Mi madre siempre me ha dicho que de crío, muy crío, tenía un amiguito negro en el pueblo donde íbamos a veranear. Yo no me acuerdo. Algo que me chirría en algunas películas, es cómo familiares o amigos que no se han visto en mucho tiempo, enseguida hablan con confianza cuando no tienen más remedio que encontrarse, aunque sólo sea para tirarse los trastos a la cabeza. Seguramente la última vez que fui hábil socialmente, fue con aquel niño negro.
Al salir voy confiado, y luego empiezo sudar. Es algo con lo que tengo que lidiar. La confianza me dura unos cinco minutos, luego la mancha en mis axilas comienza a crecer. Eso empieza hacia finales de marzo, y dura hasta que vuelve el frío.
Es la putada de llevar sólo una camiseta de manga corta, es una jodienda que se retroalimenta; cuanto más sudo más me preocupa el sudor, y por ende sigo sudando. Da igual que me duche tres veces al día. Mi rutina con la higiene no importa. Todo el mundo sabe que lo importante es lo que pareces. Y no te puedes poner a dar explicaciones. Tienes que hacer como si nada, aunque no puedas fingir para ti mismo. Es inútil y no puedes hacer nada. Es la clase de cosas que sólo pueden carecer de importancia para quien no las sufre, y no es que lo haga.
Pero el sudor es lo de menos, claro. Aunque para cuando llegue al bar, parecerá que me he salido a media maratón por un esguince, todo el mundo sabe que lo importante es todo lo que viene después, que básicamente soy yo. Lo importante no está en el interior por nada. Así que interior y exterior –igualmente importantes– se alían para joderte como es debido. Ponerse a pensar hasta qué punto es culpa de uno, es lo más parecido que conozco a una pérdida de tiempo. Es casi como querer viajar atrás en el ídem y decir Sí aquella vez que dijiste No, o viceversa.
En el bar, aparte de sillas y mesas, hay una pista de baile cubierta con algún tipo de tela y cojines por todas partes. Lo que menos me apetece es llegar y revolcarme por el suelo como si estuviera de lo más cómodo con mi cuerpo. Espatarrar mis treinta y cinco años como si llevara una barba tupida y todos lo grupos que escuchara fueran desconocidos. Como si las apariencias engañaran y tuviera dos carreras y acabara de llegar del cuerno de África de echar una mano. A mí lo que me gusta es beber café sentado en una silla delante de una mesa, como cualquier otra persona aterrorizada.
No digo que eso sea bueno, sólo digo que es lo que a mí me gusta.
Ahora hay que aclararlo todo. Tienes que estar todo el tiempo dejando claro que lo que tú dices es lo que tú dices, y por tanto sólo tu opinión. Ahora todo lo que no sea dar la razón y chuparle el culo a todo el mundo, te puede traer problemas. Todo está lleno de drogatas de la indignación. Quieren que estés todo el tiempo aplaudiéndoles por no ser machistas, racistas u homófobos, y si dicen alguna gilipollez en ese contexto, nadie puede echárselo en cara. Creen que por no ser skinheads no pueden equivocarse o pasarse de la raya. Creen que si les dices que siempre están cabreados o a la defensiva, y que eso no es inteligente o práctico, es porque en ellos no aceptas el cabreo permanente pero sí lo haces en fachas y machistas. Recuerdo que de más joven decía de pasada cosas como: “todo el mundo es gilipollas”, aunque no me lo creyese del todo. Ahora, de mucho menos joven, empiezo a creerlo, aunque no lo diga.
Internet ha arrojado luz sobre el mundo interior de mucha gente anónima. Ahora puedes verles las tripas. Creen que lo que se ve es una feria de la dignidad, la “visibilización” y la conciencia, y en un 90% sólo parece un circo barato de tres pistas, animales incluidos, sobre todo gatos.
Hay datos irrelevantes, o relevantes sólo para ti. Me encantan. El rugido del Tiranosaurio Rex en Jurassic Park se produjo con una combinación de sonidos de tigre, caimán y un bebé de elefante. Mi mundo interior tiene poco que ver con la concienciación. Claro que no tengo problemas con las demás razas y preferencias sexuales, y claro que que entiendo que hay una preniciosa problemática con el machismo integrada en el ADN de la sociedad, pero no quiero volver a insistir en que yo soy de los que se sienta en una silla y da sorbitos de café. Todo el mundo debería conocer sus limitaciones. A mí me encantaría correr los cien metros en nueve segundos, pero nunca tuve lo que hay que tener, el deporte se me da como el culo. Otros, sin embargo, quieren cambiar el mundo (o eso dicen, a veces cuesta imaginarles a gusto en ese mundo), y para ello entran en Twitter…, y demuestran que se les da como el culo. Lo más que consiguen es autoviralizarse; puede que acaben publicando un libro recopilatorio de cabreos; pero el mundo sigue intacto y muerto de risa, disparando rayos mortales contra negros, mujeres, gays y lo que se ponga por delante.
No me da la gana levantar el puño en señal de lucha, no de esa manera; no me fío casi nunca de los que lo hacen ahora, y no quiero ser como ellos. Raramente suele haber motivos más allá de vacíos personales para actuar de esa manera. Creo que el mundo lo nota, y creo que sólo cambia cuando los que comienzan a actuar diferente no lo pregonan sin parar.
El monopatín se inventó en 1963. Y me paso como una hora esperando la compañía. Lo bueno es que yo he elegido mesa, y quien quiera estar conmigo va a tener que sentarse en una silla y no en el suelo, por mucho que mole fingir que estás cómodo ahí. Ni siquiera se puede fumar, ni tabaco, no puedes pincharte heroína, no puedes hacer nada de lo que pega con tirarse en el suelo. Sólo puedes tirarte encima uno de esos cócteles de a nueve euros que hacen aquí. Esas crías de cono invertido rellenas de algo rojo, dulzón y sólo pasable. Con el borde de la copa cuajado de azúcar, eso sí. Ahora ser pijo está sólo un peldaño por debajo de parecer concienciado. Se ha logrado que ser estudioso sólo sea otra forma de alimentar el ego. Gente inmortal de tan consciente. Los capullos de siempre con otro envoltorio. Gilipollas, y no mejores que yo y la demás purria.
Y todo esto para qué. Por qué. Conversaciones digitales. Y el vuelo más largo que ha hecho una gallina es de trece segundos. No es que no me dé pereza quedar. De hecho quedar con gente me parece agotador. Sin embargo hay personas que necesitan estar con gente, y asocian el estar solos con alguna clase de profundo fracaso, o al menos con un aburrimiento mortal. Hay cierta adicción de fondo al ruido. Cosas tan esenciales como pensar, como darle vueltas a algo, meditar, se han vuelto poco recomendables, a no ser que se trate de una inversión. Una inversión económica, claro está. Lo que llaman ahora Formación tiene que ver sobre todo con mamársela a alguien en un despacho. Puede que no se la chupes a nadie, pero la metáfora viene al pelo. Te preparan para el futuro, dicen (que será igual, claro); esas cosas las van diciendo por ahí padres de niños y niñas de diez años. Meterle mierda en la cabeza a un hijo es una de las pocas cosas que puedes hacer sin que nadie te pida antes el currículum; y quizá una de las pocas con las que habría que pedirlo.
Así vamos a cambiar el mundo, con gente procreando con el seso licuado, y los “activistas” explorando distintas formas de masturbación. Ceros y unos como vibradores, ceros y unos por el culo.
El primer año de un perro equivale a veintiún años humanos, cada año canino posterior es de cuatro años humanos. Ahora todo el mundo ama a los animales, por el proceso de fotografiarlos. Ellas llegan al cabo de casi media hora, impuntuales. No sé qué idea se han formado de mí, pero es equivocada. Nunca fui el chico malo, ni tampoco el bueno. Ni equidistante.
La silla eléctrica fue inventada por un dentista.
Se supone que tengo que estar de buen humor, es sábado por la tarde. He hablado sobre todo con una de ellas, de forma no presencial. Da la sensación de que ambas han venido para que la otra no esté sola. Hago los mismos comentarios de mierda de siempre, relacionados con ser “de provincias” e ir sólo a veces a la gran ciudad. Se supone que tengo cierto bagaje cultural, criterio, gusto, etcétera. Soy unos años mayor que ellas. Una de las peores cosas de haber crecido viendo cine y leyendo simplemente porque te gustaba, es descubrir que ahora hay gente que lo hace por lo que proyectas con eso. Lo convierten en otra asignatura. Lo usan para ligar. Lo rebajan.
Pensar es sólo una inversión económica; tener cultura, como tantas otras cosas, se usa sobre todo para follar.
La tierra pesa alrededor de 6.588.000.000.000.000.000.000.000 toneladas.
Y aquí estamos.
Al menos no estamos tirados por el suelo.
Hablamos de nada durante unas dos horas. Siempre fingiendo que tienes algún proyecto que te importa (o importante), casi sin mencionarlo. Humildad que ya no sabes hasta qué punto es falsa o hasta qué punto está empezando a ser verdadera. Ellas son de fuera, venían por asuntos profesionales que no me han quedado muy claros, y me dijeron si quería tomar algo. Yo también he tenido que coger el tren, una hora. Tienen veintitantos y aún les brillan los ojos como a una botella de champán. Yo tengo treinta y tantos, y me siento agotado. Son la clase de chicas que con el tiempo se preguntan por qué les parecían interesantes ciertos tíos antes. Se ponen a recordar y se les pone la piel de gallina.
En 1694 los jueces se vistieron de negro para llorar la muerte de la reina María II, y así se han quedado.
Después de la tertulia, vamos a una exposición pictórica en familia. Es del amigo de una de ellas, lo que hace que se esfume cualquier posibilidad de que la exposición me interese. No sé bien por qué es, pero cuando la obra de arte siempre está rodeada (sólo) de amigos del artista, normalmente ni hay arte ni hay artista. Sé que no tiene por qué ser así, pero es mi prejuicio favorito.
Las galerías de arte me suelen transmitir sobre todo frialdad, y no es distinto con la que visitamos. No queda más remedio, las obras tienen que poder respirar, tienen que poder ser El Centro. Al menos en teoría. Si coincide que es la presentación de la exposición, como es el caso, lo que te encuentras es a un montón de extraños que se ven unas tres veces al año, y de los que llega un murmullo de alegría exaltada controlada constante. Eso y copas de vino y otros alcoholes, que el servicio (la mayoría parecen estudiantes) va repartiendo con bandejas.
Conocemos al protagonista. Huele a limpio, sonríe, me estrecha la mano. Hace tantos esfuerzos por proyectar humildad, que casi empiezas a echar de menos que fuese un poco creído, y así poder odiarle por una certeza y no una teoría. La verdad es que no sé lo que está pasando, pero lo interesante es que tampoco me importa. No sé qué es esto, no sé si es un simple rollo de amigos o si ellas han planeado algo. Prefiero no pensar en ello. Si alguien espera que comience a captar señales, ha elegido al treintañero equivocado. No jugaba a eso ni con veinte años; ahora directamente me parecen costumbres exóticas de otro planeta. Si alguien quiere algo, tendrá que poner la propuesta sobre la mesa, firmada y sellada, con todas las clausulas claras. No es que yo nunca quiera nada, y ellas me caen bien, especialmente una de ellas; pero me siento incómodo, lejos de casa y nada travieso. Ahora mismo soy un funcionario del tiempo libre. No se pueden esperar de mí comportamiento crípticos, que me espatarre por los suelos, haga pasos de baile o comience a lanzar proposiciones. En ningún momento voy a decir nada parecido a “¡Eh, chicas!”. Eso no va pasar. Sé ser amable, y he aprendido a decir “Bien” cuando me preguntan cómo estoy, pero no pienso actuar como si fuese todo el día como unos cascos verde fosforito al cuello.
El corazón humano late más de cien mil veces en un día. Siempre me ha fascinado que pueda no parar durante años, décadas. Es como si fuera quien mejor me aceptara. Es lo bueno de los órganos: hacen lo suyo, no te juzgan. Es comprensible que con el tiempo se haya querido convertir a las personas en órganos, todos al servicio de alguien sin juzgarle, aunque extorsione, aunque mate, aunque arrase el planeta.
Nunca he sido bueno como órgano. He rebotado de un curro a otro, y sin duda los mejores lapsos de tiempo, en los que más he aprendido, leído, sentido, escrito, aprendido, vivido, ha sido en etapas de paro, cuando he tenido tiempo para aburrirme, y he descubierto que aburrirse no solo es bueno, sino absolutamente imprescindible. Si fuese por mí, el sistema vigente habría infartado hace mucho. Lo irónico es que soy todo corazón. Lo juro.
La mayoría de las veces que ves venir un tópico, el mismo se hace realidad. La chica con la que yo hablaba en la pantalla; su amiga y el artista humilde. Qué mejor que esperar a que la galería de arte cierre e ir los cuatro a tomar algo. Una terraza, noche de verano, más cócteles a nueve euros, estoy rodeado de ellos. Lo mínimo que parece gastar la gente cada vez que saca la cartera, son diez o veinte euros. Convierten la vida en eso: pagar para dar el siguiente paso. No todos estamos forrados, pero eso es una realidad que raramente contemplan, a no ser de forma muy vaga, hablando de política, rebuznando concienciación. Por eso aburrirse es un lujo. Hay un plan trazado, en el que cuanto más lúcido y consciente seas de lo que te rodea, más difícil será tener pasta. Saber cosas es contraproducente; quien va tirando (o siempre tiene pasta) es quien cierra los ojos y se toma regularmente sus pastillas para la hernia. Suele coincidir que el cinismo más abrasador viene con la más respetada capacidad de sacrificio. Cuando te digan que alguien es muy trabajador, procura no confiarle nada, mucho menos tu vida.
Les cuento algo, me abro. Creo que es por el alcohol. En mi piso cutre hay un fantasma. Pero no en mi piso, sino en el de al lado. El vecino me lo ha contado. No le hubiese creído a ningún nivel a no ser por el barullo que monta algunas noches. Encima, al ser yo el único vecino que conoce su crisis, a veces me llama al timbre de madrugada, y me pide dormir en mi sillón. No tiene por qué ser un fantasma, pensaréis. La gente se pone muy pesada con el empirismo, y hay algo que les aterroriza mucho más que los fantasmas, y es la idea de que no lo controlen todo en cierta manera. Están dispuestos a reconocer que no lo saben todo, pero el control… eso ya es harina de otro costal. Necesitan creer que conocen el mundo que habitan, y que no hay otros mundos, ni energías, y que los muertos sólo son muertos, materia en descomposición. Necesitan estar convencidos de que lo que el ser humano no sabe explicar, un día tendrá una explicación larga y aburrida, y en ningún caso abstracta, compleja o ambigua.
Mi vecino podría estar loco, le podría estar creciendo un tumor dentro del cráneo (aunque ya fue al médico, y nada), pero al margen del ruido de los muebles arrastrándose y los gritos de terror, hay otra cosa. Algo que ni le he contado al vecino, para no acentuar su crisis. En el pasillo de la escalera hay instaladas luces que se encienden con el movimiento. A media que pasas se deberían ir encendiendo. Detectores. Los dos que hay junto a la puerta del vecino, cuando llego tarde, jamás se encienden. Camino varios pasos en la oscuridad. Un día llamé por mi cuenta a un técnico. Dolió, pero lo pagué yo, sin decir nada a los vecinos. Quería saber qué pasaría. Cuando el tipo hizo la instalación y los cambios adecuados, al probarlo todo estaba perfecto. Eso fue una mañana de sábado. Al llegar yo por la noche, las luces volvían a no funcionar.
Le pregunto al vecino que por qué no se muda, y siempre comienza a balbucear. Luego un día me cuenta que consultó con alguna especie de parapsicólogo, y le dijo que la clase de entidad que tiene en casa no es de las que se quedan ahí cuando uno se muda. De alguna forma, el fantasma está asociado al vecino, y no al piso. Otro día me confesó que había estado un fin de semana en un hotel, por trabajo, y que allí también lo vio. Dijo que lo que el parapsicólogo le dijo, era que lo que necesita se parece más a un exorcista que a un chamán o un cazafantasmas.
No era un fantasma, era un demonio. Le pregunté qué forma tenía. Me dijo que era una mujer joven, guapa, pero con rasgos cambiantes. Ha asumido que un demonio adopta una forma agradable, pero no entiende por qué. Si ese algo demuestra que no tienes el control, y que no sabes cuándo te va a pasar algo malo, ¿importa mucho que se parezca a Marilyn Monroe?
Me dicen que quieren verlo, muy entusiasmados. Pagamos la cuenta, cogemos el tren y nos vamos a mi edificio. Lo encuentro precipitado, pero me dejo llevar. Subimos en el ascensor (cuatro pisos), y salimos al pasillo. Técnicamente son sensores de movimiento. Se enciende uno, luego el otro, y llegamos a la zona conflictiva…
Cada día de trabajo en el rodaje de ‘El Exorcista’ , gran parte del reparto acudía a la Iglesia buscando ayuda espiritual, asustados por los fenómenos que sucedían, y que no lograban entender.
Probablemente la mayor mentira de mi vida, haya sido fingir autocontrol ante esta historia del vecino. Contarla como si no me hubiera asustado más que cualquier otro lance vital. Después de una noche de movimiento en su casa, al día siguiente me siento preparado para cualquier cosa. No puedo imaginar en qué estado de nervios estaría si me pasara a mí directamente.
Creo que las personas somos recipientes.
Al pasar junto a la puerta protagonista, las luces vuelven a no encenderse. Al menos no he quedado como un mentiroso.
Qué hacer. ¿Les invito a pasar? No es que mi piso esté mal; no me considero un maniático de la limpieza, pero sí cuidadoso. Aireo abriendo las ventanas, barro, sacudo el polvo, paso la fregona. No es por la esperanza de tener un buen picadero potencial. No siempre. En ese lapso de dudas, cuando los demás comentan la jugada mientras yo pienso qué hacer, una de las dos luces protagonistas se enciende. Y no solo eso, se ilumina de un modo imposible. Aumenta el brillo durante unos cinco segundos, y luego estalla con un sonido metálico estremecedor. Todos hemos cerrado los ojos, nos hemos cubierto con los brazos. Al recomponernos, el artista humilde está en el suelo, inconsciente.
Esa noche nadie folla. Cuando la ambulancia se ha ido y me quedo solo, me pregunto por la naturaleza de ese muchacho, por su grado de falsead o maldad potencial. Luego pienso en el vecino; la verdad es que no sé cómo es, sólo le he visto asustado, lógicamente asustado, ya sea por un tumor o por un demonio.
Me cuesta dormir menos de lo que pensaba, lo hago pensando en la feria de la dignidad.
Me despierta el teléfono. Es ella. Me dice que el artista humilde (tardo un momento en asociar el nombre que me dice a él) ha estado gritando incoherencias ingresado. Me pregunta si creo que los seres humanos somos recipientes. Nunca sé qué responder para atraer el sexo.