80 ILEGIBLES (62 de 80) – El momento te-estás-follando-a-mi-hija

O. acabó reunido con el padre de Ella en el balcón. Quería pensar que había pasado lo peor. Habían comido en familia, la charla había sido distendida, la comida era deliciosa. Pero aún no había llegado el momento te-estás-follando-a-mi-hija. O. pensó que quizá se había librado, o incluso que ese tipo de cosas no pasan como en las películas. Había que ponerse en el lugar de ese padre; cincuenta y largos, enjuto, canoso, aparentemente amable, aunque con cierto brillo en el fondo de su mirada, algo que decía : Te podría matar a martillazos.
Era contable. No parecía tener el perfil; te lo imaginabas más bien llegando a casa por las noches con el mono manchado.
Fumaba, de modo que de alguna forma le perdonaba a O. el que también fumara. De hecho O. había salido al balcón a fumar; no si antes pedir permiso y un cenicero. Quizá se montó la encerrona a sí mismo. Suele ser un error relajarse con el entorno inmediato de tu pareja. Al fin y al cabo son extraños. No eliges a tus padres, pero mucho menos a tus suegros, y aún menos a cuñados y amigos ajenos, y un montón de críos anónimos insoportables. Aquello era como alguna clase de familia italiana o griega, ruidosa, siempre encantada de reunirse, empapada en tradiciones y dispuesta a arrugar el ceño ante cualquier acto, palabra o condición que no fuese lo acostumbrado.
O eso parecía.
El tipo se encendió un cigarro y miró a O. como si fuera una chapuza. Algo que alguien hubiese arreglado en su casa de mala manera.
O. decidió no agobiarse. Somos personas, ¿no?, pensó. El fulano hablaría y O. le correspondería. Le preguntaría y O. le contestaría con claridad y educación. No necesariamente con la verdad, que a veces no trae nada bueno, pero sí al menos con buenas aproximaciones.
–¿Qué hacéis cuando estáis solos? –soltó de sopetón.
–¿Cómo?
–¿Que qué hacéis cuando estáis solos?
–Bueno. Vamos mucho al cine, salimos a…
–No– interrumpió–, digo que qué hacéis cuando estáis solos. Cómodos. A gusto. ¿Cómo os lo montáis?
–Creo que no te entiendo.
–Me entiendes perfectamente, chico. ¿Te has fijado en mi mujer?
–¿Que si me he fijado…?
–Joder. Chico, no me lo pongas difícil.
–Bueno, me parece muy buena persona, muy amable y…
–Tío. Ya sé que no es una niñita de veinte como mi hija, pero ¿te has fijado o no?
–…
–Te lo creas o no, esa mujer y yo también tuvimos veintitantos. Y cuando éramos tan jóvenes… Dios… Aprovechábamos cualquier rincón, fornicábamos como conejos. Ella pedía más y más y más, y ¿sabes qué?
–…
–Yo se lo daba. Le daba por la boca y le daba por el culo, y le encantaba.
–Vaya… –murmuró O.
–¿Vaya qué? Le encantaba. Pero ¿sabes qué? Le sigue encantando, chaval. Vale, sí, no follamos tanto ahora, joder, es imposible, fíjate.
Señaló hacia el interior, abarrotado de gente.
–Ahí hay algún que otro condón roto… Pero nosotros siempre hemos apechugado. ¿Sabes lo que es apechugar?
–Cargar… con las consecuencias desagradables de una acción.
–Qué eres, ¿un puto diccionario? Te lo voy a volver a preguntar: ¿Qué hacéis cuando estáis solos?
–¿Quieres que te diga… cómo follamos?
–Ah… Así que ¿folláis?
–Bueno. Claro. Sí.
–Y dime: ¿Cómo te follas a mi hija?
–…
–¿Es como su madre? ¿Le gusta que la llames puta mientras se la metes? ¿Se deja dar por el culo? ¿Te la chupa? ¿Te la chupa con ganas?
–…
–¿Sabes qué hacía yo con su madre?
–…
–Me bebía su pis.
–…
–¿Y crees que me gustaba? Pues sí, joder, me ponía como una moto, aunque estuviera asqueroso. Pero de eso se trata, chico, de tragar. Tragar, chico. Si tragas con fuerza, y luego te limpias así, con el dorso, y sonríes, satisfecho, ella se correrá para ti.
–¿Puedo decir que estoy un poco incómodo?
–¿Incómodo? Si no te da apuro hacerlo, no te da apuro contarlo. Así que, voy a intentarlo otra vez: ¿Qué hacéis cuando estáis solos?
–Muy bien… Pues… Nos desnudamos… completamente. La acaricio y…
–Qué eres, ¿un cura pedófilo? ¿Ella se confiesa contigo? ¿Le tocas el muslo y le das un besito en el cuello? ¡Cuenta de una puta vez!
–Pero…, ¿qué… quieres que te cuente?
–¿Mi hija está con un niño, o está con un tío? ¿Eres un pipiolo de la nueva ola? ¿Crees que el consentimiento sólo se puede dar en voz alta, con un puto megáfono? ¿Si alguien se mete algún día con ella, vas a cogerla del brazo y vas a huir con el rabo entre las piernas?
–…
–¿Qué hacéis cuando estáis solos?
–Follamos… Follamos duro y…
–¿Qué es ese tonito? ¿Eh?… ¿Qué hacéis cuando estáis solos?
–Jugamos a Violación –suelta O., ya cansado, mirando al hombre a los ojos.
–…
–…
–Jugáis a Violación… Muy bien. Habla.
–Ella se mete en la cama antes que yo. Yo no puedo ir hasta que haya pasado al menos media hora. Después, como decía antes, follamos duro.
–¿Por qué te saltas tantos pasos?
–Vale. Nos montamos historias, ¿vale? Como que ella me denuncia por violación, porque no la he follado bien, y hablamos de todo eso mientras follamos. Me llama maricón para que le dé más fuerte. Por ejemplo.
–Vaaaaya, vaya. Así que los jovencitos de la justicia social sois unos guarros igual que todo el mundo.
–…
–¿Sabes qué?, yo sí he pensado que eras un maricón. ¿Sabes que es una forma de hablar, verdad? Esto no es la tele ni Internet. La verdad es que en mis buenos tiempos envidiábamos la promiscuidad de los maricones. Yo mismo quise comerme alguna polla, pero entonces tu suegra (no te asustes, sigue siendo una forma de hablar), en fin, apareció tu suegra y ya sólo se me levantaba con ella.
–Claro.
–Exacto. Claro.
El tipo le dijo a O. que esperara. Llegó al cabo de dos minutos, con sendos puros. Traía también dos copas, que llenó de algún tipo de Jerez barato. Alzo la suya; dijo:
–Por los maricones.

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