Ha sido una coincidencia, pero el Apocalipsis ha sido magnánimo, y el fin del mundo llega mañana por la tarde. Sábado.
Lo tengo todo planeado. Tengo que llamar a bastante gente, más de la que creía. Pensando que yo era poco más que un lobo solitario, resulta que he estado relativamente rodeado de amor y amistad. Con estas cosas nunca se sabe.
De acabarse el mundo por la mañana, dudo que hubiese tenido fuerza de voluntad para levantarme, no digamos para madrugar. Por la tarde, sin embargo, todo son ventajas. Un buen momento para despedirte de ti mismo. Un último atardecer de verano, cuando parece que el cielo arde, sólo que esta vez no será una metáfora.
Hemos tenido mucho tiempo para digerir esto. No nos va a coger a ninguno por sorpresa. Cada cual llevará a cabo su ritual, algunos en grupo, otros, como yo, con la esperanza de disfrutar las vistas en solitario. Al fin y al cabo, no se muere solo o acompañado, sólo se muere. Me he llegado a regocijar en secreto de que nuestra “hornada” de seres humanos sea la última.
He estado haciendo ejercicio, como si fuera aconsejable tener buena presencia ante la Muerte. La última entrevista de trabajo. O quizá la primera charla con San Pedro. Desde que surgió la noticia, los creyentes están que no se aguantan los pedos. Buscan una explicación, y por supuesto la encuentran en pocos segundos. Los ateos hemos estado habitando alguna especie de vacío situacional. Nuestras amadas Ironía y Sarcasmo han hecho raras apariciones. Nos saludamos como miembros del club de la lucha a la luz del día.
La tasa de suicidio se ha disparado como una eyaculación con la persona que sabes. No ha impresionado a nadie, como si el suicido fuera por primera vez más una opción que una manera de llamar la atención.
La política ha muerto. Creo que eso ha sido un descanso para todos. No ha reinado el caos, no más allá de algunos disturbios y una lógica cantidad de desesperación, aunque esto último casi siempre en el ámbito familiar. Mis vecinos podrían haber estado muertos desde hace años, pero últimamente gritan y discuten como si tuvieran alguna decisión que tomar.
Yo nunca había fantaseado con el suicidio, pero sí con el fin del mundo. Parte de mi fantasía tenía que ver con sincerarme. Una sinceridad brutal, aunque educada. Parte de ese proceso conllevaba escribir una carta de amor. Una que ya he escrito y enviado. No espero respuesta, lo importante era enviarla. Las circunstancias son las adecuadas, de hecho son adecuadas para cerrar un buen puñado de asuntos. Tampoco es nada nuevo; la gente lo ha hecho siempre, te vas a morir y tienes que ver qué flecos sueltos hay. No negaré que esta vez el contexto le suma cierto romanticismo.
Es como si ya no tuviese sentido mentir, o como si no se pudiese.
En las películas, ante la posibilidad del fin de todo, la gente destrozaba escaparates y robaba televisores o equipos de música. En la realidad, los comercios cerraron hace mucho, durante la etapa de negación. Una negación colectiva que se extinguió con rapidez; más rápido si eras creyente que si eras ateo. Todos nos hemos tenido que enfrentar con nuestro ego y nuestra mezquindad últimamente.
Sábado. Ante la pregunta sobre qué hacer el último día en la Tierra, la respuesta se me presentó rápida y ecuánime. Nada de buscar sexo a la desesperada o localizar a alguien que odies para torturarle. Nada de participar de una fiesta descontrolada y fingida. Para mí la lógica era aplastante: lo mejor era la rutina, una rutina representativa (para mí), sencilla y complaciente. El último día tenía todo el sentido hacerlo así.
Me levanto a media mañana, pongo música y hago mi cama con delicadeza. Plancho y doblo la ropa. Me pongo a cocinar, algo laborioso, que conlleve mimar los ingredientes y controlar los tiempos. Hago una llamada de vez en cuando, me llaman de vez en cuando. La última es mi madre. Llora y no me insiste para que vaya con el resto de la familia, respeta mi decisión. Hasta ese punto me quiere mi madre. Creo que mi padre simplemente está enfadado. A cierto nivel, todo eso también me complace y relaja, también es rutina.
A mediodía, como con tranquilidad mientras veo la tele. No es que nadie esté emitiendo, pero he grabado horas de programas y anuncios, nada selectivo, sólo el ruido y las imágenes que necesitaba.
Cuando acabo de comer, lavo los platos cuidadosamente y los coloco en su sitio. Hacia las tres de la tarde, me pongo una película. Tampoco elijo nada especial, nada de “mi favorita” o una de mis diez favoritas. Basta con una comedia americana del montón. La mediocridad tiene mucho de hogareño. Fumo algunos cigarrillos y bebo una cerveza. Apenas he mirado un par de veces por la ventana. Está todo vacío y silencioso, parece uno de esos días de invierno, Navidad o día 1. No oigo a los vecinos, que probablemente se han ido de casa.
Mi ventana tiene una vista abierta. Después de mis ejercicios, me ducho, me visto y coloco una silla ante ella. El piso fue de mis padres, es posible que de otra forma topara con un muro de ladrillos cada vez que me asomara.
Decido dejar la tele puesta mientras llega el momento. Y pienso, y pienso. Quiero que sepas que te he querido desde hace años. No tengo recuerdos precisos de cuándo empezó, no guardo gestos concretos en la memoria. Puede que no sea muy romántico, pero lo siento todo con la misma intensidad y dolor que todos los demás. Te conocí cuando eras aún muy joven y yo me creía mayor de lo que era. Sabías lo que yo sentía, pero siempre tuviste un novio, y luego otro. Creo que sabías que yo no era una buena idea, incluso aunque pudiera llegar a gustarte. No lo sé, nunca me quiero mojar con eso, nunca doy nada por sentado.
Pero quiero que sepas que te quiero y siempre te he querido. Y espero que teniendo en cuenta el contexto, estas palabras ahora suenen como deben, y no como a menudo han sonado.
Y mi firma.
Lo relacionado con el amor siempre ha tenido buena y mala fama a la vez. Y el amor ha sido lo más banalizado de la historia de la humanidad.
Me sé la carta de memoria. No quería que fuese muy larga, sólo sincera. Una vez más, he esperado que la situación conllevara un valor añadido.
Aciertan casi exactamente con la hora. Siete de la tarde. Mi última expresión es una amplia sonrisa, porque nadie ha visto jamás lo que yo estoy viendo.
También he fantaseado siempre con la idea del fin del mundo. A parte de creer que es algo que los humanos merecemos desde hace mucho tiempo. Sin distinción, buenos y malos. Y allá cada uno con sus reflexiones de último día. Me gustó el último día del personaje. Creo que quizás yo haría algo parecido. A parte de abrazar a mis perros.
Está genial 😊😍😘😘😘
Gracias por la lectura 😊
Un abrazo! 🙌