Elfos

El bosque, como siempre, sigue luminoso y verde eléctrico por doquier. El sol se filtra de tal manera por entre las ramas y el follaje, que casi te entran ganas de llorar de felicidad. Es el entorno élfico, intocable, blanquecino, puro, al margen. Una veintena de habitantes del lugar, elfos y elfas adultos, algunos a caballo y otros a pie, avanzan con seguridad, elegancia y dulce parsimonia entre árboles y riachuelos de ensueño, surcando el espeso y poético paisaje. Senda inspiradora de mil canciones. Barbilla alta, piel blanca y sana, ojos felinos, cabellos largos y finos y sedosos, silencio, plácida contemplación. No hay prisa. No hay muerte.
Los jóvenes Erundur y Othar van sobre sus monturas, algo rezagados. Alzan la barbilla, el cielo brilla, la hierba reluce al paso de sus caballos. A ratos flota una suerte de polen brillante. Ha de ser alguna hora placenteramente cegadora entre la mañana y la tarde. Alguna nube despistada surca el cielo, y hace resaltar un poco más la belleza del momento; el tiempo también reluce, pasa suavemente inadvertido.
Entonces Erundur susurra:
–Me duele el cuello…
–¿Cómo? –dice en voz baja Othar.
–Que me duele el cuello…
–Pero…
–Me da tirones, me levanto dolorido por las mañanas…
–…
–No sé qué hacer…
–Pero tu cuello es… hermoso, Erundur.
–¿De qué me hablas?
–Tienes un cuello suave, fuerte y prístino.
–Othar…
–Fíjate, las mariposas abundan en esta zona, son como las amas de llaves del lugar: no puedes deleitarte sin su permiso…
–Othar. ¿Quieres escucharme…?
–Por supuesto que sí, amigo Erundur. Dime.
–Me duele el cuello. Y… no sé de nadie más por aquí que…
–Seguro que no es así, Erundur, seguro que es solo una mala idea atravesada en tu mente. Se irá.
–No es una idea, Othar, es una contractura muscular, estoy bastante seguro…
–Pero Erundur, nuestra estirpe de elfos no ha entrado en batalla en largo tiempo. Solo estás confundido, solo necesitas mirar a tu alrededor y tomar aire. Pronto llegaremos al lago.
Las mariposas se cruzan en la trayectoria del grupo, dejando un halo de hechizante majestuosidad en la…
–Pero Othar. Es que me duele de verdad…
–Erundur. Solo son tus demonios; solo son malos pensamientos.
–Yo creo que es una hernia, Othar.
–Erundur…
–Othar…
–Erundur. Nosotros nunca hemos luchado; son tiempos de paz. Estás incubando algún tipo de delirio leve. Solo necesitas una buena noche de sueño.
–Pero y si un…
–Erundur. Estás impacientando a mi caballo…
El grupo avanza hasta llegar al claro del lago. El lago brilla. Tiene un brillo propio, casi nada que ver con los reflejos. El grupo se asienta. Algunas elfas bajan de su montura y caminan con gracilidad por la hierba hacia el agua, que parece refulgente de pura paz y deseos de prosperidad para sus…
–Pero Othar. Es que el dolor me despierta por las noches…
–Erundur. ¿Albergas deseos por alguien? ¿Es tu corazón quien sufre?
–Creo que son los músculos escalenos del cuello, Othar…
–Amigo Erundur. Mira qué belleza, la inmensidad ante tus ojos, y tú con tus delirios… ¡Alassië nar i hendu i cenantet!
–Sabes que mi élfico no es muy bueno, Othar…
–Pero aprenderás, amigo Erundur.
–No sé… Creo que soy el único en el bosque que…
–Oye, todos creen que los elfos somos majestuosos, justificadamente altivos, relucientes, increíblemente delicados, cultos, educados, pacíficos aunque duchos en la batalla, guapos, bien torneados y con una salud mental ejemplar. Y tienen razón, Erundur.
–Pero…
–Además creen que todos sabemos hablar perfectamente el élfico. Y pronto será así, querido, cuando tú también aprendas. Tienes que animarte.
El grupo alimenta a los caballos, algunos elfos y elfas se mojan los pies sin macula en el agua. Othar respira hondo. Cuenta con una complexión perfecta, buena altura, un cabello rubio como un suspiro que le llega hasta la cintura, y un caballo blanco que parece ser una extensión animal de su excelso amo. Erundur, sentado en la hierba junto Othar, está preocupado, algo que se agrava cuando puede observar con atención a Othar y al resto del grupo.
–Es que estoy preocupado… –susurra.
–Qué te inquieta… –murmura Othar, paciente y atento en todo momento.
–No lo sé, es que me siento fuera de lugar.
–Tienes un bonito cuello…
–Sí, pero ¿qué es de todo lo demás?, mis ojos no brillan como los vuestros, mi carne sobresale con facilidad, mis dedos son toscos. Hace poco oí a dos elfas bellísimas de otro grupo decir que soy el elfo menos elfo de todos los conocidos.
–…
–¿Puedo ser indiscreto?
–Adelante, amigo Erundur, sabes que no tengo secretos…
–Se trata de mi…
–¿Sí…?
–En fin, mi entrepierna.
–¿Me vas a preguntar de qué tamaño es mi virilidad? Palmo y medio en todo su esplendor, Erundur. No es más que el tamaño habitual de los elfos.
–…
–Qué asola ahora tu mirada.
–Creo que yo no…, bueno, nunca lo he comprobado con exactitud, pero…
–Pero eres elfo, eres hijo de Irandir, fue uno elfo impresionante, si me permites el cumplido. Era capaz de surcar durante horas con su caballo el bosque, y nada en él era perturbador, era belleza fundiéndose con la belleza de la naturaleza, una neblina azul de pura luz le acompañaba siempre. Cuando murió en la batalla de Idras, decenas de elfas, humanas y enanas lloraron su desaparición. Has de sentirte orgulloso.
–…
–Creo que intentas decir algo, pero no puedo ayudarte si no eres claro, amigo Erundur.
–Me siento muy mal, muy mal, no sé cómo explicarlo. Y me duele el cuello. Y…
–Erundur, Erundur, Erundur… Te sientes mal porque no eres… en fin, eres más bien torpe, haces demasiado ruido, tu caballo siempre está agotado y tu pene es pequeño; lo que causa risa y jolgorio entre las elfas más bellas del lugar. ¿Entiendes?
–…
–Eres un elfo extraño, orondo, manejas mal la espada, roncas por las noches, una vez Níniel (una elfa bella hasta lo perturbador) te vio proporcionándote placer a ti mismo, y te measte encima durmiendo cada noche hasta los cincuenta y seis años desde tu nacimiento.
–Pero…
–Podría seguir. La cuestión es que todas esas circunstancias hacen que te sientas mal, porque no te sientes diferente a los demás, sino sencillamente peor, más feo y menos listo.
–Vaya… No sabía lo de Níniel…
–Oh… ¿es por ella por quien tu corazón suspira?
–Es curioso. No. Pero desde que la has mencionado y me has dicho cómo me vio, ha comenzando a atraerme de una forma que no puedo explicar.
–Níniel es muy especial. Ella ha surcado el bosque muchas veces sola, y dicen que algunos la confundieron con un hada.
–Es muy bella. Es cierto.
–Pero como amigo tuyo que soy, debo advertirte que comenzar a sentir algo por ella es contraproducente.
–Oh… ¿Alguien ha sufrido debido a su belleza?
–No. Digo que tú sí sufrirías. Ella busca a un elfo de al menos su misma estatura, con las cualidades habituales de un elfo y un pene con el tamaño medio élfico. Níniel es muy especial, pero lo es a su modo. ¿Entiendes?
–La verdad es que no.
–En realidad ella se ve con alguien…
–¿En serio…?
–La he visto varias veces con… Tirentar… Un elfo de un páramo lejano. Viene al trote a verla cada día al alba…
–Vaya, no me es conocido.
–Tirentar es como… en fin, como tú pero al revés, amigo Erundur.
–Qué significa eso…
–Es, bueno…, majestuoso. Su cabello parece provocar envidia al mismísimo sol, y sus maneras y su porte… son… Es un elfo…
–¿Estás bien, amigo Othar?
–Sí. Disculpa. Enseguida me repondré…
–Deberías deleitarte con el asombro que nos rodea, eso te ayudará, sea lo que sea que te perturbe. ¿Lloras, amigo Othar?
–Es solo que…
–No entiendo.
que no lo entiendes.
–Si quieres puedo llamar a Fairiel. Seguro que ella sabrá consolarte.
–No veo por qué, amigo Erundur.
–Bueno… Ayer recordaba vuestras nupcias. La ceremonia más bella que he visto. El sol fundiéndose con la tierra; ella tan seria y sonriente a la vez. Todos los presentes serios y atentos. Fue conmovedor. Verte llorar de aquella manera delante de ella…
–¿Podrías no seguir, amigo Erundur?
–… ese beso extraño y precioso, tus miradas de reojo a alguien entre los presentes, siempre pensé que sería tu madre. ¿Era tu madre? Fue todo majestuoso. Creo que ella está ahora mojándose los pies. Podría llamarla y…
–Erundur…
–… podría ella venir y atender a tus lágrimas, seguro que ella sabría dar con la clave de tu repentina tristeza y…
–Erun…
–… no hay cosa que me vacíe de vitalidad más que ver triste a un amigo en su inmortalidad y…
–¿¡Puedes callarte, por favor!?
Todo el grupo se volvió y miró hacia donde estaban Erundur y Othar. Othar se puso en pie, sonrió aparatosamente y voceó para el oído de Erundur y de todos:
–¿Puedes callarte, por favor, y disfrutar de este paraje majestuoso, amigo Erundur? ¡Abandona tu parloteo, fíjate en las mariposas, el sol, el agua cristalina! ¿¡No es cierto que todo brilla…!?

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8 comentarios en “Elfos

  1. Es un relato sobre elfos bastante interesante pero el final esta vez no me ha dejado tan intrigado por seguir leyendo como en algunos de tus escritos.
    No digo que este mal, creo ha sido un poco terrenal hasta cierto punto con el tema Elfos.
    Te mando un abrazo enorme y te invitoa pasarte por mi blog cuando gustes.

    1. Bueno, esa la idea, que fuera terrenal y absurdo, nada que ver con la fantasía 🙂 gracias por leer 🙂 Me pasaré!

      (Actualización: Últimamente veces surge algún tipo de incompatibilidad entre wordpress y blogger, y tu blog es uno en los que no me deja comentar por más que le doy al botón… a ver si lo arreglan.)

  2. Este escrito me recordó «olvidado rey gudú» de Ana Maria Matute y creo que podías sacarle más partido. De todas formas me gustó esa paradoja que ni en los mundos imaginarios nadie es perfecto.
    Saludos afectuosos

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