Hay una escritora joven de verbo claro y fluido a la que a M. le gustaría tirarse. Evidentemente no se trata sólo de la cuestión sexual; hay también una vaga fantasía de convivencia y envejecimiento juntos en un porche bebiendo limonada al atardecer. Pero por el momento lo que de verdad querría M. es follar duro y de forma políticamente incorrecta con la escritora.
No sabe muy bien cómo es. Sabe que es inteligente, guapa, que tiene un par de libros publicados y que sabe venderse sin resultar vulgar o fuente de vergüenza ajena. Se adapta a las circunstancias y, aunque M. no ha leído aún ninguno de sus libros, por las portadas y las sinopsis todo tiene pinta de ser de lo más correcto y neutro, con ese tipo de sabiduría genérica sin riesgo que luce bien pero queda muy lejos de un análisis profundo o certero de las cosas, ya que éste requeriría de algunas ideas incómodas y menos lecciones vitales mullidas y vagas.
M. tiene prejuicios como todo el mundo.
Sin embargo, un día compra el último libro de la escritora. Un tocho de tapa dura a un precio con el que llenarías una maleta en cualquier librería de segunda mano. M. se arrepiente de haberlo comprado ya antes de salir de la tienda. ¿Por qué lo ha comprado? ¿No hubiera sido más honesto y ajustado hacerse otra paja con sus fotos en la red?
El libro está muy bien editado y escrito. Es bonito y huele bien. Es más o menos absorbente, y es completamente inofensivo. Un trabajo calculado y sustentado en el último cebo de ventas: la “novedad” de las historias no contadas sobre mujeres. Escribe una mujer y protagoniza una mujer. Increíble, inédito, algo completamente nuevo y refrescante. Al menos esa es la idea.
M. devora el libro más para acabarlo cuanto antes que porque le entusiasme. Vale, piensa, ahora al menos puedo presentarme como fan llegado el momento. Al fin y al cabo es la clase de libro que, aunque morirá con sus ventas, es digno y uno puede defenderlo sin que se le caiga la cara de vergüenza. Incluso puede fingir que le entusiasma y le parece de lo más valiente y original. Basta con evitar sacar a colación que Jane Austen ya hizo lo mismo pero de forma exquisita y magistral en el siglo XVIII. En general es mejor evitar todo tipo de referencias. Hay que centrarse en la nueva escritora genial que no lo es. Pasa con casi cada escritor con el que una editorial se juega los cuartos. Tiene que parecer la nueva sensación; alguien que ha llegado para romper por fin el himen del mojigato mercado editorial actual.
Por fin alguien joven que aporta verdadero Rock & Roll, literatura y activismo. Uau. No como esos vejestorios que uno ya no puede recordar si han muerto.
El mercado dicta lo que es sana incorrección política (corrección política en el fondo) y lo que sólo es reaccionarismo.
M. a veces comenta muy respetuosamente las publicaciones de la escritora en Instagram. Obviamente sin ningún tipo de reacción por su parte. Hay algo que las redes sociales reflejan con una precisión escalofriante. Hay CLASES en todo. Con su grado de popularidad, la escritora muy difícilmente interactuará con nadie que no conozca. Hay un motivo forzoso por el que esto pasa, y es que para ella sería materialmente imposible contestar a todo lo que le llega. Pero hay algo más en el fondo; un eco del ego, la rutina de esa persona que ya no es la tuya, y dice: Ya No Estás A Mi Altura. No solo tiene el éxito, también tiene la excusa perfecta para el ego.
Nos pasaría a todos de un modo u otro. Hemos crecido con determinada idea del éxito, e incluso las charlas que intentan relativizar todo eso sólo parecen lograr mitificar aún más esa idea.
Imagínate a una escritora de 26 años con dos libros publicados y unas cifras de ventas tales que los medios nacionales la llaman para entrevistas. No solo ha logrado el éxito; además no ha tenido tiempo material para conocer el fracaso: El fracaso de verdad, cuando ya has tirado la toalla y te has levantado unas cuatro o cinco veces a lo largo de décadas. Cuando de verdad empiezas a hacerte mayor y la vida no te está recompensando con nada.
M. podría odiar a la escritora. Podría soltar otro gran discurso misógino sobre las chicas guapas y jóvenes que lo tienen más fácil para prosperar en ciertos ámbitos, porque tienen recursos, el poder en bruto de la sexualidad, y a veces también a los papis.
Papis con cierto y no poco poder. A veces incluso papis editores con amigos editores, siempre rodeados de gente con influencia que con un chasquear de dedos pueden hacer que la niña publique. ¡Fijaos qué mona es!, ¡pero si no tiene faltas de ortografía!
Sería fácil cabrearse con eso, porque de hecho eso pasa. Pero lo cierto es que M. haría exactamente lo mismo si fuera ella. Si él fuera un burguesito con contactos (aun sin el factor del poder sexual), los aprovecharía. Vaya si los aprovecharía. No necesariamente para publicar un libro, pero vaya si los aprovecharía, joder.
M. ya no tiene veinte años. Sabe de sobras que si tienes esa clase de oportunidades, tienes que lanzarte de cabeza a ese coño, y chupar como si fuera Helena de Troya. No hay que dudar jamás en darse el gran banquete del enchufe.
Dejemos ya de ser los grandísimos hipócritas que somos.
M. se acerca un día a una firma de libros. Es muy consciente de que ya es como un personaje de Netflix en una peli muy floja pero muy bien valorada (“necesaria”) sobre el acoso. Para cierta gente ya estaría cruzando alguna línea roja. Se había hecho mil pajas dedicadas, se había comprado el libro, se lo había leído, y ahora estaba dispuesto a hablar mierda sobre literatura con ella, cuando lo que le interesaba sobre todo era chupar el sudor de entre sus tetas. El inicio del terrible proceso de la masculinidad tóxica. O quizá sólo un fulano salido e inofensivo a la par que muy pillado por la escritora. Depende de lo intenso y comprometido que quieras sonar.
Lo cierto es que la idea de ver en persona a la muchacha le causa tanta impresión como cuando topaba en clase con las niñas que le gustaban en tercero de EGB. Está casi temblando a su treinta y muchos, mientras pasea por la feria del libro de Periferia.
Es como si pasara por allí sin objetivo alguno, o quizá en camino de comprar algún libro por compromiso, una novedad exquisitamente editada publicada por alguna amistad cuyas cuitas tomando café tienen más interés que sus novelas.
Puede percibirlo en el aire. Ahora vayas donde vayas, si el ambiente es lo suficientemente “intelectual”, puedes oler el “compromiso”, el conato de activismo. Todo eso que luego casi nunca se materializa.
Nuestro héroe picha-ansiosa se comienza a fijar en los encuentros en las casetas. La reunión de autores y autoras (no conoce a casi nadie) entre abrazos y besos y enhorabuenas. Lo cierto es que ha de costar un cojón publicar decentemente un libro. Casi tanto como escribir uno que sea bueno. Están presentes todas las grandes editoriales, los logos realmente conocidos; la prueba es que M. acaba viendo a un par de youtubers firmando. Chavales de veinte años sonriendo a niñas menores que traen el nuevo artefacto mediático bajo el brazo. Observa casualmente cómo una de ellas le ofrece el colorido libro con un papel dentro a uno de ellos. Se acerca y acaba viendo que es un número de teléfono. El youtuber sonríe pícaramente y se lo guarda; la niña debe tener unos dieciséis (tetas grandes, bonitas, ilegales y ajenas a la gravedad), el chaval unos veinte.
M. piensa: Bien por vosotros. Al fin y al cabo es evidente que todo esto no va de libros. ¿Acaso él ha ido por eso?
Es probable que el youtuber y la menor exuberante sean más honestos que la mayoría de los que campan por aquí, piensa M. Ellos sacarán un polvo consentidísimo y al margen de la ley. Los que no saquen nada acabarán en casa escribiendo sobre ello; quizá sobre youtubers mayores de edad que abusan de inocentes fans haciendo uso de su abominable poder. Es maravillosa la distancia que suele haber entre lo que se dice y lo que pasa de verdad. La Realidad fliparía si pudiera leer algunos artículos.
Tras una media hora de paseo, M. da con la caseta de la escritora. Es una de las casetas principales: la muchacha no ha publicado con ninguna editorial pequeña y bienintencionada que intenta no quebrar. Está con una de las grandes. Con la más grande a nivel nacional y una de las tres más importantes a nivel internacional. Es probable que sus padres anden por la zona. M. observa atentamente desde la cola. Lleva su ejemplar de Catedral de tinta. Novela histórica en la que una joven científica se sobrepone a todas las dificultades que plantea una novela histórica. Encaja en el clima editorial actual de un modo casi obsceno, sin necesidad de lubricante alguno.
La escritora tiene una sonrisa para todos. O más bien para todas. La mayoría en la cola son mujeres que rondan los cuarenta, y también algunas parejas hetero más jóvenes con las que cuesta imaginar que no son ellas las interesadas en la firma.
Luego están los escasos fulanos solos.
Varios son bastante jóvenes, de hecho seguramente M. es el tío más viejo esperando para que le firmen el tocho. Le ha encantado la obra y le hace ilusión que la joven autora le dedique unas palabras, quizá incluso algunas en voz alta. Todo la mar de inocente. M. piensa por un momento en la Lolita y el youtuber. Podría escribir su número en un papelito y… No sabe bien cómo, pero quizá acabara detenido. O aún peor, completamente ninguneado al ver la escritora sus intenciones y devolverle con mirada de rechazo neutro el libro con el papelito dentro.
¿Lo contaría después asqueada? ¿Se sentiría halagada en secreto? ¿Lo contaría después asqueada sintiéndose halagada en secreto?
En cierta manera tirarle los tejos explicaría qué hace un fulano de casi cuarenta y aparentemente hetero ahí haciendo cola. No es que el libro no sea apto para fulanos hetero de esa edad, pero puede que sí sea un tanto raro verlos en ese contexto.
La cola avanza leeeenta. Las cosas se ralentizan cuanto más amable es el autor de turno. M. sólo ha hecho cola para dos firmas más en su vida. Una para Frank Miller (sombrero, mirada huidiza), y otra para Amelie Nothomb (maravillosa, única, para casarse y morir antes que ella a los ochenta). Pero basta con observar desde fuera para ver que los autores expeditivos agilizan el proceso.
A menudo hay que ser un poco seco para que las cosas marchen.
La única ventaja de haber elegido la cola lenta en el super, es que tienes tiempo de sobras para observar. La escritora incluye su propia cuadrilla. M. supone que algún representante y gente de la editorial. De vez en cuando algún señor trajeado se acerca y susurra algo aparentemente profesional en el delicado cuello de la chica. M. no descarta estar proyectando, pero se imagina a esos tíos, a los que llevan el cotarro y guían a la moza en estas tareas no necesariamente agradecidas, pensando:
Me la follaría tanto…
Puede que incluso hayan llegado a comentarlo entre risas cómplices de machos cabríos.
Además existe el morbo añadido de que con toda probabilidad conocen a los padres de la estrella.
Hace tres o cuatro nevadas de la climáticamente aburrida Periferia, la muchacha aún abría regalos de navidad colocada de felicidad infantil. M. piensa en ello recordando a una chica que a menudo le enseñaba fotos suyas de cría. La tía creía que eso le ponía antes de follar. M. aún no se ha pronunciado al respecto para consigo mismo.
O eso se dice.
La mayoría de veces lo retorcido se queda en el ámbito teórico. En la mente. A medida que M. se acerca a la escritora, se pregunta qué le va a decir. Tendrá que mentir. El libro está bien, pero no es el tipo de literatura que más le interesa. Ella es encantadora, de eso está seguro; y ahora se da cuenta de que ni siquiera se ha preguntado si tendrá novio. Es lo más probable, algún tío cinco o seis años mayor que ella. Puede que un intelectual de la propia editorial. Los puede ver sobre una mullida alfombra frente a una chimenea, con vino y quesos. Romanticismo de fotografía; mucha gente lo adora, tanto los pijos como los nuevos pijos irónicos. Quizá no se les dé tan bien ser felices como proyectar una imagen de felicidad. Escritoras follando (“haciendo el amor”) con atractivos editores mientras la luna llena brilla fuera de la cabaña.
La gente hace cola para que personas así les firmen libros.
Dependes de personas así para lograr la única versión del éxito que, en sinceridad, todo el mundo reconoce como tal.
A tres firmas de distancia, M. ya puede ver con detalle a la escritora.
Es como si hubiese acabado de nacer. Un cervatillo que ha salido de la madre y, luego de trastabillar unos segundos, se ha puesto en pie y ha venido a firmar libros.
La cara limpia (apenas maquillaje) y la piel suave, manos primorosas y mirada oceánica. Un mar sin contaminación en un planeta lejano. Una blusa blanca y unos tejanos blancos ajustados. Algún tipo de colgante de aspecto rústico, seguramente con valor sentimental. Un reloj diminuto en la muñeca izquierda y dos pulseritas metálicas en la derecha. Se le marca una vena en cuello de tanto hablar y reír y vivir el sueño. Si M. fuese un vampiro estaría llenándose la camisa de babas.
Cuando ya sólo tiene una persona delante, se pone nervioso como si estuviese en el puñetero dentista. El último obstáculo es una tía bastante mayor que no deja de largar, y la escritora no va a echarla, obviamente. Como mucho lo hará algún fulano de su camarilla. Charlan sobre las localizaciones del libro. M. recuerda que hay una ruta turística para lectores, y que la conduce la propia escritora. Puedes visitar los mismos lugares en que la protagonista de la historia ha vivido sus emocionantes y significativas aventuras. Incluso la plaza en la que conoce a su interés romántico, al que enseguida abandona, principalmente porque es un hombre.
La mujer está a punto de llorar mientras cuenta todo el libro. Finalmente un gorila editorial le dice que por favor, que hay más gente esperando. La escritora le da dos besos y un abrazo, y le agradece y agradece, dándole cuerda sin poder evitarlo a la señora.
Cuando por fin le dan paso a M., es como si se estuviera colando en un culebrón. Más desubicado aún de lo pensaba que estaría.
La escritora, de un modo mecánico inicialmente, sonríe y alarga el brazo para coger el libro. M. se paraliza. Ella no da síntoma alguno de cambiar su actitud, aunque esta vez se trate de un lector solitario y bastante mayor, y no una mujer o una pareja de chica ilusionada y novio acompañante. Cuando habla, M. sólo puede oír su voz, dulce pero firme, en medio de todo el jaleo ferial:
–¿QUIERES QUE TE LO FIRME?
El resto se ha silenciado.
No sabe cómo sucede, pero logra iniciar y acabar una conversación respetablemente adulta con la escritora. No necesita mentirle o exagerar, y ella no se siente incómoda ni percibe nada excesivamente extraño en la presencia de M. Sólo dos minutos de intercambio, y el libro queda firmado.
Luego M. pasea y llega a una conclusión. Ella ha creído que él es gay. No es de extrañar que tenga bastantes lectores entre la comunidad gay. Seguramente contempla esa posibilidad cada vez que llega un tío solo con un libro suyo en una presentación o una feria de este tipo.
Ha pensado que M. es un gay sin pluma. De eso se trata, piensa M. De todos modos, ¿qué te pensabas que iba a pasar?, se dice. Ha estado bien, has podido hablar con la chica, el libro está bien y todo lo que ha sucedido se ha quedado en el marco de lo legal.
M. piensa a menudo en una potencial pulsión delictiva personal, algo que podría aflorar en cualquier momento. Generalmente se tranquiliza cuando concluye que TODO el mundo tiene eso dentro.
Pasea durante una media hora más, y entonces se sobresalta cuando un gorila editorial le da un toquecito en el hombro.
–Disculpe.
No entiende nada de lo que le dice. Habla de la escritora, de que la escritora ha terminado su turno de firma matinal, y que ahora va a comer a cierto restaurante.
–Le gustaría que usted la acompañara, de ser posible.
–¿Cómo?
El cerebro de M. se pone a mil y comienza a echar humo. ¿Que la escritora…? ¿Que quiere…? Pero es evidente que ella ha de tener… Cómo es posible que…
Incapaz de terminar pensamiento alguno, se deja guiar como un muñeco por el miembro de la camarilla. Le acompañan hasta el local donde la escritora está sentada. Justo cuando él también toma asiento, ella levanta un dedo para que les atiendan.
Nunca sabes lo que puede pasar, piensa M. así que has de perseverar. ¿Dónde ha oído semejante mierda de frase? Te mueves y las cosas suceden, ¿no? Si eres un buen chico, quizá la chica se interese. ¿Pero no era al revés? Ella le sonríe por primera vez como sonríe a las personas de su entorno inmediato.
Y como sucede cuando las cosas van bien de verdad. Como pasa cuando casi vives avergonzado de ser tan feliz, el tiempo comienza correr a toda leche. Se dirige hacia la vejez, el porche, el atardecer y la limonada. Con la mujer de tu vida. Pero antes, un trillón de polvos, en casas y hoteles, cenas románticas, vinos y quesos, mamadas lentas y furiosas, cunnilingus cada vez más habilidosos, folleteos incluso al aire libre, en lavabos públicos, una vez en la sala solitaria de un museo. Ella nunca deja de ponerle, ella le rompe el corazón cuando se tiene que ir, ella le folla vivo cuando vuelve, ella abraza los años sin perder un ápice de energía sexual, un magnetismo brutal que…
–PERDONA. ¿QUIERES QUE TE LO FIRME?
–Sí.
–VALE.
…
–Me encanta tu libro.