Demiurgia

Suena el teléfono fijo, te despiertan con verbo florido de una siesta “fuera de horas” y te preguntan: ¿estabas durmiendo?
–¿Eh?… No, no, estaba ocupado, ahí con…
–Ya. Oye, ha pasado una cosa.
–Ajá…
–Ha desaparecido S.
–¿S.?… Qué novedad… –Bostezas.
–No, que lleva cinco días desaparecida. No contesta al teléfono, sus padres no saben nada, su novio está que se sube por las paredes.
–Vaya…
–El caso es que quieren buscarla, una partida de búsqueda o como se llame.
–¿Una qué?
–Lo de hacer un barrido por algún bosque con linternas gritando su nombre a sabiendas de que si está por ahí ya solo será un cadáver que no te puede escuchar. Todo eso.
–Ah, lo de las películas de media tarde.
–Pero en la realidad. Nadie sabe qué ha podido pasar, estaba normal, como siempre, como ella es, dicen, normal, no se sabe…
–¿Pero quieren hacerlo ahora?
–Bueno, sí…, claro.
–Ya.
–Si te soy sincero a mí me da igual, hace como tres años que no sé nada de ella, no tenemos trato, creo que sus padres pensaban que aún teníamos trato.
–Yo tampoco tengo mucho trato… con nadie.
–Bueno, ¿quedamos?
–¿Hay elección?
–Tómatelo como una excursión, piensa que al menos no es una boda; puedes poner cara de pocos amigos y no dará el cante.
–Prefiero seguir hablando por teléfono un rato.
–Esta mañana la chica esa del sitio ese ha preguntado por ti.
–Oh.
–Pero ha dicho “el gilipollas ese”.
–Qué amable. ¿Quién dices…?
–La chica esa, la del sitio ese, la del otro día…
–Oh.
–Pero me han dicho que cuantos más insultos, mejor.
–Claro…
–Que cuantos más insultos más le gusta quien sea.
–Ya…
–¿Te acuerdas? La chica esa…
–Sí, la del sitio ese…
–Sí.
–Vale, pues…
–La del otro día, estando en aquel sitio.
–Me acuerdo.
–Pues eso, que te aviso.
–No tengo ganas de…
–Lo digo para que te prepares algún rollo esquivo de los tuyos, o lo que sea…
–Oh.
–Y porque vendrá a la partida de búsqueda.
–¿Conoce a S.?
–No lo sé. Creo que viene a dar su apoyo a algún amigo o algo así, o igual quiere encontrarse contigo.
–Suena rebuscado.
–También dijo “el mamón ese”, el “capullo engreído” que no la saludó…
–Ah bueno.
–O sea que no se sabe, igual quiere algo.
–Mejor cambiamos de tema.
–Cámbiate de ropa, tendríamos que salir ya.
–Ya. Solo una cosa, ¿quién eres?

Ya es de noche. Te han prestado una linterna. Preguntas por qué la búsqueda no comienza en el casco urbano. Te dicen que a ella le gustaba esta zona, que se traía a sus ligues. Piensas intensamente intentando recordar quién es exactamente S. Tienes a tres chicas en la cabeza al respecto. Luego recuerdas que una de ellas se mudó, o se casó y se largó a otro país, o murió para ti en algún sentido y está lejos en todos. Pero sigues dudando entre dos. Tampoco recuerdas qué chica puede ser la del sitio aquel, la chica esa del otro día… hay bastantes desconocidas gritando el nombre de S., muchas con sus parejas, muchas jóvenes. Muchas evidentemente follables, sobre todo las que sospechas llevan más de dos o tres años con el mismo tío (y ya potencialmente aburridas en secreto), y por supuesto las casadas; también algunas madres que ya tienen hijos de los que ya se la pelan como si tuvieran que llenar un tubo de ensayo cada día para que no se acabe el mundo (y en cierto modo, es así). Hay muchos padres de familia que se están perdiendo el partido de fútbol que sea que den en la tele. Hay policía, pero ninguna mujer policía. Es fácil tropezar con alguna roca o hacerse arañazos con ramas invisibles. Hay una luna llena y brillante como una galleta nuclear. Algunas señoras que ya son como mobiliario urbano del barrio cotillean en pasado entre grito y grito, alguna pone a parir “sutilmente” al objetivo de búsqueda, los susurros dicen que era una fulana, que tenía casi treinta años y no tenía pareja fija, iba con unos y con otros, no se peleaba nunca por recoger la mesa al término de cenas de grupo, no sabía cocinar, no tenía carrera. Cosas así. Las mismas rompen en comentarios de apoyo sentidos y babosos cuando los padres de S. andan cerca. Piensas que te podrías haber traído tu mp3 con los Grateful Dead y no habría pasado nada. Igualmente no pasa nada. De vez en cuando gritas como si te importara. Es el ejercicio habitual de anexionarse con el colectivo. Es una especie de paseo por el campo del barrio entero. Es martes.
No tarda mucho en enrarecerse el ambiente. Pasa una hora, pasan tres, cinco. Pero seguís caminando; habéis superado la parte boscosa y seguís por carreteras y zonas de nadie entre ciudades. Pasan más horas y cuando sale el sol continuáis andando, ya no es un paseo, ya no es compromiso o preocupación, solo alguna fuerza desconocida que os impulsa hacia delante. Hay cierto trance en el ambiente, aun de día algunos ni se molestan en apagar las linternas. Se te acerca una chica como si todo fuera explicable y te comienza a hacer preguntas. No te insulta de ningún modo en ningún momento, así que dudas sobre si será la chica aquella del sitio aquel del otro día. Te lanzas a la piscina y dices:
–¿No notas algo raro en el ambiente?
Es como si no te oyera, y su verborrea intermitente hace que tú también pierdas el interés por la extrañeza instalada. Casi nadie habla con nadie, solo se camina.
Nadie quiere dar la vuelta, nadie menciona nada sobre volver a casa. Invadís un huerto urbano hacia mediodía y coméis lo que pilláis. Nadie lidera aparentemente. Nadie da ordenes. Algunas señoras se quedan por el camino sentadas en bancos de la nueva ciudad casual, en un estado de página en blanco interior. Ya no cotillean, no rajan, no se entrometen, no actúan como vegetales, como plantas carnívoras. El resto seguís caminando. El tiempo parece pasar bastante rápido, más de lo habitual. En la tercera ciudad que pisáis, alguna gente se os une, algunos incluso van a casa a por linternas, aun no sabiendo el propósito concreto que tuvieron las mismas. La chica que sigue más o menos siempre a tu lado ya casi no dice nada. En cierto momento no sabes si es el tercer o el cuarto día ya de aparente marcha injustificada. Por las noches buscáis una zona en la que poder acampar; corre una brisa agradable de verano, dormís como pistoleros en constante ruta desértica. El desierto esta vez lo conforman los distintos pueblos y ciudades, las rocas son alquitrán y los cactus carne, tendones y venas; las tripas son las miradas. Los padres de S. tienen precisamente la misma mirada perdida que el resto; o más que perdida, afilada, incrustada en el horizonte.
Topáis con un pequeño lago en alguna parte; nadie menciona dónde podéis estar, a nadie parece importarle. Solo os bañáis. Puede que haya pasado una semana. Cuando suena un móvil, suena hasta que deja de sonar, y a la quinta o sexta llamada dejan de llamar; los ciclos de silencio entre llamadas seguidas son como de una hora, la misma se va espaciando. Se quintuplica el número de personas. Una mañana os comienza a seguir una furgoneta de la tele. Una reportera recién duchada y probablemente follada, os acerca el micro y menciona en algún momento a Forrest Gump. Tres horas después apagan la cámara, abandonan los bártulos y el vehículo y se limitan a caminar con vosotros. No hay atisbo de ironía o cinismo en nadie, o el mismo se extingue con facilidad; no se percibe la vibración habitual de que nadie esté aquí con planes de follarse a nadie. Nadie busca otra línea para el currículum. Por las noches cada vez se hace más difícil encontrar un lugar en el que dormir todos más o menos juntos. Comenzáis a perder mucho peso. Con el tiempo, un tercio de los que sois son periodistas unidos a la –a la vista– no-causa. Queda una siembra de auriculares por el suelo con una vocecita casi siempre femenina con traje de chaqueta y maquillaje para evitar brillos que dice: “Parece que nuestra compañera tiene problemas técnicos…”. La potencial chica esa del sitio aquel del otro día sigue más o menos siempre a tu lado. Callados, como mucho os ayudáis unos a otros a superar obstáculos, a menudo campestres. Bloqueáis el paso en algunas autopistas. Ciertos coches os pitan, otros quedan abandonados por sus conductores, que se unen a vosotros, algunos tras haber cogido una linterna de la guantera. Un helicóptero de la tele se enreda hacia el día quince o dieciséis con unos cables de alta tensión. Pasáis junto al accidente, ambos hombres de la cabina parecen triturados. Avanzáis y luego al mirar hacia atrás podéis observar cómo más medios han ido a cubrir el accidente.
Habéis dejado atrás a todas la señoras cotillas sentadas en bancos de ciudades extrañas para ellas, como si hubiesen decidido dejarse morir allí.
No sabes si es al segundo mes de ruta incierta, cuando una noche te desvelas, quizá por la roca que es tu almohada. Una de las hogueras sigue activa. Está empezando a amanecer. La anoche anterior alguien os señaló una luz intensa y extraña en el cielo; una luz que parpadeaba, casi como intentando comunicarse; quizá cómplice, quizá amenaza, o puede que casual. Ninguno de vosotros sabía o se atrevió a reconocer que supiese comunicarse en morse. Te levantas y caminas con cuidado entre los cuerpos durmientes, como renacidos y en aparente zona de nadie vital. Buscas una rama gruesa en el bosque (uno más) ya oficialmente anónimo. Todos se comienzan a desperezar. Sin preguntarte por qué, envuelves un extremo de la rama con un pañuelo de tela que te ha acompañado desde que te lo encontraste en cierto descampado. Ves cómo muchos comienzan a imitarte. Buscan ramas gruesas, se quitan piezas de ropa y, con más o menos torpeza, intentan fabricar sus propias antorchas. De repente a todos os parece que aquello tiene sentido. Se acerca a ti la chica que te ha acompañado casi todo el viaje, ya con su propia madera ardiente, y te susurra:
–Bien hecho, soplapollas.

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10 comentarios en “Demiurgia

  1. Una narración que engancha, al menos no pude dejar de leer y al final tuve que estirar la espalda porque inconscientemente fue como si en esa búsqueda también me arañara con la maleza del camino. No obstante ahora me pregunto: ¿Por qué nos dejamos llevar? ¿por qué somos incapaces de decir ¡no! cuando no estamos implicados de verdad en algo por muy noble que sea?…Supongo que al menos el final del viaje pudo merecer la pena.
    Saludos

  2. Un estupendo relato. Original. Que atrapa desde el principio hasta la última línia. Con un buen ritmo. Me gusta como escribes.

    El protagonista más que participar en la historia se deja llevar, despojado de referncias formales, de códigos establecidos. Aunque tampoco parece que sea la curiosidad lo que lo mueve, ni la aventura,,, lo veo más como un frío observador que nos relatara lo absurdo de las emociones humanas. Como si él fuera inmune.

    Hay está el caos, aquí estoy yo, no se lo que haré, pero lo haré de cine.

    Un beso,

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