La capitana de las animadoras estaba hundida en un océano de angustia monotemática relacionada con el capitán del equipo de fútbol. Salió a flote cuando él la invitó a salir. Ella se negaba a dar el primer paso, y le importaba «un carajo» qué impresión diera eso.
Luego estuvieron delante de un batido y delante de una pantalla de cine y delante de diversas orquestas, delante de puestos de helados y perritos calientes, y pronto siempre con un elefante sexual en la habitación.
El capitán estaba histérico.
La capitana no parecía tener ninguna prisa.
Sea esto relevante o no, ninguno de los dos estaba preocupado por parecer más o menos previsibles. Esto no quiere decir que les inquietara lo que pensaran los demás. Sentían cierta extraña responsabilidad para con sus actos.
En cierto modo, ahora que le tenía a él, ella ya no sabía lo que quería, y él sólo quería una cosa.
La capitana de las animadoras estaba que trinaba por el capitán del equipo de fútbol. Sintió que la liberaban cuando él mismo la invito a tomar algo. Ella no quería tomar la iniciativa, al margen de lo que pensaran los demás.
Luego bebían batidos juntos y veían pelis y bailaban, comían helados y devoraban perritos calientes. Él no podía evitar pensar en ella desnuda.
El capitán disimulaba erecciones.
La capitana pensaba que estaba bien que pasase el tiempo, y que sólo pasase lo que pasaba.
A ninguno le preocupaba no ser en absoluto originales, o parecer anticuados de algún modo. Sentían que interpretaban un papel, pero que eso estaba bien.
Aun así, ahora que ella le tenía al él, se sentía algo perdida al respecto. Él no, en absoluto…
La capitana de las animadoras bebía los vientos por el capitán del equipo de fútbol. Cuando menos se lo esperaba, él tomó la iniciativa. Ella no quería hacerlo, aunque sus amigas la criticaban por ello.
Luego salieron juntos y fueron al autocine y él la invitó a helados y perritos calientes, y no podía dejar de masturbarse cada noche pensando en ella.
El capitán tenía un objetivo claro.
La capitana se mostraba ambivalente, no especialmente interesada más allá de la compañía, aunque sí se considerara su novia.
No estaban preocupados por lo que los demás dijeran, para ellos no se trataba de ser modernos o no. Les parecía curioso ser los capitanes, se suponía que eso conllevaba alguna responsabilidad para una pareja como ellos.
Como fuere, ella sentía que tenía lo que quería. Pero él aún no.
La capitana de las animadoras estaba enamorada del capitán del equipo de fútbol. Como si él lo hubiese “intuido”, un día la abordó en el instituto y la invitó a pasear. Ella respiró aliviada, porque no se hubiese sentido cómoda rompiendo el hielo.
Luego, durante un tiempo, vieron pelis y cenaron juntos, y, cada vez que él intentaba acariciarle las piernas, o meter la mano bajo su suéter, ella se apartaba sonriendo.
El capitán no podía aguantar más.
La capitana no parecía disfrutar teniéndole a pan y agua, pero aún no quería dar ese paso.
No es que les importase lo que dijesen los demás; ella no hacía mucho caso a sus amigas, y él no se dejaba provocar por el cachondeo de vestuario de sus compañeros. Pero de alguna forma sentían que era mejor así, y que estaba mal acelerar las cosas. Incluso él lo pensaba. ¿Quién demonios creía de verdad en eso de ser uno mismo?
Un fin de semana ella se quedó sola en casa. Sus padres no sabían que salía con el capitán. En lugar de ir al cine, como estaba previsto, decidieron dar el paso. Habían estado saliendo durante cinco semanas.
La erección masculina penetró la humedad femenina con facilidad. Se suponía que eran vírgenes, pero no tomaron decisión o precaución alguna, ni tan siquiera consiguieron un condón. No llevaron cuidado, no lo hicieron despacio. No mancharon nada de sangre, no se sintieron observados, paradójicamente, ni tenían miedo a que les pillaran.
Ambos llegaron sincronizados al orgasmo. Por supuesto.
Estaban absolutamente extasiados.
Cerraron los ojos con fuerza.
Supieron que no había consecuencias.
Es conveniente dar un margen… es emocionante comer helados juntos, ir al cine, comer pipas en un banco del parque, pasear uno al lado del otro, rozando como sin querer las manos, las miradas huidizas mientras el color sube a las mejillas.
¡Jo!, parece que estoy describiendo mis tiempos de jovencita cuando teníamos que reservarnos para el matrimonio.
Cuando el deseo y a pasión van creciendo día a día, es normal llegar al éxtasis ese día que estalla como si fuera una traca…