En teoría
Un día me caí. No es que me haya caído un solo día en mi vida; Dios sabe que mi infancia da para una antología fotográfica de moratones y heridas. Pero caerse de adulto complica las cosas. Sobre todo si pesas cerca de noventa kilos. Acababa de cumplir los treinta. Mi vida había sido hasta ese entonces un enorme montón de carencia de aventuras. Había estudiado mal y había decidido mal, había follado poco y había evitado a toda costa complicaciones, lo que en realidad es una fuente inagotable de complicaciones. A la gente le suele costar creer que no tengas un montón de anécdotas que contar a los treinta. Y puede que las tengas, otra cosa es que las quieras contar. Lo patético a veces sólo es patético, no todo gana encanto o gracia con el tiempo. A veces sólo ofreces material para la burla, ya sea esta más sutil, más a la cara o más por la espalda. A la gente le gusta el sexo anal sobre todo fuera del ámbito del sexo.
Caerse es una cosa, pero te puede hacer sentir más o menos ridículo según de donde vengas, según lo que hayas hecho antes con tu vida. Una caída puede desatar una llorera, una pequeña depresión (si las hay pequeñas), o puede ser simplemente causa de uno o dos rasguños.
Una caída puede ser un síntoma, o sólo un tropiezo.
Yo, aprovechando que ya estaba en el suelo, me fumé medio paquete de tabaco. Pero no quiero adelantarme.
Cruzaba un complejo comercial de madrugada. Estaba vacío. Era sábado por la noche, domingo por la mañana. Volvía a casa. Ya apenas salía de fiesta. Puede que un par de veces al año, cuando decir Sí prometía traer menos problemas que decir No. La libre elección está bien siempre que decidas lo mismo que yo. Esto pasa en la amistad y en la política, en la pareja y en la familia. El respeto goza de muy buena fama sobre todo en el ámbito teórico. Como ya he dicho, a la gente nos pirra dar por culo. Hay que tener cuidado con eso, porque aunque uno crea que no es así, es bueno acordarse de dar un paso atrás de vez en cuando. Siempre somos muy fieles al doble rasero. No nos lo hemos montado muy bien, pero eso es pienso para el Silencio. Calla y vámonos de aquí, calla y casémonos, calla y tengamos un hijo. Hagamos cosas simplemente por si acaso, por si más adelante nos arrepentimos de no haberlas hecho. Tírate, salta, nada, corre, pedalea, acaba el triatlón. Elige el ataúd más caro para papá.
Múdate.
Etcétera.
Cuando acaba una juerga nocturna, siempre siento ese bajón mezclado con cansancio y reflujo. El día de la caída arrastraba los pies. Estaba bastante lejos de casa, con el permiso de conducir en la cartera y el coche en ninguna parte. Podría detenerme en cada detalle, pero no acabaría nunca.
Aún no sé bien cómo perdí el equilibrio, precisamente por eso uno tropieza, y nunca para de hacerlo.
Blusa rosa
Cada cual alberga un gran punto flaco. En un mundo complicado y duro de narices, el punto flaco estrella de cada cual es su salvación y a la vez su condena. Si te gusta mucho algo o alguien, serás responsable para el mundo en la medida que logres obviar total o parcialmente aquello que te gusta. Lo que te hace levantarte cada mañana.
La gente con esto se va a lo fácil, piensan en drogas o vicios extremos. Pero no es necesario intoxicarse. Los buenos vicios, las costumbres respetadas, los sentimientos más nobles, las intenciones más puras… todo eso puede funcionar perfectamente como camino a la perdición.
El amor más irracional, y por tanto evidente.
Quieres que esa persona esté bien, pero quizá no te haga tanta gracia que esté bien con otro. Las contradicciones se nos dan fenomenal. Tenerlas, no gestionarlas.
Así, el punto flaco puede ser querer algo o a alguien. Como sea, querer es el motor principal, la gasolina esencial.
Aunque no querer nada tiene muy buena fama en ciertas religiones, quizá para crecer con ese punto de vista sea necesario haber nacido de una vaina con otro par de habas.
Ha de ser maravilloso crecer sólo con un punto de vista, en lugar de con necesidades.
Si creces en un entorno de humo y asfalto, con el tiempo comienzas a necesitar cosas, calor, consuelo.
Puede que también un buen montón de elaboradas mentiras.
Sinopsis reduccionistas. Ideología. Sectarismo.
La visión parcial con más potencia de fuego; emocional, intensa, fácil de vender. Ya que no vas a descrifrar los secretos del Universo (o de tu tristeza), podrás al menos montarte una historia de Buenos y Malos. Podrías relativizar y tener simplemente una opinión puntual entre elegantes silencios; pero quién quiere eso pudiendo convencerse de tener La Verdad.
Si tú no crees por defecto en esa Verdad, por cierto, te insultarán, se revolverán. Si algo ha puesto nerviosas a esas personas a lo largo de la Historia, es la variedad intelectual.
Antes eran sobre todo religiosos, pero ahora ya no necesitan un dios. El ateísmo ha ido encontrando sus propias fuentes de fe. Sus Biblias e ideas cerradas, sus propios discursos enrevesados y de sagrada moral doble; incluso sus símbolos. Se comienzan a irritar igual que los beatos con la naturaleza y la ciencia. Se parecen cada vez más a una cama con dosel. Otra vez esa forma devastadora de dormir.
Yo tengo muchos puntos flacos. Nunca encajé muy bien en esa dinámica sobre lo positivo que es lo que te lo hace pasar mal; lo que te adormece, lo que te esquilma, toda esa arbitrariedad académica. Eso es positivo, se supone, porque es una inversión de futuro. Sabiendo que iba a morir, me flojeaba un tanto esa tendencia adulta a tomar el presente por una trampa cuando es agradable.
Cada época tiene su punto flaco. A veces es una persona, a veces una cosa, y a veces una idea. Hay puntos flacos que se los lleva el viento, y otros que ya no se van.
Mientras estaba en el suelo, en medio del complejo comercial, pensé en quien yo sé, cuando se ponía su blusa rosa.
Era clásica (aunque no clasista), era dulce, y quería estar con alguien. Era lo que ahora ya no vende, y yo me volví loco con eso.
En eso pensaba, y comencé a fumar un cigarro tras otro. Si me ve alguien, deduje, no hay problema, pensará que soy un borracho. ¿Y no lo era? Es bueno ser consecuente con lo que se es, aceptarse y asumirse.
Pasó aún un rato antes de que me dejaran de doler los codos y las rodillas, los más afectados por la caída.
Qué desastre, pensé, y era un pensamiento autoinfligido. Siempre he tenido una relación más estrecha con el pasado que con el futuro. El futuro es un loco que habla solo en la otra punta del bar, que te gorronea cigarrillos y vomita sobre la barra. Culpadme por no querer tratar con eso.
El pasado no es necesariamente mucho mejor, pero al menos tiene sus luces aseguradas. Eso ya no te lo pueden quitar.
La noche anterior había soñado que Ella estaba embarazada. Su panza bajo la blusa rosa. Un oportunista, un buen chico de los cojones, la había embaucado, la había engañado hablándole de su estrecha relación con el loco gorrón. Le había descrito sus románticas ideas de hormigonera sobre el porvenir. Dejaba caer lo realista que era, lo preparado que estaba. Sincero hijo de puta.
Yo intentaba hablar con ella. No te fíes de su máscara. No confíes en su cuidada y frondosa barba irritantemente a la moda. No te dejes llevar por su aroma de clase media alta. No te conformes con sus catorce centímetros. No estás liada con sus simpáticos y jóvenes padres (por Dios, ¿a qué edad le tuvieron, a los trece?), sino con él y su complaciente pero a medio plazo aburrido y tedioso temperamento.
Pero el bicho ya se había colado en la nave. Cualquier día, saldría montando el habitual show del asco.
Es algo más que un punto y aparte. Si es una persona que te gusta de verdad, es la putada definitiva. El matrimonio tampoco es bueno, pero es reversible, y muy a menudo temporal. Pero un crío, un bebé, una criatura que será 100% dependiente durante años, que le chupará las tetas y la energía a su madre, que le quitará el sueño y puede que hasta el trabajo y el brillo de los ojos…
Eso te coloca en otro planeta. Adiós a la chica de la blusa rosa.
Levantarse
Amaneció en mi caída. Cuando había tropezado aún era de noche; puede que pasara una hora en el suelo. Comenzaban a purular algunos empleados de tiendas y cafeterías. El domingo hace mucho que no es el día del Señor. El descanso lleva décadas muy demodé.
Pensé en llamarla. Enseguida se me pasó. Hacía mucho tiempo (¿tres años?) que no nos veíamos. Incluso se había cortado el flujo digital. Obviamente había al menos un par de cauces por los que contactarla, pero la imaginaba ocupada teniendo una vida. La gente competente (o simplemente manejable) tiene esa mala costumbre. Durante unos meses te preguntas si Ella pensará en ti, pero cuando ya cuentas en años, te la imaginas currando el algo guay, riendo entrañablemente y follando con cuidado con un antiRomeo, alguien cuyo discurso se hundiría como el Titanic si no fuera porque la confusión de la compasión actual es óptima.
Alguien, una chica joven, me pregunta si estoy bien. Le digo que sí. No le convence el hecho de que siga tirado en el suelo, pero sigue su camino.
Queda poco, pero aún no es el momento. Se me ocurre lo buena idea que habría sido cascármela así, en el suelo, en la calle. Pero ahora ya hay gente; alguien podría llamar a la policía y provocarle un ataque de risa al loco gorrón.
Ha llegado el momento de levantarse.
Flexiono los abdominales bajo la barriga, intento incorporarme. El sol de agosto es abrasador. Veo que algunas personas me miran desde una terraza. Es más tarde de lo que pensaba. “Sí, estaba borracho”. “Sí, estoy jodido”. Mi mirada tiene que ser convincente. Como si supiera algo que ellos no saben.
No muy lejos, en una zona de aparcamientos, vi salir a una pareja de un coche. Ella parecía realmente Ella. El pelo negro y brillante, liso y largo. La sonrisa algo somnolienta, aunque también lo parecía a las cinco de la tarde. El tío que iba con ella era alto y llevaba unos tejanos y una camisa blanca. Un prototipo. Una cara generada a partir de un millón de caras simétricas. Y un cerebro parecido (o eso esperaba). El mío iba a toda leche, inventando excusas. Si ella me veía, seguro que diría algo. Mis pantalones no estaban limpios, mi pelo no estaba peinado, mi vida no estaba presentable.
Claro que era Ella, y claro que me vio. Al parecer iban a desayunar. Había un Viena, había unas cinco cafeterías, los multicines aún cerrados, y unas fuentes muy espectaculares y fuera de servicio. No es un lugar desagradable. Sólo es agradablemente artificial.
Ella no había ganado o perdido veinticinco kilos. Su imagen era inmejorable y su figura harto follable. No la Modelo, sino la Vecina, pero suelo preferir la vecina.
Cuando me vio, si se sintió incómoda, lo supo disimular sin esfuerzo. Vino hacia mí y sonreía de domingo por la mañana. Dijo algo que a la vez era saludo y a la vez pregunta.
Yo sonreí, dije:
–Nada que contar.
Lo que traducido era: Te Quiero Quién Es Este Fulano.
–Pues he venido con mi primo.
La típica casualidad. No me hizo confiar demasiado. ¿Hasta que punto está mal visto el sexo guarro entre primos? Seguro que no está bien visto, pero no se lee igual que cuando se trata de hermanos.
Le cuento que aún no he dormido. Que me he caído. Que me he quedado un rato en el suelo, fumando. Quiero quitármela de encima y a la vez casarme con ella tirándonos de un avión, bajo el agua, en La Vegas de Elvis y Marilyn, lo que haga falta. Procuro que los silencios sean significativos, que haya toneladas de exformación. Mírame, estoy en la mierda, a lo mejor, pero eres mágica. ¿Quería dar pena? Puede. Como fuera, el tío ya no era el Enemigo, sólo era un tío, y en general los tíos sólo necesitamos tener una anécdota en común para ser los mejores amigos.
Fuimos los tres al Viena. Ella reía, coqueteaba, creo que sin darse cuenta. No lo sé. El tipo era blanquecino y mustio, muy tranquilo y sin carácter aparente. Puede que coleccionara monedas o sellos. No te lo imaginabas apasionándose por nada. Era el Primo. Aparentemente inofensivo, gris por vocación, y puede que un futuro psicópata por elección.
Yo estaba silbando como una cafetera. Aquello fue el principio de algo. Sólo puedo decir que a veces no está mal levantarse.
Ella dijo en cierto momento:
–¿Tengo una mancha?
Porque yo no dejaba de mirarle la zona del vientre.
Circulen, aquí no hay nada que ver.
No hay nada que contar.