En la granja de papá, la cosecha discute entre sí y raramente alimenta. Los cuervos rezongan de placer, y los gusanos siguen edificando en primera línea de playa en las manzanas. Los cajones están llenos de pastillas y ciertos cultivos deambulan colocados. En los bosques aledaños resuena la caza furtiva, y arriba los aviones comerciales siguen ajenos en su ruta. Papá y sus amigos perpetúan sus risotadas, y cada domingo ofrecen sus almas en grandes porciones, para que Dios las digiera. A veces nos visita una mujer extraña, y mancha todos los rincones de pintalabios. Siempre hace el mismo gesto al guardarse el billete. Por las noches las pesadillas están dentro y fuera de mi cabeza. El espantapájaros no ha sido renovado jamás que yo sepa, y entra y sale cuando quiere de mí. A veces el espantapájaros y a veces mi padre. Si despierto alterado lo importante es que nadie venga a consolarme. En la granja de papá el ruido nocturno se paga caro. Es mejor no hablar sobre las manchas de sangre. La ciudad está en otro mundo y allí vive otra gente. En la ciudad creen que la justicia es algo consustancial a la sociedad. Cada día aprendes palabras nuevas. Pero la justicia sólo son cosas de casa. Yo leo sobre justicia en los libros como los niños de ciudad leen sobre hadas. Los libros me los regalaba la niña de una aldea cercana. Luego se mudó y me pasé varias noches evitando hacer ruido. No es que llorar no sirva de nada, pero papá reacciona con cosas así. Papá curra y luego trabaja, y luego se desloma, luego madruga y después vuelta al tajo. Para su idea, tiene tantas reservas de dignidad, que se cree con derecho a todo lo que he contado. Es indiscutible. La justicia son cosas de la cabeza de cada cual. Él en su universo, yo en mi jaula, y mamá enterrada en el jardín.