Todo es amarillo fuera del coche. Si cierras los ojos, todo es rojo. Has aprendido a obviar el ruido. Conduces a sabiendas de que ya no hay marcha atrás. Ya no hay manera de justificar lo que estás haciendo. Da igual cuántas vueltas le des. Pones la radio. Todos parlotean como si tu mundo continuara lo que llaman: en orden. No es que estuviese en orden antes, pero era, se podría decir, “recuperable”. Llega un punto en que tragarse el orgullo necesario para poder recomenzar, requiere de factores externos que no siempre acuden al rescate. Experiencias para un posible shock, un reseteo, una oportunidad para darte una oportunidad a ti mismo. Una bofetada vital que te aturda tanto, que seas capaz de olvidarte de ti mismo y empieces a ser otra versión de ti; no mejor, quizá, pero sí más adaptada a lo que los demás esperan, sus normas, sus expectativas.
No ha habido shock. Nadie te ha reseteado.
Pones un recopilatorio de Underworld. Aún usas cedés.
La vida es una fantasía, en cuanto a que morir es despertar.
Subes el volumen.
Un ruido tapa otro ruido.
La vida es un sueño, en cuanto a que al final despiertas.
Conduces con brío, te sientes bien, al menos ahora. No te voy a engañar, vas algo borracho, con la confianza del borracho. Necesitabas beber un poco, de hecho te bastaba con eso: un poco. Para hacer lo que estás haciendo, quiero decir.
Como no eres nada bebedor, te ha bastado con un par de cervezas. Mal para soplar, aceptable para conducir. Piensas en la policía y te da la risa. ¿Qué vigilan? ¿Qué pretenden? ¿Qué quieren controlar?
Un tío que bebe un par de cervezas y se pone bolinga, no debería estar haciendo lo que estás haciendo. No te pega. El Mal se presenta en el momento menos oportuno, o con la forma más inesperada, excepto si el Mal eres tú. Te sientes como si te hubieran pasado la pelota. Hacer daño por turnos. Por cuántas manos más habrá pasado esa pelota, ¿tendrá ADN de Manson? ¿Osarás compararte con Charlie? ¿Dónde está tu Susan Atkins?
El desierto a tu alrededor. A veces la belleza que te rodea te aturde; es increíble que todo el mundo no huya de sus vidas mañana mismo, para ver lo que hay fuera de la ruta marcada, para saborearlo, es increíble que ya no sepan ni escuchar una canción, ni ver una película, ni dar placer, ni romper un corazón. Todo el mundo, la mayoría de gente, la que no crea belleza ni la valora, la que no ayuda al prójimo, la que sólo acude a su rutina. La rueda de hámster.
¿No eres tú así?
Das un volantazo para no atropellar a una liebre, lo cual resulta irónico a estas alturas. Recuperas el control del coche. De repente te has vuelto cuidadoso; y todo mientras decides si el mar o un barranco.
No crees que esto salga bien, pero no pierdes nada por intentarlo.
La vida es una anomalía, en cuanto a que es la excepción a la regla.
Si te pilla la poli, les preguntarás qué coño pretenden, a dónde quieren llegar, qué clase de existencia creen que ayudan a sostener. Qué clase fantasía o sueño.
Qué farsa, en cuanto a que da igual lo que hagas. Toda vida es la aceptación o negación de ese spoiler definitivo que es la muerte. Todo depende de si Dios te parece más una idea o una excusa.
El sol sigue con su abrasador argumento. Incontestable, mítico y mitológico. Antes, hace la tira, la gente creía que el sol era Dios. Es curioso lo muy atrás que hay que ir a veces para encontrar sabiduría.
Después a Dios le crecieron brazos y piernas, y luego llegó el teleskecth y los libros de autoayuda.
No sabes si estás más cerca de un barranco o del mar; o puede que des con un barranco que dé al mar.
Eres un gilipollas. El vecino amable, gafotas. Yo lo sé, aunque no vaya a intentar decir por qué. Esto se volvería demasiado críptico. Pero no te juzgo, no voy a hacerlo. Ni cuando decides ponerte a fumar mientras conduces, cosa que antes jamás hacías.
De perdidos al río y todo eso, ¿no?
El pitillo en la boca, las manos en el volante, el humo irritándote los ojos, como si te estuviera enfocando la cámara de Billy Wilder. Jack “tontolculo” Lemmon. ¿Por eso te has vuelto así, porque ya no fuman en las películas? ¿Sería una buena metáfora?
Era mentira, te juzgo, me encanta hacerlo.
Das dos caladas largas, abres la ventanilla y tiras el cigarro. Sobre todo busca un buen matorral seco, que no se diga que desaprovechas tu turno con la pelota.
Paras en un lugar inhóspito, hay un árbol solitario. Lo riegas con tu pis. No sabes si volver a fumar ya, se te está acabando el tabaco. ¿Cómo actuarás mañana en el taller? ¿Como si no hubiera pasado nada? ¿Estas cosas pasan? Es decir, ¿alguien puede hacer lo que tú estás haciendo y luego seguir sin más con su vida? Es como sacar la basura, te dices a ti mismo. No es nada más que eso. Cosas que pasan. La gente quiere creer que el mundo es un lugar sencillo y aburrido, que tenemos que hacer por que lo sea. Pero es mentira. No se lo creen ni ellos. Es cualquier cosa menos sencillo; ellos lo hacen aburrido. La gente cree que es así por esa rueda del critecino; se fabrican un circuito cerrado; se pierden la vida, pero a la vez alimentan sus anti-ideas. Esa fantasía carente de elfos, hermosos lugares y grandes aventuras. Esa anti-fantasía. Se hacen mayores y se creen muy listos por unirse a la gran secta del Así es como son las cosas. Las cosas no son así, vosotros las habéis hecho así. Las cosas no son de ninguna manera. Si me apuras, las cosas no son. La vida es una pesadilla, en cuanto a que vosotros contribuís a ello todos los días.
Vuelves al coche, meado y fumado. Piensas por algún motivo en tus compañeros de clase, de cuando ibas a clase, esos lustros extraños de tu vida. Pero no piensas en ellos, piensas por primera vez en sus padres. Les recuerdas de anécdotas concretas. Recuerdas saberlo ya entonces, que no podían evitarlo, no querían lo mejor para sus hijos. Querían lo mismo que habían tenido ellos. En el fondo, nadie quiere asumir que haya podido, de alguna forma, lastrar todo su tiempo, o servir a una gran pantomima sobre la vida adulta y el sacrificio. Ni siquiera van a permitir que ese mensaje les llegue de alguna forma a sus hijos. El mensaje que suele llegar de papá y mamá, siempre suele ser el mismo. Pero no porque lo hayan pensando mucho; sino más bien porque ellos no se atrevieron a intentarlo. No es nada personal, no es que sean malos ni rastreros; la mezquindad de la que hablo, empero, es algo que sobrevive generación tras generación. Es la mala hierba estrella. A veces se hace más patente, cuando se vuelve violencia, por ejemplo. Pero siempre está ahí. En cada gesto, en cada sonrisa, en cada homenaje desvergonzado a la ignorancia, a las visiones más reduccionistas del mundo y la vida.
La ignorancia es el pastel de chocolate del self service de las formas de ser. El alma de las personas suele quedar asfixiada bajo varias capas de grasa. Esta mala alimentación comienza desde muy temprana edad. Así es como tienes a un montón de gente tan responsable que no tiene nada que decir; porque no sabe.
De entrada estabas histérico, por lo que has hecho, y pensando en cómo te librarás de las pruebas. Pero a medida que pasan las horas (aunque no estás seguro de ir en la dirección correcta hacia el mar), cierta calma te comienza a hacer bajar la guardia. Te acostumbras a todo. Con el tiempo, incluso en Auschwitz se debían dar los buenos días. Otro día en el infierno, con los amos católicos dejándote la lista de deberes. Nada nuevo. El yunque lleva demasiado tiempo en el mismo rincón, y tú sigues vivo. Desagradecido. Así que, como te tranquilizas, y aunque sabes que no es buena idea alargar el asunto, te desvías hacia un área de descanso.
Es otro de esos momentos en que navegas durante un rato en el Error.
Hasta que vuelve a llegar ruido del maletero. Por encima de Underworld.
Tal y como entras al aparcamiento para camioneros, sales maniobrando lo más rápido que puedes.
Ni en la ilegalidad te dejan un momento de descanso. Eres un criminal reciente, apenas con unas horas de experiencia, pero no tan estúpido como para dejar el coche aparcado y que alguien oiga parte de la historia.
Tienes que mantener tu historia en secreto aún unas horas más. Para siempre, de hecho. Hay historias que sólo deberían salir de la imaginación de quien menos esperas. Es bueno airear las miserias, siempre que te lo estés inventando.
Es una dosis excesiva de realidad, o de Vida. No hay nada más humano que perder el juicio. El sudor te comienza a empapar el cuello de la camisa. No tienes claro por qué te has puesto una camisa blanca; ¿te ha parecido que un toque de funcionariado te haría parecer menos sospechoso? Las gotas de humedad caen en los cristales de tus gafas. El sol sigue a lo suyo. Te gusta el sol, él no te juzga, y destruirá la Tierra en unos tres millones de años. El sol es colega. Los golpes son sorprendentemente fuertes; es fascinante la capacidad de lucha del ser humano. Ya no te sientes tan calmado, empiezas a vivir la experiencia como si fuera un trabajo más. Tienes ganas de acabar, de que llegue tu viernes, de soltar lastre, de pensar en qué más le dirás a la policía si llega el caso (además de preguntarles qué propósito tiene su empleo). Al día siguiente es lunes, pero si logras salir airoso de esto, más tarde te sentirás en sábado. Quizá el asesinato sea una forma eficaz de escapar: que en adelante te dé igual si es martes (el auténtico día cabrón), que te importe un carajo cuando te importunen, que te la sude cuando te amenacen, que la vida te resbale, para así poder vivirla. Yo he matado, puedes murmurar; literalmente no sabes con quién estás hablando, ya he hecho lo peor que podía hacer, ya nada me frena para tomar una decisión si me llegas a hartar lo suficiente.
De modo que, las jodiendas puntuales, te pasarán a importar un bledo. Un paso adelante, coger la existencia por las solapas.
En eso quieres convertirte. Si quitas una vida, nadie podrá darte nunca más discursos sobre la vida. Será algo que tendrás ya superado. Puedes racionalizar lo que quieras y como quieras. Todos lo hacen. Puedes sentirte como el Dios Sol a partir de ahora. Busca el mar, busca un barranco, o busca un barranco que dé al mar. La vida es un chiste, en cuanto a que lo más importante es el remate.
El sol no sentirá remordimientos cuando arrase el planeta. Es la naturaleza. La conciencia es un asunto discutible. No matar podría ser tan correcto como ser vegano; lo que se come es un asunto personal, y cualquier opción es respetable.
Dejad de pensar que sois buenos porque os adaptáis a la versión de la percepción del ser humano. Hablas en voz alta. Lo que dirían es que estás perdiendo la cabeza. Pero te dices que pronto no podrán mirarte mucho rato sin que se les quemen los ojos. Si esto sale bien y nadie se entera, si la poli no tiene que escuchar tus preguntas, serás esa persona que proyecta una confianza de origen desconocido. Es posible que sea mejor dar miedo que ser atractivo o inteligente. No descartas que haya más víctimas; muchos son asesinos respecto al resto por un solo cadáver de diferencia. Nadie te mira mejor por haber matado a una sola persona, en lugar de a cinco, o a cien con una bomba.
Ves en el horizonte una fina línea.
Valga decir que una fina línea es lo que separa lo aceptable de la locura. Para cometer un delito no hace falta prepararse. Basta un solo momento de debilidad, basta que dejes respirar a ese momento, que atiendas a ese momento, que le des lo que crees que merece tan sólo una vez. Y habrás cruzado la línea.
Es el mar, estás convencido. Se ve de esa forma majestuosa y amenazante; lo ves con los ojos de quien no va casi nunca a la playa. Te da la sensación de que todo ese agua puede decidir ahogarnos cuando quiera. A veces lo hace.
El mar te comienza a caer tan bien como el sol, te comienzas a sentir como un tifón, te sientes como un fenómeno atmosférico más. No hay vuelta de hoja, el ser humano no ha llegado de una realidad paralela más benévola. Se arrastró y se irguió, vino de la misma casualidad que todo lo demás. Cree que puede hacer más daño que el resto de fenómenos naturales, pero en realidad se comporta igual que ellos, porque no es mejor. Te comienzas a sentir más ufano, sin música, sin radio. Apenas llega ya ruido del maletero. Crees oír lloros en algún momento. El muy mamón sólo podía llorar teniendo en cuenta las circunstancias.
Comienzas a coger desvíos al tun tun. Oteas el paisaje y tu estado de ánimo vuelve hacia una senda más positiva.
Sólo hay que buscar un lugar en el que abrir el maletero. Sólo hay que hacer las cosas rápido y bien, y por una vez no para un tercero, sino por ti, para ti. No estás acostumbrado a ello, como casi nadie; lo que has hecho más o menos toda tu vida, es acatar, asumir, asentir, aprender lo valioso que es el baúl lleno de monedas de oro del amo; aunque sepas que es un pirata. Tú, como la gran mayoría, siempre has estado en ese tipo de fragatas.
Siempre has sido un contribuyente. Aunque ahora no tienes claro a qué contribuías. Nada bueno, sospechas. Algo relacionado con Dioses nobles a los que les crecen brazos y piernas. Cosas de ateos con tics de creyentes. Casi todo lo que puedes explicar sobre la actitud de la gente que te rodea, tiene que ver sobre todo con la vida después de la muerte. Incluso cuando se revuelven enrabietados, sólo parecen exigir una violación más cariñosa.
En términos de género, John Lennon dijo que la mujer es el negro del mundo.
Al encontrar un lugar cerca de un acantilado, detienes el coche. Abres el maletero. El cabrón te mira desde dentro; el plano Tarantino. Le amordazaste, le ataste de pies y manos, torpe pero eficazmente. Ante la duda, hay que apretar. Apretar hasta descarnar.
Te gustaría decir que estás enamorado de ella, o que en tu acto sólo hay una venganza limpia que crees justa. En realidad el tío va a ser tu cabeza de turco. No es sólo el vecino maltratador.
Mañana no verás al patrón, si es que entonces no estás ya preguntando el qué a la poli (en cuyo caso tampoco le verás, supongo). Alguien le despertará: “algo le ha pasado a tu hijo”. Lo bueno de los días en que no está el patrón, es que puedes cagarte en sus muertos en voz alta. Todos ríen, un lunes parece mejor, incluso un martes.
Sólo follabais en su piso, y luego comenzaste a oír desde el tuyo la vida familiar a través de la pared. El tío es un tipo elegante, un trajeado, un empollón, la culminación de lo que cocina el sistema. Algunos salen al punto. No hay más hijos de puta no gracias al sistema, sino a pesar del mismo.
Cumplían con el plan. Padre de oficio humilde que cría a hijo con estudios que tiene que follarse el mundo, o reventarlo a hostias. Y lo hacía.
Matarle es una cuestión moral, o eso quieres creer. Tú solo sirves al Dios Sol, y Él no tendrá compasión dentro de tres millones de años.
Mover semejante fardo oficinista no es fácil. Le das patadas para desahogarte, para quitarle ideas de la cabeza, como si jamás las hubiera tenido. Te ha conocido, te ha mirado: “el vecino”. No sabe ni cómo te llamas. No sabe qué haces con su mujer cuando él folla por ahí. Es una historia rutinaria, nada nuevo. No es que incluir el asesinato vaya a ser una innovación, pero siempre añade picante. Cuando está al borde, gime de terror.
Por un momento, dudas. Pero es sólo un momento.
Alguien escribió un libro sobre David Foster Wallace. Se llamaba: Todas las historias de amor son historias de fantasmas.
Más. Quiero saber más. Qué maravilla.