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Siempre saludaba

Todo es amarillo fuera del coche. Si cierras los ojos, todo es rojo. Has aprendido a obviar el ruido. Conduces a sabiendas de que ya no hay marcha atrás. Ya no hay manera de justificar lo que estás haciendo. Da igual cuántas vueltas le des. Pones la radio. Todos parlotean como si tu mundo continuara lo que llaman: en orden. No es que estuviese en orden antes, pero era, se podría decir, “recuperable”. Llega un punto en que tragarse el orgullo necesario para poder recomenzar, requiere de factores externos que no siempre acuden al rescate. Experiencias para un posible shock, un reseteo, una oportunidad para darte una oportunidad a ti mismo. Una bofetada vital que te aturda tanto, que seas capaz de olvidarte de ti mismo y empieces a ser otra versión de ti; no mejor, quizá, pero sí más adaptada a lo que los demás esperan, sus normas, sus expectativas.
No ha habido shock. Nadie te ha reseteado.
Pones un recopilatorio de Underworld. Aún usas cedés.
La vida es una fantasía, en cuanto a que morir es despertar.
Subes el volumen.
Un ruido tapa otro ruido.
La vida es un sueño, en cuanto a que al final despiertas.
Conduces con brío, te sientes bien, al menos ahora. No te voy a engañar, vas algo borracho, con la confianza del borracho. Necesitabas beber un poco, de hecho te bastaba con eso: un poco. Para hacer lo que estás haciendo, quiero decir.
Como no eres nada bebedor, te ha bastado con un par de cervezas. Mal para soplar, aceptable para conducir. Piensas en la policía y te da la risa. ¿Qué vigilan? ¿Qué pretenden? ¿Qué quieren controlar?
Un tío que bebe un par de cervezas y se pone bolinga, no debería estar haciendo lo que estás haciendo. No te pega. El Mal se presenta en el momento menos oportuno, o con la forma más inesperada, excepto si el Mal eres tú. Te sientes como si te hubieran pasado la pelota. Hacer daño por turnos. Por cuántas manos más habrá pasado esa pelota, ¿tendrá ADN de Manson? ¿Osarás compararte con Charlie? ¿Dónde está tu Susan Atkins?
El desierto a tu alrededor. A veces la belleza que te rodea te aturde; es increíble que todo el mundo no huya de sus vidas mañana mismo, para ver lo que hay fuera de la ruta marcada, para saborearlo, es increíble que ya no sepan ni escuchar una canción, ni ver una película, ni dar placer, ni romper un corazón. Todo el mundo, la mayoría de gente, la que no crea belleza ni la valora, la que no ayuda al prójimo, la que sólo acude a su rutina. La rueda de hámster.
¿No eres tú así?
Das un volantazo para no atropellar a una liebre, lo cual resulta irónico a estas alturas. Recuperas el control del coche. De repente te has vuelto cuidadoso; y todo mientras decides si el mar o un barranco.
No crees que esto salga bien, pero no pierdes nada por intentarlo.
La vida es una anomalía, en cuanto a que es la excepción a la regla.
Si te pilla la poli, les preguntarás qué coño pretenden, a dónde quieren llegar, qué clase de existencia creen que ayudan a sostener. Qué clase fantasía o sueño.
Qué farsa, en cuanto a que da igual lo que hagas. Toda vida es la aceptación o negación de ese spoiler definitivo que es la muerte. Todo depende de si Dios te parece más una idea o una excusa.
El sol sigue con su abrasador argumento. Incontestable, mítico y mitológico. Antes, hace la tira, la gente creía que el sol era Dios. Es curioso lo muy atrás que hay que ir a veces para encontrar sabiduría.
Después a Dios le crecieron brazos y piernas, y luego llegó el teleskecth y los libros de autoayuda.
No sabes si estás más cerca de un barranco o del mar; o puede que des con un barranco que dé al mar.
Eres un gilipollas. El vecino amable, gafotas. Yo lo sé, aunque no vaya a intentar decir por qué. Esto se volvería demasiado críptico. Pero no te juzgo, no voy a hacerlo. Ni cuando decides ponerte a fumar mientras conduces, cosa que antes jamás hacías.
De perdidos al río y todo eso, ¿no?
El pitillo en la boca, las manos en el volante, el humo irritándote los ojos, como si te estuviera enfocando la cámara de Billy Wilder. Jack “tontolculo” Lemmon. ¿Por eso te has vuelto así, porque ya no fuman en las películas? ¿Sería una buena metáfora?
Era mentira, te juzgo, me encanta hacerlo.
Das dos caladas largas, abres la ventanilla y tiras el cigarro. Sobre todo busca un buen matorral seco, que no se diga que desaprovechas tu turno con la pelota.

Paras en un lugar inhóspito, hay un árbol solitario. Lo riegas con tu pis. No sabes si volver a fumar ya, se te está acabando el tabaco. ¿Cómo actuarás mañana en el taller? ¿Como si no hubiera pasado nada? ¿Estas cosas pasan? Es decir, ¿alguien puede hacer lo que tú estás haciendo y luego seguir sin más con su vida? Es como sacar la basura, te dices a ti mismo. No es nada más que eso. Cosas que pasan. La gente quiere creer que el mundo es un lugar sencillo y aburrido, que tenemos que hacer por que lo sea. Pero es mentira. No se lo creen ni ellos. Es cualquier cosa menos sencillo; ellos lo hacen aburrido. La gente cree que es así por esa rueda del critecino; se fabrican un circuito cerrado; se pierden la vida, pero a la vez alimentan sus anti-ideas. Esa fantasía carente de elfos, hermosos lugares y grandes aventuras. Esa anti-fantasía. Se hacen mayores y se creen muy listos por unirse a la gran secta del Así es como son las cosas. Las cosas no son así, vosotros las habéis hecho así. Las cosas no son de ninguna manera. Si me apuras, las cosas no son. La vida es una pesadilla, en cuanto a que vosotros contribuís a ello todos los días.
Vuelves al coche, meado y fumado. Piensas por algún motivo en tus compañeros de clase, de cuando ibas a clase, esos lustros extraños de tu vida. Pero no piensas en ellos, piensas por primera vez en sus padres. Les recuerdas de anécdotas concretas. Recuerdas saberlo ya entonces, que no podían evitarlo, no querían lo mejor para sus hijos. Querían lo mismo que habían tenido ellos. En el fondo, nadie quiere asumir que haya podido, de alguna forma, lastrar todo su tiempo, o servir a una gran pantomima sobre la vida adulta y el sacrificio. Ni siquiera van a permitir que ese mensaje les llegue de alguna forma a sus hijos. El mensaje que suele llegar de papá y mamá, siempre suele ser el mismo. Pero no porque lo hayan pensando mucho; sino más bien porque ellos no se atrevieron a intentarlo. No es nada personal, no es que sean malos ni rastreros; la mezquindad de la que hablo, empero, es algo que sobrevive generación tras generación. Es la mala hierba estrella. A veces se hace más patente, cuando se vuelve violencia, por ejemplo. Pero siempre está ahí. En cada gesto, en cada sonrisa, en cada homenaje desvergonzado a la ignorancia, a las visiones más reduccionistas del mundo y la vida.
La ignorancia es el pastel de chocolate del self service de las formas de ser. El alma de las personas suele quedar asfixiada bajo varias capas de grasa. Esta mala alimentación comienza desde muy temprana edad. Así es como tienes a un montón de gente tan responsable que no tiene nada que decir; porque no sabe.

De entrada estabas histérico, por lo que has hecho, y pensando en cómo te librarás de las pruebas. Pero a medida que pasan las horas (aunque no estás seguro de ir en la dirección correcta hacia el mar), cierta calma te comienza a hacer bajar la guardia. Te acostumbras a todo. Con el tiempo, incluso en Auschwitz se debían dar los buenos días. Otro día en el infierno, con los amos católicos dejándote la lista de deberes. Nada nuevo. El yunque lleva demasiado tiempo en el mismo rincón, y tú sigues vivo. Desagradecido. Así que, como te tranquilizas, y aunque sabes que no es buena idea alargar el asunto, te desvías hacia un área de descanso.
Es otro de esos momentos en que navegas durante un rato en el Error.
Hasta que vuelve a llegar ruido del maletero. Por encima de Underworld.
Tal y como entras al aparcamiento para camioneros, sales maniobrando lo más rápido que puedes.
Ni en la ilegalidad te dejan un momento de descanso. Eres un criminal reciente, apenas con unas horas de experiencia, pero no tan estúpido como para dejar el coche aparcado y que alguien oiga parte de la historia.
Tienes que mantener tu historia en secreto aún unas horas más. Para siempre, de hecho. Hay historias que sólo deberían salir de la imaginación de quien menos esperas. Es bueno airear las miserias, siempre que te lo estés inventando.

Es una dosis excesiva de realidad, o de Vida. No hay nada más humano que perder el juicio. El sudor te comienza a empapar el cuello de la camisa. No tienes claro por qué te has puesto una camisa blanca; ¿te ha parecido que un toque de funcionariado te haría parecer menos sospechoso? Las gotas de humedad caen en los cristales de tus gafas. El sol sigue a lo suyo. Te gusta el sol, él no te juzga, y destruirá la Tierra en unos tres millones de años. El sol es colega. Los golpes son sorprendentemente fuertes; es fascinante la capacidad de lucha del ser humano. Ya no te sientes tan calmado, empiezas a vivir la experiencia como si fuera un trabajo más. Tienes ganas de acabar, de que llegue tu viernes, de soltar lastre, de pensar en qué más le dirás a la policía si llega el caso (además de preguntarles qué propósito tiene su empleo). Al día siguiente es lunes, pero si logras salir airoso de esto, más tarde te sentirás en sábado. Quizá el asesinato sea una forma eficaz de escapar: que en adelante te dé igual si es martes (el auténtico día cabrón), que te importe un carajo cuando te importunen, que te la sude cuando te amenacen, que la vida te resbale, para así poder vivirla. Yo he matado, puedes murmurar; literalmente no sabes con quién estás hablando, ya he hecho lo peor que podía hacer, ya nada me frena para tomar una decisión si me llegas a hartar lo suficiente.
De modo que, las jodiendas puntuales, te pasarán a importar un bledo. Un paso adelante, coger la existencia por las solapas.
En eso quieres convertirte. Si quitas una vida, nadie podrá darte nunca más discursos sobre la vida. Será algo que tendrás ya superado. Puedes racionalizar lo que quieras y como quieras. Todos lo hacen. Puedes sentirte como el Dios Sol a partir de ahora. Busca el mar, busca un barranco, o busca un barranco que dé al mar. La vida es un chiste, en cuanto a que lo más importante es el remate.
El sol no sentirá remordimientos cuando arrase el planeta. Es la naturaleza. La conciencia es un asunto discutible. No matar podría ser tan correcto como ser vegano; lo que se come es un asunto personal, y cualquier opción es respetable.
Dejad de pensar que sois buenos porque os adaptáis a la versión de la percepción del ser humano. Hablas en voz alta. Lo que dirían es que estás perdiendo la cabeza. Pero te dices que pronto no podrán mirarte mucho rato sin que se les quemen los ojos. Si esto sale bien y nadie se entera, si la poli no tiene que escuchar tus preguntas, serás esa persona que proyecta una confianza de origen desconocido. Es posible que sea mejor dar miedo que ser atractivo o inteligente. No descartas que haya más víctimas; muchos son asesinos respecto al resto por un solo cadáver de diferencia. Nadie te mira mejor por haber matado a una sola persona, en lugar de a cinco, o a cien con una bomba.
Ves en el horizonte una fina línea.

Valga decir que una fina línea es lo que separa lo aceptable de la locura. Para cometer un delito no hace falta prepararse. Basta un solo momento de debilidad, basta que dejes respirar a ese momento, que atiendas a ese momento, que le des lo que crees que merece tan sólo una vez. Y habrás cruzado la línea.
Es el mar, estás convencido. Se ve de esa forma majestuosa y amenazante; lo ves con los ojos de quien no va casi nunca a la playa. Te da la sensación de que todo ese agua puede decidir ahogarnos cuando quiera. A veces lo hace.
El mar te comienza a caer tan bien como el sol, te comienzas a sentir como un tifón, te sientes como un fenómeno atmosférico más. No hay vuelta de hoja, el ser humano no ha llegado de una realidad paralela más benévola. Se arrastró y se irguió, vino de la misma casualidad que todo lo demás. Cree que puede hacer más daño que el resto de fenómenos naturales, pero en realidad se comporta igual que ellos, porque no es mejor. Te comienzas a sentir más ufano, sin música, sin radio. Apenas llega ya ruido del maletero. Crees oír lloros en algún momento. El muy mamón sólo podía llorar teniendo en cuenta las circunstancias.
Comienzas a coger desvíos al tun tun. Oteas el paisaje y tu estado de ánimo vuelve hacia una senda más positiva.
Sólo hay que buscar un lugar en el que abrir el maletero. Sólo hay que hacer las cosas rápido y bien, y por una vez no para un tercero, sino por ti, para ti. No estás acostumbrado a ello, como casi nadie; lo que has hecho más o menos toda tu vida, es acatar, asumir, asentir, aprender lo valioso que es el baúl lleno de monedas de oro del amo; aunque sepas que es un pirata. Tú, como la gran mayoría, siempre has estado en ese tipo de fragatas.
Siempre has sido un contribuyente. Aunque ahora no tienes claro a qué contribuías. Nada bueno, sospechas. Algo relacionado con Dioses nobles a los que les crecen brazos y piernas. Cosas de ateos con tics de creyentes. Casi todo lo que puedes explicar sobre la actitud de la gente que te rodea, tiene que ver sobre todo con la vida después de la muerte. Incluso cuando se revuelven enrabietados, sólo parecen exigir una violación más cariñosa.
En términos de género, John Lennon dijo que la mujer es el negro del mundo.
Al encontrar un lugar cerca de un acantilado, detienes el coche. Abres el maletero. El cabrón te mira desde dentro; el plano Tarantino. Le amordazaste, le ataste de pies y manos, torpe pero eficazmente. Ante la duda, hay que apretar. Apretar hasta descarnar.
Te gustaría decir que estás enamorado de ella, o que en tu acto sólo hay una venganza limpia que crees justa. En realidad el tío va a ser tu cabeza de turco. No es sólo el vecino maltratador.
Mañana no verás al patrón, si es que entonces no estás ya preguntando el qué a la poli (en cuyo caso tampoco le verás, supongo). Alguien le despertará: “algo le ha pasado a tu hijo”. Lo bueno de los días en que no está el patrón, es que puedes cagarte en sus muertos en voz alta. Todos ríen, un lunes parece mejor, incluso un martes.
Sólo follabais en su piso, y luego comenzaste a oír desde el tuyo la vida familiar a través de la pared. El tío es un tipo elegante, un trajeado, un empollón, la culminación de lo que cocina el sistema. Algunos salen al punto. No hay más hijos de puta no gracias al sistema, sino a pesar del mismo.
Cumplían con el plan. Padre de oficio humilde que cría a hijo con estudios que tiene que follarse el mundo, o reventarlo a hostias. Y lo hacía.
Matarle es una cuestión moral, o eso quieres creer. Tú solo sirves al Dios Sol, y Él no tendrá compasión dentro de tres millones de años.
Mover semejante fardo oficinista no es fácil. Le das patadas para desahogarte, para quitarle ideas de la cabeza, como si jamás las hubiera tenido. Te ha conocido, te ha mirado: “el vecino”. No sabe ni cómo te llamas. No sabe qué haces con su mujer cuando él folla por ahí. Es una historia rutinaria, nada nuevo. No es que incluir el asesinato vaya a ser una innovación, pero siempre añade picante. Cuando está al borde, gime de terror.
Por un momento, dudas. Pero es sólo un momento.
Alguien escribió un libro sobre David Foster Wallace. Se llamaba: Todas las historias de amor son historias de fantasmas.

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Hummer limusina

Sigues sin morirte (o vivo), y alguien te invita a cierta «reunión». Es en casa de alguien y no sabes si conocerás de verdad a alguien. Alguien habrá. Parece un rollo de trabajo, de académicos reunidos (no es que tú lo seas). Algo sobre gente que asegura saber qué vino se bebe con qué pescado. Algo relacionado con mujeres que llevan tacón alto sin ser nochevieja y en medio de una salita de estar.
Otra reunión que celebra el nacimiento de sus integrantes en uno de los pocos lugares adecuados. En las familias adecuadas. Con la venda en los ojos adecuada. Negación de lujo; cara, pero también geográfica, efectiva a más no poder. El resto del mundo es una ilusión, una pesadilla, telediarios.
Estás ahí preguntándote por qué estás ahí. ¿No haces en realidad todo lo posible por hacer amistad con este círculo?, ¿no te asquéa en realidad? Tú crees que sí, sí a las dos cosas. Y cada dos por tres acabas en lugares así. Como si tu familia tuviese un montón de dinero. Ni tan siquiera tienes una pareja entaconada que ofrecerles. Estás ahí, donde las mujeres se usan como mercancía de muestra, stock; y ni siquiera haces tu aportación.

Te presentan a gente, te dicen un montón de nombres que olvidas al instante. Van enchaquetados y brillan. Ellas tienen un aspecto pegajoso, sexual, párpados a medio caer, sonrisas desganadas. Dos besos. Hay un hilo musical, como de ascensor. Cada sorbo emborrona un poco más el entorno. Conoces a un par de tíos: el que te invitó y a otro al que no recuerdas de qué le conoces. Es incómodo a varios niveles. Eres nuevo en el barrio, pero tu ropa ha de dar una pista: no eres allí compañero de cuenta corriente. Tampoco te imaginas gastando pasta en los trapitos que estás viendo. El conocido que tu memoria no ubica, parece querer entablar conversación.

Una chica más curvilínea que las demás sonríe más que las demás, y tampoco parece encajar allí. Es también algo mayor que las demás, y es la mujer de alguien. Es verdad, las mujeres no parecen tener entidad propia en estos lugares, la mayoría parecen aceptarse como algo a lo que mirar, atrezo caro de propiedad ajena, decoración orgánica alrededor de hombres. Pero esta chica no actúa así. Actúa convencida de que es una persona que puede decir cosas. Hasta cosas ingeniosas. Te la presentan. Te dicen su nombre y se te queda. Salís a una terraza con vuestras copas, aunque hace bastante frío. Ella está casada con alguien treinta años mayor. Ella te nota el cinismo, te dice que el amor y la riqueza material difícilmente van juntos: o eres pobre y te rodeas de lo que llamas amor, o eres interesado y vives cómodamente obviando razones sentimentales. Siendo pobre es mucho más fácil querer, querer, tener hijos y todo ese rollo, porque joder, no tienes nada más, te dice. Ella no quería hijos, ella estaba harta de buscar una vida sentimental «respetable». Al final, te dice, cuando eres pobre, tanto una cosa como la otra te acaban jodiendo, tanto la probreza como el amor. Te dejan difícil salida, añade.
El dinero no da la inmortalidad, y el amor acaba muriendo de dos o tres formas distintas.
Pero el dinero te deja hacer cosas, es permisivo, abre puertas, le gusta a tu cuerpo y a tu tiempo disponible, le va a tu salud y a tu cerebro. El dinero encaja tal y como son las cosas, el amor, difícilmente.

Te emborrachas rápido, pierdes de vista a la chica con opiniones y vida dentro de su cuerpo. No es que las otras no tengan que tener nada de eso, pero obviamente han descartado enseñar esa parte de sí mismas. Hay personas que tienen facilidad para apartar de sus vidas lo que consideran un estorbo. La moral, la profundidad, los matices, etc. Las grandes preguntas y tus respuestas en constante evolución a ellas.
Todo eso es Colesterol para el único modo de felicidad permitido y potencialmente permamente hasta la muerte. Tiempo para ti, cosas, lugares, estancias, comodidad.

Todo esto no quita que haya muchas personas que acaban aquí porque o bien no saben decir «no me apetece», o bien no saben entender esa sencilla combinación de palabras. Cierto es que esto no es una reunión clase media al uso, pero el deseo de yacer en solitario es transversal a las clases, a las jerarquías. La gente necesita a la gente, y a la vez se dan todos una pereza tremenda. No es que todos sean así, pero si todo el mundo hiciera lo que realmente quiere en términos de respuesta a eventos, probablemente cambiaría el paradigma de las relaciones humanas y sus prioridades.

La diferencia aquí son las cazafortunas. Son los tíos cuya pareja nunca envejece. Son las personas que han decidido que su vida no puede ser auténtica o artificial, sino sólo plácida o una «digna» cama de pinchos.
Aquí están los tíos que expolian el planeta, y sus amantes.
El resultado lógico al modo que tiene la mayoría de gente de ver y concebir el mundo; y la gran mayoría de esa mayoría, son pobres.

Tú eres pobre, aunque tengas amistades raras, aunque a veces tu entorno no te pegue. Te encadilan las luces y la arquitectura, estos búnquers del estilo que te protegen de la realidad, o al menos te aislan a ratos de ella.
Bebes más. El búnquer líquido dentro del búnquer del estilo. El meta-búnquer habitual. Decoración y drogas para olvidar, ya sea momentáneamente o para siempre. No eres tan distinto de esas chicas que han elegido la vejez multimillonaria para una relación estable.
Y tan estable.
Al fin y al cabo, es el único tipo de estabilidad que nos enseñan a apreciar, a tomar en serio. Luego te quejarás si tu hijo se convierte en un hijo de puta, o tu hija en una buscadora de targetas ajenas sin fondo.

Seguro que te sabes la frase recurrente en cursiva que toca el techo de la responsabilidad e imaginación de tus padres.

Una y otra vez, no es que tropieces con la misma piedra. Más bien has adoptado a esa piedra, le has pintado una puta cara cutre, y le has dicho a tus hijos que aquí se hace lo que diga el Señor Piedra.

«Estudia una carrera y luego haz lo que quieras.»

Una chica vomita en la “maceta” de una planta de plástico. El novio sesentañero se la lleva a tomar el aire. Ese tío, te dicen, tiene dos hijas que son mayores que su novia. Mamá murió, al menos en la versión oficial.
Las chicas así aprendieron muy rápido la lección. Sus compañeras del cole, las que ahora sí son respetadas como mujeres que –sobre el papel– se respetan a sí mismas, con carreras e idiomas, llevan camino de convertirse en los tíos de la reunión.
Te da esa sensación.
Casi todos suben siendo muy realistas, y siguen construyendo ese mundo real concreto.
Hasta los cabrones que tienes al lado fueron jóvenes una vez. Hasta algunas de las mujeres a las que despacharon, se hicieron llamar feministas durante al menos una década.
Luego todos y todas vieron que había algo que estaba muy por encima de sus ideales; y decidieron que no podían luchar contra ello.
Los cementerios están llenos de mártires, y otras frases hechas.

Quién sabe si tienen razón. Lo que no evita que den todo el asco, claro está.
Vuelves a ver a la chica de curvas y relleno con sustancia. Alzas las cejas para llamar su atención. Su marido lleva toda la noche haciéndole una mamada a un puro, y largándole terminología económica (fíjate en sus dientes amarillos) a un par de fulanos más jóvenes.
Unas cinco o seis chicas de escaparate se pasean por la sala con bandejas. Copas y canapés. Te tratan como si fueras uno de ellos. Tu ropa no les extraña; te deben confundir con algún rico repentino del valle del silicio.

Vomitas en una bolsa dentro de un Hummer limusina. No has podido aguantar. La bolsa venía de serie con el trasto de lujo. En la cabina interior tienes a tu colega a un lado, a la chica no anoréxica y su marido al otro, y luego desconcidos por todas partes. Nunca crees que estés en ese punto de la borrachera. Llega un momento en que pierdes el norte, metes líquido en tu estómago como si fuera la pila de lavar los platos. Tragas y tragas.
Cuando comienzas a sentirte algo parecido a mejor, tu colega, muy serio, te dice:
–Tío. En serio. Ahora es el momento de llamar a tus padres, o a quien quieras. Para decirles que les quieres.
Obviamente no entiendes nada. No sabes si es algún tipo de broma o una broma interna, o algo de lo que no has pillado el contexto. Son las cuatro de la mañana. Balbuceas algo, sale un sonido de tu boca que pretende emular esos momentos en los que sonríes irónicamente.
–No estoy de broma, tío –dice tu colega. Os conocéis desde que os meábais en la cama.
Intentas reunir el aplomo para preguntar por qué has de llamar a nadie ahora. Juntas sílabas y las lanzas como puedes.
–Tú hazme caso, en serio –te dice.
Tu colega antes era un chaval cabreado como tú, pero ahora tiene pasta, pasta gansa. Lleva unos años ensimismado, ni exactamente feliz ni exactamente triste. Te ha prestado pasta por encima de lo que sabe jamás le podrás devolver. He ahí el rayo de esperanza: la amistad. Qué cosa tan rara en el mundo, la amistad; un oasis en medio del dinero, aunque a menudo el mismo la convierta en cierta clase de nepotismo.
Sacas tu móvil de tu bolsillo como si supieras qué coño haces.
Vale, piensas, es algún tipo de broma. Voy a hacer lo que quieren y me la quitaré de en medio.
–Haces bien –te dice la única amiga que has hecho hoy. Y te sonríe con afectación.
No es una sonrisa tipo “Tus padres están muertos”, pensarás más tarde.
Tu padre te coge el teléfono y no sabes qué decirle; no suena a que le hayan despertado de madrugada. A tu alrededor nadie se ríe ni está pendiente. Sigues sin saber qué decir.
–Di “Os quiero” –murmura mi colega–, y cuelga.
Acatas la orden y la ejecutas. Eso sabes hacerlo, aunque sólo sea para que te dejen en paz. Tardas un momento en colgar, crees oír a tu madre llorar de fondo. Tu padre te contesta que ellos también te quieren.

Estás acostumbrado a no enterarte de qué va la película, los años del colegio y del instituto fueron básicamente una sucesión ese tipo de situaciones. En ningún sitio te has sentido tan tonto y humillado como sentado en un pupitre.
Pero entonces al menos entendías lo que pasaba, lo pillabas; vale, estáis dando clase y yo no quiero estar aquí. El resto venía por defecto.
Nunca has visto a gente triste dentro de un Hummer limusina. Cada vez que has visto fotos o vídeos de gente en un Hummer limusina, siempre estaban partiéndose el culo; a veces literalmente; Dios sabe que se ha rodado ya mucho porno dentro un Hummer limusina. La gente siempre luce sonriente dentro de un Hummer limusina. Les brillan los ojos, las fotos captan el justo instante de los gritos en medio de la juerga. El meta-búnquer sigue presente, drogas y entorno llamativo.
Nunca imaginas que vayas a tener que afrontar ciertas cosas estando borracho. A la gente le preocupa ligar y que no se le levante, como mucho. Tú sales (te sacan) del Hummer y te conducen amablemente hacía unas escaleras metálicas; han aparecido después de que alguien abriera alguna clase de escotilla.
De algún modo, sigues esperando a que alguien te grite sus risas a la cara, que te digan que todo es broma. Aunque no te hayas enterado de nada.
Pero cierto asomo de sobriedad comienza a dejar que empieces a asustarte. ¿Dónde te llevan? ¿Dónde vais todos? Te das cuenta de que no eres el centro de la acción, sino simplemente uno más bajando escaleras. Poco después oyes cómo alguien cierra la escotilla arriba. No te fijaste en qué había arriba, pero estás bastante seguro de que árboles y arbustos.
Nadie contesta tus preguntas. Probablemente no se te entiende muy bien, y está claro que apestas a vómito.

Luego te sientes como si estuvieras siendo digerido por alguna especie de ballena metálica. Hay lujo por doquier igual que lo había en la casa. Hay un plan igual que lo había antes. Hay un búnquer líquido dentro de un búnquer decorativo dentro del búnquer per se. Triple capa. Te vuelven a ofrecer bebida, como si no te hubiesen visto vomitarte en el regazo cinco minutos antes. Te da miedo preguntar más. Te sientes otra vez como en el colegio; pero sin esa seguridad de que todos se preocupaban por ti. Vale, no tenían puta idea de cómo educarte, y obviamente te querían convertir en uno de estos tíos que tienes tan cerca, despojados de emociones, y aferrándose al sexo como si eso les fuera a otorgar la juventud eterna.
No sabían educarte, te llenaban la cabeza de mierda y te hacían odiar los libros o todo atisbo de cultura. Pero al menos te sentías protegido.
Ahora, ya siendo adulto, al menos sobre el papapel, y aun tras tres capas de seguridad, sabes que tus padres están muertos (aunque no sepas por qué), y sabes que estás solo en el mundo. No tienes hermanos, y estás bastante seguro de que tus amigos también van a morir o han muerto ya. Has venido engañado. Al mundo, al cole, a tu habitación, a pisos apestosos de soltero, y a este meta-búnquer.
Oyes el ruido. Temblores leves.
Sigues sin preguntar. Por lo que sea, hoy no supiste decir «no me apetece».
Con todo, sabes que todo esto, lo que sea que esté pasando, es producto del aburrimiento en el cole. El tuyo, el de todos.
Temblores un poco menos leves.
Crees oír algo más por encima del hilo musical. Allí arriba. El justo instante de los gritos en medio de la juerga.

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