Archivo por meses: marzo 2017

25 proyecciones innecesarias (17 de 25) – Robar porno

Recuerdo un trayecto en la oscuridad, a pie, con algunos amigos. Una zona poco iluminada de la ciudad. Tenía catorce o quince años, comenzábamos a movernos más allá de la plazoleta del barrio. Eran otros tiempos, no había determinadas soluciones o actitudes, ni siquiera teníamos móvil.
Íbamos camino de cierta tienda de cómics. Iba algo borracho de mí mismo. Tenía mis planes. No recuerdo que alguno de mis amigos los compartiera.
Días inmediatamente anteriores, había hurtado ya en un par (o tres) de ocasiones revistas en quioscos, parecía estar convirtiéndose en un vicio. Robaba porno, por supuesto, no tenía mucho sentido arriesgarse si era para otra cosa. Ya que lo hacías, lo hacías bien.
Ese día ya iba totalmente convencido de que yo era un ladrón consumado, experto. Ni que decir tiene que no se trataba sólo del porno; también entraba en juego la adrenalina de hacerlo, de saber moverse en el momento adecuado, saber usar la chaqueta. Obviamente aún era invierno. Ya pensaba en cómo me las arreglaría en verano, sin tanta ropa, sin tanto donde guardar y ocultar.
Ese día sería mi tercer o cuarto robo. Mi material favorito era el Manga, el Manga guarro. En aquel momento me atraía mucho más que el porno al uso en papel, que esas revistas que aún asociábamos al abandono y las páginas pegadas; habíamos visto bastantes así vagabundeando por el barrio. Al parecer había gente que las compraba, las usaba y las tiraba. Ahora los chicos de catorce años ya no saben tan fácilmente cómo huele el semen reseco ajeno. Internet tiene sus ventajas, pero el acceso ilimitado a ciertas cosas ha eliminado el sentido de la aventura, ha reducido el grado de fascinación. Algunos críos no saben lo que tienen ahora, qué maravillas de la comodidad, pero también se han perdido la emoción de eyacular violentamente desarrollando la imaginación con sólo catálogos, o viendo a escondidas una cinta porno prestada que en ese momento es el objeto más sagrado que tienes en tu poder.
Yo era un ladrón consumado, era un experto. No era verdad, y no me lo decía a mí mismo, pero lo sentía, incluso ya entrando en la tienda. De noche, ni las siete de la tarde, puede que lloviznara; había cierto romanticismo en ello aquel día, me sentía feliz, eufórico de una forma desconocida para mí. No se trataba sólo del porno por la cara, insisto; generalmente estabas siempre maniatado por adultos o preocupado por la siguiente bronca que te cayera, así que puede que fuera la sensación de vértigo, de decisión personal al atravesar una línea roja, lo que hacía que de algún modo te colocaras.

La situación era tan idónea, que casi me dio la risa. Pero aún había que hacerlo. No podías confiarte tanto, corría por tus venas la dosis necesaria de miedo, de que ese cabrón de dependiente te pillara y te dejara en evidencia. Aquí no había nada más que extremos; o salías victorioso o humillado. Y no humillado igual que cuando perdías jugando al fútbol. Humillado de verdad. El porno era algo enfermizo y retorcido si pensabas en lo que te dirían los adultos si te pillaban mercadeando con eso; pero lo cierto es que eran ellos los que lo hacían, lo vendían, y los que más lo usaban. Aún no caías en la cuenta de lo profundamente hipócrita y escalofriantemente estúpido que era el mundo de los adultos. Te querían vender que hacerse una paja era cosa de psicópatas y gente enferma.
La tienda era un lugar pequeño y había movimiento. No recuerdo estar preocupado por cámara alguna, y con toda seguridad no la había.
Había unas cajas bajo unos estantes. Me acuclillé, tapando con mi cuerpo la actividad que llevaba a cabo, en teoría trastear entre los cómics para elegir uno. Y eso hacía, iba mirando y eligiendo, pero en mi propio mundo, en el que tener pasta para poder ir por ahí cómodamente sin robar era un asunto utópico. Sin olvidar el sonrojo de comprar porno; ¿incluso teniendo unas monedas, con qué cara iba a irle al capullo del mostrador con un Hustler o una Penthouse? Para empezar era menor, pero incluso aunque eso diera igual, aunque lo pasaran por alto, ¿por qué clase de sociópata peligroso y asqueroso me tomarían? ¿Creerían que era uno de esos tíos que abandonaban revistas después de haberse corrido sobre las páginas centrales?
Robar era la única respuesta. Todo lo demás jugaba en tu contra.
Elegí un buen tomo de tetas grandes y gran detalle en el dibujo de los fluidos. No me corté, era de los caros. Había que hacerlo a lo grande, disfrutar a lo grande, sentirse así todo lo a menudo que uno pudiera. Era una labor dura, meritoria. Cualquiera se plantaba con mil pesetas en una tienda y se las gastaba, incluso en porno; completaban/disimulaban la compra con algunos artículos más. Pero robar porno sólo estaba al alcance de alguien hábil. Hábil, decidido, valiente.
Me metí el tomo en el amplio bolsillo interior de la chaqueta. Eché un vistazo más, pero era mejor no ir más allá, habría más ocasiones. Esta vez había sido una ganga, la más fácil de todas. Estaba tan seguro de mí mismo, que ni salí de la tienda; esperé a que avanzara la cola y uno de los chavales con los que iba (amigo de un amigo, más bien) hiciera su compra; nada de porno, nada de gratis. Buena paga de los papis.
Al salir después y notar el aire fresco en la cara, sentía esa mezcla de alivio y euforia absolutos. Ni siquiera sé si lo comenté con los demás. Era algo personal. Una victoria personal con una recompensa a la altura. Algo que empezaba en mí y acababa en mí. Inaudito.

Aquello debió haber sido un sábado. Cuadra con el estado de ánimo que recuerdo haber tenido. De modo que fue una mañana de domingo cuando mi carrera como mangante terminó.
Quedé con un amigo, uno del barrio, de los de toda la vida. No pude contenerme, le conté mis aventuras como mangui. No me juzgó ni me aplaudió, aunque me riera las gracias, y aunque sí aprobara mi entusiasmo. Es probable que no fuese muy habitual verme entusiasmado en aquellos tiempos. La diferencia entre los días de colegio y los fines de semana me machacaba. Era el tedio y miedo absolutos (cinco días) y el bienestar y felicidad sin límites (sólo dos, o uno, porque el domingo ya era basurilla, preludio del lunes). Da igual cómo suene, porque era así como me sentía.
Fuimos de camino a comprar un diario deportivo para cada uno, con calderilla de la paga semanal.
Caminamos un buen trecho. Yo iba confiado, hablando de lo fácil que era, y, aunque no sabía articularlo, también de lo placentero que era.
No lo comenté en voz alta, creo, pero decidí que me pillaría algo otra vez. Un pequeño extra. No era la misma tienda del día anterior, desde luego, era más un quiosco al uso, con periódicos y revistas, nada especializado, pero también con su sección porno. Cualquier quiosquero sabía entonces que si algo tenía salida, era el porno, por más que la gente entrara con más o menos reparo a comprarlo.
La situación era distinta a la de la tienda cómics. Era un local alargado, con los típicos estantes. Entramos y fuimos con parsimonia hacia donde estaban los periódicos. Había sólo un par de clientes más.
Yo, de forma muy descarada, metí una revista porno (al uso, no era Manga por primera vez) en la doblez del diario.
Luego pensé que me pillaron porque lo había hecho muy mal, pero en realidad siempre lo hacía muy mal; es sólo que en aquella ocasión el descaro no funcionó. No había el suficiente caos; no había suficiente desgana por parte del dependiente.
Fui al mostrador con el dinero justo del precio del diario deportivo. Mi amigo ya había pagado, esperaba un par de pasos por detrás, cerca de la puerta de salida. Le di el dinero al quiosquero y le mostré el diario de pasada. La intención era que me cobrara y no se fijara demasiado. Tenía que ser todo muy rutinario.
La revista que intentaba esconder iba hasta dentro de un plástico. Seguramente hasta sobresaliera más que el diario.
Un desastre.
El tío me lo cogió y lo desplegó.
No es que recuerde exactamente las líneas de diálogo. Dijo algo como:
–Porque hay más gente, niñato, que si no te doy de hostias aquí mismo.
O:
–Si no hubiera más clientes ahora, te daría una hostia, chaval.
O:
–Te reviento ahora mismo si no hubiera más gente, te lo juro.
Fue algo por estilo. Cuando ahora lo pienso, hasta me parece un poco exagerado. Es posible que el tipo ya llevara un mal día, pero aquella revista tampoco le suponía un perdida importante. Para dejarme en ridículo y humillarme, le bastaba con haberme pillado, con requisarme el material.
Aun así, reuní el aplomo, delante de mi amigo y los otros dos clientes, para pedirle el diario.
Salí violentado del lugar, no lo niego. Mi amigo no se rió de mí, no era de esos. Aún somos amigos. Más de treinta años de amistad.
El sol me dio en la cara con más intensidad que antes, o eso parecía. Era mi etapa de robar porno, aunque ya no volví a hacerlo. Fue un placer, pensé después. Era como vivir, se me ocurrió.

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25 proyecciones innecesarias (16 de 25) – Pequeños hijos de puta

Fijaos en ellos, parecen tan felices que es como si fuesen a estallar. Que conste que no hablo desde los celos o la envidia (o qué importa), pero ese tío no le conviene. Yo conozco a ese tío. O no es que le conozca, pero le he observado, y un par de veces hablamos. Tenía un montón de planes. Mucha soberbia bastante bien disimulada, y una agenda a reventar. Yo no tenía gran cosa, tampoco planes concretos, eso es verdad. Pero fijáos, helos ahí, acurrucados en una mesa de McDonald’s, compartiendo pedos y risas. Llevan ya como un año follando en el coche de él. No es que yo les siga, pero todos tenemos curiosidad a veces. Esta vez los padres de ella sí aceptan al “proto-yerno”. El tío ocupado, el chaval responsable. A varios años de los treinta. Nunca levanta la cabeza del excel en el que figura la normativa. Asiente, asiente. Amigo de sus amigos, a por el tercer folio de currículum, felador experto en entrevistas de trabajo; no es que haya hecho muchas, no le ha hecho falta. Sé de buena tinta que su estrategia es apoyar las manos en la mesa del Superior de turno, poner el culo en pompa, y asegurar con humildad que ese es su mayor valor.
Oí que en época de exámenes apagaba el móvil y se encerraba.
El tío.
Llevaba un tiempo sin hacer esto, pero estoy aparcado cerca de la terraza. Sobre mí, la eme amarilla, han ampliado la acera hace poco, ha aumentado la actividad en la zona. Las marcas multimillonarias pastorean a las ovejas.
Tengo suerte, aún no se han hecho veganos, aunque sólo sea sobre el papel, cosa que me extraña de ese tío. Tiene un perro de anuncio, padres de catálogo y un hermano más disoluto que refuerza por contraste aún más sus «enormes cualidades». Es una pieza de lujo para el engranaje, de las que antes pedían de Alemania, y ahora viajan hasta allí buscando lo que llaman Un Futuro (un curro de alto perfil, en realidad).
Pero él no, él ya tiene aquí su cubículo en el edificio de cristal.
No estoy seguro de que le hayan enchufado, pero no me extrañaría de ello como no me extraña que una mierda se derrita al sol. Nunca me ven, he perfeccionado mis dotes de espía, de acosador o lo que sea (pensad lo que queráis). Son cursis, previsibles en sus movimientos; claramente hacen siempre lo que él quiere; ella no frecuentaba antes ninguno de los lugares a los que va con ese tío. Lo sé porque yo estaba allí. Yo no era perfecto, pero sabía callarme, sabía que tenía que haber un equilibrio en las decisiones. Puede que me equivocara, puede que haya personas que se sientan más cómodas con alguien decidiendo por ellos. Él acata cualquier norma que le imponga la sociedad; ella cumple las órdenes pasivo-agresivas de él. Al principio apostaba a que algún día discutirían y él le soltaría un sopapo, encajaría con su perfil sin problema.
Yo le había visto por ahí, en el instituto. Sobre todo el último año. Gustaba a las chicas, las embaucaba, se las follaba (le oí decir que las “desprecintaba”) y luego las decepcionaba. Para cuando la mayoría aún fornicábamos sólo con nuestra mano, él ya se la escayolaba de tanta vida social. Tiene ese tipo de cara angulosa de mirada bovina, tan hostiable pero que gusta a algunas mujeres. Supongo que tiene cara de tonto con la polla grande. Puede que se haga el gracioso sin tener puta gracia y el físico haga el resto. Si pesara veinte kilos más ahora estaría comiendo solo.
No digo que ella sea superficial, pero no nos engañemos, lo de La Bella y la Bestia se teoriza mucho más de lo que se lleva a la práctica. La Bestia, además…, otro con pinta de tener una polla tipo puño…

Más tarde, cuando el tipo la deja a ella en su casa, me da por hacer algo que antes nunca había hecho. Le sigo a él.
Creo que nunca lo había hecho porque mi idea era ver lo que hacía ella. Ni tan siquiera lo dejamos en el sentido más estricto, ni siquiera tuvimos esa conversación. Creo que a ambos nos daba mucha pereza hacer esas cosas, hacer eso de intentar traducir sentimientos a palabras, cosa que normalmente sonaba ridículo, a excusas baratas o verdades absolutas que en absoluto lo eran. Pero con el tiempo me di cuenta de que yo no quería distanciarme. Me di cuenta sobre todo cuando supe que ella comenzaba a salir con este Fulano. La clase de amor que nuestra cultura alimenta está muy relacionada con la propiedad privada. Todo va ligado, cosas, personas. Se puede adornar como se quiera, pero es ridículo intentar negarlo, negar esa esencia. Nadie quiere dejar a nadie libre, como no quieren prestar su tele o sus muebles. Quieren tener cosas para sí, personas para sí. Y como yo no era una excepción, me di cuenta de que quería tenerla a ella para mí. O para nadie. Pero para mí.
Creo que tampoco había seguido nunca al tío porque, a pesar de haber sido un pichabrava años ha, estaba convencido de que ya no era así. Le suponía no mejor, pero sí lo suficientemente perezoso ya para haberse entregado a la monogamia. La pereza suele estar en la base de la pirámide alimenticia para la monogamia. La monogamia se alimenta, en parte, de tu intención de dejar atrás ciertos rituales. Conocer gente, hacer nuevos amigos, ir a lugares, reuniones, cenas, desconocidos, entablar conversación… No es que todo eso se deje de hacer con pareja, pero es obvio que gran parte de la presión desaparece. En un sentido estratégico, es mucho más complejo y meritorio liarse con dos o tres que liarse sólo con una persona. Si esa clase de cosas se puntuaran en alguna asignatura de habilidades sociales, la monogamia daría para un cinco pelado.
La idea de la moral nos salva a todos. Nos justifica. No somos egoístas, somos fieles.

Como sea, como todos estamos culturalmente programados para creernos estupendos con nuestros proyectos de fidelidad y familias nucleares, cuando luego veo al campeón morrearse con una chica rubia de a diez años por pierna, lo que hago es sacar el móvil y hacerle tres o cuatro buenas fotos.
Me he sentido tonto, como si tuviera que haberlo sabido hace mucho, y a la vez me ha sido imposible sorprenderme. El dibujo escondido que casi todos ven menos tú, suelen ser unos cuernos. A veces te los ponen a ti, pero otras te abren una puerta.
Me he asegurado de que no me vea, y he acelerado. Esta es nuestra selva, y aquí no reina el más fuerte o imponente, sino el más hijo de puta. Los pequeños actos de hijo de puta son los que marcan la diferencia.
Al día siguiente imprimo las fotos y voy tan pancho a pasarlas por debajo de la puerta adecuada. Así de fácil es romper un corazón. Para avanzar en esta gincana de la monogamia, con esa imperfecta y profundantemente hipócrita lógica que impera, no basta con ser un león con piel de cordero. Tienes que quemar el bosque y edificar. Aunque crea que no, así te lo enseñó papá. Quizá no necesites encarnar el mal, pero sí ser un pequeño hijo de puta.

Todo fue bien. Lo supe disfrazar. Inicié conversaciones digitales, y el resto es baboso y aburrido. Bajo varias capas de romanticismo se esconden las historias silenciadas.
Pasado el tiempo, cuando nos encontramos en alguna terraza, a veces me entra la paranoia, y busco al siguiente predador con la mirada.

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25 proyecciones innecesarias (15 de 25) – Instalación

Había una especie de banco de madera en medio de la sala. Lo había porque en la pared de enfrente había una larga inscripción. Un párrafo enorme. Tenías que mover la cabeza como en el tenis si querías leerlo.
Nos sentamos.
Yo sólo quería verla a ella, y ella me llevó a ese museo. Me daba igual, me podría haber llevado a pescar.
Y se puso a leer todo ese texto. No recuerdo qué decía ni de quién era. Empecé a leerlo (porque ella lo estaba leyendo), pero enseguida perdí el interés. La miraba de reojo. Esperaba. Recuerdo esperar una eternidad hasta que acabó.
Creo que lo llaman instalación, que es cuando a alguien le dejan exponer lo que le da la gana en un museo.
Esa instalación era un texto en la pared, negro sobre blanco (o quizá blanco sobre negro).
Aún tengo un folleto de ese día. Puede que hayan pasado cinco años. El banco formaba parte de la instalación, por cierto, y alguien de seguridad no solo nos informó al respecto, sino que además nos invitó a irnos.
Ella luego se volvió a su erasmus. Yo volví en tren a casa. Creo que durante el viaje miré sin darme cuenta a un tipo con los ojos llorosos (yo, no el tipo), y tuve la sensación de que el tío entendía lo que pasaba.
Al llegar, salí de la estación y me senté en una terraza cutre, pedí café a las diez de la noche. No es como si tomas la decisión consciente de pensar, sino que piensas por defecto. Quizá por eso puedes llegar a pasarlo tan mal cuando alguien te gusta. No puedes dejar de pensar en lo mismo todo el tiempo. Es agotador.
No es que sólo fuéramos a aquel museo, supongo que también tomamos algo, paseamos. Pero sólo recuerdo aquel estúpido museo. Y a mí en el tren luego, hundido.
Creo que ella en aquel momento estaba liada con alguien en Londres. Estaba liada con la vida en general, tenía la edad idónea. Y yo estaba demasiado fuera de su órbita, ocho años, concretamente. Fui un imbécil.
Hubo todo tipo de episodios extraños. El día de la instalación parece extrañamente limpio en la memoria.
Me gustaría decir que las cosas han cambiado, o que me siento muy distinto. Y no es que me sienta exactamente igual; desde luego me siento más tranquilo, sé pensar en más de una cosa. Sobre todo –y habiendo perdido el contacto con ella–, tengo la sensación de que su vida debe haber continuado (vamos, seguro que lo ha hecho), y que la mía sigue en cierta en forma sentada en aquella instalación.
Ni siquiera fue un gran día, los tuve mejores con ella, aun sin llegar a ser jamás pareja. Pero siempre recuerdo esa puta instalación, esa frialdad tan propia de los museos. Ese ambiente abstruso para el niño de barrio que sigo siendo.
Es muy posible que no estuviera a su altura, ni siendo mayor. Ni haciendo la intentona ahora de hablar en pasado. Ni reconociendo una instalación.

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25 proyecciones innecesarias (14 de 25) – Una luz

U. estaba sentado a su escritorio. Eran casi las nueve de la noche. Tenía la suerte de que la ventana de su habitación no daba a una pared u otra ventana. Podía ver a los lejos dónde acababa la ciudad, dónde ya no había ciudad. La Tierra no es plana, pero sí las ciudades, o al menos las ciudades sí tienen borde, y él podía ver el de la suya desde su ventana. Esa zona montañosa, de bosque no turístico, le atraía poderosamente. Ese punto en concreto, a unas dos horas a pie, en línea recta desde su ventana.
Por la noche brillaba una luz allí. Una que destacaba por encima (literalmente) del resto, de las que eran claramente farolas o vehículos en movimiento dentro del borde. Era una luz brillante, no necesariamente misteriosa o extraña, pero intensa, de procedencia desconocida para él. Era el punto al que dirigía irremediablemente la mirada más de la mitad del tiempo que se suponía estaba estudiando.
Era un «estudiante», sí, como los de toda la vida. No sabía lo que quería, no tenía vocación alguna, había ido superando pruebas, había soportado ya centenares de horas de increíble aburrimiento en clase. Estaba en primero de carrera. Estaba, como dicen, «sacrifícándose» por tener un futuro… por «ser alguien». Pero en realidad lo que pasaba, como siempre suele pasar, es que estaba sacrificando su vida, la única que iba a tener. Llevaba desde que había nacido obedeciendo a determinada idea sobre el miedo, yendo en círculos, no saliéndose de cierto circuito, asintiendo a todas las presiones, creyéndose todos los mitos de la responsabilidad popular. Estaba erigiendo otra temprana y poco vistosa catedral al cinismo.
A veces estaba memorizando algún párrafo abstruso, y le costaba volver a recordar qué carrera había elegido. Era lo de menos, porque no la había elegido, ni ella le había elegido a él; en términos de unión alumnos/carrera, con visos de relación a largo plazo, haciendo el símil, la mayoría de alumnos estaban liados con hermanos o padres. No sabían lo que querían (nadie ayudaba con eso), y su ignorancia y predisposición al, digamos, nepotismo filosófico, era tal, que ni tan siquiera echaban un vistazo ahí fuera. Él también había heredado la estrechez mental habitual. De esa unión incestuosa, forzada y enfermiza entre un alumno/hijo obediente y una carrera cualquiera, era de donde nacían muchos adultos. Sólo un poco más saludables que un aborto, pero a los que claramente se les notaba que sus padres eran hermanos.
Papá alumno al uso. Y mamá carrera, una.

Esa luz, a pesar de, insisto, no parecer especialmente extraña, y aunque para él no dejaba de ser un OVNI aterrizado, o un “ONI”, ejercía una poderosa fascinación sobre él.
La luz, una luz, de algún modo estaba abriendo una grieta en la terrible lógica vital que había heredado, asumido desde que aún se meaba en la cama. La luz iluminaba un rincón oscuro de su mente, teóricamente preñado de monstruos; y no está claro que los hubiera; no al menos los que le habían descrito.
La luz le ayudaba a quedarse ensimismado, y una vez atravesaba sin esfuerzo esa barrera del ensimismamiento, parecía tener acceso al Pensamiento. Esa rareza. Un pensamiento de naturaleza individual, positiva, no contaminado por otros, ni forzado, no un pensamiento abocado a un sólo tipo concreto de formación o crecimiento. Sino un pensamiento libre. No necesariamente sobre la libertad, sino libre. No necesariamente productivo al modo que se esperaba siempre de él; no sobre el futuro o relacionado con inversión alguna. No tenía nada que ver con estudiar por miedo. Tenía que ver con el conocimiento, o lo parecía, en el sentido más amplio e inspirador. Tanto de lo que le rodeaba, como de sí mismo.

Mientras sus padres dormían, a eso de la una de la mañana, se vistió y decidió caminar en esa dirección. Sabía que no hallaría nada extraordinario, y desde luego no pensaba huir de casa. Sabía que no encontraría a nadie más a esa hora, de martes a miércoles. Sabía que, si llegaba allí, vete a saber cuándo, no daría con nada más que el foco de alguna nave industrial.
Pero se sentía bien. Tenía la sensación de que la mayoría de gente no descubre esto jamás. Sentía que era la primera vez que emprendía algo, aun sólo una simple caminata, partiendo de una decisión propia, y además fuera de los tránsitos, horarios y planes férreamente establecidos.
Caminaba de madrugada, a sabiendas de que sus padres podían despertarse, alarmarse; y no sentía en lo más mínimo que estuviese siendo injusto con nadie. Esa simple noche de vagabundeo, no compensaría ni de lejos toda la sumisión, absolutamente idiotizante, que él había llevado a cabo durante toda su vida.
Hacía bastante frío, era incluso un tanto peligroso cruzar la ciudad tan tarde. Pero era. Muy poca gente podía decir que se hubiese sentido así. Y muy pocos lo entenderían.

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25 proyecciones innecesarias (13 de 25) – Beautiful people

Gente inteligente sobre el papel, y con capacidad para argumentar, que se enfada y (se) pierde si no les das puntualmente sus potitos de razón. Da igual lo que digan, si no estás de acuerdo en algo, piensan “Ya no te estoy”. Y luego lo llevan a cabo.
Gente que luce modelitos adultos de razonamiento, y que luego reacciona como si se pintaran los mofletes de rojo en la fiesta de cumpleaños de sus amiguitos.
Gente que está moldeando su ideología según cómo suene más agresiva o chocante.
Dicen que son buenos, conocen mil formas de hacerlo.
Gente que discutiría con su abuelo si le oyeran largar chorradas racistas u homófobas.
Gente infantil, pero no como los niños, ni de lejos. La palabra «infantil» se ha vuelto polisémica.
Gente que usa la retórica, que la desgasta hasta servir sólo como trapo. La retórica es la mayor amante. La haces pasar por análisis, por bisturí verbal. Absorbes cualquier cosa con ella, la retórica, esposa y amante. Puedes hacer que cualquier asunto parezca amenazante, que cualquier motivo sea bueno para indignarse.
Da mucho gusto. Alguien hace algo. Y entonces llegas tú, tu patrulla de la moral, de la estética, de la ética, policía del mundo, pero policía molona. Has leído dos libros sobre el tema, has asistido a tres conferencias. Puedes hacer que cualquier cosa parezca veneno. Que lo sea o no, no son asuntos de este momento de la Historia. Tu peli es cianuro, tu canción, tu gag, tu chiste malo, tu personaje, el comentario que hiciste hace dos meses a eso de las dos de la tarde justo antes de sorber un poco de tu café. Todo eso FOMENTA el mal. Y no me hagas hablar de aquel café y todo el terror inherente a él. No me desafíes, puedo encadenar veinte tuits con literalmente Lo Que Sea.
El mundo está podrido, y por tanto esa gente se cabrea (o aprovecha para parecer cabreada). Enciende antorchas y pasea en grupos digitales con ellas. Si te pones a repartir culpas, a repartir chapas, a repartir lecciones, enseñanzas, ¿tiene que ser por algo, no? ¿Con eso no se folla?
Gente 2017. Especismo, veganismo, feminismo, apropiados, pegan con todo: mira cómo molo. Amontonar palabras, teñirlas de religión. Gente que tiene La Respuesta. Gente que sabe quién eres y cómo eres si no te presentas como recluta. Gente que no sabe que puedes estar de acuerdo con ellos y aun así discrepar en algunos puntos.
Gente digna. Hay escotes hinchados y paquetes a punto de explotar. Sólo de pura dignidad.
Aliados, se dicen algunos. Otra oportunidad de oro perdida para callarse. Con todo lo que hay que callar.
Gente que dice tener amigos de todas las razas y gustos sexuales. Te lo repiten, te lo recuerdan, se lo tatúan.
Te presentan las pruebas, arrugas el ceño. Te miran: ¿Y mi medalla?
Gente hermosa, maravillosa, ejemplar. Te gritan al oído que lo son, aunque no haya pruebas de su acción. Gente que finge que no tiene pensamientos oscuros. Que asegura no fantasear ni moverse como un animal.
Gente que niega la doblez, el matiz, la ambigüedad. La dificultad que no les interesa observar.
Que juzga el modo en que los demás buscan el orgasmo.
Gente que te etiqueta del mismo modo que se autoetiquetan.
Que se vanagloria por el método de desplegar toda su hermosa humildad.
Gente que no sabe que tener razón y decir tonterías pueden convivir a la perfección.
Palabras para hacer que el mundo parezca fácil, que la causa de los problemas parezca fácilmente detectable. Generalización, delicada situación, opción a veces inevitable, pero para muchos ahora única opción. Os voy a explicar por qué toda esa gente es mala y yo no.
Disparo de salida. Tengo un montón de insultos para ti, mientras sigo aprendiendo porque yo no fardo.
Nací como soy porque con mi humildad guerrera iluminaría el mundo, con simbología y filosofía de tan solo dos posiciones. Tengo un montón de frases que apoyan la tesis de por qué todo es blanco o negro. Algunas las saqué de un libro, otras lucen de maravilla con mi pelo.
Ser una palabra, un símbolo, integrante de un solo grupo, de una sola doctrina, de una idea, de una sola ampliación del campo de batalla.
Gente maravillosa. Gente necesaria, y gente tan tonta o lista como el resto, en esta especie tan parecida a un aborto, que de milagro nació por cesárea.

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25 proyecciones innecesarias (12 de 25) – Única salida

–Tengo algo para ti.
–Hum… Dispara.
–La hija.
–La hija…
–La hijísima.
–Ya.
–Un fulano le ha mirado por debajo de la falda o algo así.
–¿Por eso?
–Por eso, sí, tú no tienes que… ¿A ti qué te importa?
–Por supuesto.
–Aquí te traigo la ficha, las fotos y demás.
–…
–¿Te vas a quedar con su cara o no?
–Seh… Claro. Cómo no.
–¿Qué coño te pasa, tío?
–¿Tenemos que hacer esto siempre en algún restaurante? ¿En susurros?
–¿De qué coño hablas?
–Este chaval no tiene más de diecisiete años…
–¿Qué…?
–¿Tú te recuerdas con diecisiete años? La hubieses metido en una batidora. Y ella también los tiene. ¿Qué le ha hecho?
–¿Y yo qué coño sé? Es la hija de tu…
–Sí, sí sí, es la hija del patrón…
–Exacto, ese tío te tiene nadando en coca y putas, ¿qué…?
–Y qué se supone que va a hacer, ¿va a encadenar a la cría a la cama? ¿La va a meter en un monasterio?
–¿Pero de qué coño vas? Te has cargado a tantos tíos que es imposible que lleves la cuenta, ¿y ahora…?
–¡Es un crío, joder!
–No levantes la… puta voz
–¿Entonces no puedo saber qué ha hecho?
–¿Y yo qué mierda sé qué ha hecho? Les ha pillado liándose, punto y final.
–No. De modo que les ha pillado y él tiene que pagar. ¿Ella se resistía?
–Aunque estuviese empapada…
–¿Ella se resistía?
–Tío…
–¿No puedo saber qué coño ha pasado? ¿Siempre le dais mil vueltas a todo y esta vez no?
–Está bien… ¿Necesitas descansar? ¿Quieres irte un mes a las Islas Turismo Sexual? ¿Quieres que hable con el patrón?
No necesito descansar. Sólo te pido que hables conmigo, que me pongas en contexto y me digas por qué exactamente tengo que volarle la cabeza a un crío. ¿La ha violado? ¿Ha hecho algo que ella no quisiera? Si es así, voy ahora mismo y destripo a ese cabrón. ¿O en cambio sólo vamos a matar a un niñato porque el patrón les pilló enrollándose y él no quería ver a su hija enrollándose?
–…
–No sé si quiero seguir con esto.
–¿De verdad piensas…?
–Sí, es lo que acabo de decir.
–¿De verdad piensas que tienes algo así como… opciones?
–…
–Tú no tienes opciones, tío. Tienen opciones los capullos amargados que entran a currar a las siete y salen las siete. Y las únicas opciones que tienen sólo son distintas maneras de fingir que no están amargados.
–Haces que todo suene a cuadrícula.
–¿¿Y me vas a salir ahora con que tienes problemas de conciencia?? Te he visto morder a un tío. Morderlo hasta que se desangró, joder. ¿Me vas a decir que eso no es vocacional? Tienes más de cincuenta tacos, y si hubiera un nobel de lo que llaman maldad, te lo habrían dado hace diez, coño.
–…
–Tienes todo lo que quieres en un mundo que no puedes rebobinar. ¿Qué piensas hacer, currar en una fabrica hasta que te matemos o alguien te detenga o te pegue un tiro por cargarte a su padre, un tío, coño, que ni siquiera recordarás haberte cargado?
–Veo que tienes un montón de material, ¿le sueltas este rollo a todo el que al lo mejor decide no bailarte el agua?
–¿Es un problema de jerarquía? ¿Es eso? ¿Quieres un ascenso o algo así? ¿Quieres ser el tío que da las órdenes en lugar de ejecutarlas?
–…
–¿Quieres que te vuelva a hablar de opciones? Si decides dejarlo, te intentarán matar; si no lo dejas también te intentarán matar. Pero sólo una de esas vidas te da acceso ilimitado a esnifar coca del culo de una asiática a la que prefieres no preguntarle la edad. ¿Y ahora te vuelves maniático con las edades o las justificaciones? Perdona si no me parto el culo de risa hasta sacar el hígado
–¿Ya has acabado?
–Si lo que pretendes es montar tu propio negocio, unirte a la competencia (que no existe en la ciudad, por cierto) no te extrañe que un día sea yo mismo el que te dé matarile. Y me jodería ¿sabes? Pero yo tengo muy claro qué clase de vida he elegido, y no voy negarme de repente el bañarme en champán o acostarme con cinco tías que no se saben el abecedario. Ni de coña. Voy a seguir enterrado en tetas y comilonas, en viajes y levantarme a mediodía todos los putos días. No quiero que lo dudes ni un momento. No voy a montar una puñetera pyme de los matones contigo. Joder.
–¿Has acabado?
–No, esa niña es la hija del tío que te da acceso a negar la realidad que cuatro cabrones han inventado. Te ahorra el tener que vivir una vida estúpida con escasos momentos de ocio para justificar ese puñetero océano de jodienda y poner el culo. ¿Que haces daño a los demás? No me jodas. Todo el mundo está a una sola rabieta de cruzar esa línea. No son buenos, sólo se convencen de que lo son, son un puñetero hatajo de hipócritas que creen que su conciencia les convierte en el puto centro del Universo. Y no le importa a nadie, son minúsculos, han inventado una moral, han inventado el bien, han inventado la bondad. Lo que no saben no es que tú y yo seamos mejores, sino que somos iguales, pero mucho menos hipócritas. ¿Es que no lo ves, tío?
–Veo que te has montado todo un discurso para racionalizar lo que…
–Por supuesto, joder, claro que me lo he montado, claro, coño, claro… ¿Qué te crees que hacen ellos? Les puede estar violando un caballo mientras comen mierda del mismo caballo para no morirse de hambre, y te van a decir por qué eso es digno. Te van a meter un rollo igual que te lo estoy metiendo yo. La diferencia es que yo he estado en todas partes, joder, he tenido acceso a todo lo me ha dado la gana. Y lo quiero seguir teniendo. Una vez me cambié la cama sólo porque una guarra decidió mearse encima de mí. ¿Y sabes qué? Me encantó. Puedo hacer lo que quiera. Y me voy a morir igual que ellos. Y es mentira que todos paguen. Es mentira, ¿no lo entiendes?
–La verdad es que me dejas de piedra. Alguien que ha pensado tanto en lo que hace, no puede estar muy convencido de…
–Claaaaaro. ¿Quieres que compitamos a eso? ¿Crees que alguien que se pega la vida padre no puede abrir un libro? ¿Creías que eras tú el único que tenía un vocabulario de más de cien palabras aquí?
–…
–¿Y bien?
–No sé qué quieres que te diga.
–Oh dios mío…
–…
–Oh Dios Mío…
–Qué… no sé qué…
–¿Es por una tía?
–Hostia santa…
–¿Por un tío?
–…
–¿Es por una chica bien? ¿Está estudiando? ¿Chateáis? ¿Cree que eres sensible, pico de oro?
–…
–¿Cree que eres original?
–…
–…
–En realidad cree que soy profesor.
–Jajajaja… Uh… Uh… ¡Jajajajajajajaja, JAJAJAJAJ!
–…
–Uh… uf… Por Dios, colega… Uh… Me duele estómago, te lo juro…
–…
–Uf…
–…
–Qué cagada… Qué cagada… Llevo cuarenta años en esto y jamás…
–…
–Jamás me he encontrado con…
–No me jodas…
–No. Oye. Escúchame. Sé que eso pasa. ¿Te crees que a mí no me ha pasado? ¿Pero sabes lo que hace la gente como nosotros? Se Lo Come.
–…
–Fóllatela. Fantaséa durante un tiempo. Entiérrala en mentiras… Y cuando se te pase la tontería, terminas con ello. Puede que hasta te deje ella. No creo que nadie te aguante durante mucho tiempo. La mafia sí, claro, pero la mafia tiene MUCHO aguante si eres currante.
–Vale, te burlas de mí.
–NO, cojones. No me burlo. Nadie te impide seguir adelante con ese rollo. ¿Quieres que te vuelva a decir que ellos son iguales en el fondo que nosotros? ¿Te crees que ellos no se escupen las mentiras a la cara? ¿O que no se hartan con el tiempo unos de otros?
–…
–¿Sabes cuál es tu problema? Creciste siendo un matarife. Prácticamente te dejaron en una cesta en la puerta del patrón. Chupabas casquillos en lugar de chupetes o el dedo. Y ahora te crees que la vida que llaman honesta existe, y que está ahí fuera esperándote, y que huele a las bragas de una fulana en concreto.
–Estaría bien que no la llamaras así.
Joder, tío, eres un cliché con tripas por dentro.
–Ajá.
–Y qué, ¿está buena al menos? ¿Qué coño quieres hacer? Dime qué quieres hacer, porque a mí ya no se me ocurre qué más decirte. Has vivido lo suficiente ya para saber que la mayoría de las cosas que se dicen de la mafia son mentira. ¿Todos acaban pagando? MENTIRA. ¿Todos mueren jóvenes? MENTIRA. ¿Todos viven en la clandestinidad y huyendo? MENTIRA. ¿Todos viven en la ilegalidad? MENTIRA. ¿Sabes lo que hace la gente que ahora tú llamas honesta con los mafiosos? LES VOTAN. Llega el día de las elecciones y hasta se hacen selfies metiendo el puñetero sobre en la hurna. No tienen NI PUTA IDEA. Es más, incluso cuando saben lo que pasa, siguen actuando igual, van colocados como un puñetero ciclista de pura autocomplacencia sin cortar, van tan cegados que no me extraña que se maten a cientos conduciendo por la autopista. Con sus putos coches baratos. Y eso incluye a tu amiguita. ¿Tiene edad ya para votar? ¿Sabes qué son la mayoría de amigos íntimos del patrón? Políticos. Empresarios. Banqueros. Comen todos cada dos semanas en reservados de a mil euros la puta. Se parten el culo tragando marisco mientras niñas como tu amiguita hacen la aspiradora bajo la mesa.
–Ya…
–¿Ya…?
–Y qué se supone que tiene que ver todo eso que dices con lo que a mí me pasa.
–Lo que sientes, compañero, veterano asesino, y casi diría hasta amigo, es pasajero. Es pasajero, es como lo que tienes dentro de esa nevera tuya de lujo, esa con la que casi puedes ver Netflix. Caduca. Quieres sentenciarte a muerte por una Rory Gilmore que te va a durar menos de lo que tarda un yogur natural en dejar de ser comestible.
–Sigues sin convencerme.
–Joder… Desde luego eres un hijo de puta duro de roer.
–Lo que quieras, pero por el momento yo no me voy a cargar a ningún niñato. Y menos a este niñato en concreto.
–Muy bien, habla…
–Es el hermano.
–…
–…
–Vale… Vale. O sea que estás muerto.
–Sí.
–Y no hay modo de que yo te convenza de que…
–No.
–Vale. Vale.
–De hecho esta reunión, en lo que a mí respecta, no era para aceptar ningún encargo. Ya sabía que era este encargo en concreto. Cerráis las puertas pero siempre habláis a voces.
–Ya…
–Esta reunión, ahora lo sé, era para decirte…
–¿Ahora lo sabes? No me jodas.
–Esta reunión era para decirte que lo dejo. No porque crea que hay una vida mejor, o porque piense que puedo rebobinar mi vida, ni porque crea que los demás son buenos o que se puede ser objetivamente bueno. Lo voy a dejar por ella. Por estúpido que suene.
–Sabes que me van a encargar darte un tiro, ¿verdad?
–Lo sé.
–Porque saben que yo conozco tus tránsitos, tu forma de pensar…
–Lo sé.
–Muy bien.
–Lo siento, pero así están las cosas.
–En fin, supongo que desde tu punto de vista morir joven debe ser bonito.
–No tengo intenciones de morir, pero si lo hago prefiero hacerlo por este motivo que por un encargo con el que acabe a tiros con algún idiota.
–…
–Prefiero que me mates tú por ella a que lo haga un extraño por un alijo de coca…
–Eres… un cabrón retorcido.
–No. Era la única salida de entre todas que no me asqueaba.

reservado

25 proyecciones innecesarias (11 de 25) – Primera carta de Pablo a los Corintios

Se casaba un amigo, era una cita inevitable. Era una de esas bodas que, como casi todas, parecen inercia de la edad. Una de esas parejas que llevan como diez años juntas y de repente necesitan casarse. Se inicia una especie de ritual “adulto”. Parece que casi se haga por aburrimiento, una mezcla de aburrimiento vital e intención de proyectar la idea de que así todo quedará en su sitio, y que hay que hacer por que lo esté. La boda y luego el bebé.
Antes de entrar en la iglesia, se forman distintos corrillos, huele a colonias y maquillajes. Huele a exceso estético. Hay quien se ve mejor y también hay quien se ve peor que un lunes cualquiera. Hay casi siempre algún bebé llorando de parejas recientemente casadas. Las mujeres llaman más la intención, los tíos visten todos igual. Hay quien dice que una boda es un buen momento para ligar.
Entramos en la iglesia atendiendo la voz del pastor de turno.
Cuando no tienes costumbre de entrar en iglesias, siempre te impresiona un poco entrar en una. Te invade una sensación de silencio, de casa enorme iluminada con velas. El modo en que entra la luz natural y el estatismo reverencial, te pone un poco alerta.
Nos sentamos en los bancos.
También notas en todo momento cierto grado de desorganización, como si en cada paso hubiese un diez por ciento de imprevistos, y tú formaras parte de ellos. Durante un minuto, nadie está seguro de haberse sentado en el lugar correcto.
Nadie suele hablar de la energía sexual que desprende todo el asunto. No por nada, sino porque esa energía casi siempre está presente en mayor o menor grado. Pero en una boda por la iglesia, en que de repente, durante la ceremonia todo ha de ser tan casto, y entonces ves a una chica impresionante subir a leer la Primera carta de Pablo a los Corintios, esa energía es innegable. No puede haber ningún tío hetero o lesbiana presente que no piense en esos instantes en sexo durante al menos diez segundos.

Parecía que podías acercar su cabellera a la madera de la iglesia, y todo echaría a arder. Leía con un punto (erótico) de inseguridad. No recuerdo haber entrado a ninguna iglesia y luego haber salido sin que una chica leyera la Primera carta de Pablo a los Corintios. Es como un ruido de fondo constante de los dos últimos siglos. Un montón de gente tan religiosa como un consolador con forma de puño escuchando la santa Primera carta de Pablo a los Corintios. Hermanos, ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor.
La chica era amiga de la novia, se supone, y llevaba un vestido que parecía molesto e incómodo, forzado, como una violación de la placidez. Es como si todo el vestido fuera como los tacones.
Lo que más llamaba la atención era su cabellera pelirroja, que fue durante todo el día como un faro que hacía ubicarse a todo el mundo.
Ya podría hablar yo de las lenguas y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Pablo era la reina del drama.
No se trataba sólo de la cabellera, obviamente, era una de esas mujeres que parecen todas ellas zona íntima o erógena. Se veía tan brillante, turgente y suave que te podías ruborizar rozándole un codo.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.
Amor no sé, pero Pablo hubiese tenido una erección si hubiese sabido de la cantidad de amigas de novias que iban a leer su monserga. Es la versión bíblica de firmar autógrafos en escotes. Estrella del rock a posteriori.
El amor es comprensivo, el amor es servicial y bla bla blá.
Si ahora le escribes algo así a una chica, sólo conseguirás incomodidad y reticencia. Puede que una hostia.
El amor nunca pasa.
Este tipo de amor necesita contexto. No es que el amor nunca pase, es que es irracional. Por eso puedes escribir simplezas y cursilerías mientras te sientes así, y creerte Gabo.

La ceremonia pasó, y dio paso a las comilonas y “bailes”.
El problema de que una persona sea tan absolutamente arrebatadora a la vista, es que luego no es precisamente fácil que no lo empeore todo hablando. La belleza es subjetiva; es la clase de subjetividad que más suele doler. La mayoría de veces sería mejor limitarse a verla con unos prismáticos.
Palabra de Dios.
Los secretarios de Dios pecaban de solemnidad.
Si coincidías con ella en la barra libre, dentro de su radio de acción casi podías ver florecer el suelo a su paso. Y no como florecen las cosas abandonadas en la nevera.
O no tenía pareja o no había venido.
Tienes que tener determinado tipo de carácter para intentar ligar en una boda. De hecho tienes que tener determinado tipo de carácter para intentar ligar. Para intentar gustar a alguien de un minuto a otro y a su vez darle a entender que querrías tener sexo con él o ella.
Y ese tipo de carácter necesario, casi siempre lleva implícitos los rasgos de un gilipollas.
La idea popular que aún se tiene sobre ligar, tiene que ver sobre todo con el acoso.
Y por supuesto una boda es terreno fértil para el acoso. De hecho el acoso casa muy bien con casarse por la iglesia.
Casi todo tiene que ver con lo que es tradicional hacer.
No digo que no se pueda hacer nada para atraer la atención de una persona. Pero la elegancia y la discreción no son cosas que abunden.
Yo por mi parte no soy ni acosador ni elegante, y mucho menos estratega. Apenas a duras penas soy. Tengo ojos para mirar, Pablo no entendería nada si me observara evolucionar. Preguntadme, sé montarme una historia, y lo sé todo sobre el concepto anticlímax.

La novia, que sabía que eso me iba a avergonzar, me presentó a varias de sus amigas, con el único propósito, pensé, de presentarme a la pelirroja.
La gente a veces hace eso, se ponen a escupir nombres y luego te dejan con el marrón.

Al ver su cara de cerca, me di cuenta de algo. Algo me hizo sentir vergüenza mucho más allá del hecho de que ella fuera muy guapa o mi timidez.
Recordé cierto momento de la despedida de soltero.
Íbamos varios, y, como suele pasar en ese tipo de rituales, yo no conocía a la mitad de los presentes. Te ves compartiendo mesa con tíos con los que sólo tienes en común el sistema de ventilación, el aparato digestivo y cosas así.
La verdad es que me estoy excusando, dejando muy claro que yo no conocía a esos tíos, primos y hermanos mayores y daños colaterales por el estilo.
Cenamos en un restaurante, y al salir, unas tres horas después, se suponía que tocaba ir de fiesta. Yo estaba reuniendo fuerzas para decir que me largaba a casa, que ya había tenido suficiente con la cena-maratón. Íbamos por una calle oscura, mal iluminada. Coincidía en el camino a mi casa; mi plan era excusarme y desviarme en el momento necesario.
Entonces vimos venir por la otra acera a dos chicas. Dos o tres integrantes del grupo, al verlas acercarse a nuestra altura, dijeron:
–Buenas noches.
A lo que ellas obviamente no contestaron nada.
A lo que estos dos o tres garrulos, volvieron a decir:
–¡Buenas noches!
Tras lo cual, y debido a que no recibían contestación alguna, nuevamente:
¡Buenas noches!
No tenía sentido alguno, a no ser que quisieras sembrar mal rollo y asustar. Sí que iban medio borrachos de la cena, pero yo también. Todos lo íbamos. Yo sé que la mayoría de los chicos del grupo, por más borrachos que fueran, jamás se comportarían así. Por suerte las chicas se alejaron y la cosa no fue a más. Luego, entre nosotros, los mismos las llamaron putas, maleducadas, y un largo etcétera. Estoy seguro de que ellas podían oírlo.
Ahora yo tenía a una de las dos delante. No es solo que la recordara de esa noche (aunque estaba muy distinta), sino que mientras aquel día se las insultaba, alguien comentó que esas chicas iban a la boda también. Eran primas de alguien.
Voy a insistir mucho en esto: yo no dije nada. Ni tampoco hablo en nombre de mi género. Pero me sentía avergonzado, porque ella podía pensar en ese momento de “reencuentro” (y tenía derecho) lo que le diese la gana.
Creo que de todos modos ella no pensaba en eso, no pensaba en esa noche, o seguramente no me asociaba a aquel suceso. Al fin y al cabo éramos un grupo de tíos en la oscuridad.

No hablamos mucho, pero el intercambio fue agradable. No me dio la impresión de que intentara sacudirme como a un bicho de su vestido. De hecho más bien era yo el que deseaba que pasara el momento.
Alguien intervino, y el momento pasó.
A lo largo de la noche, tuve la impresión de que la novia había intentado un “celestinato”. Había apuntado alto, asumiendo que yo podía interesar a esa chica.
Hubo miradas extrañas y algún conato de diálogo. Algo más tarde volví a hablar con ella. Supe que teníamos intereses comunes, y que era una persona más centrada que yo. Era básicamente mejor que yo.
Le acabé mencionando (sabía que NADIE lo habría hecho) la carta de Pablo que había leído. Pablo, una de las amiguitas reinonas de Dios.
Comencé a decir bobadas al respecto. Sabía que era la clase de chorradas que te convierten en alguien gracioso o en alguien grimoso según quién te oiga. Ella me escuchaba y bebía. ¿Durante cuánto tiempo estuve hablándole a aquel pelo naranja natural?
Ella decía:
Y yo decía:
Y ella decía:
Nada importaba. Sólo importaba el tono. Ella sabía fingir mejor sobriedad. Yo me sentía cada vez más confiado.
Le pregunté si tenía novio, y me dijo que sí.

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25 proyecciones innecesarias (10 de 25) – Animoso

–Fijaos, ahí llega Animoso. Parece animado.
–¿Qué tal, chicos?
–¿Qué tal, Animoso?
–Pues hoy me siento bien, me siento animado.
–¿Te refieres como un dibujo?
–JAJAJA. Chicos, no tenéis remedio.
–Ya sabes cómo somos.
–Me gustáis, porque tenéis sentido del humor. El sentido del humor denota inteligencia.
–¿Un vaso de agua a la mitad, como siempre?
–Hoy me siento diferente. Una coca-cola.
–Vaya, ¿diferente?
–Sí, la verdad, más animado que de costumbre.
–Aquí tienes tu coca-cola.
–Aquí está, mi vaso medio lleno. Qué rapidez. Sin limón, por favor.
–¿Sin limón?, como prefieras.
–Bueno, y ¿cómo estáis?
–Ya sabes, no nos podemos quejar.
–¿Y eso? ¿Nada más?
–Conservamos las habilidades motrices, sobrevivimos.
–JAJA. ¿Estáis otra vez de broma?
–Por supuesto.
–Pues yo me siento genial, hace una mañana genial, ¿no hace una mañana genial?
–Imbécil.
–¿Cómo?
–No comes, Animoso, bebes, una coca-cola.
–JAJAJA. Cierto.
–¿Y cómo va todo con Esperanza?
–Bueno…, ya sabéis…
–¿Qué deberíamos saber?
–Creo que últimamente no se sentía muy bien.
–Tendrás que ser más específico, Animoso, ¿con “no se sentía muy bien” no querrás decir que está estupendamente y os va genial?
–La verdad es que no tanto, chicos.
–Vaya. Siento oír eso, Animoso.
–Ayer discutimos.
–Me alegro.
–¿Cómo?
–¿Y qué pasó?
–Fuimos a cenar, ya sabéis, fuimos a un italiano. Reservé una de las mejores mesas. Yo estaba muy contento. Me duché, la llamé, me puse mis mejores galas…
–Tus mejores galas, eh…
–Bueno, ya sé que no soy un Brad Pitt, pero me esfuerzo.
–Claro.
–Y noté que el ambiente estaba enrarecido.
–¿Enrarecido?
–Bueno, llegué una hora antes de lo previsto a su casa. Tenía ganas de verla, me aburría.
–Claro, lógico.
–Y el caso es que llamé a la puerta y… y…
–Nos tienes en ascuas, Animoso.
–Y ella abrió y…
–…
–Y…
–¿Estás bien, Animoso?
–Estupendo, gracias.
–…
–Así que ella abrió y…
–…
–Y bueno. Pensé que algo no iba bien. No del todo bien, al menos. Aunque ya sabéis que confío plenamente en ella.
–¿Y…?
–Y… en fin, me pareció raro que al abrir tuviera liada una sábana. Parecía agitada. Me dijo que se acababa de duchar. Y que la esperara en el restaurante.
–Ajá.
–Aunque tenía el pelo seco, y el restaurante está a unos quince minutos a pie de…
–Ya…
–Pero en fin, qué iba a hacer. Pensé que quizá se encontraba algo indispuesta, eso pensé, y…
–¿Semen en la cara?
–… tenía como… ¿Qué has dicho?
–Que cómo tenía la cara. ¿Parecía nerviosa?
–JAJA. ¿De qué os reís, chicos?
–De nada, te escuchamos.
–Bueno, pues el caso es que fui al restaurante.
–Eso es bueno, hay que alimentarse.
–¿Verdad que sí? Yo siempre digo que un alimentación sana es…
–Y qué, qué pasó.
–Bueno. Cenamos.
–Ya… ¿Pero ella ya se encontraba bien? ¿No hablasteis?
–Hablamos, sí. O sea, cenamos. Y luego hablamos.
–Ajá.
–Ella parecía menos esperanzada que de costumbre.
–Vaya.
–Ya sabéis que yo siempre hago planes para el futuro. Así que me armé de valor, le hablé de irnos a vivir juntos.
–Guau, eso es un gran paso, Animoso.
–¿Verdad que sí?
–¿Y qué te dijo ella?
–Bueno, aquí fue cuando ya habíamos terminado los postres. No pedimos café, ya sabéis que ambos somos muy estrictos con los estimul…
–A excepción de que ahora te estás bebiendo una coca-cola…
–JAJAJA, es verdad, me has pillado. Sois de lo que no hay.
–Tranquilo, no se lo contaremos a Esperanza…
–Ya… El caso es que…
–Animoso, llevas como media hora postergando la razón por la que hoy te sientes diferente, aunque también animado, por supuesto.
Muy animado, diría. Es más, creo que nunca me he sentido así.
–Nos perdemos, Animoso. Danos algo con lo que trabajar.
–Vale. De modo que ahí estábamos, con nada más que cenar y un elefante en la habitación. La cuestión de su actitud, el asunto de la sábana, el hecho de que alguien se pueda duchar sin mojarse…
–Y entonces salió el tema.
–Y ni siquiera hablamos al final de irnos a vivir juntos. ¿Vosotros conocéis a Iracundo?
–¿De qué coño hablas ahora, Animoso?
–Bueno, tiene su papel en todo esto. Pero mejor ordeno mis pensamientos, porque…
–Qué puñetazo tienes…
–… yo también me sentía algo raro en realidad. Estaba genial, como siempre, pero tenía una intuición.
–Venga, vamos
–Tenía un palpito. Un palpito de que algo iba a pasar… Ella me preguntó por qué no me había quitado la chaqueta para cenar. Pero era una chaqueta de vestir. Es una chaqueta de vestir, le dije. Y me dijo que se podría haber manchado con salsa de tomate.
–…
–Creo que fue por la salsa de tomate, ¿sabéis?
–Fue el qué, Animoso.
–Creo que fue en ese momento cuando até cabos. La sabana, la sequedad, su pelo revuelto… Ella es cuidadosa. Y siempre lo justifica todo. Y es maniática. No soporta que algo no esté recto o en su sitio, o que algo haga ruido o que de alguna forma sienta que no está rodeada de simetría.
–Siííí… Todo eso y que tiene un polvo olímpico. Avanza, Animoso, por-el-amor-de-dios.
–JAJAJA. Vaya, siempre conseguís que me ruborice.
–Hostia puta…
–Vaaale, está bien.
»Ahí estaba yo, ya sudando, con mi chaqueta de vestir. Pesada, porque en mi bolsillo interior derecho guardaba una… Colt, una pipa, una pistola. ¿Conformes?
»Creo que fue al mencionar ella la salsa de tomate.
»Algo hizo clic en mi interior, ¿entendéis?, como si hubiera estado conteniendo algo durante mucho tiempo…
–…
–Iracundo me consiguió la pipa. Él sabe dónde se mercadea con esas cosas. Es primo de Esperanza. Y sí, joder, me levanté delante de todos y disparé a esa zorra en la cara, a esa PUTA. Dos, tres veces, cuatro
»Toda su puta salsa de tomate mezclándose con los restos de su puto postre, que además no era su postre, era la mitad del mío. Y grité, grité como un energúmeno.
»Había gente que lloraba. Pero nadie me redujo. Su cabeza ya no era una cabeza, era como algo crudo a punto para ser cocinado, ¿sabéis? JAJAJA.
»Es que… me hizo sentir TAN… centrado, tan estimulado. Todos me tenían miedo. Nunca nadie me ha tenido miedo; siempre lo he tenido yo.
»Salí de allí como si nada. Luego oí sirenas de la policía, y bueno… reconozco que todo se descontroló un poco…
»Pero hoy me he levantado cargado de electricidad, ¿sabéis? Es un nuevo día, y hace una mañana espléndida. Es una nueva oportunidad. ¿No hace una mañana espléndida?

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25 proyecciones innecesarias (9 de 25) – Entre la estática

Usted me hace preguntas, y yo le contesto.
»Pero no me puede exigir que conteste lo que usted quiera.
»Si quiere un trauma, le puedo hablar de la luz del día. La luz matinal, por supuesto.
»Estará de acuerdo en que un amanecer no es la cosa más fea que uno se puede echar a la cara. De hecho se podría decir que incluso hay belleza en él. Hay mucha gente que acordaría con usted y conmigo que un amanecer no es necesariamente la repanocha, pero como mínimo tiene cierto encanto.
»Usted piense lo que quiera, anote lo que quiera, apunte ahí que estoy loco con mayúsculas, pero yo sé por qué le hablo de los amaneceres. Y no solo de los amaneceres, sino del sol desde que sale y aproximadamente hasta la una del mediodía. (Nadie habla del mediodía, por cierto, pero me parece mucho menos traumático que la mañana.)
»A lo que voy es que las mañanas no tienen nada malo en sí mismas. Pero las hemos ensuciado. Las mañanas eran puras y hermosas, se puede decir que tenían su propio estilo. Las mañanas estaban… bien, eran horas del día en las que hacer cosas o no hacer nada tan buenas como las de la tarde o la noche. Eran horas perfectamente aptas para vivir en ellas. Puede que para los dinosaurios, pero lo eran.
»No voy a sudar sangre para que me entienda, no voy a darle tres o cuatro enfoques a esto. Usted es el tío de los títulos en la pared. Yo, en términos oficiales, soy poco más que abono. Mi vida sirve para que otros se puedan pegar la ídem padre.
»¿Ve? Usted ha puesto esa grabadora vieja, y ni tan siquiera me lo ha comentado, se ha limitado a ser un profesional, ¿no? Únicamente mire el reloj, y verá que su influjo ya es nocivo, aunque sólo sea por cómo los humanos hemos hecho impuras estas horas a base de llenarlas de mierda. Un lavabo puede ser el epítome de la limpieza, pero si uno echa una buena cagada, va a oler como el infierno. Eso hemos hecho con las mañanas, no hemos parado de cagarnos en ellas.
»Estoy seguro de que usted comenta estas cosas que digo con sus colegas como si fueran psicofonías, algo de lo que tener miedo y con lo que partirse el culo. Pero sé que en el fondo, muy en el fondo, entiende lo que quiero decir.
Ya sé que por las tardes y por las noches la gente también se ve obligada a hacer cosas desagradables, pero estoy generalizando; y creo que es evidente que es por la mañana cuando uno suele dirigirse al matadero. Luego, con suerte, consigue sobrevivir por los pelos, y por la tarde o por la noche, logra escapar.
»¿Me va a decir que no ve con qué ventaja juegan los atardeceres?
»Yo sólo intento decir las cosas que la gente no suele decir, porque es muy complicado articularlas. Y estoy seguro de que no se me da muy bien, pero al menos tengo lo que hay que tener para probar suerte. Por eso a mí y a los que son como yo, nos consideran risibles o una amenaza.
»¿Usted nunca ha pensado en suicidarse? Claro que en su caso suicidarse sería como si un vegano muriese de una indigestión de carne roja…
»¿No me va a preguntar si yo he pensado en suicidarme?
»Da igual, sólo le diré que si lo hiciese (si me suicidase, quiero decir), sería algún miércoles a eso de las diez de la mañana. No demasiado temprano, y tampoco un lunes o un martes. Un día neutral, el miércoles. El día de la basura. Cualquiera es capaz de suicidarse un lunes a las ocho de la mañana. Estoy seguro que de mucha gente encontraría motivos un lunes a esa hora para irse. Ya sabe, esa gente por la que se para tu tren camino al trabajo. Ahora que lo pienso, literalmente debe haber conocido a alguno…
»Pero yo no quiero irme molestando. Me gusta el estilo de los animales; se van a un rincón solitario y se dejan morir.
»Pero me he ido un poco del tema. Y además no tengo ninguna intención de suicidarme. Es el cliché más recurrente.
»¿Está usted casado? ¿Yo puedo hacer preguntas? que está casado. ¿Qué decía yo antes de las mañanas? ¿Sería capaz de reconocer que el noventa por ciento de las mañanas de su vida han sido puro colesterol vital?
»Te arrancan el brillo de los ojos. Sólo se soluciona durmiendo, o si tienes suerte, follando. Pero claro, no siempre puedes dormir o tontear, tienes que seguir sirviendo como abono al gilipollas de turno, sobre el cual hay al menos una docena más de gilipollas.
»¿Sabe lo que me gusta ahora? Cómo me mira. Lo hace desde un altar. Finge que no, pero jamás me ha mirado de otra forma.
»Reconozco que eso me ha hecho sentir incómodo desde el principio, desde la primera sesión. Aunque ya no.
»Pensé en cómo solucionarlo. Cómo hacer que desapareciera ese matiz de seis de la tarde en sus ojos; ese rollo de persona excesivamente confiada que acaba de salir del curro y se viene arriba.
»Y entonces pensé en algo que a usted le importara. No digo algo por lo que usted necesariamente sintiera amor. Sino en algo que, al añadirle una variante, pudiera corregir esa confianza en sí mismo (fingida o no, me da igual) que siempre se vierte de sus ojos. Tenía que pensar en cómo quitar de su mirada ese color de seis de la tarde, de superioridad, y poner en su lugar un matiz estilo nueve de la mañana; ese momento, cuando aún queda todo el día por delante; cuando con toda seguridad aún mirará el reloj unas cincuenta veces, y tendrá que soportar un rutina tediosa que encima tiene que fingir que eligió.
»Eso.
»¿Y cómo conseguir eso?
»Creo que me he liado un poco. Prometo ser más concreto de ahora en adelante.
»¿Sabe que nunca había intentado ligar? No he sido ningún Casanova, pero el puñado de polvos que he echado siempre fueron iniciativa femenina.
»Reconozco que le seguí un par de días. Vi que tiene una esposa y parece que no tiene hijos. Así que en otra ocasión seguí a su esposa.
»No sé si lo sabe, pero cuando sale de trabajar siempre frecuenta el mismo bar. Bebe una cerveza (a veces más de una), y al contrario que usted, ella tiene mirada de nueve de la mañana a las seis de la tarde.
»Un día vi que se iba con un tío.
»No me interrumpa, por favor, luego usted puede creer lo que quiera. Un día vi que se iba con un tío. Entraron en un hotel.
»Pocos días después, yo me senté en el taburete de al lado en dicho bar.
»No sé si estará de acuerdo conmigo, pero creo que se me da bien hablar, o al menos sofocar el silencio. Sé llenar el silencio. Pero la verdad es que su mujer no necesita sardinas para beber agua.
»Llame, claro, por supuesto. Hasta que llegue el gorila de turno, tenemos tiempo.
»Esa era la mirada que buscaba.
»Si cree que miento, busque debajo de su cama matrimonial un condón usado. Estoy seguro de que sigue ahí.
»Esta va a ser la última psicofonía que saque de mí. Espero que le sirva de algo lo que se oye entre la estática.

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25 proyecciones innecesarias (8 de 25) – Sin arcada no hay mamada

Estoy sentado, una vez más. Es una sala de espera de las que te zambullen en la realidad. La parte más gris y absurda de la realidad. El peor sentido de la existencia.
Un tío estaba antes que yo, ya le han hecho pasar al despacho. Cuando las empresas captan personal, siempre notas una mezcla de Amabilidad y Que-te-den. Por un lado te quieren hacer creer que buscan a una persona profesional. Y por otro sabes perfectamente que quieren un profesional (un Smithers) que haya dejado atrás esas monsergas hippies de ser persona.
El tío que ha entrado antes que yo era más un chico que un tío. Era un niño con ínfulas.
Pero ya nunca sabes lo que quieren; generalmente siempre eres demasiado viejo o joven, o estás demasiado preparado o no tienes la suficiente experiencia. O eres mujer.
Siempre saben verte alguna pega.
Me sudan las manos. Es curioso cómo el edificio es absolutamente feo, frío y funcional, y sin embargo el ventanal de la sala de espera da a un paisaje espectacular.
Contrasta con la carpeta que llevo en la mano y la puerta cerrada en mis narices. Oigo murmullos del ritual que se produce tras ella. Los murmullos. Las “arcadas”. Sí, señor; claro, señor.
Lo leí en alguna parte, puede que en alguna lista de consejos profesionales: Sin arcada no hay mamada.
Trago saliva.
Me pone la piel de gallina la actitud de los tíos y las tías que se encargan de las entrevistas. Esa frescura artificial. Te dan ganas de decirles que aunque se suelten la lengua, sigue notándose el palo que tienen metido por el culo.
Les dejas meterse en tu mente; si fuera un raya de coca te haría menos daño.
Son como cyborgs que hablan con humanos para enseñarles cómo uno puede dejar de sentir lo suficiente para poder vivir en paz.
Una vez le dije a un entrevistador que no tenía intención alguna de quedarme embarazado. Me rió la gracia. Dos tíos a las once de la mañana de un martes, metidos en un despacho, riéndose las gracias. Teatro alternativo sin público; costumbre de masas.
Era tronchante, nos caímos genial. Pero ninguno de los dos quería estar allí, y nadie me llamó después. Una bonita metáfora. La única forma de restaurar el karma después de aquello, es que nos encontráramos de noche en una calle oscura. La noche ofrece un entorno de autenticidad, es como lo contrario a un despacho. Y yo podría mirar a ese tío fíjamente.
Podría ser tronchante otra vez. Podría contarle otro chiste, como que no tengo planes de ser negro o llevar tatuajes.
El tío jugaría fuera de casa. En la calle se te ocurren un montón de ideas. En la calle no hay papeleo.

La entrevista al hombre niño se alarga. Con las entrevistas de trabajo siempre recuerdo la sala del médico, cuando ves entrar a alguien tras el cual te toca por fin, y luego parece que estuviesen jugando al poker ahí dentro. Matando el tiempo.
Un chico Smithers más. Se pasan años hincando codos y cumpliendo órdenes, para luego hincar las rodillas y cumplir aún más órdenes. Haces un esfuerzo por ser alguien, y te conviertes en una máquina erótica de producción.
Mis ojos se van a la ventana. Descubro que ya no me sudan las manos. Alguien entra, alguien del edificio. Dice:
–Suerte.
Y se va.
Una mujer. Es como si hubiese entrado a regar la planta del rincón. Pero luego veo que es de plástico. Al menos ahora es de plástico. Si alguien me dijera que hace un año llegó aquí como planta natural, no me pondría a discutir. Hay lugares que proyectan esas energías. Llegas a ellos latiendo y pleno, y con el tiempo acabas mohíno y vacío.
Mira por la ventana.
Miro por la ventana.
A lo lejos se puede ver dónde acaba la ciudad y comienza a verse el verde.
Acaricio una hoja de plástico muerto.
Se me ocurre que si sigo aquí cuando el chico acabe su turno, voy a tener que entrar en ese despacho.
Me levanto y salgo; sin mirar a nadie. Oigo alguna voz. No entienden. Luego asumen que pasa algo.
Yo me largo. O me lo podrían dar.

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