de su entrepierna.
La enfermera maternal era distinta, para empezar no me atreví jamás a proponerle sexo anal. Durante un tiempo estuve quedando tanto con ella como con Lucy Lee, toda una prueba física que jamás antes había tenido que afrontar. Aunque conlleve sus contras, resulta mucho más fácil la abstinencia (algo en lo que soy más experto de lo que querría). Semejante actividad sexual a dos bandos no te deja fuerzas ni ganas para dedicar algo de energías a la masturbación. Me tenía abandonado a mí mismo. Nunca había inventado tantas gilipolleces, tantas historias, todo para mantener todas esas pelotas en el aire, ya había más mentiras en mi vida que en mi blog personal. Meta-mentía. Desde hacía ya meses la vida se me estaba convirtiendo en algo que no estaba dispuesto a sostener por mucho más tiempo. La enfermera maternal, que por supuesto era también más inteligente y tenía más preparación e idiomas y títulos y dinero y experiencias y viajes que yo, se olía algo raro. Pero sobre todo cada vez toleraba menos mis bromas “desengrasantes” sobre el día de la bomba; supongo que porque indirectamente le parecían bromas sobre su marido muerto, y aún más indirectamente sobre su hijo sin padre, etc. Esto es más o menos lo que hay cuando dejas la muerte atrás por tan solo haber doblado una esquina.
Y eso que, recuerdo, la cafetería de aquel día hacía esquina.
Recuerdo que doblamos dicha esquina, Lucy y yo, ya rodeando el local, y ante mi enésima indirecta sobre sexo anal, esta vez en lugar de contestarme de forma parca y negativa, la señorita Lee entró sin consultarme al sitio y por suerte eligió una de las mesas alejadas de los futuros proyectiles humanos y arquitectónicos. Algo importante respecto a la japonesita bollycao casi treintañera, era que no le gustaba mucho que la vieran conmigo, y creo que topó con alguien en ese local, un chico, alguien rematadamente más preparado que yo a quien apenas saludó: alguien idiomático, curricular y más viajado que yo (aun con unos diez años menos), al que probablemente mi pseudo-novia ya había más o menos… conocido, y que la alteraba claramente. La razón por la que ella solo quería salir conmigo sin que viéramos o nos reuniéramos con nadie más, es que se avergonzaba de mis limitaciones oficiales; yo, bueno, quizá fuera magnético, mono, entrañable, la mar de simpático y poseedor de una polla que manejaba tan bien como un adolescente sus personajes con la play …, pero era curricularmente inaceptable. Había un desequilibrio claro entre oriente y occidente. Yo era la excepción de la generación más preparada, o de la primera generación más preparada, o lo que sea. Yo no iba de trabajo en trabajo y de paro en paro por la crisis, o sí, pero también era porque era una vergüenza en lenguaje de meritocracia para mi generación. Yo era un bicho verde raro apartado de un hormiguero de sanas hormigas rojas universitarias, multiidiomáticas, europeas y de tetas firmes y capullos sobrealimentados y morados, todos expertos de tanta actividad sexual desde los 16 años.
Se lo conté todo a la enfermera maternal, mi relación con Lucy y mi sentimiento de inferioridad; ya ni siquiera me ponía imaginarme como el mozo de carga que se folla a la hija del burgués. Todo eso pasa después de haber burlado la muerte al doblar la esquina, me respondió sonriente la casi cincuentona. Aunque no me dijo eso. Pero fue lo que yo escuché. Dando tiempo al tiempo dejé de tener miedo de verdad a que otra bomba explotara en mi cara. Lucy Lee lo había perdido antes que yo, creo que sobre todo al retomar sus relaciones con ese chico paralelamente a la mía con la mamá del 11-s. Ésta se aburrió de mí a las pocas semanas. Ahora me pongo nostálgico cada vez que vuelvo a ver el derrumbe de las torres gemelas, y una vez, solo una, me hice una paja mirándome al espejo, observando mis cicatrices. Me ayudé volviendo a pensar en M*, como siempre me pasa, porque esa es la historia de verdad, el contexto, el objetivo, el motivo de los últimos años, la tarea antes de morir, lo autobiográfico, y lo que aún sigue salvando al aún –en el fondo– niño suicida.