Vamos

Cuánto hace que no hago “air guitar”; ni le habían puesto nombre, al menos que yo supiera. Cuándo fue la última vez que no sentí dolor en absoluto. Cuándo dejé de ser un proyecto, una promesa para alguien. Cuándo exactamente se firmó mi derrota. Cuándo se comenzó a terminar mi juventud. En qué momento se escapó mi puñetero tren. ¿Aún tengo tiempo? ¿Hay esperanza de redención?, ¿cuándo caduca eso, a los cuarenta y cinco, a los cincuenta?
Paseo por el centro de Periferia. Veo un avión de papel en el suelo, un folio blanco, impoluto, con algo escrito a bolígrafo en un ala. Y yo me fijo, porque siempre me fijo:
Tonto el que lo lea.
Oigo unas risas que llegan desde un balcón. Adolescentes. Hace cuatro días, apenas veinticinco años, yo era como ellos.
No ha sido la mejor forma de empezar el día. Pero conozco el fracaso de cerca, me he carteado con la humillación, ya sé diferenciar una anécdota de una broma de mal gusto, una jodienda de una tragedia. Y yo siempre leo, sea de tontos o no, y creo que a mí no me ha hecho más listo; puede que más rebuscado.
Quizá también más inseguro. Muchas mujeres dicen que les parecen atractivos los tipos seguros de sí mismos. Ni siquiera sé qué significa eso exactamente. Creo que es la versión adulta del “chico malo”. Fingir con estilo.
Puedes ser honesto, eso sí, sincero de un modo inteligente (es decir: no siempre), y no intentar parecer un ser asexuado que sólo quiere ser amable y sujetar las cosas a los demás.
Ahora a algunas personas les sorprendería constatar que los seres humanos aún somos de carne. Al menos a juzgar por cómo hablan, con esa petulancia orgullosa de quien cree que lo sabe todo porque aún no se entera de nada. El saber estar equívoco de quien excluye dando lecciones de inclusión. El discurso prodiversidad de quien nunca permite que nadie se crea persona antes que blanco, negro, hombre, mujer o trans. Porque en cuanto acabe sus deberes de mates, y antes de que su madre (una “alienada”, pobrecita) le llame para cenar, va a arreglar por fin el mundo.

El miedo está de moda, es cool, el complemento perfecto para la persona concienciada; ya se están haciendo camisetas. No es que antes no estuviera presente, pero ahora es distinto; mete miedo a las mujeres, adelante, aterroriza a las niñas. Suele funcionar así, engordas políticamente el problema (lo banalizas) y luego vendes los remedios de adelgazamiento.
Yo soy un monstruo. Encajo en el perfil, lo dicen las mentes actuales más avanzadas, más progresistas. Quien más quien menos ya tiene en su radar a los progresistas que odian el progreso. Esos liantes. Siempre me recuerdan a aquella mujer que fingió haber estado en las torres gemelas cuando el 11-S. La falsa superviviente. Montó una asociación para los familiares de las víctimas, hizo una tuitera de sí misma antes de que existiera Twitter. Ahora se canoniza a esa clase de personas, se las escucha como si guardaran unas pastillas dulces y definitivas para el cáncer.
Pareciera que el mundo siempre fue fácil de leer. Las cosas no son tan complicadas, es sólo que no hemos querido arreglarlas.
Me siento en una terraza con Lucía. Café solo largo los dos. Lucía me da mil vueltas. Tiene una mirada azul metálico tras las que hay una mujer harta de ciertas mujeres. También de ciertos hombres, pero eso no es novedad. Le cuento lo del avión de papel.
–Entonces eres tonto.
–Eso parece.
Lucía es abogada, pero no dice mucho al respecto. Siempre luce estilizada, con su traje de chaqueta y sus maneras de mujer pantera. Dios sabe por qué pierde el tiempo conmigo.
–¿Los sábados también eres abogada?
–A veces. No es asunto tuyo.
Siempre me sorprende que la gente de mi edad tenga más de diecinueve años.
Hace cuatro meses que salimos. La primera vez que follamos yo me sentí como Kate Winslet con los brazos en cruz en la proa del Titanic.
–¿Por qué aún quedas conmigo?
Puedes decirle lo que quieras en voz alta. Hace semanas que no me guardo nada.
–Porque no eres un beta. Te gusta follar.
Pausa.
–¿Ya está?
–No, pero… Si quieres te lo pongo por escrito.
–¿En serio?
–Claro…
–Me gusta ver que avanzamos…
–Y a mí me encanta el sarcasmo.
–¿Eso ha sido un sarcasmo?
–Qué quieres, ¿gemelos y una valla blanca? Creo que ya no puedo producir eso.

Ya por la noche, ella se duerme enseguida después. No es amiga de las conversaciones de alcoba. Su piso está en pleno centro, el decimotercero en uno de los rascacielos siempre visibles. Ella gana pasta. Siempre me siento como en una película aquí. No solo por el piso. Soy un equipo de segunda B jugando una eliminatoria de copa contra el Barça. Asumo que esto es temporal.
Salgo al balcón a contemplar las luces de la vieja y a la vez occidentalísima y moderna Periferia. Es uno de mis momentos favoritos.
Creo que ella cree que en el fondo soy un romántico terminal, un prototipo de cunniligüista entregado que no es exactamente lo que ella busca. Cuanto más tiempo pasa, menos ganas tengo de que me dé la patada.
La brisa nocturna ya casi veraniega arropa mi bienestar postcoito. Algunas luces parpadean, son casi las dos de la madrugada. Últimamente me siento como una mezcla de Bill Murray y Scarlett Johansson en Lost In Translation.
Comer y beber café, y follar. Así hemos pasado el sábado. No me quejo (o eso creo), pero soy otra vez el tío hetero que no entiende a la chica.

La gente pregunta cómo nos conocimos.
Yo no buscaba nada, y ella tampoco parecía muy emocionada. Siempre lo ha tenido fácil con los tíos. Señala a uno y eso es todo. Nueve de cada diez veces resulta. Hemos hablado bastante de eso. Siempre me ha hecho pensar en Michael Jackson, esas imágenes en las que va con varios asistentes por una tienda señalando lo que quiere comprar sin mirar el precio. Ella simplemente elige. Aunque no saca pecho por ello, podría ser una de esas personas que se escandalizan cuando saben de alguien que lleva un mes sin follar. Puritanos a la inversa.
–Sé que el reparto sexual es muy desigual –dice siempre–, a mí no tienes que explicarme ese mundo.
A veces sospecho que una vez no fue un pibón rodeado de luces verdes y entradas gratis.
Cuando nos conocimos había más gente. Era el cumpleaños multitudinario de alguien. Nos metimos de una forma natural en nuestra burbuja de suspicacias. La cumpleañera –pastelera de profesión y vocación– estaba encantada de haberse conocido.
–Es gorda y estúpida –decía Lucía–, pero ahora todo el mundo le dice que eso es maravilloso.
Y algo dije yo.
–No la defiendas, todos sabemos lo que pasa con la “gordofobia”. Entra en instragram a ver cuántos “antigordófobos” tienen una pareja gorda y orgullosa. Los “inclusivos” hablan de quemar el donut mientras se comen el donut. Claro que hay muchos perfiles que pueden ser atractivos, no soy una fanática del canon, pero tampoco nos pasemos de hipócritas.
Y algo debí decir yo.
–Que es estúpida supongo que ya lo habrás comprobado. Canibalizada por su yo tuitero, activista de salón, discurso contradictorio casi por defecto. Habla sin parar de la fragilidad y desamparo (e incompetencia) de las mujeres y después de empoderamiento. Las mujeres maltratadas son las nuevas hombreras. Es una tarada, la versión actualizada de la gilipollas egomaníaca de toda la vida, colesterol evolutivo para las mujeres y un estorbo potencialmente peligroso para los hombres.
A saber qué dije yo.
–No es amiga mía, es prima de una amiga. Estoy haciendo bulto, ya me ha mirado mal dos o tres veces. Creo que es el escote.
Me preguntó y yo qué.
Mi historia siempre es sencilla, o eso me gusta vender. Se podría decir que la cumpleañera era mi reciente ex. Si podemos contar como ex a alguien con quien has follado unas veinte veces. Un novio de años la había dejado y sus amigas decidieron que yo era un buen partido. No gran cosa pero sí quizá para ella. Un entretenimiento hasta el siguiente novio de verdad.
Aún insistía mucho en fingir una amistad. Su nuevo novio (un mastuerzo de gimnasio) estaba presente.
Me pareció tarde para informar a Lucía.
Estas cosas pasan constantemente. La gente básicamente se utiliza entre sí. Hombres y mujeres. Da igual qué discurso parcial sobre lo tóxico te hagan tragar luego. Nos usamos y tiramos, ocasionalmente nos juntamos un tiempo, y muy puntualmente dos personas se conocen, se tienen afecto de verdad y deciden cuidar el uno del otro.
La noche fue emocionante a su manera, aunque la posibilidad de intimar con alguien siempre me produce ansiedad. Raramente sé leer las intenciones ajenas, el rollo no verbal. Lucía prácticamente me llevó del brazo a su piso de casi ricachona. Le hacía gracia mi tartamudeo oral y gestual, aunque la mayoría de sus sonrisas no pasaban de los ojos.
Luego siempre temo que no se me ponga dura.
Cuando veo que funciono, entonces toca no correrse antes que ella. Las primeras veces son un 60% estrés en mi opinión, aunque quedé estupefacto ante el cuerpo de sex symbol curvilíneo de los años 50 que pude tener delante, encima y debajo.

El presente se me escapa. Lo entiendo a medias. Creo que los domingos se llevarían bien con los miércoles. Los días porculeros: uno siempre en medio y sin un carácter definido, y el otro siempre engañoso, aún fin de semana pero más lunes que otra cosa.
No se trata solo del domingo, obviamente, sino de la sensación de que este asunto con Lucía está durando más allá de mis cálculos más optimistas. Primero pensé que me usaría una noche y hasta luego. Después que esperaría unos días más, quizá por pereza de tener que conocer a algún otro maromo. Al cabo de dos meses interpretaba sus miradas como el preludio de la patada. A los tres meses me empecé a ilusionar (¿quiere algo?). Y ahora que ya vamos por el cuarto mes, empiezo a sospechar que debe estar pasando por algún tipo de crisis o parálisis interna que le impide darme el finiquito y contratar a alguien con carrera y un sueño.
Sé que mi percepción puede hacerme parecer pusiláme o patéticamente inseguro, hasta victimista, como si hubiera nacido en 2002 o algo así. Pero a mi favor he de decir que Lucía es de las que prácticamente cambia el tiempo cronológico de una habitación cuando entra en ella; muchos tíos y alguna que otra lesbiana la ven y vuelven a tener veinte años, antes de conocer a sus parejas fijas. Podrían haber intimado con semejante MUJER aunque sólo fuera diez minutos. Presentársela quizá un día a sus padres; mirad, papá y mamá, soy un desastre pero he acabado con la líder abogada de las animadoras.
Lucía tiene razón. La belleza, sea más o menos canónica, cuando genera consenso, pero sobre todo cuando te cambia por dentro al verla, es algo con demasiado poder para no reconocer que funciona por contraste.
Lucía sabe verse desde fuera hacia dentro. Parece entenderse y conocerse de verdad, pocas personas saben mirarse así. Parece haber saltado de las páginas de La broma infinita (que por supuesto ella ha leído), materializando a Madame Psicósis.

Nos plantamos en el quinto mes de supuesta relación y Lucía sigue escuchando en bucle el Surfer Rosa de los Pixies, especialmente el tema “Vamos”, que a priori no hubiese dicho que le pegara. Tampoco le pegaría ver cierto tipo de películas o leer según qué libros. Pero ya puestos, tampoco le pega salir conmigo (no digamos follar conmigo). Es jodido intentar definirla más allá de una descripción física somera más bien babosa. Pero hay algo cálido en su interior, entre el corazón y el estómago. También es un alivio poder pasar tanto tiempo con alguien que no parlotea sin parar, que no le tiene miedo al silencio y es selectiva con el ruido. Es como si prefiriera el enigma al desgaste. Otros podrían confundir su relativa parquedad con desinterés, pero lo cierto es que algunas personas son tan activas, escandalosas y dispuestas a verbalizar su gran amor, que me hacen pensar en el borracho que se acaba de un trago toda la cerveza disponible. Y eso cuando no mienten.
Lucía al respecto:
–Si el amor existe, es algo complejo, pesado y de cristal. Si te pasas se te cae pronto y se hace mil pedazos. Luego llegan cuarenta años de loctite y buscar bajo los sofás.
Y añade:
–Lo mejor es procurar no moverlo demasiado, no confrontarlo todo el tiempo. El sol siempre te hace un servicio esencial, y casi nunca lo miras directamente, no eres gilipollas.
Nunca sé si habla de nosotros.
Los Pixies hacen que le entren ganas de follar por las mañanas. Yo siempre pienso en mi mal aliento o lo pedos nocturnos que haya podido soltar. Soy bastante pervertido, un salido quizá por encima de la media, pero me gusta que al principio esté todo limpio.
Durante todo un mes de verano, básicamente vivimos en su piso. Yo verbalizo como siempre mis dudas, y ella o bien me ignora o me tapa la boca de un modo u otro.
La abogada reputada y el obrero, el mozo de almacén, el conductor de carretilla, el gerente ocasional entre estanterías. El juego de las zamburguesas de saltar de curro en curro.
Ya no pienso tanto en ello, pero al principio me sorprendió lo poco que le importaba mi, digamos, estatus laboral. Había conocido a no pocas chicas clasistas en ese sentido. Interesadísimas hasta que sabían que tu curro no era ni guay ni de alto perfil. No estaban dispuestas a gestionar lo que veían como un claro desequilibrio. Para algunas mujeres de carrera yo soy como una carrera bien visible en sus medias, aunque todo lo demás fluya y funcione como un reloj.
Lucía pone “Vamos” en bucle durante las vacaciones de verano, que hemos hecho coincidir (yo con más dificultad). Los Pixies es algo importante que tenemos en común. Un grupo que yo ya adoraba antes de conocerla, y que ella conoció antes que yo.
–Los Pixies tienen ESO –dice Lucía–. Eso que tienen sólo unos pocos en cada generación.
Discos puestos en bucle mientras nos sometemos a pruebas como las mamadas de una hora. Aguantar una hora chupando o aguantando. A ella le cuesta más chupar y a mí más aguantar.
Un día decido emplear la hora en lamerle el ano, mientras ella se trabaja la vagina con lo que llama su “amiguito rosa”.
Etcétera.
También experimentamos por primera vez la lluvia dorada, mutuamente (lo que nos puso más cachondos de lo esperado). Y un día ella defecó en mi pecho y yo en sus tetas; esto sólo desató algunas risas, aunque menos asqueadas de lo que se podría pensar.

Vamos a cenar desayunar comer cenar, siempre fuera, casi siempre excesivo, solteros no tan jóvenes sin hijos. A ambos nos da pereza quedar con gente. Hay más gente, se supone que amigos. Se lo conté. Le dije que al principio me daba pereza que conociera a mis amigos, aunque fueran cuatro contados; hice una criba fuerte tras los locos “años veinte”. De los veinte a los treinta es fácil que conozcas a un montón de gente, mucha más de la que puedes recordar. Sólo tu grupo íntimo de amistades puede tener fácilmente diez integrantes. Y después están los satélites: hermanos, parejas, algún padre que se hace el joven, etc. Demasiada gente. Toda esa gente que inevitablemente te juzga, se compara contigo, te usa, te deshecha o te llama por interés. Lo que no quiere decir que no les caigas bien o incluso te tengan cariño.
Me daba pereza que conocieran a Lucía porque Lucía no era ni de lejos la clase de mujer con que me asociaban; era la clase de mujer que alguien como yo ve en la tele, el cine, las revistas o los videos porno. La mujer a la que miras disimuladamente mientras vas con tu novia. Demasiado llamativa para proyecto serio alguno; puede que alguien que buscara algo de mí, desvalijarme de algún modo (aunque no sé cómo o qué). ¿Para qué iba a estar conmigo pudiendo tener a un pijo de gimnasio bien colocado, medio tratable e hijo de algún ricachón?
Yo sigo vistiendo como a los quince.
Luego no es para tanto. Fue divertido ver cómo la miraban, como si un volcán hubiera estallado en sus narices. Supongo que no nos dieron más de diez telediarios; a día de hoy deben estar tan desconcertados como yo.

Quedamos puntualmente con tres de sus amigas. Dos se muestran amables y comunicativas, y la otra tiene dos críos y toda la pinta de rajarme por la mitad en cuanto me doy la vuelta. En realidad suelen hablar entre ellas, y quiero decir entre ellas tres; Lucía las observa y no parece importarle un rábano lo que puedan pensar de mí o yo de ellas.
Ni siquiera pienso en ellas, a decir verdad. Las veo como pura figuración. Creo que son amigas de infancia o algo así. Lucía siempre ataja y me dice:
–No tienes que por qué hacer ni decir nada.

Podría parecer una mujer fría, pero no lo es. Puede que algo rara (por poco habitual), pero no fría. Tampoco usa coraza reseñable alguna. Sencillamente no es teatral, no siente que deba proyectarse constantemente, sino entenderse: lo que quiere, cómo lo quiere, cuándo lo quiere, qué puede hacer, cómo.
No llora, actúa.
Se podría decir que es pragmática, y que muchas cosas las demuestra tocándote y mirándote. Más tocando que mirando. Sus manos hablan más que su boca. Creo que a según quién le ha podido sorprender cuánto me toca y lo poco que habla después. Creo que si eso me molestara, si alguna vez le dijera que no me tocara tanto, que no se aferrara a mi brazo o se sentara en mi regazo, resultaría de lo más violento. Coartaría dramáticamente su forma de expresarse y comunicarse. Dudo mucho que jamás le haya pasado, parece imposible que alguien le haya dicho: aire, por favor.

El verano avanza, agosto denso, cegador a la vista, húmedo, pegajoso. Cuando no estoy con ella, camino hacia ella. Un día veo a un chico y una chica por la calle, rumbo errático y veinteañero. Él, amanerado, mira con escaso disimulo a los chicos, y ella muestra aprobación o rechazo. Te lo follarías/No te lo follarías. Juegos del mundo real. Los demás son sims para una partida 24/7.
Se parten el culo y casi nadie se da cuenta. Les da igual si les miran o detectan su infantil adultez. Los adultos han ido poco a poco adoptando los rasgos de carácter más estúpidos de los críos. Exigir por deporte, quejarse a la más mínima, montar un drama por nada, burlarse con crueldad y mandíbula de cristal, reclamar una realidad libre por completo de incomodidades y peligros. Una utopía que los demás les tienen que servir en bandeja. La ampliación del salón de su casa a toda la ciudad, el país, el continente y el planeta.
En cierto momento se cruzan conmigo. El chico dirige su mentón hacia mí. La chica dice alto y claro:
–No estoy tan desesperada.
Ambos ríen a mandíbula batiente.

Durante el terraceo se lo cuento a Lucía y dice:
–Entonces soy una desesperada.
–Eso parece.
–¿Tú te la hubieras follado?
–La verdad es que sí.
–Reformulo la pregunta: ¿era fea?
–A ver…
–O sea que era fea.
–No me he fijado tanto.
Lucía atrapa cada una de mis mentiras al vuelo, como con un guante de beisbol. Suena: flop. Casi da gusto verla calarme.
–O sea que era fea.
–Era…
–Las chica feas –me interrumpe– no quieren acabar con su equivalente masculino. Saben que pueden aspirar a más. Con los chicos feos la cosa cambia.
–No sé si te entiendo.
–Los chicos feos se quedan con quien les dé luz verde. Les sorprende tanto que alguien se los folle que enseguida están notando el arroz en la cara a la salida de la iglesia. Hay muchos más tíos vírgenes de treinta años de lo que parece. Es un tópico descarado decirlo, y ahora según quién lo consideraría machista, misógino o simplemente una falsedad, pero es evidente que las tías lo tenemos mucho más fácil para follar o emparejarnos. La persona que lo niega es o bien porque tiene serias carencias o porque está atravesada por alguna ideología que gusta del pensamiento sectario.
–Está mal visto decir que los tíos pierden en algo.
–Está mal visto que una mujer no sufra o tenga miedo. Se supone que es lo que tenemos que hacer, al parecer tenemos una deuda con la Historia.
La camarera llega con el café.
Se produce una pequeña pausa, nunca incómoda con Lucía.
–Estás generalizando –digo.
–Estoy hablando de tendencias evidentes. Puedes dar con un ejemplo que refrende cualquier teoría que se te ocurra, pero las tendencias generales todo el mundo las ve y las respira. Luego puedes aceptarlas o negarlas, lo que dependerá de tu edad, militancia, entorno inmediato, pareja (o intento de tenerla), padres, procedencia o lo que te salga de los cojones, pero están ahí.
–Ya.
–Coge a una chica promedio y a un chico promedio. Suéltalos en una discoteca con el objetivo de echar un polvo esa noche. Haz eso veinte sábados seguidos y a ver quién ha follado más.
–Bueno, eso depende de muchos factores.
–Sí, lo que quieras, pero hazlo y a ver quién ha follado más. Se habla de forma muy simplista de la sexualización de las mujeres; lo cierto es que nosotras manejamos el poder sexual, tenemos ese poder en bruto, y lo usamos. Vaya si lo usamos. Y no hablo de pintarse como una puerta y llevar tacones, hablo de que tenemos ese poder, y de que lo USAMOS. Y además no es nada malo hacerlo. Cada cual usa lo que tiene.
–Ya, pero…
–Otra cosa es que ese poder no está repartido de forma equitativa entre nosotras, eso está claro. Y eso ha provocado no pocos conflictos, algunos de ellos ideológicos. Por no hablar de cómo ha despabilado un puritanismo que parecía moribundo, pero que ahora se ha levantado joven y lozano otra vez, y está jugando al tenis con los conservadores de toda la vida, que están no poco desconcertados.
–Entiendo. Hoy estás muy parlanchina…
–No, lo que pasa es que casi no hablo con la gente. Pero siempre hablo contigo.
–Creo que acabo de darme cuenta de eso.
–Me lo creo.
Una bombilla polvorienta se enciende en mi cabeza, me comienzo a reír y me cuesta parar.
–Cuéntaselo a toda la clase y nos reímos todos –dice Lucía.
–Creo que me has estado llamando feo todo el tiempo y no me he dado cuenta.
–Ahora estás razonando como la persona cabal promedio, que es básicamente tonta del culo. Sabes de sobras que estaba basándome en tu anécdota, no hablando estrictamente de ella.
Siempre me deja pasmado lo fácil y rápido que desmonta mis razonamientos, mis reacciones pasan a ser las de… la persona cabal promedio. ¿Hay algo que pueda sonar más insultante?
Y se lo digo.
–No desmonto nada –dice ella–, eso suena a táctica o habilidad. Yo no maquino; sólo te he dicho lo que he hecho. Además tú no eres feo, sólo te crees más feo de lo que eres (como acabas de demostrar), lo cual no te ayuda, pero hace mucho que yo sé ver a través de eso. La ropa, el pelo mal cortado y demás. Son fruslerías si alguien te interesa lo suficiente. Sólo me irritas un poco cuando pareces el buen chico que todo el mundo espera que seas, y en el fondo nadie.
–Como ahora.
–“No pasa nada por patinar, mientras no conviertas tu vida en una pista de hielo”.
–Oh. Tomo nota.
–Mi abuela materna.

Cuando vamos camino a su piso, atisbamos un corrillo de gente y un par de policías. Hay un coche patrulla y una moto. A lo lejos suena como si una ambulancia se abriera paso. Cuando estamos cerca del suceso, veo que la poli habla con la pareja que jugaba a los Sims de carne y hueso un par de horas antes. Ella intenta explicar algo a uno de los polis, y él tiene una brecha sangrante en una ceja y un ojo escandalosamente hinchado y morado. Vemos a un tercer poli que sujeta por el brazo a un chico gordito que se masajea la mano derecha.
Le doy el contexto a Lucía y dice:
–Es como la metáfora perfecta. Llevamos toda la tarde hablando de esto.

Al día siguiente me da por consultar la fecha en el móvil. Día 13 de agosto. Debería ser el día mundial del sudor a mares, pero debe ser el día mundial del pepinillo, o de las niñas abofeteadas durante su primera comunión (pray for). Ahora se le presta la misma vaga atención a todo; o más a bien a la mitad de todo. Sencillamente hay cosas que existen y otras que no. Lo importante es que todo lo del escaparate encaje con la Visión del mundo que se venda en ese momento. Ahora el relato cultural parece pergeñado por Carrie puesta de heroína y aún empapada de sangre. Los demás, hombres, mujeres, niñas y niños o trans, somos el resto de asistentes al baile de fin de curso.
Lucía apura el café y me dice que la han invitado a una fiesta.
–Precisamente estaba pensando en Carrie.
–¿Así es como me ves?
–No, pero te imagino disfrutando ese final de fiesta.
–Quizá el de Brian De Palma.
Me dice que es una fiesta pija, al día siguiente por la noche, en la terraza enorme del piso treinta de alguien, la cima de uno de los rascacielos. Tocarán en un escenario sencillo varios grupos alternativos y probablemente muy malos, y habrá gente variada y pintoresca.
–A veces me dan un poco de miedo tus contactos –digo.
–Es por un rollo del bufete, un movimiento de la empresa. Les da igual que esté de vacaciones. Me han dicho que puedo llevar a alguien, y prefiero llevar a alguien.
–¿Quiere eso decir que me vas a presentar a tus compañeros de trabajo?
–Bueno. Sólo si se tercia. Habrá bastante gente, no vas a ser el protagonista, no te preocupes. Ni siquiera te darán un papel de reparto.
–¿Es una noche de negocios y lentejuelas o algo así?
–O algo así.

Por la noche la llevo a mi piso de alquiler de ojalá mileurista para que revise mi fondo de armario. Ya ha visto mi piso antes; nunca ha hecho comentario alguno al respecto, pero tampoco ha dicho jamás una sola palabra de su flamante espacio como excavado en un acantilado de lujo.
Repite varias veces que le importa un carajo cómo vaya vestido a la fiesta, pero le insisto en que me elija la ropa.
–¿Cómo vas a ir tú?
–¿Qué se yo? Un vestido de verano. Como mucho elegiré con cuidado los zapatos.
–Pensé que estabas más puesta con la etiqueta.
–He ido a cinco saraos de esos en toda mi vida. No importa cómo vayas sino quién eres. Y quizá que huelas bien.
Me saca dos o tres camisas blancas y varios tejanos. Sólo tengo un par de trajes más o menos pintones. Bodas pasadas, compromisos.
Al final me recomienda unos tejanos y una chaqueta de vestir.
–Yo de ti me pondría una camiseta que te guste bajo la chaqueta, pero si no te sientes seguro elige cualquier camisa.
–Al final voy a pensar que no te fijaste en mí por mi físico y mi estilo.
–Tenía la esperanza de que tuvieras una buena polla.
–Me gusta lo que oigo.
–A veces me gustaría que fueras más como tu polla.
–¿Grande, gordo y morado?
–Más bien duro y decidido.
–¿Ah sí? Yo pensaba qu…
–Te estoy tomando el pelo.
–No sé si prefería que hablaras en serio…
–Te sigo tomando el pelo.
–Espero que no estés ensayando para mañana…

Parpadeo y estamos en un ascensor del tamaño de mi piso subiendo al piso treinta del rascacielos Tudor. La magia de cuando algo no te apetece.
A Lucía, con su vestido floreado y sus bien elegidos tacones, no existe polvo que le pueda hacer justicia. Yo, con mi chaqueta, los tejanos y mi camiseta de los Strokes, creo que parezco exactamente lo que soy.
Los zapatos nuevos me aprietan. Piso veintitrés y piso treinta. Lo que soy es un tiro que no pasa ni rozando el aro.
Cuando se abren las puertas del ascensor, todo parece la parte central de una película. El momento en que llegan los problemas al paraíso. El encuentro con demasiada gente que lo acaba jodiendo todo. La crisis que el guionista tendrá que remontar antes de que llegue la canción alegre de los créditos.
Todo es precioso. El diablo se viste de Prada y está por doquier. Todo el mundo parece guay o gay o ambas. Los tíos relucen de estatus y pasean sus palizas en el gimnasio. Las mujeres también, a lo que hay que sumarles el grado máximo de follabilidad habitual tras haberse vestido y maquillado para transmitir principalmente eso.
Yo sólo encajo por la compañía. Tener una pareja como Lucía hace que todo el mundo interprete tus pintas y lo que dices. Pareces mucho más atractivo de lo que eres. Este efecto sólo se logra cuando tu pareja es escandalosamente guapa o todo lo contrario. El contraste. Llegar en pareja te define como parte de algo, y más en un ambiente acristaladamente social, en el que tanto las buenas formas como los exabruptos están casi coreografiados.
Es lo que hay al otro extremo de un botellón.

Le doy la mano a varios fulanos y no pocas fulanas (yo uso el masculino y el femenino para lo mismo, pero he de añadir que un tío me dice que hay al menos cinco prostitutas de lujo merodeando, y que son las más ricas del lugar). Nadie parece interesarse a fondo por nadie, de modo que quizá me libre de dar explicaciones. Estoy aquí en calidad de pareja de.
Luego me doy cuenta de que es factible que mucha de esta gente ya sepa a grandes rasgos quién soy. El reponedor al que le ha tocado la lotería del sexo. Casi la versión masculina de Cenicienta; cuando acabe el hechizo, la fiesta se convertirá en mi piso y Lucía en un video de Silvia Saint. De pronto no dejo de pensar que el porno de mi adolescencia ya es completamente retro.
Pero Lucía no es rubia. De hecho voy detrás de su frondosa cabellera negra donde sea que toque ir. Me lleva de la mano casi todo el tiempo. No es como si marcara territorio; por más que las mujeres presentes me vean con curiosidad, hay demasiados machos alfa de prestigio y con la cuenta a reventar para perder el tiempo con un muñequito pretendidamente indie que la mayor parte del tiempo está rodeado de palés.
Ese soy yo. Aunque me he pegado un buen duchazo, y unos toques. Por alguna razón empecé a usar colonias al mes de salir con Lucía. Hoy llevo una que me hace oler a no pocas pretensiones excesivas de oler bien. Cada colonia te hace hablar su propio idioma. La que llevo puesta dice algo como: Me He Esforzado, ¿Vale? Es Mi Novia De Verdad, ¿Vale? Me Siento Como Pez En El Agua, ¿Entendido?
Voy proyectando seguridad en forma de complejo por todos lados.

Merodeo por el lugar, mi tercer cóctel ya, Lucía se entretiene hablando con una compañera. Un tipo me llama la atención. Un pelirrojo que no ha olido el gimnasio, viste aburrido y mira a su alrededor con cara de circunstancias. Una chica rubia imponente le da un beso en los morros y se aleja muy interesada por algo o alguien. ¿Su novia? Enseguida pienso que ese tío es como yo. No pertenece a aquí. Lo ve todo como en una nebulosa, como a punto de despertar.
Me acerco y digo algo a modo de saludo. El tipo sonríe. Creo que me reconoce como a un igual. El escalofriante hombre corriente.
Tras un par de minutos de intercambio, descubro que es una especie de genio de la informática. Es el creador de no sé qué gadget digital. Está en ese punto de su carrera en que alguna decisión marcará la diferencia entre hacerle rico o asquerosamente rico.
Busco alguna excusa y me alejo de él.
Debí haberlo sospechado. Aquí si no encajas en el perfil de psicópata americano, al menos tienes que estar podrido de pasta.
Su novia vuelve y le da otro morreo. Ahora todo ha cambiado.

Entonces una visión me resta dos cócteles cuando ya llevo cuatro. Antes no dije el nombre. Raquel, la cumpleañera que lo inició todo, habita uno de los corrillos de abogados. La terraza es enorme, pero acaba de convertirse en un zulo. Encajo rápidamente las piezas. Su novio. Otro psicópata americano. Él parece aún más cachas, y ella ha perdido al menos quince kilos. Va embutida en un vestido con vistas a Marilyn.
–Es un fetiche –dice Lucía, que de repente está junto a mí. Doy un respingo.
–¿Cómo?
–Ese tío, tiene un fetiche.
–¿Qué tío?
–El maromo de tu ex.
–¿Cómo que…?
Miro al cielo.
–O sea que he acertado…
Se me agolpan diecisiete preguntas en la cabeza.
–No era tan difícil –dice ella–, el día que nos conocimos no parabas de defenderla. Por no hablar de las caras que ponías.
–No lo puedo creer.
–Dado tu carácter, o bien era tu ex o bien estabas colado a causa de algún tipo de misterio insondable, algo relacionado con los tsunamis y los bebés.
–No sé si cada vez te conozco más o todo lo contrario.
–¿No me vas a preguntar por el fetiche? Hace un minuto estabas a punto de sufrir un infarto, le estoy poniendo remedio.
–Muy bien, qué es eso del fetiche.
–Al cachas ricacho le van las gordas.
–¿Cómo…?
–¿Por qué siempre haces eso?
–¿El qué?
–Cada vez que digo algo que ahora sería políticamente incorrecto en la tele o en redes, finges que no entiendes.
–…
–Y me entiendes perfectamente.
–…
–Lo que digo es que ese tío es un fetichista. Le gusta apartar una parte de su novia para llegar a otra parte de su novia y por fin tener su premio.
–¿Y no puede ser que ella le guste?
–No choca con lo que estoy diciendo. Lo que quiero decir es que ese tío podría tener a cualquier sirena anoréxica jugando con sus pelotas. Pero está con la gordita del barrio.
–Pues creo que ya no está tan…
–Esa chica era gordita, es gordita y morirá gordita. Una gordita siempre lleva a una gordita dentro, aunque pierda cuarenta kilos y entre en cualquier trapito de las tiendas de ropa del centro. Si sigues un tiempo más conmigo, lo sabrás. Yo fui una gordita, y por ende lo soy, y no es que ahora esté en los huesos. Generalmente una gordita vuelve a ser gordita tarde o temprano, aunque las excusas o los dictámenes médicos varíen.
–Pues ¿sabes qué? Algo me decía que tú habías sido antes una… gordita.
–Uish… qué boca tan sucia, como se enteren en Twitter…

Comienza a tocar la primera banda de la noche. Tres chicas que se criaron musicalmente entre el 2000 y el 2005. Les debe gustar mi camiseta.
Raquel ha pasado completamente de mí y de Lucía, cosa que he agradecido. Conduce su mirada hasta el punto de hacer virajes imposibles. Su novio quizá ni nos recuerda. Lucía ya no se separa de mí. Quizá piensa que lo de Raquel aún me afecta, aunque eso sería una conclusión de persona cabal promedio.
De hecho estoy en el punto álgido de percepción, euforia y borrachera. El panorama desde cualquier punto del lugar es espectacular. El resto de rascacielos, los neones lejanos, la electricidad nocturna. Todos en hombros de gigantes. El primer mundo del primer mundo.
Es como si volviera a tener veinte años, pero no mis veinte, sino los de algún niñato de la Nueva York de los 90.
Lucía lleva media hora de reloj cogida de mi brazo derecho. Empiezo a notar en torno miradas significativas, a los ojos y al cogote. Alguna también al paquete. Creo que un par de grupitos de abogados buscan una explicación, se preguntan entre ellos, asienten como intentando encajar cuadrados en círculos. Ha de ser mi polla, o algún rollo enfermizo de drogas, quizá Lucía es mi hermana de agujas. Piensan que hay gato encerrado, y no el de Schrödinger, este sólo puede estar muerto, porque huele que no veas.
Lo bueno es que me da igual. He perdido la cuenta de los cócteles y empiezo a notar la polla morcillona. La borrachera me suele poner cachondo, y hasta ahora nunca ha afectado a mis erecciones.
Se suceden un par de grupos indies más. El segundo ejecuta un estéril sonido ambiental tirando a punk gutural. Ni se aclaran ni se gustan. El cantante es una especie de suicidio andante, todo pose y maquillaje y vibraciones bi para contrarrestar la asombrosa falta de talento. Apostaría la fama de mi pene legendario a que sus papis están forrados.
–¡Hola!
Se presenta un tío de unos sesenta años que arranca a Lucía de mi brazo. Se disculpa por llegar tarde y por ser feo de cojones, aunque creo imaginar lo segundo. Tiene una llamativa melena canosa y lo que parece un subidón artificial. Al parecer está de ronda de saludos y ahora le toca a la novia del mozo de almacén. Esa tía rara.
Tardo poco en descubrir que es un ex. Cuanto más habla más parece contenerse. Hasta que el filtro revienta.
–Y dime, ¿ahora vas a joderle la vida a este Oliver Twist?
Me señalo, sonrío y miro alrededor. La verdad es que el tío es un cachondo, y mi borrachera ya es evidente.
–Pues sí –dice Lucía– en eso estamos.
–O sea que vas a pasar de los tíos maduritos y ahora tocan los fracasados… ¿cómo lo diría…?
–Ya te ha quedado bien, Gabriel. Sigue, te escucho.
–Estás tan buenorra y segura de ti misma como siempre, ¿no?
–Y a ti se te ve fenomenal, Gabriel.
–Otra vez ese tono. Nunca sabía cuándo hablabas en serio. Hace sólo un año y te recuerdo como si no existieras, como si te hubiera leído en Dostoyevski. Seguro que eso te gusta. ¿Te gusta?, ¿te parece interesante?
–Claro que sí, Gabriel.
–Me sigues hablando como a un tonto. Eso nunca fue de otra manera. Sí que fui tonto, fui un buen idiota yendo por ahí contigo del brazo. Joder, pensaba, esta tía no es gilipollas como todas, esta tía sabe algo que las otras no saben. Joder.
–Lo has solucionado todo, Gabriel, ahora lo ves claro.
–Y cómo hablabas de los demás. Siempre tan categórica. Pero te las arreglabas para no parecer nunca cruel del todo, siempre había un fondo de comprensión o de…
–¿Sí?
–No lo sé… Oye…
–Dime.
Nada en Lucía suena a queja. No quiero perderme nada de la conversación.
–¿Por qué no…? ¿No te puedo ver algún día?
–No quieres verme, Gabriel, quieres una tele de tubo y una muñeca vestida de sevillana que se parezca a mí encima. Pero esos tiempos no van a volver.
–¿La juventud?, ¿me vas a salir con esas?
–Siempre ha sido tu problema.
–¿Mi problema?
–Yo nunca fui tu novia, fui un trasunto de una niña de trece años a la que aún no has superado. ¿Por qué no estás en la cárcel?
–¿Quieres que hablemos de eso?
–Vomita todo lo que quieras, Gabriel, y cuidado con el pelo.
–Es increíble…
Diría que el 50% de los presentes nos miran o miran al suelo en nuestra dirección.
–¡¡Tú nunca fuiste como Lucía!!, ¡¡¡Lucía te daba mil vueltas!! ¡¡Que te quede claro, puta de mierda de Periferia!!
Miro a mi alrededor; ¿qué creéis vosotros, hay dos Lucías? Una chica no se corta y nos ofrece más cócteles en una linda bandejita. Sólo yo me animo. Son unos conos invertidos minúsculos. La borrachera de rentas altas.
Se ha producido un silencio que sólo parece molestar al tipo sesentón.
–Buenas noches y que os follen –dice finalmente, aparentemente más calmado, y se aleja tras una nube de coca.
Casi hubiera querido estar sobrio para respirar aliviado.
–Cuando tenía treinta follaba con una niña de trece –me dice Lucía.
–Oh. Humbert Humbert.
–No sé yo. Nabokov escribió una historia, pero en el fondo no era esa historia.
–Creo que no se ha quedado a gusto. Echaré un ojo por si acaso.
–No, no hagas de guardaespaldas, me da que la reacción lógica a menudo atrae las desgracias casi por coherencia narrativa. A veces es mejor pasar y dejar que el tiempo actúe. Puede bastar con un par de minutos.
Ya no hay grupos indies, pero ha hecho acto de presencia un DJ agujereado por todas partes. Pienso en los detectores de metales y el sexo, pero no creo que juegue al fútbol sala.
Lucía me vuelve a coger por el brazo. Mi bombilla polvorienta parpadea:
–¿Y dices que ese tío follaba con una niña?
–No te haces una idea. Era un pueblo pequeño, la cosa se lió y la cría se colgó de un olivo.
–No jodas.
–Me lo contó a los dos años de estar yo chupándole la polla.
–Ya.
–No soy lo que se dice una mojigata o una feminista universitaria, pero eran demasiadas cosas. Salí por patas.
El DJ parece un personaje de Trainspotting que viene de ver a La Madre Superiora. Nos lo quedamos mirando mientras pensamos en pederastas y niñas muertas. Ahora hay gente que casi parece disfrutar con esas cosas, sobre todo los activistas. Cada cual tiene su droga y su Madre Superiora. La política es el chute tapado por excelencia. La militancia. A menudo la gente más aparentemente preocupada por arreglar el mundo, es la que menos quiere que se arregle. La sola idea de que haya podido mejorar ya les irrita enormemente. Su frase favorita para todo es: “Queda mucho trabajo por hacer”. A ningún yonqui le hace gracia que juegues con su droga. Hay distintos tipos de progresistas que odian el progreso. El sesgo totalitario es goloso y no es exclusivo de nadie, y a todos nos hubiera gustado sacar a dos negritas gemelas de las torres ídem.

No oímos un golpe ni frenazos ni gritos. La calle está lejos de la hostia. Una compañera de Lucía, seria pero no especialmente alarmada, se nos acerca y dice:
–Lucía. Gabriel se ha tirado por el balcón.

(Un interludio musical.
Los temas o canciones de Surfer Rosa. Podría enumerarlos y definirlos de algún modo, como lo hace el neófito técnico pero nunca harto de discos y ruidos y voces. Pero mejor limitarse a la canción fetiche de Lucía.
En la edición del disco que Lucía y yo tenemos, “Vamos” aparece por primera vez en el corte 11. Pillamos a Black Francis (o Franck Black, según la época) in media res, monologando, dando voces y maldiciendo con un tono irónico. Esto se alarga durante casi un minuto, tras lo que entran unos acordes sencillos y abruptos de guitarra acústica. Sobre ella se recita atropelladamente lo siguiente con un fuerte acento de Boston:

Estaba pensando sobreviviendo con mi sister en New Jersey.
Ella me dijo que es una vida buena allá,
bien rica, bien chévere.”

Después entra un bombo en medio tiempo, seco y con gran presencia. Y acto seguido la eléctrica de Joey Santiago empieza a hacer ruido, ese ruido con sentido que sólo logra alguien con talento que se deja fluir.
La letra habla casi sin hablar de conocer a alguien, del conflicto inherente, de irse a la playa. Salta del español macarrónico al inglés cerrado.
Nada tiene sentido y todo lo tiene. Todo transmite y funciona. Quizá no en la primera escucha, pero si vuelves sobre la canción, estás atrapado. Lucía dice que el mejor arte suele ser engañosamente sencillo. A veces incluso engañosamente tosco, bruto. Algunas veces es provocador, pero eso ya es sabido. A menudo el arte no habla de grandes temas o asuntos complicados, sino sencillamente sobre sí mismo, sin necesidad de jugar la carta meta o autoconsciente.

“Vamos” vuelve en el corte 15, y se llama “Vamos 2”, tal y como suena, aunque esta vez suena distinto. No hay preludio y la producción quizá sea más limpia. Ambas versiones ya parecen de Lucía y para Lucía.)

Pasa un año.
Estamos en la playa de Sonora, no muy lejos de Periferia. Lucía en biquini tumbada en su toalla. Yo al lado metiendo barriga.
–Él no tenía que estar allí –dice Lucía.
Por algún motivo sé de lo que habla. Me embadurno de crema solar.
–Sabía que era abogado, pero es demasiada casualidad.
Intuyo que Gabriel formaba parte del otro equipo, el bufete con el que Lucía y compañía tenían que acordar o negociar lo que fuere. Nunca supe de qué iba aquello.
–Tortilla de Gabriel en la calle. Es increíble.
He aprendido a guardar silencio cuando toca. Al menos casi siempre.
–Podría haber matado a alguien. Incluso a alguna pareja de tortolitos.
Nunca ha hablado de ello hasta ahora. Lleva sus gafas de sol y su piel está razonablemente protegida. Yo me he encargado de ello.
No vuelve a decir nada del muerto.
Un año. Ya casi me creo el novio de. Apenas hemos tenido crisis alguna de pareja. Quizá es demasiado pronto. Me cuesta imaginar una discusión fuerte con Lucía. Se me rompería el corazón como a una adolescente anime.
Es como si tuviera que cagarla muy por encima de lo normal para sacarla de quicio.
–¿Quieres conocer a mis padres? –dice de pronto.
–¿Cómo…?
–Digo. Que. Si quieres conocer a mis padres.
No me esperaba algo así ni por asomo.
Balbuceo como la primera noche con ella.
–Sí, sí. Claro. Quiero conocer a tus padres.
Ahora soy uno de los tres gerentes poco intimidantes del turno de mañana en el centro logístico de una famosa cadena de supermercados. El lugar es enorme. Si alguien come de los palés, es culpa mía. Si alguien roba un detergente. Si alguien se droga. Si alguien muere aplastado. Si cualquiera de las cien cosas malas o terribles que pueden pasar, pasan, sería culpa mía. De hecho repartiría la culpa con otros dos tíos aún menos confiables que yo.
Total: Culpa mía.
–Porque a mí me gustaría conocer a los tuyos –dice Lucía.
–Sí. Sí. No tengo problema.
De hecho, si hay algo que siempre he deseado en el fondo, es que mis padres conozcan a Lucía. Aun con el vértigo que me provoca semejante encuentro.
Nunca hablo de la redención como objetivo en voz alta.
–Oye –dice Lucía, agarrándome el brazo izquierdo–. Si no quieres no lo hacemos. El rollo de los padres. Yo no tengo problemas en esperar.
–Sí que quiero. Es que me has pillado por sorpresa.
–Qué raro. El chico de las sorpresas…

Parpadeo y estamos en el caminito de entrada a la casa de los padres de Lucía. La magia de cuando algo no te apetece.
–¿Estás temblando? –me dice. Sonríe abiertamente. Es la sensación de un primer día de vacaciones multiplicada por cien cuando lo hace.
–¿Yo? No… Qué bonito es el jardín.
–Antes de llamar al timbre, dime que no vas a desmayarte o sufrir un ataque.
–Eres un poco exagerada ¿no?
–Podríamos haber ido a ver antes a tus padres. Son más viejos, podrían morir en cualquier momento.
Mirad, papá y mamá, soy un desastre pero he acabado con la líder abogada de las animadoras.
Respiro hondo y sonrío.
–¿Estás preparado?
–Adelante.

under-the-silver-lake-misterio-andrew-garfield-resea-1

10 comentarios en “Vamos

  1. Brutalmente bueno. De lo mejor que te he leído y lo primero que comento.

    Seguiré por aquí, como parada obligada en mi lista de lecturas.
    Un beso.

  2. Hay en estas historias cosas tan cotidianas, tan de gente común (otras no tanto) que me espanta (ya te he dicho que hay cantidad de cosas en las que me reflejo) que hacen muchisimo más creíble el relato. Y observaciones sociológicas, de comportamiento, que me hacen el día! y giros dramáticos, y reacciones sobredimensionadas, y finales felices también (como el de hoy)!
    Saludos amigo y buen finde!!

  3. Muy buena historia, me ha gustado. Me ha dado que pensar unas cuantas cosas. Muy largo, nen, he tenido que hacer una lectura interruptus en dos días. La sensación que me ha dado, si tu/la historia con Lucía es verídica, y si el Jordi del relato eres efectivamente tú mismo, es que ese Jordi (o eso de le diría al protagonista) piensa y analiza demasiado. También que se infravalora un poco, o que no tiene demasiado autoestima. Claro que me parece que tú y yo somos de carácteres muy distintos (soy realmente un tío muy raro), así que esos consejos no tienen por qué ser oídos y seguidos. Yo es que después de tantísimos años comiéndome el coco he llegado a la simplicidad de pensar lo mínimo y observar sin emitir demasiados juicios.
    Muy buena la crítica social, así como el retrato de ese mundo pijo, que me es muy ajeno. Muy cinematográfico todo. A Lucía se la ve una mujer tremendamente inteligente, realista y pragmática. Lo que ella dice de la sexualización de las mujeres, que tienen el poder sexual y lo usan… muy evidente y cierto. Hablo de ello a raíz de Khatia, la pianista, pues juega la baza de su tremenda sensualidad, y me parece perfecto que lo haga, aunque tendrá sus contrapartidas y sus críticos.
    Mención especial para los Pixies, uno de mis grupos favoritos. He escrito entradas sobre ellos. Surfer Rosa, un álbum magistral. No tienen precio genialidades como Where’s Is My Mind o Gigantic. Y Doolittle, pese a ser mucho más comercial, es otro discazo tremendo. Juraría que les vi una vez en concierto. Es fuerte porque no estoy 100% seguro. Fue en otra vida.
    Me deja intrigado la foto final y esa mujer. ¿Será… Lucía? Sería demasiado fuerte. Con esos moños y esas cejas/frente se me antoja una mezcla de Frida Kahlo y la cantautora FKA twigs, que me da mucho morbo. Por tanto tu foto también.
    Ciao.

    1. Gracias por la lectura y el extenso comentario. No es aconsejable dar explicaciones de los relatos. Sólo una cosa: Me resulta más fácil narrar en primera persona que cualquiera de las otras opciones :). La foto, por otro lado, es de la peli Under the Silver Lake, toqueteada, claro (la actriz es Grace Van Patten). Ya de paso recomiendo la peli, y también It Follows y El mito de la adolescencia, del mismo director.

      Un abrazo!!

      1. Claro, claro… el uso de la primera persona no ha de significar que sea verídico ni autobiográfico. Licencias creativas, haces bien de dejarlo ahí. Lo importante es que es una historia perfectamente creíble y verosímil.
        Me apunto esa peli y demás nombres. Mí no conocer.
        Todo ello me ha hecho buscar vídeos de FKA twigs, a la que tenía muy abandonada. Esta tía es absolutamente flipante, te transporta a otro mundo. Es muy comparable a Björk por su vanguardismo, estilo, voz, imagen… te recomiendo que busques «Cellophane». Yo he flipado, muy bueno.
        Un abrazo.

  4. Buenas Jordi!
    Creo que es la primera vez que escribo por aquí. Me ha gustado el relato, muy bien escrito como siempre. Daba la impresión de que Lucía y el prota tenían buenos mimbres como pareja.
    Nos vemos!

  5. Es un texto largo, he decidido separarlo en dos, así que sólo he leído la mitad mientras los pixies entraban en bucle…

    La vida es extraña, nos pasamos toda la vida buscando explicaciones que, empezamos a sospechar que no existen cuando ya es demasiado tarde.

    Gracias por seguir dando guerra.

  6. He terminado la lectura y visto los comentarios. La única forma de construir el relato, para mi, es hacerlo en primera persona, la verdad. Me gustan las reflexiones que haces en tan poco espacio y que son toda una carga de profundidad.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s