La pareja del piso con el que compartía pared, estaba follando. Gemidos y gritos para todo el barrio. Una pareja de lesbianas que vivía dos pisos más arriba, llamó a la policía. Dos agentes se personaron después, golpearon la puerta de los protagonistas, y estos tuvieron que describirles sus parafilias. Estuvieron a puntito de llevarse al tipo al calabozo. No había intriga en lo que sucedía, pero cada cual lee la realidad a su manera. O como puede. O como le dice el gurú.
Dos años después, las lesbianas aún iban diciendo que ese tío era un maltratador. Yo seguía oyendo a la pareja retozar, aunque quizá se pasaran a las mordazas y otros sistemas de “maltrato”.
Un día coincidimos varios vecinos en un bar del barrio.
La pareja “enfermiza”, las lesbianas y yo, cada cual en su mesa, con su café, con sus ideas. El polvo “patriarcal” es el elefante en la habitación. Resulta que la chica folladora no gustaba de llamar la atención fuera de la cama; de hecho era bastante seria, incluso tímida. El chico follador tampoco era especialmente histriónico, aunque llevaba un “amenazante” tatuaje en el brazo derecho, ramas retorcidas, letras: Fucking and Punching. Podía ser una alusión al libro ficticio de Hank Moody en Californication, o podía ser simplemente una casualidad.
Yo nunca dudé sobre todo este asunto: la frase Me corro gritada en femenino formaba parte de mi vida; por desgracia no tanto de mi vida personal.
Las lesbianas comenzaron a discutir entre ellas. Una de las dos, la más robusta, miraba en dirección a la pareja hetero folladora, sin cortarse. Ella aún no había resuelto la ecuación, asumido los laberintos de la intimidad, las preferencias sexuales, a los hombres, que también follan con consentimiento, incluso a muchas mujeres, a las que les gusta follar con hombres.
En apenas cinco minutos, con los cafés a medio terminar, las lesbianas se fueron, una intentando calmar a la otra, la otra intentando convencer a la una.
Dos semanas después, oigo jaleo en la escalera. Es casi la una de la madrugada. Me levanto de la cama, y me voy hasta la mirilla de la puerta. No alcanzo a ver nada. El siguiente paso es la ventana. Abro la persiana, hay un coche de policía abajo. Dos agentes sacan esposada a la lesbiana robusta. La meten dentro del coche. Poco después, llega una ambulancia. Dos tíos salen de ella e intercambian alguna pregunta con la poli; suben corriendo y cargados las escaleras.
Poco después, tras no poco trasiego, sacan a la otra lesbiana en una camilla. Va muy tapada.
Cierro la persiana. No quiero llegar a ver manchas de sangre o saber (al menos aún), qué ha pasado exactamente.
Sí sé una cosa. Es una historia fea. Siempre he sido de izquierdas, sé de lo que hablo. La frase final de American Psycho, era: ESTO NO ES UNA SALIDA.
Qué buen relato. Me encantó.
Las preferencias en la cama no siempre lo serán en la vida diaria.
Muchas gracias. Y gracias por tus lecturas 🙂
Excelente post. Un gusto visitarte 😄