Había una especie de banco de madera en medio de la sala. Lo había porque en la pared de enfrente había una larga inscripción. Un párrafo enorme. Tenías que mover la cabeza como en el tenis si querías leerlo.
Nos sentamos.
Yo sólo quería verla a ella, y ella me llevó a ese museo. Me daba igual, me podría haber llevado a pescar.
Y se puso a leer todo ese texto. No recuerdo qué decía ni de quién era. Empecé a leerlo (porque ella lo estaba leyendo), pero enseguida perdí el interés. La miraba de reojo. Esperaba. Recuerdo esperar una eternidad hasta que acabó.
Creo que lo llaman instalación, que es cuando a alguien le dejan exponer lo que le da la gana en un museo.
Esa instalación era un texto en la pared, negro sobre blanco (o quizá blanco sobre negro).
Aún tengo un folleto de ese día. Puede que hayan pasado cinco años. El banco formaba parte de la instalación, por cierto, y alguien de seguridad no solo nos informó al respecto, sino que además nos invitó a irnos.
Ella luego se volvió a su erasmus. Yo volví en tren a casa. Creo que durante el viaje miré sin darme cuenta a un tipo con los ojos llorosos (yo, no el tipo), y tuve la sensación de que el tío entendía lo que pasaba.
Al llegar, salí de la estación y me senté en una terraza cutre, pedí café a las diez de la noche. No es como si tomas la decisión consciente de pensar, sino que piensas por defecto. Quizá por eso puedes llegar a pasarlo tan mal cuando alguien te gusta. No puedes dejar de pensar en lo mismo todo el tiempo. Es agotador.
No es que sólo fuéramos a aquel museo, supongo que también tomamos algo, paseamos. Pero sólo recuerdo aquel estúpido museo. Y a mí en el tren luego, hundido.
Creo que ella en aquel momento estaba liada con alguien en Londres. Estaba liada con la vida en general, tenía la edad idónea. Y yo estaba demasiado fuera de su órbita, ocho años, concretamente. Fui un imbécil.
Hubo todo tipo de episodios extraños. El día de la instalación parece extrañamente limpio en la memoria.
Me gustaría decir que las cosas han cambiado, o que me siento muy distinto. Y no es que me sienta exactamente igual; desde luego me siento más tranquilo, sé pensar en más de una cosa. Sobre todo –y habiendo perdido el contacto con ella–, tengo la sensación de que su vida debe haber continuado (vamos, seguro que lo ha hecho), y que la mía sigue en cierta en forma sentada en aquella instalación.
Ni siquiera fue un gran día, los tuve mejores con ella, aun sin llegar a ser jamás pareja. Pero siempre recuerdo esa puta instalación, esa frialdad tan propia de los museos. Ese ambiente abstruso para el niño de barrio que sigo siendo.
Es muy posible que no estuviera a su altura, ni siendo mayor. Ni haciendo la intentona ahora de hablar en pasado. Ni reconociendo una instalación.
Frío he sentido al leerlo. Me encanta.