Se casaba un amigo, era una cita inevitable. Era una de esas bodas que, como casi todas, parecen inercia de la edad. Una de esas parejas que llevan como diez años juntas y de repente necesitan casarse. Se inicia una especie de ritual “adulto”. Parece que casi se haga por aburrimiento, una mezcla de aburrimiento vital e intención de proyectar la idea de que así todo quedará en su sitio, y que hay que hacer por que lo esté. La boda y luego el bebé.
Antes de entrar en la iglesia, se forman distintos corrillos, huele a colonias y maquillajes. Huele a exceso estético. Hay quien se ve mejor y también hay quien se ve peor que un lunes cualquiera. Hay casi siempre algún bebé llorando de parejas recientemente casadas. Las mujeres llaman más la intención, los tíos visten todos igual. Hay quien dice que una boda es un buen momento para ligar.
Entramos en la iglesia atendiendo la voz del pastor de turno.
Cuando no tienes costumbre de entrar en iglesias, siempre te impresiona un poco entrar en una. Te invade una sensación de silencio, de casa enorme iluminada con velas. El modo en que entra la luz natural y el estatismo reverencial, te pone un poco alerta.
Nos sentamos en los bancos.
También notas en todo momento cierto grado de desorganización, como si en cada paso hubiese un diez por ciento de imprevistos, y tú formaras parte de ellos. Durante un minuto, nadie está seguro de haberse sentado en el lugar correcto.
Nadie suele hablar de la energía sexual que desprende todo el asunto. No por nada, sino porque esa energía casi siempre está presente en mayor o menor grado. Pero en una boda por la iglesia, en que de repente, durante la ceremonia todo ha de ser tan casto, y entonces ves a una chica impresionante subir a leer la Primera carta de Pablo a los Corintios, esa energía es innegable. No puede haber ningún tío hetero o lesbiana presente que no piense en esos instantes en sexo durante al menos diez segundos.
Parecía que podías acercar su cabellera a la madera de la iglesia, y todo echaría a arder. Leía con un punto (erótico) de inseguridad. No recuerdo haber entrado a ninguna iglesia y luego haber salido sin que una chica leyera la Primera carta de Pablo a los Corintios. Es como un ruido de fondo constante de los dos últimos siglos. Un montón de gente tan religiosa como un consolador con forma de puño escuchando la santa Primera carta de Pablo a los Corintios. Hermanos, ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor.
La chica era amiga de la novia, se supone, y llevaba un vestido que parecía molesto e incómodo, forzado, como una violación de la placidez. Es como si todo el vestido fuera como los tacones.
Lo que más llamaba la atención era su cabellera pelirroja, que fue durante todo el día como un faro que hacía ubicarse a todo el mundo.
Ya podría hablar yo de las lenguas y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Pablo era la reina del drama.
No se trataba sólo de la cabellera, obviamente, era una de esas mujeres que parecen todas ellas zona íntima o erógena. Se veía tan brillante, turgente y suave que te podías ruborizar rozándole un codo.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.
Amor no sé, pero Pablo hubiese tenido una erección si hubiese sabido de la cantidad de amigas de novias que iban a leer su monserga. Es la versión bíblica de firmar autógrafos en escotes. Estrella del rock a posteriori.
El amor es comprensivo, el amor es servicial y bla bla blá.
Si ahora le escribes algo así a una chica, sólo conseguirás incomodidad y reticencia. Puede que una hostia.
El amor nunca pasa.
Este tipo de amor necesita contexto. No es que el amor nunca pase, es que es irracional. Por eso puedes escribir simplezas y cursilerías mientras te sientes así, y creerte Gabo.
La ceremonia pasó, y dio paso a las comilonas y “bailes”.
El problema de que una persona sea tan absolutamente arrebatadora a la vista, es que luego no es precisamente fácil que no lo empeore todo hablando. La belleza es subjetiva; es la clase de subjetividad que más suele doler. La mayoría de veces sería mejor limitarse a verla con unos prismáticos.
Palabra de Dios.
Los secretarios de Dios pecaban de solemnidad.
Si coincidías con ella en la barra libre, dentro de su radio de acción casi podías ver florecer el suelo a su paso. Y no como florecen las cosas abandonadas en la nevera.
O no tenía pareja o no había venido.
Tienes que tener determinado tipo de carácter para intentar ligar en una boda. De hecho tienes que tener determinado tipo de carácter para intentar ligar. Para intentar gustar a alguien de un minuto a otro y a su vez darle a entender que querrías tener sexo con él o ella.
Y ese tipo de carácter necesario, casi siempre lleva implícitos los rasgos de un gilipollas.
La idea popular que aún se tiene sobre ligar, tiene que ver sobre todo con el acoso.
Y por supuesto una boda es terreno fértil para el acoso. De hecho el acoso casa muy bien con casarse por la iglesia.
Casi todo tiene que ver con lo que es tradicional hacer.
No digo que no se pueda hacer nada para atraer la atención de una persona. Pero la elegancia y la discreción no son cosas que abunden.
Yo por mi parte no soy ni acosador ni elegante, y mucho menos estratega. Apenas a duras penas soy. Tengo ojos para mirar, Pablo no entendería nada si me observara evolucionar. Preguntadme, sé montarme una historia, y lo sé todo sobre el concepto anticlímax.
La novia, que sabía que eso me iba a avergonzar, me presentó a varias de sus amigas, con el único propósito, pensé, de presentarme a la pelirroja.
La gente a veces hace eso, se ponen a escupir nombres y luego te dejan con el marrón.
Al ver su cara de cerca, me di cuenta de algo. Algo me hizo sentir vergüenza mucho más allá del hecho de que ella fuera muy guapa o mi timidez.
Recordé cierto momento de la despedida de soltero.
Íbamos varios, y, como suele pasar en ese tipo de rituales, yo no conocía a la mitad de los presentes. Te ves compartiendo mesa con tíos con los que sólo tienes en común el sistema de ventilación, el aparato digestivo y cosas así.
La verdad es que me estoy excusando, dejando muy claro que yo no conocía a esos tíos, primos y hermanos mayores y daños colaterales por el estilo.
Cenamos en un restaurante, y al salir, unas tres horas después, se suponía que tocaba ir de fiesta. Yo estaba reuniendo fuerzas para decir que me largaba a casa, que ya había tenido suficiente con la cena-maratón. Íbamos por una calle oscura, mal iluminada. Coincidía en el camino a mi casa; mi plan era excusarme y desviarme en el momento necesario.
Entonces vimos venir por la otra acera a dos chicas. Dos o tres integrantes del grupo, al verlas acercarse a nuestra altura, dijeron:
–Buenas noches.
A lo que ellas obviamente no contestaron nada.
A lo que estos dos o tres garrulos, volvieron a decir:
–¡Buenas noches!
Tras lo cual, y debido a que no recibían contestación alguna, nuevamente:
–¡Buenas noches!
No tenía sentido alguno, a no ser que quisieras sembrar mal rollo y asustar. Sí que iban medio borrachos de la cena, pero yo también. Todos lo íbamos. Yo sé que la mayoría de los chicos del grupo, por más borrachos que fueran, jamás se comportarían así. Por suerte las chicas se alejaron y la cosa no fue a más. Luego, entre nosotros, los mismos las llamaron putas, maleducadas, y un largo etcétera. Estoy seguro de que ellas podían oírlo.
Ahora yo tenía a una de las dos delante. No es solo que la recordara de esa noche (aunque estaba muy distinta), sino que mientras aquel día se las insultaba, alguien comentó que esas chicas iban a la boda también. Eran primas de alguien.
Voy a insistir mucho en esto: yo no dije nada. Ni tampoco hablo en nombre de mi género. Pero me sentía avergonzado, porque ella podía pensar en ese momento de “reencuentro” (y tenía derecho) lo que le diese la gana.
Creo que de todos modos ella no pensaba en eso, no pensaba en esa noche, o seguramente no me asociaba a aquel suceso. Al fin y al cabo éramos un grupo de tíos en la oscuridad.
No hablamos mucho, pero el intercambio fue agradable. No me dio la impresión de que intentara sacudirme como a un bicho de su vestido. De hecho más bien era yo el que deseaba que pasara el momento.
Alguien intervino, y el momento pasó.
A lo largo de la noche, tuve la impresión de que la novia había intentado un “celestinato”. Había apuntado alto, asumiendo que yo podía interesar a esa chica.
Hubo miradas extrañas y algún conato de diálogo. Algo más tarde volví a hablar con ella. Supe que teníamos intereses comunes, y que era una persona más centrada que yo. Era básicamente mejor que yo.
Le acabé mencionando (sabía que NADIE lo habría hecho) la carta de Pablo que había leído. Pablo, una de las amiguitas reinonas de Dios.
Comencé a decir bobadas al respecto. Sabía que era la clase de chorradas que te convierten en alguien gracioso o en alguien grimoso según quién te oiga. Ella me escuchaba y bebía. ¿Durante cuánto tiempo estuve hablándole a aquel pelo naranja natural?
Ella decía:
Y yo decía:
Y ella decía:
Nada importaba. Sólo importaba el tono. Ella sabía fingir mejor sobriedad. Yo me sentía cada vez más confiado.
Le pregunté si tenía novio, y me dijo que sí.
La mezcla de los pensamientos del protagonista con la iglesia y lo sacro te ha quedado de lujo. El hecho de que ella sea pelirroja suma puntos sin duda, pero siendo como soy una de tus fieles lectoras, voy a decirte algo que todavía no te había dicho,cuando sacas tu lado lascivo, en forma de expresiones que son simplemente el tono mental de un hombre, tu literatura se engrandece, más todavía cuando el protagonista resulta que tiene sentimientos nobles. La mezcla de lo sucio que nos da la vida , con la nitidez de los sentimientos que nos la quita, siempre te queda muy bien. Este relato me ha encantado, Jordi.
Y a mí me encanta tu comentario 😀