Jota. Cualquier lugar en Periferia. Todo empieza a ir demasiado deprisa. Ya me lo advirtieron, pero aun así no es agradable. No invita al optimismo, te añade presión, envenena lo que se dice tus sueños y esperanzas: te fuerza a imaginarte como estadística. Cada vez menos persona y cada vez más número. Menos trozo de futuro y más trozo de pasado.
Veintitantos. Más joven de lo que crees y más viejo de lo que creen las personas mayores que eres. Tú sabes lo que has hecho y lo que no, las oportunidades que has dejado pasar ya; conoces cada vez mejor tus debilidades y limitaciones. En veinte años te ves más o menos igual. Y eso en el mejor de los casos. Muy joven aún y todo lo que quieras, pero terriblemente consciente de lo capaz o incapaz que eres. Casi deseas sobrevivir a un accidente aereo o un secuestro para ver si así te cambia la puñetera cabeza, porque aun con el tiempo a tu favor (por ahora), sigues siendo el escalofriante y limitado tú mismo.
“Sé tú mismo”, una de las frases perezosas y recurrentes más populares. El vacío hecho consejo. Sé tú mismo. Y no matizan nada, y creen que te hacen sentir mejor. Como si no te conocieras. Te presentaste a ti mismo allá por la época del parbulario. Te calaste enseguida: un crío llorón, y no uno cualquiera, un llorón por encima de la media, uno histérico y cagado (literal y figuradamente). ¿Con ese personaje ibas a tener que lidiar toda tu vida? Tú y tú mismo. Encantado de conocerte, ya veremos lo que hacemos.
Ni siquiera había tenido tan mala suerte. Era un crío físicamente del montón, no estaba particularmente condicionado por cuestiones ajenas a mi control. Se trataba de mi actitud. Creo que tomé conciencia ya de muy pequeño de que estaba condenado a autosabotearme, a atraer las situaciones más ridículas y humillantes.
Hubiera preferido ser un asesino en serie. No un violador, pero sí un vecino encantador con un secreto.
Ada. Cualquier lugar en Periferia. El verano está encima, se está precipitando, y el verano es tan atractivo como exigente. Y ya no es el verano de la estudiante, de la mujercita del instituto o la universitaria. Te dicen que tienes toda la vida por delante y a la vez que tienes que decidir ya. Tienes todo el tiempo del mundo y a la vez no tienes una mierda de tiempo. Tienes que espabilar. Cuécete en tu propia indecisión, actúa. Mírate lo de ver si curras “de lo tuyo”. Mucha juventud pero no tienes tiempo que perder. Arremángate, niñata. Sé luchadora y valiente, pero recuerda vivir cagada de miedo. No olvides lo fuerte que eres, pero ten en cuenta siempre lo frágil que eres en realidad. Puedes con todo, pero realmente con casi nada, no te van a dejar. Lucha como una campeona, pero no te pienses que vas a lograr nada, tonta del bote, y eso que eres la típica mujer increíblemente inteligente.
Lo dice la sabiduría ideológica.
Un etcétera interminable de grandes lecciones de la contradicción. Si la hipocresía fuera combustible, algunos podrían viajar a base de pedos.
Mírame, soy la mujer de este tiempo. No la “feminista” contemporánea que vio “la luz” leyendo dos libros de autoayuda disfrazada de ideología y mil tuits. Soy la mujer real. La que sufre los daños colaterales del huracán ideológico. No saco nada de ese pastel. Soy el instrumento favorito de las mentes más “progresistas”, la herramienta de los políticos más queridos, los más oportunistas y aliados, las más taradas, las princesas modernas burguesas que jamás han sido una mujer normal y hablan en nombre de todas las mujeres normales.
Yo soy la mujer común. Yo soy representativa. A veces me he llegado a sentir culpable por no estar permanentemente cagada de miedo. Yo era de izquierdas, y lo soy, entonces ¿por qué soy tan tozuda? Quizá baste con fingir, pero lo de fingir ser una vícima me da urticaria. No he tenido experiencias desagradables con hombres, no peores que con mujeres; pero quizá es un problema de interpretación, puede que no sepa leer mi entorno. ¿Debería estar traumatizada? Quizá el Patriarcado me escupe en la cara cada día y yo sonrío como una boba.
A lo mejor es que soy tonta de remate. Y eso que fui buena estudiante, hasta tengo un trabajo aburrido de alto perfil. No estoy en ninguna cumbre vocacional, pero tampoco en las cloacas durmiendo con las ratas. Ya gano más de lo que han ganado mis padres nunca (no digamos mis disolutos hermanos mayores), puedo aferrarme a los fines de semana (completos) y las vacaciones, tengo buena salud y en general gozo de respeto. Mis colegas me aprecian y mi familia me quiere.
Me cuesta horrores encontrar la trampa.
Quizá es que ya no soy de izquierdas. ¿Será verdad eso que dicen de que te haces de derechas cuando vas cumpliendo años?
La verdad es que yo no he cambiado sustancialmente mi forma de pensar, ha sido la izquierda política y cultural la que lo ha hecho. ¿Significa eso que yo no he sabido evolucionar, o más bien que tengo principios y no compro cualquier moto?
La mayoría de veces soluciono estas crisis de identidad dejando de pensar en ellas.
Al final no escuchas a nadie que grite.
Esteban. Piscina municipal de Periferia. Hace poco me hice con el título de Técnico deportivo en Salvamento y Socorrismo. Incluso me he dejado el pelo largo. Tengo una buena melena rubia y rizada, y cuando empecé a definir músculo decidí depilarme el pecho.
Cuando hago algo, lo hago hasta el fondo. O al menos lo intento. No me preocupa sucumbir a los tópicos o los clichés. Si alguien me ve como el clásico chulopiscinas, es muy posible que abrace esa idea e intente ligarme a su hermana.
Esa es otra: últimamente las chicas se fijan en mí. A menudo sin pudor. Ninguna regla moderna extraoficial (u oficial) se lo impide. Es algo que nunca me había pasado antes. No hace mucho era del puñetero montón.
Puede que sea lo que llaman: “mi momento”. Dicen que en torno a los veintinco años una persona alcanza fisicamente su cenit. La verdad es que me cuadra. La esperanza de vida se ha alargado mucho, pero la calidad de vida no. Soy más consciente que mis contemporáneos de que estos son los años clave. No son los años para cocinar el futuro, digan lo que digan, o sí, pero sobre todo son los años de vida que importan, los que que valen la pena de verdad. El resto, aunque llegue a los 102 años, consistirá en recordar lo que vivo ahora. No me cabe la menor duda.
Sé escuchar, sé ver a mi alrededor. A mis padres, a sus amigos, a mis abuelos aún vivos. Todos llevan décadas anclados en el pasado. Recuerdan con añoranza incluso tiempos de guerra y dictaduras. No por convicciones políticas, como pensaría un imbécil de Twitter, sino porque entonces aún eran jóvenes. Entonces eran sus años. Lo demás, la lucha, la penuria, la comida o carencia de ella, el largo etcétera de vicisitudes o cabronadas, se han quedado en mera coyuntura.
Si tienes veintitrés años, lo más importante es que tienes veintitrés años.
Bea. En la hierba. Aquí donde me ves, soy un mito. Al parecer soy tan real como Blancanieves. Según a quién preguntes, soy más falsa que las tetas de una presentadora.
La última vez incluso voté contra los progres. A diferencia de las tres anteriores.
Se ha decidido que soy una de esas mujeres sin cabida en el discurso oficial. He caído aquí, en este lugar y este momento de la Historia, y el sistema me quiere negar.
No soy frágil ni una mojigata, y tampoco soy emprendedora ni estoy hambrienta de éxito identitario.
Incluso me veo como una persona. Imagínate. (¡Antes que como una mujer!).
Ahora mismo me tiraría al socorrista. Y pensar que iba al instituto con ese chaval. Cada tarde cierro la tienda (Golosinería: “al ladito del Fnac, todo tipo de golosinas sostenibles”) y vengo a la piscina a mirarle el culo.
Quién lo iba a decir. Antes era un tirillas sin oficio ni beneficio, pero ahora es un pibón sin oficio sin beneficio. Un perfil que me pone de lo más burra.
Cada vez me atrae más la gente superficial, o al menos la que lo parece. De ese modo te ahorras a los intensitos y a los llorones.
Vete a por el “facha”.
No solo será vagamente de izquierdas casi seguro (vote lo que vote, si es que vota), sino que además te ahorrarás sermones y gilipolleces a lo trending topic. Si tienes suerte, darás con una buena persona menos hipócrita de lo habitual. Alguien que se lo piense antes de decir que es “anticapitalista”, o anti lo que sea. Como mínimo no será ese tipo de perfil sonrojante que presume de no odiar a los negros o pegar a las mujeres (enhorabuena, cariño)… Antes la gente presumía cuando lograba alguna puta cosa, cuando triunfaba en algo. Supongo que eso ahora es demasiado liberal.
¿Cómo voy a tener salvación?, pero si hasta veo porno. ¿Puedo ser una mayor vergüenza ahora para el virtuoso estándar? Ni siquiera recuerdo haber ido con verdadero miedo nunca por la calle. Vamos, no con más que cualquier otra persona. La única vez que tuve una mala experiencia iba con mi ex. Eran las dos de la madrugada. Me apartaron de un empujón y a él –que intentó defenderme– le patearon en el suelo y le birlaron la cartera. Yo me senté a su lado en urgencias y juro que hacía planes para pillar a esos tíos. Eran dos, dos hijos de la grandísima puta. La clase de cabrones que ahora se dice son todos los hombres.
Ese es otro defecto mío: no odio a los hombres, ni siquiera desconfío de ellos si no me dan motivos. Fíjate tú.
Desterrada para siempre de la banda de los buenos. Alienada, viciosa, nada temerosa y hasta voluptuosa en el vestir.
Si el chico que me ha estado mirando viene a darme fuego, adopto la pose, doy la primera calada y después sonrío.
Ya has conocido al Diablo.
Esteban. Algo sobre una fiesta. En Periferia se ha puesto de moda hacer las cosas «en alto».
–Hasta mañana, Bea.
–Adiós, guapo.
Restaurantes en el piso veinte, fiestas en la terraza tuneada a lo Hawai del piso treinta. A este paso no habrá nadie en la calle. Sólo coches. Pijos primermundistas de toda índole entrando en suntuosos portales, saludando al portero, cogiendo el ascensor tamaño alquiler asequible y recibiendo un cóctel arriba al llegar de manos de dos chicas vestidas de arlequín putón.
La verdad, no tengo nada en contra. Cada vez estoy más en paz con el primer mundo. Cada vez estoy más seguro de que no es el mundo el que te da de lado, sino tú el que le das de lado a él.
Sé que hay muchos discursos baratos de superación en torno a eso, pero no por ello voy a comenzar a arrastrar mi actitud y convertirme en un imbécil pasivo que no es capaz ni de rascarse el culo cuando le pica.
Se acerca la hora del cierre. Si frecuentas las instalaciones de la piscina, seguro que conoces a Pedro. Es el chavalín huesudo y fibroso de aspecto chato, pelo negro pajizo y edad indeterminada (¿18 años?) que pega la hebra a todo el mundo. Luce un aspecto moreno tanto al principio como al final del verano. Nadie sabe lo que hace en invierno; cuesta imaginarle en un aula o haciendo pellas en el césped del instituto.
Lleva un rato hablando mientras yo pensaba en follar con Bea hasta sufrir un colapso;
–… la fiesta.
–¿Cómo?
–Que si vas a ir a la fiesta, colega.
Pedro habita todos los saraos desde los diez u once años. Primero era la mascota de las borracheras, ahora ya es un nuevo borracho. Es ese tipo de persona, más personaje que persona. Como si no tuviera padres (¿los tiene?), todo el mundo ha ido cuidando más o menos de él. Se mueve en Periferia como si fuera un pueblo de mil habitantes. Durante un tiempo corrió el bulo de que tenía un gemelo. Es lo más parecido que conozco a un ser mítico. Cultura popular local. Siempre más conocido que amigo, más envoltorio que fondo. Por aquí dicen que ya folla más que el socorrista. No me molestaría si no fuera porque seguramente es verdad. Se está formando al modo autodidacta como el toy boy de la zona. No me extrañaría que su polla estuviera ya en varios videos porno de mamada doble. El fulano al que no se le ve la cara, las amigas que se calientan porque es viernes, el móvil puesto a grabar. Esas cosas pasan.
Le pregunto de qué fiesta me habla.
–La fiesta en alto del Metas, colega. Sus padres tienen un ático con terraza o algo así, se largan a Sonora a chingar a un apartamento, ¿que no?
–¿Quién es el Metas?
–¿No sabes quién es el Metas? ¿No conoces a la Sandrita?
–Eso sí.
–Pues su hermano mayor, colega. El Metas.
Casi nunca viene a la piscina, pero creo que le vi lanzarse en bomba más de una vez. Ahora tienes que dar el toque a la gente que hace eso. En la piscina tienes que moverte como si tuvieras ochenta años. Yo no hago las normas.
–¿No es un poco gilipollas el Metas?
–¿Y a mí qué que sea gilipollas? Es una fiesta abierta, tío, alcohol a granel, barras y toda la pesca. Contrata personal, camareros maricas y putillas con bandejas, tío.
–Ya…
–Le da igual todo, tiene pasta, ¿que no?
Pedro habla como un yonqui de los 80. Es como si durmiera debajo de un puente. Pero siempre tiene información fiable. (Y no suelo contribuir a la leyenda urbana sobre su pene descomunal).
–¿Entonces vas a ir o qué, tío?
–Eres un poco cansino, Pedro.
–Ya sabes dónde es, ¿no? ¿No te liaste con la Sandrita?
De hecho, sí. Ella tenía dieciséis (o eso dijo) y yo veinte. Tenía tetas de dibujo animado; no existen los campos de fútbol de diez kilómetros, pero sí algunas chicas hentai. Me emparanoié bastante con el rollo de la edad y el neopuritanismo. Sinceramente, me pareció físicamente imposible apartarme de sus morreos furtivos. Estoy seguro de que ella ya había follado bastante más que yo. Tenía fama. Yo no juzgo.
–Sé dónde es, sí, el edificio consolador.
–Gente de pasta, ¿que no?
–Vamos a chapar la piscina, Pedrito, recoge los bártulos.
Jota. Sudando. Pero ha sucedido.
Ni un violador ni un asesino, pero, en honor a la verdad, he cambiado bastante en los últimos dos años. O digamos que he cambiado en teoría, o si el entorno es lo suficientemente civilizado. Soy de los que piensa que conoces de verdad a las personas en las situaciones límite. No con el protocolo y los eventos controlados, por embarazosos que sean, sino cuando de verdad arriesgas algo, mentalmente, pero sobre todo físicamente.
Pero digamos que sí, he cambiado lo suficiente como para despabilar sustancialmente al crío llorón. No me estoy yendo al otro extremo ni nada parecido, sólo estoy intentando que me afecten sólo las cosas que lo merecen. Puede que disfrute en parte yendo a contracorriente. De hecho se ha puesto de moda llorar. He dejado de patalear justo cuando ha empezado a hacerlo la plana mayor. No el grueso de la sociedad (demasiado ocupados en sobrevivir), pero sí un buen puñado de políticos, periodistas, voceros e influencers. Hace unos años decidieron que lo más inteligente era vender la idea de que no debes hacerte cargo de ti mismo. O sí, pero sólo en un mundo ideal, sin problemas, sin violencia, sin necesidad de prudencia alguna.
¿Cómo diría esto? Al final no ha hecho falta un accidente aéreo ni un secuestro para sacudirme. En parte ha sido cierto espíritu del discurso de la derecha el que me ha sacado del atontamiento. Cuando en tu “casa” no encuentras reflexiones prácticas ni de lejos, buscas en otra parte. No te unes a un grupo terrorista de supremacistas blancos, pero al menos te abres a conversar con personas que a los dieciocho años hubieses odiado del modo más irracional. “Personas hechas a sí mismas”. Demoniacos neoliberales. Gente que lleva años riendose de la “izquierda unicornio”.
Te sorprendes descubriendo que el “enemigo” tiene algunas cosas que decir sobre el crío llorón que eras a hasta hace poco. Dejas de ver al enemigo como tal. Creo que a alguna gente de derechas empieza a caerle bien una parte del electorado de izquierdas. Y quizá esté pasando a la inversa también. Los conservadores de toda la vida están desconcertados, y la élite moral de la izquierda (que está suplantando en gran medida a los conservadores) ha logrado su dosis de atención, pero parece perder fuelle como un zepelín ardiendo.
No quiere decir que no dejen huella. O también yo podría estar completamente equivocado.
Estoy sudando. En Periferia ya sólo hay invierno o verano. No hay etapas de transición. Quizá tenga que ver con las arengas de Greta y demás adolescentes burgueses no poco hostiables.
Camino en horas terribles de calor con una gorra puesta. Vives en una ciudad enorme pero luego siempre vas a los mismos sitios. Yo paseo por las afueras, vagabundeo entre casas de zona residencial: ladridos de perro cada quince pasos. La gente con pasta tiende a vivir con más miedo que el obrero del 3º 2ª. Demasiado que perder a pie de calle en estos bonitos barrios. Pienso en mi curro de oficina y sacudo la cabeza. Tengo ese tic cada vez que quiero apartar algo de la mente. Hay temas que están completamente vacíos de estímulos, que me vampirizan el alma y secan el corazón. No quiero empezar a pensar que estoy al principio de mi larga muerte en vida.
Ada. Cafetería de la vía. Hace unos tres años que cuento el tiempo en semanas. Y también en lecturas. Hace que todo vaya a toda leche. Un mes son tres libros, o dos libros tochos, más o menos.
Si esperas con ansia una fecha, cuenta las semanas que quedan. El tiempo se vuelve la hostia de relativo; puede que incluso comiences a sentir ansiedad: ¿te dará para hacer todo lo que tienes que hacer antes de tal o cual fecha?
Cuenta en semanas. Calcula en libros.
Soy uno de esos animales lectores; leo en las cafeterías y los parques, a veces incluso caminando por la calle. Doblo las puntas de las páginas sin avergonzarme lo más mínimo. Dentro de unos años no me imagino con un bebé, sino acunando ediciones caras y oliendo mis viejos libros de cuando era quinceañera. No me interesan los gatos, y no tengo ninguna intención de formar una familia. Sólo me pongo familiar si creo detectar a una de esas feministas pop; entonces comienzo a disertar sobre la vida plena en familia, la casa llena de críos y potadas por todas partes. Hablo de partos y cuidados, de volver a vivir los años de la infancia a través de mis futuros hijos. Me pongo seria y dudo en voz alta: ¿quiero un niño o una niña? Quizá una criatura de sexo fluido, que vaya cambiando como un camaleón sexual. Me pongo seria y digo: no quiero una niña, no sabré qué decirle cuando la violen en grupo en el lavabo de una discoteca; ¿eso nos llega a todas, no? O me río y digo: quiero un niño, el mundo está hecho para él. Que se la saque, haga el helicoptero con la polla y simplemente espere a que las cosas se solucionen. La plácida existencia el varón.
Pero apenas doy con esas feministas. La mayoría de veces son tías que dicen que son feministas. Si les preguntan dicen que lo son, pero luego parecen fingir aún peor que yo. Una cosa es fingir para echarse unas risas y otra muy distinta fingir en serio. Yo quiero feministas reales a las que irritar, no cualquier niñata que va a la moda, sea esta unos pantalones concretos o una idea trendy.
El feminismo se está convirtiendo en homeopatía. La izquierda pensaba que iba a ser un chute de renovación, pero parece más bien autosugestión elitista. Nunca la homeopatía ha sido tan eficaz para suicidarse.
Bea. Entereza con Pedro. Como Diablo femenino e ideológico, y (una vez) votante de derechas, debo decir que me chifla el verano. Me gusta estar al borde de la puta insolación. No estoy siendo irónica, de hecho me tocan las narices los graciosos, cada vez más (ojo: los graciosos, no los que tienen gracia. Hay una gran diferencia).
Me gusta tostarme como un animal sexual, vuelta y vuelta, sonrisa y guiño, playa o piscina. El verano es la mejor estación en todo. Todo puede suceder en verano. Quizá un viaje emocionante con tus amigos, a pie, para poder echar un vistazo a un cadáver. O puede que vayas a visitar a tu madre enferma, y acabes flirteando con Totoro. Interracial, interespecie. O simplemente puedes follar en jakuzzis, o en lugares públicos, y que tu padre acepte por fin no solo que eres activa sexualmente, sino que además te conoces todos los trucos (y algunos más) para que los chiquitos de Periferia desde los quince hasta los sesenta se corran como el aspersor del jardín de la casa en que te criaste.
¿No es bonito?
Pero es real.
–¿Vas a ir a la fiesta, Beita?
–Pedro. Me tapas el sol.
–Perdona.
–Ahora mejor.
–¿Vas a ir?
–¿A dónde?
–A la fiesta del Metas.
–¿Y a ti qué te importa? ¿Qué más te da si voy a ir?
Creo que Pedrito ha empujado ya con todas las habituales de la piscina. Con todas las que le ponen a tono ese manubrio que dicen que tiene, al menos. Esto incluye todo tipo de hembras civilizadas: desde las menores con ganas, pasando por las chicas ennoviadas y hasta las casadas de toda la vida, las más cachonas y dispuestas.
–Joder, Beita, tú conoces gente. Es una fiesta abierta, ¿que no?
–Tú lo que quieres es mojar con mis amigas y mis primas, ¿no?
–Joder, cómo eres, Bea, tía. Yo quiero que haya ambiente.
–Y el Metas qué, ¿es que trabajas para él? Vale, no me digas nada.
Nunca me he follado a Pedrito. Creo que se pasó el momento, yo no le di cancha y él ya pasa de insitir.
–Venga, tía, el Esteban va a venir, y mucha peña de Sonora. Se va a liar, ¿que no?
–Pedrito. Tienes que dejar ese rollo de suplicarle a todo el mundo, cariño. Ve a darte un vuelta y cómete un helado o algo así.
Pedro baja los hombros y se va, patizambo, guiñando los ojos al sol. Creo que por eso no hemos follado nunca. Él es el chavalín de las ETS y yo soy su mamá pibón. Cada cual interpreta el papel que le toca. Casi nunca se puede elegir.
El Metas. Todo cubierto. Mis viejos nunca se cabrean de verdad. Creo que es bastante habitual entre la gente de pasta. ¿Para qué te vas a cabrear? O, ¿para qué vas a tener hijos? Yo existo de milagro.
Tienes que abrazar las contradicciones y supurar hipocresía, pero con estilo. Te haces un zapping al día, te empollas las redes sociales y procuras subirte al caballo ganador.
No siempre es fácil.
La verdad la encontrarías en las conversaciones de alcoba de mis padres. Mis padres son ricos herederos de profesión (ambos), y también militantes de izquierdas. La política es su hobby principal, les chifla. A veces incluso parece que se lo toman en serio. Cuando les oigo hablar con otras personas brillante y artificialmente emocionales, se me despega la carne de los huesos. Hablan de igualadad y desigualdad como si ellos fueran de un planeta vecino más tolerante y avanzado. Una vez les oí decir que eran anticapitalistas, casi saco el vodka por la nariz.
Mi hermana pasa de todo, es clavadita a ellos. Disfruta de la pasta y es toda una putilla influencer de la rama más “woke”, cursi, kawai, posmo y extremadamente boba, acientífica y desinformada que hay. Repite eslogans como la tarada pseudopoltizada que es. Si el pájaro de Twitter fuera un tirillas blancucho de quince años asiático, lo habría dejado seco a mamadas hace mucho. Si ves su instagram, observarás la materialización del MORRO más extremo. Discursos sobre sexualización femenina sacando pecho y culo en la piscina. Cada día. Se apunta a todas las fechas señaladas que tengan que ver con mujeres, racismo, discapacidades… o cualquier movida que ella crea la hará parecer virtuosa. Si le preguntas si es feminista, te soltará el rollo sobre que cualquier persona sensata lo es. O eres como ella cree que te has creído que es, o eres despreciable. Aunque por lo que sé, se ha tirado a no pocos tíos “despreciables”.
Mis padres y mi hermana, pues. Les quiero, creo. Tampoco es que yo sea mejor. Como mínimo procuro no meterme en política. Yo llevo la parte lúdica, la tarea del patito feo. Soy el buenorro que sale de la ducha con la toalla mal liada cuando Sandrita ha traído a sus sentidas y concienciadas amigas.
Me miran el torso y por un momento dejan de ser las pijas falsas y autofeladas que son. Una brecha en la impostura.
En pocos días me quedaré solo. Bendito mes de julio. Todo está cubierto. Mis padres se van a su palacio playero de Sonora y mi hermana a follar por Estados Unidos con chicos la mar de feministas, anticapitalistas y forrados hasta los dientes. No es verdad que los “aliados” no follen, aunque diría que su campo de influencia se encuentra sobre todo entre las menores de veinte con hiperactividad del ego.
Suena el teléfono y es Pedrito.
Pedro. Pedrito.
–Eeeh, ¿quién es tu colega, Pedrito?
–Eeeh, Metas, qué pasa.
–Oye, cómo va eso.
–Va puta madre, tío, ¿qué no?
–No vayas por ahí metiendo la trompa por todas partes, coleguita, tienes una misión.
–Sí, tío, reventar tu chabola, ya sé.
–Ese día tiene que estar petada, ¿vale? Quiero quemar el puto rascacielos, Pedrito. Quiero salir en las putas noticias al día siguiente con una reportera maciza entrevistándome, ¿vale?
–Puta madre colega, está todo controlado.
–Pedro, Pedrito, Pedroooooo… No me jodas, Pedrito, que sabes que te doy quinientos pavos, y te vas con la chati esa del centro comercial a chingar, colega. La invitas al antro más caro y le das la chapa esa que tú das y…
–Me parece que estás un poco borracho, Metas.
–Qué va, colega, por teléfono se oye raro. Oye… ¿me oyes?
–Sí, colega.
–Si viene quien ya sabes, mejor, ¿vale?, pero si no no pasa nada, ¿vale?
–Oye, y ¿por qué no la llamas tú, tío? A mí no me hace caso, Metas, yo soy como su puta mascota de la piscina, ¿que no?
–Eso no me lo creo, tú no eres la mascota de nadie, colega, lo que pasa es que Beita no es como esas pibitas que tú vas rondando, ¿entiendes? No es una chiquilla dispuesta a usarte y tirarte y viceversa, ¿entiendes?
–Sí, tío. Pero creo que tendrías que dejarte ver un poco, colega. Vente más a la piscina, date una vuelta, vacila un poco…
–Yo soy un bicho de playa, ya lo sabes, Pedrito, yo nado en agua salvaje, en agua real, con los putos peces. Eso es lo que me va. No me va ese rollo del cloro y el césped recortadito, joder. Me gusta dar un poco de guerra, pelear un poco, que se me meta un poco de arena por el culo, ¿comprendes?
–…
–Oye. Tú piensa en los quinientos pavos, ¿vale? Va a venir gente igual, pero quiero que venga gente de todas partes, ¿vale? Los porteros están avisados y untados, y esta torre está casi vacía en estas fechas. Tú no pares de decir que es una fiesta abierta. No hay ningún límite, ¿vale? Quiero que la peli que hagan de esto se quede corta, ¿vale, colega?
Esteban. Un garbeo. Mi día libre. Tiro para el centro comercial. Voy de aquí para allá. A veces incluso como en uno de los bares. Siempre hay grupitos de chicas, desde los catorce hasta los veintitantos. Se producen dinámicas de la vida real. Dinámicas muy lejanas a las que se venden o pretenden vender en las redes sociales. Seguramente antes lo digital y lo real se parecían más. Tiempos de Messenger. Desde luego ahora no tienen nada que ver. Antes retocabas o trampeabas tu foto, y aún se hace, pero ahora vendes casi por defecto una imagen irreal de ti mismo, de tu mente y tu fondo. Unos niveles de sensibilidad, ética y moral absolutamente puros, donde la imperfección sólo suma; cualidades sólo reproducibles en términos teóricos. Tu mierda no olería, tu pis sería limonada natural, tu mente: una tierra fertil y preñada de futuro. Amarías como un buen libro y follarías como un juguete.
Por eso creen que, desde esos avatares, pueden linchar a quien quieran, insultar a quien quieran, humillar a todo quisque. Cuando eres perfecto, es imposible que la profunda imperfección de tu entorno no te irrite, y tu generisodad te impide no ofrecer tus sabias lecciones, poner en su sitio a quien lo merece, o felicitar a quien es como tú.
Todo eso se esfuma cuando vas con ropa de calle y tienes que hacer vida social. Tu avatar se queda en casa haciéndose pajas mirándose al espejo, mientras tú sales por ahí. Y la gente ve tu jeta mediocre, tu sudor, tu discutible gusto para vestir, tus gestos torpes, tu poca habilidad para tratar con taxistas o camareras, o incluso con amigos de toda la vida. Eres el fulano promedio. O sea, por estadística casi seguro lo eres. Bastante tienes con no manchar la ropa interior y saber buscarte mínimamente la vida. El virtuoso, “humilde” y sabio, muere en el umbral de tu piso cutre.
Bea. Ahí va ese fulano. A veces veo a mis amigas como si fueran sims. Me esfuerzo por que mi entorno parezca más una partida que una cafetería con el aire puesto para conservar yogures. Quiera o no, ahora habito la realidad. Hace mucho que procuramos no hablar de política, pero fracasamos muchas veces. Raquel y Begoña son ejemplos de lo cómodo al opinar y lo aburrido al vestir. Probablemente para ellas ya sólo soy una pequeña furcia perdida por culpa del “auge de la extrema derecha”. Ya no consumimos las mismas raciones informativas; o sí, pero yo he estado sumando demasiado picante a la mezcla. Las personas muy militantes suelen asentir desconfiadas cuando les dices que puedes estar de acuerdo sólo parcialmente con el discurso de alguien. Si pareces “equidistante”, eso te empuja automáticamente al otro extremo. Raquel lleva un pin de la bandera multicolor; le encanta hacer eso de criticar las banderas jugando a las banderas. En el cúmulo de eslogans que suelta Begoña hay una pizca de opinión propia.
Nos vemos cada vez menos. Ciertos novios han tenido bastante que ver, pero creo que se trata sobre todo de la “batalla cultural”. Yo ya no utilizo las mismas armas dialécticas para combatir. Me ven ya como una cabrona que te podría envenenar poco a poco, del mismo modo que piensan que las fuerzas del Mal han hecho conmigo.
Me sinceré más de la cuenta cuando les dije que había votado al partido más tibio de derechas (para ellas ultraderecha). Creen de verdad que me alineo con las sandeces que se dicen desde ahí. Luego no puedo ir más allá y declarar que sólo voté a esos cabrones para joder a la gente que tiene gran parte del bobo y escalofriante discurso que tienen ellas.
Muchas veces no sé cuándo debo callar o hablar. Creo que callar suele ser lo acertado, pero también la he cagado por callar más de la cuenta.
Mi primer novio creía que era virgen. Básicamente porque yo otorgué con “tímidos” silencios. Ambos teníamos dieciocho. Si hubiera sido menos virgen, podrían haber sumado mi vagina a una línea de metro. Luego le conté la verdad y hablar también fue un error. Callar, mal, hablar, también mal. La verdad es que no se lo tomó tan mal, pero era uno de esos buenos chicos que creen que la confianza consiste en la sinceridad total. Éramos aún la hostia de ingenuos.
Lo cierto es que sólo habría una manera de volver a conectar al cien por cien con mis amigas. Un día podría ponerme seria con ellas y decirles que algún pobre desgraciado de Periferia se ha sobrepasado conmigo. Camino a comisaría volveriamos a tener trece años y ser como las versiones adolescentes de Demi Moore, Melanie Griffith y Rosie O’Donnell en Amigas para siempre. Nada les chiflaría más que desgraciarle la vida a algún salido inofensivo por haberme –quizá sí o quizá no – tocado el culo o manoseado las tetas. Las denuncias falsas no existen para ellas, y por descontado asumen que todo roce solo puede ser parte de una relación totalmente sana o una experiencia traumática de la que nunca te podrás reponer.
La realidad y sus grises son para los boomers y los fachas.
Si la cosa se calienta en exceso, nos ponemos a hablar de libros, ficción, o de gilipolleces de la tele. O miramos a nuestro alrededor y buscamos una cara conocida sobre la que chismorrear. No es que yo sea muy amiga de eso, pero extrañamente se ha puesto muy de moda también entre la militancia de izquierdas. La humillación del prójimo, ver programas de mierda y tuitear sobre ellos. Quizá sienten que eso les aleja o distingue de los varones intelectuales blancos de cierta edad que jamás consumirían ese contenido. Si ellos abominan de eso, deben pensar, nosotros lo amaremos; famosos en una isla, en una casa, en una cocina, en un concurso “musical”…, personajes de la farándula buscando dinero fácil porque ya no tienen tirón en su profesión (si la tienen). Mendicidad de lujo.
Hablar mierda para no tener que hablar de verdad. No somos las únicas en practicarlo. Hay gente tan experta en eso que la última vez que dijeron algo relevante fue pidiendo teta.
Begoña dice:
–Mira. Ahí va ese fulano.
Me vuelvo y veo a Esteban. Camina solo por la galería comercial. Y digo:
–Pues a mí me cae muy bien.
–¿Esteban te cae muy bien?
–Pues sí. Va a lo suyo, no se mete con nadie y no está silbando siempre como una cafetera como nos pasa a la mayoría.
Lo creo de verdad, Esteban finge mucho menos que la mayoría de gente. No digamos que las dos buenas chicas tímidas que tengo delante, reconvertidas en serpientes políticas; antes incluso pensaban antes de hablar, ahora hablan después de que haya pensado otro.
A veces sí sé cuándo conviene guardar silencio.
Ada. Una nueva conquista. Podría escribir un libro sobre quedar con tíos, con pavos, con fulanos, y raramente con hombres de verdad. O mejor no.
Debe ser por esa convicción artificial que tanta gente se convierte en una especie de Yoda sentimental en redes sociales. Acumulan seguidores a base de tetas y culo, o con una bonita cara, y de repente se ven con aptitudes para lanzar consejos a modo de squirting sabihondo. La mayoría de veces son tías. Los tíos que se ponen en ese plan se queman antes, difícilmente no dan un asco espectacular como gurús del ligoteo.
Las tías suelen tener más margen. Cuando has acumulado una veintena de experiencias, ya piensas que podrías escribir ese libro, la guía sobre los penes y las vaginas y por qué no es buena idea ir la primera cita al cine.
Ahora hay tíos que vienen con la lección aprendida. Creen que ahora para follar hay que estudiar antes. Creen que estudiar consiste en leer libros teóricamente feministas.
A veces me gusta jugar con ellos. Siempre están más confundidos que informados. Pasa si te empapas de teoría y olvidas que la realidad es sobre todo un pescado que se te escurre entre los dedos. Pesca, cabrón, métete a lo hondo. Siempre es día de tormenta.
Hay que ser mamón para entregar las llaves de tu cerebro a un -ismo. Ahora sin embargo los -ismos son las nuevas boy bands. La gente joven (y no tan joven) pierde el culo con el “neolenguaje” y los términos que suenan provocativos y desfiantes. Ideología y sectarismos. Han descubierto la rueda mientras papi les llevaba en coche a todas partes. Cutis y manos suaves como el culito de un bebé y hablan de los privilegios de los obreros.
Mientras tanto, observando, un montón de tíos inquietos piensan que lo han hecho todo mal. Señores zurdos reflexionando sobre cómo darse cera, pulirse y abrillantarse. O chavales de veintitantos que empiezan a creer que ser extrovertidos podría estar a un par de peldaños de la violación.
Imagínate a una tía que tiene ganas de pasárselo bien con un maromo. Y te encuentras enfrente de esto:
–Ada, ¿no? ¿Entonces te llamo Ada?
Tinder.
–Porque si prefieres que te llame de otra forma, puedes decirlo.
En mi descripción no hay etiquetas ni banderas multicolor. Ni siquiera de forma irónica. Lo prometo.
–Te veo muy tenso, chico.
–¿Tú crees?
Antes me pisó sin querer entrando en la cafetería. Ahora su cabeza es una tienda de petardos en llamas.
Y vale, puede que esté siendo mala, él sí tenía una bandera multicolor por ahí. Nunca sabes si te los quieres follar o los quieres marear. A veces es más divertida una partida de retórica que un polvo del montón.
Piensa que en la mente de este teórico buen tío, es muy posible que haga ya años que no existen las mujeres retorcidas, malas, cabronas a todo lo que da. Imagínate si hay que tener atrofiada la imaginación.
La ficción no está de moda; la pedagogía está de moda.
Creo que me irrito yo sola sólo de mirarle esa puta cara de buenas intenciones.
–¿Qué opinas del feminismo, Mateo?
A pesar de ese nombre, Mateo no es un pijo con chaleco de punto y una casa con piscina regalo de los papis. Mateo da la turra moral posmo en Twitter cada día a todas horas. No le he sacado el tema en ningún momento, quizá piensa que no lo sé.
–¿El feminismo? Bueno, soy feminista, ¿cómo no lo iba a ser?
Mateo se sabe las preguntas fáciles. Me da algo de pena y no sé si decirle la verdad: que no soy ese tipo de chica, que soy más bien como el resto; no apolítica, pero ni mucho menos una militante o una fanática de nada o nadie relacionado con la política. No soy feminista porque no he sido nunca nada en particular, porque conozco las asociaciones que conlleva la palabra, y no quiero que se me relacione en modo alguno con según qué personajes, discursos o partidos políticos; igual que no quiero que se me asocie a logos de bancos o marcas de zapatillas, aunque sea consumidora y entienda cómo funcionan las cosas.
¿Capisci, aliado Mateo?
Quizá debería decirle todo eso. Pero en lugar de eso me llevo la mano derecha al pie accidentalmente pisoteado, y hago un mohín quejicoso.
–¿Aún te duele? No sabes cómo lo siento.
–Ya. Más lo siento yo.
No sonrío.
–Bueno. Podemos ir a que te lo miren, si quieres.
–No, tranquilo, estoy acostumbrada a los tíos como tú. O a los tíos, sin más.
Nunca decido cuándo voy a ser cruel. Simplemente sucede.
–¿Los tíos como yo?
Otra cosa es saber parar. ¿Sabré parar?
–Sí. Los tíos que vais con una mujer al lado como si fuese vuestra maleta vieja.
–La verdad, no entiendo…
–Claro que no entiendes. Qué vas a entender.
–Sinceramente, creo que no he hecho nada malo. Siento haberte pisado, pero fue sin querer, lo sabes.
–Ya. Todo es sin querer. ¿Así funciona, no? Biología. No lo podéis evitar. Pero tú eres especial, ¿verdad? Eres distinto. Te he pillado en un mal día, entonces.
–Si supieras cómo pienso no dirías todo eso. No soy un biologicista.
–Da igual cómo seas, eres un tío, puedes ser lo que quieras.
–Estoy de acuerdo en que juego con ventaja por ser hombre, pero insisto, no entiendo por qué te has enfadado.
–Eso es porque tú vas por ahí siempre con esos zapatos planos contando chistes verdes y pellizcando culos. Pero resulta que yo soy la humillada en esos chistes, y el culo era mío, señor feminista.
–…
–No deja de dolerme el puñetero pie. Joder.
–Oye, vamos a que te lo miren…
–No. Ahora mismo estoy decidiendo si ir a que me lo miren o ir directamente a comisaría, sinceramente.
–¿C… cómo?
Sé irracional, funciona, ahora te lo compran.
–Estoy hasta los ovarios, sois todos intercambiables. Veo cómo hablas y cómo te mueves, cómo intentas engatusarme, seguro que normalmente te funciona. No quiero ni saber qué cosas habrás hecho, tú y tus putos amiguitos varones. ¿Qué tienes, treinta años? Se me pone la piel de gallina sólo de imaginarlo.
–…
–¿Sabes qué?, hasta aquí he llegado. Me voy a comisaria. Puedes acompañarme si quieres.
–Disculpa, un momento, un momento. Esto es una broma, ¿no?
–Te doy treinta segundos y me levanto.
–Que es esto, ¿un rollo de Twitter? ¿Es por algo de Twitter?
–Oh, pobrecito. No, no es por nada de Twitter, cariño, es porque ya me he hartado de tu peste a esmegma. Te ha tocado a ti, lo siento.
–¿Que me ha tocado a mí? ¿Qué me ha tocado a mí?
–Vas a pagar por todos los tíos que me han jodido. Mira, hasta lo he dicho en voz alta.
Me levanto y pago la cuenta. Lo mío. Él pierde los papeles, mete prisa a la camarera para que le dé el cambio, sale a la calle, corre detrás de mí. Toda su vida pasándole por delante, y ni siquiera va a tener la suerte de morir.
Aún no sé cuánto más aguantaré la farsa. Voy camino de la comisaria, está bien cerquita, mira qué casualidad. Quizá lo planeé desde el principio, desde que vi su foto en Tinder, desde que leí sus arengas posmo, todas esas ideas reduccionistas que se repiten más que el ajo. Gilipolleces a cambio de unos tres mil likes de media. Un ejemplo a seguir para los más virtuosos asociados al pajarito, incluso famosetes, políticos. Colaboraciones en revistas, secciones en numerosos podcast. Una cara visible del activismo más molón, aceptado y bien pagado.
Una buena persona oficial.
Y ahora cree que va a ser denunciado por maltrato. A una mujer. ¿Hay alguna forma humana de que yo no pueda disfrutar de este momento? Teóricamente yo no existo, él mismo lo ha dicho mil veces, y sin embargo aquí estoy. Maquinando; la chica que no folla, que sólo jode. Una mezcla de Marla Singer y Susan Atkins.
En la puerta, cuando ya podemos ver polis a través del cristal, el tipo rompe a llorar y me detiene.
–Por favor… por favor…
–Te voy a empapelar, feminista. Y luego lo voy a publicar. A ver si así, poco a poco, se os va quitando la tontería.
La cosa se pone mejor. Uno de los polis se acerca desde dentro y abre. Se dirige a mí:
–¿Todo bien por aquí?
Una voz firme, un timbre metálico.
Aguanto unos segundos; miro al cielo, a mi maltratador patriarcal, al poli, otra vez al cielo y finalmente al poli. Resoplo;
–Todo bien por aquí. Ha recibido una mala noticia.
Mi conquista está de rodillas, tiembla. Sabe muy bien lo que se estaba jugando. Él ayudó a crear ese monstruo.
Primero quiero meterle todo un discurso, pero al final, justo antes de irme, sólo le digo:
–Estaré viendo tu twitter.
Jota. Cafetería de la vía. Ahí va Pedrito. El galán, el chavalín, el freak. Todos quieren a Pedrito, y nadie le quiere cerca mucho tiempo.
–Eh, Jota.
Debería decir que la cafetería de la vía no está precisamente en el centro de Periferia. Más bien unos centenares de metros fuera de ella. Es un centro neurálgico alegal. No lo es, pero como si lo fuera. Aquí vienes a beber café, fumar (lo que gustes), pensar o, si vas muy caliente y no tienes alternativa, follar con tu novia fuera en el campo. Nadie te va a llamar la atención.
Es la “cafetería de la vía” porque se llama así, y porque además hay una parada de tren muy poco transitada.
La chica sentada en la mesa de la esquina ante su portatil es Ada. Si Ada parece absorta, no es bueno interrumpirla. Un saludo, vale, pero nada más. Ella dará (o no) el siguiente paso.
Sabía lo de la fiesta antes de que Pedrito se sentara a mi mesa y abriese la boca;
–¿Vas a venir a la fiesta que va a montar el Metas, colega?
–Parece que la montas tú más que el Metas, ¿no?
–Yo sólo difundo la palabra, tío.
–Ya.
–Todo el mundo espera que vayas, colega.
–«Todo el mundo» suena un poco exagerado.
–Qué va, tío. Estás en la pomada, ¿que no?
–En la pomada… ¿Hablas con gente de tu edad, Pedrito?
–Descarao.
–Más bien follas, ¿no?
–Follo con pavas de todas las edades, tío. –Sonríe; no tiene una sonrisa agradable.
–Vale. Pues sí, dile al Metas que iré. Soy un nuevo Jota, ahora hago cosas por ahí, salgo, hablo con la peña, me voy a dar un voltio de vez en cuando; tú me entiendes, ¿no?
–Descarao, tío. Puta madre, se lo digo al Metas. Vas ser un VIP, colega, ya verás.
–Sí. Wipp Express.
Cuando nos queremos dar cuenta, tenemos a Ada de pie junto a nuestra mesa.
Pedro da un brinco;
–Eh, Adita, qué pasa.
Ada y Pedro no han follado; creo que Pedro no se atrevería a hablar con ella de esa manera. Yo la conozco desde que nos hacíamos chichones con los picos de las mesas. Si intentara algo con ella, me miraría como una señora a su marido septuagenario.
–¿Qué es esa fiesta de la que nadie me habla, Pedrito?
–Oye, Adita, te juro que iba a decírtelo ahora, pero estabas ahí a tope con el cacharro, y…
–Ya lo sé.
Creo que no veo sonreír nunca tanto a Ada como cuando le toma el pelo a Pedro. Creo que se pondría como una furia si alguien insultara o humillara a Pedro delante de ella. Creo que él también lo sabe. Parece que las mujeres para Pedro se dividen entre madres y parejas sexuales. Ninguna sabe ser alguna otra cosa para él, o bien él no sabe verlas de ninguna otra manera.
Ada se larga, sin dar explicaciones ni volver a mencionar la fiesta. Le pregunto a Pedro por el Metas.
–¿Le ha dejado la novia o algo así?
–Qué va, no tiene. Se queda solo, sus padres se largan de veraneo.
–¿Y su hermana?
–Se pira al extranjero, a hacer de lumi o lo que sea, ni idea, colega.
Se me se enciende la bombilla;
–Pedro, ¿te suena Gatsby?
–¿Gasby?, no conozco a ese menda, no.
–Gatsby es… Gatsby es un colega mío que montaba fiestas a lo grande. Pero no las montaba sólo para ponerse hasta el culo. Las montaba porque quería que una pava que le molaba fuese a las fiestas.
Pedro me lanza una mirada vacuna. Más bien se le cae.
–Pedro. ¿Sabes lo que es la pesca de arrastre?
Sandra. Santa Mónica. Miro el móvil a los dos minutos y ya tengo treinta y dos likes. Salgo horrorosa en la foto (obviamente compré el biquini equivocado), pero ya no quiero borrarla. Los Ángeles es caliente como el interior de un Subaro al sol en verano, y plana como una modelo de los noventa. Se suponía que no era tan calurosa. Todas las tías y los tíos parecen iguales, belleza canónica sin fondo. Cada gesto dice: fóllame y sal pitando. Y aquí no hay falsas promesas de ese tipo, al menos por lo que he visto. Vale, me digo, esto es sólo un paréntesis, una visita al primer mundo más zafio y capitalista. Últimamente controlo bastante bien mis demonios. Me piden a gritos que sea la persona que era antes. Pero no se trata de hacer lo que una quiere, se trata de hacer lo correcto. Para una y para los demás. Ahora lo suyo es hablar de salud mental. Intento leer sobre el tema, pero acabo masturbándome siempre pensando en violadores potenciales haciendo espeleología con mi culo. Mi mayor pesadilla es que la gente pueda saber lo que realmente pienso, ¿pero no es la mayor pesadilla de cualquiera? ¿Soy genuina y bienintencionada o sólo una fashion victim como dice mi madre? Mi madre habla como la boomer que es, mi padre sólo entiende el idioma de los locutores de fútbol. Ambos están tan prepocupados como yo por que se sepa cómo son realmente. Pero creo de verdad que soy distinta a ellos. Para empezar soy de otra generación, y soy bastante cabrona, pero nunca denunciaría retrospectivamente al chaval de veintitantos con el que follé tres veces cuando yo tenía quince, por ejemplo, casi dieciséis en realidad. Yo estaba aún explorando quién era, y él era… bueno, era un maromo salido, sin fuerza de voluntad para rechazarme. Tetas adolescentes, nuevas de trinca, grandes como una fantasía. Podría venderme como un cahorrito al que le metieron la polla sin saber lo que estaba pasando. Durante un tiempo lo sopesé; eso me podría haber dado la hostia de puntos en mi círculo. Aman las violaciones retrospectivas, los abusos a la niña inocente que no sabe hacer la “o” con un canuto. En resumen, podría hacerme la tonta, aunque en ese momento ya tenía un novio de dieciséis con el que abarcamos el 90% de lo que puedes ver en el porno. Nunca llegamos a la coprofagia, aunque una vez sí me mee sobre él. Tampoco nos iba el BDSM extremo, aunque sí los cachetes y las bofetadas, sobre todo a mí. Aún me va ese rollo, la verdad.
Imagínate si pudiera entrar en mi mente ahora según quién. No puedo permitirlo; la imagen es lo más importante, la reputación. La verdad oficial. La verdad oficial es la única verdad posible. La real es complicada que te cagas, nadie sabe formularla casi nunca, requiere de explicaciones infinitas, aburridas, tediosas. La verdad verdadera siempre suena rara, inmoral, como si estuvieras justificando a los malos. Sencillamente no me la puedo permitir, aparte de que me da una pereza horrorosa buscarla cada vez. Imagina intentar profundizar de verdad en cada tema delicado. Es como lo contrario a la política. La política es divertida, fácil, y sobre todo está rabiosamente de moda. Mi madre mojaba las bragas con los New Kids on the Block, yo sin embargo cambio el mundo. O no, pero debes proyectar eso. Da igual lo ideológicamente profunda y seria que seas si no lo pareces; y da igual si no eres así, siempre que lo parezcas. Yo no he elegido ser una nativa digital. Estoy jugando con las cartas disponibles, y no se me da nada mal. Si tú quieres complicarte la vida, adelante. Yo sé cómo me siento y también cómo debo decir que me siento. Puedo presentarme siempre como mujer antes que como persona si eso me conviene.
Apenas diez minutos más: trescientos dos likes y subiendo. Rabia, hermanito. ¿Qué creéis, es por la foto o por el profundo mensaje en torno a la gordofia de debajo?
Martita llega corriendo desde el agua y me salpica adrede con el pelo. Bromea, pero deseo sinceramente destriparla con un cuchillo de carnicero.
Esteban. Bea. He perdido la noción del tiempo hace días. La mirada perdida en la piscina. Ya os podéis ahogar todos. ¿Se ha celebrado ya la fiesta de Pedrito? Creo que no. Creo que el clima en verano me aturde, estoy más salido de lo normal y más predispuesto a hacer gilipolleces. Estoy convencido de que las altas temperaturas promueven todo tipo de irresponsabilidades, delitos y atrocidades. ¿No lo dicen incluso las feministas?
Cuando era crío jugaba con un colega a las encuestas. Así lo llamábamos. Cogíamos un plátano o un pepino a modo de micrófono y abordábamos a la gente con preguntas. Ahora lo recuerdo casi como un experimento sociológico, algo de lo más inquietante. Podríamos haber llevado una grabadora en el bolsillo, por ejemplo. Mucha gente hablaba sin tapujos. Al fin y al cabo sólo éramos dos críos. La gente tiende a decir la verdad si el micro es de mentira. Lo hacíamos en verano, claro está. Un año nos pusimos a preguntar sobre sexo. El sexo suele ser la hostia de aburrido como tema de conversación, al menos a mí me lo parece. La gente se pone o muy seria o muy boba hablando de sexo, pero nosotros lo hicimos a nuestra falsa manera. Luego he sabido que si lo haces de verdad, con micros y cámaras, se corrompe absolutamente todo (se produce el síndrome “¿Puedo saludar a mi madre?”). La verdad surge cuando te sientes seguro, cuando no te sientes juzgado o te da igual que te juzguen los dos críos agilipollados que éramos nosotros.
En las horas de más calor y a principios de agosto, la pregunta estrella fue:
–Imagínate que estás MUY cachondo, y que te encuentras con una tía que te gusta. Y la tía quiere follar. Pero no tenéis condones. Pero a ella le da igual, y te dice que si no te la follas ahora ya no te la vas a follar. ¿Te la follarías?
Sólo les preguntábamos a chavales. Nos parecía de lo más divertido. No grabábamos, pero sí teníamos un papel con dos columnas, rayitas para el Sí y para el No.
Más de la mitad decían que sí. El entorno era vital. Si estábamos en la piscina o en la playa, rodeados de bañistas, no era tan fácil que te dijeran que no.
La gente cree que va a ser fuerte siempre, que el contexto no les afecta, que son adultos, que se pueden controlar… creen un montón de cosas, como si fueran máquinas de creer y no pedazos de carne con necesidades constantes, tendencia a los impulsos y una capacidad demostradísima para mentir, engañar y humillar incluso a los seres más queridos. Da igual lo responsable que creas que es tu novia o tu novio, da igual los años que llevéis juntos, las confidencias que os hayáis hecho, las promesas, los pactos de sangre o las maratones de Netflix. Si tenéis eso que llaman vida social, por raquítica y puntual que sea, esa pareja fiel tuya puede ser débil un día y echar ese polvo en el lavabo con un extraño que todo su cuerpo lleva pidiéndole desde hace años.
La infidelidad es como una orientación sexual más, y es transversal a todas las orientaciones sexuales. Tiene su propio carácter, infinidad de locales de ambiente para llevarse a cabo, y un huevo de gente siempre dispuesta a ponerle los cuernos al amor de su vida. Apostaría algo a que la mayoría de personas nunca se han corrido tan fuerte como cuando lo ocultaban. Es la desventaja del matrimonio: es todo tan oficial y teóricamente ideal que ni siquiera tu cuerpo se lo cree. ¿Crees que el Manuel de turno que tenga la oportunidad de ponerle los cuernos a la Encarna con una gogó universitaria, no la va a aprovechar? ¿O que la Estefanía que lleva quince años con su ya tedioso marido y conoce a un veinteañero dispuesto, no se lo va a tirar sobre la primera superficie dura o blanda?
No es que no existan las parejas estables, razonablemente felices y duraderas, pero ¿cuál es la estadística? Y ¿es natural hacer eso, o simplemente es una mezcla de influencia ambiental y pereza?
La monogamia es el detonante principal de infidelidad. ¿Es una perogrullada decirlo? Siempre me ha preocupado eso; si te lías en serio con alguien, eso incluye un instrumental con el que podrías torturar fácilmente a esa persona que te quiere o al menos confía en ti.
A estas alturas ya no puedo negar que me gusta Bea. Bea me pone y me cae bien y quisiera comérmerla como un niño gordito se come un Big Mac. La cuestión es: ¿estoy dispuesto a hacerle daño? Porque eso es lo que implica el noviazgo: construyes algo que casi seguro se resquebrajará. Una fortificación de cartón piedra con el mar azotando sus cimientos. El faro que pronto no servirá para guiar a ningún puñetero barco, ni al marino más avispado y valiente.
Sé que tener este tipo de miedo no es original ni aconsejable, pero os podéis meter vuestras miradas adultas y pacientes por vuestro teórico fiel culo moralmente aburguesado.
Bea. Esteban. Adoro (o adoraba) la rutina del atardecer en la piscina. Pero hoy he descubierto por qué. No es por la piscina en sí, ni porque ya no esté currando en la tienda. Es por mis flirteos correspondidos con Esteban. Y he descubierto esto tan evidente porque hoy evita conscientemente mirarme. Sólo un saludo escueto cuando llegué, sin sonrisa ni brillo en la mirada, sin el deseo guarro al fondo de sus ojos. Como si fuera el socorrista funcionario.
De repente sólo soy una contribuyente más. Si me estuviese ahogando, supuestamente haría su veraniego trabajo salvándome la vida. Una bañista estúpida más que se ha mareado en el agua, que se ha golpeado con el bordillo o ha sufrido algún tipo de ictus.
Quizá debería fingir, ponerme a flotar boca abajo en la zona profunda. La simpática chica de la tienda de golosinas, inmóvil, ¿qué le ha pasado? Dejaría que él me alzara con sus nuevos brazos con pretensiones; la gente nos rodearía en el césped y él me haría el boca a boca.
¿Sabría fingir todo eso? Y de no ser así, ¿él se enfadaría? Me cuesta horrores imaginarlo enfadado. Si saliéramos juntos, podría entender que me pusiera los cuernos (aunque no me agradara), o que se comportara a veces como un crío, pero no soy capaz de imaginarlo enfadado, mucho menos agresivo.
Me pregunto si es legal hacer topless aquí. Creo que no. Miro al resto de gente, ninguna chica alegre muestra despreocupada su tren superior.
Aun siendo ilegal, podría ser una buena forma de llamar la atención.
–Señor socorrista, no sabía que era ilegal que se viera algo tan natural como unos pechos con los que podría estar amamantando a un precioso bebé.
Pondría mi voz de Marilyn.
Me da ternura la gente que intenta despojar de connotaciones sexuales el pecho femenino. Pero quizá no es buena idea hacer esa broma.
Resoplo; sola como una estúpida, ahora yo también intento no mirarle. Es entonces cuando me vuelvo impulsiva. Siempre me pasa. Es como si me hartara de mí misma, de mi puto discurso interno. Sencillamente tengo que hacer algo al respecto.
Me levanto y me dirijo a la silla alta del chico repentinamente serio.
Primero quiero preguntarle qué le pasa, por qué ya no hacemos eso de hablarnos sin hablar, de follarnos sin follar. ¿He hecho algo malo? Pero cuando ya estoy justo ante él, más bien un poco por debajo de él, cambio repentinamente de táctica;
–Oye. Hola. Quería saber una cosa. ¿Vas a ir a la fiesta del Metas?
Es como si no fuese mi voz. Me mira, aún serio, me gustaría saber qué piensa, quizá nada. ¿Qué te pasa, Esteban? Reculo y pruebo con el plan A, una versión edulcorada.
–Estás muy serio, ¿te ha pasado algo?
Siempre es raro cuando se verbaliza lo que antes se limitaba siempre a gestos y señales ambigüas. Hablar a veces resulta obsceno, violento; es como si algo hermoso e intangible se convirtiera en materia, y por tanto comenzara a deteriorarse.
–No, no me ha pasado nada.
Observo cómo bajan sus defensas: ya no es el chico serio, ahora sólo es el chico tímido. Creo que puedo descartar una muerte en su familia o similares.
–Vale… El caso es que estaba pensando si ir a la fiesta del Metas. Y creo que mis amigas no van a ir… Entre tú y yo, se están volviendo algo monjiles, pero eso es otro tema.
–Ya. Las conozco.
–Sí, ¿verdad?
Un poco de vida por fin.
–No mucho, pero sí.
–Ya, bueno. Son amigas de la infancia. No se elige a los padres ni tampoco a las primeras amigas.
–Hum…
De repente parece recular. No puedo permitirlo.
–Lo digo porque… si quieres ir a la fiesta del Metas, podemos ir juntos. Como si fuera el baile de fin de curso. O una moñada parecida…
Trago saliva.
Esteban sopesa mi invitación, y después baja de su silla. No puedo decir que no me ponga algo nerviosa. Yo también tengo a una buenca chica dentro, una que aún se ruboriza y podría ser (o no) inexperta.
–Vale. Oye –dice–. Yo voy a la fiesta contigo si quieres, pero…
–Pero qué.
–…
–¿Algo te preocupa?
–No. O sí. Pero da igual.
–Esteban. No te voy a poner una correa ni nada por el estilo; pero creo que podemos sacar esto nuestro fuera de la piscina, pasearlo un poco. ¿No?
No puedo creer que haya dicho todo eso en voz alta.
–Vale. Sí. Venga.
–¿Sí?… No soy peligrosa, de verdad. Un poquito, quizá, pero nada preocupante.
–No creo que seas peligrosa en absoluto.
–¿Ah no? ¿Sabes a quién voté las pasadas elecciones?
El Metas. ¿Qué queda? Hará tres semanas que planeé esto. Y ahora ya casi lo tengo encima. El tiempo nunca juega a favor. Quería que llegara el día, y a la vez que algo sucediera, un imprevisto. No sé qué coño quiero hacer, esa es la verdad. Estuve a punto de hacer varias llamadas y decirle a Pedrito que hiciera una ronda de cancelación por motivos personales. Y motivos personales es justo por lo que lo planeé. El pipiolo conflictivo “de buena familia”, los papis fuera, la hermana neopija fuera también. Pedrito lleva dos días repartiendo octavillas. Una idea de última hora. El anuncio del fin del mundo. Literalmente. Prometo que el mundo se acabará el día de la fiesta. La planta en la que estoy ahora se convertirá en la boca vertical de un volcán. El ático eyaculará cascotes de fuego. Prometo libertad; nadie se comportará como el organizador miedoso de que se rompa la cristalería de su madre o se fumen los puros de su padre.
Follad en la piscina en alto, también hay una, y una cúpula de cristal sobre ella; puedes ver las estrellas mientras la chica morena de la tienda Apple del centro te monta sin condón.
La experiencia de follar en el prepucio de Periferia.
No hay pasado ni futuro, sólo una hoguera y gente alrededor, no contando historias, sino siendo los protagonistas sociópatas de ellas.
Un montón de bonitas promesas de destrucción. De placer. La mayoría de cosas que dan un placer intenso socaban o convierten el futuro en un infierno. Mi truco de marketing es prometer el Cielo en el Infierno. Bajas las escaleras hacia la condenación, y te topas con recodos azules y blancos y zonas mullidas por doquier. Una agradable brisa. Pronto llega la chaise longue celestial y las uvas. Te has estado portando mal, pero a nadie le ha importado. Nadie dice que cuando te mueres las cosas se vuelvan narrativamente coherentes.
Reconozco que en algún momento de todo este planteamiento perdí un poco el norte del asunto. No me preocupa quemar el edificio polla: mi familia tiene dinero para lograr que Dios baje, lo arregle y después le haga una paja con una gran mano hábil y suave. Lo que me inquieta hasta cierto punto es mi reputación.
Ya podéis reíros hasta que se os salgan las costillas. Pero no olvidéis que muy a menudo provocar un desastre puntual revivindica tu existencia. Te da visibilidad. Puede que al principio les parezcas a todos un capullo integral, pero a medio plazo eso podría cambiar. Te “reformas”, te das tono, te paseas por el centro comercial, puede que incluso te pidan una foto de vez en cuando. Ese tipo de celebridad no es nada nuevo; y puede que no sea la celebridad ideal, pero es mejor que no ser absolutamente nadie, o aún peor: el hijo varón blanco de una familia rica con ínfulas activistas.
Tengo que desmarcarme de eso de alguna manera. Tengo que darme a conocer. Podría ser el Robert Downey Jr. de Periferia. Un par de fotos carcelarias suponen un riesgo, pero sin riesgo no hay gloria. Luego ese chico acabó con ese pibón que iba siempre a la piscina, dirán, vaya cabronazo.
Ada. Un día sin furia. Me han llegado varios avisos. Al parecer mañana ya es la famosa fiesta del Metas. He estado notando una gran tensión en la ciudad, algo al estilo de Cazafantasmas 2. La gente parece ir especialmente a su bola, más atomizada que nunca. Me he dado cuenta de que llevo demasiado tiempo cabreada.
Es tan estúpido ser feminista como ser antifeminista. La noche del fulano virtuoso y la comisaría, me hizo pensar. No puedo negar que fue divertido, pero tengo que desmarcarme de una vez por todas de esa especie de guerra digital cultural. Es artificial en su mayor parte. Es como un hormiguero que cree que esa esquinita del jardín es el planeta al completo. Un hormiguero al que le vendría bien un pisotón.
Quizá es eso lo que quiere hacer el Metas. Algo simbólico. Periferia es un centro neurálgico cultural, un gran hormiguero occidental ciego a otros modos de vida, pensamiento y costumbres.
No iba a ir a la fiesta, pero creo que es justo lo que necesito. Iba a preguntarle a Jota si él va a ir, pero no quiero que piense que necesito que vaya, o… no quiero que nadie piense que estoy rara o me estoy ablandando. Puedo ir a la fiesta perfectamente sin necesidad de brindar con chupitos y “hacer piña”.
Las dinámicas que tienen que ver con la amistad también parecen estar cambiando. Quizá las personas se estén volviendo más solitarias, menos dadas a reunirse constante y religiosamente. La teconología nos está cambiando (otra vez), marcando distancia con los que tenemos cerca y acercando virtualmente a los que están lejos. Pero no veo nada malo en ello. Algo puede cambiar sin volverse peor ni mejor. Probablemente la mayoría de cambios son así.
Jota. La mañana previa. Un nuevo Jota, le dije a Pedro. Como si ahora ahora fuese a ponerme una chupa de cuero y llegar fumando como Olivia Newton-John al final de Grease. O como si fuese a salir del armario o anunciar a todos mi fluidez sexual y nuevos pronombres. Dependiendo del día, me siento hombre, mujer, ambas cosas a la vez, ninguna, lámpara de Ikea o reloj Casio de los noventa resistente a cincuenta metros bajo el agua. Una broma burda, ¿no?, ¿o una sátira? Imagínate decir todo esto en voz alta. Sí, como algunos habréis pensado ya, el nuevo Jota es un facha de tomo y lomo. Tránsfobo y seguramente también homófobo y un misógino ejemplar. Todo sobre el papel, eso sí. Ahora la realidad es una bola 8 diseñada y agitada por un tuitero. Lo que salga es lo que eres.
Todo lo que tocan algunas personas se vuelve auténtico y especial. Yo ya no formo parte de ese grupo selecto.
Creo que llegaré solo a la fiesta. Cada vez estoy más solo en general. Las amistades a partir de cierta edad parecen ser o increíblemente estrechas o reducirse a encuentros puntuales más o menos forzados. No ayuda el que comience a haber críos y todo tipo de fuentes de estrés alrededor. Algunos de mis colegas han llegado a la paternidad antes que a la primera ITV. Cuando pienso en tener críos, no se me ocurre nada más torpe y estúpido que yo pudiera hacer. A duras penas logro entender un 20% de lo que pasa, y me refiero a las cosas más básicas para la supervivencia; como para ponerme a decirle chorradas a un mini-yo, o a una cría que a este paso recibirá tantos mensajes cruzados de miedo atroz y empoderamiento, que va a estar majareta antes de los quince años. Cuando le baje la regla, por muy avisada que esté, va a pensar que es culpa del capitalismo. No me siento preparado a ningún nivel para detener semejante tormenta de mierda cayendo sobre un crío o una cría.
El nuevo Jota puede que no sea exactamente un llorica, pero desde luego no está preparado para reiniciar su vida con un churumbel. Su última novia seria fue en la universidad. Ahora ella lleva como cinco años con un pelirrojo. Se casaron hace poco. El día de la boda el padre de ella resbaló y cayó en una piscina. El pelirrojo cortó el pastel con una katana. Había también un bebé sospechoso y un montón de amigas de la novia de lo más follables y aparentemente dispuestas. Está todo en Instagram. Instagram te enseña cómo los demás prosperan mientras tú sigues con toda probabilidad paralizado y estancado.
Por suerte casi todo lo que ves ahí es mentira. Es llamativo, es calendario, es celebración, es compungimiento fingido, meme y muchos memos, es un buen centro de diversión. Pero casi todo es mentira.
Al nuevo Jota le gusta pensarse en tercera persona. No sabe decidir si está alerta o más bien perezoso. Le vendría bien un cambio. Convertir su cara en asiento para alguna buena chica de Periferia. Buena o no tan buena, o mejor lista, o simplemente dispuesta.
Se pregunta si la fiesta del Metas será para tanto. Si será peligrosa, o al menos divertida. El nuevo chico facha está dispuesto, se despereza, se siente con ganas.
Incluso voy a comprarme ropa nueva. Necesito pantalones, quizá una camisa, puede que una corbata; habría quien fliparía. Puedes vestirte como siempre o como para que piensen que te has dado un golpe en la cabeza. No suele haber término medio. La mayoría de gente no sabe pasar por alto o no dar importancia a estas cosas. Si nunca llevas corbata y un día llevas corbata, comenzarán a especular qué te ha pasado. Aunque sería original presentar un cambio sin que este tenga que ver con una novia nueva que ha decidido usarte como Ken.
Llegar un poco disfrazado podría estar bien. No hasta el punto de maquillarse (tengo que recordar que ahora soy muy homófobo), pero sí ofreciendo un aspecto un poco de muñequito. A veces eso hace gracia a las chicas. Quizá algunas se rían de ti, pero otras más curiosas y amables podrían reírse contigo.
Podrían ponerme al lado de Pedrito y comparar. Total, él se folla hasta al apuntador de todas maneras.
Es increíble que ya sea la mañana previa. Ojalá esto fuera emocionante para mí. ¿No lo es?
Sandra. Mulholland Drive. Mientras veo a Martita conducir, me pregunto si los pederastas eligen serlo. Porque creo que no. Y un psicópata tampoco lo elige. No eliges, te dan un papel. Lo veo todo el tiempo, en cada persona que conozco, en cada lugar, viaje y evento social. Papeles y una obra. Tienes que ser muy buena actriz. El problema es cuando no te han dado un papel fácil. Yo no soy una pedófila ni una pederasta. Desde luego tampoco soy una activista, tengo que aceptarlo, eso es sólo mi máscara. Pero no quiero hablar más de máscaras; hablemos de lo que somos, de nuestros papeles, el sorteo biológico, psicológico, lo que sea que heredamos, las reacciones químicas que nos hacen ser como somos. Con alma o sin ella. Si la gente supiera cómo soy, te dirían que no tengo alma. O quizá aún la tenga, pero dudo en general que alguien la tenga.
Durante años me había pasado esto con mi hermano, pero hace mucho que me está pasando con Martita. Mi compañera de playa, piscina y carretera.
Se está alargando e intensificando la sensación, el sentimiento o deseo; me da miedo de lo que pueda pasar. No sé si miedo. Miro a Marta, mi amiga de la infancia, también “activista”, y no veo más que un pedazo de carne jugosa. Y no lo digo al modo sexista en que un tío hablaría de una modelo como si fuera una pata de pollo. Es como si imaginara su carne por dentro (y lo hago), y que no tiene sentido que sólo pueda verla por fuera. Martita es como yo. Un perfil que gusta a algunos tíos; cara redonda y bonita, corta estatura, neumática, tetas estilo dirigible. Los tíos cogen estas tetas como si fueran pelotas antiestrés. Se las meten en la boca y eso les compensa días o hasta semanas de puteo laboral o personal. Este tipo de cosas evitan suicidios.
Me pregunto si un suicida también interpreta un papel inevitable, o si en cambio logra huir de su cometido actoral matándose.
Me fijo mucho en los hombros desnudos de Marta, en sus mejillas, la curva del interior de sus pechos. Nos pasamos los días en biquini. Carne todo el tiempo. Su piernas gordezuelas pero bien torneadas, su culo… Podría descubrir que soy lesbiana o bisexual, y eso sería una ventaja enorme, un añadido ideal para mi máscara activista. O podría sentirme atraída simplemente por beberme la sangre de Martita. Si los vampiros existieran, obviamente yo sería uno de ellos. Pero tampoco soy un vampiro.
Creo que el sudor es lo que más me enciende, las gotitas de sudor que veo en su piel, calientes y recien salidas de los poros.
No creo tampoco que un violador pudiera entenderme. No tengo interés por una situación forzada en pos de un magreo o mis dedos colándose en orificios. He tenido serias dudas de si se trata de una cuestión de poder. ¿Mi papel va de sentirse poderosa? Creo que no.
Creo que tengo que comenzar a asumir que no soy complicada, interesante o fascinante: sólo soy diferente. Hay gente que se conforma con sacar brillo a su coche deportivo. Otros ponen la tele. Otros pescan, juegan al póquer o les gusta dormir. Cada cual tiene su cosa, su red de salvación para (teóricamente) mantener la cordura. Pienso a menudo en el cristal antisuicidios que hay en la terraza del ático de mis padres.
Mi hermano me llama al móvil a mediodía. Una llamada a viva voz. No tengo ni idea de lo que quiere (tampoco he sabido nunca qué puñetero papel interpreta, la verdad). Intenta sonar conciliador y sólo logra resultar increíblemente irritante. Me cuenta que “esta noche ya es la fiesta”.
–¿Y a mí qué coño me importa?
Marta sigue disfrutando de las curvas de Mulholland. Su cosa es conducir; y si me presionaran para ser clara, creo que fantasea con morir conduciendo.
Cuelgo el teléfono a medio soliloquio. Habráse visto. Tener que hablar por teléfono con tu hermano. Hablar. Se me ocurren sólo dos o tres cosas más incómodas y absurdas.
Marta me dice que quiere parar en algún lado. Pero sin gente. ¿Un paseíto por el desierto? Si Marta conociera el 10% de lo que me ronda, no estaríamos aquí. No estaría conmigo. No me trataría desde hace años.
Los Ángeles encaja de algún modo con mi forma de ser, con mi papel asignado. No la verdad oficial, sino la verdadera. Para cuando Marta detiene el coche en medio de la nada, ya no sé cómo apaciguarme y sonreír. No se me ocurre cómo detenerlo. Años de contención. Aquí es donde acaba esto. La máscara va a salir disparada. Un saludo y, como diría mi padre: “Adiós muy buenas”.
Esteban. La tarde previa. Voy antes de tiempo a la Golosinería. He pedido la tarde libre. Más bien me he escaqueado. Oficialmente estoy en casa con una absurda y febril gripe veraniega. Son las peores.
Paseo un rato por la amplia tienda de Bea. No es que ella sea la dueña, pero como si lo fuera. Hay tiendas que son la chica tras el mostrador. La chica es la imagen, la marca, el carisma, el sabor y el olor de la tienda. Las chicas guapas y simpáticas gustan a niños y mayores. Por poco que una chica guapa te haga un poquito de caso, vuelves a sus faldas como el perrito que lleva toda la jornada sin verte. No hay poder que se intente ocultar más en la actualidad. Choca de frente con todo el discurso hegemónico.
La chica de la tienda de golosinas. Me extraña que no sea una categoría más en el porno. Una vez más la sexualización, ¿verdad? Me pregunto qué tiene en la cabeza la gente que dice ahora no pensar nunca en sexo, al menos no hasta cinco segundos antes de ejecutar o recibir la penetración (entiendo). Ahora hay personas que te quieren convencer de cosas de lo más extrañas.
Yo sin embargo he pasado media hora para elegir camiseta y pantalones para la fiesta. Ya no voy a pasar por casa. Es importante elegir la prenda adecuada, aquella que no te haga parecer exactamente lo que eres y a la vez no remarque la presencia de tu sudor o necesidad. Aquella prenda que no será difícil de quitar y lanzar al otro extremo de la habitación. Este tipo de cosas te pueden joder una erección más que desenvolver el condón.
Pareciera que sé que voy a follar, pero no sé qué coño va a pasar. Sólo me preparo. ¿Qué pensarán los mojigatos posmodernos cuando ven un plátano más grande de lo normal? “Oh, parece una quilla de barco, fíjate qué curioso”.
Cuando Bea cierra la tienda, estoy fuera, de pie, intentando no sudar y parecer paciente y natural. Sé de sobras que he llegado antes de tiempo, pero aun así se disculpa por hacerme esperar. Bea sabe que estoy nervioso e intenta que todo parezca un inocente rollo de amigos.
–Tengo que pasar por casa a ducharme. Vas a tener que esperar otra vez…
–Ya. Da igual, soy un chico paciente. Me paso los días sentado en una silla viendo cómo cambia la forma de las nubes.
–Mientras la gente se ahoga.
–Sí. Es un servicio contra la superpoblación.
–El ser humano es un cáncer.
–Excepto si es vegano.
–Por supuesto.
Ella se ríe y parece que todo va bien. Pero tengo que relajarme. Las bromas no siempre son buena idea. A veces sólo actúan como barrera infranqueable. Hay una diferencia entre tener sentido del humor y convertirlo todo en una broma. La mayoría de los cómicos te mandarán al carajo si bromeas mucho con ellos. Conocen muy bien esos mecanismos, los han exprimido a conciencia. Si todo fuera tan fácil como darle la vuelta y echarte unas risas, este mundo no sería este mundo.
Piensa siempre en algo que decir que no sea un chiste.
Cuando espero en el piso de Bea mientras ella se ducha (ha elegido antes la ropa) y puedo oír de fondo cómo salpica el agua, pienso en una quilla de barco. Podríamos zarpar ahora mismo.
Para cuando ella vuelve ya está seca (su pelo no), vestida y calzada. Lo cierto es que ha tardado muy poco.
–Ya casi estoy.
–No hace falta que corras, Bea.
–¡No corro! Ay…
Se va corriendo a su habitación (supongo), pasan un par de minutos y vuelve cepillándose el pelo.
–Bueno, chico de la piscina, ¿qué crees que nos va a ofrecer el Metas?
Ojalá lo supiera. Técnicamente, supongo que alcohol y todo tipo de picoteo. Seguro que ha contratado gente. Pedro tiene razón, el Metas no hace cálculos, sólo hace cosas. Llama a quien haga falta y procede a base de pasta y decisión. Si se frena, no es por prudencia a un nivel material. Si duda es porque algo le importa y no quiere joderlo.
Por otro lado, es un alivio que su hermana esté fuera. No podría ir a la fiesta si estuviera su hermana. Ada es lo menos fiable que puede haber ahora, sobre todo para mí.
–No tengo ni idea –digo–, supongo que barriles de cerveza y enanos llevando bandejas con cocaína.
–La típica fiesta con ganchitos y Fanta.
–La verdad es que lo conozco muy poco, o sea que ni idea.
–Pero conoces a su hermana. –Sonrisa pícara.
–Mmm… la verdad es que no, hace años que no cruzo una palabra con ella.
–Pero follásteis, ¿no?; no pasa nada: ella se lo follaba todo, al menos antes.
–Eso es verdad.
Cuando acaba de cepillarse se sienta a mi lado en el sillón.
–Vale. Sólo necesito un respiro.
–…
–¿Que pasa, por qué te veo tan… tenso?
–¿Estoy tenso?
Huele a polvo descomunal. Y me refiero literalmente al olor.
–¿Quieres que comience a verbalizar cosas que nos incomodarían a los dos? No serían desgradables, pero sí incómodas.
–No. No hace falta.
–Vale.
–…
–Tú cuando pienses en esta noche, piensa en la agenda clásica de la pareja bien avenida. Cambia el cine por el asunto del Metas, y ya lo tienes.
¿Me acaba de decir que esta noche follaremos?
–Sí.
¿Me acaba de leer el pensamiento?
El Metas. Trouble on my mind. Al llegar el momento por fin, el miedo ha desaparecido. Demasiado que hacer o calcular. Intento dar algunas indicaciones. Llevo una diadema con cuernos rojos luminosos, más de bebé diablilo que de Demonio propiamente dicho.
Ni siquiera sé cuánto personal hay entre camareros y camareras. Son del tipo deambulante. Pronto comenzarán a dar vueltas con sus bandejas llenas de cócteles de todas las clases. Dosis dulzonas para una borrachera gradual pero implacable. Por lo demás, hay cuatro barras instaladas con dos barman cada una. Una en la planta principal (más “modesta” en tamaño) y tres arriba: una en la zona del ático, otra en el interior con piscina (el glande de cristal del edificio) y la mayor en la espaciosa terraza. Y luego está el tema de los djs, claro. Hay sólo tres, aunque el plan principal era tener al menos cuatro. Al final la zona de la piscina quedará desatendida en ese aspecto. Habrá ruido de fondo de sobras para el picadero más grande y cerdo que Periferia haya conocido.
Para hacerse una idea de este palacio de hielo, basta con imaginar demasiado espacio para ninguna familia por numerosa y rica que sea. El fin del mundo, sin embargo, necesita espacio, un pozo nunca seco de alcohol, y un surtido musical que invite a hacer cosas de las que ya se arrepentirán quienes sobrevivan.
Cuando llegan los primeros asistentes, el servicio los recibe justo al abrirse el ascensor. Un coctel con un liquido rojo de bienvenida: “menstruación de Greta”. No recuerdo exactamente qué lleva, pero todos los nombres los he puesto yo. Cada invitado entra a mi espaciosa vivienda del primer mundo del primer mundo con su primera e irónica bebida. Si quieres divertirte de verdad, ve a un lugar en el que nadie quiera salvar a nadie.
En cualquier pantalla a la vista –incluido un proyector en la terraza–, se ve la peli Proyecto X en bucle. No discutas sobre tus referencias, sólo difunde la palabra.
Bebo un “padre ausente” (casi todo vodka) mientras saludo a los recien llegados, dos besos, apretones de manos, a veces simplemente un cabeceo, un guiño. No conozco a casi nadie. Amigos de amigos, primos de desconocidos, novias y novios. Una pareja me dice que se ha casado hace poco. Enhorabuena, les digo, sois bienvenidos, y ordeno que les sirvan dos “madres protectoras” bien cargadas.
Brindo con cada grupo que llega. Pongo el modo Tom Cruise y sonrío a diestro y siniestro. Suena Trouble On My Mind, de Pusha T. He condicionado y puntualizado todo el repertorio de los djs. Pueden poner lo que quieran mientras no dejen de poner todo lo que les he dicho.
La gente se concentra en el ático. Les invito a salir a la terraza. Suenan a todo trapo los Shiny Toy Guns. Mi intención es lograr un equilibrio entre lo electrónico, lo hip-hopero, lo indie y lo clásico.
Algunas chicas comienzan a bailar con Le Disko. Ahora la gente llega tan de seguido que ya no puedo personalizar la bienvenida. Sorben sus menstruaciones de Greta y parecen bebés probando el limón por primera vez.
Ada. Qué remedio. No puedo engañarme a mí misma, de todas formas. Cuando se abre el ascensor, una chica alta, delgada y disfrazada de chica alta y delgada dispuesta a servirte, me ofrece un coctel de bienvenida.
–Bienvenida. ¿Menstruación de Greta?
Me detengo, leo un instante el entorno y la escena.
–Muy original. –Cojo y me bebo el líquido rojo.
En la barra del ático veo varias cartas plastificadas. No muy elegante para el Metas. Son una lista de todos los cócteles y bebidas. Es como si te contara el siglo XXI, y que al final lo importante es lograr que todo el mundo muera al mismo tiempo que tú.
Pido un “chupito interseccional” y noto cómo alguien se me acerca por detrás.
Voy a tener que darme a la reunión y el intercambio, no puedo engañarme a mí misma.
Jota. Reencuentro. Hace siglos que no me meto en un sarao de este tipo. Pero también es cierto que ninguno te prometía el fin del mundo. El Metas debería plantearse un futuro en el mundo de la publicidad. Es tosco, poco ingenioso y efectivo: lo máximo que puedes pedirle a un publicista.
Veo la espalda y el trasero de Ada. ¿Ada?
Mi cuerpo se va en esa dirección, mi corazón bombea curiosidad.
Se da la vuelta antes de que yo diga o haga nada para que lo haga.
–Ada. La chica de la cafetería de la vía. ¿Cómo tú por aquí?
–Eso mismo podría preguntarte yo, ¿no?
–Ciertamente.
–¿Cómo tú por aquí, entonces?
–Tenía que estrenar la corbata, ¿te gusta?
–¿Es tu primera corbata?
–Es mi primera pirueta adulta. Juego a crecer.
–Eres como un crío con pistolas de juguete.
–Exacto; encantador e inofensivo.
–Hoy era el día perfecto para hacer algo así. Casi nadie se fijará.
–Gracias, creo.
Miro la lista y pido un “micromachismo coercitivo”.
–Buena elección, caballero –dice el barman. Es algo inquietante.
–Creo que el Metas quiere que te sirvan como si fueran el tío de El resplandor –murmura Ada.
–¿El barman?
–No, el crío en triciclo.
Ruidos, un grito, cristal roto. Dos tíos comienzan a pelearse a puñetazos en medio del ático. O eso parece. No hay mucha visibilidad.
–¿Eso va a ser el fin del mundo, dos tíos dándose? –dice Ada.
–Pues no creo… Aunque quizá sí han pensando que aquí tendrían cierta libertad para hacerlo.
–Ya… ¿El Metas ha contratado seguratas?
–Yo no he visto ninguno.
–Tal y como es, probablemente ni siquiera ha pensado en ello.
–¿Crees que puede ser una cuestión de principios?
–Creo que podría fingirlo.
Entre cuatro o cinco tíos logran separar a los alborotadores. Uno de ellos sale pitando hacia los ascensores.
–¿Qué me dices –se atreve Jota–, vamos a ver qué se cuece en la terraza?
–No porque tenga muchas ganas, pero adelante.
Empieza a haber tanta gente que cuesta avanzar cinco pasos cada vez. Seguramente el Metas no ha tenido en cuenta tampoco las leyes de la física. Debe pensar que una fiesta abierta se tiene que autorregular.
Ada –en un gesto poco propio de ella– me coge de la mano, ambos embutidos entre dos grupos, y me guía hasta la barra. El hecho de que nadie tenga que pagar y haya bandejas con cóceteles por todas partes, parece agilizar el servicio. Pedimos dos “papeles inclusivos”. Una mezcla que acaba resultando en un líquido negro azulado y dulzón cargado hasta los topes.
Ada lo ataca sin contemplaciones.
–De repente me siento posmoderna y liviana como una nube. Me dan ganas de besar alguna bandera con muchos colores.
–¿Ya estás borracha?
–Así no ayudas nada a terminar con el mundo. Recuerda que no tenemos un planeta B.
–Estás mezclando cosas.
–Es lo que te decía, Patrick Bateman.
Bea. La idea de la alegría. Llegamos a la choza de ricos del Metas, subimos unas escaleras y salimos directamente a la terraza. Era mi imagen mental de la fiesta. La amplia terraza, bebida, pibonismo y conflicto. No sé qué tipo de conflicto, pero algo que justifique lo del “fin del mundo”. Quería tener el cielo mucho más cerca de lo habitual; no es que se vea muy distinto, pero ¿a qué altura estamos? Es como un piso treinta o algo así. Puedes señalar la casa de quien quieras a través del cristal antisuicidios.
Apuramos los cócteles de bienvenida, nos acercamos a la barra y estudiamos la carta de bebidas; una idea brillante del Metas para complicarle la vida al personal contratado. Me decido por un “mansplaining laboral”; Esteban da sorbos no muy convencido a su “romance heteronormativo” (creo que sólo es Martini con Coca-Cola).
–¿Está bueno? –pregunto.
–Tendría que haber pedido el “licor 343”.
–¿Licor 343?
–El tío me ha dicho que es el número de bomberos muertos en el 11-S.
–¿Y qué llevaba?
–Era un trago con fuego, ron con algo.
–Por supuesto, sutil y la vez de mal gusto. ¿Dónde coño estará el Metas?
–¿Donde coño está todo el mundo? Están todos aquí y no puedes encontrar a nadie.
¿Qué nos ha pasado? Llevo todo el día pensando en ello. Recuerdo un tiempo en que éramos un grupo relativamente unido. Incluso el Metas se animaba. Antes queríamos construir algo; ahora estamos en una complicada fase de desencanto. ¿Qué vendrá después? ¿Qué piensa una persona de sesenta años que no esté alienada ni tenga el cerebro políticamente sorbido? ¿Cómo ve el mundo una persona mayor cuya capacidad crítica y de razonamiento ha logrado salir razonablemente indemne? ¿Cómo ve a las personas de su entorno (si es que las ve)? ¿Qué siente cuando su generación se está muriendo? ¿Y cuándo comenzaron a morir realmente?
Es evidente que necesito más alcohol.
Tengo que ser la chica pibón de la piscina, la chica de la tienda de golosinas. Aún soy esa chica, aún me quedan unos años de ser esa chica. La chica que Esteban espera de mí. Somos jóvenes, aún, jóvenes de verdad.
Me gustaría poder ver a los demás. Verles charlar o hacer las paces, si es que lo necesitan. Verles ponerse al día o evitando hacerlo, contando chistes, pidiendo más cócteles, diciendo chorradas, quizá incluso brindando con chupitos.
La idea de la alegría parece algo anacrónico. Antes se materializaba siempre en las edades tempranas, los críos, los adolescentes. Aunque tuvieran sus crisis e histerias, también tenían la habilidad de la alegría, de la felicidad genuina. Ahora ni siquiera ellos saben muy bien cómo se hace eso. Parecen mirar a su alrededor más perdidos aún que las generaciones anteriores; politizados de la peor manera, su ignorancia natural les hace cabrearse o sacar pecho con un bobo orgullo, cuando antes esa ignorancia te ayudaba precisamente a desconectar del mundo, echarte unas risas e intentar no pensar en las cosas que aún no dependían de ti, y que en muchos casos nunca lo harían.
Estoy abrazando a Esteban y él me pasa el brazo por los hombros. La excusa parcial es que hay mucha gente, pero él sospecha que mi cabeza barrunta algo, recuerda cosas, mastica el pasado y traga con el presente.
El Metas. Pijolandia. Los hilos que nos unían se han roto. También los hipotéticos hilos que unían mis conexiones cerebrales. Lo que yo quería hacer era, como mínimo, tirar el piano de cola de mi padre terraza abajo. Eso podría haber matado a alguien, la diversión reside en el riesgo. La cárcel está llena de héroes fracasados de la diversión. Se la jugaron y perdieron, a lo bestia. Se podrían contar incluso asesinos y violadores entre esos insensatos. Personas más o menos jóvenes que decidieron que había llegado el día. Que había que apostarse la ropa, quitar la red de salvación, añadir el picante fuerte que aporta la gracia o acaba matando todo el sabor.
El Todo o Nada.
Desde mi posición algo elevada junto al dj de la terraza, puedo ver viejos y no tan viejos conocidos. Algunos buenos recuerdos y alguna que otra rencilla. El tiempo pasa muy lento de los quince a los veinte años, y ahora todos estamos dando bandazos entre los veinte y los treinta.
Acabo de recibir una llamada telefónica y estoy pensando qué voy a hacer. No quiero hacer nada, sólo convertirme en humo.
Recuerdo cómo hace poco hablé con un amigo de mi padre. Un conocido poco recomendable. Me hablaba en un aparte durante una cena aburrida de pijos. Papá, mamá, Adita la modosita, los tíos, las tías, primos, mis deliciosas primas… Una buena panda de familiares pijos, y también algunos amigos de la misma cuerda. En Pijolandia casi siempre estamos cenando o dando instrucciones al servicio para que preparen la cena. Invitados, conexiones, tratos, encajadas de mano, incluso alguna firma. Negocios y placer todo junto y revuelto. Lo difícil es ganar el primer millón. Después es probable que te aficiones a las putas de lujo.
Este tío era piloto. Lo es. Va de un lado a otro, más bien desequilibrado, a punto de romperse, diría, divorciado, con una hija adolescente y preciosa que le odia. Se enfrenta a una acusación de maltrato y acoso (una azafata), un proceso legal en marcha. Ni la ex ni la hija estaban en la cena, ni que decir tiene. Pero el tipo es amigo de mi padre, y los lazos de la amistad son más fuertes según vas generacionalmente hacia atrás. Antes había un cierto sentido de la lealtad. Se podrá pensar lo que se quiera, pero ahora hay hasta críos que se pelean manipulados por políticos cutres.
Estaba bastante ebrio, pero no se reía ni me daba palmaditas en la espalda mientras hablaba. Me decía que estaba pensando en hacer algo, que a ver qué me parecía a mí. Yo escuchaba atentamente y a la vez le hacía el menor caso posible. Decía que quería estrellar alguno de sus próximos vuelos. Que estaba cada vez más convencido de que iba a hacerlo. Un avión comercial cayendo en picado sobre la casa familiar. Su hija estaba casi siempre fuera, me decía, en casa de un novio sobón, un auténtico cerdo. Pero su mujer estaba siempre en casa. Siempre tocándose el papo.
–La muy pija. Siempre con los pobres en la boca, con los necesitados, con la desigualdad y el malvado capitalismo. Si le cogieras el móvil y se lo pisaras, te sacaría los ojos con sus uñas de manicura. Es una de esas personas que lo quiere todo todo el tiempo y cree que eso no dejará huella. ¿Me sigues?
Le seguía. Era de lo más divertido e inquietante oírle. También creo que se guardaba algo. Incluso en su situación, me extrañaba que estuviera pensando en quitarse la vida y además morir matando. Imaginaba una cuestión sexual entre él y su hija, quizá llevado por la belleza casi insultante de la muchacha, pero nunca he podido confirmarlo. Si yo acabara violando a una hija mía, incapaz de contener mi yo más enfermizo y repugnante, quizá sí pensaría en suicidarme montando un show en la ciudad.
–La mayoría de gente por lo menos se calla. No pretenden que no forman parte del problema; aunque haya sido por cojones, porque han crecido donde han crecido y ahora ya no quieren renunciar a ninguna comodidad, ¿entiendes? Pero te callas. No le das la turra a nadie pretendiendo que eres más virtuoso y que si las cosas son así o asá, no es por tu culpa. Claaaro, por supuesto que no, tarada hipócrita de los cojones, tú eres una santa, tu existencia no cuenta, tu existencia no consume, tu coche funciona con la fuerza del amor y tu móvil con cariño y compañerismo. Menuda gilipollas del siglo XXI.
Ahora me pregunto qué hará y cómo estará el piloto. No consigo recordar su nombre. Hará un mes de aquella cena. Todo podría seguir igual, el desequilibrio gradual, la obsesión con el suicidio-asesinato masivo, y quizá otras cosas que no sé y prefiero no saber. Su discurso estaba diseñado para que te congraciaras. Es fácil empatizar y brindar con una persona que se siente harta.
Ahora sólo quisiera que ese avión viniera hoy y en esta dirección, y que por un pequeño error de cálculo cayera justo encima de esta enorme erección de acero y cristal.
Me vuelven a llamar y descuelgo con ganas de gritar que se vayan a tomar por culo. Yo no tengo nada que ver. Si quieren hablar con alguien, mis padres están ahora en Sonora, probablemente en una fiesta de swingers multimillonarios. ¿Quiere usted que le dé el teléfono?
La vocecita de acento latino, como de mosquita muerta pero muy profesional, me dice que el cuerpo de Marta Garza estaba desollado, y también amplia y visiblemente mordisqueado. Concretamente le faltaba gran parte de la cadera derecha y ambos pechos. Me dicen que si sé algo del paradero de mi hermana, que por favor colabore. Me amenazan velada y oficialmente. Cuelgo sin decir nada.
Ada. Pop. Nos adentramos en la zona de la piscina. Varias parejas copulan en el agua. No parece cómodo, pero sí excitante. Parece haber zonas de “botellón” aquí y allá. Algo en el ambiente, no tan evidente, te hace oler el descontrol en ascenso. Vemos cómo una chica le quita el condón a un fulano y lo sigue montando en una de las escaleras de la piscina. La idea del fin del mundo era una apología de la irresponsabilidad más tradicional, libertinaje patrocinado por la pasta del abuelo del Metas, imagino. No conozco el árbol genealógico ni de quién procede la riqueza, pero no me cabe duda de que estas fortunas acaban muy a menudo en estas lides. Sexo a pelo y cero limitaciones. Una se pregunta en qué momento llegará la violencia, si es que antropológicamente se diferencia en algo del sexo.
Un lugar sin normas es lo más parecido al fin del mundo, pero el Metas obvia parte de la información, porque el fin del mundo en realidad es aburrido de narices. Es exasperantemente gradual. El fin del mundo sólo es emocionante y espectacular en el cine. A eso apela él. La cultura popular es entrañable como un cachorrito. Da igual si el perrito se está comiendo los ojos de tu hijo o el cerebro de tu hija. Las partes brillantes son cegadoras, maravillosas. Por eso hasta la política se ha sentido atraída por ella. Es una vía de entrada a las mentes más tiernas, bobas y bienintencionadas. Si quieres convencer a las amigas de tu hija de algo, no tienes que explicarles nada, no les interesan tus razonamientos, no los entienden ni les ven la gracia. Lo que sea que quieras venderles, tiene que ser a través de la moda. Pon de moda tu Agenda. Convierte en Tendencia el enfoque de tu Club o Partido. Prostituye la Causa que haga falta. Ve a por el corazón del vulgo. Los sentimientos exacervados sumados a un escaso cerebro, son un potenciador increíble de la ignorancia. Alimenta un fanatismo pop. Tu fiesta, sea la que sea, tendrá serias posibilidades de éxito.
Todo eso tiende a la destrucción. El Metas lo sabe. Probablemente haya seguido un razonamiento similar. Está harto de oír hablar a sus padres y su hermana. Todos hemos leído cómo la historia se repite. Es una condena tan vieja como el mundo. Creo que todo el mundo fantasea con que su generación sea la última.
Me estoy bebiendo un “sólo sí es sí”. Jota apura su “Amber Heard” con hielo.
Vamos a hacer lo que nunca piensas que vas a hacer.
Esteban. Cama roja. Estoy todo el tiempo buscando el momento de darme el lote con Bea. El morreo adolescente. El babeo casi infantil de comerse la otra boca, la lengua, el cuello, los lóbulos de las orejas. Suena en bucle desde hace rato Pursuit of Happines, todo el tiempo la versión de Steve Aoki. Tiene pinta de ser una orden del Metas. Más de una canción ha sonado varias veces seguidas. Ahora estamos intentando que nos vuelvan a servir algo. Corre la voz sobre la bebida más dura. No sabemos qué lleva. Se llama “Biden finding Greta”.
Por más que bebamos, sabemos que a nuestro alrededor mucha gente está descontrolada. Oímos conversaciones de lo más extrañas para el contexto. Arengas políticas, discursos de hartazgo. Quizá es por la carta de bebidas. ¿Premeditado? Un tío amenaza a otro con tirarle por el hueco del ascensor. Yo me esfuerzo en pensar que no somos especiales. Las cosas siempre están jodidas en gran medida. Ahora no es tan diferente. Pero otra vocecita (no sé si el angelito o el diablillo) me avisa sobre las distintas revelaciones que se han producido en no pocas mentes izquierdistas y más o menos liberales. Revelaciones realistas o cínicas según a quién preguntes. Revelaciones basadas en la desconfianza. Quizá sea por ciertas voces que hablan sin parar de dignidad y frugalidad desde posiciones harto acomodadas.
Quizá la cosa ya lleva décadas en marcha.
Anticapitalismo Coca-Cola, lo ha llamado alguna vez Bea. Desde que la política se comenzó a mezclar con el entretenimiento, se ha hecho difícil que mantenga cierto grado de seriedad, y sobre todo no encontrársela en los lugares y mentes más insospechados. Un rumor: hay una habitación con contraseña en la fiesta, y la contraseña es:
“Lo personal es político”.
Dicen que dentro suena sin parar la canción Cama roja, de Juan Antonio Canta (el artista muerto en su día quizá a manos de 40 limones). Esta letra se superpondría al ruido externo:
Las voces del pasado dicen que nos integremos
en una opción política.
Y que esta juventud casquivana se disipa a sí misma,
entre el alcohol y la melancolía.
Yo quisiera luchar en contra del capitalismo,
pero veo al pueblo comunista.
Tantos años pasando el hambre de la esperanza,
para rendirse al becerro de oro.
Cuando veo tus ojos,
son mis 68.
Lo demás ya no existe,
tú lo haces mentira.
Son demasiado hermosos
para ser de derechas.
Compromiso político y amor adolescente.
Qué mas da, con que sea roja la cama,
creo que será suficiente.
Así serán nuestros sueños,
tan rojos que un día seremos valientes.
La sabana en la ventana,
para que todos la vean.
Y nuestra cama tan roja,
la cama tan roja,
el ocaso sobre la marea.
Tan solamente creo en la belleza de tu cuerpo,
que se marchita al ritmo de la caja del reloj.
No empuñaré más rifle que mi sexo tan pequeño,
para traerte de nuevo a mi lado.
Ojala no pienses que mi desengaño es pereza,
mi memoria me demuestra lo estéril de la lucha burocrática.
Pienso que tras las grandes revoluciones racionales,
se restaura sonriendo el orden anterior.
Y los que murieron a manos de rebeldes,
pudieron engendrar a ese mesías que ya no viene.
Así que, déjame decirte que entre lo malo y lo peor,
yo no elijo nada y sigo soñando.
Cuando veo tus ojos,
son mis 68.
No pueden hacer nada,
frente a un colt 45.
Tengo unas figurillas
que no se venden nada,
pero son tan hermosas que ya no me dan miedo.
Con esa roja cama,
creo que será suficiente.
Así serán nuestros sueños,
tan rojos que un día seremos valientes.
La sabana en la ventana,
para que todos la vean,
y nuestra cama tan roja,
la cama tan roja,
el ocaso sobre la marea.
Algo comienza a arder en la zona interior del ático. Creo que ha cortado la posibilidad de enrollarnos. Nos estábamos mirando como en las películas. Se habla de las películas que acaban con beso, pero no de las muchas que prefieren no hacerlo. Quizá es un error no hacerlo. Un beso en la boca marca la línea. Si no se produce, es que no ha pasado nada. Si no se produce, es cada vez más probable que nunca pase.
Como siempre, me falta parte de la información. Desinformados, preguntamos qué está pasando. Nadie sabe decirlo, pero todos opinan.
Jota. Pursuit of Happiness. Follamos en la piscina. Aun sabiendo que la gente se está meando y cagando en ella. A un par de chicas les ha bajado la regla y hay un par de nubes subacuáticas oscuras y amenazantes. No para de oírse esa canción, Pursuit of Happiness, en su versión dance noventera. O eso me parece a mí. Ada se pega a mí y sobre mí. Sin protección. Probablemente es uno de los momentos más felices de mi vida, así que muy fácilmente todo esto acabará mal.
La letra de la canción se repite en bucle.
Intento traducirla del inglés en mi mente. Quizá así no me corra enseguida como un gorila.
La letra original es de Kid Cudi. No funcionaría transcrita, pero es perfecta para quemar un rascacielos.
–¿No huele a humo? –dice Ada.
Justo entonces me corro dentro de ella.
El Metas. Armagedón. Busco a Pedrito. Es como si buscara volver al pasado. Me basta con tirar un par de semanas atrás. Pedrito no es tonto, es probable que se haya largado. El piano de cola de mi padre está ardiendo en medio del ático. Mea culpa. La gente ha acercado todo tipo de muebles y objetos a las llamas. Ahora están casi lamiendo el alto techo. Me he pasado unos diez minutos quemando fotos familiares, viendo cómo ardían lentamente. Siento que ahora soy una de esas personas que hacen el contraste. Gracias a mí y los que son como yo, existe la gente buena y equilibrada. Quizá pasivos y unos hipócritas de cojones, pero también pacientes. Respiran hondo los lunes por la mañana y preparan el ojete para otra sesión de sodomía. Y ni siquiera son actores porno, van a cobrar una buena mierda.
Parecen haberse formado dos facciones, los que buscan cubos para traer agua de la piscina y los que quieren avivar el fuego. No me sé posicionar, la verdad. Hay gente que no entiende esto, pero yo hace tiempo que sólo veo grises. No existe la Maldad, sólo la ignorancia o el egoísmo, o la enfermedad. De enfermedades no sé un carajo, pero sobre egoísmo e ignorancia puedes preguntarme lo que quieras. La ignorancia es no moverse. El egoísmo es saber más de la cuenta. A partir de ahí, podemos debatir, si es que no se hunde el suelo o nos desmayamos por los gases que ya flotan en el ambiente.
Los ascensores están funcionando a pleno rendimiento. No hay rastro de Pedrito. Si fuera un día como otro cualquiera, quizá ya podría escuchar las sirenas sin tetas. Así las llamaba mi padre para hacerme reír de crío. Ver pasar un coche de policía o de bomberos era motivo de risas y comunión familiar.
Ahora mi padre me parece un gilipollas. Mi madre siempre me lo ha parecido. Y mi hermana por fin ha puesto sus cartas boca arriba.
Como nota positiva, no he visto que Esteban y Bea se den el lote, aunque obviamente están juntos y revueltos. Es probable que ya se hayan probado los fluidos por su cuenta.
No sé muy bien qué hacer, así que dejo de intentar retroceder en el tiempo y salgo a respirar aire a la terraza. No es fácil, el humo lo está invadiendo todo. En un rincón veo una cara relativamente familiar. Es la dependienta del centro comercial que le gusta a Pedrito. Que le gusta más allá de lo evidente. Me acuclillo junto a ella. Está llorando.
–Oye. ¿Qué te pasa?
–Quiero irme de aquí…
–¿Y por qué no te has ido?
–¿Qué?
Es comprensible; visto desde aquí, el ático te hace sentir como un bombero del 11-S. No todos somos héroes, aunque a algunos no nos dé miedo la muerte. Lo que te convierte en héroe no son las «pequeñas cosas», como sobrevivir a los lunes y los martes y criar a un par de críos egoístas que pasarán por el mundo sin dejar la más mínima huella positiva. Tu padre no es un heroe. Ni tu madre, por “empoderada” que esté. Un héroe es un bombero, un policía, o alguien que haga algo heróico.
–¿Por qué me dices todo eso? –grita la chica.
Un héroe es quien arriesga su puñetera vida, física y mentalmente, un riesgo de muerte. Que no solo sabe cuidar de si mísmo y los suyos, sino que además también está dispuesto a cuidarte a ti. Eso es un heroe.
–¿Estás hablando solo?
La verdad es que sí. Pero a veces uno comprueba mejor cómo suenan las cosas si las dices en voz alta.
–¿Quieres saber una cosa? –digo, ahora sí a ella–. Creo que al final no se va a acabar el mundo.
Los esfuerzos por apagar las llamas con el agua de la piscina, parecen haber dado sus frutos. Agua, pis, mierda, sangre, saliva, fluidos… Todo viene a ser lo mismo.
Echo un brazo sobre los hombros de la chica.
–Ven conmigo. Creo que los ascensores siguen funcionando.
Casi todo sigue en marcha, excepto quizá mi vida en unas horas.
Ada. Los de toda la vida. Aún hay bastante gente. Encontramos la habitación misteriosa de Juan Antonio Canta. Descubrimos que existe, y que dentro hay una chica llorando: el pelo teñido de rojo, el maquillaje ya de supervillana. Jota hace ademán de parar la canción; suena a través de un portatil conectado a dos altavoces. La chica le detiene.
–¿Me podéis dejar sola, por favor?
Podemos y lo hacemos. Creo que los dos queremos volver a follar, pero no estamos seguros de cuál es la situación ahora. Curiosamente no hay policías o bomberos aún por aquí. Quizá vienen de camino; o puede que extraña pero no increíblemente, nadie haya llamado a ningún número de emergencias.
Los djs se han largado, pero han dejado sonando en bucle Pursuit of Happiness, esta vez la versión de Kid Cudi.
Tampoco hay ya camareras ni barmans. Quedamos los de siempre y poco más. Los de toda la vida. Me pregunto cómo se siente el Metas. Antes le vimos de lejos, ayudando a gente a llegar hasta los ascensores. No sabemos si está borracho, apagado, confuso, arrepentido… Hasta dudamos de que siga vivo en el sentido estricto de la palabra. Creo que Jota sabe algo que no me está contando. Quizá de poca importancia, pero lo sabe. Casi no hemos empezado y ya nos comportamos como cualquier pareja.
Bea. Reunión. Veo por fin al Metas.
–¡Tú!
–…
–¿Ya no te acuerdas de tus amigos, de la gente que te creó?
–¿Cómo? ¿Quién me creó?
–Yo no, desde luego –interviene Esteban.
–Pues yo sí, dice Bea. Yo creé que a este pipiolo. Prácticamente salió de mi vagina.
Jota y Ada aparecen cuando el humo ya se ha disipado. Se producen algunos saludos tímidos. Amigos de toda la vida excepto en los últimos años. Es como si nos hubiera separado un mar de píxeles. Un muro hecho de casillas para rellenar. Una oficina del Inem plantada en medio de un bosque precioso. Sueños rotos de los que no apetece hablar. Perspectivas poco halagüeñas. Yo lo sé y lo siento, y lo veo en sus ojos.
Esteban se siente algo al margen, pero es exactamente igual que el resto. Incluso Pedrito acaba apareciendo. Reaparece cuando el terremoto ha cesado. Hasta ha subido en uno de los ascensores.
–Pedrito, ven aquí –dice el Metas.
Le abraza como si le quisiera. Es menos difícil de lo que parece. Luego es Ada la que le da un abrazo. Yo le doy otro, Jota le da la mano y Esteban cabecea en su dirección. Pedrito es el nexo de unión.
–La que se ha liao, ¿que no?
–Y tú mientras tanto… –digo.
Deja ir su sonrisa entre tímida y traviesa, de haber estado follando como si el sexo no volviera a ser sospechoso de casi todos los males.
–Yo quisiera saber –dice Esteban– por qué seguimos solos aquí, Metas. ¿Por qué no ha venido nadie?
–Tengo mis métodos.
–Lo que tienes es un huevo de pasta –murmura Jota.
–Eso también. De todas formas sí van a venir. Sólo compré un poco de pereza. Nada más.
–Las autoridades de Periferia una vez más puestas en entredicho.
Revisamos todo el lugar. Nos encontramos la habitación de Juan Antonio vacía y en silencio. No queda nadie en ningún rincón. Al final, sólo un montón de muebles quemados y una mancha negra enorme en el techo. Así de grande y resistente es esta señora vivienda. Sólo daños materiales y fluidos por todas partes. La típica casa de activistas.
Decidimos irnos a la playa. Está amaneciendo. Se huelen un montón de cuentas pendientes. Historias recurrentes a medias. Nada termina nunca, no en la vida real. Las cosas sólo se interrumpen para