Archivo por meses: enero 2018

Veintiocho testigos

Sujeto A: Me cuesta mucho empatizar. Es como cuando veo una pareja haciéndose bromas internas. A veces pienso que de no haber consecuencias los empujaría a la vía del tren. O cuando veo a dos mujeres hablando de sus hijos pequeños. Creo que sólo he sentido el instinto maternal por contagio global, por presión general, como si mi vida fuese a ser incompleta por no ser madre. Nadie habla de los tíos que no son padres, hablan de las tías que no son madres. Imaginan o bien a una ninfómana o bien a una loca enterrada en gatos. Seguro que sabe lo que quiero decir, y seguro que no es la primera vez que lo oye. Pero quiero que quede clara una cosa: no opino en nombre de nadie. Hago lo que puedo, puede que no sea la más lista, pero sé ver las cosas, aunque ahora mucha gente esté convencida de lo alienados que estamos todos. Ellos no, ellos tienen poderes, ahora hay cuatro tías que creen que todas las demás somos imbéciles. La verdad es que hay un montón de gente a la que empujaría a la vía del tren. Puede escribir que estoy amargada si quiere, pero cuando otro sujeto parezca feliz, cuidado, ahí es cuando tienes que vigilar tu espalda.

Sujeto B: Yo no quiero tratar con ellos. Casi nunca sirve de nada. El otro día tuve reunión de padres. Los padres consiguen adaptarse a los tiempos, casi siempre encuentran una manera de joder la marrana. Pueden ser anticuados o modernos, o creer que son modernos, o pensar que es gracioso que sean anticuados. Lo peor es cuando tienen que esforzarse. Estoy hablando de gente que tiene cuenta de Twitter, y eso sólo para empezar. Las redes sociales son el nuevo Tamagotchi al que alimentar, uno monstruoso. Ahora ser padre sigue siendo muchas cosas, pero una de ellas es una entrada de feedback asegurado en Instagram. No tengo nada en contra de esa dinámica, pero le aseguro que me hace pensar. Antes tenías fotos de pequeño, ahora cada crío tiene más fotos en unos meses que Marilyn Monroe en toda su vida. Piense en los nativos digitales. Yo aún no he llegado a los cuarenta, tengo perspectiva tanto para la juventud como para la vejez. Ya no soy exactamente joven. Soy desechable. Si vas hasta el cuello nadie se va a preocupar por ti. Pero siendo profesor, puedo pensar en la sobreexposición de los niños o la inoperancia de los padres desde una posición difícil de mejorar. Es como si estuviera en una cima y viera igualmente a los que suben por un lado y los que bajan por otro. Y que ambos ya están usando el Tamagotchi real para alimentar al ficticio.

Sujeto C: Entiendo ese impulso perfectamente. Casi todo el mundo cree tener perfectamente bajo control al mamífero. Creen que el único animal que hay en casa es el gato. Sólo se colocan en un contexto animal para bromear. Dicen algo como “En casa somos tres, mi pareja, el gato y yo”. Aunque en realidad suelen decir “yo, mi pareja y el gato”. Usted pensará que la ironía está en dotar de humanidad a la mascota; yo creo que la clave está en el ser humano pretendiendo que no es un animal. El ser humano siempre ha sido el pedante peligroso de la fiesta. Es un problema inabordable, porque además quienes intentan coger las riendas son los peores. ¿Cómo puede ser moderado y humilde de verdad alguien que se ha presentado a la puta presidencia de un país? ¿Cómo vas a servir a la gente desde un pedestal literal y figurado? ¿Cree que alguien realmente moderado y humilde va a querer hablar en nombre de ciudades enteras? ¿O pensar que es el idóneo para arreglarlas?

Sujeto D: Cuando siempre recurres a la misma idea o teoría para explicar los problemas y desacreditar las opiniones ajenas, no pinta que seas un genio del análisis o la observación. Puede que sí tu gurú ideológico. Es lo que hacen; ellos sí suelen darle vueltas a las cosas, pero cuando ven que tienen seguimiento reducen la tesis a sólo dos o tres lemas. Se sienten obligados a ofrecer herramientas sencillas para discutir, sencillas y que a la vez sean lo suficientemente eficaces. En realidad raramente son eficaces si les das una vuelta, pero se trata de usarlas con tanta energía, convencimiento y cabreo, que la gente decida callarse a tu alrededor. Es la manera de que te ignoren como a un tonto (merecidamente), pero acabas perfeccionando el convencerte de que tienes razón.
Llegados a ese punto, ya no hay una tesis, sólo un club muy agresivo de punto de cruz.

Sujeto E: Cada vez veo a más gente pidiendo perdón no por haber dicho algo malo, sino para no molestar a la gente que ni ha hecho el esfuerzo por entender lo que han dicho. No tengo claro que eso sea bueno para nadie. Sé que prefiere que divague, pero yo llegué a casa empapado de sangre. Creo que ese tipo de gente perezosa tuvo mucho que ver. Hay gente a la que me imagino paseando por descampados mientras fantasea con una batalla que ya no existe, o que sencillamente ya no es como antes. El problema es creer que el mundo va a ser alguna vez perfectamente seguro. Pero si estás completamente enganchado a la lucha… Es toda esa bondad hiperbólica. No entiendo por qué nunca se contempla eso como una droga. Seguro que en épocas pasadas ciertos comportamientos eran lógicos, pero los tiempos cambian. Hay gente que se cree moderna y visionaria, que en realidad no hace más que añorarse de cuando ciertas actitudes estaban plenamente justificadas. No hay nada más absurdo que autoconvencerse de que un problema existe al nivel 100 sólo porque uno cree tener la solución. No tiene sentido sacar la bandera roja en la playa cuando los niños chapotean tranquilamente varios metros mar adentro. Incluso aunque todos sepamos de lo peligroso que es el mar.

Sujeto F: Llevo toda mi vida adulta en una especie de cruzada contra los símbolos. Sé que puedo ponerme pesada con eso, pero no consigo entender a la gente cuya identidad cabe en un trapo o una chapa. Ese rollo se retroalimenta. ¿Si mi enemigo ondea una bandera, qué podría hacer yo? ¡Claro, ondear una bandera! ¿No cree usted que eso a cierto nivel les convierte en exactamente lo mismo? ¿No dijo alguien que no se puede arreglar un problema con la misma forma de pensar que creó el problema?
Para mí fue desagradable, claro, pero digámoslo así: me negué a traumatizarme. ¿Alguna vez ha visto a esa gente que se cuelga a pulso de la cornisa de un piso veinte? ¿Qué se supone que tenemos que pensar cuando se matan? Yo no disfruto con el mal de nadie, pero estoy perfeccionando la indiferencia con los que compran esos boletos. Y además, ¿hay algo más odioso que esa gente que disfraza las mierdas personales de problemas sociales? Se pueden ir al carajo. No voy a sentir pena por esa gente, y tampoco van a conseguir que tenga miedo. El mundo ya está bien jodido como para que encima vengan personas adictas a los conflictos a zarandearte y gritarte que despiertes, como si tú no pudieras razonar solita.

Sujeto G: Si opinas para un público, si eres una “estrella” de la opinión”, ya hay un problema de base. El colectivismo tiene sentido hasta que algo tan natural como la discrepancia se vuelve prohibitivo. Cuando empiezas a moldear tu opinión para gustar sólo a un grupo concreto, igual que si te vistieras para una fiesta, te conviertes en alguien de quien claramente hay que alejarse si la conversación va más allá del frío que hace. Cualquier persona sensata evitará hablar contigo de nada que sea mínimamente serio. Cuando además este tipo de personas se enfrentan, cada una desde su obsesión por gustar a “los suyos”, pues…
Y qué decir de ese público agradecido, que se limita a escuchar y repetir…
Si lo piensa no es tan raro. ¿El sistema educativo no se basa en eso? Lo que creo es que nos cuesta mucho crecer como personas, nos han criado para ser productores. Así que cuando intentamos ser personas de verdad, seres pensantes, acabamos cayendo fácilmente en los comportamientos sectarios. Escuchamos a alguien que suena convincente, y simplemente decidimos que lo es. Es como si quisiéramos demostrar que pensamos a la vez que buscamos hatajos para no hacerlo. Ser un fanático o un extremista es más fácil que ser cualquier otra cosa; mucho más fácil incluso que resignarse a ser un productor.

Sujeto H: No me gusta cuando la gente lo califica de comportamiento infantil. Entiendo lo que quieren decir. Pero los niños generalmente no están contaminados; hablamos de gente que ya ha tenido tiempo de sobras para eso. El problema de ciertas facciones activistas es que no les cabe en la cabeza que tu discrepancia no tiene necesariamente que ver con sus valores de fondo, sino con ellos, con comportamientos particulares. Ellos creen que si discrepas con ellos es porque estás con los otros. Ni siquiera les cabe en la cabeza la posibilidad del pensamiento propio. Tener razón, incluso cuando parece muy evidente que la tienes, no te libra de decir gilipolleces, ni tampoco de hacerlas. Unirse a un grupo tiene muchos sentidos potenciales, no siempre tiene que ver con la causa. Allí había dos grupos, muchos ni siquiera sabíamos bien de qué iba el asunto. Yo le aconsejo que si se ve envuelto en algo parecido –con los dos andenes repletos en hora punta–, pegue la espalda en la pared. Ni siquiera intente salir de allí. Espere a que todo pase.

Sujeto I: No quiero banalizar, pero es lo que me vino a la mente. Era como el pasillo que se inunda de sangre en El Resplandor. El maquinista no tuvo tiempo alguno de reacción. La cabeza de ese tío debe estar ahora peor que los cuerpos de las vías. La gente del andén escupía sangre ajena con la ropa empapada. Los que salían de los vagones debieron pensar que se había extendido algún tipo de infección zombi. En serio. Luego comenzó el festival de vómitos, lloros y gritos. No puedo quitármelo de la cabeza.
La palabra que me vino a la mente, después del jaleo anterior, es castigo. Un castigo tanto para los activos como para los que fuimos pasivos.

Sujeto J: Yo no estaba en la manifestación. Más bien vi corrillos cuando ya se estaba disipando. Pero estaba claro que había dos facciones enfrentadas. Había mucha gente joven, pero no sólo eso, y también había de esa clase de personas que parecen intentar protagonizar la marcha. No me refiero a lo de sujetar un megáfono e iniciar cánticos, sino más bien a los que parecen fuera de lugar. Los que van a pasar la tarde, a ligar. Había bastante gente, al menos la suficiente para que hubiera problemas graves. Es decir, no lo que pasó, pero sí problemas graves. Ni cuando empezó a haber jaleo, cuando se comenzaron a llamar nazis unos a otros bajando al túnel, podías sospechar cómo terminaría todo. ¿No le parece extraño que ahora todo el mundo use los mismos insultos? ¿No es significativo? ¿Qué nuevas facciones hay y con qué justificación que –tanto unos como otros– tienen que recurrir a insultos de principios del siglo XX?

Sujeto K: En realidad siempre cabe la posibilidad de que sobreactúes. Todos sobreactuamos a veces. Algo nos molesta y reaccionamos de forma exagerada. Como todo hijo de vecino, ¿no? Lo que pasa con ciertas problemáticas sociales, creo yo, es que tienen una tradición tan larga, que llega un punto en que cuesta saber cuánto hemos avanzado. Hasta qué punto hemos mejorado o seguimos más o menos igual. Con los grupos de acción, ya sean animalistas, feministas, ecologistas o lo que usted quiera, este debate no ha lugar. El único momento en que podrían reconocer avances es justo antes de enumerar toda una serie de datos y estadísticas terribles que a menudo hay que elegir creerse. Todo el mundo maneja estadísticas que en teoría justifican sus actos y opiniones. La sobreinformación tiene el mismo problema que la información limitada; no sabes qué hay detrás. Y lo que suele haber a medio plazo es dinero, intereses, y mucha gente que comienza ganarse la vida en “tiempos de guerra”. Gente a la que la paz puede comenzar a no interesarle demasiado.
Lo que intento decir es que ahora no hay nada que resulte más violento que relativizar. Nunca llega el tiempo de relativizar. Siempre es el tiempo de las grandes convicciones. Cada generación parece necesitar su gran motivo para la disconformidad, y tiene que ser algo concreto. Usted sabe tan bien como yo que cualquier otra postura se considera como mínimo aburrida, pero sobre todo sospechosa.

Sujeto L: Piense en un chico o una chica de esas edades. Y no estoy hablando de inmadurez, simplemente de personas con necesidades, que se saben obligadas a construir algo. Yo creo que las personas se vienen abajo normalmente por culpa de los lapsos de lucidez. Cuando por un momento percibes la complejidad el mundo. Sabes que no puedes resolver esa ecuación, no quieres que te trague, y es muy probable que con el tiempo acabes buscando culpables. Es perfectamente humano. Y cuando digo culpables me refiero a MUCHOS culpables. A poder ser la mitad del mundo. Algo que sea imposible de gestionar, y que te dé la coartada perfecta para comenzar a manejar grandes palabras. Tan grandes que resultan abstractas. Tan fáciles y agradecidas de usar como difícil es demostrar objetivamente la justificación para hacerlo. Palabras que señalen a los culpables, tantos que ni siquiera saben que lo son. Por ignorancia. Tú sabes de ellos más que ellos mismos. No despiertan, no hacen nada, no se dan cuenta del daño que hacen. Etcétera.
No hablo sólo de lo fácil que es culpar a los demás, sino de la incapacidad para controlarse. Es algo que nos pasa a todos. La ideología no se suele poder permitir el lujo de la empatía. O dicho de otro modo, la empatía ideológica suele ser unidireccional.
Es terrible, porque en realidad es como tener que decidir entre estar todo el tiempo dudando o todo el tiempo convencido de lo mismo. Y puede que sólo una de esas dos cosas te haga sentir bien. O al menos útil.

Sujeto M: No me parece raro que ninguna de las personas directamente implicadas haya querido hacer ningún tipo de declaración. Vaya usted un día en medio de una manifestación cualquiera y comience a hacer preguntas directas. Habrá quien sepa argumentar bastante bien sus motivos, pero mucha otra gente no sabrá decir ni por qué están ahí. A veces es simplemente por un sentimiento, pero hay que tener cuidado con eso. Los sentimientos de rabia no tienen necesariamente origen en planteamientos legítimos basados en malas gestiones ajenas. A veces simplemente estás enfadado contigo mismo. No sabes en qué dirección disparar pero necesitas hacerlo. Imagínese cuando lo único que tienes que hacer es empujar al vacío a alguien en el momento preciso.
Estoy convencido de que en esa estación había mucha gente que, de haber pasado por esa zona diez minutos antes o después, de no haberse cruzado con los que creían sus enemigos, ahora estarían bien, no estarían muertos ni en la cárcel. Ya no estarían metidos en líos. Simplemente hubiesen continuado con su vida, la mayoría con otro temperamento a medida que pasaran los años. No digo que el idealismo de la juventud sea algo nocivo, de hecho creo que nos falta bastante de eso al hacernos mayores. Sólo digo que la pasión te puede hacer perder el control, es evidente, y no hace falta parecer peligroso para ello.

Sujeto N: Al tener la oportunidad de hacer esto por escrito (lo que es un alivio), he estado pensando en los canales de comunicación. En su asombrosa inutilidad. A esa gente que estaba ahí obviamente no les habían servido para nada. Ni tan siquiera sirven para calmar las aguas, para encontrar puntos en común. Lo que me lleva a pensar que mucha gente no quiere encontrar puntos en común. Simplemente no quieren. La idea de una confrontación probablemente les llena de adrenalina. No dista tanto del grupo de amigos que sale un sábado a intentar ligar, o incluso a buscar pelea. Creo que en el fondo saben que ciertos actos no sirven para nada. Fíjese en el modo en que los medios tratan estos sucesos. Tienes que convertirte en un auténtico investigador para encontrar artículos que no sean meramente parciales o meramente interesados. Hay mucha gente forzando la retórica, haciendo malabares con ella, dando rodeos increíbles al escribir; y paradójicamente lo hacen casi siempre para esquivar los grises y los matices, para intentar hacernos creer que con un lema basta. Hay muchas formas aparentemente sofisticadas de decir que sólo hay buenos y malos. La mayoría de veces no podemos mantener un debate productivo porque no somos capaces de ser honestos con nosotros mismos.

Sujeto O: Yo siempre pienso en los ladrones, los asesinos, los poderosos, toda esa gente contra la que nos manifestamos. Y siempre me da la sensación de que están completamente al margen. No es que no escuchen, es que simplemente no están mientras hablas. Generalmente siempre se pelea gente del montón contra otra gente de montón. Los que el lunes se van a tener que pegar el madrugón, y que van recordar la “mani” del sábado como quien recuerda un día en el campo o una cena de cumpleaños. Seremos distintos en muchas cosas, pero somos iguales a la práctica. Y ya no importan casi nada la ideas, porque todo se pasa por el mismo filtro. A veces siento mucho más ficticia la realidad que las películas y los libros. Toda la energía desaprovechada, el error constante en la valoración del suceso de turno, la generalización estúpida y agresiva, la falsedad de los que jamás se levantarán del despacho adecuado después de mandar al carajo al entrevistador. Sinceramente, creo que ese concepto del “pan y circo” ha mutado, se ha vuelto más político pero igual de alienante. Crees que estás dentro, en el lugar adecuado, haciendo algo por los tuyos, pero en realidad eres igual que el tío ha ido a ver el fútbol. De hecho quizá ni hubiera motivo para tu manifestación (más que el del porcentaje de miseria imposible de reducir a cero), quizá tu manifestación no fuera más que un ruido que a algunos les viene fenomenal para que no se hable de otras cosas. Es reconfortante unirse para luchar, pero hay una línea muy fina entre la fortaleza del grupo y el cinismo ingenuo del rebaño.

Sujeto P: Me dio la risa cuando vi al presidente ir a la zona. Cuando hizo el paripé del señor poderoso con corbata que inspecciona, que escucha, que mira con gravedad. Esa danza de las cámaras, y luego los trípodes de cara al atril. El señor presidente cumpliendo con su función. Es como una ficción, pero de la peor clase. El material para el telediario, el ritual que llama al aburrimiento habitual, que sirve para eliminar algunos millones de suspicacias. La emoción, la emoción sincera y absolutamente falsa. Escalofriantemente banal. Inútil. Imagen. Agenda. Programación. Al hacer todo eso, una nueva tragedia se convierte en una tragedia más. La misma forma de pensar, la misma forma de proceder. Televisiones privadas y públicas. Personalmente no me extraña que la gente busque vídeos de la sangría. Dudo que estas alturas sea ni tan siquiera exactamente morbo. Porque al menos eso es real, es palpable, es una consecuencia en acción, un resultado, una respuesta, el karma, lo que sea. Pero late, está vivo, tiene significado. No se burla de ti.

Sujeto Q: No sé qué clase de parálisis supone. No estaba así sólo yo. Había gente con las piernas amputadas, intentando alcanzar el andén con las manos. Cuando se miraban a sí mismos, vomitaban. Yo vi salir al maquinista de su cabina. Corrió y estrelló su cabeza contra la pared. Se golpeó y quedó inconsciente. Pensé que su plan era repetir esa acción hasta morir. Lo que digo es que la mayoría de gente salía hacia las escaleras. Pero algunos estuvimos una eternidad mirando a nuestro alrededor. Una eternidad de unos pocos segundos. Es obvio que no fue buena idea. Pero no es que fuera una idea, ese días las ideas estaban muertas. Llegaban aullidos y voces de debajo del tren. No pedían ayuda, sólo eran estertores, seguro que sabían que iban a morir. Ningún operativo médico iba a llegar y les iba coser los pedazos. No sé si hubiese tenido más sentido mover el tren. Creo que una parte de mí quería que se moviera, para poder ver los restos en las vías.

Sujeto R: Yo iba leyendo. Era el único momento del día en que tenía tiempo para leer o escuchar música. Ni siquiera era mi estación. No puedo decir que escuchara muchos ruidos. Fue más una sensación. Como si percibiera un deslizamiento. Esa sensación fue a mayores.
Casi me dio un infarto cuando vi un salpicón de sangre en mi ventanilla. Eso ya era de por sí terrible, y desde luego no lo digieres enseguida.
Al ver del todo la estación, esa digestión se hizo imposible. No sólo era terrible, sino que tiene algo de irritante ver algo que no sabes en absoluto interpretar. Una cosa es que alguien se suicide, por ejemplo. Pero, ¿qué demonios era aquello? No sólo era evidente que había caído MUCHA gente a la vía, sino que mucha otra (siempre empapados de sangre) seguía abalanzándose contra los vagones. Lo que en las películas son zombis, en la realidad eran personas llorando, intentando hacerse un hueco, respirar, no ahogarse con los vómitos. ¿Qué se supone que tenía que hacer, quedarme en mi sitio? ¿Cuál era el protocolo? No tardé en deducir que tendría que salir del tren en ese momento. Si alguna vez ha imaginado el Infierno como un lugar de tumulto, de demasiada gente apretada, ensangrentada y vomitada, yo estuve en el Infierno. No sólo se trataba del follón, llegué a ver miembros amputados, restos de lo que parecían intestinos. Tardé al menos diez minutos en lograr salir a la calle. Para entonces yo también tenía toda la ropa manchada de sangre. Me arrodillé y vomité como no lo hacía desde los quince años. Todo aquello estaba saliendo a chorro de mí.

Sujeto S: Creo que una cosa es la profesionalidad, y otra muy distinta darte por dinero a algo de lo que quizá no te recuperes jamás. Me despidieron, sí, pero nunca me arrepentí de mi decisión. No merecía eso, nadie con ese sueldo lo merece. Cuando sucede algo así, incluso cuando sólo se trata de un suicida o una pareja “romántica” de suicidas, debería ser algún jefazo el que se mancha las manos. Alguien que al menos tuviera una remuneración acorde a semejante trauma potencial. Alguien que pueda limpiar esas vías y luego además tenga el tiempo y el dinero suficientes para poder olvidarlo, ya sea a base de terapia o a base encadenar vacaciones en islas económicamente prohibitivas. ¿Yo? Ni de coña.

Sujeto T: No creo que sea fácil de explicar. Supongo que cada cual tiene su proceso. En el momento fue un horror. Además no podías moverte, porque la gente se caía intentando subir escaleras, pero nadie se paraba para esperar a que se levantaran. De modo que había embotellamientos en todas las salidas. Supongo que sabe que no todo el mundo murió en las vías. Ni siquiera huían de algo como el sonido de una ametralladora, simplemente no querían estar allí y ver aquello.
Como le digo, en el momento fue un horror. Pero aquello desgarró algo dentro de mí, algo que siempre me había hecho daño. Desde aquel día he visto la vida con otros ojos. Afronto las cosas con otra actitud. No lo digo como quien habla sin parar de que ya ha visto lo peor, y que ya nada le impresiona, sino más bien como a quien eso le tranquiliza, sin ninguna necesidad de hablar de ello.
Cuando aún estaba intentando salir de allí, vi una mano amputada. Incluso la toqué, la sostuve un instante. Ojalá pudiera saber expresarlo de otra manera, pero no es para tanto.

Sujeto U: ¿Conoce la calle? Es una calle estrecha, y le aseguro que mi panadería no está precisamente cerca de la estación. No es una historia, pasó de verdad, pero claro, pasó lo que pasó, no lo que a la gente le da la gana. ¿Que si vimos a ese tío? Lo vimos. Le faltaba un brazo y una pierna. El brazo izquierdo y la pierna derecha. Se arrastraba. Antes habíamos visto movimientos extraños en la calle, la gente parecía tensa. Luego todo el mundo desapareció.
Estábamos en la trastienda cuando se oyó la campanilla de la puerta. Ese esperpento (disculpe, pero fue lo que pensamos), entraba arrastrándose al local. No era capaz de decir nada, sólo levantaba la mano, gruñía. No es verdad que mi marido le atizara con una escoba, ni tampoco lo “corrió a patadas” como leímos en la prensa. Pero no sabíamos lo que estaba pasando, y mi marido lo empujó fuera con el pie. Lo hizo con delicadeza. No había nadie en la calle, al menos en ese momento. ¡Y era sábado! Toda esa gente joven que habitualmente paseaba por allí…, (hay al menos tres locales nuevos de muffins). No había ni rastro de ellos.

Sujeto V: Usted seguramente no quiere que hable de Dios. Se niega a contemplar el suceso como algo muy parecido a un acto de Dios. Usted dice que hable de mi experiencia personal, que no quiere un discurso automático, sino pensamientos. Aunque no lo dice directamente, no quiere que hable de Dios. Así que no tengo nada más que decir.

Sujeto W: Yo sí pude ver esas cadenas. Nadie entendía cómo pudo caer tanta gente a las vías. Tantos a la vez justo en el momento preciso. Pero supongo que usted sabe cómo piensan muchas veces esos grupos de acción. No sé si tiene mucho sentido llamarlo mente colmena. El caso es que generalmente todos procuran apoyarse, al menos en esos días, cuando se manifiestan. (¿Soy yo o el resto del tiempo básicamente tienen crisis internas y se pelean?) El caso es que vi cómo se daban la mano y comenzaban a obstruir el paso. Se alinearon cerca del borde del andén. Pero en el otro andén también había gente de los dos grupos enfrentados, y el grupo contrario decidió hacer lo mismo. No querían ir en el mismo tren. Ambos decían que no costaba nada esperar al siguiente. Luego comenzaron los insultos, las amenazas. Al final uno de los dos grupos hizo una cuenta atrás desde tres. Empujaron a todos los que estaban haciendo la cadena. De repente había un montón de gente ahí abajo. Pero los de la otra cadena obviamente también fueron al foso. Un montón de gente de ambos grupos se encontró ahí abajo con golpes, torceduras de tobillo y hasta algún hueso roto. Los que aún se mantenían en pie comenzaron a amenazar y empujar a los otros. Comenzaron a pelearse, ahí, en las vías. Como lo oye. ¿Y qué hicieron casi todos los compañeros? Efectivamente. También bajaron. Algunos a pelear, otros a separar peleas. No importa. Hay una curva bastante cerrada que el tren traza antes de llegar a la estación.
Y otro tren venía por la otra vía en dirección contraria.

Sujeto X: No crea que no es un problema. Siempre me da la risa. Había tenido un día de mierda. Yo pensaba que eso no pasaba, esos ataques de risa de las películas. Ataques de risa de pura desesperación. Lo de Tom Hanks en Esta casa es una ruina. ¿Ha visto esa película?
Cuando logré llegar a la calle, no podía parar de reír y gritar. Era un cúmulo de cosas, y no todas malas. De hecho algunas muy buenas. Las buenas, relacionadas con una compañera del trabajo, y las malas con el trabajo en sí. No me habían despedido, pero me pareció casi peor, porque me degradaron. No quiero aburrirle con eso. La cuestión es que ahora me da por reír cada vez que alguien saca el asunto. No son necesariamente carcajadas, pero es muy incómodo, y es aún peor cuando soy yo quien está contando la historia, mi terrible experiencia personal. Con el tiempo he ido descubriendo que no es algo tan raro. No soy el único en reaccionar de forma extraña a un suceso de esa índole. ¿Se ha fijado en que a menudo es la gente que no estuvo en el suceso de turno la que más idóneamente afectada y comprometida se muestra? Y no hablo de los familiares de los muertos. Hablo por ejemplo de esa tía del 11-s, la que fundó una asociación para las víctimas. La que incluso fingió haber estado allí. ¿No hay ahora un montón de gente de esa? ¿De esa gente a la que nunca le ha afectado un problema de verdad y que finge que sí? ¿Y que acaba quizá siendo atropellada por un tren por vete a saber qué designio kármico?

Sujeto Y: La verdad es que me resultó emocionante. No digo que sea normal. Lo viví desde el tren, puede que si hubiera estado en el andén desde el principio hubiera sido distinto. Pero si quiere que sea sincero, mi sentimiento fue algo como: ¡uau, qué coño es esto! No sentí miedo ni pena ni desconcierto. No en ese momento. Al salir fue peor, pero luego al llegar a la calle volví a sentir esa emoción en el estómago. No era como si hubiese vivido un atentado terrorista, y en ningún momento pensé en eso, aunque cueste creerlo. No era un atentado, fue sólo un montón de gilipollas, decenas de ellos en medio de la vía. Una vez oí una noticia parecida, gente cruzando una vía para ir a la playa de noche. Lo siento, no pienso en ellos. Lo único que hace que me estremezca de verdad, es pensar en el maquinista.

Sujeto Z: Lo que yo quería era llegar a casa para verlo por la tele. Necesitaba eso para poder continuar con mi vida. Tuve bastante suerte, no tardé mucho en salir de allí. No vi miembros amputados ni acabé sepultado. Para mí lo más importante era llegar a casa y verlo filtrado a través de los medios. Porque sabía que así sería como si en parte no hubiese pasado. Como si hubiese sido mentira. Quería verlo en pantalla, en Twitter, en Facebook. Quería ver todo ese postureo, a la gente nuevamente buscando movimiento en sus redes sociales. ¿Y qué hay mejor que una desgracia? Quería ver a todos esos listillos tuiteando, con toda esa coherencia y sensibilidad. Quería ver cómo cada cual se llevaba el asunto a su terreno. Necesitaba una buena dosis de todo ese ruido estéril y pueril, de toda esa sofisticada falsedad, todos esos medios fagocitándose a sí mismos, alimentando las brasas donde siempre va a parar casi todo atisbo de honestidad, ética o moral.
¿Y sabe qué? Funcionó.
No es el mejor recuerdo de mi vida, pero no siento algo tan distinto a cuando pienso en otras grandes o ruidosas desgracias. Tienes que intentar ser ajeno. Si no, ¿sabe qué puede pasar? Que te lo puedes acabar creyendo.

Sujeto A-1: No me siento la persona más indicada para hablar de lo que pasó. Estaba en ese lapso de tiempo en que empiezas a dudar seriamente de tu relación. Llevaba doce años con mi pareja. Todo se había enrarecido, se había enfriado, los silencios tenían más contenido que los cada vez más escasos diálogos en voz alta. No quiero culpar a nadie, pero creo que empecé a sentirme incómoda cuando comencé a sospechar que él aún se sentía joven como para romper la relación e iniciar otra. Yo tenía todo eso en la cabeza.
Sí que noté que el vagón estaba haciendo extraños, pero nada del otro mundo. Cuando miré por la ventanilla sí que me asusté, pero estaba tan deprimida que de alguna forma todo aquello no me extrañaba. Abrieron las puertas y, ¿sabe una cosa? Creo que logré salir de allí bastante rápido por mi forzada calma. No tenía ánimo para ponerme histérica. No me hacía preguntas, no pensé en terroristas. Todo aquello era como una molestia que quería quitarme de encima para poder seguir profundizando en mi crisis personal. Le juro que caminé sobre cuerpos y salí a la luz del día mientras otras personas parecían más atrapadas en su histerismo que en la falta de espacio.
Para mí lo peor fue después. Porque sabía que mi pareja sabía que yo iba en ese tren. Cada sábado iba en ese tren. Ni aun pasadas dos horas, mi móvil sonaba. No tenía ningún sentido, a no ser que él simplemente pensará lo peor, y de una forma retorcida lo agradeciera.
No sé qué cree ahora, pero nunca me llamó. No contactó. Y yo nunca he hecho nada por volver a verle.

Sujeto B-1: A veces no me trago las pastillas. Luego todo se interrumpe de forma abrupta, y vuelvo a despertar maniatado. ¿No le parece gracioso que el otro tío no se llevara a nadie por delante…? Simplemente cortó el paso. Ahora tengo algo con las flores. No son sólo los colores, me gusta tocar los pétalos. Gloria es mi amiga y dice que las flores son sólo para mirarlas, o para regarlas. Pero no, no es gracioso. No sé dónde está, pensé que igual tendría aquí un compañero. Puede que esté en otro centro. Pero a mí me gusta tocarlas. Pero seguro que está con su familia. Yo estaría con mi familia. ¿Sabe quién es Edward de Bono? Ahora me interesa mucho, no él sino lo que piensa. Pensamiento lateral. Creo que voy a ir a ver las flores, ahora a mediodía.
Pensamiento lateral.
Pensamiento lateral.

tartan-gurrrrls-464590