(Aún acabando mi libro -y lo acabaré-, voy reactivando el blog. ¡Saludos a todos!)
Te dicen que es difícil de explicar, aunque creo que quieren decir que no tiene una explicación concreta. En cualquier caso cada cual te da sus motivos.
Llego al lugar (en medio de un polígono industrial) con un amigo, y no deja de repetirme que seguro que el rollo «me va», que me «hará gracia». Son las dos de la mañana de un viernes/sábado y estamos en una fábrica abandonada, una suerte de nave industrial ahora llena de gente maqueada para la ocasión. “Okupas” por una noche, una nueva raza de los mismos; y no sería la primera vez, por lo que he oído, que la policía desmantela una boda clandestina. No es por una ley retocada, no es que se casen dos homosexuales y sea ilegal, o algún padre con su hija, o alguna chica con su gato. De hecho son hombre y mujer, no se conocen entre sí, y al parecer esto existe como una representación de amor al ritual (o ritual apología del amor). Un boda auténtica dentro de la aceptación de hasta qué punto una boda tradicional puede tener sentido o ser veraz más allá de los preparativos, el dinero y las inercias tradicionales. No están los familiares del novio o la novia, ni los amigos de ambos, ni siquiera, aun con un sermón católico de alguien disfrazado de cura, hay religión de por medio. No es un lugar bonito y nadie se ha pasado meses o años haciendo llamadas telefónicas para la ocasión. Una boda clandestina necesita de –como mucho– una semana de preparativos. Es como organizar una cena de unas treinta personas; conlleva cierto trasiego pero nadie sufre dolores de cabeza ni hace degustaciones para un menú ni maquetas para organizar las mesas de invitados.
Todo esto lo supe después, claro.
Otra diferencia sustancial entre esto y una boda legalmente reconocida, es que todos y cada uno de los asistentes, desde los novios hasta el último soltero de cuarenta años, acuden a la ceremonia porque quieren de verdad acudir a la ceremonia, porque les gusta la ceremonia. Nadie acude a estas bodas de madrugada por compromiso, nadie se queja en privado, nadie discute, nadie resopla buscando un traje. Tal es así que muchos de los presentes ya ni tan siquiera van a bodas de verdad, ir a una boda de verdad es como bajarse los pantalones, es como venderse, es como un judío nazi o un negro racista, es como una feminista suscrita a Cosmopolitan.
Con todo, no se trata de una celebración corta, ni tampoco es una parodia. Todos y cada uno de los presentes se toma muy en serio su papel protagónico o de comparsa.
Nadie sabe que he acabado aquí porque en realidad tengo una boda legal (como invitado) a pocas semanas vista, y no sabía qué ponerme para dicha fecha. Si el traje que llevo puesto ahora goza de aceptación aquí, no tendré «problema alguno en una boda artificial al uso». No hay banquetas ni sillas de tijera, el pasillo por el que entra la novia lo conforman los invitados apartándose a medida que ella avanza al son de un órgano pregrabado. Nadie hace una gincana musical con colegas y damas de honor. El cura resulta convincente, tanto en su modo de moverse como en su extraño acento al rodar las sílabas grandilocuentes por su lengua. Su discurso es barroco, florido, aburrido hasta la saciedad, «como mandan los cánones nupciales de toda la vida». Me chivan que el traje de novia que lleva la chica es un remiendo del de su abuela (asistente a menudo a bodas clandestinas). El traje del novio parece nuevo.
Nadie graba ni hace fotos, aquí solo «se vive». Al llegar el momento crucial, el novio saca no uno, sino varios folios con los que procede a leer su declaración de amor, cosa que luego hará también la novia. Esto no va de soltar un «sí» o un «acepto» secos y reprimir un ataque vergonzoso de risa para después darse un beso torpe. «Esto es literatura donde una boda legal es trámite.» Esto es una representación de amor donde las bodas de días soleados son a menudo un enorme y dentado interrogante. Esto es real –dentro de su ámbito– donde una boda al uso tiene el potencial de ser terriblemente hipócrita.
Después de la lectura y las lágrimas (auténticas) del novio, la novia se hace con su propio dossier y lee: «He entrado hoy en esta fábrica para ser una criatura de luz amorosa de la que solo se deja ver cuando la sinceridad te rodea. He entrado aquí para casarme contigo y ser tu recuerdo de un mundo con sentido, y volver a tu mente si un día te conviertes en tránsfuga y prometes creyendo donde no hay creencias sino solo discusiones en la cocina y cajas de embalaje. He venido aquí a decir Te Quiero Seas Quien Seas, porque el solo hecho de estar aquí te dignifica como persona y como amante del mundo real que funciona con horarios distintos e ideas propias. He venido aquí porque hoy quería una noche de bodas, igual que una niña quiere follar y se sincera sin palabras y sale de la discoteca de la mano de alguien y húmeda por la entrepierna. He venido aquí porque os quiero y porque no sois rebaño y porque necesitaba escapar. He venido aquí porque aquí no me avergüenza amar; porque aquí no hay buenos chicos y gilipollas falsos, ni estúpidas Celestinas. He venido aquí porque aquí no tengo que hacer promesas que podrían acabar siendo mero envoltorio y fuegos artificiales de un día hechos para mi abuela. He venido aquí para contraer matrimonio contigo, desconocido, como las chicas de ahí fuera lo hacen, pero para todo lo contrario. He venido aquí porque aquí había que esconderse para bien, sin preguntas, sin explicaciones, sin cabreos, con condones. He venido aquí a ser una mujer que no existe ahí fuera. He venido aquí porque te quiero sin más, sin cuentas, relojes ni calendarios. He venido aquí porque no funciono con mantras, frases hechas ni parches para la vida. He venido aquí, y aquí estoy, felizmente, en un lugar donde nunca pensé que estaría, y haciendo algo que jamás pensé que haría».
Al término, estalla un aplauso trufado de silbidos y gritos de euforia, todo durante el beso al que el tío disfrazado de cura ha dado luz verde.
Como boda clandestina, todo sucede en el mismo emplazamiento, y el siguiente paso es el baile de los novios y luego la gran comilona (pizza).
Empieza a sonar un vals, y, para mi alivio, el mismo no se convierte en un pupurrí de canciones pop con el que los novios renquean intentando recordar los pasos que han estado semanas ensayando. Simplemente es un vals, y el vals sigue sonando; y luego se unen otras parejas, parejas de todo tipo, edad y condición, y alguien grita que las pizzas están de camino.
La mayor parte de la celebración resulta ser un bálsamo a cierto nivel. Nadie intenta ser original, nadie intenta quedar bien, nadie tiene que hacer regalos, nadie se ve obligado a nada, nadie necesita felicitar a nadie, ni tan siquiera a los novios. Nadie necesita conocer a fondo a nadie, solo quererle, y, llegado el caso, protegerle. Esa es la sensación, es un mundo aparte hecho con la misma arcilla que el mundo de siempre. ¿Discutible?, puede, pero también innegable.
Oigo toda clase de arengas a favor del momento. Mi amigo conoce a algunos tíos de haber coincidido con ellos en otras bodas de madrugada. Hablan sin parar de una boda de hace ya un año en San Franciso, en la que el discurso del novio incluía un cunnilingus, y el de la novia un paréntesis para el que aportó música en directo Neil Young, cantando en acústico Old Man. Por un momento tengo la sensación de que me están tomando el pelo; pero al parecer este modo de hacer las cosas, estas bodas entrecomilladas, estos encuentros, tienen ya su propia forma de contagio, y están organizándose ya en multitud de rincones del mundo. Algunos comentan preocupados que todo se «irá a la mierda» cuando algún listillo escriba un reportaje para su revista de gran tirada. En el momento en que todo el mundo comience a hacerlo, se desvirtuará, se deformará, volverán el dinero excesivo y la sospechosa monogamia, saldrá algún ricachón a la palestra celebrando su propia “boda clandestina” vociferada a los cuatro vientos y financiada por el puto Spielberg de los convites. Las redes sociales se llenarán de fotos con gente comiendo pizza en la boda “underground” de alguien. Y todo acabará absorbido por la peor especie de cultura popular masiva. Las chicas más listas e informadas del grupo dirán cosas como: “Sí, es una boda normal pero comen pizza.”. O: “Es una boda rollo hippie.” Etc.
Algo interesante que me cuentan, es que no siempre al día siguiente los “casados” se van cada uno por su lado. Debido al modo en que han decidido conectar, muchos de ellos empiezan encaprichándose el uno del otro, y comienzan a salir tan en serio como cualquier pareja. Al paso del tiempo, cuando familiares y amigos empiezan a hacer bromas sobre bodas y críos, «es entonces cuando se comprueba quiénes acaban poniendo el culo y quiénes no».
Cabe decir que la bodas clandestinas no siempre se dan entre completos desconocidos, pero sí muchas veces entre amigos virtuales o meros conocidos. (De hecho, las listas de invitados se suelen cerrar en grupos de chat.) No se prohíbe el que una pareja con recorrido decida casarse así, pero por lo general dicha acción va lo suficientemente en contra del espíritu de la celebración para que la mayoría de veces se aborten ciertas intenciones.
No tiene por qué significar nada, pero ya hacia las cuatro de la mañana, y con todos los invitados aún bebiendo y la música alta, tanto el novio como la novia van por libre y ambos se enrollan con terceras personas. En teoría queda la noche de bodas, pero la cuestión es que aquí no hay teoría. No hay un amor teórico, solo hay amor o no lo hay. Ese es el fallo, me dicen, de las bodas de toda la vida. La institución es más importante que lo que sientan los novios; y aunque no siempre tenga que ser así, es así en muchas ocasiones, y joder, con un año o dos o hasta tres de preparación de una boda, una relación puede tomar mil rumbos distintos, y no todos te llevarían al matrimonio sin forzarlos.
Una chica borracha me felicita por mi traje.