No está tan mal a veces que anochezca pronto y deje de hacer calor. Si estás en una avenida o calle amplia puedes ver los faros de los coches, un océano de destellos, las luces de los semáforos, cómo todo parpadea y cambia, discos luminosos, y cómo se forma una suerte de bruma, quizá mierda, contaminación, pero bruma al fin y al cabo, la misma acentuando la escala cromática y… y así puedes seguir un rato… Siempre que vayas a pie, claro está. Siempre que seas lo que llaman un romántico. Lo que pasa es que la forma en que la gente suele usar las palabras a menudo deja mucho que desear; puede que lo que llaman un romántico no sea más que alguien moderadamente vivo; o lo que es lo mismo: mucho más vivo que ellos. Cuando eres feliz es cuando te sientes presente en el momento y puedes saborear lo que tienes a tu alrededor; pero generalmente se han encargado de que eso no dé dinero. Eso despierta la curiosidad, y cualquier industria, incluso la farmacéutica, te dirá que la curiosidad es más mala que el cáncer. Investigar es una pésima idea, porque podrías descubrirte a ti mismo. ¿Y no queremos eso, verdad? No no no, eso no paga el alquiler. ¿Ves a ese señor, cariño?, ve, agáchate, haz lo que tienes que hacer y luego da las gracias.
Y no pasees. ¡No te entretengas!
La gente nace y crece y se la somete (o se dejan someter tal y como les enseñan), hacen todo lo que les dicen y evitan pensar más de la cuenta. Luego toman las decisiones que otros les han dicho que tomen, la sociedad les da mil mecanismos interesados de razonamiento para justificar ese comportamiento, y se auto-convencen de que hacen lo correcto. Y después, cuando están mal –cuando algo no les cuadra, cuando son infelices, están hartos, etc.– aseguran que el problema son cosas como que aún es lunes…
Es que es lunes, y claro…
Y ni siquiera es lunes, «lunes» sólo es una palabra; simplemente es de noche o de día y estás tú, aunque generalmente ni siquiera eres tú, eres algún otro tío que te han metido dentro, y que cree que ser uno mismo es tener varias tarjetas de crédito, eso y una escaleta de contenidos poco imaginativa hasta que la espiches.
Te paras frente a un escaparate a ver anhelante todas esas cosas que no puedes comprar, porque aún te quedan trazas de lo que llaman buen chico. Cuando sigues, por fin la tía buena te ha adelantado y puedes echar un vistazo. No es que importe la ciudad, qué ciudad sea, quiero decir. La gente suele viajar para buscar cambios, y a veces es como comprar un billete de avión para ver si así te desaparece el tumor cerebral. Es una huida hacia delante, algo que ya casi podría ser deporte olímpico, uno con sobresaturación de récords, un marcador cambiante cada pocas décimas de segundo.
Cuando entras en el edificio más adelante, el material está, ahí, y sólo tienes que hacer lo que has ido a hacer, aunque sea casi a oscuras. Cuando sales, la sede central del banco te mira desde arriba, como siempre lo ha hecho, aunque ahora es distinto: es como si supiera que has estado en sus tripas…
Y entonces comienzas a remontar una cuesta. Hay un lugar ya cercano a las afueras desde el que puedes ver el atardecer. O casi; hay una casa fea que tapa parte de las vistas, junto a unos pisos horribles. Pero el sitio no está mal. Cuando caminas un poco, ya superada la cuesta, llegas a una zona de casas de juguete reales, con jardines y casi hasta minas. Está todo lleno de avisos de alarma. Te da cosa hasta de tocar los portones que dan a los garajes privados. De tanto en tanto se oye un perro. Te diriges a la casa habitual. Es igual que las otras pero con problemas. Lo cual se traduce en una mujer sola cuyo marido es lo suficientemente confiado; o quizá simplemente se dedique a follar por ahí en Viaje de Negocios (entrecomillado o no). Con lo cual, su mujer no necesita irse a ningún sitio para tal cosa. No tienen hijos y, al menos cuando tú vas, tampoco muchas fotos familiares. Ahora que lo pienso, quizá sí tengan hijos… Como sea, no es asunto tuyo. Tú sólo pones los genitales en esa historia. Quizá sea una historia triste, pero puede que así vengan más a cuento los orgasmos. Antes he dicho que, a diferencia de las otras, era una casa con problemas; más bien quería decir que tú crees que las otras no los tienen; lo cual no debe ser más que un mecanismo de defensa para creer en un mundo mejor… O puede que tampoco fuera un mundo mejor, simplemente más rígido, aceptado.
Es igual.
Te sorprende el hecho de que a ella no le importe si te ve merodear por el barrio algún vecino; ni siquiera le preocupa que te vean entrar en la casa. Y no hay gato encerrado, no le importa y eso es todo. He aquí a una mujer libre, pensaste una vez; luego esa sensación se te pasó.
Es después cuando todo resulta raro. Nunca es un buen momento para vestirse, y esperar demasiado tampoco parece apropiado. Es lo malo del sexo, por si solo –y si no ha habido dinero de por medio– da pie a un escenario en el que no sabes actuar, ni aun sabiendo que esa mujer no va a querer contactarte para otra cosa. No le quieres preguntar nada y preferirías que ella tampoco lo hiciera. Tampoco quieres resultar muy simpático, ni mucho menos tierno o gracioso o atractivo en modo alguno: sólo funcional.
Lo cierto es que luego, cuando vuelves a estar en a calle, sientes bastante alivio. Puedes dejar de actuar para no parecer que quieres actuar para parecer un buen partido, o algo así. Porque, además, no es que ella te saque veinte años. Ya pasó la época en que eras el jovencito. Ya no haces gracia a nadie por el mero hecho de parecer inexperto o ser muy espabilado para tu edad. No es que en la edad adulta la gente no encuentre otras formas de humillarte o de no tomarte en serio, pero cuando eras joven al menos tenías el consuelo de serlo, y de que un día nadie te pondría un mote ni se reiría de ti ni te daría lecciones de mierda. Pero la verdad es que eso nunca deja de pasar del todo. La energía de los gilipollas tampoco se destruye jamás, sólo se transforma, para siempre.
Cada vez sueñas menos con el penacho de humo, o con la crisis nuclear. O con terremotos, aunque la verdad es que los terremotos no son muy de tu agrado; es divertido verlos por YouTube, como mucho. La crisis nuclear es como una jodienda fantasma; puede matarte en el momento o hacer que merodees como un muerto el resto de tu vida; o puede provocar tu muerte a muy largo plazo. Es difícil hacer un cálculo de daños, o una relación de las distintas desgracias potenciales. En el amplio radio de acción (y esto también es propio de las bombas atómicas), puede que muchos no mueran rápido, pero pueden enfermar para siempre (y «siempre» pueden ser dos semanas o varios años). Es un poco como cuando ibas al colegio. Allí te explotaba la bomba normativa en la cara, y luego curarte la puñetera cabeza era/es harto complicado. Imagina un nivel de exposición a la radiación que durara veinte o más años. Es muy jodido recuperarse de eso. Y de hecho la mayoría de gente no lo hace. Optan por lucir su enfermedad con orgullo. De esta forma, a veces, la idea de una bomba atómica, literal, cayendo en medio de la ciudad, hace que te sientas un poco mejor. Sólo son fantasías, por supuesto, pero imaginar a la misma gente que normalmente finge sin poder fingir ya de modo alguno… Creo que no se refieren a esto cuando hablan de los pequeños placeres de la vida. Mientras paseas no sueles fantasear, porque de todas formas, en el fondo no le deseas mal nadie. Como mucho alguna venérea o un resbalón no terminal en la ducha.
Das un par de vueltas por el barrio pijo, no te apetece salir huyendo. Hay un parque de grandes montículos, con árboles y césped bien cuidado, algo húmedo. Hay algunos bancos de los de sentarse. Eliges uno con lo que consideras buenas vistas. Y fumas. Si eres lo suficientemente irresponsable para los parámetros establecidos, el cigarro es una buena unidad de tiempo. Cinco minutos más o menos, mientras sigue sin pasar nada, o mientras todo pasa en tu cabeza. No siempre es así, o no para todos, pero en tu caso hay una chica. No es que esté contigo, nunca lo estuvo realmente. Pero sigue siendo la única importante, aunque sepas que para ella seguramente ya eres una época pasada. Esto no es romántico, o lo es, pero de un modo desagradable. Como no tienes dinero, no puedes calzarte unos cascos para ir por ahí; pero con el tiempo aprendes a coger cariño a los ruidos de la ciudad, y sobre todo al silencio espontáneo. En el parque, la luz tenue de las farolas, ahora equipadas con ese rollo del bajo consumo; te ciegan si las miras directamente, pero no iluminan demasiado si miras hacia otro lado. Ella sigue apareciendo cada día por tu cabeza, CADA DÍA, y ni quieres calcular desde cuándo hace que eso pasa. Es como una mala canción que tú mismo escribiste. Y procuras no toparte con los seres positivos que creen que en la vida todo va de alargar el brazo y coger lo que quieres, incluso aunque tengan parte de razón.
Te alejas del barrio pijo. Ya siendo noche cerrada, pero aún siendo para nada una hora nocturna, todo brilla aún más que antes, todo como joyas baratas, todo llamadas para el consumo, nada aparece en tu encuadre de forma arbitraria. Ni siquiera las luces de navidad se salvan. Tienes que verlo como parte del paisaje, rehuir lo artificial del asunto; si has podido convertir el telediario en un entretenimiento, también podrás con esto. Es lo malo de despegarte ciertas etiquetas, que acercarte a la verdad es como hacerte pequeños cortes en las muñecas. Luego, cuando la gente te pregunta por las heridas, no tienes ninguna respuesta que puedan entender, mientras sujetan ese par de bolsas elegantes de la compra inherentes a ellos. Algo increíble que se ha conseguido, es que la mayoría de gente siga haciendo ciertas cosas incluso a sabiendas de que están eliminando así el libre albedrío, sabiendo que estigmatizan a quienes no las hacen, incluso sabiendo que las hacen sólo porque se sienten obligados, sin ningún motivo de peso. Comprar gilipolleces, salir determinadas noches, decir memeces, rajar. La madurez moderna es tan sólida como un diamante, pero como uno de los de verdad, de los de haber cavado túneles, de verdad… y a la vez falso. Como dedicar un esfuerzo descomunal sólo en pos de la apariencia, mientras los diamantes reales, los que se consiguen desde la honestidad, algunos de ellos abstractos, siguen en su mayoría muertos de asco, juzgando, ellos sí con razón, a la humanidad.
Ya no es moderno meterse con la navidad o similares, y ése ha sido suficiente motivo para que muchos dejen de hacerlo. Tu discurso ha de ser gracioso, irónico, o al menos sarcástico, y muchas bromas tienen fecha de caducidad. Cualquier hijo de puta que fume puros lo sabe. La gente se acaba cansando de darle vueltas; y luego, como no se les ocurre qué más hacer, vuelven a hacer colas para comprar. Otra vez Julieta despierta y Romeo está muerto.
La señora que de repente parece querer hablar contigo, te mira como si fueras a recoger a alguien. Creo que no le cuadra que no vayas en coche. No entiende tu aspecto, demasiado suelto. Es el aspecto que llevas más o menos todo el año, que es el de vestirte y salir de casa, con más o menos ropa según el frío que haga, sin un criterio marcado. Creo que no tener criterio tiene sus ventajas para ti. Te ahorras un montón de complementos que no necesitas: bolsos, bufandas, guantes, todo tipo de prendas y cosas que la gente deja como equipaje de a diario encima de las mesas de las cafeterías, porque supongo así deben sentirse adultos poseedores de las pruebas que lo refutan. Tú llevas cartera y tabaco y llaves y mechero, y todo te cabe cómodamente en los bolsillos. Es cierto que con esa actitud no puedes fardar de fular o bolso bonito, pero de igual forma que en verano puedes correr detrás del bus por no ponerte nunca chanclas, en invierno un carterista lo tiene el triple de complicado contigo. De modo que la señora, junto a un portal, que parece que te va a decir algo, finalmente se decide, a pesar de no poder hacerse una idea de tus posesiones o ingresos por cómo vas por la calle.
–¿Tú eres el chico que viene aquí al tercero? Soy la del segundo primera.
Estás muy lejos de donde vives, la señora te debe confundir con alguien. Intentas hablar, pero la señora dice:
–¿Eres el novio de M.? –En realidad dice el nombre completo, y coincide con el de ya sabes quién. Y eso te paraliza más tiempo del que luego recordarás.
Miras alrededor un momento, y después no eres capaz de volver a localizar a la mujer. Piensas que se ha metido en el portal. Lo agradeces, ya que estabas a punto de contestar alguna incoherencia, algo como:
–No, pero conozco a alguien que se llama igual.
Y que vive en otra ciudad, y que en estas fechas posiblemente esté en el extranjero, y que básicamente forma parte casi de otro estrato social, aunque no sea por el dinero.
Lo que sucede luego entra dentro del grupo de anécdotas que no debes contar, al menos para pasar por alguien racional. Y es que del mismo portal, ante el que sigues estúpidamente paralizado, se dispone a salir un grupo de personas, una comitiva familiar. Ahora ya sí está encendida la luz de la escalera. ¿La otra señora habría subido a oscuras?, piensas. ¿Es el día de navidad?, te preguntas luego. Salen dos parejas de mediana edad y otra algo más joven.
Y la chica es ELLA.
Aunque tu mente te dice que te muevas, los músculos se han ido a beber champán. Te miran y les miras. Y solo te conoce ella. Tú no conoces al tío que va con ella, que te echa un vistazo de arriba abajo. Ella está visiblemente incómoda, pero te saluda con firmeza, hasta sonríe. Ha de ser el puñetero día de navidad, piensas, está aquí por eso, para comer en casa de alguien, de los padres de su novio, todo ese rollo. Y como suele pasar, la comida empieza y no sabes cuándo acabará.
Balbuceas y piensas en algo que decir. La señora, la vecina, de eso vas a hablar, pero no puedes decir lo que ha dicho. Es evidente que te ha de haber confundido con ese idiota que va con ella, que lleva más dinero encima en prendas del que gastas tú en tabaco en todo un año. Dices cosas desordenadamente; y dices también:
–Creo que me ha dicho que era la del segundo primera.
Es en ese momento es cuando empiezan las bromas, aunque se apagan pronto. Después de que el novio de ella (lo presenta como novio, no hay lugar para la confusión) te dice que la del segundo primera lleva muerta dos años, pierdes el hilo de la conversación, del día, la vida, la existencia y el espacio. Ves líneas rojas expandiéndose por el mapamundi como una infección.
Ante tu pasmo, el chaval, recolocándose todos sus complementos, levanta una ceja que parece decir: «El victimismo elaborado es tan de los 90…». Ella, quizá para romper el hielo (más bien el iceberg), te dice que se ha cambiado el número de teléfono, y se dispone a dártelo. No miras al tipo en ese momento; la otras dos parejas son paja. Comienzas a hacer cálculos, no sabes cuánto tiempo tienes si decides volver a la sede y desactivar los explosivos.
Me gusta, me gusta la manera de contarlo. Más que el relato en sí, la forma de desgranar la sociedad que nos rodea en la que priman los diamantes de piedra mucho más que los de corazón. La banda sonora fabulosa!!
Solo una queja, me matan estas entradas tan largas porque te quiero leer entero y así no me da tiempo.
Besazos radiactivos!!
Gracias por leer, que no todo el mundo lo hace. Un abrazo, un beso y lo que haga falta 🙂
Siempre que puedo, leo. No pongo un like si no lo he hecho. Y si leo y me «toca» también suelo comentar. Gracias a ti niño. Besos sin falta.
Pues eres una especie en extinción 🙂 Más besos.
Jajajaja, espero que no!! Una rareza? Quizás, como la tanzanita!
Abrazos raros