Archivo por meses: octubre 2015

Hambrienta nodriza

Quizá no sea bueno pero tampoco malo, por ejemplo, tener en cuenta que si vas a una perrera, los perros más bonitos podrían haber sido abandonados por tener alguna aparatosa enfermedad (de la que no se informa a los empleados). Tampoco es necesariamente bueno ni malo juzgar en silencio a las parejas que adoptan sólo a los niños más jóvenes y guapos. Es decir, es práctico no pensar en si es bueno o malo. Lo cual no quiere decir que no sea bueno pensar en general. En todo caso, decirte a ti mismo: “no pienses”, ya es más de lo que hacen muchos.
La gente es mala. No suena como muy mal punto de partida.
Pero, sin embargo, decir: La gente es buena …
Espero que, si hay filtraciones, a nadie le parezca que decir todo esto sea necesariamente malo.
Lo digo (creo) porque curiosamente en mi barrio de Periferia conozco varios casos de chicos que se enamoraron perdidamente de chicas con las cuales no acabaron llegando a nada; ya sea porque ellas no querían o porque la relación acabó no cuajando (la cual se alargaba a lo sumo unas semanas). Luego estos chicos conocieron a otras chicas, de las que a pesar de no parecer sentirse atraídos ni de broma tanto como con las anteriores, asentaron relaciones tranquilas y duraderas que a menudo continuaron con bodas y siguieron con hijos. Tampoco sé decir si esto es bueno o malo, o si tiene sentido juzgarlo.
Supongo que decir que sólo son suposiciones es lo más cómodo. Siempre y cuando uno quiera quizá convencerse de que un taburete puede ser mejor para echarse a dormir que un sillón. Puede que poner eso sobre la mesa sea liarse demasiado, más allá esta vez de si es bueno o malo.
También podría ser (o no) una mala idea decir que estos chicos acabaron en esas relaciones por una cuestión de edad y credulidad en relación con discursos sobre la madurez que igual sí o igual no no son más que una trampa existencial que pusieron quienes ya se habían montado la vida así.
La familia nuclear quizá tiene un nombre muy adecuado en cierta retorcida manera.
Pero vete a saber.
Uno de estos chicos de Periferia se llamaba P. y su novia era de lo más simpática en la versión oficial. Era guapa y más o menos todo lo que no fuera obedecer y ser sociable sin pensarlo era raro y oscuro para ella. Cualquier tío hetero o lesbiana se la hubieran querido beneficiar y era una contribuyente ejemplar, un modelo de conducta para entrevistas de trabajo y un festival de muecas siempre que hubiera un niño cerca, o un animal que no fuera oficialmente repelente (ratas, arañas, etc.). Muchos acudimos (ya sea esto criticable o no lo sea en absoluto) a la boda de P. y esta chica, y zarandeamos nuestras servilletas con cada canción que sonaba acompañando salidas de platos o ramos para los abuelos.
A veces esta pareja (y ahora me refiero a este “formato” de pareja) tiene un poco antes el crío, pero otras veces (muchas) lo tiene meses después del zarandeo de servilletas (esto no quiere decir que no haya siempre críos por todos lados vestidos de domingo).
El otro chico se llamaba L., y su novia era de lo más femenina; creo que lo era dentro de los parámetros de lo que ella creía que era ser femenina. Es decir, no es que ella fuera, más bien representaba ser; este es un patrón que parece habitual y bastante inquietante, algo que de todas formas este tipo de personas se acaban llevando a la tumba, seguramente debido al trasiego constante que supone la vida de la clase media, la cual abunda y –extrañamente– tranquiliza, al darte la aparentemente mullida almohada de estar haciéndolo todo igual que los demás.
(Cabe decir que la cuestión de si hacen mal o bien es prácticamente irrelevante para ellos.)
P. y su pareja adoptaron un cachorrito. L. y la chica muy femenina, un niño.
La novia de P. insistió mucho en lo del perro, quizá en una especie de impulso subconsciente porque el siguiente paso natural para ellos tras la boda era tener un niño, y tener un perro antes retrasaba ese paso, puede que porque ese paso no era necesariamente agradecido para P. y su novia. Podría ser malo decir que en realidad no querían tener un hijo, o que el perro era más una táctica que un perro. Había cuatro personas que querían ser abuelos y todo el mundo apostaba a que formarían una familia. Esto podría considerarse una inocente oleada de cariño, o puede que mero egoísmo soterrado proveniente de los abuelos potenciales y los amigos ya con hijos. Quizá no está bien decir todo esto, pero yo nunca he sido capaz de dormirme sentado en un taburete.
Dios me salve de decir alguna tontería, aunque quizá ya sea demasiado tarde: Creo que el perro era utilizado como contemporizador.
L. y su novia estuvieron mucho tiempo intentando que ella se quedara embarazada; pasaron hasta seis años tras el zarandeo de servilletas. Comenzaron a preocuparse, y las cariñosas (o no) presiones familiares y del entorno comenzaban a ser asfixiantes. Ambos habían declarado antaño en público numerosas veces que querían tener un hijo (recuerdo que vociferar la intimidad es algo habitual aquí), así que nadie dudaba en lanzar indirectas y sacar el tema cada vez que éste salía a colación de forma directa o indirecta. Muchos de sus amigos comentaban la jugada de ser padres pesarosa e insistentemente, con historias sobre insomnio o quejas sobre la falta de tiempo (todo con un extraño tono, como si insinuaran que habían sido obligados). Todo eso, lejos de aliviar de alguna forma a L. y su novia, les resultaba deprimente y les provocaba algún tipo de inclasificable envidia. Diría, sea o no una gilipollez, que lo de tener un hijo pasó a ser para ellos como ‘Tiburón 4’, una cuestión personal. No se trataba ya del hijo, sino de la mera frustración de no poder tener uno propio, del orgullo herido; porque ella era estéril, él impotente, o alguna cosa parecida.
La mascota de L. y su novia ya había muerto por enfermedad hacía dos años, si es que el dato es relevante.
Supongo que es necesario también hablar de Ellos, por cierto. Digo supongo, porque para el presente informe el peso de las decisiones de ellas ante las circunstancias que nos ocupan, parece ser mayor.
Como sea, puedo ofrecer también algunos datos, ya sea esto bueno, malo o irrelevante, cosa que no está en mi mano decidir.
Quizá no sería exactamente bueno o totalmente adecuado decir que P. era un presuntuoso y un gilipollas. Pero creo firmemente que las palabras malsonantes también tienen capacidad de definición. Supongo que si quisiera ser más políticamente correcto, debería decir algo como que P. era premeditadamente disperso, o falsamente espontáneo. Creo que P. era básicamente una especie de producto de laboratorio sistémico; había pasado de forma ejemplar por todos los filtros educativos e ingresó en el mundo laboral –tal y como éste demanda– con toda la cerrazón, prejuicio y miedo intactos.
L. era un caso similar. Alguien de aparente fácil trato, con herramientas sociales que le permitían semejarse a alguien abierto y comprensivo. Pero en el fondo era una persona tan obtusa y sujeta a los raíles de siempre como casi cualquiera. Ambos eran chicos presentables; es decir, ni feos ni muy guapos, delgados, y hasta con capacidad de parecer atractivos si se esforzaban. En resumen, debo suponer que lo que atrajo a sus parejas –las sustitutas, recuerdo, de las que ellos realmente querían y con las que se sentían de verdad despojados de pose y quizá incluso vivos– seguramente era la fórmula de siempre aquí; la de la supervivencia aterrada presentada como algo moderadamente sofisticado: la falta alarmante de mundo interior propio disfrazada de un carácter de pega comprado con años de memorización y sistemas nemotécnicos.

Resultó que el perrito de P. y su novia tenía leishmaniosis, lo cual pedía un nivel de atención muy por encima del que exige el peluche vivo adorable estándar que a la gente le gusta tener. Esto incluía –entre otras cosas– el deber de inyectar periódicamente cierto fármaco al perro para que no comenzara a tambalearse y dejara de comer como es debido, etc. Cuando P. sintió la necesidad de hablar con el personal de la perrera donde lo habían elegido hacía dos meses, le dijeron que era muy probable que hubiese sido abandonado por eso. No puedo asegurar que P. o su novia se plantearan la idea de colarles el chucho a otros siguiendo la tradición, pero tampoco puedo descartarla.
Ni puedo dejar de plantear la posibilidad de que haber presumido de perrito mono (y así poder postergar de alguna forma el asunto de ser padres) ante unas cincuenta personas entre familia y amigos, pudiera ser básicamente el motivo de la decisión inicial de quedarse con el perro y su suerte de sida perruno.
L. y compañía adoptaron a un niño rubio de tres años de grandes ojos verdes y fulgurante encanto; era como si el crío fuera de la marca Apple. Era como un niño de gama alta. Con todo el futuro por delante. Era listo y brillante como el crío de una peli de terror de los años setenta. E igualmente magnético.
No sé si es bueno desarrollar demasiado el resto, ya que en esencia el informe estaría completo, pero quizá sea bueno relatar una especie de final de la historia, que no es más que, por supuesto, un punto de inflexión en la vida de estas dos parejas. Lo digo porque ambas tienen los arrestos necesarios para bloquear ciertas evidencias en relación con el proceso de causa-efecto de sus comportamientos.
El caso es que eran prácticamente vecinos, y P. y L. se conocían de la universidad. Esto provocó que decidieran mantener una relación de amigos a cuatro. Salían juntos de viaje y luego se ponían verdes los unos a los otros al volver cada pareja a su casa. El procedimiento habitual ya detallado en anteriores informes. No era tanto una amistad como tretas psicológicas, una manera de mantener la competición años después de acabados los estudios. Por si no queda claro, o para refrescar el contexto, eran las limitaciones típicas que suelen quedar patentes en cuanto a las relaciones y trayectorias que han eliminado la sinceridad y la espontaneidad de la ecuación. Nada nuevo.
Un día P. decidió organizar una merienda para un sábado por la tarde. La casa tenía un jardín delantero y otro trasero; el delantero tenía una barbacoa de obra. Estarían todos, incluidos el perro “fallido” y el niño perfecto.
La tarde, supongo, iba como debía ir; ambas parejas detallándose la agradable carencia de novedades destacables en sus vidas y congratulándose con ello. Las conversaciones a propósito de perros y niños ya se habían desgastado en anteriores encuentros, y de todos modos había temas (como la enfermedad del cachorro) que no daban para una animada barbacoa.
En cierto momento perdieron de vista tanto al niño inmaculado como al perro contemporizador. P. se levantó de su silla de jardín a medio roer una pata de pollo y rodeó la casa; pensó que seguramente estarían jugando en la parte trasera. En ningún caso se planteó que el hijo adoptivo de su colega pudiese tener sujeto al cachorro en el suelo, pinzando su cabeza de tal manera que tenía los pulgares hundidos en los ojos del animal, el cual, parecía ser, había fenecido antes de poder comenzar a quejarse.

Sólo quiero añadir que he oído ciertos rumores sobre la posibilidad de que no se nos exijan más informes sobre la Especie. En caso de un escenario poco halagüeño, confío se mantendrá la amnistía tanto para mí como para mis compañeros analistas. Como respuesta a la última Pregunta Concreta recibida: Sí, aquí algunas especies se pueden alimentar de carne humana. ¿Podría derivar una Pregunta Concreta más a cambio de otra?

niña

Diez semillas (10 de 10) – El Día de las viudas vitalistas Euforia

En el ensayo Somos todos gilipollas o qué, el escritor Jonathan S. Cuthbert asegura que el Día de las viudas vitalistas Euforia entra descaradamente en la categoría CPG (Celebraciones Populares Gratuitas): Una lista creada a cuentagotas por el propio autor para la revista bimensual GGT (Guía de la Guía Tab), en la que también incluye otras celebraciones ya claramente aceptadas, como el Día de los Homicidas Involuntarios Inculpados Glock, o el Día de los Maduritos Atractivos Dior.
Cuthbert asegura que la importancia del Día de las viudas vitalistas Euforia, reside sobre todo en que —por impacto social— fue la primera fiesta-oficial-porque-sí; la que realmente abrió la veda en cuanto a las celebraciones populares ya plenamente cimentadas en el chantaje emocional.
La marca “Euforia”, conocida por su amplia gama de servicios relacionados siempre con la satisfacción sexual femenina (una oferta que va desde el clásico consolador hasta la organización de ciertos eventos), comenzó a promover dicha celebración pillando a todos a contrapié, y quizá por eso triunfó con su apuesta: las viudas. En la revista Euforia: la revista, se publicó el editorial que sirvió como chispa para el posterior y salvaje incendio comercial (otro más):

Esta vez, desde esta publicación dedicada a informar con vehemencia y humor sobre todas las novedades y chismes sobre Euforia, queremos concentrar nuestras fuerzas en pos del bienestar de cierto colectivo a menudo en la sombra, y muchas veces en el invierno de la vida.
Las viudas.
Esas mujeres a menudo ya mayores (aunque no tiene por qué) que siguen llevando todo el equipamiento de serie que Dios nos ha dado para disfrutar de la existencia de vez en cuando, aunque sólo sea a base de roce y fricción.
Así que te hablo a ti, a ti que aún le miras de vez en cuando el culo a esos mamoncetes de treinta años; a ti que un día soñaste que algo turgente y venoso te penetraba y despertaste descubriendo que habías mojado la cama. No debes obviar esos momentos; tu cuerpo te llama, y aunque puedes pasar de él y seguir con la vagina de luto, desde Euforia te animamos a dar un giro a tu vida, te animamos a enterrar a tu marido de verdad y volver a tocar tus partes íntimas con algo más que papel higiénico.
Si estás leyendo esto en la peluquería, atiende, tu entrepierna es más importante que tu pelo, aunque para la mayoría de mujeres parezca todo lo contrario. Euforia te quiere convertir en el centro de atención al menos una vez al año. Y no para promover otra especie de fiesta coñazo, no nos interesa que celebres tu cumpleaños dos veces; no queremos que te entierren otra vez en regalos bienintencionados e insulsos. Queremos alimentar tu vida privada. Por eso, desde esta publicación te hablamos directamente y sin cortapisas, porque sabemos que además de ser ya adulta y haberlas pasado de todos los colores y texturas, sigues siendo mujer, y has sido tan joven y curiosa como cualquiera.
Este número de Euforia va dedicado a ti. Queremos convertirte en lo que hemos decidido llamar: La viuda rosa. Rosa porque la muerte no solo te envuelve a ti; nos envuelve a todos, todos toparemos con ella directa e indirectamente. No te pedimos que sonrías ni que te levantes con el pie derecho; no te vamos a espolear a ser feliz antes de que algo pueda hacerte feliz. No te vamos a forzar a nada. Solo te pedimos una cosa: pasa esta página y sigue leyendo este número.

No fue de golpe. Pero al poco tiempo la fiesta oficial se instauró, «Se enraizó con la facilidad con la que un cadáver se descompone al sol», (Jonathan S. Cuthbert). Fue «La mayor prueba de que el consumidor es mucho más consumidor que cualquier otra cosa» (Diario Cisma). O lo que las páginas sepia de la revista Pretecnotimes definieron como «El paso antes de convertirnos en zombis». Pero estas voces disonantes, como siempre, no podían competir con la mirada vacía de la viuda rosa. Cada año la celebración era más evidente. “Euforia” se convirtió en una de las empresas más prósperas, lo que la revista Capital definió como «La idea absurda más rentable del ser humano», o lo que el dominical ¡Verano! Llamó: «Convertir el agua del mar en petróleo». “Euforia” se sacó de la manga otro día del padre, otro día de la madre, otro día de los enamorados, o lo que Cuthbert definió como: «Día del tonto del culo masivo».

A saber. Se reúne toda la familia de la viuda. A pesar de lo que dijera ese editorial de Euforia, la cosa no es tan distinta a un cumpleaños. Todos se juntan para comer, y al final también hay un pastel, un pastel rosa. Es un pastel de fresa que encima suele llevar dibujos en los que en lugar de un felicidades barroco, hay un par de tetas, un pene, o hasta imágenes más obscenas. En el ensayo Somos todos gilipollas o qué, Cuthbert dice que en realidad todo el rollo no es muy distinto a la clase de gracietas que se perpetran en una despedida de soltera. Además, dado que la mayoría de viudas suelen ser ancianas anhedónicas, todo se acaba quedando en una especie de broma anual poco apropiada a la abuela de la familia.
La hora de los regalos es la que marca la diferencia entre el Día de las viudas vitalistas Euforia y los cumpleaños al uso, o incluso las despedidas de soltera. Cuando se trata de una viuda muy anciana, estos suelen ser más bien simbólicos: un dildo no demasiado grotesco, o hasta una novela erótica. Pero cuando la viuda no se ha quedado viuda por mera enfermedad y vejez del marido —es decir, cuando aún es joven, o relativamente joven— , el tema regalos supera cotas de delirio que a menudo han acabado en los telediarios y los programas de sucesos.
Ejemplo: La que acabó siendo conocida como Señora Luisa. Una mujer de cincuenta y dos años. El marido murió de un infarto teniendo sexo con una prostituta; lo que se cuenta es que la Señora Luisa siempre se creía la historia de que el hombre sólo iba a comprar tabaco. Luego, cuando el tipo regresaba a casa más bien desliñado y sudoroso, elaboraba excusas sobre máquinas expendedoras rotas o bares inexplicablemente cerrados. La Señora Luisa realmente creía que su marido había pasado dos horas fuera caminando en busca de su paquete de cigarrillos. Ese maldito vicio… Así era la Señora Luisa, ella no sospechaba sobre una posible infidelidad, lo único que le preocupaba era que su marido pudiera acabar realmente enfermo por culpa de una adicción.
Entonces, tras saber no solo que su marido había muerto, sino que llevaba probablemente años como putero profesional, la Señora decidió que merecía tener un buen Día de las viudas vitalistas Euforia.
Para saber en qué jardín se metió la mujer, hay que conocer mínimamente el producto “Euforia” que la familia le compró espoleada por la misma Señora Luisa. Era el modelo Rebro X-Peneal. Algo como un consolador de cuarenta centímetros y considerable grosor. Dicho mamotreto formaba parte de un brazo mecánico funcional gracias a un mecanismo sujeto por un trípode que era manejado por control remoto. Todo enchufado a la luz, obviamente. En resumen, era básicamente un robot que se follaba a la Señora Luisa a cuatro patas con tal fuerza que la mujer acababa convulsionando y temblorosa, babeando y viendo las estrellas. La primera vez que usó el chisme, se dice, decidió que había sido el mejor día de su vida; en el documental La Señora Luisa y los trucos de Occidente, una de sus hermanas asegura que fácilmente esa frase que la mujer le gritó por teléfono podía ser muy bien cierta. Ese había sido el día más feliz de su vida. Por tanto, claramente iba a querer repetir.
La obsesión fue creciendo y creciendo. Sólo que el trasto tenía cierto límite en la velocidad y la rotación, medidas de seguridad lógicas para evitar posibles lesiones graves. “Euforia” ya coleccionaba, de hecho, demandas de algunas usuarias por desgarro y sangrado interno debido a la peligrosidad potencial de ciertos “juguetes”. Pero lo que “Euforia” no podía controlar era que esos juguetes no fueran trucados…
Con el paso de los días la Señora Luisa lo pasaba teta con su Rebro; se bebía ella sola una botella de vino y se pasaba cada noche hasta las tantas con el control remoto y el consolador rotando y fornicando sin parar.
Pero llega un punto en que quieres ver si puedes ir más allá. La mujer decidió que quería saber qué podía pasar si aumentaba la potencia del trasto, si conseguía que las embestidas fueran más fuertes y más rápidas. La sola idea la tuvo durante semanas mojada. Se obsesionó tanto con ese posible cambio, que la potencia estándar del Rebro comenzó a parecerle poca cosa.
La Señora Luisa estaba en un momento de su vida en que no se andaba con chiquitas. Así que un día se presentó en un centro estudiantil y se puso a hablar con ciertos alumnos de electrónica. En el documental La Señora Luisa y los trucos de Occidente, se insinúa que muy probablemente la mujer pagara con sexo al chico que le trucó la maquina. Aun así, en cierta entrevista a una de sus hermanas, se la definió como «incapaz de prostituirse».
Sea como sea, en una semana la mujer tuvo su maquina con la potencia estándar prácticamente triplicada. Tanto era así, que debido a los temblores y las sacudidas que daba al ponerla al máximo, tuvo que sujetarla al suelo con algo así como dos rollos enteros de cinta aislante.
Una vez sujeta, ella se desnudó y se puso a cuatro patas en un colchón como siempre hacía. Colocó el consolador en la entrada de su vagina, y cogió el control remoto.
En las fotos que se acabaron distribuyendo, y que las hermanas de la Señora Luisa aún intentan sacar de circulación, el brazo mecánico despegado del suelo atraviesa entera a la mujer dispuesta a cuatro patas; la articulación de metal entra por su vagina, y la cabeza del enorme consolador le sale por la boca, abierta en un terrible rictus.

En el capítulo cinco del ensayo Somos todos gilipollas o qué, titulado “Mis impresiones más detalladas sobre la Señora Luisa”, Cuthbert sólo escribió una frase: «Una tonta del culo menos». Lo cual le reportó más controversia y fama, y según varias revistas del corazón —en medio de la polémica— hasta un rollete con una de las hermanas de la mujer. Cuando una reportera le preguntó sobre el posible romance en medio de un aeropuerto, Cuthbert soltó un gancho de izquierda y le rompió la nariz a la chica. Por tanto, más controversia y fama. El capítulo cinco del posterior ensayo Somos gilipollas y punto, titulado “Todo lo que creo que aporta la prensa rosa al periodismo profesional”, también se compone de un sola frase: «Vencedor por KO».
En la actualidad, ya años después del caso de la señora Luisa —y con cierto modelo de consolador robótico retirado del mercado— el Día de las Viudas Vitalistas Euforia es otro día más en que la gente abarrota las tiendas. La doble moral habitual respecto al sexo y la sexualidad de las personas, se ha convertido en triple y cuádruple moral. Algunos practican tal salto mortal por encima de sus supuestos principios comprándole un vibrador a la abuela, que «Posiblemente ya hayamos cruzado el umbral de la hipocresía y haya que inventar otro término para definir al ciudadano occidental» (cortesía de la revista EA: Electrodomésticos Adultos).
Ahora —durante cierta época del año— se pueden ver juguetes eróticos en las tiendas de ropa, en las perfumerías, en casi cualquier sitio. En las jugueterías de toda la vida, ya hay sección para adultos igual que la hubo en tiempos en los videoclubs. El vídeo de moda, el que está recibiendo cientos de miles de visitas en YouTube, es el de una niña rubia de unos seis años blandiendo un consolador rosa de látex; golpea con él a un crío de unos tres años en la cabeza; el niño llora y mira con expresión desesperada a cámara. De fondo, se oyen unas risas adultas.

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Diez semillas (9 de 10) – El pequeño Slasher

S. se despertó maniatado y solo dentro de una casa vieja que parecía a punto de derrumbarse. Estaba boca arriba, de espaldas sobre el suelo, con la cabeza sujeta a una estructura de madera y metal. Tardó poco en darse cuenta de que era una suerte de guillotina. No supo cómo había llegado hasta allí.
Una voz metálica que debía salir de algún altavoz comenzó a poner en contexto a S. Cosa que él sólo podía, como mucho, intuir, ya que sufría de sordera aguda debido a un defecto del nervio acústico, el cual envía la información del sonido del oído al cerebro.
De modo que S. no sabía a qué juego macabro estaba sometido, y por más que gritaba, quien fuera que había preparado aquel escenario y o prueba, no podía oírle. Al cabo de quince minutos, la guillotina cayó y la cabeza de S. –que ya no conocería a su primera novia ni a sus amigos para veranear en cabaña alguna jamás– rodó un metro hasta quedar inerte.
Fue enterrado al cabo de dos días.

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Diez semillas (8 de 10) – Reconceptuación

Una tarde más entre los ya considerados vestigios del pasado, la pequeña Teresa y su madre pasean entre restaurantes cerrados. Pasan junto a los gritos roncos de alguien que está rodeado. Algunos se paran a mirar el alboroto como antes se paraban ante músicos o estatuas vivientes. Teresa se agacha y unta su dedo en el habitual charco creciente.
–Hija, te he dicho mil veces que no chupes la sangre del suelo.

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Diez semillas (7 de 10) – Un resumen vago paradójicamente detallado sobre la esencia actual de las cosas

Oh, de verdad, te quiero también sin maquillaje y soy adecuadamente dócil los días de fiesta: compro regalos para todos de cara a la navidad. He conseguido cambiar sutilmente mi look (o carencia de él) sólo por ti. Me pitan los oídos, pero mira, mi sonrisa permanece inteligente. Preparo invitaciones y organizo el fin de año conyugal en grupo. Voy de invitado y a la vez soy anfitrión, estoy preparado; venid a mí, contingencias. Huelo a tres clases de derivados agradables. ¿Estás bien?, ¿tienes frío? (aunque sea imposible, joder), ¿qué has comido hoy?, ¿le gustó a tu madre el viaje que le regalé?

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Diez semillas (6 de 10) – Coño

J. no dejaba de acosar mentalmente a la escritora atractiva. Qué podía hacer él, no era un acosador real, ni siquiera aspiraba a ello, aunque sin duda fantaseaba con ello.
Mientras tanto la veía en entrevistas y la leía en periódicos y dominicales. Miraba fijamente su rostro joven y saludable encabezando sus columnas diarias. Se quedaba embobado mirando fotografías de las portadas de sus ya tres novelas escritas antes de los treinta; aunque estas no le interesaran en absoluto, todas con esa estética de tipo floral o de habitaciones vacías a mediodía, esas temáticas y sinopsis que te hacían sospechar una literatura vagamente personal, aunque sobre todo blanca y educada. Esa escritura diurna que era más comercio y lugar común que escritura; acción fácil para periodistas encorsetados preparados para recibir a la chica mona en plena promoción.
Pero ella… Siempre esa idea de ensuciarla
J. estaba planteándose seriamente ir a alguna presentación. Quizá comprar los libros para que la muchacha los firmara. Hacer como que los había leído y preparar un par de frases que parecieran espontáneas; algo que decir delante de ella. Nada como para intentar ligar, pero sí para intentar destacar sin que pareciera que lo intentas (difícil). Afeitarse y salir de casa directo a una librería. Sabía dónde encontrar sus libros, aunque de normal jamás los hubiese comprado. No es que J. creyera que los libros eran necesariamente malos (que también), sino más bien violentamente ajenos a sus gustos.
Tenerlos en la estantería tampoco haría daño, y hasta podría darles una oportunidad; podría ser excitante, aunque no tuviese apenas esperanzas de encontrar sexo o similares asociados a ese puño y prosa.
Un día se enteró de que la escritora atractiva presentaba su cuarta novela, Jersey de lana blanca. Iba a estar en la ciudad a poco menos de media hora de donde él vivía; era sin duda una oportunidad. Al parecer el libro iba sobre algo relacionado con una niña y su abuela y unos jerseys, y sobre la relación entre ellas y las tardes que pasaban en… zzzzzzzzz…
De modo que se decidió; se afeitó y se dio una ducha, y preparó el dinero necesario para comprar cuatro libros que casi seguro no leería. A medida que se acercaba a la macro-librería de la presentación, se preguntaba qué demonios le diría. Ella hacía claramente una literatura adulta, pero él, a priori, y sobre todo yendo solo, no daba el perfil del lector de sus libros. Probablemente parecería un tipo raro, y no raro en plan bien. Parecería, por fin, un acosador. Pero J. no quería parecerle a ella un acosador. ¿Un mentiroso?, quizá, ¿un salido?, quién no lo es en el fondo. Pero no quería que, de encontrarse con ella en un futuro próximo, ella cambiara de acera. Pensó que no hacía falta comprar todos los libros; tan solo compraría el último. Improvisaría el resto, lo que iba a decir y cómo lo diría. Sería tan solo un “lector” más. Entrar, ver la presentación, hacer cola, conocerla, la firma y salir.
Sencillo, humano, nada sospechoso.
Además, estaba seguro de que él no sería el único presente en la presentación por razones ajenas a la literatura. Y, qué coño, ¿quién iba a las presentaciones por la literatura? Todo eran o familiares o amigos o interesados. La literatura importaba un pijo. Cuando llegó al lugar, se dio cuenta de que allí casi nadie debía haber leído de verdad a la autora. Quizá su madre. El lector potencial de verdad no va a los saraos tan fácilmente. Allí había, sobre todo, distintos tipos de cheerleaders de compromiso.
Eligió una silla para sentarse. Cuando la vio a ella, tuvo esa sensación inicial de descubrimiento con las personas que antes sólo hemos visto a través de los medios: era humana. Era de estatura media, tenía su propio timbre de voz, sus ademanes y sus tensiones y distensiones. Intentaba estar en el lugar adecuado, alguien mandaba sobre ella. Se iba a pasar la tarde firmando y seguramente dando entrevistas. Lucía una sencillez en este caso no estudiada; se ruborizaba con facilidad e intentaba ser amable, sonreír. No le gustaba ser el centro de atención, pero sabía que la mayoría de los demás estaban allí debido a distintos grados de compromiso, de modo que intentaba transmitir gratitud con la mirada.
De repente, en realidad todo era bastante coherente. Extrañamente apropiado. Todo en ella era, digamos, razonable; incluso desprendía, paradójicamente, un halo de misterio. Se sentía eso, y ni tan siquiera había hablado con ella. J. se preguntó qué era lo que estaba llegando de ella a través de su escritura periodística, los reportajes y las portadas y entrevistas que le hacían… Algo no cuadraba. Algo enorme y dentado.
Luego recordó que no había leído sus novelas. Ni una sola línea.
Coño.
La cola le iba a dar unos minutos. Había comprado Jersey de lana blanca viniendo de camino. Lo abrió sin pudor. Le dio tiempo a leer unas diez páginas. Todo el mundo delante derramó baba sobre la escritora, aunque todos reconocían no haber leído la última novela.
Para cuando estuvo enfrente, con el libro en la mano y la mirada perdida sobre ella, se topó con los ojos castaños de la chica, como un “Ballardiano” choque frontal. Mierda.
Cuando cuatro días después el teléfono sonó en casa de J., tuvo que armarse de valor como nunca antes en su puñetera vida para cogerlo.

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Diez semillas (5 de 10) – Hegel

Si se puede generalizar, diría que no era una buena idea quedar con alguien parcialmente desconocida. Todo era una previsible cuestión de sexo. Pero no sé si estoy en condiciones para quejarme. Sí recuerdo mucho esa noche, que ya era extraña antes de llegar al momento cumbre. Recuerdo haber ido al lavabo varias veces (cerveza) y que el retrete me parecía una boca, entre otras cosas. Odio tener que achacarlo a alguna droga, me parece terriblemente poco original, pero sería deshonesto descartarlo. La conversación de ella era dispersa, y cada vez que podía, citaba a Hegel (sin nombrarle):
–La trascendencia es absorción.
Era muy guapa, a mi entender; hablando sólo de su mirada, tenía ese brillo que se asocia a las embarazadas. Por otro lado, seguramente le costaba encontrar cosas de su talla, pero sobre todo tenía un magnetismo fuera de lo común. Eso y cuentas en todas las redes sociales. Parecía preocupada por dejar claro que estaba al día, aunque era algo que tenías que deducir. En momento alguno parecía desesperada. Digo que era muy guapa, casi como cualquier mujer para mí desde varios años antes de ser adulta y hasta poco antes de la tercera edad… Tenía que ver con mis circunstancias, mi poca proclividad a relacionarme; si pasas varios días perdido de travesía por el desierto, luego no te pones especialito con el menú. Incluso así, podría decir que era empíricamente atractiva: de un modo carnal y no de revista. Yo estaba atrapado, y luego cada vez más borracho. Intentaba parecer inteligente, ponerme a su altura o algo así; estaba pensando seriamente en leer de verdad a Hegel.
Ahora creo que me echó algo en la cerveza más de una vez mientras yo le buscaba caries a la taza (juro que intentó darme conversación). Cabe decir que la cerveza cada vez sabía menos a cerveza y más a aspirina. Pero no tengo claro que sólo se tratara de las drogas. Lo cierto es que creí que ella me estaba empezando a gustar más allá de lo evidente.
Tras no pocos rodeos, acabamos en un hotel cutre, resultado de la conversación tipo “en tu casa o en la mía”. No es que ella tuviera casa.
Cuando me quise dar cuenta, ni nos habíamos quitado la ropa y ella ya estaba encima de mí. El ambiente en aquella habitación era como si pudieras ver en una foto a los fantasmas tapándose la nariz. Me besaba en el cuello de forma insistente, aunque eso no tenía por qué hacerme sospechar. Si tuviera que decir cómo se siente, es muy parecido a cuando te sacaban sangre antes de darte un bocadillo. Por suerte (o no), no tenía previsto matarme. Al final pierdes la cuenta, pero hace como unos doscientos años que no la veo.

Philosopher Hegel

Crianza

Se ha vuelto a atascar el hacha con otro niño. Hay que comprar herramientas más eficaces. Alguien grita que llega otra partida de escolares. Cortamos y cortamos. Despedazamos. Es todo para ayudarles. Dividimos; los brazos aquí, las piernas allá, las cabezas en aquel otro compartimento… Cada contenedor para una cosa. Ellos se lo merecen todo. Son nuestros hijos, lo más importante que hemos hecho.
Se nos cae la baba encima de sus jóvenes partes.
Se vuelve a atascar la hoja en un tendón o el cuello de uno, y tiras fuerte, recuerdas tus responsabilidades como adulto. Y alzas otra vez la herramienta. Ellos merecen esa oportunidad. Agrupación y distribución. Cada día lavamos con brío nuestros delantales al final de la jornada. Algunos contratan a otras personas para hacer su propia faena, pero la mayoría venimos cada día a dar el callo. Corta que te corta. Los cortas y los limpias. Los vacías y e intentas dejar sólo lo mejor de ellos. Fuera vísceras y fuera cerebro. Todo magro. Cortamos en rodajas a veces muy finas. Cada cual especializado en zonas distintas de la anatomía. Al principio ellos gritan y piden clemencia; no saben que el futuro está compartimentado. No van a ir ningún sitio con tripas y cerebro. Les van a exigir sólo lo magro, lo jugoso, la carne joven y tierna, nueva y útil para reemplazar carnes ya pasadas.
Luego llevamos carretadas de magro a grandes hornos. Mientras esperamos a que se cocinen, recordamos con cierta nostalgia cuando nos desmembraron a nosotros. Algunos nos miramos con complicidad, nos golpeamos con los nudillos la cabeza. Mientras suene hueco, nos quedamos tranquilos. Elaboramos así ritmos simples de percusión, y nos partimos de risa.

verd

Diez semillas (3 de 10) – ¡Estamos bien!

–¡Oye!, ¡¿estás ahí abajo?!
–¡Estoy bien!
–¡Ahora pido ayuda!
–¡No, gracias!
–¡¿Cómo?!
–¡Que no, gracias, estoy bien!
–¡Pero qué dices!
–¡Que no, gracias, que estoy bien!
–¡No te entiendo!
–Que ¡NO, GRACIAS, que ESTOY BIENNN!
–¡Entiendo, pero no te entiendo!
–¡Estoy bien aquí abajo, gracias!
–¡¿No te has caído?!
–¡No!
–¡¿Que no te has caído?!
–¡No!, ¡he bajado yo solo!
–¡Pero eso es imposible!
–¡No!, ¡he bajado yo solo!
–¡¿Cómo?!
–¡Porque he querido!
–Pero q… ¡Que digo que cómo se puede bajar solo ahí abajo!
–¡Pues bajas y ya estás!
–¡¿Pero cómo te vas a quedar ahí abajo?!
–¡Me gusta más!
–¡El qué te gusta más!
–¡Me gusta más que ahí arriba!
–¡No entiendo lo que está pasando!
–¡Aquí abajo es mejor!
–¡Qué es mejor!
–¡Todo! ¡Todo es mejor que ahí arriba!
–¡Qué harás cuando tengas hambre!
–¡Comeré!
–¡Estás en un agujero, qué comerás!
–¡Aquí hay de todo, puedo comer lo que quiera!
–¡¿Te estás quedando conmigo?! ¡Se va a hacer de noche, voy a pedir ayuda!
–¡No!
–¡¿Hay alguien más contigo?!
–¡No, pero baja si quieres!
–¡¿Bajo a por ti?!
–¡No, baja para verlo!
–¡Para ver el qué!
–¡Aquí todo es mejor, el Abajo es el nuevo Arriba!
–¡¿Seguro que estás solo?!
–¡Sí, baja!
–¡¿Cómo bajo?!
–¡Pero baja tú solo!
–¡Bajo yo solo!
–¡Vale!
–¡¿Pero cómo bajo?!
–¡Tienes que dejarte caer!
–¡¿Qué?!
–¡Que tienes que dejarte caer, no se puede bajar!
–¡¿Que me deje caer?!
–¡Vale la pena!
–¡Si me dejo caer me romperé algo!
–¡No!, ¡no te romperás nada aquí abajo!, ¡déjate caer!
–¡Vale…!, ¡pero apártate!
–…
–¡¿Te has apartado?!
–¡Sí, salta ya!

–¡¿Hola?!, ¡no se ve nada!, ¡¿hay alguien ahí abajo?!…
–¡Sí!
–¡Ahora pido ayuda!
–¡No, gracias!
–¡¿Cómo?!
–¡Que no, gracias! ¡Estamos bien!

agu

Diez semillas (2 de 10) – Rentable

–Bueno, estoy divagando… ¿Tú cómo estás?
–Más contento que un niño con zapatos nuevos.
–¿En serio? Yo estoy preocupado. ¿Puedo sincerarme?… He llegado a los cuarenta años y no siento que haya conseguido nada. No al menos nada de lo que yo quería. Creo que no he dedicado tiempo a ser yo mismo más allá de… Me siento atrapado en un sistema que me chupa la sangre. Ya sé que suena raro…
–Te sientes entre la espada y la pared, ¿eso quieres decir?
–Supongo que sí, pero es algo más complicado que eso.
–No estás católico.
–No.
–Estás hasta el gorro.
–Supongo.
–Pero tienes que pensar que puedes conseguir todo lo que te propongas.
–No digo que no pueda intentar cambiar nada, pero empiezo a sentirme mayor, tengo la hipoteca, tengo un crío, ya no siento nada especial hacia mi mujer y a la vez creo que no puedo permitirme estar sin ella; por el crío, por el dinero, por…
–El burro delante para que no se espante.
–¿Cómo?
–Que agarres el toro por los cuernos.
–Creo que no me estás escuchando. Ya sé que no soy nada original, pero un disparo es un tópico y puede seguir matándote, ¿no?
–Quizá deberías tener más mano izquierda.
–No te sigo.
–Tira la casa por la ventana.
–…
–La vida te da jarabe de palo.
–…
–Estás así porque mañana es lunes.
–Tío…, hace tiempo que no nos vemos, pero no entiendo que…
–Yo estoy bien, en serio. Estoy: como Pedro por mi casa.
–Ajá… Y los niños… tú mujer… ¿Todos bien?
–Los niños. Llevarlos al colegio. Mi mujer…, mi mujer es una guerrera. Mujeres al poder. Trabaja y cría a los niños y es multitarea.
–Ya…
–No me ando con rodeos.
–¿A qué te refieres?
–A que me voy a ganar el cielo.
–¿Ahora eres… católico?
–A caballo regalado no le mires el diente.
–Estoy muy perdido, en serio, con mi vida y en esta conversación.
–No sé qué decirte, soy más claro que el agua.
–Creo que voy a pagar mi café… Estoy predicando en el desierto.
–…
–De qué te ríes.
–No lo sé, me ha gustado esa frase.
–Bueno, creo que me tengo que ir.
–Tengo una salud de hierro.
–¿Qué?
–Tengo la sartén por el mango.
–Tío, de verdad, me estás acojonando.
–¿Por qué?
–Hablas sin…
–Es normal, siéntate, ¿qué pasa? Mañana es lunes, pero ya llegará el viernes.
–Me importa una mierda que mañana sea lunes.
–Entonces es porque es domingo por la tarde, ¿no?
–Yo me voy, de verdad. Estás como… agilipollado. No sé qué te pasa.
–Voy tirando.

niña