Usted me hace preguntas, y yo le contesto.
»Pero no me puede exigir que conteste lo que usted quiera.
»Si quiere un trauma, le puedo hablar de la luz del día. La luz matinal, por supuesto.
»Estará de acuerdo en que un amanecer no es la cosa más fea que uno se puede echar a la cara. De hecho se podría decir que incluso hay belleza en él. Hay mucha gente que acordaría con usted y conmigo que un amanecer no es necesariamente la repanocha, pero como mínimo tiene cierto encanto.
»Usted piense lo que quiera, anote lo que quiera, apunte ahí que estoy loco con mayúsculas, pero yo sé por qué le hablo de los amaneceres. Y no solo de los amaneceres, sino del sol desde que sale y aproximadamente hasta la una del mediodía. (Nadie habla del mediodía, por cierto, pero me parece mucho menos traumático que la mañana.)
»A lo que voy es que las mañanas no tienen nada malo en sí mismas. Pero las hemos ensuciado. Las mañanas eran puras y hermosas, se puede decir que tenían su propio estilo. Las mañanas estaban… bien, eran horas del día en las que hacer cosas o no hacer nada tan buenas como las de la tarde o la noche. Eran horas perfectamente aptas para vivir en ellas. Puede que para los dinosaurios, pero lo eran.
»No voy a sudar sangre para que me entienda, no voy a darle tres o cuatro enfoques a esto. Usted es el tío de los títulos en la pared. Yo, en términos oficiales, soy poco más que abono. Mi vida sirve para que otros se puedan pegar la ídem padre.
»¿Ve? Usted ha puesto esa grabadora vieja, y ni tan siquiera me lo ha comentado, se ha limitado a ser un profesional, ¿no? Únicamente mire el reloj, y verá que su influjo ya es nocivo, aunque sólo sea por cómo los humanos hemos hecho impuras estas horas a base de llenarlas de mierda. Un lavabo puede ser el epítome de la limpieza, pero si uno echa una buena cagada, va a oler como el infierno. Eso hemos hecho con las mañanas, no hemos parado de cagarnos en ellas.
»Estoy seguro de que usted comenta estas cosas que digo con sus colegas como si fueran psicofonías, algo de lo que tener miedo y con lo que partirse el culo. Pero sé que en el fondo, muy en el fondo, entiende lo que quiero decir.
Ya sé que por las tardes y por las noches la gente también se ve obligada a hacer cosas desagradables, pero estoy generalizando; y creo que es evidente que es por la mañana cuando uno suele dirigirse al matadero. Luego, con suerte, consigue sobrevivir por los pelos, y por la tarde o por la noche, logra escapar.
»¿Me va a decir que no ve con qué ventaja juegan los atardeceres?
»Yo sólo intento decir las cosas que la gente no suele decir, porque es muy complicado articularlas. Y estoy seguro de que no se me da muy bien, pero al menos tengo lo que hay que tener para probar suerte. Por eso a mí y a los que son como yo, nos consideran risibles o una amenaza.
»¿Usted nunca ha pensado en suicidarse? Claro que en su caso suicidarse sería como si un vegano muriese de una indigestión de carne roja…
»¿No me va a preguntar si yo he pensado en suicidarme?
»Da igual, sólo le diré que si lo hiciese (si me suicidase, quiero decir), sería algún miércoles a eso de las diez de la mañana. No demasiado temprano, y tampoco un lunes o un martes. Un día neutral, el miércoles. El día de la basura. Cualquiera es capaz de suicidarse un lunes a las ocho de la mañana. Estoy seguro que de mucha gente encontraría motivos un lunes a esa hora para irse. Ya sabe, esa gente por la que se para tu tren camino al trabajo. Ahora que lo pienso, literalmente debe haber conocido a alguno…
»Pero yo no quiero irme molestando. Me gusta el estilo de los animales; se van a un rincón solitario y se dejan morir.
»Pero me he ido un poco del tema. Y además no tengo ninguna intención de suicidarme. Es el cliché más recurrente.
»¿Está usted casado? ¿Yo puedo hacer preguntas? Sé que está casado. ¿Qué decía yo antes de las mañanas? ¿Sería capaz de reconocer que el noventa por ciento de las mañanas de su vida han sido puro colesterol vital?
»Te arrancan el brillo de los ojos. Sólo se soluciona durmiendo, o si tienes suerte, follando. Pero claro, no siempre puedes dormir o tontear, tienes que seguir sirviendo como abono al gilipollas de turno, sobre el cual hay al menos una docena más de gilipollas.
»¿Sabe lo que me gusta ahora? Cómo me mira. Lo hace desde un altar. Finge que no, pero jamás me ha mirado de otra forma.
»Reconozco que eso me ha hecho sentir incómodo desde el principio, desde la primera sesión. Aunque ya no.
»Pensé en cómo solucionarlo. Cómo hacer que desapareciera ese matiz de seis de la tarde en sus ojos; ese rollo de persona excesivamente confiada que acaba de salir del curro y se viene arriba.
»Y entonces pensé en algo que a usted le importara. No digo algo por lo que usted necesariamente sintiera amor. Sino en algo que, al añadirle una variante, pudiera corregir esa confianza en sí mismo (fingida o no, me da igual) que siempre se vierte de sus ojos. Tenía que pensar en cómo quitar de su mirada ese color de seis de la tarde, de superioridad, y poner en su lugar un matiz estilo nueve de la mañana; ese momento, cuando aún queda todo el día por delante; cuando con toda seguridad aún mirará el reloj unas cincuenta veces, y tendrá que soportar un rutina tediosa que encima tiene que fingir que eligió.
»Eso.
»¿Y cómo conseguir eso?
»Creo que me he liado un poco. Prometo ser más concreto de ahora en adelante.
»¿Sabe que nunca había intentado ligar? No he sido ningún Casanova, pero el puñado de polvos que he echado siempre fueron iniciativa femenina.
»Reconozco que le seguí un par de días. Vi que tiene una esposa y parece que no tiene hijos. Así que en otra ocasión seguí a su esposa.
»No sé si lo sabe, pero cuando sale de trabajar siempre frecuenta el mismo bar. Bebe una cerveza (a veces más de una), y al contrario que usted, ella tiene mirada de nueve de la mañana a las seis de la tarde.
»Un día vi que se iba con un tío.
»No me interrumpa, por favor, luego usted puede creer lo que quiera. Un día vi que se iba con un tío. Entraron en un hotel.
»Pocos días después, yo me senté en el taburete de al lado en dicho bar.
»No sé si estará de acuerdo conmigo, pero creo que se me da bien hablar, o al menos sofocar el silencio. Sé llenar el silencio. Pero la verdad es que su mujer no necesita sardinas para beber agua.
»Llame, claro, por supuesto. Hasta que llegue el gorila de turno, tenemos tiempo.
»Esa era la mirada que buscaba.
»Si cree que miento, busque debajo de su cama matrimonial un condón usado. Estoy seguro de que sigue ahí.
»Esta va a ser la última psicofonía que saque de mí. Espero que le sirva de algo lo que se oye entre la estática.