Inés recién salida de clase, pescado fresco intelectual. Como para sí misma:
–Yo es que no puedo con mi vida.
Inés se revisa las uñas disimuladamente. Con ella, cuatro compañeros de curso, atentos, varones.
–De verdad que quiero comprenderles, pero la ignorancia me supera.
Café para todos, solo, está de moda entre los jóvenes concienciados de Periferia.
Inés viendo irse al camarero:
–¿A quién creéis que votó en las últimas elecciones?
Nadie contesta de verdad. Sencillamente otorgan.
–Ya os lo podéis imaginar.
Inés da un sorbo.
–De verdad que no puedo comprenderles.
El mar de fondo: una reciente discusión en clase sobre la meritocracia.
–No se trata sólo de la meritocracia. No hay valores, sólo un individualismo rampante.
Los chicos asienten, circunspectos.
–Yo quiero defenderles, en serio, es la clase obrera.
Sorbo.
–Pero no puedes ayudar a quien no se quiere ayudar.
Cada vez más estudiantes en la cafetería habitual. Sonidos cotidianos, cucharillas, tazas, reivindicaciones.
–La meritocracia no existe. Pero esos palurdos no lo entienden.
Ya en casa, Inés se da una ducha. Se enjabona a conciencia cada recoveco. Exactamente trece estudiantes se masturban pensando algo así esa noche; incluidos los cuatro compañeros de la cafetería. Son catorce si contamos al camarero, que en realidad votó a los socialistas.
Algunas de las posesiones personales más preciadas de Inés:
Una gabardina negra de tafetán Ralph Lauren.
–Fue un regalo, casi no me la pongo, ¡no quiero que me la roben!”.
Un jersey de primavera de cuello alto, blanco roto, de Vero Moda.
–Me encanta, ¡y casi no me lo compro!
Una falda lápiz Rumble59, estilo años 50.
–Retro en plan bien, tía.
Camisa y pantalones blancos de corte masculino, marca JOSEPH.
–No te digo lo que me costaron. No, tía.
Jeans anchos marca MOTHER.
–¿No tenéis calor? No pienso soltar prenda.
Una blazer larga Brian Dales.
–La llevé cuando el cumple de la Irene, ¿no te acuerdas?
Un móvil Samsung Galaxy S22 Ultra.
–Que sí, que te estoy oyendo.
Un Ipad Pro con pantalla de 12’9 pulgadas.
–Me lo regaló el Dani justo antes de que cortáramos. ¡No te rías!
Gafas Ray Ban New Wayfarer Classic RB2132.
–La resaca, tía.
Un Satisfyer.
–No es para tanto, ¿no?
Un calentón. ¿Qué día es? Los padres de Dani no están.
–Un polvo con un ex es mejor que un polvo con tu novio, tía.
Dani maneja a Inés con poca delicadeza, ella le dice que no se corte. Los arrumacos de antes se han convertido en porno amateur sin cámaras.
–Yo es que no veo porno, tía, no es real.
Dani suelta un cachete poco enérgico. Inés dice: ¿Ya está?
–Dani es que antes no sabía, chica.
Dani ahora embiste en calidad de fulano pervertido.
–Paraba en medio del magreo y te comenzaba a hacer preguntas.
Dani folla dejando sin querer ángulo para la cámara.
–¿Qué haces, Dani?
Demasiado porno no te convierte en un violador…
–Ahora folla mejor. No sé por qué.
… pero hay que olvidar al equipo de rodaje.
–Ahora no es que sea la bomba, pero al menos se deja llevar.
A Dani le gusta dar a cuatro patas. Nunca lo hicieron así de novios.
–Una vez se puso a llorar después de correrse, ¿te lo puedes creer?
Ahora no tiene que demostrar nada.
–Ahora me corro siempre con él, cosa que antes….
Ahora ya no hay política cuando follan.
–Voy cuando no están sus padres. A veces quiero que nos pillen.
Fantasear con mendigos. Lo más cercano sería la hibristofilia, que es cuando quieres follar con gente peligrosa.
–Es como si te entra un ladrón en casa y le chupas la polla.
Inés se confiesa con su “mejor amiga”.
–No creas que me siento atraída por la suciedad, pero follarte a un mendigo es como…
Un vistazo a las uñas, rubor universitario.
–Es como que… imagínate a un mendigo, tía. Ya no espera nada de nadie. Bebe de las fuentes públicas y come de la calderilla que consigue por la calle. Y de repente…
Abre los brazos y los ojos, todo expresividad y dientes.
–Y de repente una universitaria te hace una mamada.
Es como si se hubiera cruzado una línea.
–¿Qué? ¿No querrías verle la cara?
Su amiga intenta cambiar de tema, pero no hay manera.
–He visto a un tío que pide limosna cerca del Starbucks. Si se quitara la barba y todo el rollo pobre, creo que hasta estaría bueno.
Inés y el mundo; el mundo no siempre está en sintonía.
–¿Por qué pones esa cara?
Una parafilia raramente huele mal cuando se cuenta.
–Vale, vale. Ya no digo nada más. Total, no lo voy a hacer.
Inés se relaciona bien con su entorno. Es su percepción.
Algunas impresiones ajenas sobre ella:
–¿Inés? ¿La chica que siempre está en la cafetería?
–Está forrada.
–Una vez casi me lío con ella, pero no le va el rollo bi, sólo el rollo político bi, no sé si me explico.
–Está buenísima, eso está claro.
–Una vez me dijo que estaba harta de follar con niños ricos.
–Creo que le pone comer mierda o algo así, ¿la coprofagia?
–¿Es de las feministas de la cafetería?
–Está siempre con esos cuatro que se la quieren tirar.
–La que colecciona “aliados”, ¿no?
–Es buena chica, un poco tarada.
–Todos se la quieren follar, hasta las lesbis se la quieren follar.
–La de los pagafantas.
–¿La chica que habla de sexualización y se sexualiza? No, no sé quién es.
–Cada vez que habla, el Dani se corre encima.
–Las bolleras la odian y a la vez se la quieren tirar.
–Un día me dio una chapa sobre lo digno que es el trabajo físico.
–Creo que su madre la tuvo a los trece años o algo así.
–Se folló al profe de Ética y lo echaron, ¿no?
–Mi madre dice que no me acerque a ella. En serio.
–El profe aquel que iba de aliado feminista se la folló.
–¿La crudivegana?
–La princesa de Periferia, sí, el resto somos todos machistas o fascistas.
–A mí me salvó la vida. No, es mentira, ja ja.
–Es la típica universitaria, ¿no?
–Como persona no, pero como muñeca hinchable sería la hostia.
–Una chica comprometida, me gusta su forma de pensar.
–Me gusta cómo viste.
–Le veo futuro en la política.
Inés se sube en una de las mesas de la cafetería. Esto sigue a su diatriba con los mendigos.
–¡Miradme! ¡Escuchadme!
A nadie le sorprende nada de lo que está pasando.
–¿Hola? ¡Escuchadme!
Está borracha (conclusión a posteriori).
–Sólo quiero decir unas palabras, ahora que se está acabando el curso.
Empieza a llorar.
–Quiero que sepáis que sois geniales, y que estoy muy a gusto aquí en…
Empieza a vomitar. Corrimiento de sillas y mesas.
El enganche al alcohol de Inés no era algo esperado. Era factible, pero no encaja exactamente con el perfil. La gente pensaba más en drogas de diseño, o directamente coca, la mejor que hubiese en el mercado.
–Tía, la primera regla para superar un problema es reconocer que se tiene un problema.
Ahora bebe aún más café que antes. Vacaciones de verano para una alcohólica.
–Creo que seré una madre alcoholizada estupenda.
Periferia arde entrado julio.
–No me mires así, tía.
Encaja a la perfección; futura madre cuarentona con sandalias de tacón de “estar por casa”, ropa interior cara y algo transparente encima, con vuelo.
Una MILF de serie de los noventa.
–Mi marido estará por ahí follando con chicas blanquitas alienadas, pero yo me buscaré a un buen negro que me taladre. Los negros son mejores en todo.
Sus padres la obligan a ir a un programa de Alcohólicos Anónimos. Organizan a los adictos por franjas de edad. Alcohólicos universitarios Anónimos.
–Está guay. No hay viejos verdes ni feministas desfasadas.
Allí hace otra “mejor amiga”.
–Es increíble, tía, no se depila desde hace cinco años.
El lugar acaba siendo el mejor sitio para pegar tragos; da igual que no lleves alcohol ni dinero.
Inés llevaba una semana sin beber una gota antes de asistir.
–No se lo digas a mis padres. Tampoco lo de los rezos.
Al final de cada día se anima a los adictos a practicar un rezo, religioso o no, dando gracias por haber superado otro día.
–Yo le rezo a Frances Farmer.
Nunca ha estado más borracha que allí.
–Puedo enseñarte a fingir sobriedad. Va sobre todo de localizar puntos de apoyo.
Comienza a follar a diario en cualquier lavabo con uno de los veteranos que lleva el programa.
–Nunca había visto una polla blanca así. Es como si estuviera recalificando mi coño.
Aprende a coser dobles fondos en los bolsillos, a esconder petacas no rígidas.
–A prueba de cacheos, tía.
Perfecciona su actitud de alcohólica funcional; nadie parece sospechar nada en las reuniones.
–¿Suena raro si digo que es el mejor verano de mi vida?
Se pasa a diario por los distintos puntos de encuentro, sociable, recta, amable. No habla de política, no comenta la actualidad, se aguanta la meada para no levantar sospechas.
–Me recuerda a cuando me saqué el carnet de conducir. Haces acto de presencia, todo es un tanto falso, artificial. Repites las consignas, fichas al modo social.
Su nueva “mejor amiga” es la proveedora principal, la prestidigitadora de la arcada. Conoce todos los tipos de prendas y petacas.
–No tiene tanto mérito, empiezo a sospechar que los tres veteranos que llevan el asunto se hartan a follar allí (sí, se folla a cambio de vista gorda). Creo que ellos también siguen bebiendo.
Las reuniones carecen de sentido desde cualquier punto de vista.
–Es como la ley seca; ahora me da más morbo beber que antes, y bebo mucho más que antes.
Aguanta así un mes y medio, a dos reuniones diarias.
El vómito la vuelve a traicionar.
–¿Te lo puedes creer? Le vomité a mi sobrina de cuatro meses encima. La pobre estaba chapoteando en la cuna.
El incidente despierta suspicacias. Su padre revuelve su habitación como lo haría un policía racista con un rapero.
–Encontró hasta los chicles de menta extra fuertes.
Adiós a las reuniones.
–No se lo digas a nadie, pero echaré de menos esa polla blanca.
Dani quedó al margen gradualmente.
–No le culpo, de veras. Lo que no le perdono es que se haya liado con esa furcia pelirroja.
Lily.
–Esa guarra con la espalda hecha polvo. No puede estar bien.
Lily, la nueva novia de Dani, tiene pechos como dirigibles y gusta de lucir escote. Inés nunca ha tenido mucho pecho.
–Y no es solo por las tetas. Esa tía vive para montar pollas de subnormales y hacer cubanas a tontos del culo. Está pensada para dar placer al gilipollas de Hermandad promedio. Una hija sana del Patriarcado.
Acabándose el verano (y las vacaciones), Inés comienza a seguir habitualmente a Dani y Lily. Luego comenta la jugada con su “mejor amiga” primigenia.
–La tía le mete la mano en el paquete cada vez que puede.
Papá y mamá buscan un nuevo centro de Alcohólicos Anónimos.
–Todo lo que tarden es todo lo que yo me bebo. Luego ya veremos una vez allí.
Se ha comenzado a sentir rara con la ausencia de Dani.
–¿Puedes creer que ande enchochada de mi ex? Sólo decirlo en voz alta me suena a confesión de un pederasta.
Papá decide reducir la paga.
–Cree que así me aleja de las drogas. Papá, el mundo es enorme y variado, y está lleno de gente. Y la mitad de esa gente me quiere follar.
Entonces llega el día del accidente.
Entrado septiembre, Dani y Lily se la pegan con el coche una noche. Se saltan un semáforo mientras ella le hacía una felación (él lo confesará sin el menor atisbo de vergüenza).
Lily tiene numerosas heridas, pero nada irreparable. Dani comienza a ver escaleras por todas partes. Una invasión a nivel mundial.
–Me he pasado la noche llorando. No quiere hablar con nadie.
Nadie sabe muy bien lo que ha pasado, aunque pronto se destapa la lesión de espalda. Los médicos niegan mirándose los zapatos. El pésame habitual para el tren inferior.
–Pero esa guarra como si nada. Ahora se buscará a otro tontín al que joderle la vida.
El conductor del otro coche salió milagrosamente ileso.
Para octubre, Inés ya está en otro grupo de A. A. Lleva unas dos semanas sin beber. Ve a Dani día sí día no. Uno de los médicos consultados le ha recomendado un programa de rehabilitación. La posibilidad de recuperar las piernas es ínfima, pero dicho doctor tiene sus dudas.
Inés empieza a sospechar un alto grado de patetismo en su propia vida hasta la fecha. Se entrega a cierta actitud contenida. Guarda silencios que antes no guardaba. Lee más y escucha más. Los interlocutores empiezan a jugar un papel en su vida. Se hacen presentes, de carne, son algo más que identitarismos y una réplica que ignorar.
María, su mejor amiga primigenia, dice:
–¿No te vas a beber el café?
–Casi me lo he bebido.
–¿En qué estás pensando?
–Estoy pensando en Lily la guarra.
–¿En serio? Yo de ti me olvidaría de eso.
–La tía se ha desentendido, ¿lo sabes?
–Ya, bueno, ¿y qué? No es mejor que alguien así se vaya a tomar por culo? Que haga lo que quiera.
Esa era la idea. A tomar por culo. A Inés le gustaba, olvidar ese asunto, una mala paja cubana del pasado. La tetona de tiempos mejores. Si es la clase de persona que se esfuma cuando las cosas se tuercen, es mejor olvidarse de ella.
–Pero es que ayer la vi.
–¿La viste?
–Sí…
–Dime que no hiciste nada.
Lily paseaba del brazo de un chico fitness por el centro de Periferia. Silla de ruedas nueva, vida nueva. Era una cuestión de formas. Puedes hablarlo y afrontarlo, o bloquear en redes sociales. Que tu churri de repente no pueda andar trastoca tus planes de kamasutra. Pasar de ser 100% novia a 50% cuidadora, quieras o no, pone a prueba tu relación.
Inés se puso delante de la pareja, mirando a Lily a los ojos. Se tuvieron que detener. El tipo no entendía nada. Quizá pensó que unas tetas así vienen con recargo. Lo que te dan por un lado te lo quitan por otro.
–Tú, puta.
El primer argumento de Inés.
–¿Tú quién eres?
–Eso da igual, eres una puta.
–Oye, ¿nos puedes dejar…?
–Mírame a los ojos y dime que eres una puta.
El chaval se mantenía ajeno como quien piensa: pelea de gatas, típico.
–Soy una puta. Ya está. ¿Contenta?
–Pues mira. No.
Entonces Lily atajó. Sin añadir nada más, lanzó con sorprendente agilidad su pierna derecha y pateó la entrepierna de Inés.
Una pareja de universitarios se acercó enseguida, uno atendiendo a Inés y el otro encarándose con el fulano fitness.
–¿A ti qué te pasa, eh? Voy a llamar a la policía.
–Colega, que yo no he hecho nada.
–¿Qué tú no has hecho nada? ¿Entonces quién lo ha hecho?
Imagínate a Musculitos intentando entender la coyuntura. El perfil de tío que sólo busca unas buenas tetas y un coche suave como el culo de una quinceañera cuando lo pones a doscientos cincuenta (el coche, no el culo).
Inés se incorporó y aclaró el asunto. Costó un poco convencer a los universitarios. A esas alturas Maromo fitness ya era para ellos el esclavista de dos chicas indefensas y evidentemente alienadas.
Ahí fue cuando Inés lanzó el puño derecho y le rompió la linda naricita a Lily.
–Naricita respingona y tetas grandes. Fue como reventar la guinda del pastel.
–Joder, Inés.
–Tranquila, no fue para tanto.
Inés acompañó a Lily al hospital.
–Un paquete de kleenex echado a perder en una pechugona insensible.
–¿En serio la acompañaste al hospital?
–Le tendí una celada.
La planta de rehabilitación. Lily tapándose la cara con un montón de pañuelos, y de repente tiene delante a Dani, ayudado por dos enfermeros a sentarse en su silla de ruedas.
–Rompió a llorar como una estúpida, como una villana de instituto americano.
–¿Le dijo algo a Dani?
–Le soltó el abc de la reina de los culebrones. Que si no podía soportar verle así, que si lo sentía mucho pero tenía que seguir con su vida (refiriéndose a ella misma).
–¿Y Musculitos?
–Ese estaba ya de vuelta en el gimnasio, supongo, o metiéndola en algún tubo de escape.
–¿Y la naricilla?
–Dijeron que le quedará perfecta, aunque noté ciertas reservas. De todas forma nadie le mira la nariz, ¿no?
Dani bromea a menudo, demasiado quizá, con suicidarse. Ve a un psicólogo dos veces por semana. Inés va a verle y hablan de absolutamente todo.
–La polla se me pone dura. Sólo quiero que lo sepas.
–La verdad es que no había pensado en tu polla, aunque no te lo creas.
–Es verdad, no me lo creo.
–Pero es bueno saber que aún podrás lucir la bandera que sea.
–Soy poco de banderas.
–Da igual. Ya encontraremos a alguna prostituta que se dedique a los lisiados.
–A veces no sé si estás de broma o no.
–Últimamente más que antes.
–¿Y eso?
–Paradójicamente, cuanto más seria se ha puesto la vida, menos en serio me la estoy tomando. O más bien, menos en serio me tomo a mí misma.
Dani bebe un buen trago de un zumo de naranja exprimido por mamá.
Cuando no puede más, mentalmente, suele romper a llorar. Es entonces cuando Inés intenta calmarle (imposible aún), y cuando él finge estar mejor, ella aprovecha el impasse para irse. Todos tenemos un poco de Lily, piensa.
Un café sola en una terraza. Una nueva costumbre. El tiempo cada vez pasa más rápido. Antes los días eran aventuras, ahora son viñetas. Inés se pregunta si es por su nuevo estado de sobriedad. Sospecha que no.
Se imagina el posible futuro, la foto: ella de pie, sonriente; Dani relajando los músculos de la cara, en su silla de ruedas.
No lo tiene claro. Para la Inés de hace dos años habría sido cristalino. Una mezcla de pena infinita e ideología hubiesen tomado la decisión por ella.
Ahora, por más que le pese, se está amoldando a un mundo que también es material. Debilidades, contradicciones. Egoísmo. Lo tiene Lily, lo tiene Inés; siempre lo tuvo. Lo tiene cualquier chico que haya conocido, y sobre todo cualquier adulto cuya experiencia como estudiante quede ya lejos.
Sólo que no siempre es egoísmo. A veces no lo es en absoluto. Son supervivientes. Una persona honesta se parece más a un superviviente que a un activista.
Apura el café. Un vistazo a las uñas. Se siente por primera vez persona antes que mujer. Se percata de ello. Esto caerá como una bomba, se dice.
–Yo es que no puedo con mi vida –murmura.
Leo cada uno de los relatos que escribes, me hacen disfrutar leyéndolos y luego me hacen pensar, no se que tanto por ciento de cada cosa, lo cierto es que los suelo tener un rato transitando por mi cabeza. Lo que es cien por cien cierto, es que me gustaría seguir siempre leyendo más de cada historia, me engancha.
Algunas personas viven por completas ajenas a las consecuencias de sus actos. Las que tienen suerte nunca tendrán que mirarse en ese espejo, para el resto casi siempre es tarde para hacer nada…