80 ILEGIBLES (57 de 80) – Gordo va

Un paseo interminable por el parque temático. Resguardaremos su identidad. Al fin y al cabo no importa, no hay grandes diferencias entre los parques temáticos exitosos. De crío me encantaban, y al hacerme mayor creo que comencé a fingir que no. Hay algo del ambiente en ellos que me sigue gustando. No deja de ser un lugar extraño, una especie de corral inmenso para el turista. Los turistas suelen estar fuera de lugar en los museos o cualquier otro emplazamiento cultural. Van de visita como quien hace la ronda. Tachan objetivos.
Pero los parques temáticos son ideales para ellos. Están pensados sólo para cierta clase de diversión; lo que los críos de la parte de atrás del autobús en las excursiones, entienden por diversión. Los turistas no se diferencian gran cosa de ellos. Atolondrados, de vacaciones, haciendo enormes esfuerzos por leer el sencillo mapa del parque. Niñatos y niñatas de todas las edades que, por una vez, están en su salsa, lo cual suele apaciguarlos, convertirlos en personas que pareciera incluso tienen intereses. Los parques temáticos, pues, son los museos de los turistas. Son enormes, son estúpidos, son divertidos y necesarios.

Aquel día sólo era otro más en el parque. Mucha gente, distintos ambientes, todos limpios y artificiales (hasta el sonido de los pájaros sale de altavoces). Atracciones, comida y bebida por todas partes. Un sol abrasador, que alimenta las colas de las atracciones más acuáticas. Y, aquel día, incluso una muerte.

Estábamos cerca de cierta atracción, parecía toda de madera y constaba de bajadas casi en picado y curvas de vértigo. No tenía loopings, con lo que la protección quedaba en manos sobre todo de la inercia. Sólo tenías una barra fija en las rodillas. Lo podíamos ver fugazmente mientras hacíamos cola.
Todo el mundo se fijó en lo mismo mientras esperaba. Había un tío, un chico, no era fácil discernir su edad, que debía pesar unos ciento cincuenta kilos. Como buenos turistas, todos cuchicheaban alrededor de él. Miraban sin mirar del todo. Los niños se reían de él, los padres intentaban acallarlos, aunque se reían de él también, a base de susurros y una teórica compostura.
Por fin le tocó montar al gordo. Todos lo comentamos. Teníamos a la vista una de las curvas más golosas de la atracción.
No nos decepcionó.
Al llegar el gusano metálico a esa zona, una de las barras cedió por completo, y nuestro héroe salió disparado.
Trazó un arco en el aire, antes de caer a plomo entre los pilares de los raíles. Reventó como un huevo. Luego pudimos ver fotos, fotos terribles; al fin y al cabo era el país de los turistas.
Nunca se me olvidará el que, justo mientras el tío volaba, escuché a un hombre gritar:
–¡Gordo va!

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