Cargado de miedos. Valiente. Tímido. Descarado. Un ser que utiliza la escritura para no delinquir, y así poder proyectar todas la obsesiones en personajes ficticios que hacen y dicen cosas que la gente no quiere ver ni oír.
Ver todas las entradas por jordi M. Novas →
Estoy en una reunión supuestamente amistosa, con la ropa adecuada para pasar tanto frío como calor. La chaqueta perfecta de entretiempo, la ropa equidistante, sudor y viento fresco; es mejor que no añadas una capa, pero tampoco te la quites, cualquier decisión sólo empeoraría las cosas. Nunca he pasado tanto frío en invierno ni tanto calor en verano, y nunca me ha irritado tanto el tiempo indeciso. Sonrío a todo el mundo, creo que de forma convincente. Aún no sé quién es la chica de la tumbona, de perfil potencialmente problemático tanto para conservadores como para progresistas; tiene una cara bonita y un cuerpo “normativo”. Además sonríe (ella sí parece que de verdad) y parece cómoda en su piel, género y sexo (lo que indica que está al margen de la actualidad política nacional). La miras más de lo que crees, pero no te hace ni puto caso, seguramente porque está acostumbrada, y porque los moscones en realidad sólo actúan en determinadas circunstancias con las que sabe lidiar sin mayor problema. Como personificación del mercado sexual al alza, podría estar básicamente con quien quisiera, ya sea cuarenta años o una noche. De alguna forma ha encontrado la manera de no pasar frío en biquini aun estando a mediados de abril en la periferia de Periferia. Cierto es que lleva media hora al sol con gafas de sol y brillante por la crema solar. El resto comentamos la jugada, sudando o quejándonos del aire aún no completamente tibio. La idea es que no pase nada. Al menos para las parejas ya añejas, que asisten a estas reuniones o bien por inercia o porque han logrado dejar al crío con familiares o una canguro, y están aliviados por unas horas de no tener que evitar pegarle un puñetazo. Luego estamos los solteros. Los solteros de cierta edad se supone que ya estaríamos buscando “algo serio”. Una pareja con la que ir de la mano y tener conversaciones profundas con un atardecer de fondo digno de un croma de Marvel. Nada de follar como conejos y luego no comprometerse. Eso no lo hacemos los adultos. Comemos ensalada, votamos al partido correcto y lo defendemos aunque empiece a montar campos de concentración para disidentes; nos quejamos de que estamos cansados, procuramos repetir consignas veinteañeras actuales para no parecer tan viejos, y si estamos especialmente comprometidos, llamamos facha a quien dude de alguna tendencia política de la izquierda. Si la conversación vira al tema del cine o la televisión, sacamos pecho de lo muy avanzados que estamos ahora y lo muy garrula que era la gente antes, tan estúpida que no sabían ser más que hijos de su época. No como nosotros, que por fin podemos ver las cosas con perspectiva. Nunca discriminamos con ningún tema, estamos rodeados sólo de belleza física, y sin duda las cosas que no van bien en el mundo son el resultado de decisiones de gente muy mala que no quiere hacernos caso a los que sabemos lo que pasa y por qué. Es fácil deducir que ahora las conversaciones tienden a la prudencia. Es fácil también llevar una cuenta personal pura y virtuosa de Twitter, pero el live action de la realidad te deja desnudo con tus pajas mentales. De repente quizá tengas que defender tus ideas maquilladas de activismo dando la cara. Esta tarde, reunión primaveral en la casa de Fulano; intenta llevar la ropa adecuada y todo el silencio que puedas reunir. En directo nunca eres tan gallito. Se te calienta rápido la boca mientras cagas con el móvil en la mano. Mientras te contestan (equivocadamente) el tuit, te estás limpiando el culo, una y otra vez, y no hay manera de que el papel salga limpio. Eres como tu propia metáfora, te pareces más a tu culo sucio que a tu supuesta cara de ángel, ya poco celebrada porque todos tus abuelos están muertos. Cuando por fin tienes el ano parcialmente aseado, miras el móvil y ahí está, la extrema derecha otra vez atacando, alimentando bulos, teniendo el descaro de no darte la razón. No saben lo que es tener que convivir con tu culo. Los fascistas de verdad llevan años con el suyo partido de risa. Identitarismos, polarización, neopuritanismo, conversaciones increíblemente estúpidas sobre educación; y marcas, marcas por todas partes; cine de marca, política de marca, colectivos dentro de colectivos dentro de colectivos. Hace un tiempo que me han empezado a hacer gracia los chistes verdes, y antes me resbalaban. Dentro de cada persona que no ha comprado ningún pack ideológico al completo, está creciendo un individuo que, más o menos individualista, cada vez se ríe más cuando los demás dicen estar ofendidos. Una parte de ti quiere ver el mundo con el ojete como la bandera de Japón. Paradójicamente –o apropiadamente– el abuso llega en gran medida por parte de esa gente tan influyente ahora obsesionada con el sexo, el cual sólo aprobarían si te estás corriendo como un ente celestial que ya sólo folla si es sobre un arcoíris de entendimiento ideal. No existe el mal polvo, el gesto equivocado, el error humano, el calentón o la química mal llevada. Sólo la mala intención. Ser un animal es tan de los 80. En términos ideológicos, la luz sigue sin pasar a través de mí. Sigo proyectando sombras y dudas, entorpeciendo el camino al paraíso. Se me está poniendo morcillona sólo de ver a la chica de la tumbona. Así no hay manera. Ya debería tener la vida completamente organizada, llevar como unos cinco años hablando de lo engañado que me ha tenido la sociedad, diciendo lo mucho que me estoy corrigiendo, cómo estoy aprendiendo como nunca, escuchando a la gente del color de piel, edad o genitales apropiados. La gozosa culpa retrospectiva. Décadas abominando de la religión, y ahora ves a tus contemporáneos fustigándose por los pecados identitarios del pasado.
La chica de la tumbona se vuelve, parece mirar un instante en esta dirección. No soy el único que se pregunta si acabará haciendo toples; no tanto por verle las tetas como por ver las caras. Estamos en un ambiente piadoso en el sentido más moderno. El cuerpo de la mujer siempre ha sido problemático para la gente con, digamos, “fuertes convicciones”. A veces porque lo enseña, otras veces porque no, y otras por lo que hace con él. El problema de base es, como siempre ahora, el hombre hetero. Aún hay mujeres que quieren resultar atractivas a los ojos del hombre hetero. Con lo cual vivirían bajo el yugo del deseo masculino. Todo sin darse cuenta de lo que hacen, claro, porque cualquier persona realmente despierta y correctamente ubicada en el espectro ideológico, sabe que los demás (los áun atrasados) tenemos muchas cosas interiorizadas, costumbres o deseos horribles, movidas de las que dichas avanzadas personas ya no estarían imbuidas. Por supuesto no hace falta ir a los toros o vestir a tu hija pequeña de rosa para despertar sospechas. Simplemente estaríamos faltos de educación o poco evolucionados. En un acto de conmiseración, no critican tanto a la gente mayor (siempre que no sean famosos), a quienes consideran vestigios incorregibles del pasado; pero si eres joven o rondas la mediana edad, te van a señalar como parte del problema, mientras ellos o ellas (o quienes sean) se consideran parte de la solución. Eso les encanta. Y como siempre dicen, aún hay mucho trabajo por hacer; lo repiten como un político que no quiere que deje de fluir el dinero público. Aún hay mucho trabajo por hacer. Como si en algún momento alguien fuese a decir: ya está, lo logramos. Pero nunca sucede; los dudosos y los “tóxicos” no dejamos que la sociedad ideal impere por fin. Fíjate en el corrillo que formo ahora con tres amigos, todos fascinados por la chica de la tumbona, que supura seguridad y se deja encender el cigarrillo. El chaval que le ofrece fuego tiene la mano temblorosa y espera que nadie dude de que su masculinidad está en reformas. El deseo sexual hetero masculino es sinónimo de machismo de cualquier modo en que te atrevas a expresarlo. Si te quieres “deconstruir”, tienes que ser aparentemente asexual, hacer como si no estuvieras relleno de tripas y corazón. Tu cerebro se te respeta, pero sólo para sentir culpa.
Entre amigos aún anticuados y hechos de carne salida noventera, comentamos lo mucho que la chica de la tumbona se parece a Vanessa Carlton. Vanessa Carlton, el adorarla, es uno de nuestros vínculos; no entre todos los hombres y mujeres (aunque cueste creerlo), pero si en mi grupo de amigos. Todo empezó en 2002 con la aparición del single A Thousand Miles. Ella rondaba los veinte años, como nosotros, y no se parecía a ninguna de las cantantes pop rubias o teñidas que estaban de moda. Ellas estaban buenas, pero Vanessa era guapa del modo en que podría haberlo sido una chica de la universidad, tu vecina o una cajera con la que te sonrojas. Vanessa era (y es) pianista, compositora, cantante, productora discográfica y exbailarina de ballet profesional. La chica guapa, inteligente y triunfadora que supuestamente ahuyenta a los tíos, a los que nos daría miedo o cabrearía cualquier mujer que no parezca una muñeca hinchable orgullosa de no tener la ESO. La antaño chica prodigio de la MTV ahora ya es una mujer, y la mujer de la tumbona, aunque algo más joven (o eso creemos), nos recuerda tanto a ella que estamos empezando a dudar. Obviamente Vanessa Carlton no pinta nada en Periferia, y si conociera a alguien de aquí lo sabríamos. O al menos eso comentamos en susurros, cada vez más nerviosos ante la perspectiva de darle conversación. La posibilidad de quedar como un imbécil hablando con una mujer en este contexto, es francamente alta. Uno de nosotros asegura que no es ella, porque ella no tiene tanto pecho, aunque el parecido en su complexión y los rasgos de la cara es asombroso. Dudamos sobre si intentar informarnos. Si preguntamos por ahí ya se sabrá que estamos interesados, y posiblemente nos imaginen buscándola en Instagram esta noche para hacernos la gran paja. De modo que nos mantenemos prudentes. Esperamos que se quite las gafas de sol de un momento a otro. Una mujer atractiva y morena tumbada en biquini podría parecerse a muchas otras. La mirada suele destruir la ilusión. Hay muchos dobles de Jack Nicholson con gafas de sol, pero sin ellas algo en los ojos delata que no han hecho El Resplandor ni se han tirado a Angelica Houston. Creo que empezamos a llamar la atención de tan discretos como queremos ser. ¿Qué pasa si es Vanessa? De no saber ella español (lo más probable), estaría también la barrera del idioma. Ninguno de nosotros habla inglés con fluidez; alguno lo estudió por temas curriculares (y tiene el cinturón negro o lo que demonios sea), pero apenas podría chapurrearlo en la vida real. Sí sabemos más inglés que hace veinte años, Dios sabe que hemos visto mucho porno, y también cine subtitulado. Un salido suele ser también un esnob, y viceversa. El conocimiento es como el agua, fluye por donde puede. Aunque no quieras, aprendes algo, lo cual a menudo es frustrante; la información no solo es poder, también aboca al pesimismo, la depresión, el suicidio. Hay mucha gente que prefiere mantenerse al margen de ella; de ese modo, siguen yendo a votar con ganas, teniendo esperanza y envejeciendo con el menor roce posible con la vida (que sigue siendo demasiado). Así que todo el inglés que no aprendimos en el colegio con la profesora Caracaballo, lo aprendimos con el nacimiento de Internet y el acceso gratuito a ingentes cantitades de porno y cine independiente; todo ese material que a juzgar por el relato actual, convertirá a los niños de ahora en futuros violadores babeantes tipo “Mad Max: Furia en la bragueta”. Así de fácil se descifra y anticipa el mundo cuando eres creyente. O sea, un nivel de inglés claramente insuficiente para comunicarse decentemente con la pianista oriunda de Milford, Pensilvania. La mujer de la tumbona o quizá la mujer que ahora mismo debe hacer vida de primera clase a ocho mil kilómentros de aquí con su marido, su mascota y una criatura que echa de menos todo el tiempo a su madre artista. Como para no. El tema de quién sea de verdad y cómo viva ahora Vanessa Carlton, es claramente incómodo para los que la admiramos y amamos. No querrías investigar, pero de vez en cuando tropiezas con un maromo recurrente y una niña pequeña sospechosa en su Instagram. Cualquiera que haya chiflado por una estrella del pop, sabe a qué me refiero. No es que te la fueses a ligar si estuviera soltera y de gira por tu país, pero ¿quién se cree que es ese fulano del montón para monopolizarla? ¿Y una hija? Venga, hombre. No hablamos de una persona normal, ¿cómo va a tener una vida normal? ¿Y quién quiere una vida normal? Y ahí está el problema: casi todo el mundo quiere una vida normal. Y no pienso intentar definir semejante cosa. Nos bebemos a morro su carrera musical, por otro lado, que nunca murió, pese a que ciertos medios dejaran de mirar en esa dirección –en la que estaba ella y muchos otros– como lo hacían a finales del siglo XX. El circuito musical especializado siempre la ha tenido en cuenta, pero los cauces masivos se quedaron con la imagen de la chica con encanto que abarcó el planeta con su primer single, y que (¡qué descarada!) no quería ser Britney Spears, sino más bien Regina Spektor. Así que mientras otras se teñían de rubio y se iban de cabeza a por la casa con piscina con forma de riñón, Vanessa se puso a escribir las letras para su segundo album, Harmonium. En la portada del disco mantiene su melena azabache, posa sentada en un taburete y apoyada de espaldas en las teclas del piano; vestido negro de tirantes (como un corsé de corte antiguo) y una suerte de zapatillas de aspecto sucio y sin talón. En lo artístico, tras el éxito desorbitado de su primer disco, Be Not Nobody, ella misma reconoce influencias de Jeff Buckley y PJ Harvey. En lo comercial, inevitablemente las ventas bajan, pero ella ya nunca abandonará ese camino de crecimiento conceptual. A día de hoy sigue llenando sus conciertos, y su música sigue evolucionando. Podría haber fingido seguir siendo la chica letrista y pianista posteenager de su primer disco, pero en realidad nunca abandonó del todo a esa chica: simplemente la dejó crecer. Fíjate si le podría decir cosas a Vanessa; bastaría con aprender inglés durante un par de años o diez, localizarla, declararle mi amor y hablarle sobre la carencia de dignidad de la música prefabricadamente comercial. Para cuando ella llamara a la policía, yo ya habría cumplido un sueño. Que podría ser, qué sé yo, saber a qué huele Vanessa Carlton.
Sigue haciendo un frío y un calor espantosos. Bienvenidos el jersey y el bañador. No es sorprendente que los mirones seamos los solteros, aunque todo el mundo mire. Uno de nosotros dice que a Vanessa no le pegaría quedarse en biquini aquí, entre fulanos en baja forma y sus parejas más o menos acomplejadas físicamente tras un parto o dos. Vanessa deambularía entre los presentes de forma discreta, esperando no ser demasiado reconocida, bebiendo con moderación, conversando como lo haría alguien que no ha vendido millones de discos cuando ya no se vendían discos. El tema se va enfriando, y cada vez está más claro que ninguno de nosotros se atreverá a hablar con ella. Por suerte o por desgracia no somos esa de clase de soltero conversador y picaflor; más bien somos la clase de tíos que tienen las relaciones contadas, y cuya forma de hablar con las mujeres desconocidas atractivas se parece más al proceso de desactivación de una bomba. Quizá sea así la abrumadora mayoría. Poco a poco vamos desconectando del factor Vanessa, o lo intentamos, o más bien no.
La tarde va cayendo, algunos añaden una capa a su indumentaria, la propia “Vanessa” se pone una ancha camisa blanca. Ya casi no hay sol que tomar, habla –aunque no podemos oírla– con dos amigas que no conocemos. Cuando se quita las gafas sigue siendo “ella”. No hay manera. Hemos acabado aquí porque era el cumpleaños de alguien. Al parecer ese alguien conocía a alguien aficionado a los seis grados de separación. Nos ha llegado el rumor de que el cumpleañero no tiene demasiados amigos en Periferia, aunque sí mucho dinero de sus padres y un par de casas enormes con amplios jardines y piscinas. Estamos aquí de rebote, ni siquiera hemos felicitado al cumpleañero. Me embarga una conocida sensación de desubicación, lo que me hace recordar la juventud, la época de discotecas y sentirte al borde del coma existencial. A veces el vínculo con las personas se caracteriza por una carencia total de vínculo. Te conviertes en figuración. Alguien saca el tema de no ser nadie, de no haber llegado a nada. Se parte de risa mientras lo dice. El resto del grupito nos sentimos igual. Es entonces cuando empezamos a beber en serio. Lubricante terapeutico. Siempre que haya gente, el semáforo de beber está en verde. No es que nosotros bebamos para buscar amigos o pelea, pero a veces las cosas vienen solas. Basta con que hagas acto de presencia y mantengas la bocaza bien abierta. No todas las borracheras son iguales, pero la tendencia es hablar más y más alto de la cuenta, a menudo pasándole factura al mundo. Alguno de nosotros se pone a dar voces diciendo que el Doctor Manhattan tenía razón. Al mundo lo que le sobra es la gente. El superhombre se va a Marte para escapar de los periodistas y los centros comerciales, y construye su propio castillo de vidrio. Espectacular y frío como una modelo de lo 90 (él y el castillo). No necesariamente bello, pero imponente (ambos también). Esto da pie a una retahíla de críticas chillonas al culto a la delgadez, y a eso le sigue un cúmulo de insultos a los tuiteros que no paran de hablar de gordofobia. Gluc, gluc, gluc. Hacía unos quince años que no vomitaba, y de repente me veo dando vueltas por dentro de la casa del ricachón, que ahora me parece el puñetero hotel Overlook. Hay tantos lavabos que no doy con ninguno. Cuando en mi piso me estoy cagando, en cuatro pasos y dos silbidos tengo la taza delante. Cuando por fin encuentro donde poder sufrir civilizadamente, el ritual tiene miga. Vomitar de crío es como abrir el grifo de la manguera del jardín; a los veinte años haces algunos aspavientos, pero enseguida lo pones todo perdido como un activista climático en un museo. A los cuarenta, la cosa se convierte en una performance asquerosa e interminable que repugnaría a Marina Abramovic. Al cabo de unos veinticinco minutos que han durado como veinticinco minutos en la infancia, salgo del servicio con cara de video sin filtro y me tambaleo apoyándome en las paredes. He logrado no vomitarme encima y limpiar el estropicio de forma eficaz. Hasta he encontrado un ambientador y me he pasado tres pueblos; el lavabo apestará a “pasión floral” durante meses. Cuando logro llegar a donde están mis amigos, uno de ellos cabecea en dirección a la tumbona. Vanessa ha hecho acto de desaparición. Se me informa de que probablemente está en algún lugar dentro de la casa. Vocear, brindar. Algunos están compitiendo a beber chupitos sin decir lo que piensan. Beben y se hacen preguntas sobre cuestiones políticas o sociales. Después del quinto trago has cerrado las fronteras del país y apuntado tu hijo a un colegio privado. Decidimos meternos también en la casa. Parece haber más gente que antes, como si hubiera llegado el turno de noche. No descartamos que nos echen por no haber superado el tiempo de prueba. El amigo común que nos ha animado a venir “por ser viernes y no ser aún unos viejos”, nos dice que pasemos a la sala del piano. Se nos acelera el corazón. ¿Hay un piano? En realidad hay un piano en muchos de estos casopolones hijos del capitalismo despiadado (¡ricos malos!). No hace falta que nadie que viva en la casa lo toque. Es como un árbol de Navidad para todo el año, y mucho más bonito. Y si montas reuniones al estilo Gatsby, quién sabe si alguien podría animar la velada. Es como la guitarra de campamento de los pijos. En invierno tocas villancicos y en verano te tiras a la sirvienta encima.
Volvemos a hacer contacto visual con la doble de riesgo de Vanessa. En realidad los dobles de riesgo no se parecen un carajo a los actores, y en este caso tampoco sabría tocar el piano. Sería como una broma macabra que encima se sentara a tocar preludios de Bach. Cada vez más Vanessa, sin que nadie aclare nada, sin que ningún idiota le pida tocar A Thousand Miles sólo para ver su cara. Sacamos el móvil y empezamos a googlear. Otra vez intoxicados de estrella pop. Vanessa Carlton imágenes. Como si no supiéramos exactamente la pinta que tiene en la actualidad. La carátula de Be Not Nobody por todos lados; también la de Harmonium. La mirada oscura de Vanessa aquí y allá, más seria y desafiante de jovencita, más segura y relajada en los últimos años. Fotos, videos, gifs, memes, fechas de concierto con las entradas agotadas, y un Instagram activo que no da pistas y es menos variado de lo que uno querría. Miramos el móvil y la miramos a ella. Habla con una pelirroja sobre algo que parece importante. Es entonces cuando un chaval que podría ser el hijo de alguien de aquí concebido en el lavabo de una discoteca, decide vomitar encima de uno de los sillones monoplaza que hay como sacados de Barry Lyndon… Se produce un pequeño griterío y algún derribo de muebles. No hay tantas cosas que den más asco que ver vomitar a un veinteañero. No queda más remedio que pasar a otra sala, en la que además hay otro piano. O bien el niño rico realmente les saca provecho o se trata de algún tipo de fetiche o carga familiar. Alguien grita como para sí mismo: ¡ánimo, que es primavera! Nadie sabe a cuento de qué. Uno de nosotros (yo no, desde luego) decice que va a hablar con esa mujer. La doble, la real o la que sea. Somos unos críos, dice, ¿por qué simplemente no vamos y le preguntamos? Yo podría contestar a eso: por una suerte de vértigo insondable. Uno no está seguro de querer que ciertos personajes atraviesen la pantalla o salgan de tus cascos. ¿Qué pasa si te miran con desinterés o incluso desprecio? Creo que las personas que etiquetan de antipáticas a las celebridades a las que abordan en los aeropuertos, en realidad se sienten estúpidas consigo mismas. Ningún artista relevante puede estar a la altura de la belleza que genera. Su obra cava túneles en tu cabeza y resuena en tu pecho de tal forma, que para ti la obra y el artista son lo mismo. No hay traducción posible a carne y hueso. Tratar con la fuente de la obra, conocerla, hablar con ella como hablarías con cualquiera, puede ser una idea pésima: una de las peores concebibles. Sería distinto en un contexto sólido, si por ejemplo fueras periodista y tuvieras que entrevistarla. No es que eso te asegure una experiencia aceptable de contacto con la fuente, pero al menos hay un acuerdo, una cita profesional. Aunque por otro lado uno se pregunta si no podría simplemente iniciar una pequeña charla, intentar sacarle un sonrisa, aunque sólo fuera un gesto amable. Uno podría llevarse eso, recordarlo, una tontería, un detalle, un encuentro inocente y creíble que podrías contar en el futuro. Mi amigo el valiente, en lugar de cruzar la sala y hacer contacto social con “Vanessa”, se ha ido al lavabo a vomitar. No estamos seguros de que no haya fingido la indisposición. Cualquiera diría que somos estúpidos, que la cosa no es para tanto, y tendrían parte de razón. En realidad hace tres horas que estamos aquí, y al menos llevamos hora y media como una cuba. Todos tardamos mucho más en armarnos de valor en el pasado para hablar con ciertas chicas. Días o hasta semanas de nervios e incertidumbre. Como ya he dicho, no somos el perfil de machote picaflor. Quizá pequemos de soñadores o idealistas, como si las mujeres no mearan ni cagaran. Da igual que ya nos conozcamos sus fluidos, y tanto los buenos olores como los no tan buenos. Youtube no huele, ni tampoco Spotify. Más de uno de nosotros tiene un interés romántico en la vida real. Lo malo de rondar los cuarenta es que a menudo la mujer que te interesa ya ha formado una familia; niños, animales, un marido aburrido pero responsable… puedes ver las fotos de boda en la red. Nada te hace pensar que le vaya mal, aunque quizá esté hasta el coño de los críos y su maromo de por vida ya no le encienda el corazón como antes. Pero se levantan ciertas barreras de compromiso, y normalmente ya no tienes nada que hacer. Si eres honesto, tampoco tienes claro que quisieras meterte en ese tipo de jardín, con una mujer separada, críos confusos y un perro encantador que te ladra cada vez que te ve. El perro de Vanessa Carlton se llama Sinatra. Imagina que algún actor, músico o miembro de cierta élite lograra atravesar esas barreras con ella. Sinatra no entendería nada. Las cosas se asientan por algo. El amor puede ser algo muy inconveniente, muy caprichoso, un cáncer de la edad adulta. Se supone que uno supera esos impulsos de joven. Pero no tiene por qué. Y no tiene nada que ver con lo que supuestamente hayas madurado o logrado en la vida. Alguien se te mete en la cabeza, fin. Por eso es tan difícil que esa mujer sea ella. No porque no pueda ir a una fiesta lejos de su familia, sino porque cuesta creer que prefiera estar aquí. No hemos encontrado nada relacionado con una gira que la haya traído. No tiene explicación que esté en el mismo lugar que nosotros. Tal y como lo vemos, la única respuesta sería la bilocación. Podría estar aquí y en Nueva York (donde ahora vive) al mismo tiempo. Justo cuando mencionamos eso entre risitas estúpidas, podemos oír cómo ella levanta la voz. Está hablando en inglés…
Miro hacia arriba intentando digerirlo, no sé por qué. Mala idea; es como si de golpe tuviera un ataque de acrofobia, el mismo miedo a los techos altos que tenía Poe. Muy bien; nos miramos entre nosotros, la miramos a ella con escaso disimulo. Es como si se reiniciara una partida que nunca comenzó. Hace pensar en esa gente que llena su vida de proyectos; sólo de proyectos. Volvemos a sacar el tema de nuestro nivel de inglés. ¿Que haría Caracaballo en nuestro lugar? Ahora que la hemos oído ya no dejamos de oírla. Sencillamente hemos caído en un lugar más cercano a su grupo, que no deja de mutar; habrá hablado más o menos largo y tendido con unas veinte personas. Es como si ahora todas las piezas encajaran. Mientras estaba en la tumbona casi nadie la molestaba, pero al levantarse fue como integrarse. Esto es absurdo, dice uno de nosotros. Dice que estamos sufriendo algún tipo de alucinación en grupo, producto de la crisis de los cuarenta. Puede que tenga parte de razón, ¿pero la gente que sufre de eso no se aficiona a los coches deportivos y las veinteañeras? Interrumpo y digo que sólo es un caso agudo de mitomanía, y que además estamos cocidos. Como sea, todo el mundo habla de forma fluida, todos se ríen y se codean sin problemas con ella. Cada media frase que nos llega es en un perfecto y relajado inglés, sea de ella o de su interlocutor. Estamos fuera de lugar, nos damos cuenta por fin. Casi nos podrían estar gastando una broma colectiva. Como si hubiesen invitado a cuatro paletos a la cena de gala del Emperador. Una distracción para las clases pudientes. Creíamos que nosotros eramos los observadores, los mirones, pero en realidad lo han sido ellos con nosotros. Entramos en una fase de paranoia. Cuando alguien vuelve de uno de los lavabos de la planta baja, es raro que no esté sorbiendo y restregándose la nariz. Esto no encaja, dice alguien. No le pega a Vanessa estar aquí. Aún nos pega menos a nosotros. Esto es un antro de ricos raritos, donde se reúnen los cínicos de alta gama y los depredadores. Quizá tendríamos que hacerle entender a Vanessa que tiene que acompañarnos; la sacaremos de aquí, la pondremos a salvo. La montaremos en el primer avión que salga con destino al aeropuerto JFK. Nos lo agradecerá el resto de su vida, se lo contará a Jimmy Kimmel en directo, también a Fallon, y entre risas de alivio a Drew Barrymore en The Drew Barrymore Show. Rescatar a la chica, la fantasía popular estrella. Despreciada si la llevan a cabo otros y noble activismo si lo hace uno mismo. Intentamos tomar asiento, sólo uno de nosotros logra hacerse con un sillón, el resto toma posiciones en el suelo. El piano sigue por un lado y Vanessa Carlton por otro, si es que es ella, aunque hermana gemela no tiene, su hemana Gwen evidentemente no lo es. O sea que es ella, ¿quién si no? La situación es completamente ridícula. Acabemos con esto. Me levanto, arturdido, intento despejarme bebiendo del refresco de alguien. Me empujan a modo de protesta y me gritan: ¡capullo! Me encaro con el tío y pregunto: ¿quién es un capullo? Vuelvo a tener trece años y estoy jugando al fútbol en el barrio. De verdad que no hay adulto más inofensivo que yo; de hecho eso se ha convertido en un problema. El tío me mira y no aparto la mirada, nuestras narices se llegan a tocar. Se hace el silencio de forma gradual. En algún momento antes de la mayoría de edad, dejé de pelearme, pero nunca pierdes el toque. Se trata de convertirte en el imbécil adecuado. La mayoría de gente no sabe que fui un niño tirando a peligroso. Nunca empecé una pelea, pero nunca perdí una. Nunca le cuento todo esto a nadie. De hecho es –que yo recuerde– la primera vez que soy el que provoca la confrontación. Quizá sí sea la crisis de los cuarenta, o puede que haya estado acumulando algún tipo de rabia durante veinticinco años. Nadie me enseñó a contar hasta diez antes de hacer una estupidez, pero aun así lo hago. Respiro hondo. Probablemente a la mujer Vanessa ya le parezco un troglodita. Dejo de mirar al fulano y miro en torno. Ella ya no está. Mis amigos me observan entre divertidos y decepcionados. Mala jugada, el peor momento para recuperar la adolescencia. Ni un solo empujón, ni una provocación más; logro alejarme del tipo sin intentar romperle la nariz (mi golpe favorito). Camino con parsimonia de vuelta hasta la posición inicial. Misión fracasada. Aunque no es tan grave. Me dicen que en realidad Vanessa no ha visto nada. Ha salido de la estancia segundos antes de que mi yo imbécil entrara en escena.
Se nos acerca el colega que nos trajo a la casa. ¿Qué ha pasado? Yo no digo nada, mis amigos me defienden. Nada, un capullo que se nos ha encarado. Quizá haya que aclarar que dos de mis colegas son amigos desde que nos sentíamos muy mayores por no llevar pañales. Hace muchos años (no tantos a nivel de percepción) me vieron enzarzarme no pocas veces, sobre todo en competiciones deportivas. Nunca trasladé esa tendencia luego a los bares. Parecía que en el terreno de juego había manga ancha para la violencia. Sería deshonesto si dijera que no me sentía increíblemente bien cuando sacudía a un crío vacilón o gilipollas. La mayoría no esperan que lo hagas, que reacciones y te defiendas, y aún menos en la edad adulta, ya sea en lo físico o en la interacción social. La fama de violento que tiene el ser humano en el fondo es sumamente engañosa, y tiene mucho más que ver con la política y la militancia: gente que delega y lava cerebros. Nunca me interesó esa vertiente de la violencia, pero si un chaval me empezaba a hacer bullying, a la tercera provocación disfrutaba viéndole flipar con su propia sangre en las manos y la ropa. A mi mente le cuesta volver al presente, arrinconar al chaval de catorce años. Al parecer la noche es agradable y no poca gente ha vuelto a la zona del jardín. Ya no corre el viento más bien molesto de la tarde. Unos pocos cantan el cumpleaños feliz, es la primera vez que lo oímos. El cumpleañero da cuatro voces poco enérgicas, suponemos que agradeciendo la presencia de todos. No le oímos un carajo. Da la sensación de ser la persona más aburrida de la historia. Pero yo he podido dar esa impresión a veces, así que me callo la ocurrencia. La mujer Vanessa (o chica Vanessa) –así nos referimos ya a ella– se ha sentado en la tumbona y ahora parece estar rodeada de moscones. Quizá algunos se han armado de valor, quizá sin tener ni puñetera idea de quién es. Mal momento para intentarlo de nuevo.
Puede parecer que no, pero hablamos, reímos y nos contamos anécdotas (las de siempre), no todo gira en torno a lo mismo. Pero a menudo eres el secundario tontorrón de tu vida. El alivio cómico de nadie, o si acaso de tus colegas. Pocas personas son realmente protagonistas de su vida. Y sin querer caer en los tópicos de la autoayuda más comercial, la mayoría no somos más que el eléctrico que tiende cables en el rodaje de nuestra propia existencia. Así es imposible no fijarse en la estrella, la celebridad, al menos cuando te importa, cuando hay admiración genuina. Aumenta el ruido, levantamos la cabeza. Parece haber un descubrimiento colectivo, como si alguien hubiese sacado el móvil y buscado cierto videoclip. La chica del piano, principios de los dos mil. Eso puede ahuyentarla más pronto que tarde. La gente se empieza a arremolinar en torno a ella, los espabilados del turno de noche. El resto han tardado horas en darse cuenta, pero cosas más raras pasan: como ser el primero en saberlo y no aprovecharlo. Nos sentimos derrotados, ni siquiera nos miramos entre nosotros. Vanessa Carlton en Periferia. Nuestro colega que viene y va, el amigo del amigo del cumpleañero, se acerca y nos pregunta: ¿sabéis quién es esa chica?, vais a flipar. Qué me vas a contar. La gran revelación de la velada, preguntas y dudas, ¿tres millones de discos vendidos?, ¿cinco?, ¿más? A veces la búsqueda de Google más fácil se complica. Comienza la ronda de fotos. El primero es el cumpleañero; la mira como un perro bobo a su dueña para un reel de Instagram. El tío hubiese sido capaz de brindar con chupitos con Elton John sin despertar. Después hay ronda de chicas, grupitos y más grupitos, jovenes y maduras. Es increíble, murmura alguien. Ahora los tíos la miran como si estuvieran intentando descifrar la peli Primer. No muchos se le acercan, aunque algunos lo hacen, murmuran algo, le dan la mano como cerrando un contrato. El barullo tarda un rato en disiparse. Es evidente que más gente la había conocido antes, pero debe haber habido acuerdos de discreción. Era imposible que eso se mantuviera hasta el final. Uno de nosotros dice que ha visto incluso a una ex hacerse el selfie con la repentina celebridad. Ves a una persona de aquí para allá sin darle importancia, y luego resulta que es un hito de la cultura pop. Y ni siquiera se desplazaba flotando un palmo sobre el suelo. Ahora que tenemos la seguridad de que es ella, y con todo el jaleo, si la abordáramos ya sería en calidad de meros fans haciendo cola por una foto; potenciales receptores de su buena voluntad en riguroso piloto automático. Eso nos da otra razón excelente para no hacer nada. Quizá alguien le pida que interprete una canción en alguno de los árboles de Navidad para ricos de la casa. A veces está bien que un piano sea un piano. Conste que, aunque ya no nos sintamos los nenes especiales que han reconocido (más o menos) a Vanessa Carlton, aún tenemos ganas de acercarnos y decirle algo. Ya no tendremos mucho tiempo, y además tenemos que construir una frase o dos en inglés, siempre esperando que ella no se anime demasiado a hablar…
Llegado el momento, esperamos a que un fulano termine de contarle no sé qué. Creo que es un sueño recurrente en el que despierta encerrado en la caja del piano del videoclip de A Thousand Miles. El tío lo cuenta como si fuera un sueño erótico que alguien le ha obligado a confesar. Dice que, por más que grita e intenta hacerse notar, ni ella ni el equipo de rodaje le oyen. Las pausas entre toma y toma son interminables, y despierta cuando parece que se va a desmayar por el calor. Ella le mira como si mereciera toda su atención. Una chica (la pelirroja de arriba) agarra a Vanessa por el codo y literalmente la salva, lo que también la vuelve a alejar de nosotros. Me doy cuenta de que estoy volviendo a beber alcohol. Ni siquiera lo he pensado, es la primera vez que lo hago en las siguientes cien horas después de haber vomitado. No sé dónde está la barra libre o los barriles; me van pasandos vasos y los sopeso con vaga aprobación. Creo que más tarde tendré que volver a vomitar, y mientras pienso en ello alguien me arrastra otra vez hasta dentro del casoplón. Tomo conciencia de que suena un piano. Me bebo todo lo que queda en el vaso (la mitad) y lo dejo caer al suelo. Al parecer Vanessa también ha bebido, porque le está dedicando una canción al cumpleañero. Le está tocando White Houses, en la que literalmente habla de cuando perdió la virginidad (“su primer error”, dice la letra). Intentamos hacernos hueco entre la gente. Lo que está pasando no nos parece plausible; ahora nos sentimos como cualquier youtuber “ingenioso” viendo cualquier película. No hay quien se lo crea. Toca y canta de forma melosa, sin equivocar ninguna nota, haciendo que la canción crezca y mejore la versión de estudio. Eso no es raro. Pero todo lo demás sí. ¿Quién es ese fulano?, pregunta alguien. Es como cuando a un florescente le cuesta encenderse. Parpadea y no está claro que se vaya a decidir, pero al final, quieras o no, se hace la luz. Cuando la canción acaba, Vanessa se pone en pie y le da un beso en los morros al cumpleañero.
Es como tener siete años y pillar a tus padres follando a perrito en lugar de echar la siesta. Ninguno habíamos caído. Ese trozo de pan aburrido es su puñetero marido. ¿Estás viendo lo mismo que yo?, me pregunta alguien. Saco mi móvil y vuelvo a revisar el jodido Instagram. Es el mismo tío pero rapado y afeitado. Se ha pasado toda la fiesta deambulando como quien no tiene que hacer absolutamente nada más en la vida. Lo cual ahora nos cuadra perfectamente. Antes ya se hizo una foto con ella, le tomamos por un fan más o menos igual de atontado que nosotros. Alguien me trae un vaso lleno de vodka hasta los topes, coloreado con fanta de naranja. Buscamos a nuestro colega, nuestro contacto, ¿es que él no sabía quién era ese pavo? Nos dice que la casa no es de él, pero sí de un amigo, un músico, como él. Luego sigue hablando, haciendo árboles genealógicos de músicos y construyendo lógicas absurdas sobre cómo puedes acabar en la fiesta de cumpleaños del marido de Vanessa Carlton sin saberlo. El tío está de gira o algo así, colaborando con el marido músico de Gwen Stefani o vete a saber. No nos importa un carajo. Hemos estado equivocados en todo. ¿Es que nadie nos informa?, oigo decir. Aumenta el runrún de pasmo entre los tíos, no solo flipamos en mi grupito. Se produce una sorda conmoción. Ahora las mujeres miran al fulano como si estuvieran intentando descifrar la peli Primer. El tío que no las miraba aunque le pasasen las tetas por la cara. El tío que ha llegado a la cumbre de lo posible y se ha construido allí arriba una casita con valla blanca, una hija, el perro Sinatra y Vanessa Carlton. Están tan unidos que ella puede cantarle cómo perdió la virginidad con algún idiota guaperas, y a él le encanta oírla. Tan unidos que es imposible saber qué se dicen cuando se miran o se ignoran. Es todo puro subtexto del subtexto. Es como ver a gente feliz de verdad, y es sumamente inquietante.
Me bebo el vodka mientras reflexiono contra mi voluntad sobre los últimos veinte años. Luego se me enciende otra bombilla: obviamente Vanessa no se va a ir. Lo lógico es que se queden en ese casoplón lleno de pianos hasta que la agenda lo permita. Nos movemos hacia el interior de la casa. El salón principal ya está limpio de vomitonas y hay varios grupitos comentando la jugada. En realidad no es nada tarde, pero en mi cuerpo y ánimo es como si fueran la seis de la mañana. Nos apoyamos unos en otros. Oye, dice alguien, hemos visto tocar en directo White Houses a Vanessa Carlton. En puto exclusivo directo. Ni siquiera había nadie grabando, o al menos no hemos visto a nadie. No está mal para ser un viernes que se presentaba sin expectativas. Hacía siglos que no salíamos, y en lo personal años que no bebía tanto. Miramos en torno. Vanessa debe haber vuelto al jardín. O quizá está pensando con su marido la manera de echarnos a patadas de su no casa. En el futuro sabremos que en realidad nos colamos, o más bien nos colaron. No había ningún tipo de entrada libre, nada de libertades extrañas ni seis grados de separación permitidos. Simplemente algunos le echaron morro, otros hicieron la vista gorda y el resto no nos enteramos de la misa la media. A estas alturas de la noche, no podía sospechar que aún no había llegado mi momento.
La guinda es que luego merodeamos por el jardín, y ya hay ciertas zonas oscuras y vacías de gente. Y yo tengo claro que tengo que volver a vomitar. Y que no me va a dar tiempo a llegar a ninguno de los lujosos lavabos repartidos por la mansión Wayne. De modo que busco en solitario una zona de césped en penumbra en la que desplegar mi talento para dar asco. Me apoyo en uno de los cucos muretes cuando ya no hay vuelta atrás. Me arrodillo y comienza la danza de la arcada. Es como si tuviera que sacar un Balrog de lo más profundo de mis tripas. Un montón de cerveza y vodka y canapés, paté, frutas, todo tipo de pijadas trituradas y mezcladas con jugos gástricos y no poco miedo a una muerte prematura por colapso cardiovascular o cerebral. No recuerdo que nadie se haya quedado en silla de ruedas por esfuerzos al vomitar, pero lo contemplo como un reto viable. Entro en pánico cuando oigo unos pasos detrás y ruido de bolsas. Lo siento, digo, no me daba tiempo de llegar al lavabo. Aún no sé quién es la persona, pero me acabo temiendo lo peor/mejor. Cuando logro expulsarlo todo, cuando ya sólo queda el prólogo de convulsiones y malestar general, me siento en el suelo (casi encima de mi obra), y me dispongo a volver a disculparme. Primero pensé que sería alguien del servicio, alguna limpiadora, un camarero estudiante, algún cocinero. Quizá Alfred Pennyworth (el de Caine), con su mirada de exaspero y paciencia. No tengo fuerzas para sorprenderme, aunque sí llego a sonreír. No diré que la acompañaba un aura de luz hecha de talento y experiencia. Are you OK? Qué se puede decir… Sorry for… Suelta unas bolsas grandes de basura, al parecer desperdicios nuestros, de los invitados, los no invitados, los humillados y los ofendidos. Ojalá poder hablar con ella, pienso. Quizá cree que estoy llorando, porque se sienta a un metro de distancia. Creo que me sonríe y resopla –aunque no se ve un pijo– cuando llega la melodía enlatada de A Thousand Miles desde dentro de la casa. Con el hedor a vómito en la boca, sólo puedo rogar para que el momento no termine, para que dure lo suficiente para quedar como un estúpido, y poder saborearlo.
K bucea a menudo perdido en Youtube. Siempre tiene muchas cosas que hacer, de modo que parece inevitable postergarlas y encadenar videos de gente viendo videos de Michael Jackson o Queen. Cada diez minutos, un cigarrillo. Al cabo de un buen rato cambia de tercio y se masturba, casi siempre con éxito.
Diario a bolígrafo de K. Día 9.364.
Algunas cosas sobre Angela White.
Más de una vez me he preguntado cómo sería salir con ella. Me imagino conociéndola e iniciando un tierna y relajada relación de amistad. Con suerte, eso evolucionaría. No saldría el tema del porno a menos que ella lo mencionara. Me pregunto qué pasaría si un día mis amigos me vieran llegar con ella. ¿Cuántos de ellos la reconocerían? ¿Qué pensarían de mí? ¿El contraste entre mi condición de civil mediocre y su poder sexual desaforado sería un obstáculo salvable? ¿Le parecería patético que reaccionara con sus tetas como un niño pequeño con una piscina de bolas? ¿Qué pasaría si me enamor (ilegible, tachones).
K bucea a menudo buscando el “video porno definitivo”. Últimamente el relato social dice que cuanto más porno ves, más porno quieres, y sobre todo más duro. Esto ejercería una influencia terrible en las mentes más jóvenes, ya que serían incapaces de separar las fantasías pornográficas a menudo grotescas de los intercambios en la vida real. Por la experiencia de K, todo eso es mentira. Nunca volcó la ficción en la realidad, y cuanto más porno ha visto, menos porno del que encuentra le interesa. Raramente da con un video que le motive. De hecho ya nunca sabe qué le va a excitar. A menudo es la cosa más tonta, un sujetador que trasluce en Instagram o la foto de una actriz porno vestida fumando un pitillo. El porno realmente duro –el de los excesivos fluidos (incluido el vómito) y los maquillajes destrozados– le suele aburrir, quizá porque los actores parecen más gimnastas con aguante que personas que disfruten (o al menos lo parezca).
Diario a bolígrafo de K. Día 9.372.
Todo parece disperso y a la vez repetitivo. Y a su vez, parece que bajo las veinte capas de aburrimiento, trabajo tedioso, amistades y cuentas pendientes, puntualmente algo te empuje en una dirección concreta. Como si te sembraran una idea en la cabeza y no pudieras evitar que creciera y comenzaran a salirle hojitas verdes. Es una forma poética barata de hablar del enamoramiento, pero también de muchos otros asuntos. Supongo que pasa parecido con el suicidio, y está claro que pasa con separarse o divorciarse. Tu cabeza es una maceta y no parece que tengas mucho que hacer al respecto. Tomas decisiones pequeñas, pero las grandes parecen grandes mandatos ajenos a tu control. Todo disperso y repetitivo, pero recientemente pasé el fin de año con amigos y amigos de amigos, y conocí a una chica. Se llama M, tiene 28 años, es diez años más jóven que yo y ridículamente guapa. Y no me refiero a que tenga una cara agradabe o buen tipo, me refiero a guapa de poster, de consenso, de éxito de taquilla. Guapa como cuando alguien dice que no se lo parece sólo para dar la nota. Gracias al alcohol estuve hablando con ella. Cualquier tío hetero sabe (porque creo que esto les afecta principalmente a ellos) que hablar con una chica así vestida en modo nochevieja, es un ejercicio de autocontrol de la mirada que desafía toda tu naturaleza. Podrá sonar hiperbólico, pero creo que incluso los activistas son de carne y hueso.
K camina unas dos horas, siempre en la misma dirección (hacia el colegio en el que estudió la primaria) cuando se siente tenso o ansioso. Una tarde se la pasa respirando hondo por la nariz y expulsando el aire por la boca. En el trabajo ha reventado sin querer con las palas de la carretilla un palé de cajas llenas de botellas de amoniaco. Lo que en parte se ha convertido en una lluvia nauseabunda. Se ha desconcentrado, y sabe perfectamente por qué. Cuando llega a casa, dispuesto a ducharse por segunda vez, descubre una mancha viscosa en los calzoncillos. No es amoniaco, y desde luego no se ha meado encima. La cuestión de la mancha preseminal siempre te puede dar una pista. El porno no consigue eso. No acabas mojando los calzoncillos porque recuerdes un video de Sasha Grey con James Deen.
Diario a bolígrafo de K. Día 9.384.
Por conversaciones digitales he sabido que M no tiene pareja. Nadie sacó el tema antes. Al parecer cortó hará dos meses con un fulano de algún bufete. Es abogada, creo que algo primeriza, no sé cómo van esas movidas. No parecía de las clasistas con el rollo laboral. Tiene un hermano unos años mayor que ella. Parece ser que es periodista, y es –o eso me han dicho– el típico hermano mayor tocapelotas. Tampoco ha de ser fácil que tu hermana parezca el hada del bosque de una novela inconclusa de Patrick Rothfuss que todos quieren leer. M no tiene redes sociales. Apenas he podido localizar alguna foto suya en cuentas de Instagram ajenas. La chica vive por completo en el mundo real, lo que considero un síntoma de inteligencia. Mi enganche con dichas redes me retrata en parte.
K es informado de una próxima reunión amistosa. Por lo general le da una pereza elefantiásica socializar. Es algo que formó parte esencial de una época concreta, entre los dieciséis y los veinticinco años. Es todo lo que aguanta alguien a quien en el fondo no le gusta ir de fiesta. Cuando eres joven no tienes opción. Es como otro tramo educativo. No es algo que odiara, de hecho peleó con sus padres por poder hacerlo, pero a medio plazo se dio cuenta de que no se le daba bien la gente. Siempre ha tenido amigos, sin embargo, supone que parecidos a él. Los solitarios se reúnen con sus iguales, en la juventud para odiar a los extrovertidos, y en la edad adulta para gestionarlos o intentar evitarlos. El asunto es que, como animal social, aunque no quieras a la gente necesitas a la gente. Aunque odie reconocerlo, cada cierto tiempo (calcula unos cinco años) acaba irremisiblemente atraído por alguien concreto. Esa persona no tiene por qué esperarte sola sentada en un banco. Al principio siempre vendrá acompañada de amigas repelentes o amigos protectores que ahora podrían adolecer de cierta actitud de sobrecompensación debido a un pasado de imbéciles desacomplejados. Los llamados aliados. La figura del “aliado feminista” es sospechosa por definición. A menudo son los tíos que hace diez años tenían comportamientos machistas y ahora señalan con agresividad a los contemporáneos que nunca los tuvieron, o que una vez contaron un chiste. Es el tipo de fauna que cree que Twitter es una guía fiable sobre el acervo cultural.
Diario a bolígrafo de K. Día 9.390.
Una de las formas más o menos forzadas de reunirse que tiene la gente mayor de treinta años, son las cenas domésticas. Alguna de las parejitas (raramente un soltero) se encarga de organizarlo y poner el salón, y a veces ellos mismos preparan la cena. Aunque cada vez es más habitual que la cena se encargue, ya sea vía pizzero o por otros cauces más apegados a la comida casera. Antes cocinaba la mujer, ahora muy a menudo ninguno de los dos. Ambos tienen trabajos de silla y teclado y son muy críticos con los roles de género, aunque raramente sabrán decirte exactamente por qué. Acostumbran a demonizar la actividad de turno y no las dinámicas según la época. Se trataba del pasado, pero ha acabado pagando la cocina. Por otro lado, sigue estando muy bien visto –o más bien no le importa un carajo a nadie– que siempre sea un tío el que trepe por torres de alta tensión o eche alquitrán en las carreteras. Este es uno de los temas que de ningún modo se pueden sacar en la mesa. Sería lo que los más lúcidos y avanzados llamarían “cuñadear”. Siempre juguetean con el argumento ad hominem cuando alguien parece poner en entredicho las nuevas luces ideológicas. Mi relación con la política siempre ha consistido en cagarme en ella si me toca ser mesa el día de las elecciones, votar a algún partido de izquierdas cada vez más estúpido y odioso, intentar olvidarlo rápido y evitar la futbolización como si fuera la peste. Lo achaco todo a haber visto La lista se Schindler a una edad complicada.
K se da cuenta de que todos se han dado cuenta. Le han montado la “celestinada” de turno. Aunque entiende que también se la están montando a ella, ¿no? No cuadra tanto. Ahora una mujer abogada sola es toda una figura de “empoderamiento”. No se le busca novio a una chica. Con un tío puedes hacer más o menos lo que quieras, piensa K, siempre está a dos pasos de convertirse en un chiste. La idea del hombre triunfador que habría dominado a las masas en realidad compete a un porcentaje ínfimo de tipos ricos; da igual el siglo. El resto simplemente se han arrastrado buscando sobrevivir mientras creían que merecían más. Tu generosa dosis de patriarcado nunca llega, y sin embargo se supone que formas parte de él. De modo que las pequeñas (o grandes) tocadas de huevos o chanzas o juegos o gilipolleces… las pullitas, las vaciladas o incluso ciertas bromas físicas… todo eso no debería afectarte. K definitivamente se da cuenta de que todos se han dado cuenta. Quizá le vieron hablar con ella en nochevieja. ¿Cuánto duró eso? No le parece que fuera tanto. Quiza la miraba y mientras tanto se babeaba los zapatos. Puede que le mirara el escote mucho más de lo que pensaba. Quizá bromeó o intentó ser ingenioso. Esperaba no haber sacado temas políticos, que ahora son más o menos todos. Se sorprende poco cuando alguien le manda un mensaje sólo para decirle que el hermano de M también asistirá a la cena.
Diario a bolígrafo de K. Día 9.393.
Es tentador escribir esta entrada como si fuera una adolescente en una película. Voz de doblaje de actriz de doblaje de treinta y siete años con habilidad para parecer una chiquilla a una semana de ir al baile de fin de curso con Kevin:
Querido diario:
Quiero que el buenazo de Kevin me arranque las bragas con sus manos sólo acostumbradas al manillar de su bicicleta…
Pura literatura. Kevin llegó a sangrar por la rajita del pis de tanto pajearse, pero eso no sale en la peli. Yo nunca fui un Kevin, ni conocí a una chica que viviera con miedo de que sus padres leyeran su diario. Nunca conocí a nadie que escribiese un puñetero diario, ni que leyese, ni que hiciese otra cosa que no fuese martirizar a sus padres y gastar ropa y zapatillas. Los años 90 de la vida real eran mitad estercolero mitad fantasías de huir de él. Y probablemente eran mejores que lo de ahora. La vida adulta es una obra de teatro amateur. Aceptas el papel sólo para ver si puedes ligarte a Kimberly. Las chicas ya nunca se llaman Kimberly en las pelis, ¿te has fijado, querido diario?
K elige su mejor atuendo, uno limpio, y se dispone a lanzarse de cabeza al ritual adulto. Lo más probable es que no pase nada. La chica esta vez le verá sobria y se lo pensará mejor. ¿Un mozo de almacén, por mucho que tenga un vocabulario de más dieciséis palabras? La mayoría de gente no asocia el fracaso escolar a la lectura. Un gamberro de la EGB no dejaba de leer un libro para leer otro. Se iba a la calle a porculear con el balón o lanzarle piedras a algún gato; se peleaba a puñetazos y patadas con algún otro crío de su mismo pelaje, llegaba tarde a casa y recibía una buena tunda de su padre. Un zángano de a siete suspensos por trimestre no esconde un libro de Stephen King en uno de mates. Para la mayoría de gente todos los libros son iguales; una tarea farragosa y silenciosa, pura nictofobia, algo que hay que alejar de tu vida a la primera oportunidad. K conoce a la tira de gente cuya última lectura completa fue el último año de universidad. Recogen el título y siguen pensando con faltas de ortografía. Los conocimientos académicos prescriben justo antes de tu primer día de trabajo. ¿Qué era lo que hacía falta? Introducir ingeniería social e ideología de género (de un solo género) en los colegios. Por supuesto, piensa siempre K, me encanta vivir en este mundo. Nunca estás del todo seguro de si acabarás sujetando un AK-47 junto al resto de machirulos.
Ducha a conciencia, desodorante, calzoncillos feos, tejanos pintones, camisa (todo un alarde), pelo limpio y más o menos en su sitio, unas zapatillas discretas y una chaqueta bastante molona. Las chaquetas son el único capricho estético de K. Toda una noche por delante. No es difícil kagarla. No es que no haya algunos aliados al modo clásico. Y no es que K piense en sus amigos. Más bien se encomienda a la bendita droga legal. Si ella está lo suficientemente cocida con la sangre de Cristo, la más que probable borrachera de K puede resultar productiva. Sumisión química en dos direcciones: la madre de millones de bebés.
K no suele ir a restaurantes. Los restaurantes no son para ir a comer, son para encontrarse con gente; para ligar, declararse, hacer negocios o romperle el corazón a alguien con estilo. A K le gustaría saber cuántos suicidios se deciden después de un postre de a cinco euros. A veces no es una guapa señorita o un señor tipo pincel el que te recibe en la entrada, a veces es un secretario de San Pedro. ¿Cuándo va K a un restaurante? ¿Por qué hace la gente la mayoría de cosas que hace? El sexo y el dinero suelen prevalecer. K piensa que quizá es porque una de las dos cosas da mucho placer, y con la otra logras bienes y servicios. Como ya se ve, a menudo ambas se confunden. No es que a K no le interese M como persona, pero a veces hay demasiada vida entre polvo y polvo. Demasiada sala de espera de la felicidad. Y la felicidad no siempre está en la puñetera sala de espera. Llega un punto en que necesitas sacar a relucir al cowboy desnudo, hortera y empalmado que llevas dentro. Como está seguro de que nadie está hecho sólo de contención, nobles intenciones y sutilezas, K decide que esta noche intentará echar un polvo. A pesar de ser un hombre, nunca ha maltratado o violado a una mujer, lo cual, a juzgar por la narrativa de ciertos políticos y medios, le convertiría en una aberración estadística. Es algo que le hace sentir bastante orgulloso, hasta que recuerda que la inmensa mayoría de tíos no sólo no han maltratado en modo alguno a ninguna mujer, sino que además tienen que hacer un esfuerzo consciente para comunicarse con normalidad con una que les parezca mínimamente atractiva. K piensa francamente que M se mea en la boca de las mujeres atractivas, y para decir la verdad, está seguro de que podría cumplir sus fantasías pasivas de lluvia dorada con ella. Como se puede ver, se plantean bastantes obstáculos de pensamiento mágico, pero, cuando se quiere dar cuenta, le han sentado a la mesa frente a nada menos que la susodicha.
Siempre se habla de fingir cierto desinterés para interesar a la otra persona. K está seguro de que eso a veces funciona. A mucha gente no le interesa lo fácil, a ciertas personas no les seduce que te lances a sus brazos cuando silban. Es comprensible. Pero K nunca ha tenido ninguna actitud concreta para con las mujeres. Mas bien se siente algo descompuesto frente a la que le gusta, se le cierra el estómago, procura elegir bien las palabras y, si acaba llegando el momento de desabotonarse o bajar cremalleras, actúa incrédulo por lo que está a punto de suceder. Es probable que K no tenga una gran autoestima. Baja autoestima + timidez + alto grado de perversión + por qué no decirlo: un pene muy por encima de la media (aunque sin llegar a medidas circenses). Como todo lo demás que no importa, el tamaño no importa hasta que importa. Pero de momento el pene está encogido y expectante, arrugado cual criatura amorfa de Star Wars.
Tampoco hay manera de fingir desinterés ante semejante mujer. Ambos saben lo que está pasando, y lo que pasa es que ella se lo está pensando; porque es ella quien decide, y él está siendo evaluado. O quizá ella ya ha decidido. En cualquier caso, él ahora es el único ciudadano del país M, y M no es una democracia. Sólo puede intentar actuar como alguien follable. De entrada nunca piensa que deba “ser él mismo” en semejantes situaciones. Tiene que parecer mucho mejor que él mismo, olvidarse de él mismo. No tiene que ser una versión mejorada de sí mismo, no tiene que ser él mismo de ninguna de las maneras. Tiene que ser el tío con el que ella se querría acostar, teniendo en cuenta que ella podría acostarse literalmente con quien quisiera, quizá incluso trascendiendo gustos sexuales, teorías de género y todas las chorradas posmo universitarias que se te puedan ocurrir. Lo más cínico que se le puede aconsejar a alguien es: sé tú mismo. Lo malo es que todo eso sigue formando parte del ámbito téorico. Quizá es más lúcido que decir “sé tú mismo”, pero no más útil. En la vida real, la acción casi nunca va de guiones, carreras y persecuciones. La acción es más bien invisible. El equivalente real de la explosión a lo Michael Bay de una gasolinera, es el zapato de una chica rozándote a caso hecho por debajo de la mesa. La mayor parte de lo que se dice suele ser insustancial. Hay quien dice que las primeras citas son como entrevistas de trabajo. Por la experiencia de K, eso también es mentira. A menudo una cita es un cúmulo de comentarios inócuos a modo de raíles que sirven para llegar a tener sexo con alguien que al menos no te caiga demasiado mal. Tinder ya existía antes de Tinder. Internet no inventa, sólo recoge. M mira a K como si ella no tuviera todo el poder sexual. Lo único parecido al sexo que se desprende de K son las ganas. Hablan de la nochevieja, la única experiencia que tienen en común. Y K no hace otra cosa que absolutamente lo contrario a lo que aconsejarían todos los manuales honestos de la conversación con intención: ser él mismo.
La mejor versión de sí mismo.
En sí mismo eso no tiene por qué estropear las cosas, pero sin duda puede complicarlas, enfangarlas; dejas la autovía y te metes con tus huevazos por carreteras que desconoces, viendo letreros extraños y perdiendo de vista la vía principal al polvo. Pasas de intentar ser Dylan en Sensación de vivir a ser Frodo en El señor de los anillos. Ni siquiera Frodo, más bien Sam, y si te dejas llevar demasiado, no el Sam noble y valiente, sino el llorica que está deseando volver a Hobbiton para esconderse tras las faldas de Rosita.
–¿Cómo va la resaca? –dice ella. Es como si fueras por la selva y una pantera te diera conversación. La voz algo rasgada, todo lo que la hace más inteligente que tú al fondo de la mirada. –Aún la noto un poco –sonríe K. De la nochevieja a finales de enero, sin solución de continuidad. El resto charlan intentando no sacar ningún tema político. Suele ser más importante aquello de lo que no se habla. El hermano de M y dos amigos de K. Papeles de reparto. El hermanísimo se llama A. K ya ha podido saber que escribe en la prensa local y es un militante de izquierdas de los de boquilla. Todo le parece mal y a la vez participa de todo. Está siempre preocupadísimo por algo, en teoría. Quiere ganar en la conversación, la que sea. Está seguro de que hay muchas más lacras sistémicas de las que creemos (se lo ha dicho un pájaro), y de que si no formas parte de la solución, formas parte del problema. Su objetivo teórico: una utopía social con delincuencia cero, sin fronteras, y libre de problemas climáticos y debates que él no pueda ganar. Los amigos de K siempre dicen que ha de tener la polla pequeña, pero K está seguro de que sólo quieren ser amables. También le han informado de que estuvo unos años liado con una activista climática. La muchacha logró un viral en youtube lanzándole crema de calabaza a un cuadro de Fra Angelico. El rumor más jugoso dice que ahora A lleva un tiempo cagado. Cortó con la activista hará dos meses, y al parecer ella le ha estado enviando mensajes plagados de dudas morales. No está segura de si hace dos años fue violada por A.
El tío tiene la cabeza hirviendo con eso, y va y saca el tema. Estaban todos tan tranquilos con el primer plato, piensa K, gozando, ni un gramo de bobadas bienqueda, ni una mala señal. Hasta le estaba empezando a caer bien A; apenas hablaba y tenía un semblante inofensivo. Y va se postula a violador posmo retroactivo. –Ya te lo he dicho muchas veces –dice M–, esa tía está aún más tarada que tú. –No, no está tarada. Deja de insultarla, por favor. De golpe el bueno de A se convierte en un faro moral. Se endurece su semblante. El ego del martir autoproclamado; K piensa que posiblemente se esté poniendo cachondo; quizá un leve despertar de micropene al sembrar la duda razonable de si él mismo podría ser un violador sin saberlo. –Pero vamos a ver, A, te lo he preguntado mil veces. ¿Tú la has forzado de alguna manera? ¿Te ha dicho alguna vez que pararas y has seguido? ¿Has notado alguna vez algo raro fuera del polvo estándar (no quiero ni pensarlo) que solíais echar? –No. Pero no es tan sencillo, M. –¿Ahora resultará que a mí me han violado porque alguna vez he echado un mal polvo? ¿Cómo coño –con perdón– se puede dudar con eso? O te han violado o no te han violado. –Lo que tú digas, hermanita. –Esa tía es una pancarta andante, es peligrosa y es una cabrona, si quieres saber mi opinión. Si fuera otro tipo de persona, aún habría debate. Esa niñata es salfumán ideológico. Es entonces cuando interviene K. No lo piensa demasiado (más bien nada), de hecho su intención es relajar el ambiente; –Esas cosas pasan. Yo no sé si he ido a Port Aventura una vez o ninguna.
No pasa muchas veces, pero en ocasiones el sexo pasa a un segundo plano. Suele ser relegado por algún tipo de violencia (una real). El comentario de K despierta alguna risa, rápidamente sofocada. La cara de A parece llenarse de sangre como una copa menstrual. Y también parece del mismo material. M le pone una mano en el brazo y susurra algo apaciguador, como si su hermano sufriera de alguna enfermedad mental que el resto desconocen. Por un momento K está convencido de que es así. Se le viene a la mente la trama más aburrida de Love Actually, en la que Laura Linney tiene un hermano enfermo mental que se convierte en un escollo en su proceso de intentar liarse con el buenorro de la oficina. Pero no es así. M levanta la voz: –No seas capullo, A, te lo pido por favor. Evidentemente, piensa K, no es la primera vez que A revienta una reunión amistosa. Aunque quizá yo tengo más culpa, barrunta para sí mismo. –Perdona –dice A dirigiéndose a K–, ¿qué has dicho? M resopla mirando al techo. El gesto de A es tan desafiante que K decide no ceder. –Que esas cosas pasan. ¿Tú cuántas veces has ido a Port Aventura? –¿Este tío quién es? –mirando a su hermana. K decide atacar sus espaguetis carbonara. –Perdona –insiste A–, que digo que quién eres. Algo dice M para intentar llevarse a su hermano fuera del restaurante con la excusa de ir a fumar. –Yo no fumo, M. –Pero yo sí, y no quiero estar sola. Una mujer sola de noche, imperdonable. A se levanta y se va con ella. K respira más tranquilo. Estaba deseando seguir hablando, provocando, avivando el fuego. Mala suerte, el tonto militante esta vez tiene una hermana interesante. De otro modo la cena podría haber sido más o menos divertida.
K inicia una tertulia relajada con sus dos colegas sobre la violación en tiempos de llorera. Oscar está casado y tiene una niña pequeña. La cría está con su madre en casa de sus abuelos, en Sonora. Él se ha quedado en Periferia por asuntos de trabajo. Manu está soltero y es una especie de antítesis de A. Sencillamente busca a mujeres de su misma especie y carácter, dejando claro el contrato carnal. Se divierte y aún no ha sentido inclinación por lo que llaman sentar cabeza. Se parecería a K si no fuera porque K folla cada cinco meses (con suerte). Manu tiene habilidad para vivir en una realidad completamente ajena a los medios, el delirio político y las redes. Una realidad hecha de amistades fugaces, polvos brutales, responsabilidad personal y muy poca piel fina. Personas que, para variar, se parecen al año –y mundo– en el que viven. Ellos no estaban teniendo problemas para charlar con A. Se amoldan con facilidad a la coyuntura ajena. Son sinceros y saben mentir con estilo. Mantienen las aguas en calma, al menos casi siempre. Oscar dice: –Ese tío no te va a dejar follar con la reina del baile. Manu dice: –Le podrías matar. Ella no sospecharía nada. Sabe que eres un corderito, un asadito de nochevieja. –Me ayudáis mucho, gracias.
Es entonces cuando vuelve al restaurante A, y no lo hace más tranquilo. Paso largo y decisión. M corre tras él, intenta agarrarle. A K no le da tiempo a esquivar la determinación de su nuevo enemigo. Recibe el puño derecho en plena cara. Oye algo sobre detener a la extrema derecha. Un dolor eléctrico, un hilo grueso de sangre salpica su camisa. En medio segundo sabe que tiene la nariz rota. Se vuelca la silla. Corte a negro.
Diario a bolígrafo de K. Día 1.
Es la tercera vez en mi vida que decido escribir un diario. A veces me parece de lo más sano hacerlo. Otras veces se convierte en un incordio. Ya no soy un adolescente, tampoco un veinteañero. En unos años ni siquiera se me considerará joven; a menos que me muera. No me siento acorde a mi cuerpo desde los veintiséis. Hace poco estuve revolviendo entre cosas viejas. Un puñado de fotos de ayer mismo que resulta que tenían veinte años. Algunos escritos, cartas, incluso trabajos del instituto. Odio haber tirado las revistas porno. Es un material sentimental legítimo. Encontré también una carta de amor, aunque no pensé que lo fuera mientras la escribía. Es de los pocos textos que he enseñado a menudo a gente de confianza. Bueno, quizá no a menudo, pero unas cuantas veces. Todos me dicen que es una carta de amor. La leo cada vez que estoy a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Casi siempre por la noche. La copio aquí para tener otra copia de mi puño y letra: Si esta carta (a mano, como querías) la viera alguien en el instituto, te aviso de que llenaría la bañera de agua caliente y me cortaría las venas (sé como hacerlo). Valga esto también como carta de suicidio. Estoy tan colado por ti que no paro de pensar en lo colado que estoy por ti. Colado en bucle. He estado pensando que la gente mayor siempre dice que cuando eres feliz no te das cuenta de que lo eres. No eres consciente hasta que han pasado años. Eso dicen. Sólo hay una cosa que me preocupa de estar contigo, y es que yo sí soy consciente de lo que está pasando, y de que es fácil que no me vuelva a pasar como me está pasando. No sé cómo digerirlo o tragarlo, pero no me importaría enfermar o atragantarme con esto. Si quieres podemos pactar un corte de venas mutuo a los 27. Un homenaje al club. No quiero que los años pasen, porque no me importa hacerme viejo, pero sí hacerme triste.
P.D.: Si tus padres te pillan la carta también me suicido.
K.
–¿Ese tío te gusta? –Me cae bien, a ti no te importa un carajo, A. Tu ocúpate de tus… cosas feministas. –Ya. Dijiste que ibas a dejar de fumar. –No es ilegal fumar en la calle, y además nunca fumo, sólo lo hago cuando tú estás cerca. –Muy simpática. –¿Entonces te vas a calmar? –¿Con ese tío tomándome el pelo, quieres decir? –¿Sabes una cosa? Tu ex y tú le habéis puesto la broma en bandeja. Eso es lo que creo. –Oye. Habla de mí todo lo que quieras, pero no de ella. –Esa tía te ha puesto la cabeza como un bombo. Lo gracioso es que aún no se ha cansado. Ahora directamente está pensando en desgraciarte la vida. –No está pensando en desgraciarme la vida. Escucha, si he hecho algo mal, si la he maltratado, aunque sea sin darme cuenta, quiero saberlo. Porque no quiero ser como ese tío. –¿Como quién? –Como el mozo de almacén, ese palurdo que te vas a tirar hoy. –¿Pues sabes qué? No estaba segura de si me lo iba a tirar, pero ahora ya me has convencido. –¿Pues sabes qué? No lo pienso consentir. Con el número mil se acaba tu carrera de pollas obreras. –Oooh, ¿en serio, caballero blanco? ¿Y qué vas a hacer? –Simplemente no lo voy a consentir. –¿Me vas a atar a las patas de la mesa? Dime, hermanito, ¿eres un violador o no? A lo mejor tendría que comenzar a creerme a la tarada de tu ex. –¡¡Yo no la he tocado!! –Ya. Igual ella lo habría agradecido, un cachete de vez en cuando. Cuanto más puritanas, más marchosas, abad. –Ella no es como tú, espabilada. –¿Y cómo soy yo? ¿No estoy empoderada? Trabajo en lo que quiero, follo con quien quiero y pienso lo que quiero. ¿Tendría que comenzar a pensar como tu ex? ¿Le regalo una correa para que me la ate al cuello? ¿O te la regalo a ti? –¿Sabes qué? Me voy a largar. –Dios. Por favor. Sí. Nos vemos en la cena de Navidad, hermanito. –Pero antes una cosa. –Eh. Eeeh. ¡¡¿Adónde vas?!!
Oye la canción casi desde el principio.
(Turn around) Every now and then I get a little bit lonely and you’re never coming ‘round.
Intenta abrir los ojos, pero algo brilla demasiado.
(Turn around) Every now and then I get a little bit tired of listening to the sound of my tears.
Es Bonnie Tyler. Claramente sale de un móvil. La grabación de estudio. Total Eclipse Of The Heart. No es una rareza que digamos. Probablemente sea un video de Youtube.
–¿Ha abierto los ojos? La voz de Oscar.
(Turn around) Every now and then I get a little bit nervous that the best of all the years have gone by. (Turn around) Every now and then I get a little bit terrified and then I see the look in your eyes.
Por un momento K parece intentar cantar los coros.
(Turn around, bright eyes)
–Joder, sí que ha abierto los ojos. Llamad a alguien, coño. –¿M? –murmura K. –Soy yo, sí. ¿Quito la canción? –No.
(Turn around, bright eyes) Every now and then I fall apart.
–La bajo un poco, ¿vale? –Vale… Qué pasa, dónde estoy. –Has estado mucho tiempo en coma, pero no sé si debería ser yo la que hablara contigo. –¿Por qué no?… No veo que seas muy mayor. Tanto tiempo no habrá pasado. –Bueno… –¿Quién hay…? –Hemos venido Oscar, Manu y yo. Sabíamos que a veces funcionaba, lo de la música… –¿Bonnie Tyler? –La pasada nochevieja hablaste unos veinte minutos sobre ella. –Es verdad… ¿Al final tu hermano era un violador? –¿Es normal que ya estés tan ágil de memoria? –No lo sé, M. –Pues qué va. Mi hermano sólo es un imbécil. Aunque su amiguita le denunció. –Uau… –Se sobreseyó. –Uau. –Tu podrías denunciarle por agresión. –¿Para qué? Es entonces cuando son interrumpidos. Médico y una enfermera. Oscar y Manu. Justo acaba la canción. –Tío –dice Oscar. –Tío –dice Manu. –Ya veis. Al final no follé. Lo pueden oír todos. –Dime tu nombre completo –dice el médico.
Los padres –pareja hetero o no– siempre prefieren a una chica para cuidar a sus críos mientras ellos se van de picos pardos. Lo de tener hijos combina mal con todo. Son el color marrón de la vida. Las fotos familiares del salón quedan monísimas, eso sí, y no pocos padres te contarán historias de amor y sufrimiento maravillosas sobre sus hijos. Mi teoría: llegada cierta edad, no sabes qué carajo hacer con tu vida, sientes demasiada incertidumbre o te has estancado en una soporífera rutina; llevas ya años con tu pareja y no veis un horizonte claro. Es entonces cuando recurres al manual, y ahí lo pone bien claro: tened un hijo, a ser posible más de uno. Es el ingrediente que te falta, tan fuerte que se come el sabor de todo lo demás.
Ahora sin embargo nos entierran en discursos “disruptivos” sobre mujeres que no quieren tener hijos o madres que reconocen que a menudo odian a sus hijos. Las mujeres están siempre en el centro de estas historias, porque se supone que la sociedad exige de ellas que se preñen y tengan un crío con nombre de personaje de serie. Así serán por fin mujeres completas. Yo diría que eso no le importa un carajo a nadie ya, pero en ciertos círculos adoran las historias de fantasmas del pasado, y parecen muy interesados en reavivarlas. Pase lo que pase, ahí estarán siempre los activistas para dar trabajo a los servicios de limpieza.
Ego, militancia y aburrimiento. La combinación por la que mucha gente prefiere quejarse a hacer cosas. La realidad de las cosas es demasiado complicada y exigente, y la mayoría de veces no sabes por qué son como son. Si tienes pasta, eso sí, puedes delegar.
Por cuarta vez, estoy al cuidado de Omar. The Wire. Pero este Omar tiene siete años y no tiene nada de racializado. Quizá sí un poco de delincuente. Por lo pronto parece haber provocado varios ataques de histeria a su padre y una depresión de caballo a su madre, que lo mira como si fuera el niño de La profecía. Los padres están cerca de los cuarenta: camisetas frikis, cuentas neomoralistas en Twitter y trabajos de carrera, silla y teclado.
Paseo por la casa mientras Omar ve un maratón de Californication en la tele. Me gusta ese punto de riesgo. Los papis pagan bien, no me puedo quejar. Se sienten culpables por contratar a gente para solucionar sus asuntos personales. Sé que también les limpia la casa dos veces por semana una chica dominicana. Se amputarían el meñique para que nadie se enterara en Twitter.
Omar me pregunta si es verdad que cuando una mujer lleva un tatuaje en la rabadilla es porque le gusta el sexo anal.
–Es probable que sí, Omar.
Siempre tengo conversaciones interesantes con los críos. Son bastante divertidos, como miniamigos temporales.
–¿Qué es el sexo anal?
–Omar, tienes que prometerme una cosa.
Siempre les hago prometer que no les contarán a sus padres de qué hablamos o qué vemos en la tele. Les amenazo con hacerles comer sano o ponerles a hacer deberes.
La mayor parte del tiempo, husmeo. Me encantan los portátiles de los papis. Casi siempre están al descubierto y apenas utilizan claves o filtros. Los de ellos suelen contener conversaciones significativas con otras mujeres; los de ellas, huellas por todas partes de haber visto el porno más cerdo y duro. Las chicas acaban con marcas por todas partes y el maquillaje por los tobillos. Se supone que son las típicas fantasías masculinas.
–¿Qué es la píldora?
–¿Cómo?
–La píldora.
–A veces tienes problemas y tienes que tomarte una píldora para solucionarlos.
–¿Una píldora mágica?
Un niño se suele conformar con poco. La clave está en que no se dé cuenta. He visto a padres manipularlos de formas de lo más retorcidas. Un adulto puede hacer lo que sea con tal de no ejercer de padre.
–¿Pero qué es el sexo anal?
Los papis se vuelven a pasar por el forro el horario acordado. Ya lo hicieron las otras tres veces. No me importa mucho, siempre que vuelvan a pagarme más de lo prometido. De no ser así podría ponerles entre la espada y la pared. Ellos no saben que soy Ameba Café en Twitter. Una pobre chica con menos recursos que ellos, que necesita de la piedad y buen hacer de las personas virtuosas de izquierdas. Esas que escupen sobre el dinero y se encargan de los asuntos propios y ajenos con plena humildad.
Omar ya ha visto tantas veces masturbarse a Charlie Runkle que me ha hecho un montón de preguntas sobre sobre su cosita (la de él, no la de Charlie).
Me levanto y me voy a husmear al piso de arriba. La casa no está muy en consonancia con los ideales teóricos de los papis (básicamente fantasías comunistas y desprecio por la propiedad privada). No veo nada que no supure capitalismo por cada poro. Papá y mamá han acumulado tanto que Omar va camino de convertirse en otro pijo de izquierdas. Más comunismo teórico. Recuerdo con nostalgia cuando los pijos sólo eran de derechas y comían bebés inmigrantes. Cumplir años te puede envenenar. ¿No tengo ni treinta y ya soy así? Cuando empiezas a ver las contradicciones ideológicas y no eres de ninguna iglesia secular, ya no hay marcha atrás. Quizá sigas votando a partidos de izquierdas, pero tus opiniones te convierten en un elemento sospechoso a ojos de los que estarían en tu bando.
Como mínimo no veo ningún retrato del Che Guevara ni poster alguno con la hoz y el martillo. Hubiera sido raro de narices en semejante casita de muñecas. Sí me extraña no ver ninguna bandera LGTBI, aunque sólo fuera para impresionar a las visitas. Antes presumir de que no eras homófobo era completamente ridículo, ahora te puede abrir más de una y de dos puertas. Tampoco espero encontrar una bandera con la esvástica escondida en un cajón. Entro en la habitación de Omar y sólo veo muñecotes y ropa de color niño. Parece ser que los críos siguen empeñados en el azul y el rosa, no hay manera de sacarles eso de la mollera.
Los papis siempre llaman un buen rato antes de volver a casa. Piden perdón por el retraso y anuncian un pago acorde. No se dan cuenta de que así avisan a la canguro, que mientras tanto puede hacer lo que se le venga en gana. Podría haber llamado a quien yo me sé y follármelo en la cama de matrimonio. O podría ser una niñera diabólica grabada en video sacudiendo a Omar como si fuera el saco de boxeo de una divorciada joven. La típica cámara escondida tras la foto de las vacaciones a Roma, ¡maldita sea!
Pobre Omar. Dejo de revolver sus cosas y me voy a la habitación de los progenitores. Nuevamente ninguna señal o símbolo de progresismo tuitero.
Asomo la cabeza al pasillo y le grito a las escaleras:
–¡Omar, ¿estás vivo?!
–¡Sí!
La comunicación es importante.
Comienzo a abrir cajones y armarios. Ropa de clase media alta. Casi toda de ella. Estereotipos de género por todas partes. Más contradicciones.
Entonces voy a abrir el último cajón de la mesilla a la derecha de la cama, y está cerrado con llave. La emoción me embarga. ¿Por que no sabía de la existencia de este cajón?
Comienzo a revolver las cosas. Que esté, por favor, quiero esa llave, quiero la llave. Rezo por que los papis estén borrachos hablando con alguien sobre alguna de las violencias machistas que aún sufren las mujeres hoy en día por el solo hecho de ser mujeres. Espero de verdad que se estén divirtiendo. Vamos, papis, la noche es joven y el mundo no se va a arreglar solo. Revuelvo y busco y palpo. Las mujeres os necesitan, las niñas os necesitan, las minorías raciales. Venga, vamos, dónde estás, puta. Me meto debajo de la cama de matrimonio, huele a perfume incluso ahí. Oigo de fondo a Hank en la escena en que mea borracho en una botella de whisky. Luego pega un trago sin darse cuenta. Vamos, puta, tienes que estar por algún lado, venga, venga, vamos…
Finalmente miro bajo el pie de cama estilo Maria Antonieta. Una llavecita monísima está pegada con cinta aislante debajo.
–¡¡Puta madre!!
–¡Sí! –responde Omar.
Despego con cuidado la cinta para poder volver a pegarla después y dejarlo todo como estaba. Vamos a ver qué lubricantes y consoladores de puño cerrado utilizan papá y mamá. Quizá incluso haya esposas y látigos, está claro que a mami le gusta explorar sus límites. Me tiembla un poco la mano, pero finalmente consigo encajar la llave.
Funciona.
Abro el amplio y hondo cajón. Está repleto y huele raro. Me tapo la nariz en un acto reflejo.
–Joder, papis.
Hay juguetes, efectivamente. Varios consoladores, muñequeras e incluso una máscara de cuero. Rebusco con la mano como si ella sola supiera lo que hay al fondo.
–Joder. Joder.
Un grueso sobre manila. No está sellado. Dentro puede haber fácilmente cincuenta fotos.
–Fotos físicas, papis, se os va la olla.
O quizá no, pienso, quizá sea peor que estén en tu ordenador.
Espero ver a los papis haciendo la clase de guarradas extremas de la gente que moraliza a los demás.
Voy pasando las fotos y mi mente no parece procesar lo que ven mis ojos. Oigo un ruido sordo y veo entrar a papi aflojándose la corbata.
–Su puta madre… –sisea. Su mirada se vacía.
Las buenas costumbres no siempre se mantienen. Quizá se dejan de lado cuando uno piensa que le podrían estar perjudicando. Esta vez los papis no llamaron para avisar. Quizá si yo hubiese sido una simpática latina, aunque fuera de piel clara… Con un poco de culpabilidad blanca esto podría haber sido diferente. Pero ahora no sé qué va a ser de mí, y estoy mucho más atónita que asustada. Pienso en estupideces igual que si no estuviera en peligro de muerte.
Porque de verdad estoy en peligro de muerte.
El papi de Omar me está preguntando qué he visto. Han cerrado con llave la puerta del dormitorio. Ellos están de pie frente a mí, me han sentado en el pie de cama.
Papi dice:
–No te queremos hacer nada, pero nos tienes que decir qué has visto. En ese cajón hay cosas privadas.
Mami parece estar conteniéndose. Da más miedo que él.
Pregunta:
–¿Te vas a quedar callada?
–Sí, lo prometo. Lo prometo.
–No, imbécil, no me ferería a eso. ¡Que hables, coño, qué has visto!
–Tranquila… –murmura él.
–He visto juguetes, consoladores… y prendas de cuero.
No sé si papi me vio guardar las fotos. Creo que yo misma tapaba ese ángulo. O quiero creerlo.
Se dan la vuelta y cuchichean hablando entre ellos. Luego es ella la que se pone a hablar conmigo;
–Niñata –se acuclilla delante de mí y me clava los ojos–. Dinos lo que has visto. Enuméralo. Fácil, ¿no? ENUMÉRALO.
Cuando tenía quince años, siempre pensé que en torno a los veinticinco me suicidaría. No le veía la gracia a eso de vivir veinticinco años y luego ya tirar sólo de nostalgia. Nunca he sido lo que se dice una persona vital y hacedora. Siempre he tenido demasiado miedo, a casi todo. Y ahora que el terror está plenamente justificado, apenas lo tengo. Y estoy cansada, muy cansada, como si de golpe soportara sobre mis hombros todo el peso de mi recorrido vital. Todo me ha traído a esta habitación de progres tarados hijos histéricos de su catálogo de violencias y patriarcados. Tengo veintiséis años, no soy nadie y es la primera vez que tengo algo de poder. Por fin alguien me tiene en cuenta, finalmente alguien me tiene miedo a mí.
Debe ser raro mirarme a los ojos ahora.
–Os he visto en Twitter –digo de repente. Ni siquiera iba a decir eso, pero eso es lo que ha salido.
–C… ¿Cómo? –papi parece más nervioso.
–Que os he visto en Twitter. A los dos. Sois muy buenas personas. Excepto que no lo sois, ¿verdad?
Mami empata con el semblante de papi, parecen expectantes, curiosos.
–Yo pensaba que sólo erais unos hipócritas. Todos lo somos hasta cierto punto… Pensaba que simplemente os divertía ser los virtuosos, acusar a los demás de los males del mundo, salvaros a vosotros mismos, despojaros de culpa, o presentaros como mártires o adalides de la culpa restrospectiva… Todo ese rollo que a mí ya me da un poco de vergüenza ajena, y disculpad que lo diga.
»Tú jugando a la víctima y tú al opresor. Como mandan los cánones mediáticos. ¿Jugáis a eso también en la cama? ¿Os pone cachondos interpretar esos papeles en serio en Twitter y luego traducirlos a roles sexuales? El polvo secreto es el mejor polvo, ¿no?
»¿En qué momento comenzasteis a hacer tríos? Yo no tengo nada en contra, que conste, soy bastante guarrilla, a decir verdad. Podría hablaros largo y tendido sobre la lluvia dorada, y una vez me cagué en el pecho de un tío, aunque a él no le gustó. A mí tampoco, la verdad, prefiero los cachetes y las bofetadas a la escatología.
Los papis en realidad sólo escuchan parcialmente, ahora comentan la jugada entre ellos en el rincón junto a la puerta de la habitación. El protocolo a seguir si el secreto se revelaba no está claro.
–Lo de los críos en cambio… Puedo entender incluso el homicidio, ¿sabéis?, tanto el involuntario como el planeado. Me puedo imaginar a mí misma perdiendo los papeles. Por grave que sea, no me parece tan raro tener ganas de destruir a alguien. No creo que nadie piense en matar, sólo quieres sacar fuera la rabia que te está consumiendo. Por eso se encuentran cuerpos con cincuenta puñaladas. Es algo físico, lo entiendo, aunque sea terrible… Pero la pederastia… Lo siento, papis, no tengo tanta imaginación.
El tiempo se estira. Ellos hablan de matarme, sobre todo ella. Les da igual que les oiga. No entiendo por qué bajan la voz; debe ser la costumbre. Sólo puedo oírles yo, y les oigo. Lo cierto es que tienen un problema de setenta kilos. Soy algo rellentita para mi estatura, pero ágil, y como relativamente sano. Hago deporte y fumo de forma intermitente. En general no soy lo que se dice un modelo de conducta, y siento algo de vértigo ante la idea de acercarme a los treinta. Abrazo algunos tópicos. Estoy más socializada de lo que quisiera, supongo, y nunca he sentido rechazo por parte de los tíos.
Ahora también sé cómo responde mi mente ante una situación límite, y la verdad es que estoy impresionada. Quizá luego estalle, pero ahora recuerdo momentos mucho peores en la sala de espera del dentista. Intento no pensar en los niños de las fotos; si salgo de esta, delegaré toda esa historia; soy obviamentye incapaz de digerirla o enfrentarla.
Concéntrate en salir de aquí.
El tío no sé qué dice, ella dice que cuchillo de cocina, bolsa mortuoria y maletero.
Niños desconocidos violados y asesinados. Despedazados y fotografiados en detalle. Familias acabadas.
Pero no la tuya. Sal de aquí.
Haz el cálculo. Son de carne y hueso. Él es grande, más de ochenta kilos. Ella es todo palabras gruesas y tendones, un alfeñique pederasta. Mira a tu alrededor, el mobiliario, el bonito tocador de muñeca humana.
Se han desplazado por la habitación, aumentando de volúmen su discusión. Me levanto de sopetón y me lanzo cargando todo mi peso sobre el tío. Pierde por completo el equilibrio y su cabeza va a caer justo contra un extremo del tocador. Se le clava la esquina en la sien izquierda, dentro de su cráneo, unos cinco centímetros. El cuerpo sufre espasmos durante unos segundos.
La mami se queda petrificada. Diría que yo también, pero en realidad la jugada me ha salido tal y como la planeé. Llegados a estas alturas del partido, lo considero normal, justo, como si Dios o el orden que sea que maneja los hilos me debiera esta dosis de valentía y arrojo.
Ya ha caído el opresor, ahora queda la víctima.
–Oye… –dice la mami–, tengo un hijo, ¿vale? Tengo un hijo.
No sé si se quiere rendir o está decidiendo su siguiente jugada.
Omar. Se me había olvidado que en el piso de abajo hay un niño. La puñetera mercancia infantil hipervaliosa.
–¿Ese niño es tuyo? –pregunto–, porque lo dudo mucho, sinceramente.
–Omar es mío, es mío, sí, te lo juro.
–Tengo una idea, ¿y si bajamos y se lo preguntamos?
La mami teórica se coloca lentamente ante la puerta;
–Oye. El niño es mío, te lo digo de verdad. No quiero asustarlo. Y no voy a decir nada de lo que ha pasado aquí, ¿vale? Mira…
Se desnuda parcialmente y me enseña sus marcas de haber follado como la monja digital que es.
–Yo puedo decir que él me maltrataba, ¿vale? Y que entre las dos pudimos con él. Pensaremos antes toda la historia. ¿Vale?
La carta feminista.
–Lo digo en serio –insiste–, ¿quién no nos va a creer? A la gente le encantan estas historias, incluso pagan por ellas. Dinero público, dinero privado… Es como… porno emocional, empatía social obligatoria, ¿entiendes?
Los tiempos están cambiando, dicen.
–¿Entonces se supone que yo me tengo que ir y dejarte aquí tranquila con ese niño de ahí abajo? Después de haber visto fotos tuyas con…
No quiero ni volver a pensarlo.
–Lo de las fotos no es… Oye, tú no lo entiendes, él me obligaba, yo no podía hacer nada, no podía…
–No cuela –la interrumpo.
Parece haber perdido su habilidad para hacerse la víctima. Este tipo de personas están acostumbradas a que les compren todas las contradicciones, pero yo no me parezco a una presentadora de televisión, y tampoco me dedico a la política.
–Voy a llamar a la policía –le digo.
–Oye…
–Voy a llamar a la policía.
Y lo digo en serio, incluso me he sacado el móvil del bolsillo.
Es entonces cuando la mami se me abalanza. Grita e intenta agarrarme. Me aparto como si conociera algún arte marcial, y se estampa contra la ventana cerrada.
Se revuelve como una tortuga boca abajo.
Está claro que tengo que inmovilizarla de alguna manera. Se agita como loca, pero logro que abra las piernas y le doy una patada en el coño.
–¡Ahh, aaaaaaaahh! ¡¡putaaa!! –grita. Suena sincera por primera vez.
Le doy dos patadas más en el coño y descargo también la planta del pie contra su estómago.
Se retuerce, escupe palabras, mucho coño por aquí y por allá, intenta levantarse.
–Me vas a comer el coño, puta… Te voy a cortar en rodajas, puta niñata…
La víctima intenta agarrarme. Lo de niñata me suena medio bien. Es mejor que fascista. ¿Pero quién no es fascista hoy en día?
Abro la ventana.
Es corredera y amplia, me facilita la tarea. Levanto a la tirillas, sudando aceite de motor, forcejeando mientras me araña la cara, y la lanzo hacia la noche.
Cae abajo y oigo cómo revientan un par de huesos de los gordos.
Ahora sí, puedo llamar tranquila a la policía.
La mami grita abajo mientras me atienden. Echo un vistazo, apenas puede menearse. Sigo extrañamente calmada. No tranquila, pero bajo control.
Después del educado intercambio con las fuerzas del estado (me siento más facha que nunca), pienso si abrir el cajón y extender bien las fotos por toda la cama. Después cambio de idea y simplemente me aseguro de que el cajón esté bien abierto.
Vuelvo a mirar por la ventana y veo que la mami se está arrastrando, intenta huir, al menos mentalmente.
Bajo las escaleras con parsimonia y salgo de la casa. Me llego hasta donde está la pederasta y le doy cinco patadas en las costillas. Hace ruido como una matanza del cerdo.
Me siento junto a ella mientras escupe sangre y se vomita encima, sacando fuerzas de flaqueza para insultarme.
Hablo sola y con ella;
–¿Por qué los guardianes de la moral siempre acabáis igual con los críos?
Llegan dos coches patrulla. Siento no poca pereza ante todas las explicaciones que tendré que dar. Supongo que también he cometido un par de delitos.
Dos polis, uno bien rasurado y otro con bigotillo estilo primera mitad del siglo XX, bajan del primer coche y trotan hasta donde estamos.
Observan con conmiseración a la mami y preguntan –esposas en mano– que dónde está él.
–Él está muerto –digo.
Se miran y parecen descargarse de tensiones.
–Menudos fascistas patriarcales… –murmuro.
El del bigote dice:
–¿Disculpe?
Jota. Cualquier lugar en Periferia. Todo empieza a ir demasiado deprisa. Ya me lo advirtieron, pero aun así no es agradable. No invita al optimismo, te añade presión, envenena lo que se dice tus sueños y esperanzas: te fuerza a imaginarte como estadística. Cada vez menos persona y cada vez más número. Menos trozo de futuro y más trozo de pasado. Veintitantos. Más joven de lo que crees y más viejo de lo que creen las personas mayores que eres. Tú sabes lo que has hecho y lo que no, las oportunidades que has dejado pasar ya; conoces cada vez mejor tus debilidades y limitaciones. En veinte años te ves más o menos igual. Y eso en el mejor de los casos. Muy joven aún y todo lo que quieras, pero terriblemente consciente de lo capaz o incapaz que eres. Casi deseas sobrevivir a un accidente aereo o un secuestro para ver si así te cambia la puñetera cabeza, porque aun con el tiempo a tu favor (por ahora), sigues siendo el escalofriante y limitado tú mismo. “Sé tú mismo”, una de las frases perezosas y recurrentes más populares. El vacío hecho consejo. Sé tú mismo. Y no matizan nada, y creen que te hacen sentir mejor. Como si no te conocieras. Te presentaste a ti mismo allá por la época del parbulario. Te calaste enseguida: un crío llorón, y no uno cualquiera, un llorón por encima de la media, uno histérico y cagado (literal y figuradamente). ¿Con ese personaje ibas a tener que lidiar toda tu vida? Tú y tú mismo. Encantado de conocerte, ya veremos lo que hacemos. Ni siquiera había tenido tan mala suerte. Era un crío físicamente del montón, no estaba particularmente condicionado por cuestiones ajenas a mi control. Se trataba de mi actitud. Creo que tomé conciencia ya de muy pequeño de que estaba condenado a autosabotearme, a atraer las situaciones más ridículas y humillantes. Hubiera preferido ser un asesino en serie. No un violador, pero sí un vecino encantador con un secreto.
Ada. Cualquier lugar en Periferia. El verano está encima, se está precipitando, y el verano es tan atractivo como exigente. Y ya no es el verano de la estudiante, de la mujercita del instituto o la universitaria. Te dicen que tienes toda la vida por delante y a la vez que tienes que decidir ya. Tienes todo el tiempo del mundo y a la vez no tienes una mierda de tiempo. Tienes que espabilar. Cuécete en tu propia indecisión, actúa. Mírate lo de ver si curras “de lo tuyo”. Mucha juventud pero no tienes tiempo que perder. Arremángate, niñata. Sé luchadora y valiente, pero recuerda vivir cagada de miedo. No olvides lo fuerte que eres, pero ten en cuenta siempre lo frágil que eres en realidad. Puedes con todo, pero realmente con casi nada, no te van a dejar. Lucha como una campeona, pero no te pienses que vas a lograr nada, tonta del bote, y eso que eres la típica mujer increíblemente inteligente. Lo dice la sabiduría ideológica. Un etcétera interminable de grandes lecciones de la contradicción. Si la hipocresía fuera combustible, algunos podrían viajar a base de pedos. Mírame, soy la mujer de este tiempo. No la “feminista” contemporánea que vio “la luz” leyendo dos libros de autoayuda disfrazada de ideología y mil tuits. Soy la mujer real. La que sufre los daños colaterales del huracán ideológico. No saco nada de ese pastel. Soy el instrumento favorito de las mentes más “progresistas”, la herramienta de los políticos más queridos, los más oportunistas y aliados, las más taradas, las princesas modernas burguesas que jamás han sido una mujer normal y hablan en nombre de todas las mujeres normales. Yo soy la mujer común. Yo soy representativa. A veces me he llegado a sentir culpable por no estar permanentemente cagada de miedo. Yo era de izquierdas, y lo soy, entonces ¿por qué soy tan tozuda? Quizá baste con fingir, pero lo de fingir ser una vícima me da urticaria. No he tenido experiencias desagradables con hombres, no peores que con mujeres; pero quizá es un problema de interpretación, puede que no sepa leer mi entorno. ¿Debería estar traumatizada? Quizá el Patriarcado me escupe en la cara cada día y yo sonrío como una boba. A lo mejor es que soy tonta de remate. Y eso que fui buena estudiante, hasta tengo un trabajo aburrido de alto perfil. No estoy en ninguna cumbre vocacional, pero tampoco en las cloacas durmiendo con las ratas. Ya gano más de lo que han ganado mis padres nunca (no digamos mis disolutos hermanos mayores), puedo aferrarme a los fines de semana (completos) y las vacaciones, tengo buena salud y en general gozo de respeto. Mis colegas me aprecian y mi familia me quiere. Me cuesta horrores encontrar la trampa. Quizá es que ya no soy de izquierdas. ¿Será verdad eso que dicen de que te haces de derechas cuando vas cumpliendo años? La verdad es que yo no he cambiado sustancialmente mi forma de pensar, ha sido la izquierda política y cultural la que lo ha hecho. ¿Significa eso que yo no he sabido evolucionar, o más bien que tengo principios y no compro cualquier moto? La mayoría de veces soluciono estas crisis de identidad dejando de pensar en ellas. Al final no escuchas a nadie que grite.
Esteban. Piscina municipal de Periferia. Hace poco me hice con el título de Técnico deportivo en Salvamento y Socorrismo. Incluso me he dejado el pelo largo. Tengo una buena melena rubia y rizada, y cuando empecé a definir músculo decidí depilarme el pecho. Cuando hago algo, lo hago hasta el fondo. O al menos lo intento. No me preocupa sucumbir a los tópicos o los clichés. Si alguien me ve como el clásico chulopiscinas, es muy posible que abrace esa idea e intente ligarme a su hermana. Esa es otra: últimamente las chicas se fijan en mí. A menudo sin pudor. Ninguna regla moderna extraoficial (u oficial) se lo impide. Es algo que nunca me había pasado antes. No hace mucho era del puñetero montón. Puede que sea lo que llaman: “mi momento”. Dicen que en torno a los veintinco años una persona alcanza fisicamente su cenit. La verdad es que me cuadra. La esperanza de vida se ha alargado mucho, pero la calidad de vida no. Soy más consciente que mis contemporáneos de que estos son los años clave. No son los años para cocinar el futuro, digan lo que digan, o sí, pero sobre todo son los años de vida que importan, los que que valen la pena de verdad. El resto, aunque llegue a los 102 años, consistirá en recordar lo que vivo ahora. No me cabe la menor duda. Sé escuchar, sé ver a mi alrededor. A mis padres, a sus amigos, a mis abuelos aún vivos. Todos llevan décadas anclados en el pasado. Recuerdan con añoranza incluso tiempos de guerra y dictaduras. No por convicciones políticas, como pensaría un imbécil de Twitter, sino porque entonces aún eran jóvenes. Entonces eran sus años. Lo demás, la lucha, la penuria, la comida o carencia de ella, el largo etcétera de vicisitudes o cabronadas, se han quedado en mera coyuntura. Si tienes veintitrés años, lo más importante es que tienes veintitrés años.
Bea. En la hierba. Aquí donde me ves, soy un mito. Al parecer soy tan real como Blancanieves. Según a quién preguntes, soy más falsa que las tetas de una presentadora. La última vez incluso voté contra los progres. A diferencia de las tres anteriores. Se ha decidido que soy una de esas mujeres sin cabida en el discurso oficial. He caído aquí, en este lugar y este momento de la Historia, y el sistema me quiere negar. No soy frágil ni una mojigata, y tampoco soy emprendedora ni estoy hambrienta de éxito identitario. Incluso me veo como una persona. Imagínate. (¡Antes que como una mujer!). Ahora mismo me tiraría al socorrista. Y pensar que iba al instituto con ese chaval. Cada tarde cierro la tienda (Golosinería: “al ladito del Fnac, todo tipo de golosinas sostenibles”) y vengo a la piscina a mirarle el culo. Quién lo iba a decir. Antes era un tirillas sin oficio ni beneficio, pero ahora es un pibón sin oficio sin beneficio. Un perfil que me pone de lo más burra. Cada vez me atrae más la gente superficial, o al menos la que lo parece. De ese modo te ahorras a los intensitos y a los llorones. Vete a por el “facha”. No solo será vagamente de izquierdas casi seguro (vote lo que vote, si es que vota), sino que además te ahorrarás sermones y gilipolleces a lo trending topic. Si tienes suerte, darás con una buena persona menos hipócrita de lo habitual. Alguien que se lo piense antes de decir que es “anticapitalista”, o anti lo que sea. Como mínimo no será ese tipo de perfil sonrojante que presume de no odiar a los negros o pegar a las mujeres (enhorabuena, cariño)… Antes la gente presumía cuando lograba alguna puta cosa, cuando triunfaba en algo. Supongo que eso ahora es demasiado liberal. ¿Cómo voy a tener salvación?, pero si hasta veo porno. ¿Puedo ser una mayor vergüenza ahora para el virtuoso estándar? Ni siquiera recuerdo haber ido con verdadero miedo nunca por la calle. Vamos, no con más que cualquier otra persona. La única vez que tuve una mala experiencia iba con mi ex. Eran las dos de la madrugada. Me apartaron de un empujón y a él –que intentó defenderme– le patearon en el suelo y le birlaron la cartera. Yo me senté a su lado en urgencias y juro que hacía planes para pillar a esos tíos. Eran dos, dos hijos de la grandísima puta. La clase de cabrones que ahora se dice son todos los hombres. Ese es otro defecto mío: no odio a los hombres, ni siquiera desconfío de ellos si no me dan motivos. Fíjate tú. Desterrada para siempre de la banda de los buenos. Alienada, viciosa, nada temerosa y hasta voluptuosa en el vestir. Si el chico que me ha estado mirando viene a darme fuego, adopto la pose, doy la primera calada y después sonrío. Ya has conocido al Diablo.
Esteban. Algo sobre una fiesta. En Periferia se ha puesto de moda hacer las cosas «en alto». –Hasta mañana, Bea. –Adiós, guapo. Restaurantes en el piso veinte, fiestas en la terraza tuneada a lo Hawai del piso treinta. A este paso no habrá nadie en la calle. Sólo coches. Pijos primermundistas de toda índole entrando en suntuosos portales, saludando al portero, cogiendo el ascensor tamaño alquiler asequible y recibiendo un cóctel arriba al llegar de manos de dos chicas vestidas de arlequín putón. La verdad, no tengo nada en contra. Cada vez estoy más en paz con el primer mundo. Cada vez estoy más seguro de que no es el mundo el que te da de lado, sino tú el que le das de lado a él. Sé que hay muchos discursos baratos de superación en torno a eso, pero no por ello voy a comenzar a arrastrar mi actitud y convertirme en un imbécil pasivo que no es capaz ni de rascarse el culo cuando le pica. Se acerca la hora del cierre. Si frecuentas las instalaciones de la piscina, seguro que conoces a Pedro. Es el chavalín huesudo y fibroso de aspecto chato, pelo negro pajizo y edad indeterminada (¿18 años?) que pega la hebra a todo el mundo. Luce un aspecto moreno tanto al principio como al final del verano. Nadie sabe lo que hace en invierno; cuesta imaginarle en un aula o haciendo pellas en el césped del instituto. Lleva un rato hablando mientras yo pensaba en follar con Bea hasta sufrir un colapso; –… la fiesta. –¿Cómo? –Que si vas a ir a la fiesta, colega. Pedro habita todos los saraos desde los diez u once años. Primero era la mascota de las borracheras, ahora ya es un nuevo borracho. Es ese tipo de persona, más personaje que persona. Como si no tuviera padres (¿los tiene?), todo el mundo ha ido cuidando más o menos de él. Se mueve en Periferia como si fuera un pueblo de mil habitantes. Durante un tiempo corrió el bulo de que tenía un gemelo. Es lo más parecido que conozco a un ser mítico. Cultura popular local. Siempre más conocido que amigo, más envoltorio que fondo. Por aquí dicen que ya folla más que el socorrista. No me molestaría si no fuera porque seguramente es verdad. Se está formando al modo autodidacta como el toy boy de la zona. No me extrañaría que su polla estuviera ya en varios videos porno de mamada doble. El fulano al que no se le ve la cara, las amigas que se calientan porque es viernes, el móvil puesto a grabar. Esas cosas pasan. Le pregunto de qué fiesta me habla. –La fiesta en alto del Metas, colega. Sus padres tienen un ático con terraza o algo así, se largan a Sonora a chingar a un apartamento, ¿que no? –¿Quién es el Metas? –¿No sabes quién es el Metas? ¿No conoces a la Sandrita? –Eso sí. –Pues su hermano mayor, colega. El Metas. Casi nunca viene a la piscina, pero creo que le vi lanzarse en bomba más de una vez. Ahora tienes que dar el toque a la gente que hace eso. En la piscina tienes que moverte como si tuvieras ochenta años. Yo no hago las normas. –¿No es un poco gilipollas el Metas? –¿Y a mí qué que sea gilipollas? Es una fiesta abierta, tío, alcohol a granel, barras y toda la pesca. Contrata personal, camareros maricas y putillas con bandejas, tío. –Ya… –Le da igual todo, tiene pasta, ¿que no? Pedro habla como un yonqui de los 80. Es como si durmiera debajo de un puente. Pero siempre tiene información fiable. (Y no suelo contribuir a la leyenda urbana sobre su pene descomunal). –¿Entonces vas a ir o qué, tío? –Eres un poco cansino, Pedro. –Ya sabes dónde es, ¿no? ¿No te liaste con la Sandrita? De hecho, sí. Ella tenía dieciséis (o eso dijo) y yo veinte. Tenía tetas de dibujo animado; no existen los campos de fútbol de diez kilómetros, pero sí algunas chicas hentai. Me emparanoié bastante con el rollo de la edad y el neopuritanismo. Sinceramente, me pareció físicamente imposible apartarme de sus morreos furtivos. Estoy seguro de que ella ya había follado bastante más que yo. Tenía fama. Yo no juzgo. –Sé dónde es, sí, el edificio consolador. –Gente de pasta, ¿que no? –Vamos a chapar la piscina, Pedrito, recoge los bártulos.
Jota. Sudando. Pero ha sucedido. Ni un violador ni un asesino, pero, en honor a la verdad, he cambiado bastante en los últimos dos años. O digamos que he cambiado en teoría, o si el entorno es lo suficientemente civilizado. Soy de los que piensa que conoces de verdad a las personas en las situaciones límite. No con el protocolo y los eventos controlados, por embarazosos que sean, sino cuando de verdad arriesgas algo, mentalmente, pero sobre todo físicamente. Pero digamos que sí, he cambiado lo suficiente como para despabilar sustancialmente al crío llorón. No me estoy yendo al otro extremo ni nada parecido, sólo estoy intentando que me afecten sólo las cosas que lo merecen. Puede que disfrute en parte yendo a contracorriente. De hecho se ha puesto de moda llorar. He dejado de patalear justo cuando ha empezado a hacerlo la plana mayor. No el grueso de la sociedad (demasiado ocupados en sobrevivir), pero sí un buen puñado de políticos, periodistas, voceros e influencers. Hace unos años decidieron que lo más inteligente era vender la idea de que no debes hacerte cargo de ti mismo. O sí, pero sólo en un mundo ideal, sin problemas, sin violencia, sin necesidad de prudencia alguna. ¿Cómo diría esto? Al final no ha hecho falta un accidente aéreo ni un secuestro para sacudirme. En parte ha sido cierto espíritu del discurso de la derecha el que me ha sacado del atontamiento. Cuando en tu “casa” no encuentras reflexiones prácticas ni de lejos, buscas en otra parte. No te unes a un grupo terrorista de supremacistas blancos, pero al menos te abres a conversar con personas que a los dieciocho años hubieses odiado del modo más irracional. “Personas hechas a sí mismas”. Demoniacos neoliberales. Gente que lleva años riendose de la “izquierda unicornio”. Te sorprendes descubriendo que el “enemigo” tiene algunas cosas que decir sobre el crío llorón que eras a hasta hace poco. Dejas de ver al enemigo como tal. Creo que a alguna gente de derechas empieza a caerle bien una parte del electorado de izquierdas. Y quizá esté pasando a la inversa también. Los conservadores de toda la vida están desconcertados, y la élite moral de la izquierda (que está suplantando en gran medida a los conservadores) ha logrado su dosis de atención, pero parece perder fuelle como un zepelín ardiendo. No quiere decir que no dejen huella. O también yo podría estar completamente equivocado. Estoy sudando. En Periferia ya sólo hay invierno o verano. No hay etapas de transición. Quizá tenga que ver con las arengas de Greta y demás adolescentes burgueses no poco hostiables. Camino en horas terribles de calor con una gorra puesta. Vives en una ciudad enorme pero luego siempre vas a los mismos sitios. Yo paseo por las afueras, vagabundeo entre casas de zona residencial: ladridos de perro cada quince pasos. La gente con pasta tiende a vivir con más miedo que el obrero del 3º 2ª. Demasiado que perder a pie de calle en estos bonitos barrios. Pienso en mi curro de oficina y sacudo la cabeza. Tengo ese tic cada vez que quiero apartar algo de la mente. Hay temas que están completamente vacíos de estímulos, que me vampirizan el alma y secan el corazón. No quiero empezar a pensar que estoy al principio de mi larga muerte en vida.
Ada. Cafetería de la vía. Hace unos tres años que cuento el tiempo en semanas. Y también en lecturas. Hace que todo vaya a toda leche. Un mes son tres libros, o dos libros tochos, más o menos. Si esperas con ansia una fecha, cuenta las semanas que quedan. El tiempo se vuelve la hostia de relativo; puede que incluso comiences a sentir ansiedad: ¿te dará para hacer todo lo que tienes que hacer antes de tal o cual fecha? Cuenta en semanas. Calcula en libros. Soy uno de esos animales lectores; leo en las cafeterías y los parques, a veces incluso caminando por la calle. Doblo las puntas de las páginas sin avergonzarme lo más mínimo. Dentro de unos años no me imagino con un bebé, sino acunando ediciones caras y oliendo mis viejos libros de cuando era quinceañera. No me interesan los gatos, y no tengo ninguna intención de formar una familia. Sólo me pongo familiar si creo detectar a una de esas feministas pop; entonces comienzo a disertar sobre la vida plena en familia, la casa llena de críos y potadas por todas partes. Hablo de partos y cuidados, de volver a vivir los años de la infancia a través de mis futuros hijos. Me pongo seria y dudo en voz alta: ¿quiero un niño o una niña? Quizá una criatura de sexo fluido, que vaya cambiando como un camaleón sexual. Me pongo seria y digo: no quiero una niña, no sabré qué decirle cuando la violen en grupo en el lavabo de una discoteca; ¿eso nos llega a todas, no? O me río y digo: quiero un niño, el mundo está hecho para él. Que se la saque, haga el helicoptero con la polla y simplemente espere a que las cosas se solucionen. La plácida existencia el varón. Pero apenas doy con esas feministas. La mayoría de veces son tías que dicen que son feministas. Si les preguntan dicen que lo son, pero luego parecen fingir aún peor que yo. Una cosa es fingir para echarse unas risas y otra muy distinta fingir en serio. Yo quiero feministas reales a las que irritar, no cualquier niñata que va a la moda, sea esta unos pantalones concretos o una idea trendy. El feminismo se está convirtiendo en homeopatía. La izquierda pensaba que iba a ser un chute de renovación, pero parece más bien autosugestión elitista. Nunca la homeopatía ha sido tan eficaz para suicidarse.
Bea. Entereza con Pedro. Como Diablo femenino e ideológico, y (una vez) votante de derechas, debo decir que me chifla el verano. Me gusta estar al borde de la puta insolación. No estoy siendo irónica, de hecho me tocan las narices los graciosos, cada vez más (ojo: los graciosos, no los que tienen gracia. Hay una gran diferencia). Me gusta tostarme como un animal sexual, vuelta y vuelta, sonrisa y guiño, playa o piscina. El verano es la mejor estación en todo. Todo puede suceder en verano. Quizá un viaje emocionante con tus amigos, a pie, para poder echar un vistazo a un cadáver. O puede que vayas a visitar a tu madre enferma, y acabes flirteando con Totoro. Interracial, interespecie. O simplemente puedes follar en jakuzzis, o en lugares públicos, y que tu padre acepte por fin no solo que eres activa sexualmente, sino que además te conoces todos los trucos (y algunos más) para que los chiquitos de Periferia desde los quince hasta los sesenta se corran como el aspersor del jardín de la casa en que te criaste. ¿No es bonito? Pero es real. –¿Vas a ir a la fiesta, Beita? –Pedro. Me tapas el sol. –Perdona. –Ahora mejor. –¿Vas a ir? –¿A dónde? –A la fiesta del Metas. –¿Y a ti qué te importa? ¿Qué más te da si voy a ir? Creo que Pedrito ha empujado ya con todas las habituales de la piscina. Con todas las que le ponen a tono ese manubrio que dicen que tiene, al menos. Esto incluye todo tipo de hembras civilizadas: desde las menores con ganas, pasando por las chicas ennoviadas y hasta las casadas de toda la vida, las más cachonas y dispuestas. –Joder, Beita, tú conoces gente. Es una fiesta abierta, ¿que no? –Tú lo que quieres es mojar con mis amigas y mis primas, ¿no? –Joder, cómo eres, Bea, tía. Yo quiero que haya ambiente. –Y el Metas qué, ¿es que trabajas para él? Vale, no me digas nada. Nunca me he follado a Pedrito. Creo que se pasó el momento, yo no le di cancha y él ya pasa de insitir. –Venga, tía, el Esteban va a venir, y mucha peña de Sonora. Se va a liar, ¿que no? –Pedrito. Tienes que dejar ese rollo de suplicarle a todo el mundo, cariño. Ve a darte un vuelta y cómete un helado o algo así. Pedro baja los hombros y se va, patizambo, guiñando los ojos al sol. Creo que por eso no hemos follado nunca. Él es el chavalín de las ETS y yo soy su mamá pibón. Cada cual interpreta el papel que le toca. Casi nunca se puede elegir.
El Metas. Todo cubierto. Mis viejos nunca se cabrean de verdad. Creo que es bastante habitual entre la gente de pasta. ¿Para qué te vas a cabrear? O, ¿para qué vas a tener hijos? Yo existo de milagro. Tienes que abrazar las contradicciones y supurar hipocresía, pero con estilo. Te haces un zapping al día, te empollas las redes sociales y procuras subirte al caballo ganador. No siempre es fácil. La verdad la encontrarías en las conversaciones de alcoba de mis padres. Mis padres son ricos herederos de profesión (ambos), y también militantes de izquierdas. La política es su hobby principal, les chifla. A veces incluso parece que se lo toman en serio. Cuando les oigo hablar con otras personas brillante y artificialmente emocionales, se me despega la carne de los huesos. Hablan de igualadad y desigualdad como si ellos fueran de un planeta vecino más tolerante y avanzado. Una vez les oí decir que eran anticapitalistas, casi saco el vodka por la nariz. Mi hermana pasa de todo, es clavadita a ellos. Disfruta de la pasta y es toda una putilla influencer de la rama más “woke”, cursi, kawai, posmo y extremadamente boba, acientífica y desinformada que hay. Repite eslogans como la tarada pseudopoltizada que es. Si el pájaro de Twitter fuera un tirillas blancucho de quince años asiático, lo habría dejado seco a mamadas hace mucho. Si ves su instagram, observarás la materialización del MORRO más extremo. Discursos sobre sexualización femenina sacando pecho y culo en la piscina. Cada día. Se apunta a todas las fechas señaladas que tengan que ver con mujeres, racismo, discapacidades… o cualquier movida que ella crea la hará parecer virtuosa. Si le preguntas si es feminista, te soltará el rollo sobre que cualquier persona sensata lo es. O eres como ella cree que te has creído que es, o eres despreciable. Aunque por lo que sé, se ha tirado a no pocos tíos “despreciables”. Mis padres y mi hermana, pues. Les quiero, creo. Tampoco es que yo sea mejor. Como mínimo procuro no meterme en política. Yo llevo la parte lúdica, la tarea del patito feo. Soy el buenorro que sale de la ducha con la toalla mal liada cuando Sandrita ha traído a sus sentidas y concienciadas amigas. Me miran el torso y por un momento dejan de ser las pijas falsas y autofeladas que son. Una brecha en la impostura. En pocos días me quedaré solo. Bendito mes de julio. Todo está cubierto. Mis padres se van a su palacio playero de Sonora y mi hermana a follar por Estados Unidos con chicos la mar de feministas, anticapitalistas y forrados hasta los dientes. No es verdad que los “aliados” no follen, aunque diría que su campo de influencia se encuentra sobre todo entre las menores de veinte con hiperactividad del ego. Suena el teléfono y es Pedrito.
Pedro. Pedrito. –Eeeh, ¿quién es tu colega, Pedrito? –Eeeh, Metas, qué pasa. –Oye, cómo va eso. –Va puta madre, tío, ¿qué no? –No vayas por ahí metiendo la trompa por todas partes, coleguita, tienes una misión. –Sí, tío, reventar tu chabola, ya sé. –Ese día tiene que estar petada, ¿vale? Quiero quemar el puto rascacielos, Pedrito. Quiero salir en las putas noticias al día siguiente con una reportera maciza entrevistándome, ¿vale? –Puta madre colega, está todo controlado. –Pedro, Pedrito, Pedroooooo… No me jodas, Pedrito, que sabes que te doy quinientos pavos, y te vas con la chati esa del centro comercial a chingar, colega. La invitas al antro más caro y le das la chapa esa que tú das y… –Me parece que estás un poco borracho, Metas. –Qué va, colega, por teléfono se oye raro. Oye… ¿me oyes? –Sí, colega. –Si viene quien ya sabes, mejor, ¿vale?, pero si no no pasa nada, ¿vale? –Oye, y ¿por qué no la llamas tú, tío? A mí no me hace caso, Metas, yo soy como su puta mascota de la piscina, ¿que no? –Eso no me lo creo, tú no eres la mascota de nadie, colega, lo que pasa es que Beita no es como esas pibitas que tú vas rondando, ¿entiendes? No es una chiquilla dispuesta a usarte y tirarte y viceversa, ¿entiendes? –Sí, tío. Pero creo que tendrías que dejarte ver un poco, colega. Vente más a la piscina, date una vuelta, vacila un poco… –Yo soy un bicho de playa, ya lo sabes, Pedrito, yo nado en agua salvaje, en agua real, con los putos peces. Eso es lo que me va. No me va ese rollo del cloro y el césped recortadito, joder. Me gusta dar un poco de guerra, pelear un poco, que se me meta un poco de arena por el culo, ¿comprendes? –… –Oye. Tú piensa en los quinientos pavos, ¿vale? Va a venir gente igual, pero quiero que venga gente de todas partes, ¿vale? Los porteros están avisados y untados, y esta torre está casi vacía en estas fechas. Tú no pares de decir que es una fiesta abierta. No hay ningún límite, ¿vale? Quiero que la peli que hagan de esto se quede corta, ¿vale, colega?
Esteban. Un garbeo. Mi día libre. Tiro para el centro comercial. Voy de aquí para allá. A veces incluso como en uno de los bares. Siempre hay grupitos de chicas, desde los catorce hasta los veintitantos. Se producen dinámicas de la vida real. Dinámicas muy lejanas a las que se venden o pretenden vender en las redes sociales. Seguramente antes lo digital y lo real se parecían más. Tiempos de Messenger. Desde luego ahora no tienen nada que ver. Antes retocabas o trampeabas tu foto, y aún se hace, pero ahora vendes casi por defecto una imagen irreal de ti mismo, de tu mente y tu fondo. Unos niveles de sensibilidad, ética y moral absolutamente puros, donde la imperfección sólo suma; cualidades sólo reproducibles en términos teóricos. Tu mierda no olería, tu pis sería limonada natural, tu mente: una tierra fertil y preñada de futuro. Amarías como un buen libro y follarías como un juguete. Por eso creen que, desde esos avatares, pueden linchar a quien quieran, insultar a quien quieran, humillar a todo quisque. Cuando eres perfecto, es imposible que la profunda imperfección de tu entorno no te irrite, y tu generisodad te impide no ofrecer tus sabias lecciones, poner en su sitio a quien lo merece, o felicitar a quien es como tú. Todo eso se esfuma cuando vas con ropa de calle y tienes que hacer vida social. Tu avatar se queda en casa haciéndose pajas mirándose al espejo, mientras tú sales por ahí. Y la gente ve tu jeta mediocre, tu sudor, tu discutible gusto para vestir, tus gestos torpes, tu poca habilidad para tratar con taxistas o camareras, o incluso con amigos de toda la vida. Eres el fulano promedio. O sea, por estadística casi seguro lo eres. Bastante tienes con no manchar la ropa interior y saber buscarte mínimamente la vida. El virtuoso, “humilde” y sabio, muere en el umbral de tu piso cutre.
Bea. Ahí va ese fulano. A veces veo a mis amigas como si fueran sims. Me esfuerzo por que mi entorno parezca más una partida que una cafetería con el aire puesto para conservar yogures. Quiera o no, ahora habito la realidad. Hace mucho que procuramos no hablar de política, pero fracasamos muchas veces. Raquel y Begoña son ejemplos de lo cómodo al opinar y lo aburrido al vestir. Probablemente para ellas ya sólo soy una pequeña furcia perdida por culpa del “auge de la extrema derecha”. Ya no consumimos las mismas raciones informativas; o sí, pero yo he estado sumando demasiado picante a la mezcla. Las personas muy militantes suelen asentir desconfiadas cuando les dices que puedes estar de acuerdo sólo parcialmente con el discurso de alguien. Si pareces “equidistante”, eso te empuja automáticamente al otro extremo. Raquel lleva un pin de la bandera multicolor; le encanta hacer eso de criticar las banderas jugando a las banderas. En el cúmulo de eslogans que suelta Begoña hay una pizca de opinión propia. Nos vemos cada vez menos. Ciertos novios han tenido bastante que ver, pero creo que se trata sobre todo de la “batalla cultural”. Yo ya no utilizo las mismas armas dialécticas para combatir. Me ven ya como una cabrona que te podría envenenar poco a poco, del mismo modo que piensan que las fuerzas del Mal han hecho conmigo. Me sinceré más de la cuenta cuando les dije que había votado al partido más tibio de derechas (para ellas ultraderecha). Creen de verdad que me alineo con las sandeces que se dicen desde ahí. Luego no puedo ir más allá y declarar que sólo voté a esos cabrones para joder a la gente que tiene gran parte del bobo y escalofriante discurso que tienen ellas. Muchas veces no sé cuándo debo callar o hablar. Creo que callar suele ser lo acertado, pero también la he cagado por callar más de la cuenta. Mi primer novio creía que era virgen. Básicamente porque yo otorgué con “tímidos” silencios. Ambos teníamos dieciocho. Si hubiera sido menos virgen, podrían haber sumado mi vagina a una línea de metro. Luego le conté la verdad y hablar también fue un error. Callar, mal, hablar, también mal. La verdad es que no se lo tomó tan mal, pero era uno de esos buenos chicos que creen que la confianza consiste en la sinceridad total. Éramos aún la hostia de ingenuos. Lo cierto es que sólo habría una manera de volver a conectar al cien por cien con mis amigas. Un día podría ponerme seria con ellas y decirles que algún pobre desgraciado de Periferia se ha sobrepasado conmigo. Camino a comisaría volveriamos a tener trece años y ser como las versiones adolescentes de Demi Moore, Melanie Griffith y Rosie O’Donnell en Amigas para siempre. Nada les chiflaría más que desgraciarle la vida a algún salido inofensivo por haberme –quizá sí o quizá no – tocado el culo o manoseado las tetas. Las denuncias falsas no existen para ellas, y por descontado asumen que todo roce solo puede ser parte de una relación totalmente sana o una experiencia traumática de la que nunca te podrás reponer. La realidad y sus grises son para los boomers y los fachas. Si la cosa se calienta en exceso, nos ponemos a hablar de libros, ficción, o de gilipolleces de la tele. O miramos a nuestro alrededor y buscamos una cara conocida sobre la que chismorrear. No es que yo sea muy amiga de eso, pero extrañamente se ha puesto muy de moda también entre la militancia de izquierdas. La humillación del prójimo, ver programas de mierda y tuitear sobre ellos. Quizá sienten que eso les aleja o distingue de los varones intelectuales blancos de cierta edad que jamás consumirían ese contenido. Si ellos abominan de eso, deben pensar, nosotros lo amaremos; famosos en una isla, en una casa, en una cocina, en un concurso “musical”…, personajes de la farándula buscando dinero fácil porque ya no tienen tirón en su profesión (si la tienen). Mendicidad de lujo. Hablar mierda para no tener que hablar de verdad. No somos las únicas en practicarlo. Hay gente tan experta en eso que la última vez que dijeron algo relevante fue pidiendo teta. Begoña dice: –Mira. Ahí va ese fulano. Me vuelvo y veo a Esteban. Camina solo por la galería comercial. Y digo: –Pues a mí me cae muy bien. –¿Esteban te cae muy bien? –Pues sí. Va a lo suyo, no se mete con nadie y no está silbando siempre como una cafetera como nos pasa a la mayoría. Lo creo de verdad, Esteban finge mucho menos que la mayoría de gente. No digamos que las dos buenas chicas tímidas que tengo delante, reconvertidas en serpientes políticas; antes incluso pensaban antes de hablar, ahora hablan después de que haya pensado otro. A veces sí sé cuándo conviene guardar silencio.
Ada. Una nueva conquista. Podría escribir un libro sobre quedar con tíos, con pavos, con fulanos, y raramente con hombres de verdad. O mejor no. Debe ser por esa convicción artificial que tanta gente se convierte en una especie de Yoda sentimental en redes sociales. Acumulan seguidores a base de tetas y culo, o con una bonita cara, y de repente se ven con aptitudes para lanzar consejos a modo de squirting sabihondo. La mayoría de veces son tías. Los tíos que se ponen en ese plan se queman antes, difícilmente no dan un asco espectacular como gurús del ligoteo. Las tías suelen tener más margen. Cuando has acumulado una veintena de experiencias, ya piensas que podrías escribir ese libro, la guía sobre los penes y las vaginas y por qué no es buena idea ir la primera cita al cine. Ahora hay tíos que vienen con la lección aprendida. Creen que ahora para follar hay que estudiar antes. Creen que estudiar consiste en leer libros teóricamente feministas. A veces me gusta jugar con ellos. Siempre están más confundidos que informados. Pasa si te empapas de teoría y olvidas que la realidad es sobre todo un pescado que se te escurre entre los dedos. Pesca, cabrón, métete a lo hondo. Siempre es día de tormenta. Hay que ser mamón para entregar las llaves de tu cerebro a un -ismo. Ahora sin embargo los -ismos son las nuevas boy bands. La gente joven (y no tan joven) pierde el culo con el “neolenguaje” y los términos que suenan provocativos y desfiantes. Ideología y sectarismos. Han descubierto la rueda mientras papi les llevaba en coche a todas partes. Cutis y manos suaves como el culito de un bebé y hablan de los privilegios de los obreros. Mientras tanto, observando, un montón de tíos inquietos piensan que lo han hecho todo mal. Señores zurdos reflexionando sobre cómo darse cera, pulirse y abrillantarse. O chavales de veintitantos que empiezan a creer que ser extrovertidos podría estar a un par de peldaños de la violación. Imagínate a una tía que tiene ganas de pasárselo bien con un maromo. Y te encuentras enfrente de esto: –Ada, ¿no? ¿Entonces te llamo Ada? Tinder. –Porque si prefieres que te llame de otra forma, puedes decirlo. En mi descripción no hay etiquetas ni banderas multicolor. Ni siquiera de forma irónica. Lo prometo. –Te veo muy tenso, chico. –¿Tú crees? Antes me pisó sin querer entrando en la cafetería. Ahora su cabeza es una tienda de petardos en llamas. Y vale, puede que esté siendo mala, él sí tenía una bandera multicolor por ahí. Nunca sabes si te los quieres follar o los quieres marear. A veces es más divertida una partida de retórica que un polvo del montón. Piensa que en la mente de este teórico buen tío, es muy posible que haga ya años que no existen las mujeres retorcidas, malas, cabronas a todo lo que da. Imagínate si hay que tener atrofiada la imaginación. La ficción no está de moda; la pedagogía está de moda. Creo que me irrito yo sola sólo de mirarle esa puta cara de buenas intenciones. –¿Qué opinas del feminismo, Mateo? A pesar de ese nombre, Mateo no es un pijo con chaleco de punto y una casa con piscina regalo de los papis. Mateo da la turra moral posmo en Twitter cada día a todas horas. No le he sacado el tema en ningún momento, quizá piensa que no lo sé. –¿El feminismo? Bueno, soy feminista, ¿cómo no lo iba a ser? Mateo se sabe las preguntas fáciles. Me da algo de pena y no sé si decirle la verdad: que no soy ese tipo de chica, que soy más bien como el resto; no apolítica, pero ni mucho menos una militante o una fanática de nada o nadie relacionado con la política. No soy feminista porque no he sido nunca nada en particular, porque conozco las asociaciones que conlleva la palabra, y no quiero que se me relacione en modo alguno con según qué personajes, discursos o partidos políticos; igual que no quiero que se me asocie a logos de bancos o marcas de zapatillas, aunque sea consumidora y entienda cómo funcionan las cosas. ¿Capisci, aliado Mateo? Quizá debería decirle todo eso. Pero en lugar de eso me llevo la mano derecha al pie accidentalmente pisoteado, y hago un mohín quejicoso. –¿Aún te duele? No sabes cómo lo siento. –Ya. Más lo siento yo. No sonrío. –Bueno. Podemos ir a que te lo miren, si quieres. –No, tranquilo, estoy acostumbrada a los tíos como tú. O a los tíos, sin más. Nunca decido cuándo voy a ser cruel. Simplemente sucede. –¿Los tíos como yo? Otra cosa es saber parar. ¿Sabré parar? –Sí. Los tíos que vais con una mujer al lado como si fuese vuestra maleta vieja. –La verdad, no entiendo… –Claro que no entiendes. Qué vas a entender. –Sinceramente, creo que no he hecho nada malo. Siento haberte pisado, pero fue sin querer, lo sabes. –Ya. Todo es sin querer. ¿Así funciona, no? Biología. No lo podéis evitar. Pero tú eres especial, ¿verdad? Eres distinto. Te he pillado en un mal día, entonces. –Si supieras cómo pienso no dirías todo eso. No soy un biologicista. –Da igual cómo seas, eres un tío, puedes ser lo que quieras. –Estoy de acuerdo en que juego con ventaja por ser hombre, pero insisto, no entiendo por qué te has enfadado. –Eso es porque tú vas por ahí siempre con esos zapatos planos contando chistes verdes y pellizcando culos. Pero resulta que yo soy la humillada en esos chistes, y el culo era mío, señor feminista. –… –No deja de dolerme el puñetero pie. Joder. –Oye, vamos a que te lo miren… –No. Ahora mismo estoy decidiendo si ir a que me lo miren o ir directamente a comisaría, sinceramente. –¿C… cómo? Sé irracional, funciona, ahora te lo compran. –Estoy hasta los ovarios, sois todos intercambiables. Veo cómo hablas y cómo te mueves, cómo intentas engatusarme, seguro que normalmente te funciona. No quiero ni saber qué cosas habrás hecho, tú y tus putos amiguitos varones. ¿Qué tienes, treinta años? Se me pone la piel de gallina sólo de imaginarlo. –… –¿Sabes qué?, hasta aquí he llegado. Me voy a comisaria. Puedes acompañarme si quieres. –Disculpa, un momento, un momento. Esto es una broma, ¿no? –Te doy treinta segundos y me levanto. –Que es esto, ¿un rollo de Twitter? ¿Es por algo de Twitter? –Oh, pobrecito. No, no es por nada de Twitter, cariño, es porque ya me he hartado de tu peste a esmegma. Te ha tocado a ti, lo siento. –¿Que me ha tocado a mí? ¿Qué me ha tocado a mí? –Vas a pagar por todos los tíos que me han jodido. Mira, hasta lo he dicho en voz alta. Me levanto y pago la cuenta. Lo mío. Él pierde los papeles, mete prisa a la camarera para que le dé el cambio, sale a la calle, corre detrás de mí. Toda su vida pasándole por delante, y ni siquiera va a tener la suerte de morir. Aún no sé cuánto más aguantaré la farsa. Voy camino de la comisaria, está bien cerquita, mira qué casualidad. Quizá lo planeé desde el principio, desde que vi su foto en Tinder, desde que leí sus arengas posmo, todas esas ideas reduccionistas que se repiten más que el ajo. Gilipolleces a cambio de unos tres mil likes de media. Un ejemplo a seguir para los más virtuosos asociados al pajarito, incluso famosetes, políticos. Colaboraciones en revistas, secciones en numerosos podcast. Una cara visible del activismo más molón, aceptado y bien pagado. Una buena persona oficial. Y ahora cree que va a ser denunciado por maltrato. A una mujer. ¿Hay alguna forma humana de que yo no pueda disfrutar de este momento? Teóricamente yo no existo, él mismo lo ha dicho mil veces, y sin embargo aquí estoy. Maquinando; la chica que no folla, que sólo jode. Una mezcla de Marla Singer y Susan Atkins. En la puerta, cuando ya podemos ver polis a través del cristal, el tipo rompe a llorar y me detiene. –Por favor… por favor… –Te voy a empapelar, feminista. Y luego lo voy a publicar. A ver si así, poco a poco, se os va quitando la tontería. La cosa se pone mejor. Uno de los polis se acerca desde dentro y abre. Se dirige a mí: –¿Todo bien por aquí? Una voz firme, un timbre metálico. Aguanto unos segundos; miro al cielo, a mi maltratador patriarcal, al poli, otra vez al cielo y finalmente al poli. Resoplo; –Todo bien por aquí. Ha recibido una mala noticia. Mi conquista está de rodillas, tiembla. Sabe muy bien lo que se estaba jugando. Él ayudó a crear ese monstruo. Primero quiero meterle todo un discurso, pero al final, justo antes de irme, sólo le digo: –Estaré viendo tu twitter.
Jota. Cafetería de la vía. Ahí va Pedrito. El galán, el chavalín, el freak. Todos quieren a Pedrito, y nadie le quiere cerca mucho tiempo. –Eh, Jota. Debería decir que la cafetería de la vía no está precisamente en el centro de Periferia. Más bien unos centenares de metros fuera de ella. Es un centro neurálgico alegal. No lo es, pero como si lo fuera. Aquí vienes a beber café, fumar (lo que gustes), pensar o, si vas muy caliente y no tienes alternativa, follar con tu novia fuera en el campo. Nadie te va a llamar la atención. Es la “cafetería de la vía” porque se llama así, y porque además hay una parada de tren muy poco transitada. La chica sentada en la mesa de la esquina ante su portatil es Ada. Si Ada parece absorta, no es bueno interrumpirla. Un saludo, vale, pero nada más. Ella dará (o no) el siguiente paso. Sabía lo de la fiesta antes de que Pedrito se sentara a mi mesa y abriese la boca; –¿Vas a venir a la fiesta que va a montar el Metas, colega? –Parece que la montas tú más que el Metas, ¿no? –Yo sólo difundo la palabra, tío. –Ya. –Todo el mundo espera que vayas, colega. –«Todo el mundo» suena un poco exagerado. –Qué va, tío. Estás en la pomada, ¿que no? –En la pomada… ¿Hablas con gente de tu edad, Pedrito? –Descarao. –Más bien follas, ¿no? –Follo con pavas de todas las edades, tío. –Sonríe; no tiene una sonrisa agradable. –Vale. Pues sí, dile al Metas que iré. Soy un nuevo Jota, ahora hago cosas por ahí, salgo, hablo con la peña, me voy a dar un voltio de vez en cuando; tú me entiendes, ¿no? –Descarao, tío. Puta madre, se lo digo al Metas. Vas ser un VIP, colega, ya verás. –Sí. Wipp Express. Cuando nos queremos dar cuenta, tenemos a Ada de pie junto a nuestra mesa. Pedro da un brinco; –Eh, Adita, qué pasa. Ada y Pedro no han follado; creo que Pedro no se atrevería a hablar con ella de esa manera. Yo la conozco desde que nos hacíamos chichones con los picos de las mesas. Si intentara algo con ella, me miraría como una señora a su marido septuagenario. –¿Qué es esa fiesta de la que nadie me habla, Pedrito? –Oye, Adita, te juro que iba a decírtelo ahora, pero estabas ahí a tope con el cacharro, y… –Ya lo sé. Creo que no veo sonreír nunca tanto a Ada como cuando le toma el pelo a Pedro. Creo que se pondría como una furia si alguien insultara o humillara a Pedro delante de ella. Creo que él también lo sabe. Parece que las mujeres para Pedro se dividen entre madres y parejas sexuales. Ninguna sabe ser alguna otra cosa para él, o bien él no sabe verlas de ninguna otra manera. Ada se larga, sin dar explicaciones ni volver a mencionar la fiesta. Le pregunto a Pedro por el Metas. –¿Le ha dejado la novia o algo así? –Qué va, no tiene. Se queda solo, sus padres se largan de veraneo. –¿Y su hermana? –Se pira al extranjero, a hacer de lumi o lo que sea, ni idea, colega. Se me se enciende la bombilla; –Pedro, ¿te suena Gatsby? –¿Gasby?, no conozco a ese menda, no. –Gatsby es… Gatsby es un colega mío que montaba fiestas a lo grande. Pero no las montaba sólo para ponerse hasta el culo. Las montaba porque quería que una pava que le molaba fuese a las fiestas. Pedro me lanza una mirada vacuna. Más bien se le cae. –Pedro. ¿Sabes lo que es la pesca de arrastre?
Sandra. Santa Mónica. Miro el móvil a los dos minutos y ya tengo treinta y dos likes. Salgo horrorosa en la foto (obviamente compré el biquini equivocado), pero ya no quiero borrarla. Los Ángeles es caliente como el interior de un Subaro al sol en verano, y plana como una modelo de los noventa. Se suponía que no era tan calurosa. Todas las tías y los tíos parecen iguales, belleza canónica sin fondo. Cada gesto dice: fóllame y sal pitando. Y aquí no hay falsas promesas de ese tipo, al menos por lo que he visto. Vale, me digo, esto es sólo un paréntesis, una visita al primer mundo más zafio y capitalista. Últimamente controlo bastante bien mis demonios. Me piden a gritos que sea la persona que era antes. Pero no se trata de hacer lo que una quiere, se trata de hacer lo correcto. Para una y para los demás. Ahora lo suyo es hablar de salud mental. Intento leer sobre el tema, pero acabo masturbándome siempre pensando en violadores potenciales haciendo espeleología con mi culo. Mi mayor pesadilla es que la gente pueda saber lo que realmente pienso, ¿pero no es la mayor pesadilla de cualquiera? ¿Soy genuina y bienintencionada o sólo una fashion victim como dice mi madre? Mi madre habla como la boomer que es, mi padre sólo entiende el idioma de los locutores de fútbol. Ambos están tan prepocupados como yo por que se sepa cómo son realmente. Pero creo de verdad que soy distinta a ellos. Para empezar soy de otra generación, y soy bastante cabrona, pero nunca denunciaría retrospectivamente al chaval de veintitantos con el que follé tres veces cuando yo tenía quince, por ejemplo, casi dieciséis en realidad. Yo estaba aún explorando quién era, y él era… bueno, era un maromo salido, sin fuerza de voluntad para rechazarme. Tetas adolescentes, nuevas de trinca, grandes como una fantasía. Podría venderme como un cahorrito al que le metieron la polla sin saber lo que estaba pasando. Durante un tiempo lo sopesé; eso me podría haber dado la hostia de puntos en mi círculo. Aman las violaciones retrospectivas, los abusos a la niña inocente que no sabe hacer la “o” con un canuto. En resumen, podría hacerme la tonta, aunque en ese momento ya tenía un novio de dieciséis con el que abarcamos el 90% de lo que puedes ver en el porno. Nunca llegamos a la coprofagia, aunque una vez sí me mee sobre él. Tampoco nos iba el BDSM extremo, aunque sí los cachetes y las bofetadas, sobre todo a mí. Aún me va ese rollo, la verdad. Imagínate si pudiera entrar en mi mente ahora según quién. No puedo permitirlo; la imagen es lo más importante, la reputación. La verdad oficial. La verdad oficial es la única verdad posible. La real es complicada que te cagas, nadie sabe formularla casi nunca, requiere de explicaciones infinitas, aburridas, tediosas. La verdad verdadera siempre suena rara, inmoral, como si estuvieras justificando a los malos. Sencillamente no me la puedo permitir, aparte de que me da una pereza horrorosa buscarla cada vez. Imagina intentar profundizar de verdad en cada tema delicado. Es como lo contrario a la política. La política es divertida, fácil, y sobre todo está rabiosamente de moda. Mi madre mojaba las bragas con los New Kids on the Block, yo sin embargo cambio el mundo. O no, pero debes proyectar eso. Da igual lo ideológicamente profunda y seria que seas si no lo pareces; y da igual si no eres así, siempre que lo parezcas. Yo no he elegido ser una nativa digital. Estoy jugando con las cartas disponibles, y no se me da nada mal. Si tú quieres complicarte la vida, adelante. Yo sé cómo me siento y también cómo debo decir que me siento. Puedo presentarme siempre como mujer antes que como persona si eso me conviene. Apenas diez minutos más: trescientos dos likes y subiendo. Rabia, hermanito. ¿Qué creéis, es por la foto o por el profundo mensaje en torno a la gordofia de debajo? Martita llega corriendo desde el agua y me salpica adrede con el pelo. Bromea, pero deseo sinceramente destriparla con un cuchillo de carnicero.
Esteban. Bea. Heperdido la noción del tiempo hace días. La mirada perdida en la piscina. Ya os podéis ahogar todos. ¿Se ha celebrado ya la fiesta de Pedrito? Creo que no. Creo que el clima en verano me aturde, estoy más salido de lo normal y más predispuesto a hacer gilipolleces. Estoy convencido de que las altas temperaturas promueven todo tipo de irresponsabilidades, delitos y atrocidades. ¿No lo dicen incluso las feministas? Cuando era crío jugaba con un colega a las encuestas. Así lo llamábamos. Cogíamos un plátano o un pepino a modo de micrófono y abordábamos a la gente con preguntas. Ahora lo recuerdo casi como un experimento sociológico, algo de lo más inquietante. Podríamos haber llevado una grabadora en el bolsillo, por ejemplo. Mucha gente hablaba sin tapujos. Al fin y al cabo sólo éramos dos críos. La gente tiende a decir la verdad si el micro es de mentira. Lo hacíamos en verano, claro está. Un año nos pusimos a preguntar sobre sexo. El sexo suele ser la hostia de aburrido como tema de conversación, al menos a mí me lo parece. La gente se pone o muy seria o muy boba hablando de sexo, pero nosotros lo hicimos a nuestra falsa manera. Luego he sabido que si lo haces de verdad, con micros y cámaras, se corrompe absolutamente todo (se produce el síndrome “¿Puedo saludar a mi madre?”). La verdad surge cuando te sientes seguro, cuando no te sientes juzgado o te da igual que te juzguen los dos críos agilipollados que éramos nosotros. En las horas de más calor y a principios de agosto, la pregunta estrella fue: –Imagínate que estás MUY cachondo, y que te encuentras con una tía que te gusta. Y la tía quiere follar. Pero no tenéis condones. Pero a ella le da igual, y te dice que si no te la follas ahora ya no te la vas a follar. ¿Te la follarías? Sólo les preguntábamos a chavales. Nos parecía de lo más divertido. No grabábamos, pero sí teníamos un papel con dos columnas, rayitas para el Sí y para el No. Más de la mitad decían que sí. El entorno era vital. Si estábamos en la piscina o en la playa, rodeados de bañistas, no era tan fácil que te dijeran que no. La gente cree que va a ser fuerte siempre, que el contexto no les afecta, que son adultos, que se pueden controlar… creen un montón de cosas, como si fueran máquinas de creer y no pedazos de carne con necesidades constantes, tendencia a los impulsos y una capacidad demostradísima para mentir, engañar y humillar incluso a los seres más queridos. Da igual lo responsable que creas que es tu novia o tu novio, da igual los años que llevéis juntos, las confidencias que os hayáis hecho, las promesas, los pactos de sangre o las maratones de Netflix. Si tenéis eso que llaman vida social, por raquítica y puntual que sea, esa pareja fiel tuya puede ser débil un día y echar ese polvo en el lavabo con un extraño que todo su cuerpo lleva pidiéndole desde hace años. La infidelidad es como una orientación sexual más, y es transversal a todas las orientaciones sexuales. Tiene su propio carácter, infinidad de locales de ambiente para llevarse a cabo, y un huevo de gente siempre dispuesta a ponerle los cuernos al amor de su vida. Apostaría algo a que la mayoría de personas nunca se han corrido tan fuerte como cuando lo ocultaban. Es la desventaja del matrimonio: es todo tan oficial y teóricamente ideal que ni siquiera tu cuerpo se lo cree. ¿Crees que el Manuel de turno que tenga la oportunidad de ponerle los cuernos a la Encarna con una gogó universitaria, no la va a aprovechar? ¿O que la Estefanía que lleva quince años con su ya tedioso marido y conoce a un veinteañero dispuesto, no se lo va a tirar sobre la primera superficie dura o blanda? No es que no existan las parejas estables, razonablemente felices y duraderas, pero ¿cuál es la estadística? Y ¿es natural hacer eso, o simplemente es una mezcla de influencia ambiental y pereza? La monogamia es el detonante principal de infidelidad. ¿Es una perogrullada decirlo? Siempre me ha preocupado eso; si te lías en serio con alguien, eso incluye un instrumental con el que podrías torturar fácilmente a esa persona que te quiere o al menos confía en ti. A estas alturas ya no puedo negar que me gusta Bea. Bea me pone y me cae bien y quisiera comérmerla como un niño gordito se come un Big Mac. La cuestión es: ¿estoy dispuesto a hacerle daño? Porque eso es lo que implica el noviazgo: construyes algo que casi seguro se resquebrajará. Una fortificación de cartón piedra con el mar azotando sus cimientos. El faro que pronto no servirá para guiar a ningún puñetero barco, ni al marino más avispado y valiente. Sé que tener este tipo de miedo no es original ni aconsejable, pero os podéis meter vuestras miradas adultas y pacientes por vuestro teórico fiel culo moralmente aburguesado.
Bea. Esteban. Adoro (o adoraba) la rutina del atardecer en la piscina. Pero hoy he descubierto por qué. No es por la piscina en sí, ni porque ya no esté currando en la tienda. Es por mis flirteos correspondidos con Esteban. Y he descubierto esto tan evidente porque hoy evita conscientemente mirarme. Sólo un saludo escueto cuando llegué, sin sonrisa ni brillo en la mirada, sin el deseo guarro al fondo de sus ojos. Como si fuera el socorrista funcionario. De repente sólo soy una contribuyente más. Si me estuviese ahogando, supuestamente haría su veraniego trabajo salvándome la vida. Una bañista estúpida más que se ha mareado en el agua, que se ha golpeado con el bordillo o ha sufrido algún tipo de ictus. Quizá debería fingir, ponerme a flotar boca abajo en la zona profunda. La simpática chica de la tienda de golosinas, inmóvil, ¿qué le ha pasado? Dejaría que él me alzara con sus nuevos brazos con pretensiones; la gente nos rodearía en el césped y él me haría el boca a boca. ¿Sabría fingir todo eso? Y de no ser así, ¿él se enfadaría? Me cuesta horrores imaginarlo enfadado. Si saliéramos juntos, podría entender que me pusiera los cuernos (aunque no me agradara), o que se comportara a veces como un crío, pero no soy capaz de imaginarlo enfadado, mucho menos agresivo. Me pregunto si es legal hacer topless aquí. Creo que no. Miro al resto de gente, ninguna chica alegre muestra despreocupada su tren superior. Aun siendo ilegal, podría ser una buena forma de llamar la atención. –Señor socorrista, no sabía que era ilegal que se viera algo tan natural como unos pechos con los que podría estar amamantando a un precioso bebé. Pondría mi voz de Marilyn. Me da ternura la gente que intenta despojar de connotaciones sexuales el pecho femenino. Pero quizá no es buena idea hacer esa broma. Resoplo; sola como una estúpida, ahora yo también intento no mirarle. Es entonces cuando me vuelvo impulsiva. Siempre me pasa. Es como si me hartara de mí misma, de mi puto discurso interno. Sencillamente tengo que hacer algo al respecto. Me levanto y me dirijo a la silla alta del chico repentinamente serio. Primero quiero preguntarle qué le pasa, por qué ya no hacemos eso de hablarnos sin hablar, de follarnos sin follar. ¿He hecho algo malo? Pero cuando ya estoy justo ante él, más bien un poco por debajo de él, cambio repentinamente de táctica; –Oye. Hola. Quería saber una cosa. ¿Vas a ir a la fiesta del Metas? Es como si no fuese mi voz. Me mira, aún serio, me gustaría saber qué piensa, quizá nada. ¿Qué te pasa, Esteban? Reculo y pruebo con el plan A, una versión edulcorada. –Estás muy serio, ¿te ha pasado algo? Siempre es raro cuando se verbaliza lo que antes se limitaba siempre a gestos y señales ambigüas. Hablar a veces resulta obsceno, violento; es como si algo hermoso e intangible se convirtiera en materia, y por tanto comenzara a deteriorarse. –No, no me ha pasado nada. Observo cómo bajan sus defensas: ya no es el chico serio, ahora sólo es el chico tímido. Creo que puedo descartar una muerte en su familia o similares. –Vale… El caso es que estaba pensando si ir a la fiesta del Metas. Y creo que mis amigas no van a ir… Entre tú y yo, se están volviendo algo monjiles, pero eso es otro tema. –Ya. Las conozco. –Sí, ¿verdad? Un poco de vida por fin. –No mucho, pero sí. –Ya, bueno. Son amigas de la infancia. No se elige a los padres ni tampoco a las primeras amigas. –Hum… De repente parece recular. No puedo permitirlo. –Lo digo porque… si quieres ir a la fiesta del Metas, podemos ir juntos. Como si fuera el baile de fin de curso. O una moñada parecida… Trago saliva. Esteban sopesa mi invitación, y después baja de su silla. No puedo decir que no me ponga algo nerviosa. Yo también tengo a una buenca chica dentro, una que aún se ruboriza y podría ser (o no) inexperta. –Vale. Oye –dice–. Yo voy a la fiesta contigo si quieres, pero… –Pero qué. –… –¿Algo te preocupa? –No. O sí. Pero da igual. –Esteban. No te voy a poner una correa ni nada por el estilo; pero creo que podemos sacar esto nuestro fuera de la piscina, pasearlo un poco. ¿No? No puedo creer que haya dicho todo eso en voz alta. –Vale. Sí. Venga. –¿Sí?… No soy peligrosa, de verdad. Un poquito, quizá, pero nada preocupante. –No creo que seas peligrosa en absoluto. –¿Ah no? ¿Sabes a quién voté las pasadas elecciones?
El Metas. ¿Qué queda? Hará tres semanas que planeé esto. Y ahora ya casi lo tengo encima. El tiempo nunca juega a favor. Quería que llegara el día, y a la vez que algo sucediera, un imprevisto. No sé qué coño quiero hacer, esa es la verdad. Estuve a punto de hacer varias llamadas y decirle a Pedrito que hiciera una ronda de cancelación por motivos personales. Y motivos personales es justo por lo que lo planeé. El pipiolo conflictivo “de buena familia”, los papis fuera, la hermana neopija fuera también. Pedrito lleva dos días repartiendo octavillas. Una idea de última hora. El anuncio del fin del mundo. Literalmente. Prometo que el mundo se acabará el día de la fiesta. La planta en la que estoy ahora se convertirá en la boca vertical de un volcán. El ático eyaculará cascotes de fuego. Prometo libertad; nadie se comportará como el organizador miedoso de que se rompa la cristalería de su madre o se fumen los puros de su padre. Follad en la piscina en alto, también hay una, y una cúpula de cristal sobre ella; puedes ver las estrellas mientras la chica morena de la tienda Apple del centro te monta sin condón. La experiencia de follar en el prepucio de Periferia. No hay pasado ni futuro, sólo una hoguera y gente alrededor, no contando historias, sino siendo los protagonistas sociópatas de ellas. Un montón de bonitas promesas de destrucción. De placer. La mayoría de cosas que dan un placer intenso socaban o convierten el futuro en un infierno. Mi truco de marketing es prometer el Cielo en el Infierno. Bajas las escaleras hacia la condenación, y te topas con recodos azules y blancos y zonas mullidas por doquier. Una agradable brisa. Pronto llega la chaise longue celestial y las uvas. Te has estado portando mal, pero a nadie le ha importado. Nadie dice que cuando te mueres las cosas se vuelvan narrativamente coherentes. Reconozco que en algún momento de todo este planteamiento perdí un poco el norte del asunto. No me preocupa quemar el edificio polla: mi familia tiene dinero para lograr que Dios baje, lo arregle y después le haga una paja con una gran mano hábil y suave. Lo que me inquieta hasta cierto punto es mi reputación. Ya podéis reíros hasta que se os salgan las costillas. Pero no olvidéis que muy a menudo provocar un desastre puntual revivindica tu existencia. Te da visibilidad. Puede que al principio les parezcas a todos un capullo integral, pero a medio plazo eso podría cambiar. Te “reformas”, te das tono, te paseas por el centro comercial, puede que incluso te pidan una foto de vez en cuando. Ese tipo de celebridad no es nada nuevo; y puede que no sea la celebridad ideal, pero es mejor que no ser absolutamente nadie, o aún peor: el hijo varón blanco de una familia rica con ínfulas activistas. Tengo que desmarcarme de eso de alguna manera. Tengo que darme a conocer. Podría ser el Robert Downey Jr. de Periferia. Un par de fotos carcelarias suponen un riesgo, pero sin riesgo no hay gloria. Luego ese chico acabó con ese pibón que iba siempre a la piscina, dirán, vaya cabronazo.
Ada. Un día sin furia. Me han llegado varios avisos. Al parecer mañana ya es la famosa fiesta del Metas. He estado notando una gran tensión en la ciudad, algo al estilo de Cazafantasmas 2. La gente parece ir especialmente a su bola, más atomizada que nunca. Me he dado cuenta de que llevo demasiado tiempo cabreada. Es tan estúpido ser feminista como ser antifeminista. La noche del fulano virtuoso y la comisaría, me hizo pensar. No puedo negar que fue divertido, pero tengo que desmarcarme de una vez por todas de esa especie de guerra digital cultural. Es artificial en su mayor parte. Es como un hormiguero que cree que esa esquinita del jardín es el planeta al completo. Un hormiguero al que le vendría bien un pisotón. Quizá es eso lo que quiere hacer el Metas. Algo simbólico. Periferia es un centro neurálgico cultural, un gran hormiguero occidental ciego a otros modos de vida, pensamiento y costumbres. No iba a ir a la fiesta, pero creo que es justo lo que necesito. Iba a preguntarle a Jota si él va a ir, pero no quiero que piense que necesito que vaya, o… no quiero que nadie piense que estoy rara o me estoy ablandando. Puedo ir a la fiesta perfectamente sin necesidad de brindar con chupitos y “hacer piña”. Las dinámicas que tienen que ver con la amistad también parecen estar cambiando. Quizá las personas se estén volviendo más solitarias, menos dadas a reunirse constante y religiosamente. La teconología nos está cambiando (otra vez), marcando distancia con los que tenemos cerca y acercando virtualmente a los que están lejos. Pero no veo nada malo en ello. Algo puede cambiar sin volverse peor ni mejor. Probablemente la mayoría de cambios son así.
Jota. La mañana previa. Un nuevo Jota, le dije a Pedro.Como si ahora ahora fuese a ponerme una chupa de cuero y llegar fumando como Olivia Newton-John al final de Grease. O como si fuese a salir del armario o anunciar a todos mi fluidez sexual y nuevos pronombres. Dependiendo del día, me siento hombre, mujer, ambas cosas a la vez, ninguna, lámpara de Ikea o reloj Casio de los noventa resistente a cincuenta metros bajo el agua. Una broma burda, ¿no?, ¿o una sátira? Imagínate decir todo esto en voz alta. Sí, como algunos habréis pensado ya, el nuevo Jota es un facha de tomo y lomo. Tránsfobo y seguramente también homófobo y un misógino ejemplar. Todo sobre el papel, eso sí. Ahora la realidad es una bola 8 diseñada y agitada por un tuitero. Lo que salga es lo que eres. Todo lo que tocan algunas personas se vuelve auténtico y especial. Yo ya no formo parte de ese grupo selecto. Creo que llegaré solo a la fiesta. Cada vez estoy más solo en general. Las amistades a partir de cierta edad parecen ser o increíblemente estrechas o reducirse a encuentros puntuales más o menos forzados. No ayuda el que comience a haber críos y todo tipo de fuentes de estrés alrededor. Algunos de mis colegas han llegado a la paternidad antes que a la primera ITV. Cuando pienso en tener críos, no se me ocurre nada más torpe y estúpido que yo pudiera hacer. A duras penas logro entender un 20% de lo que pasa, y me refiero a las cosas más básicas para la supervivencia; como para ponerme a decirle chorradas a un mini-yo, o a una cría que a este paso recibirá tantos mensajes cruzados de miedo atroz y empoderamiento, que va a estar majareta antes de los quince años. Cuando le baje la regla, por muy avisada que esté, va a pensar que es culpa del capitalismo. No me siento preparado a ningún nivel para detener semejante tormenta de mierda cayendo sobre un crío o una cría. El nuevo Jota puede que no sea exactamente un llorica, pero desde luego no está preparado para reiniciar su vida con un churumbel. Su última novia seria fue en la universidad. Ahora ella lleva como cinco años con un pelirrojo. Se casaron hace poco. El día de la boda el padre de ella resbaló y cayó en una piscina. El pelirrojo cortó el pastel con una katana. Había también un bebé sospechoso y un montón de amigas de la novia de lo más follables y aparentemente dispuestas. Está todo en Instagram. Instagram te enseña cómo los demás prosperan mientras tú sigues con toda probabilidad paralizado y estancado. Por suerte casi todo lo que ves ahí es mentira. Es llamativo, es calendario, es celebración, es compungimiento fingido, meme y muchos memos, es un buen centro de diversión. Pero casi todo es mentira. Al nuevo Jota le gusta pensarse en tercera persona. No sabe decidir si está alerta o más bien perezoso. Le vendría bien un cambio. Convertir su cara en asiento para alguna buena chica de Periferia. Buena o no tan buena, o mejor lista, o simplemente dispuesta. Se pregunta si la fiesta del Metas será para tanto. Si será peligrosa, o al menos divertida. El nuevo chico facha está dispuesto, se despereza, se siente con ganas. Incluso voy a comprarme ropa nueva. Necesito pantalones, quizá una camisa, puede que una corbata; habría quien fliparía. Puedes vestirte como siempre o como para que piensen que te has dado un golpe en la cabeza. No suele haber término medio. La mayoría de gente no sabe pasar por alto o no dar importancia a estas cosas. Si nunca llevas corbata y un día llevas corbata, comenzarán a especular qué te ha pasado. Aunque sería original presentar un cambio sin que este tenga que ver con una novia nueva que ha decidido usarte como Ken. Llegar un poco disfrazado podría estar bien. No hasta el punto de maquillarse (tengo que recordar que ahora soy muy homófobo), pero sí ofreciendo un aspecto un poco de muñequito. A veces eso hace gracia a las chicas. Quizá algunas se rían de ti, pero otras más curiosas y amables podrían reírse contigo. Podrían ponerme al lado de Pedrito y comparar. Total, él se folla hasta al apuntador de todas maneras. Es increíble que ya sea la mañana previa. Ojalá esto fuera emocionante para mí. ¿No lo es?
Sandra. Mulholland Drive. Mientras veo a Martita conducir, me pregunto si los pederastas eligen serlo. Porque creo que no. Y un psicópata tampoco lo elige. No eliges, te dan un papel. Lo veo todo el tiempo, en cada persona que conozco, en cada lugar, viaje y evento social. Papeles y una obra. Tienes que ser muy buena actriz. El problema es cuando no te han dado un papel fácil. Yo no soy una pedófila ni una pederasta. Desde luego tampoco soy una activista, tengo que aceptarlo, eso es sólo mi máscara. Pero no quiero hablar más de máscaras; hablemos de lo que somos, de nuestros papeles, el sorteo biológico, psicológico, lo que sea que heredamos, las reacciones químicas que nos hacen ser como somos. Con alma o sin ella. Si la gente supiera cómo soy, te dirían que no tengo alma. O quizá aún la tenga, pero dudo en general que alguien la tenga. Durante años me había pasado esto con mi hermano, pero hace mucho que me está pasando con Martita. Mi compañera de playa, piscina y carretera. Se está alargando e intensificando la sensación, el sentimiento o deseo; me da miedo de lo que pueda pasar. No sé si miedo. Miro a Marta, mi amiga de la infancia, también “activista”, y no veo más que un pedazo de carne jugosa. Y no lo digo al modo sexista en que un tío hablaría de una modelo como si fuera una pata de pollo. Es como si imaginara su carne por dentro (y lo hago), y que no tiene sentido que sólo pueda verla por fuera. Martita es como yo. Un perfil que gusta a algunos tíos; cara redonda y bonita, corta estatura, neumática, tetas estilo dirigible. Los tíos cogen estas tetas como si fueran pelotas antiestrés. Se las meten en la boca y eso les compensa días o hasta semanas de puteo laboral o personal. Este tipo de cosas evitan suicidios. Me pregunto si un suicida también interpreta un papel inevitable, o si en cambio logra huir de su cometido actoral matándose. Me fijo mucho en los hombros desnudos de Marta, en sus mejillas, la curva del interior de sus pechos. Nos pasamos los días en biquini. Carne todo el tiempo. Su piernas gordezuelas pero bien torneadas, su culo… Podría descubrir que soy lesbiana o bisexual, y eso sería una ventaja enorme, un añadido ideal para mi máscara activista. O podría sentirme atraída simplemente por beberme la sangre de Martita. Si los vampiros existieran, obviamente yo sería uno de ellos. Pero tampoco soy un vampiro. Creo que el sudor es lo que más me enciende, las gotitas de sudor que veo en su piel, calientes y recien salidas de los poros. No creo tampoco que un violador pudiera entenderme. No tengo interés por una situación forzada en pos de un magreo o mis dedos colándose en orificios. He tenido serias dudas de si se trata de una cuestión de poder. ¿Mi papel va de sentirse poderosa? Creo que no. Creo que tengo que comenzar a asumir que no soy complicada, interesante o fascinante: sólo soy diferente. Hay gente que se conforma con sacar brillo a su coche deportivo. Otros ponen la tele. Otros pescan, juegan al póquer o les gusta dormir. Cada cual tiene su cosa, su red de salvación para (teóricamente) mantener la cordura. Pienso a menudo en el cristal antisuicidios que hay en la terraza del ático de mis padres. Mi hermano me llama al móvil a mediodía. Una llamada aviva voz. No tengo ni idea de lo que quiere (tampoco he sabido nunca qué puñetero papel interpreta, la verdad). Intenta sonar conciliador y sólo logra resultar increíblemente irritante. Me cuenta que “esta noche ya es la fiesta”. –¿Y a mí qué coño me importa? Marta sigue disfrutando de las curvas de Mulholland. Su cosa es conducir; y si me presionaran para ser clara, creo que fantasea con morir conduciendo. Cuelgo el teléfono a medio soliloquio. Habráse visto. Tener que hablar por teléfono con tu hermano. Hablar. Se me ocurren sólo dos o tres cosas más incómodas y absurdas. Marta me dice que quiere parar en algún lado. Pero sin gente. ¿Un paseíto por el desierto? Si Marta conociera el 10% de lo que me ronda, no estaríamos aquí. No estaría conmigo. No me trataría desde hace años. Los Ángeles encaja de algún modo con mi forma de ser, con mi papel asignado. No la verdad oficial, sino la verdadera. Para cuando Marta detiene el coche en medio de la nada, ya no sé cómo apaciguarme y sonreír. No se me ocurre cómo detenerlo. Años de contención. Aquí es donde acaba esto. La máscara va a salir disparada. Un saludo y, como diría mi padre: “Adiós muy buenas”.
Esteban. La tarde previa. Voy antes de tiempo a la Golosinería. He pedido la tarde libre. Más bien me he escaqueado. Oficialmente estoy en casa con una absurda y febril gripe veraniega. Son las peores. Paseo un rato por la amplia tienda de Bea. No es que ella sea la dueña, pero como si lo fuera. Hay tiendas que son la chica tras el mostrador. La chica es la imagen, la marca, el carisma, el sabor y el olor de la tienda. Las chicas guapas y simpáticas gustan a niños y mayores. Por poco que una chica guapa te haga un poquito de caso, vuelves a sus faldas como el perrito que lleva toda la jornada sin verte. No hay poder que se intente ocultar más en la actualidad. Choca de frente con todo el discurso hegemónico. La chica de la tienda de golosinas. Me extraña que no sea una categoría más en el porno. Una vez más la sexualización, ¿verdad? Me pregunto qué tiene en la cabeza la gente que dice ahora no pensar nunca en sexo, al menos no hasta cinco segundos antes de ejecutar o recibir la penetración (entiendo). Ahora hay personas que te quieren convencer de cosas de lo más extrañas. Yo sin embargo he pasado media hora para elegir camiseta y pantalones para la fiesta. Ya no voy a pasar por casa. Es importante elegir la prenda adecuada, aquella que no te haga parecer exactamente lo que eres y a la vez no remarque la presencia de tu sudor o necesidad. Aquella prenda que no será difícil de quitar y lanzar al otro extremo de la habitación. Este tipo de cosas te pueden joder una erección más que desenvolver el condón. Pareciera que sé que voy a follar, pero no sé qué coño va a pasar. Sólo me preparo. ¿Qué pensarán los mojigatos posmodernos cuando ven un plátano más grande de lo normal? “Oh, parece una quilla de barco, fíjate qué curioso”. Cuando Bea cierra la tienda, estoy fuera, de pie, intentando no sudar y parecer paciente y natural. Sé de sobras que he llegado antes de tiempo, pero aun así se disculpa por hacerme esperar. Bea sabe que estoy nervioso e intenta que todo parezca un inocente rollo de amigos. –Tengo que pasar por casa a ducharme. Vas a tener que esperar otra vez… –Ya. Da igual, soy un chico paciente. Me paso los días sentado en una silla viendo cómo cambia la forma de las nubes. –Mientras la gente se ahoga. –Sí. Es un servicio contra la superpoblación. –El ser humano es un cáncer. –Excepto si es vegano. –Por supuesto. Ella se ríe y parece que todo va bien. Pero tengo que relajarme. Las bromas no siempre son buena idea. A veces sólo actúan como barrera infranqueable. Hay una diferencia entre tener sentido del humor y convertirlo todo en una broma. La mayoría de los cómicos te mandarán al carajo si bromeas mucho con ellos. Conocen muy bien esos mecanismos, los han exprimido a conciencia. Si todo fuera tan fácil como darle la vuelta y echarte unas risas, este mundo no sería este mundo. Piensa siempre en algo que decir que no sea un chiste. Cuando espero en el piso de Bea mientras ella se ducha (ha elegido antes la ropa) y puedo oír de fondo cómo salpica el agua, pienso en una quilla de barco. Podríamos zarpar ahora mismo. Para cuando ella vuelve ya está seca (su pelo no), vestida y calzada. Lo cierto es que ha tardado muy poco. –Ya casi estoy. –No hace falta que corras, Bea. –¡No corro! Ay… Se va corriendo a su habitación (supongo), pasan un par de minutos y vuelve cepillándose el pelo. –Bueno, chico de la piscina, ¿qué crees que nos va a ofrecer el Metas? Ojalá lo supiera. Técnicamente, supongo que alcohol y todo tipo de picoteo. Seguro que ha contratado gente. Pedro tiene razón, el Metas no hace cálculos, sólo hace cosas. Llama a quien haga falta y procede a base de pasta y decisión. Si se frena, no es por prudencia a un nivel material. Si duda es porque algo le importa y no quiere joderlo. Por otro lado, es un alivio que su hermana esté fuera. No podría ir a la fiesta si estuviera su hermana. Ada es lo menos fiable que puede haber ahora, sobre todo para mí. –No tengo ni idea –digo–, supongo que barriles de cerveza y enanos llevando bandejas con cocaína. –La típica fiesta con ganchitos y Fanta. –La verdad es que lo conozco muy poco, o sea que ni idea. –Pero conoces a su hermana. –Sonrisa pícara. –Mmm… la verdad es que no, hace años que no cruzo una palabra con ella. –Pero follásteis, ¿no?; no pasa nada: ella se lo follaba todo, al menos antes. –Eso es verdad. Cuando acaba de cepillarse se sienta a mi lado en el sillón. –Vale. Sólo necesito un respiro. –… –¿Que pasa, por qué te veo tan… tenso? –¿Estoy tenso? Huele a polvo descomunal. Y me refiero literalmente al olor. –¿Quieres que comience a verbalizar cosas que nos incomodarían a los dos? No serían desgradables, pero sí incómodas. –No. No hace falta. –Vale. –… –Tú cuando pienses en esta noche, piensa en la agenda clásica de la pareja bien avenida. Cambia el cine por el asunto del Metas, y ya lo tienes. ¿Me acaba de decir que esta noche follaremos? –Sí. ¿Me acaba de leer el pensamiento?
El Metas. Trouble on my mind. Al llegar el momento por fin, el miedo ha desaparecido. Demasiado que hacer o calcular. Intento dar algunas indicaciones. Llevo una diadema con cuernos rojos luminosos, más de bebé diablilo que de Demonio propiamente dicho. Ni siquiera sé cuánto personal hay entre camareros y camareras. Son del tipo deambulante. Pronto comenzarán a dar vueltas con sus bandejas llenas de cócteles de todas las clases. Dosis dulzonas para una borrachera gradual pero implacable. Por lo demás, hay cuatro barras instaladas con dos barman cada una. Una en la planta principal (más “modesta” en tamaño) y tres arriba: una en la zona del ático, otra en el interior con piscina (el glande de cristal del edificio) y la mayor en la espaciosa terraza. Y luego está el tema de los djs, claro. Hay sólo tres, aunque el plan principal era tener al menos cuatro. Al final la zona de la piscina quedará desatendida en ese aspecto. Habrá ruido de fondo de sobras para el picadero más grande y cerdo que Periferia haya conocido. Para hacerse una idea de este palacio de hielo, basta con imaginar demasiado espacio para ninguna familia por numerosa y rica que sea. El fin del mundo, sin embargo, necesita espacio, un pozo nunca seco de alcohol, y un surtido musical que invite a hacer cosas de las que ya se arrepentirán quienes sobrevivan. Cuando llegan los primeros asistentes, el servicio los recibe justo al abrirse el ascensor. Un coctel con un liquido rojo de bienvenida: “menstruación de Greta”. No recuerdo exactamente qué lleva, pero todos los nombres los he puesto yo. Cada invitado entra a mi espaciosa vivienda del primer mundo del primer mundo con su primera e irónica bebida. Si quieres divertirte de verdad, ve a un lugar en el que nadie quiera salvar a nadie. En cualquier pantalla a la vista –incluido un proyector en la terraza–, se ve la peli Proyecto X en bucle. No discutas sobre tus referencias, sólo difunde la palabra. Bebo un “padre ausente” (casi todo vodka) mientras saludo a los recien llegados, dos besos, apretones de manos, a veces simplemente un cabeceo, un guiño. No conozco a casi nadie. Amigos de amigos, primos de desconocidos, novias y novios. Una pareja me dice que se ha casado hace poco. Enhorabuena, les digo, sois bienvenidos, y ordeno que les sirvan dos “madres protectoras” bien cargadas. Brindo con cada grupo que llega. Pongo el modo Tom Cruise y sonrío a diestro y siniestro. Suena Trouble On My Mind, de Pusha T. He condicionado y puntualizado todo el repertorio de los djs. Pueden poner lo que quieran mientras no dejen de poner todo lo que les he dicho. La gente se concentra en el ático. Les invito a salir a la terraza. Suenan a todo trapo los Shiny Toy Guns. Mi intención es lograr un equilibrio entre lo electrónico, lo hip-hopero, lo indie y lo clásico. Algunas chicas comienzan a bailar con Le Disko. Ahora la gente llega tan de seguido que ya no puedo personalizar la bienvenida. Sorben sus menstruaciones de Greta y parecen bebés probando el limón por primera vez.
Ada. Qué remedio. No puedo engañarme a mí misma, de todas formas. Cuando se abre el ascensor, una chica alta, delgada y disfrazada de chica alta y delgada dispuesta a servirte, me ofrece un coctel de bienvenida. –Bienvenida. ¿Menstruación de Greta? Me detengo, leo un instante el entorno y la escena. –Muy original. –Cojo y me bebo el líquido rojo. En la barra del ático veo varias cartas plastificadas. No muy elegante para el Metas. Son una lista de todos los cócteles y bebidas. Es como si te contara el siglo XXI, y que al final lo importante es lograr que todo el mundo muera al mismo tiempo que tú. Pido un “chupito interseccional” y noto cómo alguien se me acerca por detrás. Voy a tener que darme a la reunión y el intercambio, no puedo engañarme a mí misma.
Jota. Reencuentro. Hace siglos que no me meto en un sarao de este tipo. Pero también es cierto que ninguno te prometía el fin del mundo. El Metas debería plantearse un futuro en el mundo de la publicidad. Es tosco, poco ingenioso y efectivo: lo máximo que puedes pedirle a un publicista. Veo la espalda y el trasero de Ada. ¿Ada? Mi cuerpo se va en esa dirección, mi corazón bombea curiosidad. Se da la vuelta antes de que yo diga o haga nada para que lo haga. –Ada. La chica de la cafetería de la vía. ¿Cómo tú por aquí? –Eso mismo podría preguntarte yo, ¿no? –Ciertamente. –¿Cómo tú por aquí, entonces? –Tenía que estrenar la corbata, ¿te gusta? –¿Es tu primera corbata? –Es mi primera pirueta adulta. Juego a crecer. –Eres como un crío con pistolas de juguete. –Exacto; encantador e inofensivo. –Hoy era el día perfecto para hacer algo así. Casi nadie se fijará. –Gracias, creo. Miro la lista y pido un “micromachismo coercitivo”. –Buena elección, caballero –dice el barman. Es algo inquietante. –Creo que el Metas quiere que te sirvan como si fueran el tío de El resplandor –murmura Ada. –¿El barman? –No, el crío en triciclo. Ruidos, un grito, cristal roto. Dos tíos comienzan a pelearse a puñetazos en medio del ático. O eso parece. No hay mucha visibilidad. –¿Eso va a ser el fin del mundo, dos tíos dándose? –dice Ada. –Pues no creo… Aunque quizá sí han pensando que aquí tendrían cierta libertad para hacerlo. –Ya… ¿El Metas ha contratado seguratas? –Yo no he visto ninguno. –Tal y como es, probablemente ni siquiera ha pensado en ello. –¿Crees que puede ser una cuestión de principios? –Creo que podría fingirlo. Entre cuatro o cinco tíos logran separar a los alborotadores. Uno de ellos sale pitando hacia los ascensores. –¿Qué me dices –se atreve Jota–, vamos a ver qué se cuece en la terraza? –No porque tenga muchas ganas, pero adelante. Empieza a haber tanta gente que cuesta avanzar cinco pasos cada vez. Seguramente el Metas no ha tenido en cuenta tampoco las leyes de la física. Debe pensar que una fiesta abierta se tiene que autorregular. Ada –en un gesto poco propio de ella– me coge de la mano, ambos embutidos entre dos grupos, y me guía hasta la barra. El hecho de que nadie tenga que pagar y haya bandejas con cóceteles por todas partes, parece agilizar el servicio. Pedimos dos “papeles inclusivos”. Una mezcla que acaba resultando en un líquido negro azulado y dulzón cargado hasta los topes. Ada lo ataca sin contemplaciones. –De repente me siento posmoderna y liviana como una nube. Me dan ganas de besar alguna bandera con muchos colores. –¿Ya estás borracha? –Así no ayudas nada a terminar con el mundo. Recuerda que no tenemos un planeta B. –Estás mezclando cosas. –Es lo que te decía, Patrick Bateman.
Bea. La idea de la alegría. Llegamos a la choza de ricos del Metas, subimos unas escaleras y salimos directamente a la terraza. Era mi imagen mental de la fiesta. La amplia terraza, bebida, pibonismo y conflicto. No sé qué tipo de conflicto, pero algo que justifique lo del “fin del mundo”. Quería tener el cielo mucho más cerca de lo habitual; no es que se vea muy distinto, pero ¿a qué altura estamos? Es como un piso treinta o algo así. Puedes señalar la casa de quien quieras a través del cristal antisuicidios. Apuramos los cócteles de bienvenida, nos acercamos a la barra y estudiamos la carta de bebidas; una idea brillante del Metas para complicarle la vida al personal contratado. Me decido por un “mansplaining laboral”; Esteban da sorbos no muy convencido a su “romance heteronormativo” (creo que sólo es Martini con Coca-Cola). –¿Está bueno? –pregunto. –Tendría que haber pedido el “licor 343”. –¿Licor 343? –El tío me ha dicho que es el número de bomberos muertos en el 11-S. –¿Y qué llevaba? –Era un trago con fuego, ron con algo. –Por supuesto, sutil y la vez de mal gusto. ¿Dónde coño estará el Metas? –¿Donde coño está todo el mundo? Están todos aquí y no puedes encontrar a nadie. ¿Qué nos ha pasado? Llevo todo el día pensando en ello. Recuerdo un tiempo en que éramos un grupo relativamente unido. Incluso el Metas se animaba. Antes queríamos construir algo; ahora estamos en una complicada fase de desencanto. ¿Qué vendrá después? ¿Qué piensa una persona de sesenta años que no esté alienada ni tenga el cerebro políticamente sorbido? ¿Cómo ve el mundo una persona mayor cuya capacidad crítica y de razonamiento ha logrado salir razonablemente indemne? ¿Cómo ve a las personas de su entorno (si es que las ve)? ¿Qué siente cuando su generación se está muriendo? ¿Y cuándo comenzaron a morir realmente? Es evidente que necesito más alcohol. Tengo que ser la chica pibón de la piscina, la chica de la tienda de golosinas. Aún soy esa chica, aún me quedan unos años de ser esa chica. La chica que Esteban espera de mí. Somos jóvenes, aún, jóvenes de verdad. Me gustaría poder ver a los demás. Verles charlar o hacer las paces, si es que lo necesitan. Verles ponerse al día o evitando hacerlo, contando chistes, pidiendo más cócteles, diciendo chorradas, quizá incluso brindando con chupitos. La idea de la alegría parece algo anacrónico. Antes se materializaba siempre en las edades tempranas, los críos, los adolescentes. Aunque tuvieran sus crisis e histerias, también tenían la habilidad de la alegría, de la felicidad genuina. Ahora ni siquiera ellos saben muy bien cómo se hace eso. Parecen mirar a su alrededor más perdidos aún que las generaciones anteriores; politizados de la peor manera, su ignorancia natural les hace cabrearse o sacar pecho con un bobo orgullo, cuando antes esa ignorancia te ayudaba precisamente a desconectar del mundo, echarte unas risas e intentar no pensar en las cosas que aún no dependían de ti, y que en muchos casos nunca lo harían. Estoy abrazando a Esteban y él me pasa el brazo por los hombros. La excusa parcial es que hay mucha gente, pero él sospecha que mi cabeza barrunta algo, recuerda cosas, mastica el pasado y traga con el presente.
El Metas. Pijolandia. Los hilos que nos unían se han roto. También los hipotéticos hilos que unían mis conexiones cerebrales. Lo que yo quería hacer era, como mínimo, tirar el piano de cola de mi padre terraza abajo. Eso podría haber matado a alguien, la diversión reside en el riesgo. La cárcel está llena de héroes fracasados de la diversión. Se la jugaron y perdieron, a lo bestia. Se podrían contar incluso asesinos y violadores entre esos insensatos. Personas más o menos jóvenes que decidieron que había llegado el día. Que había que apostarse la ropa, quitar la red de salvación, añadir el picante fuerte que aporta la gracia o acaba matando todo el sabor. El Todo o Nada. Desde mi posición algo elevada junto al dj de la terraza, puedo ver viejos y no tan viejos conocidos. Algunos buenos recuerdos y alguna que otra rencilla. El tiempo pasa muy lento de los quince a los veinte años, y ahora todos estamos dando bandazos entre los veinte y los treinta. Acabo de recibir una llamada telefónica y estoy pensando qué voy a hacer. No quiero hacer nada, sólo convertirme en humo. Recuerdo cómo hace poco hablé con un amigo de mi padre. Un conocido poco recomendable. Me hablaba en un aparte durante una cena aburrida de pijos. Papá, mamá, Adita la modosita, los tíos, las tías, primos, mis deliciosas primas… Una buena panda de familiares pijos, y también algunos amigos de la misma cuerda. En Pijolandia casi siempre estamos cenando o dando instrucciones al servicio para que preparen la cena. Invitados, conexiones, tratos, encajadas de mano, incluso alguna firma. Negocios y placer todo junto y revuelto. Lo difícil es ganar el primer millón. Después es probable que te aficiones a las putas de lujo. Este tío era piloto. Lo es. Va de un lado a otro, más bien desequilibrado, a punto de romperse, diría, divorciado, con una hija adolescente y preciosa que le odia. Se enfrenta a una acusación de maltrato y acoso (una azafata), un proceso legal en marcha. Ni la ex ni la hija estaban en la cena, ni que decir tiene. Pero el tipo es amigo de mi padre, y los lazos de la amistad son más fuertes según vas generacionalmente hacia atrás. Antes había un cierto sentido de la lealtad. Se podrá pensar lo que se quiera, pero ahora hay hasta críos que se pelean manipulados por políticos cutres. Estaba bastante ebrio, pero no se reía ni me daba palmaditas en la espalda mientras hablaba. Me decía que estaba pensando en hacer algo, que a ver qué me parecía a mí. Yo escuchaba atentamente y a la vez le hacía el menor caso posible. Decía que quería estrellar alguno de sus próximos vuelos. Que estaba cada vez más convencido de que iba a hacerlo. Un avión comercial cayendo en picado sobre la casa familiar. Su hija estaba casi siempre fuera, me decía, en casa de un novio sobón, un auténtico cerdo. Pero su mujer estaba siempre en casa. Siempre tocándose el papo. –La muy pija. Siempre con los pobres en la boca, con los necesitados, con la desigualdad y el malvado capitalismo. Si le cogieras el móvil y se lo pisaras, te sacaría los ojos con sus uñas de manicura. Es una de esas personas que lo quiere todo todo el tiempo y cree que eso no dejará huella. ¿Me sigues? Le seguía. Era de lo más divertido e inquietante oírle. También creo que se guardaba algo. Incluso en su situación, me extrañaba que estuviera pensando en quitarse la vida y además morir matando. Imaginaba una cuestión sexual entre él y su hija, quizá llevado por la belleza casi insultante de la muchacha, pero nunca he podido confirmarlo. Si yo acabara violando a una hija mía, incapaz de contener mi yo más enfermizo y repugnante, quizá sí pensaría en suicidarme montando un show en la ciudad. –La mayoría de gente por lo menos se calla. No pretenden que no forman parte del problema; aunque haya sido por cojones, porque han crecido donde han crecido y ahora ya no quieren renunciar a ninguna comodidad, ¿entiendes? Pero te callas. No le das la turra a nadie pretendiendo que eres más virtuoso y que si las cosas son así o asá, no es por tu culpa. Claaaro, por supuesto que no, tarada hipócrita de los cojones, tú eres una santa, tu existencia no cuenta, tu existencia no consume, tu coche funciona con la fuerza del amor y tu móvil con cariño y compañerismo. Menuda gilipollas del siglo XXI. Ahora me pregunto qué hará y cómo estará el piloto. No consigo recordar su nombre. Hará un mes de aquella cena. Todo podría seguir igual, el desequilibrio gradual, la obsesión con el suicidio-asesinato masivo, y quizá otras cosas que no sé y prefiero no saber. Su discurso estaba diseñado para que te congraciaras. Es fácil empatizar y brindar con una persona que se siente harta. Ahora sólo quisiera que ese avión viniera hoy y en esta dirección, y que por un pequeño error de cálculo cayera justo encima de esta enorme erección de acero y cristal. Me vuelven a llamar y descuelgo con ganas de gritar que se vayan a tomar por culo. Yo no tengo nada que ver. Si quieren hablar con alguien, mis padres están ahora en Sonora, probablemente en una fiesta de swingers multimillonarios. ¿Quiere usted que le dé el teléfono? La vocecita de acento latino, como de mosquita muerta pero muy profesional, me dice que el cuerpo de Marta Garza estaba desollado, y también amplia y visiblemente mordisqueado. Concretamente le faltaba gran parte de la cadera derecha y ambos pechos. Me dicen que si sé algo del paradero de mi hermana, que por favor colabore. Me amenazan velada y oficialmente. Cuelgo sin decir nada.
Ada. Pop. Nos adentramosen la zona de la piscina. Varias parejas copulan en el agua. No parece cómodo, pero sí excitante. Parece haber zonas de “botellón” aquí y allá. Algo en el ambiente, no tan evidente, te hace oler el descontrol en ascenso. Vemos cómo una chica le quita el condón a un fulano y lo sigue montando en una de las escaleras de la piscina. La idea del fin del mundo era una apología de la irresponsabilidad más tradicional, libertinaje patrocinado por la pasta del abuelo del Metas, imagino. No conozco el árbol genealógico ni de quién procede la riqueza, pero no me cabe duda de que estas fortunas acaban muy a menudo en estas lides. Sexo a pelo y cero limitaciones. Una se pregunta en qué momento llegará la violencia, si es que antropológicamente se diferencia en algo del sexo. Un lugar sin normas es lo más parecido al fin del mundo, pero el Metas obvia parte de la información, porque el fin del mundo en realidad es aburrido de narices. Es exasperantemente gradual. El fin del mundo sólo es emocionante y espectacular en el cine. A eso apela él. La cultura popular es entrañable como un cachorrito. Da igual si el perrito se está comiendo los ojos de tu hijo o el cerebro de tu hija. Las partes brillantes son cegadoras, maravillosas. Por eso hasta la política se ha sentido atraída por ella. Es una vía de entrada a las mentes más tiernas, bobas y bienintencionadas. Si quieres convencer a las amigas de tu hija de algo, no tienes que explicarles nada, no les interesan tus razonamientos, no los entienden ni les ven la gracia. Lo que sea que quieras venderles, tiene que ser a través de la moda. Pon de moda tu Agenda. Convierte en Tendencia el enfoque de tu Club o Partido. Prostituye la Causa que haga falta. Ve a por el corazón del vulgo. Los sentimientos exacervados sumados a un escaso cerebro, son un potenciador increíble de la ignorancia. Alimenta un fanatismo pop. Tu fiesta, sea la que sea, tendrá serias posibilidades de éxito. Todo eso tiende a la destrucción. El Metas lo sabe. Probablemente haya seguido un razonamiento similar. Está harto de oír hablar a sus padres y su hermana. Todos hemos leído cómo la historia se repite. Es una condena tan vieja como el mundo. Creo que todo el mundo fantasea con que su generación sea la última. Me estoy bebiendo un “sólo sí es sí”. Jota apura su “Amber Heard” con hielo. Vamos a hacer lo que nunca piensas que vas a hacer.
Esteban. Cama roja. Estoy todo el tiempo buscando el momento de darme el lote con Bea. El morreo adolescente. El babeo casi infantil de comerse la otra boca, la lengua, el cuello, los lóbulos de las orejas. Suena en bucle desde hace rato Pursuit of Happines, todo el tiempo la versión de Steve Aoki. Tiene pinta de ser una orden del Metas. Más de una canción ha sonado varias veces seguidas. Ahora estamos intentando que nos vuelvan a servir algo. Corre la voz sobre la bebida más dura. No sabemos qué lleva. Se llama “Biden finding Greta”. Por más que bebamos, sabemos que a nuestro alrededor mucha gente está descontrolada. Oímos conversaciones de lo más extrañas para el contexto. Arengas políticas, discursos de hartazgo. Quizá es por la carta de bebidas. ¿Premeditado? Un tío amenaza a otro con tirarle por el hueco del ascensor. Yo me esfuerzo en pensar que no somos especiales. Las cosas siempre están jodidas en gran medida. Ahora no es tan diferente. Pero otra vocecita (no sé si el angelito o el diablillo) me avisa sobre las distintas revelaciones que se han producido en no pocas mentes izquierdistas y más o menos liberales. Revelaciones realistas o cínicas según a quién preguntes. Revelaciones basadas en la desconfianza. Quizá sea por ciertas voces que hablan sin parar de dignidad y frugalidad desde posiciones harto acomodadas. Quizá la cosa ya lleva décadas en marcha. Anticapitalismo Coca-Cola, lo ha llamado alguna vez Bea. Desde que la política se comenzó a mezclar con el entretenimiento, se ha hecho difícil que mantenga cierto grado de seriedad, y sobre todo no encontrársela en los lugares y mentes más insospechados. Un rumor: hay una habitación con contraseña en la fiesta, y la contraseña es: “Lo personal es político”. Dicen que dentro suena sin parar la canción Cama roja, de Juan Antonio Canta (el artista muerto en su día quizá a manos de 40 limones). Esta letra se superpondría al ruido externo:
Las voces del pasado dicen que nos integremos en una opción política. Y que esta juventud casquivana se disipa a sí misma, entre el alcohol y la melancolía. Yo quisiera luchar en contra del capitalismo, pero veo al pueblo comunista. Tantos años pasando el hambre de la esperanza, para rendirse al becerro de oro. Cuando veo tus ojos, son mis 68. Lo demás ya no existe, tú lo haces mentira. Son demasiado hermosos para ser de derechas. Compromiso político y amor adolescente. Qué mas da, con que sea roja la cama, creo que será suficiente. Así serán nuestros sueños, tan rojos que un día seremos valientes. La sabana en la ventana, para que todos la vean. Y nuestra cama tan roja, la cama tan roja, el ocaso sobre la marea.
Tan solamente creo en la belleza de tu cuerpo, que se marchita al ritmo de la caja del reloj. No empuñaré más rifle que mi sexo tan pequeño, para traerte de nuevo a mi lado. Ojala no pienses que mi desengaño es pereza, mi memoria me demuestra lo estéril de la lucha burocrática. Pienso que tras las grandes revoluciones racionales, se restaura sonriendo el orden anterior. Y los que murieron a manos de rebeldes, pudieron engendrar a ese mesías que ya no viene. Así que, déjame decirte que entre lo malo y lo peor, yo no elijo nada y sigo soñando. Cuando veo tus ojos, son mis 68. No pueden hacer nada, frente a un colt 45. Tengo unas figurillas que no se venden nada, pero son tan hermosas que ya no me dan miedo. Con esa roja cama, creo que será suficiente. Así serán nuestros sueños, tan rojos que un día seremos valientes. La sabana en la ventana, para que todos la vean, y nuestra cama tan roja, la cama tan roja, el ocaso sobre la marea.
Algo comienza a arder en la zona interior del ático. Creo que ha cortado la posibilidad de enrollarnos. Nos estábamos mirando como en las películas. Se habla de las películas que acaban con beso, pero no de las muchas que prefieren no hacerlo. Quizá es un error no hacerlo. Un beso en la boca marca la línea. Si no se produce, es que no ha pasado nada. Si no se produce, es cada vez más probable que nunca pase. Como siempre, me falta parte de la información. Desinformados, preguntamos qué está pasando. Nadie sabe decirlo, pero todos opinan.
Jota. Pursuit of Happiness. Follamos en la piscina. Aun sabiendo que la gente se está meando y cagando en ella. A un par de chicas les ha bajado la regla y hay un par de nubes subacuáticas oscuras y amenazantes. No para de oírse esa canción, Pursuit of Happiness, en su versión dance noventera. O eso me parece a mí. Ada se pega a mí y sobre mí. Sin protección. Probablemente es uno de los momentos más felices de mi vida, así que muy fácilmente todo esto acabará mal. La letra de la canción se repite en bucle. Intento traducirla del inglés en mi mente. Quizá así no me corra enseguida como un gorila. La letra original es de Kid Cudi. No funcionaría transcrita, pero es perfecta para quemar un rascacielos. –¿No huele a humo? –dice Ada. Justo entonces me corro dentro de ella.
El Metas. Armagedón. Busco a Pedrito. Es como si buscara volver al pasado. Me basta con tirar un par de semanas atrás. Pedrito no es tonto, es probable que se haya largado. El piano de cola de mi padre está ardiendo en medio del ático. Mea culpa. La gente ha acercado todo tipo de muebles y objetos a las llamas. Ahora están casi lamiendo el alto techo. Me he pasado unos diez minutos quemando fotos familiares, viendo cómo ardían lentamente. Siento que ahora soy una de esas personas que hacen el contraste. Gracias a mí y los que son como yo, existe la gente buena y equilibrada. Quizá pasivos y unos hipócritas de cojones, pero también pacientes. Respiran hondo los lunes por la mañana y preparan el ojete para otra sesión de sodomía. Y ni siquiera son actores porno, van a cobrar una buena mierda. Parecen haberse formado dos facciones, los que buscan cubos para traer agua de la piscina y los que quieren avivar el fuego. No me sé posicionar, la verdad. Hay gente que no entiende esto, pero yo hace tiempo que sólo veo grises. No existe la Maldad, sólo la ignorancia o el egoísmo, o la enfermedad. De enfermedades no sé un carajo, pero sobre egoísmo e ignorancia puedes preguntarme lo que quieras. La ignorancia es no moverse. El egoísmo es saber más de la cuenta. A partir de ahí, podemos debatir, si es que no se hunde el suelo o nos desmayamos por los gases que ya flotan en el ambiente. Los ascensores están funcionando a pleno rendimiento. No hay rastro de Pedrito. Si fuera un día como otro cualquiera, quizá ya podría escuchar las sirenas sin tetas. Así las llamaba mi padre para hacerme reír de crío. Ver pasar un coche de policía o de bomberos era motivo de risas y comunión familiar. Ahora mi padre me parece un gilipollas. Mi madre siempre me lo ha parecido. Y mi hermana por fin ha puesto sus cartas boca arriba. Como nota positiva, no he visto que Esteban y Bea se den el lote, aunque obviamente están juntos y revueltos. Es probable que ya se hayan probado los fluidos por su cuenta. No sé muy bien qué hacer, así que dejo de intentar retroceder en el tiempo y salgo a respirar aire a la terraza. No es fácil, el humo lo está invadiendo todo. En un rincón veo una cara relativamente familiar. Es la dependienta del centro comercial que le gusta a Pedrito. Que le gusta más allá de lo evidente. Me acuclillo junto a ella. Está llorando. –Oye. ¿Qué te pasa? –Quiero irme de aquí… –¿Y por qué no te has ido? –¿Qué? Es comprensible; visto desde aquí, el ático te hace sentir como un bombero del 11-S. No todos somos héroes, aunque a algunos no nos dé miedo la muerte. Lo que te convierte en héroe no son las «pequeñas cosas», como sobrevivir a los lunes y los martes y criar a un par de críos egoístas que pasarán por el mundo sin dejar la más mínima huella positiva. Tu padre no es un heroe. Ni tu madre, por “empoderada” que esté. Un héroe es un bombero, un policía, o alguien que haga algo heróico. –¿Por qué me dices todo eso? –grita la chica. Un héroe es quien arriesga su puñetera vida, física y mentalmente, un riesgo de muerte. Que no solo sabe cuidar de si mísmo y los suyos, sino que además también está dispuesto a cuidarte a ti. Eso es un heroe. –¿Estás hablando solo? La verdad es que sí. Pero a veces uno comprueba mejor cómo suenan las cosas si las dices en voz alta. –¿Quieres saber una cosa? –digo, ahora sí a ella–. Creo que al final no se va a acabar el mundo. Los esfuerzos por apagar las llamas con el agua de la piscina, parecen haber dado sus frutos. Agua, pis, mierda, sangre, saliva, fluidos… Todo viene a ser lo mismo. Echo un brazo sobre los hombros de la chica. –Ven conmigo. Creo que los ascensores siguen funcionando. Casi todo sigue en marcha, excepto quizá mi vida en unas horas.
Ada. Los de toda la vida. Aún hay bastante gente. Encontramos la habitación misteriosa de Juan Antonio Canta. Descubrimos que existe, y que dentro hay una chica llorando: el pelo teñido de rojo, el maquillaje ya de supervillana. Jota hace ademán de parar la canción; suena a través de un portatil conectado a dos altavoces. La chica le detiene. –¿Me podéis dejar sola, por favor? Podemos y lo hacemos. Creo que los dos queremos volver a follar, pero no estamos seguros de cuál es la situación ahora. Curiosamente no hay policías o bomberos aún por aquí. Quizá vienen de camino; o puede que extraña pero no increíblemente, nadie haya llamado a ningún número de emergencias. Los djs se han largado, pero han dejado sonando en bucle Pursuit of Happiness, esta vez la versión de Kid Cudi. Tampoco hay ya camareras ni barmans. Quedamos los de siempre y poco más. Los de toda la vida. Me pregunto cómo se siente el Metas. Antes le vimos de lejos, ayudando a gente a llegar hasta los ascensores. No sabemos si está borracho, apagado, confuso, arrepentido… Hasta dudamos de que siga vivo en el sentido estricto de la palabra. Creo que Jota sabe algo que no me está contando. Quizá de poca importancia, pero lo sabe. Casi no hemos empezado y ya nos comportamos como cualquier pareja.
Bea. Reunión. Veo por fin al Metas. –¡Tú! –… –¿Ya no te acuerdas de tus amigos, de la gente que te creó? –¿Cómo? ¿Quién me creó? –Yo no, desde luego –interviene Esteban. –Pues yo sí, dice Bea. Yo creé que a este pipiolo. Prácticamente salió de mi vagina. Jota y Ada aparecen cuando el humo ya se ha disipado. Se producen algunos saludos tímidos. Amigos de toda la vida excepto en los últimos años. Es como si nos hubiera separado un mar de píxeles. Un muro hecho de casillas para rellenar. Una oficina del Inem plantada en medio de un bosque precioso. Sueños rotos de los que no apetece hablar. Perspectivas poco halagüeñas. Yo lo sé y lo siento, y lo veo en sus ojos. Esteban se siente algo al margen, pero es exactamente igual que el resto. Incluso Pedrito acaba apareciendo. Reaparece cuando el terremoto ha cesado. Hasta ha subido en uno de los ascensores. –Pedrito, ven aquí –dice el Metas. Le abraza como si le quisiera. Es menos difícil de lo que parece. Luego es Ada la que le da un abrazo. Yo le doy otro, Jota le da la mano y Esteban cabecea en su dirección. Pedrito es el nexo de unión. –La que se ha liao, ¿que no? –Y tú mientras tanto… –digo. Deja ir su sonrisa entre tímida y traviesa, de haber estado follando como si el sexo no volviera a ser sospechoso de casi todos los males. –Yo quisiera saber –dice Esteban– por qué seguimos solos aquí, Metas. ¿Por qué no ha venido nadie? –Tengo mis métodos. –Lo que tienes es un huevo de pasta –murmura Jota. –Eso también. De todas formas sí van a venir. Sólo compré un poco de pereza. Nada más. –Las autoridades de Periferia una vez más puestas en entredicho. Revisamos todo el lugar. Nos encontramos la habitación de Juan Antonio vacía y en silencio. No queda nadie en ningún rincón. Al final, sólo un montón de muebles quemados y una mancha negra enorme en el techo. Así de grande y resistente es esta señora vivienda. Sólo daños materiales y fluidos por todas partes. La típica casa de activistas. Decidimos irnos a la playa. Está amaneciendo. Se huelen un montón de cuentas pendientes. Historias recurrentes a medias. Nada termina nunca, no en la vida real. Las cosas sólo se interrumpen para
Dejaremos a un lado las consideraciones porreras sobre la existencia o la percepción; aquí hablaremos de personas. No de entes abstractos, autómatas o pilas esclavizadas por un orden mayor conformado por máquinas o energías omniscientes que no alcanzamos a comprender.
Daremos por hecha la carne.
Las personas funcionamos sobre el papel. Ahora más que nunca. Somos buenos, fieles y responsables, pero sobre el papel. Intachables, impolutos, morales, puros de mente y corazón. En teoría. No tenemos pensamientos reprochables, oscuros, ninguna señal de lo que se consideraría desequilibrio. Ni mucho menos haríamos nada malo, mucho menos violento. Sólo nos reconoceremos imperfectos puntualmente, en un vano intento de que no se nos vea el cartón.
La civilización se paga. Es más fácil fingir (o contenerse) en un entorno civilizado.
Una de las cosas que encajan a duras penas en todo este fingimiento colectivo, es el sexo.
Hemos crecido nadando en una sopa espesa de religión, política, cultura y ciencia. Todo bien empapado de intereses. Con veinte años, si tu entorno es materialmente limitado, sueles pensar así: La religión es cosa de bobos, la política ha de ser de izquierdas o simplemente no ha de ser, la cultura, ok, es aceptable, todo depende, y la ciencia es lo contrario a la religión.
Paradójicamente, con veinte años eres bastante bobo.
Y no porque la realidad consista en lo contrario de lo que piensas. La realidad sólo es, y la gente se espabila como puede.
Una ciudad grande. No una capital mundial, pero nada de zonas rurales ni casitas monas.
Bloques de pisos, de apartamentos, puro asfalto, tecnología que fluye, que cuando se detiene lo detiene todo. Una ciudad grande y sedienta, voraz, que consume y sólo descansa por exigencia natural. No siempre se pueden burlar las exigencias de la carne.
Véase a cierto tipo de gente relativamente joven. Sanos, treintañeros y no tan treintañeros, prudentes con las modas, ya sean culturales, políticas o ambas. Personas con las que se puede hablar de los puntos fuertes o defectos de todo el espectro social o político. Ninguno se pondrá morado y empezará a gritar pensándose una eminencia avanzada a su tiempo.
Sandra folla con Pedro. O viceversa. O podríamos decir, si quisiéramos molestar a según quién, que Pedro se folla a Sandra. O, si lo que buscáramos fuera según qué aplausos, diríamos que Sandra se folla a Pedro.
Como sea, el sexo es condición sine qua non. Una pareja se define como tal a partir de los primeros polvos, cuando la gente a su alrededor puede al menos intuir con certeza que los echan.
La operación es sencilla: Si te llegas con una persona desconocida (o no) ante tus amigos y la presentas como tu pareja, quieran o no, lo primero que harán es imaginaros follando.
No suena adulto o sofisticado, pero es muy difícil rebatirlo. Nuevamente, el sexo difícilmente encajará del todo en un entorno teóricamente civilizado. Lo trataremos en serio hasta el empalago (acomplejados de modernidad o conservadurismo) o bromearemos eludiendo el tema.
Mateo no folla con nadie. No es que nunca lo haya hecho. Suele culpar a sus padres de su carencia habitual de sexo.
–Llamarse Mateo sólo tiene sentido si tienes seis años y llevas un chalequito de lana que te ha hecho tu abuela. A la abuela se le cae la baba. Ahí vas con tu chalequito gris, corriendo entre las mesas del convite de bodas de tu primo mayor. Yo fui ese puto crío. Mateo. Tan gracioso y mofletudo. Luego no cambié mucho que digamos. Nadie se quiere follar eso.
–Luego la gente cree que la vida se parece más a Ken Loach que a American Pie.
–A la gente le encanta darse aires de obrero saliendo de la fábrica.
Mateo suele tener largas conversaciones con Gabriel.
–Llamarse Gabriel tampoco es el colmo de lo sexy. Hasta los quince años nadie sabía pronunciar mi nombre. Al final decían todos «Gabi». Gabi suena bien si eres una modelo argentina de veintidós años con la cara de Edgar Allan Poe tatuada en un muslo.
–Sí, las modelos son muy de Poe…
–No lo sé, pero entiendes la imagen.
–Es follable.
–Hasta el tuétano.
–¿Crees que Pedro suena más follable que Mateo?
Mateo lleva colado por Sandra desde que Pedro conoció a Sandra hace cinco años;
–Me dejaría sacar las uñas con un folio, poco a poco, si así lograra que ella me cabalgara.
–Eso no me lo creo. Y no, no creo que Pedro sea más follable que Mateo. Ambos son nombres bíblicos, viejos, trillados. Hasta yo soy un arcángel.
–¿La biblia no se está revalorizando a nivel literario o algo así?
–¿Crees que la biblia es follable?
–En la biblia hay mucha violencia…
–Es muy animal, eso es cierto.
–Una puerta abierta para el sexo.
–¿No sabes que ahora no hay que sexualizar a nadie? Ahora la gente se folla los cerebros. Piden permiso siempre en voz alta aunque la predisposición sea evidente, y después proceden a hacer el misionero cerebral. Ahora todo se divide en polvos celestiales y violaciones.
–Todo muy real.
–Es el mundo de la tasación moral, amigo, ¿quieres ser el artículo ideológico más barato del mercado?
–¿Te refieres a que tengo que fingir que un escote me hace pensar en bebés y cáncer de mama antes que en una paja cubana?
–No, pero sí. Creo que tenemos que aprender a fingir como ellos fingen, con pasión.
–¿Quienes son ellos?
–Ellos, ellas, elles… ya me entiendes, la vanguardia del pensamiento emocional. Tienen cogido el toro mediático por los cuernos.
Estas conversaciones se extienden hasta que se hace presente la puesta de sol, perfectamente visible desde la mesa habitual. Un horizonte de viviendas apiladas y alquileres por las nubes, de ciudad mediana, aún activa, de gente agotada por turnos partidos. Y eso en el mejor de los casos.
Rutina materializada.
–“Mañana será otro día”, dicen –murmura Gabriel–, pero luego casi nunca es así.
Otro día y el mismo a la vez, Pedro llega a la abdominal número cien. Se incorpora. Un fulano desconocido del gimnasio le dirige la palabra. El tío habla con todo el mundo, Pedro lo sabe, aunque raramente con otro tío. Las chicas parecen pasar de él como de un semáforo en ámbar.
–Eh, colega. Buena serie.
–¿Cómo?
–¿Te has fijado? Yo me he fijado…
–¿En qué?
–Ahora hay personas que se vuelven irracionales para analizar los temas más delicados y complejos de la realidad. Y por contra son absurdamente racionales y obtusos para todo lo abstracto, principalmente el arte. Son limitados para abordar una ficción, pero creen saber leer sin problema la realidad. Ante esta gente, amigo, lo más inteligente es guardar silencio.
El tipo sonríe, palmea el hombro de Pedro y se va haciendo muecas a cada chica que se cruza.
–Jamás le había oído decir nada mínimamente elaborado. Y va me suelta esa perorata sobre la ficción y la realidad.
Pedro y Sandra, momentos de alcoba.
–Más bien sobre la forma retorcida que tiene la gente de ver las cosas –murmura Sandra, manoseando un libro de Ken Follet.
–¿Tú también?
–Lo que me sorprende es lo bien que recuerdas lo que te ha dicho. Parece que le has estado dando vueltas.
–Ahora que lo dices…
–¿Seguro que no te has hecho una idea equivocada?
–¿De él?
–Dices que habla mucho con las chicas, y asumes que ellas no le dan bola. ¿Estás seguro de que eso es así?
–Yo diría que bastante seguro.
–Normalmente «bastante seguro» significa que no te has enterado de la misa la mitad.
–A ver, diría que el tío no es la clase de hombre que os gusta ahora a las mujeres.
–¿Ahora hablas como un activista? Para empezar las mujeres no somos una mente colmena. Hay una distancia enorme entre la increíble diversidad de ideas y gustos de lo que somos y lo que se dice ahora de nosotras, Pedro.
–Ya.
–No somos herramientas ideológicas pasivas. Parece mentira que tenga que decírtelo a ti, que en cualquier foro mínimamente izquierdista ahora serías “cancelado” sólo con abrir la boca.
Un silencio cargado. Y Pedro dice:
–El caso… es que el tío siempre está…
–¿Hablando?
–Sí.
–¿Y crees que habla solo? ¿O lo que pasa es que hablan con él? ¿Quieres que siga pareciendo una antifeminista militante a favor del Wonderbra?
–Bueno, tú puedes ser lo que quieras.
–Aggh, por favor, duérmete ya. Y mantenme informada sobre tu novio.
El mismo día pero en otra fecha;
–¿Puede ser que el café esté empeorando aquí? –susurra Mateo.
Gabriel remueve su café largo;
–Eres tú el que siempre quiere venir aquí, y siempre a la misma mesa; has dicho mil veces que te hace pensar en Los detectives salvajes. Y también eres tú el que siempre pide café con leche, como si fueras tu abuela de noventa años a la que nunca ves. ¿Aún vive, por cierto?
–Oye, esa señora vive en Sonora, o vivía, puedes ir y luego me informas.
–Hay gente que se preocupa por sus mayores, ¿sabes?
–Estoy de coña. Hace poco la vi; está bastante preocupada por la falta de recato de algunas chicas.
–Pues entonces se llevaría con muchas universitarias ahora.
–No creas, dice que el feminismo antes era como una sala de recreativas, y que ahora parece un casino.
–Menuda genia, ojalá viva al menos un par de años más.
–Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho.
–Cuando citas el Quijote te veo venir con el tema.
–El año que es abundante de poesía, suele serlo de hambre.
–Ya estamos.
–Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro.
–Esa en nueva. ¿Qué vas a hacer exactamente?
–La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos.
–¿Estás hablando de un privado por Instagram?
–No se puede quijotear contigo, parece que estés siempre sentado en un pupitre comiéndote la goma del lápiz.
–¿Si algún día Sandra deja a Pedro (esa especie de bloque de hormigón que odia el fútbol y lee a los clásicos rusos), con ella también vas a “quijotear”?
–El Quijote es un idioma universal, tanto que no hace falta haberlo leído para entenderlo.
–Entonces qué.
–Pensaba decirle algo a Sandra. No una declaración, pero algo, para que entienda.
–A ver si lo entiendo, y por favor, dejemos al manco aparcado: ¿quieres que Sandra te dé calabazas?
–Bueno, ¿es que hay otra posibilidad?
–Pero ¿por qué quieres pasar por eso?
–No quiero pasar por eso, pero es que ¿crees que esos dos van a cortar alguna vez? Por Dios, cuando tengan hijos se los rifarán las marca de pañales.
–Y crees que si ella te da calabazas, tú…
–No se trata sólo de las calabazas. Necesito desahogarme, ¿entiendes? Ella sabrá la verdad y… podrá mandarme al carajo amablemente y…
–Y así después… podrás seguir con tu vida, ¿es eso?
–No desees y serás el hombre más rico del mundo.
–Y aquí está de vuelta Miguel.
Un día literalmente como otro cualquiera, Pedro y Sandra comen en uno de los restaurantes más caros de Periferia. Una terracita junto al mar; silencios más largos de lo habitual; certezas disfrazadas de sospechas;
–Parece mentira que con lo leído que eres, no te enteres casi nunca de lo que piensa tu novia –dice Sandra, mientras mastica una sepia.
–Hablar con la boca llena no es tu estilo…
–Tu novia, Pedro: yo, moi.
–Me estoy empezando a acojonar.
Sandra traga y después ríe;
–¿Te crees que voy a cortar contigo o algo así?
–No lo sé, nunca han cortado conmigo. ¿Se hace así, no? Ahora lo sé. A plena luz del día, en un entorno agradable. Yo corté con mi ex en una discoteca cuando habían puesto la canción lenta de “largaos a casa”.
–Eres un Romeo blanco hetero del presente. Tendrías que haberte liado con una feminista moderna, sólo por las risas.
–Pero entonces… ¿vas a cortar conmigo?
–No, imbécil. Vaya capullo…
Sandra pellizca con vehemencia la mejilla derecha de Pedro.
–¿Tú no has notado que Mateo siempre me mira más de lo que él cree?
–¿Mateo? Mateo mira a todas las mujeres. Mientras folla con una chica debe estar pensando cómo ligarse a su amiga.
–Tú miras pero casi nunca ves nada, ¿no? Sólo te fijas en los personajes de ficción.
–¿Entonces qué…?, ¿que le gustas a Mateo?
–No, a Mateo le gustan casi todas. Mateo lleva años colado por mí, Pedro.
–Colado… Años… Qué humilde; es lo que más cachondo me pone de ti.
–Sólo te digo lo que hay.
–Ya… ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?
–Nada. Pero creo que él quiere… ¿declararse?
–¿Declararse…? ¿Y por qué lo sabes?
–Porque está la hostia de raro cuando habla conmigo últimamente. Creo que ya lo ha intentando un par de veces. Y el otro día me piropeó.
–¿Te piropeó?
–Sí. Y no de broma. Se puso rojo, el pobre.
–¿Qué te dijo?
–Nada, una tontería, fue muy blando. Fue más un comentario halagador que un piropo.
–¿Hay diferencia? Me tienes en ascuas.
–Dijo que siempre era amable con él o algo así.
–Menudo obrero de la construcción.
–Fue muy mono, si quieres saber mi opinión.
–Oh, por supuesto, ¿y qué más? A todo esto, ¿cuál es el contexto?, ¿paseabais descalzos por la playa acompañados de un chucho blanco y peludo? ¿En qué revista salís?
–Sé que estás de broma; pero por si despuntara alguna posibilidad de celos, en realidad estábamos todos, estábamos sentados en esa cafetería horrible de Bolaño. Tú estabas hablando con Gabriel de Tolstoi o de Grushenka en Los hermanos Karamazov.
–Oh.
–Sí, Romeo. Mateo me podría haber metido la lengua hasta la garganta y tú hubieras seguido en el siglo XIX.
–Eres un poco exagerada.
–La gente del siglo XXI somos así, muy de vivir en el presente.
–Ya… Aun no sé muy bien de qué hablamos, por cierto.
–Hablamos del siguiente movimiento, ya te lo he dicho.
Pedro se limpia con la servilleta y cambia de postura, pone los codos sobre la mesa y junta las manos;
–Vale. O sea que Mateo lleva años colado por ti, te mira mucho y el otro día se dejó llevar y te hizo un comentario halagador en Los detectives salvajes.
–Si lo reduces a factores, sí.
–Y ahora se supone que…
–Que no dejo de pensar en algo que decir cuando él me diga que…
–… le gustaría montarte y hacerte tres bebés que hagan compañía al chucho blanco…
–Digamos que sí.
Algún día después pero el mismo, Pedro vuelve a machacarse en la máquina de abdominales. Ciento cincuenta y para; la cara morada, las venas hinchadas. El sudor, la toalla, el ambiente en torno que se vuelve a hacer presente.
El fulano parlanchín se acerca con una sonrisa;
–Pedro, amigo, dale duro.
Y se pone a saludar a una chica a distancia. Y Pedro:
¿Cómo sabe mi nombre? No es difícil averiguarlo, pero ¿por qué querría hacerlo?
–¿Te llamas Pedro, no?
Y el fulano se enfoca otra vez;
–Yo soy Fran. Francisco, pero Fran, mejor.
Se estrechan la mano. El tipo se sienta en la máquina adyacente.
–¿Te has fijado?
Pedro respira hondo;
–¿En qué?
–No hay casi nadie aquí que no tenga pareja. Tampoco hay casi nadie que necesite machacarse en las máquinas para tener un buen aspecto, o incluso un aspecto envidiable. Los fofos quieren más comida y sedentarismo, y los fuertes más ejercicio y comida sana. No sé… ¿Quién crees tú que se lo monta mejor?
Silencio, resoplidos de dolor, repiqueteos metálicos.
–¿Te puedo hacer una pregunta? –dice Pedro.
–Por supuesto.
–¿Tú tienes pareja?
–¿Yo?
Fran sonríe. Se incorpora y mira en torno.
–Yo soy alguien disoluto…, un vicioso, un calavera. Soy un ángel de la redención.
Hola, Sandra.
Creo que es mejor hacerlo así, por mensaje (si no me contestas, no pasa nada). Seguro que sabes de qué va esto. No tengo ninguna esperanza de “conquistarte”, que conste. Sabes que Pedro y yo nos conocemos desde que nos meábamos en la cama. No pretendo romper nada, sólo soltar lastre. No sé cómo expresarlo sin que suene peliculero. Me gustas desde hace mucho. Desde el principio, digamos. Me gustas mucho, mucho. No quiero quedarme corto, porque es mucho. Me gusta todo de ti, lo evidente y lo que no lo es. Y ya está, no voy a escribir las veinticinco páginas que podría escribir, no citaré a Shakespeare ni a Cervantes. Puedo resistirme.
Como decía, no tienes por qué contestar. Sólo necesitaba verbalizarlo, materializarlo de alguna forma. Quiero que este punto quede muy claro.
Nos vemos por ahí (aunque sea un poco raro al principio).
(Mucho).
Conversaciones de alcoba. Pero ya no es el mismo día;
–El tío se llama Fran.
–¿Qué tío?
–El tío del gimnasio.
–Aaaaaah, tu novio fitness.
–Sí… Pues el tío se llama Fran y me volvió a hablar.
–Ya imagino.
–A ver…, no es un rollo gay ni nada.
–No te preocupes, machote; decía que ya imagino que le caes bien. O quizá le divierte chincharte. ¿Eres simpático con él?
–Mmm… Cordial.
Sandra ya ha leído el mensaje directo en Instagram. Pensaba que resultaría fácil decírselo a Pedro llegado el momento; se equivocaba.
–Cordial…
–Sí, no estoy de morros ni nada por el estilo. De hecho me fijé más en él ese día.
–Oh. ¿Él desfilaba por el gimnasio y tú le mirabas el culo?
–No precisamente. Pero creo que tenías razón.
–Ya. No quiero presumir.
–Vale, ya sé que esto es como una tradición: Yo vivo una experiencia, no sé leerla y luego tú me la explicas.
–¡No he dicho nada! Sólo que no quiero presumir. Sigue, por favor.
–El caso… es que sí, la chicas hablan con él, sonríen, parecen sinceras. No le intentan ahuyentar ni se muestran impacientes por que se largue.
–O sea que adoran a tu novio.
–No diría tanto, y tampoco habla con todas…
–¿Con cuántas dirías que habla?
–Al menos seis o siete.
–¿Crees que ha… con ellas?
–Diría que es bastante probable.
–¿Celoso?
–¿Q… qué?
–No, quiero decir: ¿te gustaría ser así? Hay tíos así, no muchos, pero los hay. Tienen facilidad para conocer a las mujeres que son como ellos. Ahora nos dicen por todos lados que no hay mujeres como él, pero créeme, las hay.
–No sé si te entiendo.
–Hay gente a la que le gusta “llegar hasta el final” sin llegar a nada serio.
–¿Follamigos?
–Follamigos suena un pelín superficial, pero sí, más o menos.
–Me volvió a dar una “lección”, por cierto.
–Eso me interesa. ¿Metafísica esta vez?, ¿implicaciones agropecuarias del veganismo?
–No. Dijo que hay gente enganchada al gimnasio y otra gente enganchada al sedentarismo, y que no tiene claro quiénes son más listos.
–Tu novio es un chico juguete retorcido. Me cae bastante bien. ¿Tendrá novia?
–¿Pues sabes que se lo pregunté?
Asombrada:
–¿Le preguntaste si tenia novia?
–Pues sí, no sé por qué, para frenar su cháchara.
–¿Y?
–No dijo que no, pero lo dijo. Y dijo, atención: que es un “ángel de la redención”.
Al día siguiente vuelve a ser un día distinto:
–Está claro que el café está peor. Han cambiado de marca, es increíble. Los detectives salvajes sirviendo café barato molido a saber con qué granos yonquis colocados con la nueva moda química en los campos de cultivo.
–Te veo alterado. No pareces el chavalín del convite de bodas.
–No quiero sonar a película americana, pero necesito echar un polvo. Que una tía sin escrúpulos me vacíe a base de bien. Necesito que me utilicen, quiero ser un vibrador humano; el nuevo satisfyer: tu amigo Mateo, la aspiradora humana, la polla de un varón treintañero relativamente sano a tu servicio.
–Entiendo.
–No creo. Necesito que alguna buena chica me pise la cabeza y después se siente en mi cara.
–¿Una buena chica?
–Buena, mala, pensionista… lo que sea.
–Ha sonado excitante, la verdad.
–Una buena chica que me folle como realmente quiere follar, no como lo hace con su novio.
–Ahora te capto.
–Lo dudo mucho, arcángel Gabriel.
–No, creo que te capto de verdad.
–Es más difícil de lo que crees. Ayer mandé el mensaje.
Gabriel se incorpora, los ojos bien abiertos, las manos tensas sobre la mesa;
–Joder, tenías razón: no te captaba.
–Estás bastante espeso.
–Tío… ¿qué le escribiste?
–Nada del otro mundo, pero lo hice, le escribí.
–¿Quijoteaste?
–No.
–¿Mencionaste el Quijote?
–No. Bueno, a Cervantes… y a Shakespeare.
–Lo sabía…
–Oye, no fue nada, sólo le escribí cinco líneas, le dije que me gustaba mucho y que no tenía por qué contestarme. Ya está.
–Y evidentemente no te ha contestado. ¿O evidentemente te ha contestado?
–No. No lo ha hecho.
–Y ahora estás cagado de miedo.
Mateo se lleva las manos a la cara, resopla entre los dedos.
–No estoy “cagado de miedo”; pero quizá no tendría que haber dicho nada. Es una gilipollez. Ahora la pelota está en su tejado, y ella no contaba con pelotas en su tejado, y menos con semejante pelota.
–Una pelota de Nivea, colega… Uno de los mejores amigos de su novio abriendo su pornográfico corazón… Esa chica sabe hasta la clase de videos que ves en Pornhub.
–Sí, muchas gracias…
–Es como si Stifler le confesara su amor a Grushenka.
–Fenomenal.
–Estoy de coña, tío… en parte.
–Quiero irme a vivir al núcleo interno de la Tierra.
–Era mejor lo de follar con Rory Gilmore.
Hola, Mateo.
Lo he pensado y creo que es mejor que hablemos en persona. Vaya por delante que no estoy decepcionada ni cabreada ni nada por el estilo, así que no te tenses más de la cuenta.
Quedamos cuando quieras. En Los detectives salvajes, si quieres.
–Pero vamos a ver, Pedro, ¿te has fijado o no? –dice Fran, evolucionando entre máquinas, levantando la voz. Sonríe al modo excavadora Fran. Se sienta cerca, se limpia con su toalla.
Esta vez es el mismo día de verdad.
–Eh. Qué tal. –Pedro procura no mostrarse seco.
–Yo siempre estoy bien. O siempre estoy mal. Pero siempre estoy, que es lo que cuenta.
–Ya veo.
–Te veo meditabundo, reconcentrado, viviendo en tu interior, amigo. ¿Nunca miras a tu alrededor?
–Bueno. Diría que sí.
–A ver –atenuando la voz–. ¿Te gustan las chicas, los chicos o ambos? Aquí te podrías regalar la vista, incluso educadamente. Entre tú y yo, el animal de gimnasio no suele molestarse cuando le pegan un buen repaso de vez en cuando; de hecho hay quienes se molestan si eso nunca pasa.
–¿Tú crees?
–Desde luego.
–Hum… Es interesante.
–Disculpa si te estoy juzgando. Hablo demasiado, ya lo sé. Pero es que me gusta la gente, no lo puedo evitar, soy raro de cojones en eso. ¿A quién le gusta la gente? Pues a mí, Pedro. Las personas se abren y escuchan si les das una oportunidad.
–Se abren. Entiendo.
–¿Lo entiendes? –Fran sonríe con picardía.
–Sí, bueno, creo que sí.
–No hablo con dobles sentidos, pero sí, se abren de muchas formas. A veces es bueno… ¿cómo lo diría?
–¿Dejarse llevar?
–Eso era justo lo que no quería decir. –Fran mira fijamente, sonríe con los ojos–. Odio las frases hechas, casi nunca transmiten lo que uno quiere decir.
–Dejarse llevar o… ¿dejar de preocuparse?
–Dejar de preocuparse… eso está mejor, aunque aún es impreciso. Encontremos las palabras, vamos, creo que a ti se te da mejor. Dejar de preocuparse… dejar de…
–O saber olvidar algo, ¿o recordar algo…?
–Creo que va más de recordar, sí, de dejar que el cuerpo de uno recuerde. Has dado en el clavo. El cuerpo no es sólo una máquina a la que cuidar, como si fuera “el planeta”; el cuerpo lleva demasiado tiempo adocenado, despojado de instintos, o con los instintos maniatados.
–Ya… de ahí será de donde sale el cáncer… ¿Me estás hablando de hablar con las chicas?, ¿es eso?
–¿Las chicas? Así que te gustan las chicas.
–Sí, pero tengo novia, desde hace cinco años.
–Aaaamigo. Una bonita novia de ciudad, seguro, fina y bien educada. Hacéis buena pareja, ¿a que sí? Chicos buenos y suegros orgullosos. La ejemplar pareja cultural.
–¿Cultural?
–Pedro: ¿Crees que se puede saber cuándo una conversación ya no sabe ir más allá? Conste que no hablo del respeto o las líneas rojas. ¿Crees que si tú y yo continuáramos hablando el tiempo suficiente, lograríamos dar con un sistema moral mejor, menos hipócrita, más apegado a la naturaleza humana?
–¿Sinceramente?
–Claro, tío.
–Creo que no.
Fran hace una pantomima de carcajada mientras se levanta, se echa la toalla al cuello y se dispone a seguir su camino;
–Vale, Pedro. Pero que conste que tienes que fijarte más, colega. ¡Echa un buen ojo siempre que puedas!
Pasan varios días, extraños, distintos entre sí. Periferia parece reflejar la luz de otro modo durante el día, y brilla por las noches como si la vida de todos sus habitantes estuviera cambiando. Impresiones subjetivas, personales, todo depende del entorno en que te muevas.
Durante un buen rato, Mateo y Sandra no hablan de Mateo y Sandra. Sandra conduce la conversación y Mateo se muestra expectante como copiloto. Decide que es mejor mantener un perfil bajo. Al fin y al cabo él ya dijo lo que tenía que decir, y no sabe muy bien qué barrunta la bonita cabeza que tiene en frente.
–¿Por qué llamáis a este sitio Los detectives salvajes? ¿Fue idea tuya, no?
–Algo así. Surgió. ¿No conoces el libro?
–Lo conozco, pero no lo he leído.
–Pues no sé qué decirte. Es como el típico sitio… cutre en el que se reunirían los poetas y vagabundos del libro. Es una broma, más que nada.
–Ya… Yo creo que es más serio que eso, te he oído hablar de ese libro.
–Bueno, para mí el libro sí es serio…. ¿Puedo ser sincero? Si soy capaz de explicarme…
–¿Más sinceridad en crudo? Adelante.
–Bien, vale…
A Mateo le temblaría el pulso como a un octogenario si enseñara su mano extendida en el aire.
–La verdad es que no envidio la rutina de nadie que conozca. No envidio sus trabajos, lo que hacen cada día en turno partido o intensivo (a veces incluso con horas extras y sábados), la verdad es que no entiendo cómo lo soportan… Bueno, lo soportan igual que yo, imagino: malamente.
»Pero sí me dan cierta envidia los personajes del libro. Me da envidia su… malvivir, su vivir a trompicones, su forma de viajar, de dormir donde sea, de escribir, de conocerse, de follar… Sé que es literatura…, pero creo en serio que hay formas erráticas e irresponsables de vivir que son mejores que nuestras formas ordenadas y teóricamente responsables. Creo que eso es realmente posible, creo que a veces pasa, seguramente más de lo que creemos.
–Vaya… Pues tendré que leer el libro.
–Bueno, cada cual se relaciona a su manera con los libros, así que… Pero sí, es mi forma de verlo. Lo frustrante es que yo sería completamente incapaz de ser esa especie de vagabundo funcional (por decirlo así) que rebota de un lado a otro. Y no es que quiera irme a vivir al campo ni nada de eso, pero me gustaría sentirme menos atrapado.
–La famosa rueda de hámster…
–Sí. Estamos atrapados en tópicos. Bueno, estoy.
–No, sí que lo estamos…
»A lo mejor lo que te pasa no es que… ¿cómo lo diría?… ¿Crees que yo… te gusto como cuando idealizas a alguien?, ¿o más bien me asocias con algo importante para ti? ¿Me parezco en algo a esta cafetería? Lo digo porque si me has idealizado, eso al menos tendría algo que ver conmigo, pero si te gusto por asociación…
–Oye… ¿Puedo decir que esto es… increíblemente incómodo?… Pero no querría estar en otra parte, no te ofendas.
–Yo lo he provocado, puedes decir lo que quieras.
–Creo que está claro que eres más inteligente que yo, y no me sorprendería que me descubrieras algo sobre mí mismo. Pero diría que lo que siento por ti es el cuelgue intenso estándar; no es que me recuerdes a ninguna película o las pirámides de Egipto ni nada parecido. Sólo se trata de ti.
–No estaría mal que te recordara a las pirámides de Egipto…
–Ya. Disculpa que no me ría, pero estoy más bien…
–Mateo… Lo siento. Tendría que haber pensado que esto sería demasiado incómodo para ti.
–¿Para ti no lo es?
–Bueno. Es que yo… He estado pensando en esto de…
–¿Sí?
–No sé cómo explicarme. Ten paciencia si divago, por favor.
–Claro.
–No sé, a lo mejor es más sencillo de lo que parece…
–…
–Pedro… creo que Pedro me está dando el salto… Al menos lo ha hecho una o dos veces. Creo. Pero no puedo saberlo con seguridad.
–Y… y ¿por qué piensas eso?
–Pues… lo sé y no lo sé. Creo que ha hecho “amistades”. En el gimnasio. Más tópicos, ya ves. Trabajos aburridos y cuernos inesperados.
Mateo intenta digerir;
–Pedro engañándote…
–Eso es lo que creo…
–Sandra…, no es por defender a nadie, pero me cuesta un poco creer que Pedro se haya ido detrás de las mayas de alguna Cristina del gimnasio Hércules.
–Ya… Oye, que quede claro que no te he citado para sacarte información ni nada. Es que…
–Yo no sé nada, Sandra. No he pisado jamás ese gimnasio, ni ningún gimnasio, ya puestos… Y él no habla nunca de mujeres. No sé si me explico.
–Te explicas perfectamente. Ni siquiera estoy enfadada… Lo irónico es que creo que todo esto es porque ha conocido a un tío.
–¿Un… tío?
–No de esa manera. Pero creo que ha conocido a un tío que sabe… no sé, que tiene facilidad para hablar con las mujeres. Él no se hubiera puesto a hablar con las chicas. Es como si… ¿cómo lo diría?
–Lo cuentas de una forma que parece que ha entrado en una secta.
–Oh, no es una secta… Es lo de siempre, en realidad.
–Lo de siempre…
–Sí. La tentación… Estas cosas pasan. Él antes iba al gimnasio como quien coge el metro. Pero ahora ha conocido a este tío. Y creo que quizá le haya presentado a un par de chicas… Y bueno, estas cosas, una vez empiezan…
–Ya… Mira, yo…
–El caso… El caso es que…
–…
–Perdona. Es que lo voy a decir en voz alta y va a sonar ridículo. Pero el caso es que, al sospechar de todo este asunto del gimnasio, no me sentí tan mal…
–Oh…
–Una parte de mí… Es como si una parte de mí hubiese visto una puerta abierta.
–Una puerta abierta… Perdona que repita todo lo que dices.
–Estás perdonado… Y… Mateo:
–…
–Sólo quiero proponerte algo. Y créeme que tengo en cuenta lo que sientes. Y no quiero que pienses que te quiero utilizar de ninguna manera. Eso sería lo último.
–Creo que estoy un poco confundido…
Mateo nota más que nunca el perfume (¿natural?) de Sandra. La mira, atento, un cosquilleo intenso en el estómago. Un leve despertar en la entrepierna.
–Lo que me gustaría es que te vinieras conmigo el próximo fin de semana. Nos iríamos por ahí, en mi coche. Ni siquiera he pensado adónde. Podría ir con alguna amiga, pero no quiero hablar con ellas de esto aún. Y tampoco soy capaz de enfrentarme aún a lo que podría estar pasando. Y necesito pensar. Porque no estoy enfadada con Pedro, y no sé aún qué significa eso. Él y yo hemos bromeado mucho sobre la monogamia y la poligamia y… De hecho casi siempre hablamos bromeando, y tampoco sé qué significa eso.
–Ya…
–Lo que necesito es a alguien que me haga compañía un par de días. Sin juzgarme ni juzgar a nadie, sin acribillarme a consejos, sin hablar en clave de hombres y mujeres y toda esa mierda moderna rancia de tías teñidas de rojo y tíos acomplejados… No sabes lo difícil que puede ser aislarse ahora de todo eso. O sí, no lo sé, pero ya me entiendes.
Mateo intenta centrarse;
–Vale… O sea que quieres hacer un viaje en coche. Salir pasado mañana por la mañana y volver el domingo por la noche, entiendo.
–Sí. Sé que quizá tienes planes, o no, no es asunto mío. Sólo quiero saber si querrías acompañarme. No será como en Los detectives salvajes (me refiero al libro), pero quizá sí logremos esquivar algún tópico. Por una vez.
El día que sigue: Viernes; uno nuevo y eléctrico.
Pedro intenta aguantar un poco más. La chica tiene veintitrés años. Forma parte del club dentro del club.
Está el gimnasio, su gente, el ambiente general, común, cordial. Y después está el ambiente dentro del ambiente. Tres chicas y tres chicos. Pedro es el último fichaje. Su trabajo en la máquina de abdominales debió impresionar a alguien.
Cuando el gimnasio cierra para el común de los mortales, se pone en marcha el club dentro del club. Luces más tenues y absoluta predisposición.
No es difícil intuir que Fran convenció a alguien para poder usar el local. Pedro empieza a sospechar, además, que tiene el dinero por castigo.
Es incapaz de sentirse culpable mientras folla con alguna de las chicas. Cada día una distinta. Un día, dos a la vez. Jamás había estado con dos mujeres a la vez. Mientras ambas estaban de rodillas sobándole y chupándole toda la entrepierna (ano incluido), se oyó a Fran gritar:
–¡Pedro, amigo! ¿Te has fijado o no?
Y una gran carcajada. Como si ahora todo cuadrara, como si todos ellos entendieran que en ese gimnasio, durante un par de horas después del cierre, un grupo de personas honestas y generosas dejan por fin a la naturaleza ser.
La chica mueve el culo a cuatro patas, sobre una de las máquinas, como bailando. Pedro no puede aguantar más. Se corre fuerte, gruñendo, llena la punta del condón (antes nunca gruñía follando, siempre lo piensa). Le flojean las rodillas y está a punto de perder el equilibrio.
–No te caigas, colega.
Todos van desnudos. Fran le palmea el culo. Pedro ya ha comprobado que todos son bisexuales menos él. La opinión general en el club, dicta que la bisexualidad sólo es una cuestión de ponerse. Pedro aún no ha querido, aunque ha notado algunas insinuaciones.
La rutina habitual suele constar de un largo polvo inicial, después un buen descanso, y luego vuelta a empezar.
–Los tíos no aguantáis con una tía de verdad –dice Anais, mientras se va en busca de alguien que quiera más.
–¿Cómo lo llevas, buen y noble Pedro? –susurra en confianza Fran. De pie, su polla blanda ya alcanza un tamaño considerable. Polla de carne.
El pene de Pedro, en cambio, se hace más y más pequeño una vez ha descargado. Polla de sangre.
Lecciones gratuitas de Fran que puedes aprender todos los días.
–Oye, vaquero, siempre te veo un poco callado después de cabalgar. Sabes que esto es una reunión de amigos, puedes ir y venir cuando quieras, o puedes no volver. Podemos seguir hablando de la vasta complejidad de estar vivo antes del cierre.
–Lo sé. Lo sé.
–Y puedes traer a alguien si quieres. Normalmente somos discretos, pero algunas personas vienen de vez en cuando, aunque la mayoría se asustan. Ya sabes cómo son ahí fuera las cosas de la carne.
–Las cosas de la carne… Haces que todo suene como comerse un bistec.
–Bueno… No sé si todo es como comerse un bistec, pero en lo que tiene que ver con conocer a los demás…
–Conocer, meter…, ¿todo es lo mismo, no?
–¿Me estás provocando?, ¿quieres que saque toda la artillería?… Oye, no te ofendas, pero si algo me gustaría es que tu novia acabase aquí de un modo u otro. Aunque sólo follase contigo. No sería la primera virgen que folla que acaba descubriendo que en la realidad hay gente que gusta de follar como en un video porno.
–¿Vírgenes que follan?
–¡Claro! ¿No los conoces? Están por todas partes, van por ahí avergonzados sólo con pensar en la próxima vez que se desnudarán delante de alguien. Pierden la virginidad, pero la mayoría no la pierden nunca. Follan y permanecen vírgenes, tienen hijos y siguen siendo vírgenes. Creen que han de mantener la compostura incluso follando. Vírgenes que follan, amigo. No follan mucho, pero follan. Y luego se encogen como animales asustados, pensando si a la próxima se atreverán a pedirle una mamada o un beso negro a su pareja.
–Ya… Pues creo que mi novia te sorprendería.
–Oh. Eso me gusta, eso suena pero que muy bien.
–Pues sí, creo que…
–Adelante, dime.
–Vale. Joder… Me estás tirando de la lengua.
–¿Tan evidente ha sido? Bueno, hombre, es natural que sienta curiosidad por tu inteligente damisela.
–En todo caso dudo mucho que ella quisiera venir aquí.
–Y sin embargo algo me dice que no es de las que grita y tira objetos. Monógama, puede, pero también curiosa, menos absorbida de lo habitual por la inercia cultural. ¿Me equivoco?
–Pues… no te sabría decir. –Aunque por dentro Pedro se pregunta cómo demonios se puede acertar tanto teniendo tan poco con lo que trabajar.
–Ya… –sonrisa–, creo que no me equivoco… No quiero sonar a “líder espiritual” en plan Jared Leto o lo que sea, pero se puede saber mucho de alguien sólo viendo cómo folla, buen Pedro. Incluso si también folla así con su pareja habitual. Y creo que contigo no hay mucha diferencia… Creo que tu novia conoce los mismos movimientos y arrebatos que nuestras amigas aquí presentes.
Pedro guarda silencio, pero no tiene claro que esta vez Fran acierte. De todos modos no quiere dar pie a otro monólogo sobre la carne.
–Tú crees que mi novia sigue estando en el centro de todo, ¿no?
–No lo sé; pero si tuviera que apostar, diría que como mínimo ella es muy parecida a ti, y que por eso sólo logras sacártela de la mente cuando metes con otra.
–Está bien… Por si te interesa saberlo, aciertas como en un 80%.
–Vaaaaya… Chico, no está mal, ¿no?
–…
–¿Puedo preguntarte cómo se llama esa sabia y estoy seguro que arrebatadora mujer?
Cambiando de tercio, Pedro habla en esencia de esto: Cuando todos los días son distintos (como pasa otra vez), empiezas a echar de menos la rutina.
Quizá porque no conoces en profundidad la idea de variedad. No sabes lidiar con ella. Tu mente está hecha a la monotonía. Es probable que sea una cuestión ancestral, evolutiva, aquello a lo que el cuerpo y el cerebro se han amoldado. Días repetidos. Envejecer pero pero no necesariamente crecer. Sobrevivir pero difícilmente vivir. Quizá «estar vivo» sea el término medio. Estar. Hay personas que parecen especialmente hábiles para eso. Como si supieran siempre cómo estar en calma (o casi siempre), quedando muy lejos del punto en que comienzas a perder el control, cuando aparecen los síntomas: discusiones, frustración, ansiedad… Y cosas mucho peores.
Gente tranquila por naturaleza. Personas que viven en ciudades enormes y proclives a masticarte, tragarte y cagarte en forma de viejo triste y enfermo. Pero se lo toman con calma.
Gabriel es una de esas personas.
Gabriel está acostumbrado a escuchar. Su forma de ser le convierte en un interlocutor poco habitual. Alguien que no necesita hablar de sí mismo. Forma parte de esa extraña raza de seres humanos capaces de esperar o contemporizar. Es como si aceptaran el mundo tal y como es; como si fueran lo contrario a un activista. Lo cual los convierte en algo mucho más útil que un activista. Hay quien habla y hay quien hace cosas. Gabriel es de los que actúan. De los que además no necesitan hablar de lo que hacen, porque saben que una acción tiene sentido en sí misma, existe en sí misma y tiene su propio eco: no hace falta convertirla en una lección, un mensaje o un chisme.
–E. T., el extraterrestre ha mejorado el mundo mucho más que todas las pelis de Ken Loach juntas –dice Pedro–. Ha hecho reír y emocionado a millones de personas que podían estar al borde de un ataque de ansiedad, estoy completamente convencido. Además de despertar vocaciones y haber abierto miles de mentes a la cultura.
–Uau.
–Tú me recuerdas a E.T., Gabriel.
–Vale…
–Lo digo totalmente en serio.
–Lo sé. Llevo un rato escuchando tu monólogo sobre la tranquilidad y la calma, y creo que te pasa algo. No creo que para ti hoy sea un día más.
–Tienes toda la razón.
–Y pese a que he escuchado con interés todo ese preludio…
–Voy al grano, no te preocupes. Los detectives salvajes y su mobiliario real visceralista. Un sábado distinto.
–Sandra me ha dejado un mensaje raro y se ha llevado su coche.
–¿Un mensaje raro?
–Que se iba (pero sin decir adónde), que no me preocupara (el comentario perfecto para que te preocupes), y que volvería el domingo por la noche.
–Pues sí que es raro.
–Gabriel… ¿Tú sabes algo?
–Yo soy el hombre tranquilo, ¿qué voy a saber?
–¿Donde está Mateo?
–No tengo ni idea.
–¿No debería estar por aquí?
–Podría, supongo, pero viene cuando quiere.
–¿No habláis por whatsapp?
–Apenas. Intercambiamos memes.
–Entiendo… Pero Sandra no me contesta a los mensajes, y Mateo tampoco. Diría que han apagado el móvil o algo por el estilo.
–Oh.
–Así que… no sabes nada en absoluto.
–Pedro, es muy probable que tú sepas mucho más que yo sobre todo eso.
–Ya…
–O sea, puede que no sepas dónde está Sandra, pero las cosas no pasan porque sí…
–Y… ¿me podrías decir lo que tú sabes, aunque sea evidente y no me aporte nada?
–Muy bien… Por lo que yo sé, Mateo lleva años colado por Sandra… Está claro que no de una forma activa. Y también está claro que eso ya lo sabes. Lo sabe todo el mundo, lo sabe hasta el dueño de este local.
–Ya…
–Así que, como hombre tranquilo que lo ve todo desde fuera, Pedro, lo que intuyo es que tú has debido de hacer algo. Y que después es Sandra la que ha reaccionado a lo que sea que has hecho.
–Hum.
–Si no, ¿por qué habrías de sospechar que Sandra y Mateo se han largado en coche a pasar el finde juntos?
–Ya… ¿Cuando dices juntos…?
–No he cargado la palabra de connotación alguna.
Pedro parece dispuesto a hablar;
–Es lo que yo decía… El hombre tranquilo. Por eso tú sabes qué es lo que pasa, porque escuchas.
–…
–Tienes razón. He hecho algo.
»Para empezar, no, no sabía que a Mateo le gustara Sandra. No hasta hace poco, por lo menos. Sólo pensé que la apreciaba, que la valoraba como amiga… Creo que estaba demasiado cerca para verlo.
–Me cuesta creerlo, pero si tú lo dices.
–Te aseguro que no tenía ni idea.
Lo que Gabriel piensa pero no dice: La confianza de Pedro en su físico y cómo contrasta con el de Mateo. Ceguera por levantamiento de pesas.
–No tenía ni idea, y de hecho estaba convencidísimo de que lo que había entre Sandra y yo era sólido. Creo que ni siquiera hemos discutido nunca.
–Da tu versión sin problemas, pero te recuerdo que me faltan datos.
–Lo sé. Es más fácil hacerlo que decirlo…
–…
–Y lo que he hecho ha sido ponerle los cuernos a Sandra.
–…
–Vale, lo sé, no me mires así.
–No sé cómo estoy mirando…
–Como si hubiera puesto una bomba en un Toys R’ Us.
»Ha sido con una chica joven del gimnasio. Ha pasado, ya está, no puedo tirar atrás…
–Entiéndelo, y ni siquiera bromeo: para mí es como cuando Sean Penn le puso los cuernos a Charlize Theron con la doble de Charlize Theron.
–…
–Disculpa, sé que no conozco a… la chica en cuestión. Pero no se ven mujeres como Sandra a cada vuelta de la esquina. Ni siquiera viendo la tele se ven mucho. Y no me refiero sólo al físico, que conste.
–Ya…
–Disculpa que divague, pero ¿cómo ha pasado? Me siento como si me acabaras de decir que eres un espía internacional.
–Madre mía… No sé si esto ha sido buena idea.
–Soy el hombre tranquilo, pero no como para no tener fuegos artificiales ahora mismo en la cabeza.
Se produce un silencio, quizá tenso. Pedro busca las palabras.
–Muy bien. A lo mejor la idea que te hayas hecho de mí, empeora, pero voy a intentar explicarme.
–…
–Creo que si no hubiera sido tan monógamo y exclusivo antes, todo esto no hubiera pasado. Créeme que hasta ahora, durante toda mi vida, incluso apartaba la mirada de las demás mujeres cuando he tenido pareja.
»Era monógamo de un modo casi religioso. Siempre he pensado que tenía eso controlado. Debo ver una media hora de porno al año, y cuando me masturbo casi nunca pienso en…
–O sea que un “exceso de monogamia”…
–No me estoy explicando bien. Lo que quiero decir no es que debería haberle puesto los cuernos a mis ex de vez en cuando (para aprender y así ser bueno con Sandra ahora). Lo que quiero decir es que estaba excesivamente autorreprimido, incluso de pensamiento. Y alguien me sacó a patadas de esa doctrina mental, por así decirlo.
–La chica del gimnasio te curó de tu adoración a la monogamia.
–No. Las chicas llegaron después.
–Las chicas…
–Sí… Mierda.
–No te voy a juzgar. Ya te he dicho que cuentes tu versión.
–Voy a ser el gilipollas oficial, así que de perdidos al río.
»Conste que no intento justificar nada. Sólo intento explicar lo que ha pasado. Si al final parezco un demonio treintañero que folla con jovencitas, joder pues que así sea.
»Han sido tres. Tres chicas. En el gimnasio, después de que cerraran, con otros dos tíos más. Uno de ellos me…, me invitó a quedarme un día.
»Una de las chicas comenzó a hablar conmigo, aunque yo no quería hacer nada al principio… Creo que fue por el olor. No solo por eso, pero algo se desgarró dentro de mí. El dique se rompió y me vi con unas ganas increíbles de besarla en la boca, de probar su saliva, concretamente.
»Era un chica de veinticinco años, mulata, delgada y llena de curvas a la vez. En fin. Yo nunca me había sentido como un crío frente al escaparate de una heladería, pero ese día no pude contenerme. Ni de coña. Era yo y no era yo… O sea, era yo, pero se trataba más de mi cuerpo que de mí.
–Vale. Creo que te sigo.
–¿Lo puedes entender?
–Más o menos.
–Ella… Cuando empezamos a besarnos, las otras dos parejas ya estaban follando como animales. Te lo aseguro. Me sentía como deslizándome por un puto tobogán en un parque acuático. La chica me llevaba como quería, tenía condones, me lamía el cuello… Era como si se asegurara de que yo no me iba a echar atrás. Joder, claro que no me iba a echar atrás. Estaba completamente…
–Ya…
–Estaba ido… O no ido, sino… era como si por primera vez en años no existieran ni el futuro ni el pasado.
»Había sido el chico bueno toda mi puta vida. Escuchaba a los demás hablar de sus aventuras, de sus cuernos, de los que habían puesto y les habían puesto, de sus broncas, sus roces, sus rollos en la universidad, en fiestas de fin de año en oficinas… Y te aseguro que nada de todo eso me interesaba.
»Y mientras follaba con esa mulata, Sonia, era como si entendiera por primera vez todas esas historias.
–¿Nunca habías sentido antes ninguna tentación? ¿No te habías imaginado nada con ninguna compañera de trabajo o…?
–Cuando tenía pareja, no. Sólo muy puntualmente con el porno. Porque hay algo frío en el porno, despersonalizado, que te permite ponerte cachondo y la vez olvidarte de las personas frente a la cámara.
–Entiendo.
–Seguramente el porno es el consolador de los tíos.
–Podrías tener razón.
–Ya. Probablemente Sandra me corregiría.
–Bueno, Sandra corrige a todos.
–Pero casi siempre con razón.
–Eso también.
La conversación no acaba aquí, pero el resto es redundante. Otra vez se hace tarde en Los detectives salvajes. Nadie se ha enemistado, nadie ha dejado de entender. Puede no compartirse todo, pero a veces lo más importante es entender. Nadie aquí camina derecho y libre de culpa siempre.
–Creo que se ha acabado –dice Sandra.
–…
–Sí. Se ha acabado.
–…
–Lo bueno es que creo que no van a volar platos ni… en fin. No vamos a salir en el telediario.
–…
–Eso es bueno, ¿no?
–Sí. Sin duda es bueno no salir en el telediario.
–A no ser que seas futbolista o algo así, si sales en el telediario es porque tu vida se ha acabado o se ha partido en dos.
–Sin duda.
Es por la noche. Una habitación barata en Sonora.
–Vale –murmura Sandra como para sí misma–, lo voy a decir.
–¿Cómo?
–La verdad es que mi plan al principio era follarte.
–¿Cómo?
–No solo follarte. Bueno, sí, follarte.
–¿Cómo?
–No es broma, no re rías… Pero no voy a intentarlo. Hoy sería una falta de respeto, a ti y a mí misma.
–Ya. Creo que eso no ha detenido muchas veces al sexo…
–Ya te dije que a lo mejor podíamos sortear algún tópico.
–Es verdad.
Una amplia cama de matrimonio. El contacto a dos palmos.
–Pero tampoco quiero ser una calientabraguetas ni nada por el estilo.
–Bueno, sin duda eso podría pasar.
–¿Que yo fuera una calientabraguetas?
–No. Que a mí se me calentara la bragueta.
–De lo que deduzco que aún no ha pasado.
–No. De todas forma tengo un control total sobre los actos de mi bragueta, así que no te preocupes.
–No estoy preocupada.
–Ya. De todas formas no creo que pudiese… dar la talla. Al menos hoy. Estoy demasiado petrificado.
–Lo entiendo. Yo también.
–Por no decir que aún no sé muy bien lo que pasa.
–Bueno. Yo tampoco. Aunque supongo que vuelvo a estar soltera… O desnoviada o lo que sea.
Muy cerca: el aeropuerto de Sonora. Cada cierto tiempo, atrona el aterrizaje de un avión comercial a unos seiscientos metros.
Mateo, en posición fetal, de cara la ventana;
–Sólo he viajado una vez en avión, ¿te lo puedes creer? Y eso que me encantan… ¿Cómo se llama lo contrario a tener miedo a volar?
–…
–Bueno. El caso es que sólo he viajado una vez en avión.
–Eso tiene solución.
Dos semanas después.
Pedro sigue sin tener noticias de Sandra. Tampoco de Mateo. Las tardes con Gabriel en Los detectives salvajes se han convertido en cita obligada.
No se siente particularmente molesto, tampoco preocupado. Sólo se pregunta cómo ha podido suceder. Ha sido como si su relación amorosa hubiera muerto debido a alguna clase de hipertensión arterial filosófica. Un asesino silencioso de lo que mantiene estable lo abstracto.
Había muerto mucho antes de los cuernos y su fuga animal.
No sabe nada y lo tiene todo claro. Sabe que la próxima vez que vea a Sandra, será para darse la mano y desearse buena suerte.
Ya no asiste a esas prórrogas orgiásticas del gimnasio. No eran exactamente lo suyo. Ahora le parece que atajó de forma inconsciente y estúpida para romper con Sandra.
Ahora conoce otra parte de sí mismo. Resulta que eres de carne. Civilizado sólo sobre el papel.
Hablar con Fran le sienta bien. Él sonríe, divaga, bromea, evita hablar de su posible cuelgue con una de las chicas del gimnasio. Es una de las que no se queda después del cierre. No se atreve a hablar con ella como con las demás. Pedro se ha tenido que enfrentar por fin a su yo animal, y Fran parece va a tener que aceptar que también siente y padece; sea eso algo químico, cultural o sencillamente un misterio.
La sed de exclusividad. La carne. La huerta. La civilización.
No se pueden sembrar edificios de cristal. Un sueño no florece en el asfalto.
Gabriel llega por fin y se sienta a la mesa. Un poco tarde. Se acerca el famoso atardecer.
No mucho después la mesa se queda vacía. El dueño de la Cafetería Coral le pasa un paño. Permanece un momento de pie, quieto, observando el tráfico al otro lado de la ventana. Parece sonreír. Nadie sabe lo que piensa.
Los vestuarios masculinos, ese espacio, ese olor. Enrique lo llama: el Pie. Cuando acaban las clases de gimnasia, todos de vuelta al Pie. Dentro del Pie te desnudas, te duchas, excepto los que Enrique llama: Sacos de boxeo, las víctimas habituales de bullying. Siempre hay uno o dos en cada clase, normalmente varones. La víctima de bullying –ahora una estrella mediática menor– se cambia de ropa y sale escopeteado a casa. Quizá vea un par de debates en la tele sobre su problemática. Adultos con el ceño fruncido que segregan moral pero no pueden hacer nada por él. Ahora hay pocas cosas más inútiles que una persona concienciada, un Saco de boxeo lo sabe. Una persona concienciada a voces y tuits, se sacude el sentimiento de culpa dándole vueltas al asunto, y eso en el mejor de los casos. La mayoría de veces no hay sentimiento de culpa, sólo un intento de proyectar una imagen virtuosa, construir una suerte de currículum activista. El activista de redes logra notoriedad a menudo, pero no suele ser una persona de acción. Repudia los conflictos y la violencia, y raramente se sabe lo que piensa realmente.
El activista no razona según cómo es el mundo, sino según cómo le gustaría que fuera (algo difícil de saber), ahora y en el futuro.
Enrique piensa que estos “activistas” aman la violencia. El Saco de boxeo sabe que el activista de pose funciona por modas. Ahora está centrado en la nueva sensación de las pasarelas y los photocalls: La mujer maltratada. El sufrimiento potencial o evidente de la mujer, ahora hace que un activista digital se ponga alerta como las ardillas de Pixar. No cabe en sí de gozo activista cuando surge una noticia de maltrato o asesinato. Las palabras favoritas del activista para escuchar y pronunciar, son: Violencia Machista.
Se les desencaja la mandíbula de placer.
Una auténtica mamada verbal.
Surge la noticia, se pronuncian las palabras. El activista se aferra a su móvil, tembloroso de dicha activista, y se dispone a difundir la buena nueva: “Activistas del mundo, teníamos razón, un nuevo caso lo confirma; esto es sistémico, representativo, y está completamente aceptado en nuestra cultura. Nuestra cultura lo promueve y aplaude, y está dispuesta a defender al agresor y culpar a la víctima”.
Entonces comienzan a bailar los números, la deliciosa danza de la aceptación. La química del activista comienza a actuar. Un colocón de dopamina le hace imposible despegarse del móvil. Cada comentario a favor o en contra le reafirma. Alguien famoso comparte su publicación. El activista comienza a mojar la ropa interior. Imagina cuánta gente querría conocerle, es tan sensible e interesante, y sus pensamientos son profundos, no se limitan a hablar de investigación o diálogo; utiliza palabras de calado: Patriarcado, Greta Thunberg, inclusión, violencia estructural.
Enrique ha oído hablar ya a algunos de estos activistas en el colegio. De repente no hay clase de mates (por ese lado, bien); en lugar de eso se presenta una chica y se dispone a hablar de su estrella pop favorita: La víctima de violencia de género.
Un nuevo perfil, piensa Enrique: adolescente treintañera colocada de superioridad moral y lecturas parciales (una evolución extraña de la fan llorosa de New Kids on the Block). Pero nadie le dirá que es, razonando, lo más parecido a un skinhead que ha surgido desde 1995.
La mitad del profesorado bufa, la otra mitad está encantada. La experta en contar mujeres muertas se ve como una avanzada a su tiempo. La directora del centro desaparece del salón de actos la tercera vez que oye decir «niñes».
A Enrique le gusta en parte todo esto, no lo puede negar. Está dentro y está fuera. Ha sido un poco maltratado y un poco maltratador. Su ámbito es el bullying masculino; las niñas no le interesan en ese sentido. Tiene quince años, se sabe completamente salido, mira a su alrededor, estudia el entorno. El entorno es lo único que estudia. Ha oído decir que hace mucho tiempo que no es tan fácil como ahora provocar a la gente. Cuando cierta clase de puritanismo se vuelve a poner de moda, muchas personas tienden a pasarse tres pueblos abrazando de nuevo la “fe”. Se vuelven monjas sin darse cuenta. Luego, cuando alguien se lo dice, ya se han subido a tantos burros morales que no se van a retractar fácilmente.
Es sencillo recoger cable al poco de cagarla, cuando aún resulta anecdótico. Cuando es señal de un error de juicio de largo recorrido, la cosa cambia.
A decir verdad, Enrique Manrique (Quique Tabique para sus amigos) no encaja en el perfil de adolescente sociópata o futuro psicópata. Nunca le ha atraído la idea de matar a un gato o torturar al escandaloso perro de cierta vecina (algo con lo que ha bromeado todo su barrio).
Quique Tabique tiene una extraña mirada. Asusta un poco a los compañeros, pero a atrae a parte de las compañeras.
Un violento episodio quizá ayude a entender esto.
Cuando un activista se presenta en el colegio a decir «niñes», Quique Tabique tiene un truco que siempre funciona. A la cuarta o quinta mención de la violencia que sufren las mujeres, él murmura:
–Bendita violencia.
A lo que algún adulto presente reacciona y lo saca inmediatamente del salón de actos. Todos conocen su modus operandi. A menudo el “ponente” se aferra a ese momento para advertir de la “masculinidad tóxica” ya presente en el joven Quique Tabique. El resto de alumnos permanece a la expectativa o intenta aguantar la risa.
Uno de estos días, quizá llevado por la acumulación de adrenalina, cometió su único y brutal acto de violencia física hasta la fecha. Hacía tiempo que dos compañeros habían tomado la decisión de empujarle con fuerza cada vez que se cruzaban con él por los pasillos. Todo al grito de:
–¡Cuidado con el tabique!
Cuanto más se cabreara Enrique, más gracia se suponía que tenía.
Hacía casi dos meses que esto se venía dando. Esto pasaba cada día.
Una hora después de una de las charlas activistas, saliendo todos los alumnos de la clase, los dos graciosos se acercaron por la espalda y empujaron a Enrique. Mientras se desgañitaban de risa, Enrique se levantó y les pegó en la cara con el puño cerrado, varias veces, todo lo rápido y fuerte que pudo.
Cinco minutos después había una mujer de la limpieza fregando sangre del suelo.
Nadie volvió nunca a tocar o provocar a Enrique.
Nada como un acto público de violencia, con su contexto y todo, para labrarse una cierta reputación. Y no fue la de chaval violento, sino la de chico al que nadie debía tocar las narices nunca más. El problema de la violencia es que no es un asunto sencillo, aunque la queramos simplificar en pos de eliminarla.
En el mundo de la teoría todo parece factible, todo tiene sentido, cuadra; es como si no arregláramos las cosas porque no queremos. Luego la realidad te presenta un sinfín de variables, y te enfrenta con tu yo animal. Cuanto más civilizado sea tu entorno, más bueno parecerás. La bondad es más una cuestión coyuntural que una decisión. Eres bueno porque puedes, eres fiel por carencia de tentaciones.
Controlas tu vida como controlas la distancia de frenada de tu coche. Da igual que no quieras chocar; si se han dado las circunstancias, quizá no te quede más remedio.
Violencia a tu alrededor y dentro de ti; es uno de tus potenciales quieras o no.
La violencia de repente tiene mil apellidos. Tantos como formas hay de referirse a Dios. Todo eso siembra la mente calenturienta de Enrique. El varón aún por hacer crece ante un discurso unívoco y cerrado.
Antes la violencia era solo una y había que evitarla; pero ahora hay una escala de violencias. Todo depende de quién la ejecute y quién la reciba. No importa el resultado, importan las identidades, ideas concretas, una visión reducida del mundo para poder vender que puedes reducir la violencia a cero. El mundo de la teoría y la ingeniería social, política infantil, el arrinconamiento de la ciencia. Libros color pastel, maravillosa ideología.
Enrique hace una amiga.
Es de otra clase y parece saber valorar ciertas explosiones de violencia. Marta Gunea. Una reaccionaria del presente. Se percibe antes como persona que como chica. No se relaciona con el miedo al modo ideológico, de modo que no se siente constantemente amenazada. Bufa durante las charlas activistas y una vez fue también víctima de bullying.
Cuando tenía trece años, dos niñas de su clase la martirizaban con todo tipo de perrerías. Robo de ropa en los vestuarios, pegamento en el pelo, destrozo de portátil, pintadas de “Gunea gonorrea” y, con el tiempo, patadas, puñetazos y otras lindezas cuando la pillaban a solas en clase o por los pasillos.
Entonces un día Marta se hizo con un pesticida.
Si quieres cocinar un matarratas eficaz, tienes que mezclar azúcar y chocolate con bicarbonato de sodio. Con dos adolescentes que te pegan con bolsas de manzanas para no dejar marcas, el bicarbonato no funciona. Es mejor aplicar un poco de polvito blanco insecticida en los extremos de sus bocadillos (el primer bocado). Un poquito cada día. Búscalo en Google.
Un par de días de sabor amargo y vómitos provocados, bastaron. Todo quedó entre ellas. Vosotras no me hacéis nada y yo no busco el modo de provocaros un cáncer de caballo o reventaros el sistema inmunológico.
–Tengo el bote en la mochila.
Enrique y Marta se conocieron durante un goloso acto de violencia. La violencia que atrapa al mirón. Dos chicos de un curso inferior se pelearon en el patio. Martes, imagínate. Dos chavales rojos de rabia como tomates haciendo trizas la rutina. Se peleaban por una chica mayor.
Era emocionante, gracioso y un chismorreo a la vez. La chica formaba parte del grupo que les veía darse de hostias. Jamás había dado cancha a ninguno de los dos. Corrió un rumor falso de mamada. Una chica de diecisiete chupándosela a un Chicho Terremoto cualquiera. No parecía factible en este caso en particular. Ninguno de los dos muchachos daba el perfil de adolescente que se da largos morreos con nadie, menos aún con una chica mayor. Un pelirrojo huesudo que caía mal incluso a los profesores y una bola de grasa. Se empezaba a hablar de la “gordofobia” por aquel entonces; pero si eras un zanahorio de la vida, te podían dar mucho por saco. Eso no ha cambiado. Los pelirrojos son el precio a pagar por tener pelirrojas, ¿no?
Enrique y Marta estuvieron un buen rato intercambiando chistes de gordos y pelirrojos. El humor de mal gusto compartido estrecha lazos mejor que cualquier exhibición de virtud.
El pelirrojo sangró como sólo se podía esperar de semejante pesado porculero. El gordo, por algún motivo, acabó vomitándose encima mientras dos profesoras le sujetaban. Cuando todo acabó, los mandaron al Pie a ducharse. Nadie sentía pena o arrebatos morales. Más bien predominaba una sensación de asco.
Las manchas de sangre pelirroja no salieron fácilmente; aguantaron durante semanas manteniendo vivo el recuerdo.
El comienzo de una bonita amistad.
Quique Tabique y Marta Gunea no tardaron mucho en desvirgarse mutuamente. Lo hicieron en el Pie una tarde media hora después de la clase gimnasia. Les podían haber pillado; entrenaba el equipo de baloncesto del centro y siempre había curas merodeando. En un colegio de curas nunca estás a salvo. De repente se presenta Don Gervasio y te pilla haciendo bullying al empollón de la clase, o meando en la pista de frontón porque te daba pereza llegarte hasta el lavabo. Tienes que dar un montón de explicaciones.
El Pie es un lugar tradicional al que ir para follar. El Muro de las Lamentaciones del adolescente salido. No pocas parejas ajenas al centro han acudido al Pie para quitarse picores. Por la tarde el colegio no cierra las puertas hasta tres horas después de terminadas las clases.
Enrique y Marta se quedan rondando a veces por el patio; en parte para follar una vez despejado el Pie, pero también porque no saben muy bien dónde ir juntos. Durante un tiempo su relación pareciera forzada fuera de los límites del centro.
Pronto comienzan a fantasear con algún acto de violencia.
La violencia en un colegio o instituto es un punto de inflexión. Rompe la monotonía y da que hablar durante no poco tiempo. Hiperbolizando para que quede bien claro: Los alumnos violentos son demonizados en voz alta y glorificados en secreto.
Nadie quiere que pase nada malo, pero si pasa quieren saberlo todo. No se mantendrán al margen. Unos con la excusa de poner orden, otros para “mediar”, otros para participar. Es una historia en marcha, y adoramos las historias.
Y quien no amas las historias, es un yonqui de la política. Quique Tabique dixit.
No por nada los activistas de nuevo cuño aman la violencia; concretamente la que despierte más emociones según el momento. Les ofrece la oportunidad de posicionarse (como si el hecho de no hacerlo explícitamente te colocara en el bando de los agresores), de dejar claro su discurso, una vez, y otra vez, y otra vez. Y como saben (en el fondo) que la violencia nunca cesará, saben que siempre habrá quien les escuche. El activista más tonto querrá solucionar las cosas, eliminar la “maldad”; el más listo aprovechará para sacar partido, y ya hay muchos políticos y políticas de los que aprender sobre eso.
–También es una suerte que no todos los alumnos del mundo puedan hacerse con un AK-47. ¿Qué gracia tiene eso? Es como si un karateca participara en las olimpiadas con una pistola.
–¿Nunca usarías un arma de fuego? –pregunta Marta.
–Ni siquiera usaría un arma blanca. A mí me gustan las historias, no la política. Si te gustan las historias, entiendes la violencia. Entiendes que es imposible que no haya violencia. Convivimos con ella. Alguien que ama las historias no usa armas; las armas son para los amantes de la política; ellos siempre intentan acabar con la violencia a tiros.
Algo le dice a Enrique que hay que mantenerse alejado de la gente muy politizada. Son la máxima y peor expresión de la violencia, siempre lo han sido.
Partimos de la base de que somos violentos. Una vez entiendes esto, es más probable que sepas evitar el peor tipo de violencia. Alguien que cree que puede eliminar la violencia, un día se extralimita y comienza a tirar bombas. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos.
Lo que no reconoceremos jamás, es que la violencia puede ser útil. En casos específicos, un pequeño acto de violencia corta una situación que provocaría mil veces más violencia de seguir su curso. Un pacifista convencido es el peor gestor posible de problemáticas que impliquen al ser humano.
Cualquier víctima de bullying sabe todo esto, aunque no sepa articularlo. También una mujer maltratada, o un soldado.
Enrique y Marta comienzan a localizar a las más flagrantes víctimas de bullying.
Se lo explican.
Esto es lo que vas a hacer:
Mañana, cuando te topes otra vez con tu agresor o agresores (los bullies suelen ir de dos en dos como mínimo), vas a provocar un acto de violencia. Lo más recomendable es ir a por la nariz. Puño cerrado y pegar lo más fuerte posible. Deja que se te acerquen; nosotros estaremos cerca por si se te abalanzan y la cosa se pone fea.
Sabemos que suena poco apetecible, pero puedes hacer esto o puede seguir todo igual que hasta ahora. Si haces esto, lo más probable es que el acoso y las agresiones que sufres cada día, se detengan. Puede que también te abronquen y te disciplinen, quizá te caiga algún castigo menor. Pero en el fondo todos entenderán lo que ha pasado, algunos incluso lo aplaudirán. Cuando lleguen a casa pensarán: Bien hecho, que se jodan.
Pequeños focos de violencia se comienzan a suceder en el centro. Durante un par de meses, parece que el mundo se va a acabar. No pocos adultos están desconcertados. ¿A qué se debe esta rebelión de los perdedores? De los pelirrojos, los gordos, los flacos, los empollones… El perdedor, el tontín oficial, carga el brazo derecho y le rompe la nariz al bullie. El patio cada vez tiene más restos de sangre. La generación más frágil y educada en poner la otra mejilla. La generación de las crisis reales y las inventadas, en que la identidad superficial es mucho más problemática que hace veinte años. La raza, los genitales, la clase social. La generación de cristal volviéndose resistente, respondona, conflictiva. Humana.
Los adultos le dan vueltas. ¿Qué ha sido del progreso?
–Tienen una idea imposible del progreso –dice Enrique–, eso ha sido.
Pronto, un nuevo amanecer.
De repente la violencia cesa en el colegio. A veces la violencia sí se puede reducir a cero.
–Aunque es temporal.
Enrique y Marta observan su obra. Se sientan en una esquina del patio y ven cómo el sol cae sobre estudiantes de todas las condiciones. Ahora todos tienen la oportunidad de divertirse, de tener amigos, de no esconderse. Todos tienen su historial de violencia, activa o pasiva, sus cicatrices. Todos tienen una identidad personal, totalmente ajena al identitarismo ideológico. Una identidad personal que no se refiere al color de piel, los genitales, la clase social o el cansino “auge de la ultraderecha”.
Nadie piensa en ello. Todos lo notan.
Los adultos siguen a lo suyo. Piensan que las charlas activistas han calado. La percepción social y mediática sigue a tomar por culo de la realidad.
Nadie se atreve a hacer bullying. Por el momento. Perciben la robustez de los compañeros. Todos han tomado nota.
–Pero cuando comience el curso nuevo, vendrá gente nueva.
Seguramente aparezcan nuevos focos de violencia. Es cíclico, es imposible mantener siempre la burbuja.
–Pero es mejor tener cicatrices que acabar suicidado o traumatizado, ¿no? –murmura Marta.
Enrique sonríe:
–Bendita violencia.
Inés recién salida de clase, pescado fresco intelectual. Como para sí misma:
–Yo es que no puedo con mi vida.
Inés se revisa las uñas disimuladamente. Con ella, cuatro compañeros de curso, atentos, varones.
–De verdad que quiero comprenderles, pero la ignorancia me supera.
Café para todos, solo, está de moda entre los jóvenes concienciados de Periferia.
Inés viendo irse al camarero:
–¿A quién creéis que votó en las últimas elecciones?
Nadie contesta de verdad. Sencillamente otorgan.
–Ya os lo podéis imaginar.
Inés da un sorbo.
–De verdad que no puedo comprenderles.
El mar de fondo: una reciente discusión en clase sobre la meritocracia.
–No se trata sólo de la meritocracia. No hay valores, sólo un individualismo rampante.
Los chicos asienten, circunspectos.
–Yo quiero defenderles, en serio, es la clase obrera.
Sorbo.
–Pero no puedes ayudar a quien no se quiere ayudar.
Cada vez más estudiantes en la cafetería habitual. Sonidos cotidianos, cucharillas, tazas, reivindicaciones.
–La meritocracia no existe. Pero esos palurdos no lo entienden.
Ya en casa, Inés se da una ducha. Se enjabona a conciencia cada recoveco. Exactamente trece estudiantes se masturban pensando algo así esa noche; incluidos los cuatro compañeros de la cafetería. Son catorce si contamos al camarero, que en realidad votó a los socialistas.
Algunas de las posesiones personales más preciadas de Inés:
Una gabardina negra de tafetán Ralph Lauren.
–Fue un regalo, casi no me la pongo, ¡no quiero que me la roben!”.
Un jersey de primavera de cuello alto, blanco roto, de Vero Moda.
–Me encanta, ¡y casi no me lo compro!
Una falda lápiz Rumble59, estilo años 50.
–Retro en plan bien, tía.
Camisa y pantalones blancos de corte masculino, marca JOSEPH.
–No te digo lo que me costaron. No, tía.
Jeans anchos marca MOTHER.
–¿No tenéis calor? No pienso soltar prenda.
Una blazer larga Brian Dales.
–La llevé cuando el cumple de la Irene, ¿no te acuerdas?
Un móvil Samsung Galaxy S22 Ultra.
–Que sí, que te estoy oyendo.
Un Ipad Pro con pantalla de 12’9 pulgadas.
–Me lo regaló el Dani justo antes de que cortáramos. ¡No te rías!
Gafas Ray BanNew Wayfarer Classic RB2132.
–La resaca, tía.
Un Satisfyer.
–No es para tanto, ¿no?
Un calentón. ¿Qué día es? Los padres de Dani no están.
–Un polvo con un ex es mejor que un polvo con tu novio, tía.
Dani maneja a Inés con poca delicadeza, ella le dice que no se corte. Los arrumacos de antes se han convertido en porno amateur sin cámaras.
–Yo es que no veo porno, tía, no es real.
Dani suelta un cachete poco enérgico. Inés dice: ¿Ya está?
–Dani es que antes no sabía, chica.
Dani ahora embiste en calidad de fulano pervertido.
–Paraba en medio del magreo y te comenzaba a hacer preguntas.
Dani folla dejando sin querer ángulo para la cámara.
–¿Qué haces, Dani?
Demasiado porno no te convierte en un violador…
–Ahora folla mejor. No sé por qué.
… pero hay que olvidar al equipo de rodaje.
–Ahora no es que sea la bomba, pero al menos se deja llevar.
A Dani le gusta dar a cuatro patas. Nunca lo hicieron así de novios.
–Una vez se puso a llorar después de correrse, ¿te lo puedes creer?
Ahora no tiene que demostrar nada.
–Ahora me corro siempre con él, cosa que antes….
Ahora ya no hay política cuando follan.
–Voy cuando no están sus padres. A veces quiero que nos pillen.
Fantasear con mendigos. Lo más cercano sería la hibristofilia, que es cuando quieres follar con gente peligrosa.
–Es como si te entra un ladrón en casa y le chupas la polla.
Inés se confiesa con su “mejor amiga”.
–No creas que me siento atraída por la suciedad, pero follarte a un mendigo es como…
Un vistazo a las uñas, rubor universitario.
–Es como que… imagínate a un mendigo, tía. Ya no espera nada de nadie. Bebe de las fuentes públicas y come de la calderilla que consigue por la calle. Y de repente…
Abre los brazos y los ojos, todo expresividad y dientes.
–Y de repente una universitaria te hace una mamada.
Es como si se hubiera cruzado una línea.
–¿Qué? ¿No querrías verle la cara?
Su amiga intenta cambiar de tema, pero no hay manera.
–He visto a un tío que pide limosna cerca del Starbucks. Si se quitara la barba y todo el rollo pobre, creo que hasta estaría bueno.
Inés y el mundo; el mundo no siempre está en sintonía.
–¿Por qué pones esa cara?
Una parafilia raramente huele mal cuando se cuenta.
–Vale, vale. Ya no digo nada más. Total, no lo voy a hacer.
Inés se relaciona bien con su entorno. Es su percepción.
Algunas impresiones ajenas sobre ella:
–¿Inés? ¿La chica que siempre está en la cafetería?
–Está forrada.
–Una vez casi me lío con ella, pero no le va el rollo bi, sólo el rollo político bi, no sé si me explico.
–Está buenísima, eso está claro.
–Una vez me dijo que estaba harta de follar con niños ricos.
–Creo que le pone comer mierda o algo así, ¿la coprofagia?
–¿Es de las feministas de la cafetería?
–Está siempre con esos cuatro que se la quieren tirar.
–La que colecciona “aliados”, ¿no?
–Es buena chica, un poco tarada.
–Todos se la quieren follar, hasta las lesbis se la quieren follar.
–La de los pagafantas.
–¿La chica que habla de sexualización y se sexualiza? No, no sé quién es.
–Cada vez que habla, el Dani se corre encima.
–Las bolleras la odian y a la vez se la quieren tirar.
–Un día me dio una chapa sobre lo digno que es el trabajo físico.
–Creo que su madre la tuvo a los trece años o algo así.
–Se folló al profe de Ética y lo echaron, ¿no?
–Mi madre dice que no me acerque a ella. En serio.
–El profe aquel que iba de aliado feminista se la folló.
–¿La crudivegana?
–La princesa de Periferia, sí, el resto somos todos machistas o fascistas.
–A mí me salvó la vida. No, es mentira, ja ja.
–Es la típica universitaria, ¿no?
–Como persona no, pero como muñeca hinchable sería la hostia.
–Una chica comprometida, me gusta su forma de pensar.
–Me gusta cómo viste.
–Le veo futuro en la política.
Inés se sube en una de las mesas de la cafetería. Esto sigue a su diatriba con los mendigos.
–¡Miradme! ¡Escuchadme!
A nadie le sorprende nada de lo que está pasando.
–¿Hola? ¡Escuchadme!
Está borracha (conclusión a posteriori).
–Sólo quiero decir unas palabras, ahora que se está acabando el curso.
Empieza a llorar.
–Quiero que sepáis que sois geniales, y que estoy muy a gusto aquí en…
Empieza a vomitar. Corrimiento de sillas y mesas.
El enganche al alcohol de Inés no era algo esperado. Era factible, pero no encaja exactamente con el perfil. La gente pensaba más en drogas de diseño, o directamente coca, la mejor que hubiese en el mercado.
–Tía, la primera regla para superar un problema es reconocer que se tiene un problema.
Ahora bebe aún más café que antes. Vacaciones de verano para una alcohólica.
–Creo que seré una madre alcoholizada estupenda.
Periferia arde entrado julio.
–No me mires así, tía.
Encaja a la perfección; futura madre cuarentona con sandalias de tacón de “estar por casa”, ropa interior cara y algo transparente encima, con vuelo.
Una MILF de serie de los noventa.
–Mi marido estará por ahí follando con chicas blanquitas alienadas, pero yo me buscaré a un buen negro que me taladre. Los negros son mejores en todo.
Sus padres la obligan a ir a un programa de Alcohólicos Anónimos. Organizan a los adictos por franjas de edad. Alcohólicos universitarios Anónimos.
–Está guay. No hay viejos verdes ni feministas desfasadas.
Allí hace otra “mejor amiga”.
–Es increíble, tía, no se depila desde hace cinco años.
El lugar acaba siendo el mejor sitio para pegar tragos; da igual que no lleves alcohol ni dinero.
Inés llevaba una semana sin beber una gota antes de asistir.
–No se lo digas a mis padres. Tampoco lo de los rezos.
Al final de cada día se anima a los adictos a practicar un rezo, religioso o no, dando gracias por haber superado otro día.
–Yo le rezo a Frances Farmer.
Nunca ha estado más borracha que allí.
–Puedo enseñarte a fingir sobriedad. Va sobre todo de localizar puntos de apoyo.
Comienza a follar a diario en cualquier lavabo con uno de los veteranos que lleva el programa.
–Nunca había visto una polla blanca así. Es como si estuviera recalificando mi coño.
Aprende a coser dobles fondos en los bolsillos, a esconder petacas no rígidas.
–A prueba de cacheos, tía.
Perfecciona su actitud de alcohólica funcional; nadie parece sospechar nada en las reuniones.
–¿Suena raro si digo que es el mejor verano de mi vida?
Se pasa a diario por los distintos puntos de encuentro, sociable, recta, amable. No habla de política, no comenta la actualidad, se aguanta la meada para no levantar sospechas.
–Me recuerda a cuando me saqué el carnet de conducir. Haces acto de presencia, todo es un tanto falso, artificial. Repites las consignas, fichas al modo social.
Su nueva “mejor amiga” es la proveedora principal, la prestidigitadora de la arcada. Conoce todos los tipos de prendas y petacas.
–No tiene tanto mérito, empiezo a sospechar que los tres veteranos que llevan el asunto se hartan a follar allí (sí, se folla a cambio de vista gorda). Creo que ellos también siguen bebiendo.
Las reuniones carecen de sentido desde cualquier punto de vista.
–Es como la ley seca; ahora me da más morbo beber que antes, y bebo mucho más que antes.
Aguanta así un mes y medio, a dos reuniones diarias.
El vómito la vuelve a traicionar.
–¿Te lo puedes creer? Le vomité a mi sobrina de cuatro meses encima. La pobre estaba chapoteando en la cuna.
El incidente despierta suspicacias. Su padre revuelve su habitación como lo haría un policía racista con un rapero.
–Encontró hasta los chicles de menta extra fuertes.
Adiós a las reuniones.
–No se lo digas a nadie, pero echaré de menos esa polla blanca.
Dani quedó al margen gradualmente.
–No le culpo, de veras. Lo que no le perdono es que se haya liado con esa furcia pelirroja.
Lily.
–Esa guarra con la espalda hecha polvo. No puede estar bien.
Lily, la nueva novia de Dani, tiene pechos como dirigibles y gusta de lucir escote. Inés nunca ha tenido mucho pecho.
–Y no es solo por las tetas. Esa tía vive para montar pollas de subnormales y hacer cubanas a tontos del culo. Está pensada para dar placer al gilipollas de Hermandad promedio. Una hija sana del Patriarcado.
Acabándose el verano (y las vacaciones), Inés comienza a seguir habitualmente a Dani y Lily. Luego comenta la jugada con su “mejor amiga” primigenia.
–La tía le mete la mano en el paquete cada vez que puede.
Papá y mamá buscan un nuevo centro de Alcohólicos Anónimos.
–Todo lo que tarden es todo lo que yo me bebo. Luego ya veremos una vez allí.
Se ha comenzado a sentir rara con la ausencia de Dani.
–¿Puedes creer que ande enchochada de mi ex? Sólo decirlo en voz alta me suena a confesión de un pederasta.
Papá decide reducir la paga. –Cree que así me aleja de las drogas. Papá, el mundo es enorme y variado, y está lleno de gente. Y la mitad de esa gente me quiere follar. Entonces llega el día del accidente.
Entrado septiembre, Dani y Lily se la pegan con el coche una noche. Se saltan un semáforo mientras ella le hacía una felación (él lo confesará sin el menor atisbo de vergüenza).
Lily tiene numerosas heridas, pero nada irreparable. Dani comienza a ver escaleras por todas partes. Una invasión a nivel mundial.
–Me he pasado la noche llorando. No quiere hablar con nadie.
Nadie sabe muy bien lo que ha pasado, aunque pronto se destapa la lesión de espalda. Los médicos niegan mirándose los zapatos. El pésame habitual para el tren inferior.
–Pero esa guarra como si nada. Ahora se buscará a otro tontín al que joderle la vida.
El conductor del otro coche salió milagrosamente ileso.
Para octubre, Inés ya está en otro grupo de A. A. Lleva unas dos semanas sin beber. Ve a Dani día sí día no. Uno de los médicos consultados le ha recomendado un programa de rehabilitación. La posibilidad de recuperar las piernas es ínfima, pero dicho doctor tiene sus dudas.
Inés empieza a sospechar un alto grado de patetismo en su propia vida hasta la fecha. Se entrega a cierta actitud contenida. Guarda silencios que antes no guardaba. Lee más y escucha más. Los interlocutores empiezan a jugar un papel en su vida. Se hacen presentes, de carne, son algo más que identitarismos y una réplica que ignorar.
María, su mejor amiga primigenia, dice:
–¿No te vas a beber el café?
–Casi me lo he bebido.
–¿En qué estás pensando?
–Estoy pensando en Lily la guarra.
–¿En serio? Yo de ti me olvidaría de eso.
–La tía se ha desentendido, ¿lo sabes?
–Ya, bueno, ¿y qué? No es mejor que alguien así se vaya a tomar por culo? Que haga lo que quiera.
Esa era la idea. A tomar por culo. A Inés le gustaba, olvidar ese asunto, una mala paja cubana del pasado. La tetona de tiempos mejores. Si es la clase de persona que se esfuma cuando las cosas se tuercen, es mejor olvidarse de ella.
–Pero es que ayer la vi.
–¿La viste?
–Sí…
–Dime que no hiciste nada.
Lily paseaba del brazo de un chico fitness por el centro de Periferia. Silla de ruedas nueva, vida nueva. Era una cuestión de formas. Puedes hablarlo y afrontarlo, o bloquear en redes sociales. Que tu churri de repente no pueda andar trastoca tus planes de kamasutra. Pasar de ser 100% novia a 50% cuidadora, quieras o no, pone a prueba tu relación.
Inés se puso delante de la pareja, mirando a Lily a los ojos. Se tuvieron que detener. El tipo no entendía nada. Quizá pensó que unas tetas así vienen con recargo. Lo que te dan por un lado te lo quitan por otro.
–Tú, puta.
El primer argumento de Inés.
–¿Tú quién eres?
–Eso da igual, eres una puta.
–Oye, ¿nos puedes dejar…?
–Mírame a los ojos y dime que eres una puta.
El chaval se mantenía ajeno como quien piensa: pelea de gatas, típico.
–Soy una puta. Ya está. ¿Contenta?
–Pues mira. No.
Entonces Lily atajó. Sin añadir nada más, lanzó con sorprendente agilidad su pierna derecha y pateó la entrepierna de Inés.
Una pareja de universitarios se acercó enseguida, uno atendiendo a Inés y el otro encarándose con el fulano fitness.
–¿A ti qué te pasa, eh? Voy a llamar a la policía.
–Colega, que yo no he hecho nada.
–¿Qué tú no has hecho nada? ¿Entonces quién lo ha hecho?
Imagínate a Musculitos intentando entender la coyuntura. El perfil de tío que sólo busca unas buenas tetas y un coche suave como el culo de una quinceañera cuando lo pones a doscientos cincuenta (el coche, no el culo).
Inés se incorporó y aclaró el asunto. Costó un poco convencer a los universitarios. A esas alturas Maromo fitness ya era para ellos el esclavista de dos chicas indefensas y evidentemente alienadas.
Ahí fue cuando Inés lanzó el puño derecho y le rompió la linda naricita a Lily.
–Naricita respingona y tetas grandes. Fue como reventar la guinda del pastel.
–Joder, Inés.
–Tranquila, no fue para tanto.
Inés acompañó a Lily al hospital.
–Un paquete de kleenex echado a perder en una pechugona insensible.
–¿En serio la acompañaste al hospital?
–Le tendí una celada.
La planta de rehabilitación. Lily tapándose la cara con un montón de pañuelos, y de repente tiene delante a Dani, ayudado por dos enfermeros a sentarse en su silla de ruedas.
–Rompió a llorar como una estúpida, como una villana de instituto americano.
–¿Le dijo algo a Dani?
–Le soltó el abc de la reina de los culebrones. Que si no podía soportar verle así, que si lo sentía mucho pero tenía que seguir con su vida (refiriéndose a ella misma).
–¿Y Musculitos?
–Ese estaba ya de vuelta en el gimnasio, supongo, o metiéndola en algún tubo de escape.
–¿Y la naricilla?
–Dijeron que le quedará perfecta, aunque noté ciertas reservas. De todas forma nadie le mira la nariz, ¿no?
Dani bromea a menudo, demasiado quizá, con suicidarse. Ve a un psicólogo dos veces por semana. Inés va a verle y hablan de absolutamente todo.
–La polla se me pone dura. Sólo quiero que lo sepas.
–La verdad es que no había pensado en tu polla, aunque no te lo creas.
–Es verdad, no me lo creo.
–Pero es bueno saber que aún podrás lucir la bandera que sea.
–Soy poco de banderas.
–Da igual. Ya encontraremos a alguna prostituta que se dedique a los lisiados.
–A veces no sé si estás de broma o no.
–Últimamente más que antes.
–¿Y eso?
–Paradójicamente, cuanto más seria se ha puesto la vida, menos en serio me la estoy tomando. O más bien, menos en serio me tomo a mí misma.
Dani bebe un buen trago de un zumo de naranja exprimido por mamá.
Cuando no puede más, mentalmente, suele romper a llorar. Es entonces cuando Inés intenta calmarle (imposible aún), y cuando él finge estar mejor, ella aprovecha el impasse para irse. Todos tenemos un poco de Lily, piensa.
Un café sola en una terraza. Una nueva costumbre. El tiempo cada vez pasa más rápido. Antes los días eran aventuras, ahora son viñetas. Inés se pregunta si es por su nuevo estado de sobriedad. Sospecha que no.
Se imagina el posible futuro, la foto: ella de pie, sonriente; Dani relajando los músculos de la cara, en su silla de ruedas.
No lo tiene claro. Para la Inés de hace dos años habría sido cristalino. Una mezcla de pena infinita e ideología hubiesen tomado la decisión por ella.
Ahora, por más que le pese, se está amoldando a un mundo que también es material. Debilidades, contradicciones. Egoísmo. Lo tiene Lily, lo tiene Inés; siempre lo tuvo. Lo tiene cualquier chico que haya conocido, y sobre todo cualquier adulto cuya experiencia como estudiante quede ya lejos.
Sólo que no siempre es egoísmo. A veces no lo es en absoluto. Son supervivientes. Una persona honesta se parece más a un superviviente que a un activista.
Apura el café. Un vistazo a las uñas. Se siente por primera vez persona antes que mujer. Se percata de ello. Esto caerá como una bomba, se dice.
–Yo es que no puedo con mi vida –murmura.
No lo digo para cebar el asunto, pero es una mala idea que leas esto.
Mantén a tus hijos lejos, aquí no hay ningún modelo de conducta. Dile a tu pareja que estás chateando con algún baboso de Instagram, o con alguna menor tetona y confiada. Te haría quedar mejor.
Échale ironía.
No uses el PC, oscurece la pantalla del móvil. Espera a que todos se duerman como si tuvieras quince años y quisieras ver la porno del plus.
Actúa como un pedófilo cuidadoso.
La Casa de las Carcasas.
En Periferia hay dos. Compras un móvil y lo ves demasiado desnudo. No es la gran cosa, gama media, pero es nuevo. Mejores condiciones, una pantalla mayor para las redes sociales y el porno. Un trasto que necesita su propio condón.
Cojo el tren, porque no soy de Periferia. Una horita de viaje, auriculares conectados al móvil viejo, un Samsung que narra batallitas de la mili, palmea el culo a las camareras y cuenta chistes verdes. Uno de mis mejores amigos.
Tomo decisiones tontas primermundistas. No voy a manosear el móvil nuevo hasta que no vaya protegido. Abulta mis tejanos en el bolsillo izquierdo, hoy sólo viene a mostrarse a las dependientas, a lucir tipito y marcar paquete.
Es de una marca extraña, japonesa, una recomendación de alguien que cuando no ve porno lee críticas de teléfonos y demás trastos lefados. Lefar juguetes y limpiarlos; la vida moderna.
Se empieza a mezclar todo. Pronto la tele lavará la ropa y verás Pornhub en la lavadora.
Las llamadas telefónicas están a punto de morir. Hablar con otros seres humanos es agotador, hay que reconocerlo. El móvil se inventó para causas mayores y más nobles. El objetivo final es no hablar con nadie de viva voz. La posibilidad de una isla. Quedar sólo para follar, nunca hacer el amor. Matar el pasado; ¿no va ya todo de eso?
Véase a dos dependientas que me follaría hasta sufrir un infarto cerebral. Hago como todo el mundo y no lo digo en voz alta.
He dado un paseo y he entrado en la tienda como quien tiene la agenda a reventar y una polla de 20.
Una de las dos cosas es cierta.
Pero no tiene mérito, así que hablo con educación, casi susurrando, no quiero molestar, no quiero generar conflicto, me sabe fatal que estas dos chicas tengan que pasar aquí ocho horas un sábado, no quiero ser un obstáculo, quiero ser atendido y olvidado. Todo eso intento transmitir.
Una de ellas dice:
–¿Perdona? No te he oído.
Le digo que soy un buen chico, que puedo ser agradable cuando quiero y que tengo una buena polla, que podríamos ir ahora mismo a donde sea y fornicar tanto y de una forma tan hetero que resulte ofensivo para la opinión pública. Le digo que luego puede comentarlo en Twitter si quiere, decir que tiene dudas sobre si lo que ha pasado ha sido sexo (pese a los tres orgasmos) o algo más parecido a una violación. Una vejación más del Patriarcado. Estoy dispuesto a que me ponga en la picota con tal de echar a perder la cama de un hotel cutre con ella. Humíllame para siempre, contágiame la enfermedad que quieras, miente sobre mí, méteme en la cárcel, arrasa con mi vida. Si me follas bien follado, habrá valido la pena.
Pero lo que digo es:
–Perdona. Busco una carcasa para este móvil.
Me atiende con amabilidad y premura, aunque al final se pone pesada intentando colarme no sé qué protector de pantalla.
–No, gracias, de momento lo voy a dejar así.
A lo mejor me equivoco y he rechazado lo más importante. Tengo práctica en eso.
Plena primavera en Periferia. No es que se note mucho en el centro. Algunas prendas desaparecen, eso sí. En las ciudades medianas y grandes, la primavera se nota en las mujeres. Aunque suene a cantante melódico rancio, es la pura verdad. Apenas hay cuatro putos árboles que florezcan, pero las mujeres lucen del todo distinto. Las más frioleras pasan de ser cinco capas de ropa de marca a una florecilla con ropa interior y apenas una idea sutil para cubrirse. De repente todo se vuelve tirantes y sandalias, hombros y piernas. O escotes y sonrisas, si es una ocasión especial.
Los tíos nos ponemos manga corta y fingimos madurez.
Me siento en una terraza. Toda la tarde por delante, pero ya no toda la vida. Los cuarenta son todo aquello que nunca pensaste que serías. Empiezas a comprar las moñadas sobre la edad mental: que si eres como te sientes y no la edad que tienes, que si mira a este abuelo haciendo puenting, que si mira a este otro corriendo una maratón a los setenta…
Yo creo que me paré a los veinticinco. No creo que nadie pase de ahí. La gran mayoría no son ni de lejos lo que esperaban, pero, si tienen suerte, están demasiado cansados y ocupados para pensar en ello. Cuando eres crío tienes tiempo para pensar, de modo que te pones en lo mejor, proyectas un futuro brillante. Cuando el futuro ha llegado, la salud mental (esa gran zorra, la nueva estrella mediática) consiste en no pensar.
Mi truco para no pensar consiste en moverme, caminar, husmear; o leer, ver películas y series, llenar mi mente, hablar mierda, escribir mierda, observar tan detenidamente que entro en trance. Investigo el secreto del secreto del secreto. Tanteo en la oscuridad, fantaseo con el fin del mundo, imagino una vida mejor, y luego llega otro lunes, y otro, y otro. Ya ni lo veo en clave de pesimismo u optimismo; miro a mi alrededor y observo cómo los demás intentan drogarse sin drogas.
Antes no creía en Dios pero sí en la Maldad. Ahora creo que es una incongruencia, si no hay Dios no hay Maldad. A su vez, ahora respeto mucho más a la gente que cree en Dios. Ellos al menos no creen que lo saben todo.
Ahora sólo creo en el dinero y en la bondad (siempre que no te aprieten mucho las tuercas).
La Maldad no es tal; cuando no es egoísmo es algún desajuste químico. No espero verlo de otra forma.
Ahora que tengo cuarenta, debería saber cómo de bueno o egoísta soy, aunque he fantaseado con que algo no ande bien en mi cabeza: te exime de culpa.
Periferia es un océano portuario de gente, un Fnac, comercio en general, una rambla y un presente que se vende siempre como futuro. Esto incluye viejos hartos y jóvenes difícilmente no agilipollados por el ego. Un perfil habitual ahora es el del ego a través de una teórica humildad, la hostilidad a través del pacifismo, la pasividad desde el activismo, el insulto sin palabras gruesas, la superioridad moral que tiene base en la falacia del hombre de paja. Te inventas el entorno para poder analizarlo sin frustrarte. En otras palabras: No crees en Dios pero sí en la Maldad, y así todo resulta mucho más fácil.
En el fondo me encanta estar en medio de todo esto. Aunque el café está subiendo de precio, y es prácticamente la única droga que consumo.
La única ventaja de empezar a hacerse mayor (sí, creo que estoy empezando), es que tienes más herramientas para ver las cosas como son. No quiere decir que siempre lo consigas, pero al menos te das cuenta de lo capullo que eras a los dieciocho. Eso y que si se presenta en el momento menos esperado una mujer con la que tuviste algo hace años, y de la que estuviste colado hasta sufrir un par de crisis de ansiedad, eres capaz de reaccionar como si estuvieras preparado.
¿Somos adultos, no?
Yo ya sabía que ella vive en Periferia, pero no me jodas. Nadie espera encontrar la puta aguja en el pajar. Vas al pajar a echarte la siesta, a echar el polvete con la hija del granjero. No piensas en la puta aguja, ¿me explico?
¿Cómo coño la llamo?
M. M está bien. M no quiere pasar de largo. Lo podría haber hecho, estamos en pleno centro y hay gente por todos lados, tal nivel de diversidad, colores y condiciones que un tuitero no entendería por qué no está todo el mundo peleando a cuchilladas. Casi nada encaja con la falacia social que se suele presentar en redes y medios. Incluso M podría ser una bonita dominicana, una latina de las que te topas en Instagram meneando el cucu. Pero M es más bien el perfil de chica pija urbanita de manos suaves, grandes valores y nobles intenciones. Todo en teoría, por supuesto.
Una teórica buena persona casi por obligación. Será difícil que alguna vez tenga que demostrarlo con hechos.
A M la han educado para saludar, para ayudar a las ancianitas a cruzar el paso de cebra, y con las cien frases apropiadas recurrentes para salir del paso. Amabilidad marca blanca y de blanco espíritu. Va a todas las bodas y eventos sin rechistar, se sacó la carrera (letras) sin rechistar, se ennovió con un buen chico aburrido sin rechistar, se independizó con él a un piso pequeño pero monísimo sin rechistar. Vive lo que le tocaba, sin chistar ni rechistar.
Ahora tiene treinta y dos años, y me pregunto si estará empezando a olvidar sus sueños también con esa alegría.
Por un momento imagino que pasaremos la tarde juntos, y luego la noche. Que –aunque yo soy peor persona que ella– se soltará el pelo y nos iremos a cenar y a tomar algo, con la sana intención de emborracharnos un poco y ponerle los cuernos a ese muermo pelirrojo con el que aún vive. El tío tiene pinta de pedirte perdón cada cinco minutos.
Pero esto es lo que pasa:
(Aquí un diálogo falseado para abreviar el contenido y reducir el dolor).
–¿Cómo tú por Periferia?
–Pues ya ves, dando una vuelta.
–Me gustabas mucho, pero no te decidías.
–No sé qué decirte.
–Puedes decirlo ahora.
–Ahora tampoco sé qué decirte.
–Pues se ha quedado buena tarde.
–Sí.
–No voy a decir por qué ya no te sigo en redes sociales, aunque tú aún me sigas a mí.
–Lo sé.
–Parece evidente que yo he crecido y soy una adulta respetable. ¿Cuándo lo vas a hacer tú?
–Un momento: no sabes nada de mí.
–Sí que lo sé.
–Es verdad.
–En fin. Me alegro de verte.
–Yo también. Saluda a Zanahorio.
–No se llama así.
–Pero es como una zanahoria.
–¿Eres un crío?
–No está mal visto meterse con los pelirrojos.
–¿Cómo?
–¿Cómo has acabado con ese fantasma? Parece un cadáver la mar de educado.
–¿Por qué me dices eso? Tú no eres así.
–Es verdad. Lo siento.
–Decía que me he alegrado de verte, y es verdad.
–Gracias.
–No hay de qué.
–No me tengas en cuenta lo de…
–No te preocupes.
–Adiós muy buenas.
–Chao, pescao.
Periferia es un buen lugar para pensar mucho sin pensar en realidad. Quizá de eso trata en parte la Filosofía: Jugar a pensar para no tener que pensar de verdad. Siempre me pregunto si voy al grano, o si sólo evito los temas capitales.
Creo que el reencuentro no me ha afectado tanto. Me percato de que ya apenas pensaba en ella. Durante años fue mi tema capital, ahora es algo que me provoca más bien flojera y cierta incomodidad. Volver a ver a gente que dejaste atrás es lo más parecido a hablar con un difunto. A efectos prácticos, la gente que no vuelves a ver está muerta. Y más que muerta; es muy probable que no vayas al funeral cuando espichen también en términos legales.
La cuenta, por favor. Bajo la rambla caminando y observando. Vengo a Periferia para desconectar; su bullicio debe ser horrible para vivir aquí, pero es perfecto como lugar para visitar. Es lo contrario a ir al campo. Es relajante a su manera, siempre y cuando lleves algo de pasta y no te desplume un carterista.
Me acerco a la zona del puerto. Me gusta ver llegar a los transatlánticos, enormes, como anunciando siempre algún cataclismo, o un desastre del que se han librado por los pelos.
Si la naturaleza tuviera sólo una pizca de orgullo, no existirían los transatlánticos. Son como una forma de sacar pecho que tiene el ser humano, igual que los aviones comerciales o el ateísmo.
Me dirijo a la cafetería más cercana al agua salada. Un lugar de guiris con precios inflados para guiris. Casi tres euros el café con leche. Me siento estupendo. Está atardeciendo y me ceden una mesa de milagro. No les gusta ver a alguien solo y moreno que entiende el idioma; quieren a cinco europeos sonrosados a los que poder servir basura a modo de paella. Se gastarán lo que sea, están de vacaciones; como turista eres el escalafón más bajo de la condición humana. No quieres pelear, no quieres pensar, no quieres ni poner el piloto automático. Estás descansando de vivir, y vivir es jodidamente agotador. Te comerás un arroz amarillo carcelario con una sonrisa. Estáfame, humíllame, engáñame, no me pienso defender, estoy hasta las pelotas de eso.
El café tampoco es muy bueno que digamos. Estoy rodeado de personas que descansan de su dignidad. Puede que no sea el mejor modo de hacer las cosas, pero nunca veo a nadie tan feliz como en esas circunstancias.
Veo el atardecer, el sol bajando entre edificios y embarcaciones de ricachones. El atardecer del malvado capitalismo. Lo odiamos y lo amamos (el capitalismo), pero nadie reconoce lo segundo (vamos a ver, aquí somos todos de izquierdas ¿no?). Lo que me recuerda que quiero pasar por el Fnac. Pago el café y me pongo en modo paseo. Pensar demasiado para no pensar bien. Me cruzo, estoy seguro, con no pocos anticapitalistas autodeclarados; varios de ellos van en la misma dirección que yo. Algunos deben fantasear con abandonar sus pocas comodidades e irse a vivir al campo. No hay nada más anticapitalista que el campo. Algunos animales te arrancarían los huevos de cuajo sin importarles si recurres o no a la sanidad privada. En el campo no hay patrón ni banquero, nada que tenga el precio debajo, ni una sola factura. Es la última pantalla del romanticismo. Pero el monstruo final eres tú. Acostumbrado a mesas, manteles, platos, ordenadores, móviles, películas y rico petróleo, acabas siendo un anticapitalista un poco raro. Al final no te vas al campo, igual que un tiburón no te hace la declaración de la renta, ni el bosque te arropa con calidez una noche de tormenta. Ni siquiera te vas a un país abiertamente comunista, qué coño te vas a ir al campo.
¿Se nota la diferencia entre tener veinte años y tener cuarenta? Nadie dijo que ser de izquierdas fuese fácil, sólo dijeron que era lo correcto.
La rambla siempre está llena de gente. No pocas veces topas con el hombro de alguien. No importa. Alguien va disfrazado de plátano. No importa. Un yonqui te dice que si tienes. No importa. Unas putas que si vienes. Mejor no. Un mendigo te eructa la borrachera en la cara. Cruzas entre unas cincuenta terrazas, locales de alquileres por las nubes. Un edificio histórico, otra vez La Casa de las Carcasas, una familia con siete críos, veinte familias alemanas engullendo engrudo paellero. Sangría aguada para todos. Alguien se tira un pedo. Te cruzas con mil chicas que te follarías. Universitarios extranjeros se graban para Instragram, alguien se hace un selfie cada diez pasos. Diversidad de bondades y delincuencias. Mujeres escandinavas de ojos azules familiarizadas con el hielo y la estulticia. Latinas sonrientes que prometen aguas cristalinas, polvos descomunales y palmeras de poster de oficina. Chicos confusos por doquier, hombres perdidos como nunca. Erasmus poniendo cuernos de safari en África. Adolescentes que lloran, bebés que berrean. Una fuente histórica que aún funciona. Un clima inmejorable y una contaminación que prospera adecuadamente.
Todo me gusta o interesa, y a la vez nada me importa. Tengo la vista puesta en un objetivo. ¿Paliar el sufrimiento de algún sintecho?, ¿adoptar al perrito abandonado que me acabo de cruzar?, ¿decirle a ciertos muchachos que dejen de patear las papeleras?
NO. Algo mucho más noble que todo eso.
Voy a comprar libros.
Hay tan pocos lectores fuera del bestseller veraniego, que casi no se habla de los adictos a la lectura. Me da igual que exista el lector digital; personalmente arrasaría con el último bosque de la Tierra con tal de seguir teniendo libros. Si el oxígeno empeora y el ser humano empieza a tener dudas, apilaré todos mis libros y haré la croqueta sobre ellos. Luego quizá me ahorque a lo Foster Wallace, o puede que me corte las venas como una gran diva de Hollywood.
El Fnac me la pone dura, a veces casi literalmente. La parte tecnológica me la suda, se la dejo a los yonquis de la actualidad. Me voy directamente a esnifar papel. Me reúno con los hipsters de nuevo cuño, pipiolos graves y sonrientes que buscan libros de autoayuda disfrazados de ideología (o viceversa). Carne de target.
Lo que menos me interesa son las novedades, y me fijo poco en esos tomos carísimos pensados para fiestas de cumpleaños y fechas señaladas.
Un adicto mira el precio. Un adicto no lee más rápido que nadie, pero lee todos los días. Un adicto siempre tiene tiempo para leer; una magia negra que quienes están siempre en el gimnasio, dejando la serie de moda a medias, o aprendiéndose la vida de las cincuenta parejas de famosos más cotizadas, son incapaces de entender. ¿De dónde sacamos el tiempo para leer? Leer exige tanto tiempo…, es increíble, es imposible encajar semejante cosa en la agenda.
Un adicto no lee para culturizarse; da igual que esté leyendo todos los clásicos rusos o releyendo La divina comedia. No lees para culturizarte, tampoco para ser un modelo de conducta, no lees para mejorar nada ni para empeorarlo, ni tampoco para que siga igual.
Los más enfermos calculan cuántos libros podrán leer hasta que se mueran. Yo no soy uno de ellos.
Para mí las librerías son el sustituto de los videoclubs, cuando me pasaba una hora entre los pasillos esperando a que alguien devolviera la peli de turno. En la librería es diferente, es mejor. No se trata sólo del libro, sino de todo el ritual; trasteas, te fijas en las ediciones de los clásicos que no has leído, buscas alguno de los veinte libros que siempre tienes en mente y nunca ves por ningún lado.
No se trata de que sea un placer sano y sencillo. Te enganchas a lo que te enganchas. Si hubiera sido la heroína no me sentiría más culpable. El lector y el yonqui buscan exactamente lo mismo; y no se trata sólo de «desconectar». El placer auténtico, si te atreves a explorarlo, a profundizar en ello, es mucho más complejo. Creo que hay gente que simplemente no quiere engancharse. A nada. Ni bueno ni malo, ni sano ni nocivo. Hay algo en ello, en ir al fondo de lo que sea, que asocian con la ansiedad, con la dependencia y el desequilibrio personal. Usan la postura del misionero para todo. Prefieren mantener una irónica o cínica distancia con todo. Yo no soy una de esas personas. Ni siquiera me parece humano ser así.
La librería probablemente sea el principal punto de reunión de solitarios. Más allá del hipster promedio, encontrarás chicas tímidas y tíos con el pelo mal cortado de todas las edades.
Luego está la gente que busca lecturas académicas, parlanchines que dan la brasa al dependiente, que no toleran cinco segundos de silencio, y que sólo están allí por pura obligación. También hay personas que en una librería se sienten como yo en un Zara. Desubicados, mirando el móvil, esperando. Suele ser el típico chaval que espera a que su cita se decida. El que antes la esperó en la tienda de ropa, y antes a la salida de la universidad. El típico chaval que espera echar un polvo.
Yo sonrío como un bobo subiendo en las escaleras mecánicas. Es como una cita con tu camello, tu camello de confianza, el tío al que le da igual si estás destruyendo tu vida con el vicio: esa persona que sabes que no te fallará.
Al principio cuesta centrar la vista; todos esos lomos, toda esa variedad, ni siquiera ves los cartelitos que separan por género e intereses. Un dulce aturdimiento.
Luego empiezas a ubicarte, decidiendo cuánto te vas a gastar. Cuanto menos quieres gastar, más títulos “imprescindibles” localizas. Un adicto está atento a las ediciones de bolsillo, un adicto no compra un objeto bonito, aunque se fije en las portadas; un adicto quiere una buena traducción, no tanto una edición bonita como fiable. Un adicto no piensa en clave de regalo o autorregalo, porque de verdad se va a leer el libro.
A un adicto, las estanterías de casa le imploran orden, piedad, cordura.
No quiere decir que no haya nuevas clases de adictos… Compradores de funkos y lectores de sagas interminables, cuya habitación parece un tetris bien jugado de colores suaves como la habitación del bebé no-nato de unos treintañeros.
Estos nuevos adictos, youtubers, influencers, chicos “deconstruidos” y chicas listas y –no me quiero repetir, pero es así–: follables a más no poder, suelen ser más ruidosos y “comunicativos”.
En justicia, han sido los primeros en mucho tiempo en presentar la lectura como algo que no sea un ratón de biblioteca encorvado sobre un volumen decimonónico mientras una araña teje su tela entre las fases de su vida.
Un adicto es amable con los demás adictos. Siempre hay una cierta distancia, pero nunca crispación ni beligerancia de ningún tipo.
Una chica muy bajita y encantadora (y lo otro) me pide por favor que le baje de las alturas un volumen de Tolstoi:
–El que tiene el golpe no, por favor, el otro.
Lo hago como un mayordomo inglés. Espero un momento, por si quiere devolverlo a su sitio. Ella dice:
–Gracias.
Y se va a leer Guerra y paz.
Cuando llevo casi media hora dando vueltas, decido que tengo que pillar algo. Un par de buenas ediciones de bolsillo. Acabo decidiéndome por un Bolaño y un Murakami. Me estoy convirtiendo en un lector de costumbres fijas. Llegada cierta época, leo a ciertos autores. Leeré todo lo que escriba Murakami, me genera apego y ternura. Leeré todo lo que se ha publicado de Bolaño, y luego lo releeré hasta que me muera. Primavera.
Quizá esto no era como si te pillan viendo la porno del plus, pero después de pagar y salir con mi bolsa y los dos libros, me vuelvo a cruzar con la chica bajita. Me pide un cigarrillo y yo encantado de dárselo. No tengo ni idea de qué edad tiene. Temas capitales. Podría ser menor perfectamente, aun con todas las curvas, el pecho prominente y la intención en la mirada. Fumamos y charlamos juntos (de Tolstoi) durante unos minutos, viendo pasar a todo el mundo; capitalistas y “anticapitalistas”, mendigos, mujeres primaverales, otra vez el tipo disfrazado de plátano (esta vez acompañado de una piña y un cactus), extranjeros sonrosados, erasmus variados y el resto de fauna de Periferia.
Por un momento me pregunto si la chica quiere hacer algo más que fumar. Parece a punto de proponer algo. Yo soy todo predisposición y oídos. Apenas digo nada. Espero a que encauce la conversación hacia algún plan que nos incluya a ambos. ¿Unas cervezas en su antro favorito? ¿Un inesperado plan para ir al cine? ¿Un intercambio de chistes guarros tomando un café nocturno?
Tras un largo y prometedor diálogo no verbal, ella dice:
–La verdad es que he quedado aquí con mi novio. Lo siento.
Quedar en el Fnac, menudo topicazo.
Observa mi sonrisa de circunstancias, comprensivo, tranquilo, derrotado. Puedes ponerte MUY cachondo en apenas cinco minutos.
Nos despedimos (sin besos ni contacto alguno) y me dirijo a coger el tren. Ya he tenido suficiente de Periferia por hoy.
Bajo las escaleras hasta el andén que me toca. El carnet de conducir muerto de risa en mi cartera (odio los putos coches), dos libros más en una bolsa, temas capitales en mi cabeza. Una hora de trayecto de vuelta a casa, tiempo de sobras para pensar cómo no pensar, para filosofarme encima cual borracho que se llena de vómito. Y cuanto más lejos estoy de Tolstoi y de ella, más fuerte susurro:
–Me la hubiera follado, me la hubiera follado, me la hubiera follado…
–El pasado es como arcilla en un torno. La historia de los vencedores.
El abuelo se suena la nariz estentóreamente.
–Yo sólo os aviso.
El porche de la granja. Limonada y batallitas. Dos nietas de orejitas sedosas y sonrosadas, atentas. El aire aún es respirable, incluso gratis. El futuro es una predicción sucia y sencilla.
–En la ficción lo importante es el desarrollo. En la vida, el resultado. Vuestra madre dice lo contrario. Puede que vuestro padre esté muerto por haberla creído.
El abuelo J carraspea sus sesenta años de tabaco.
–El problema es la ficción involuntaria.
Un cigarrillo, por qué no.
–¿Me lo enciendes, bonita?
A las niñas les gustan las cerillas. Vestigios exóticos del pasado.
–Vosotras no me hagáis mucho caso. Esto de hablar de otros tiempos es como el teléfono escacharrado.
–Abuelo, empieza ya, te enrollas como una persiana.
Al abuelo le gusta chinchar.
El presente está sediento de información. El viejo problema de los libros y el fuego; por no hablar del nuevo, con las extintas viejas nuevas tecnologías. El Relato ya apenas deja paso a la complicadísima y poliédrica Verdad.
–La historia de la humanidad es como un interrogatorio policial. Yo os puedo dar la versión de la versión de una versión.
Está llegando la primavera, quizá la última antes del invierno nuclear. La guinda.
–No digáis que os lo he dicho, pero yo creo que la humanidad se ha vuelto completamente asperger.
La limonada cada vez sabe menos a limonada y más a consecuencias.
–Hombres de paja exprimidos. ¿Sabéis lo que es la falacia del hombre de paja? ¿Sabéis por qué vuestra madre es tan mala? Porque os pega, por las noches destroza los cultivos y a mí me ha intentado envenenar con la sopa un montón de veces.
–¡Pero mamá no ha hecho nada de eso!
–Pues ya sabéis cómo se hace un hombre de paja. Vosotras sabéis que mamá no es así, pero los vecinos no. Yo podría ir y contarle todo eso a los vecinos. Seguro que estarían sedientos de creerme.
–¿Pero quién haría eso?
–Un montón de gente, niña. Es el deporte político y social favorito, fabricar villanos.
–Hala.
–Hay gente que ha ganando mucho dinero así. El mundo es demasiado complicado, las personas quieren explicaciones sencillas, y nunca ha habido nada más sencillo que creer en el Mal.
En los cuentos intactos se habla de un cielo azul y pájaros que no yacen panza arriba en el suelo. Antes volaban, ahora se barren, se recogen, se abren y se estudian.
–No me estoy explicando bien, ¿qué me habíais preguntado?
Las niñas hablan a la vez, ruido de primero y segundo de primaria.
Al abuelo le gusta hablar sin su hija presente.
–Hablar mierda, dice vuestra madre.
–Ella no dice mierda.
–Ella ya lo ha dicho todo, cariño. Mierda es lo más suave.
El sol de la tarde lo intenta entre las nubes. Nubes como eufemismo.
–Os hablaré de los noventa. Desde 1990 hasta el 2000. ¿Era eso, no? El final del milenio pasado.
–¡Los dinosaurios!
–No, niña. Ellos no jugaban a las tragaperras.
»Por aquellos años muchas personas se conformaban con su propio color de pelo. Llevaban ropas de cuero que les duraban toda la vida. Las ratas corrían libres por las calles a todas horas. Las ratas eran como animales de la basura.
–Hala.
–La gente tenía muchos animales en casa. Sobre todo gatos. A los gatos no hacía falta sacarlos a pasear. En Internet, la red que se usaba en pantallas, se publicaban millones de fotos de gatos todos los días, eran como… los avatares de la gente. Tú eras tu gato.
»Tenían pájaros en jaulas y peces en vitrinas; tanto tiempo que luego se morían si los dejabas libres. A los perros los regalaban dentro de cajas en los cumpleaños. Cuando llegaba agosto los abandonaban en carreteras.
–¡Y se morían!
–Algunos sí, sobre todo atropellados, otros se convertían en perros vagabundos. Solían atacar a las mujeres cuando llegaban a alguna ciudad. Las destripaban. Creo que era por el olor, y porque a muchos se los educaba para eso. Era como una broma, la gente se reía cuando veía a un perro correr tras alguna chica en tacones. Los tacones eran parte de la broma, creo.
»Había edificios muy altos. Los pájaros no volaban tan alto, sólo algunos aviones. En la última planta había hombres que charlaban sentados en butacas de vinilo. Hombres multimillonarios. Les bastaba con una llamada al día para seguir siendo ricos. A veces también estaban en su yate; el yate era un barco de recreo. Por aquel entonces los vendían incluyendo cinco chicas en biquini con las que podías hacer lo que quisieras.
–Hala. ¿Tres niñas?
–Tres chicas de unos veinte años. Ahora que lo pienso, sí, eran niñas.
–¿Para qué las querían?
–Bueno, cariño, principalmente para follar. Por aquel entonces las personas follaban por tooodos lados, en todas las esquinas, como animales. Cada día había violaciones a plena luz del día. A los hombres no les gustaba follar en interiores, querían exhibir su masculinidad, y no les importaba si las mujeres querían follar o no.
»Por las noches los servicios municipales recogían montones de mujeres muertas de las calles. Había tíos que ni siquiera follaban con ellas, preferían golpearlas sin más. Los había muy brutos, las despedazaban con machetes, con paciencia. Nadie sabía de ninguna mujer que no hubiese sido violada decenas de veces.
–¿Qué es follar, abuelo?
–Oh. Ya lo sabrás. O quizá no, pero no me interrumpáis, vuestra madre no tardará en volver.
Un silencio corto. Sábado. Una versión metálica del atardecer.
»Cualquier hombre que ganara más dinero del estrictamente necesario para comer, vestirse y tener un techo, se volvía loco. Comenzaba a comprar hasta anularse a sí mismo. Compraban casas dentro de las cuales cabían otras casas. Casas dentro de las cuales cabían pueblos. Luego llenaban esos pueblos interiores de gente sólo para no sentirse solos; les pagaban para que no salieran del pueblo. Después les encomendaban tareas, fabricar algo, construir algo. Con el tiempo había cada vez más mujeres empleadas, hasta que al final sólo hubo mujeres. A las mujeres se les pagaba menos que a los hombres por la misma tarea, de modo que el hombre rico loco se hacía aún más rico, y más loco.
»Cualquier hombre ganaba mucho dinero de un modo u otro; pronto se hacían millonarios y se instalaban en la cumbre de los rascacielos.
–¡A fumar puros!
–A fumar puros, niña. Y a ver venir la guerra. Siempre hay una guerra a la vista. Al hombre le encanta provocar guerras, y sobre todo ir a la guerra. A los hombres de entonces, al menos, a vuestro padre no le gustaba tanto…
–¡Yo quiero follar!
El abuelo J se enciende un puro.
–¡Eso es un puro! ¡Eres millonario!
Risitas de ardilla.
–Sois unas golfillas sin futuro, eso es lo que sois.
–¡Y tú un violador!
Más risitas de ardilla.
–Un violador millonario, eso soy ¿no? ¿Queréis que os hable más de los noventa? ¿De la muerte de las hombreras, a no ser que fueras mujer y tuvieras sesenta años? O la muerte de la música, decían algunos. Aunque no me fío mucho de todo eso, los cálculos se han vuelto perezosos. ¿Sabéis que por aquellos tiempos la gente apenas sonreía? Sonreían para las fotos, en la tele, en eso de Internet. Pero no sonreían en su vida. Debía ser por la violencia imperante, toda esa rabia. Todos los hombres matando mujeres todos los días. Rutina. Mujeres matando niños. Niños matándose entre sí. Estaba normalizado, aceptado, se grababa, se reían con ello; había una fervorosa cultura de la violencia y la violación. Se intercambiaban pornografía de todo tipo, infantil, con animales, videos de torturas a animales, a niñas. Y hablo de la gente más civilizada.
»Los domingos de barbacoa se asaba a menudo un bebé racializado vivo. Al parecer la carne humana es más dulce y sabrosa que la de las vacas o los ciervos, que eran la dieta habitual. Cogían a un bebé rollizo negrito, lo untaban con…
–¡¡No!!
–Vale, demasiado truculento, entendido. Tampoco estoy muy seguro de esa parte… Pero se comía carne de todo tipo, de hecho sólo se comía carne, casi cruda, la gente no se fiaba de las verduras, y apenas un poco de las frutas. Creo que comían manzanas rojas, quizá les recordaban a la sangre. Era algo bíblico.
–¿Abuelo, las casas con animales olían mal?
–¿Ahora piensas en eso?
–Sí.
–Ya. Pues sí, bonita, ese tipo de amor olía a cuadra, a heces y a ese hedor insoportable a pienso industrial, entonces hecho con carne de animales y mujeres.
–¿Por eso abandonaban a los perritos?
–Creo que no. Creo que los abandonaban por lo que significaba el perro. Quieres un perrito y luego resulta que está vivo. Por aquellos tiempos no se tenía una noción clara de lo que es estar vivo. Interesaba más la muerte, sobre todo la de los demás.
»Hacían algo que llamaban películas. Las grababan. Como una novela pero con actores, gente de verdad. Eran películas en las que se mataba y violaba a mujeres, todo real. Se promovía el rol de cada cual según sus rasgos identitarios. Si eras hombre, rascacielos y puro; si eras mujer, cuerpo y trabajos forzados al servicio del hombre; si eras una persona racializada, lo mismo que la mujer y otras humillaciones largas de contar. Las personas homosexuales o transexuales eran víctimas de muchas perrerías también. Una de ellas era trabajar forzosamente en programas de la tele que llamaban “del corazón”, donde se comerciaba con la vida de personajes públicos: una vejación capitalista de lo más cruel.
»También estaban los videojuegos. Jugabas con personajes irreales hechos por ordenador. Los niños que aún no tenían fuerza para violar o matar a una mujer, podían hacerlo en un videojuego. Cuanto más violabas y matabas, más puntos ganabas. Así se divertían. Los juegos venían con libritos que hablaban de la violencia y sus buenos resultados para el desahogo masculino.
–¿Las niñas con qué jugaban?
–Las niñas no jugaban, hacían tareas en casa y muy pronto eran violadas por algún vecino o familiar. Se tragaban todo su dolor. Si llegaban vivas a los treinta años ya era todo un logro. Hacían muchas tareas típicamente femeninas. Construir casas, recoger la basura, echar alquitrán en las carreteras, cavar fosas para las mujeres asesinadas… por no hablar de las tareas del hogar; cuidaban de sus hijos, cocinaban, limpiaban, lavaban, y algunas eran enfermeras en la guerra del momento, cosiendo heridas para que el soldado de turno pudiera seguir siendo un héroe.
–¡Yo quiero ir a la guerra!
–Creo que no te va a dar tiempo, cariño.
–¿Por qué?
–Tu madre no me deja hablar de eso. ¿Queréis saber más o no? Eran tiempos oscuros, pero eran interesantes. Luego hemos mejorado tanto que ahora no hay forma de arreglarlo.
Las niñas miran fíjamente.
–Os comprendo. Yo tampoco sé lo que ha pasado.
Anochece en la granja del abuelo. A esta hora se siente más viudo que a cualquier otra. Le gusta estar con las niñas. Su curiosidad, sus dudas, incluso el dolor de cabeza asegurado.
–¿Sabéis cómo conocí a la abuela?
–¡No!
–¿Queréis saberlo?
Las crías asienten y se agitan.
–La abuela trabajaba en la recepción de un hotel. Yo me hospedé un tiempo allí. Viajaba mucho, era vendedor para una marca de jabones, champús, geles…
–¿Vendías duchas?
–No. Vendía un champú especial que no picaba en los ojos. Picaba como el demonio, os lo puedo asegurar.
–¿La abuela te compró champú?
–La verdad es que no. Creo que a ella la parecía un tipo un tanto raro. Quizá aún se hacía algo extraño ver a un tío con un trabajo aburrido y normal, una labor que antes hubiera desempeñado una mujer. Era como si yo también estuviera al servicio de los ricos que fumaban puros, ¿entendéis?
–¿Tú no eras rico?
–No, cariño, mi generación conoció ya a muy pocos hombres ricos. Yo mismo no he conocido a ninguno en persona.
–¿A ninguno?
–Ninguno que yo sepa. Sé que los había, que los hay; quizá en los puertos sea más fácil verlos en sus yates. Un rico tiene un aspecto completamente corriente, al menos si es un rico inteligente.
–¿Hay alguno que no fume puros?
–Quizá lo haya.
–O a lo mejor no fuman.
–Pero vamos a ver, ¿no queréis saber cómo conocí a la abuela? Ya que os habéis cansado de los noventa.
–¡Sí!
–Pues escuchad… Era la chica más guapa del hotel. Tenía una sonrisa para todo el mundo; sonreía con todo el cuerpo, sobre todo con los ojos. No os fiéis de nadie que no sonría con los ojos.
»A mí me gustaba mucho, así que la invité a salir.
–¿La “invitaste a salir”? ¿A salir de dónde?
–No, entonces lo llamábamos así: “invitar a salir”. Quería decir: ir al cine los dos juntos, o a pasear. Yo siempre las invitaba a tomar un café.
–¿A quiénes?
–A las chicas, a las mujeres. Cuando una me gustaba mucho y no se me iba de la cabeza, la invitaba a tomar un café. Donde fuera, en algún lugar que no la desviara de su ruta, y sin trastocar demasiado sus horarios.
–¿Fuisteis juntos a tomar un café? ¿Abrazados? ¿Bebíais del mismo café?
–Cariño… Fuimos a una terraza. Cada uno se sentó en una silla distinta junto a una mesita. Pedimos cada uno un café. Y así yo tenía una excusa para hablar con ella, para que ella me conociera un poco, pero sobre todo para conocerla un poco yo a ella.
–Entonces fuisteis andando un poco separados pero en la misma dirección hasta una terraza a beber dos cafés. ¿No?
–Sí…
–¿Y qué dijo la abuela?
–No recuerdo qué dijo exactamente al principio, ni qué dije yo. Recuerdo su cara, que me sonreía. Yo no quería que se fuera demasiado pronto.
–¿Qué le dijiste?
–No sabía qué decirle, así que le dije que me gustaba, sin más.
–¿Le dijiste que te gustaba porque no sabías qué decirle?
–No, le dije que me gustaba porque me gustaba.
–Entonces sí sabías qué decirle.
–Niña…, ¿qué os enseñan en el colegio? Voy a tener que hablar con tu madre y…
–Nos enseñan Civismo, Números con perspectiva de género, Gramática constructiva, Gimnasia no violenta, Competición anticompetitiva…
–Vale, vale, ya está… La abuela. ¿Os hablo de la abuela o no? Ah, por cierto, ¿y la educación sexual?
–Tenemos la asignatura de Contacto, rezo laico feminista y las cinco etapas del consentimiento verbalizado.
–Ajá… ya. Entonces… ¿queréis oír algo increíble?
Noche cerrada, silencio total en torno a la granja, el abuelo saca otro puro.
–¿Sabéis qué? No os lo voy a contar.
–¡Sí, por favor, abuelo!
–No, no os lo voy a contar, sois criaturas literales, estáis muy verdes. No entendéis la distancia abismal que hay entre lo que os enseñan y la realidad.
–¡Sí que lo entendemos!
–¿Seguro? Yo creo que no.
–¡¡Sí, por favor!!
–Vaaaale. Vale. Está bien. ¿Queréis encenderme el puro?
–¡Sí! Ahora me toca a mí.
–Dios bendito. Una cerilla va a ser lo más emocionante y humano que veáis en vuestra vida. Quizá lo sería de todos modos.
–Cuenta qué pasó con la abuela.
–La abuela se troncharía de risa si me viera aquí contándoos historias de terror. Así lo diría ella; era la persona más descreída que he conocido. Se metió en más de un lío por ello, o al menos en discusiones, algunas cercanas a la agresión física.
–¿La abuela era violenta? Pero si era m…
–La abuela no era violenta, niña, todo lo contrario. Era cariñosa e inteligentísima. Sencillamente no le interesaba la política, no al menos como al resto. Ella observaba y sacaba sus propias conclusiones.
–Nosotras tenemos una asignatura de Observación y análisis.
–Ya. No me hagas hablar de eso, cariño… Céntrate en la abuela. Escuchad. En aquella primera cita yo quería ser el hombre perfecto. Todo lo que yo decía era cristalino, era el ser recto y literal que se esperaba de mí: todo ideas blancas, no podías parecer de carne. Ninguna ironía, ningún chiste, ningún doble sentido, y por supuesto nada de humor negro, eso estaba doblemente mal visto.
–¿Qué es el humor negro?
–Suele ser cuando la gente se ríe con sinceridad, cariño.
–¿No es racista decir humor negro?
–En realidad nadie hablaba ya de humor negro. Decían “chistefacha”. Si eras un poco ácido te llamaban chistefacho. Se consideraba que el humor era algo que sucedía, no algo que pudieras forzar. Si te caías de una forma graciosa y no te hacías daño, podía considerarse divertido. O si se te caía algo al suelo y no se rompía. En general los errores sin consecuencias a veces se consideraban humor. ¿No tenéis alguna asignatura sobre eso?
–No lo sé. ¿Aritmética emocional?
–O sea que no. Pues eso; yo estaba siendo el tío que se esperaba que fuera. Y cuando llevábamos quince minutos de conversación vacía, ella va y dice:
–Disculpa. Una cosa. ¿Tú eres así?
–¿Así? ¿Así cómo?
–No lo sé.
–No te comprendo.
–Ya. Vale. Te lo voy a decir, creo que yo puedo.
–¿Cómo?
–Creo que no eres así. Tengo veinticinco años y aún no he conocido a ningún tío que no se esté cagando encima.
–¿Se cagaban encima delante de ti?
»Por aquel entonces yo aún era el epítome de lo académico. Tan literal que no distinguía un pedo de una metáfora.
–No. Quiero decir que no sé qué demonios os pasa a los tíos. ¿No tenéis termino medio?
–¿Termino medio? ¿Entre qué y qué?
–Ya veis que la cita empezó siendo desastrosa. Era una mujer tratando con un extraterrestre postuniversitario. Yo tenía la misma edad que ella, pero ella parecía una persona de verdad. Para mí eso era completamente prohibitivo. Sólo con ver a alguien comerse un cucurucho con fruición ya me sentía violento. Detalles así me parecían resquicios del Patriarcado, del Capitalismo. Si algo era muy espontáneo u orgánico, me sentía desubicado.
–¿Qué es un cucurucho?
–El caso… es que ella tomó las riendas. Era un helado, una bola de helado, cariño.
–¿Por qué lloras, abuelo?
–Por nada. Nada…
El abuelo batalla con un pañuelo de tela y sus lágrimas, azorado ante la expectativa de las niñas.
–Bueno. ¿Queréis saber cómo acabamos follando?
–¿Pero qué es follar, abuelo?
–¿Cómo lo llamáis ahora? ¿Ayuntamiento carnal? ¿Penetración de coyuntura?
–¡Ahhhh! Conjunción de palabra y acto entre personas.
–¿Conjunción de palabra y acto entre personas? ¿Cómo se declina eso?
–Mmmm. No lo sé.
–Ya… Pues sí, vuestra abuela y yo acabamos… llevando a cabo una buena conjunción, un buen polvo “entre personas”… No os hacéis una idea, y no voy a entrar en detalles. Pero sí os puedo contar cómo llegamos hasta ahí.
–Conjunción de palabra y acto entre personas.
–Sí, eso. Pero en nuestro caso fue más bien follar. Vuestra abuela era poco de conjunciones; era más de actos, y muy poco de palabras innecesarias.
–¿Pero fue una conjunción de palabra y acto entre personas?
–Os voy a contar lo que fue y luego vosotras decidís, ¿qué os parece?
–Mmm. Vale.
–Ella vivía en un pisito cerca del centro de Periferia. Dijo:
–Mi picadero.
»Y sonrió de una forma que yo no supe leer entonces. Tuve una vaga intuición.
–¿Tu… picadero?
–¿Tampoco sabes lo que es un picadero, delegado de la clase? ¿Qué os cuentan en la escuela masculina?
–Nada. Y yo no fui el delegado de la clase.
–Tengo miedo de bajarte los pantalones y que seas como el novio de la Barbie.
–¿Quién es el novio de la… Barbie?
–Aish, juguetes prohibidos. ¿Prohibidos o mal vistos? Una ya nunca sabe.
–Oh.
–Supongo que tienes polla.
–Si te refieres al aparato…
–… reproductor masculino, sí. Ya ha perdido su nombre de guerra.
–Bueno. No me gusta la guerra.
–¿No?… A mí me pone un poco cachonda, ¿sabes?
»Se me estaba acercando, peligrosamente, yo no sabía qué hacer, dónde meterme.
–La guerra… ¿te hace gracia?
–No exactamente.
»Y entonces me besó. En la boca. Y pasaba su mano por mi entrepierna. Yo no pude contenerme, creo que por primera vez en mi vida. Le estaba devolviendo el beso.
»De golpe me di cuenta de lo que estaba pasando, y me separé de ella.
–Perdona, por favor… ¿Tú quieres que lo hagamos o no?
–¿Cómo?
–Que tenemos que hablarlo, ¿no?
–No pienso darte el puñetero “consentimiento verbal”, ni de broma. Si quieres cacho, ven a por él.
–¿Entonces quieres que lo hagamos?, ¿con penetración?
–¿Qué ves en mis ojos? ¿Miras a los ojos de las personas? ¿A qué sabe mi saliva?
–Bueno, yo… no sé.
»Y ella volvió a atacar. Yo tenía un bulto visible en los pantalones, y a partir de ahí todo se descontroló. O se “puso en su sitio”, como decía ella siempre.
–¿Conjunción de palabra y acto entre personas sin consentimiento verbal claro y directo?
–Exacto, niña. Aunque hubiese habido una grabación de lo que pasó, tu abuela podría haber ido a la policía y arruinarme la vida para siempre.
El abuelo y las niñas entran en la casa. Menos frío que fuera. Una de ellas vuelve corriendo con un libro de texto de su habitación.
–Bueno. Entonces ¿qué os parece que fue lo que pasó? ¿Qué estás mirando en ese libro?
–Es mi libro de Sociales transversales.
–Oh. ¿Y ahí pone lo que pasó entre tu abuela y yo hace cincuenta años?
–Sí.
–Vale…
–Mmm. Pone que si no hay un consentimiento claro y directo, incluyendo las cinco etapas de consentimiento verbalizado, es delito de violación. Pone que aprovechaste tus privilegios de hombre blanco cisheterosexual, ejerciste tu poder sobre una mujer alienada por la cultura de la violación, y te rendiste a tu masculinidad tóxica interiorizada.
–¿Todo eso hice?
Se oye la puerta de la entrada. Llaves, abrir, cerrar.
–¡Mamá! ¡El abuelo es un violador!
–¿Ah, sí? ¿Y por qué te hace tanta gracia?
–¡Es un violador! ¡Es un violador!
–¿Qué le has estado contando a estas gamberras?
–Nada. Vinieron y dijeron: Háblame de los 90.
M tiene fama de frío. Piensa a menudo en ello por las mañanas, procurando aliviar su habitual dolor de espalda con ciertos ejercicios, lavándose la cara, echando la meada y duchándose, sacudiéndose la noche de sueño. Se siente como de madera, rígido, quebradizo, pronto cumplirá los cuarenta. Pese a haber perdido unos kilos quitándose caprichos, M no está lo que se dice en forma.
Tarda una media hora en averiguar si ha dormido las siete horas mínimas para no sentirse como un trapo todo el día. Puede que sentirse oxidado así no se deba sólo a la calidad o cantidad del sueño.
Es una sensación de carencia en los ojos, delata una mala postura o haber dado demasiadas vueltas antes de dormirse. Ojos rojos. No como un niño somnoliento, sino como un adulto que a menudo lidia con la culpa.
Demasiado mayor para resultar gracioso por pereza o torpeza.
Hace años decidió ser siempre sincero. Siempre significa: al menos cuando es importante. Eso le ha vuelto un hombre más callado, algo apagado, aunque también más resolutivo llegado el momento.
No queda apenas nada del chaval de veinte años que creía en “un mundo mejor”. No le importa si se ha vuelto más realista o más bien indiferente de un modo autocomplaciente. El mundo no cambia, o lo hace demasiado despacio para pensar que uno ha tenido algo que ver en ello. No puedes intentar cambiar las reglas del juego, sólo te descubrirás como la mota en el espacio que eres.
M mira a su alrededor y las cosas y las caras parecen más amables. El sábado por la tarde –sentido de la vida para muchos– no cambia demasiado la rutina de M, aunque sí su estado de ánimo. No es que brille nada en su interior como cuando era crío, pero M no es especial en eso. A los quince años no se hubiera conformado con una silla cómoda, un café y un móvil del futuro. A los quince años quería crecer, ser importante, sentar de culo a los demás con su talento desmedido, su ejemplar humildad (cualidad a menudo compuesta de ego y maquinaciones), su mentalidad especial, sus textos arrebatadores, relatos, novelas cortas, enigmáticas, románticas sólo en una de las infinitas capas. Iba a ser alguien profundo, devolviéndole frescura a la palabra. Sería alguien interesante de verdad, un follador consumado (a varios niveles); un cerdo atleta cuando tocara, un erudito si la ocasión lo exigía, alguien esencialmente bueno que sabría destilar sus inquietudes retorcidas como muy pocos artistas vivos saben. Un escritor de alma, corazón y estómago, tan capaz de poetizar
como de digerir sin flatulencias los grandes temas, haciendo que el resto de escritorzuchos sonaran a narrativa de aeropuerto o tópico andante con ínfulas. Él sería la Naturalidad, la Autenticidad, esa Lucidez creadora que te arranca una lágrima o una honda respiración sin que te des cuenta.
Sería tan bueno que pondría en auténticos apuros a sus amigos; se prepararían tanto para fingir admiración lectora, que no sabrían cómo demonios reaccionar al verse realmente impresionados.
Ahora sólo intenta soltar un pedo sin que el resto de la terraza se percate.
Tiene una hernia discal (“mejor no operar”), un trabajo en absoluto relacionado con nada creativo, interesante o dignificador (con un sueldo ad hoc), y una vida plagada de recuerdos y anécdotas color gris o marrón caca que a nadie le importan un cuerno. Por supuesto no ha impresionado a las masas (o minorías) con su talento único, porque no lo tiene; y en cuanto al follisque, no se puede quejar más que el fulano corriente medio, pero está claro que ha viajado a pie largos tramos por el desierto.
Hay mujeres que le han considerado derrotista, pero él siempre dice que nunca ha pensado seriamente en el suicidio.
Un ejemplo de optimismo adulto.
Teniendo en cuenta las estadísticas de suicidio masculino, M se siente bastante dicharachero. No es el tío guay ni el padrino de nadie, no se disfraza de payaso para los críos ni hace cosplay con una novia quince años más joven y escandalosamente follable. Ni siquiera tiene actitud para fingir felicidad medianamente bien en Instagram. Pero dados los números y cómo podría haber acabado hace tiempo, se ve como un tipo bastante vital.
No es el señor práctico que llega a los noventa años ni tampoco el cómico cadáver a lo Robin Williams. Habita alguna clase de término medio.
La búsqueda del equilibrio personal es algo serio. La gente se pregunta cómo va a envejecer. Siempre se habla de amores juveniles, esa fuerza arrolladora; pero M piensa que avanzados los treinta se comienza a mascar el miedo a la soledad. Más bien pánico, la idea de la muerte que huele en la escalera hasta que los vecinos deciden llamar a alguien.
Incluso si te emparejas a toda costa y te intentas rodear de consanguíneos, te puede pasar. Imagínate si no lo haces.
La búsqueda del equilibrio es algo serio. Define Equilibrio sin recurrir al diccionario. Defínelo según tu experiencia, lo que has visto, oído, reflexionado. Define Felicidad, o Feminismo, o Justicia. O Muerte.
Define Libertad.
Otro pedo en la terraza. Café y cigarro.
Hace mucho que M le perdió el miedo a los lavabos públicos. Tiene su propio historial estomacal, episodios de infección, pero también somatización. M conoce la ansiedad, ha tenido sus ataques diagnosticados, por suerte no muy serios, o al menos eso cree. Pero está casi seguro de no haber sufrido depresión. Ahora la gente se ha puesto muy seria con estas cosas. O más bien se han aficionado a ellas. Sobre todo quienes no las sufren. Oyen “salud mental” y se activan como un japonés de quince años ante unas bragas usadas.
La instrumentalización de todo tipo de asuntos delicados y extremadamente jodidos –en pos de intereses políticos, personales, empresariales o de “influencer” cutre–, está a la orden del día.
Se amparan en la “visibilización”. Luego eres un cabrón inhumano o no según a quién votes o critiques; o si haces un chiste. Es de suponer que casi todas las personas realmente serias e inteligentes llevan años calladas.
Una cita.
M procura limpiarse bien el culo antes de volver a su silla en la terraza. Incluso empapa en agua algo de papel higiénico. Un amigo suyo se compró hace muchos años papel higiénico con aroma a vainilla. M le preguntó:
–¿Para qué quieres papel higiénico con aroma a vainilla?
Y el tipo dijo:
–Nunca sabes cuándo te van a comer el culo.
Ambos eran vírgenes.
Uno no elige qué anécdotas le marcan en la vida. M diría que casi cualquier consejo serio sólo ha conseguido aburrirle o irritarle.
Una cita no significa que te vayan a comer el culo, pero si vas a cagar ya después de haber pasado por la ducha, más te vale ser concienzudo en el ejercicio: cagando y limpiando después.
Encima no es una cita de Tinder; no es nadie que venga a jugar o probar o echar un polvo y largarse.
Aquí va a hacer falta contexto. ¿Cómo le contaría M a alguien desconocido lo suyo con Y?
M empezó a hablar con Y en la época de Messenger. Pasaron un par de años así. Ella era más joven, él la impresionaba con sus limitados conocimientos literarios, como si leer libros te convirtiera automáticamente en alguien a tener en cuenta. Si la gente que nunca lee supiera de las dinámicas reales entre lectores y cómo se relacionan realmente con los libros –una simbiosis mucho más parecida a la masturbación que a la cultura o el conocimiento–, se lanzarían a leer ipso facto. No digamos si supieran lo que se cuece dentro de la gente que escribe. La palabra masturbación no alcanza ni de lejos.
M, lector y escritor nunca profesional, sabe sin embargo muy bien de los egos que se mueven en esa orgía de la narrativa poco narrativa, y todo ese vocabulario inusual que te hace parecer quizá exactamente lo que eres.
Ella era aún universitaria, él ya estaba buscando concienzudamente su hernia en almacenes y cadenas de montaje. Sus padres no entendían nada: tanto leer libros y eso no se traducía en absolutamente nada práctico.
Hablar en digital era placentero para M. Era uno de sus chutes para el ego. Ella tenía novio, por supuesto.
M se dio cuenta de que estaba por Y en serio cuando Y se fue de erasmus a Londres. Nunca se habían visto aún en persona.
Ella fue notando poco a poco (o muy rápidamente) el cuelgue de M. Le puso los cuernos a su novio al décimo día de husmear en Londres. Con un portugués.
M se masturbaba imaginando a Y follando a lo bestia con el portugués. Le dolía como ninguna otra cosa le había dolido en la vida, y a la vez hacía que se corriera como un caballo.
Ella le hacía confidencias, pero no demasiado convencida de que debiera hacerlas. M lanzaba indirectas tan sutiles como un accidente aéreo o una película “inclusiva”.
El tiempo hizo su trabajo. Lo que parecía tan intenso, se fue aplacando. El amor se va volviendo romo: después desaparece o se estabiliza, pero casi nunca vuelve a ser tan intenso como al principio.
No es que no haya excepciones.
Otra anécdota que marcó a M fue cuando su profesor de Ética (antes Religión) en tercero de ESO se incorporó al trabajo antes de lo aconsejable después de la muerte de su mujer. Nada que te esperes: un cáncer llegó y arrasó con la vida. El tío llevaba treinta años más bien aburrido junto a la misma señora. Una rutina de las que te hacen soñar con hacer puenting o liarte con alguna reciente mayor de edad. Quieres hacer cosas legales de las que cada vez ofenden a más gente.
Quieres volverte loco y volver a comer carne.
Quizá incluso fumarte un cigarrillo.
O podrías dirigirte a un grupo mixto sólo diciendo: Hola, chicos.
O acercarte a una muchacha en un bar y preguntarle si estudia o trabaja.
Tentativas de violación típicas del hombre blanco.
O vas y le compras una muñeca a tu sobrina. O un vestido rosa. Y le guiñas el ojo a tu cuñada, tan metida ya en el activismo que quiere eliminar el género.
El tío estaba aburrido de narices. Casado, fiel, atento, soportando larguísimas sesiones de telebasura, películas que odiaba, encuentros con gente que detestaba. Sólo agradecía no haber tenido hijos con esa mujer.
Hasta que ella enfermó.
Pasó a quererla otra vez como cuando tenía veinte años; y ahora querría haber tenido un hijo o dos, algo que tuviera que ver con ella. Algo más que putas fotos y videos en Instagram.
El tío se derrumbó ante los alumnos, literalmente. Hablando del cáncer y su mujer, acabó sentado en el suelo, llorando, sollozando, moqueando. Con motivo. Ahora raramente es así. Pero aquel hombre tenía razones de sobras. Tenía casi sesenta años.
Poco después fue despedido por follar con una alumna de diecisiete años en el gimnasio del centro.
M no volvió a saber de él.
Obviamente esa primera etapa de amor intenso que sintió M, nunca conllevó sexo con Y.
Imagínate estar colgado por alguien, años, recibir sus atenciones, que haya una química quizá complicada pero también clara, y que eso nunca se materialice en un polvo. Ni uno solo.
Es como si la siguiente entrega de Los mercenarios fuera todo diálogos. Stallone intentando hacerse el gracioso con Dolph Lundgren.
Llegaron tiempos de poca comunicación. Novios por parte de ella, millares de pajas por parte de él. Y alguna novia, sí, algún rollo, pero a M le resultaba muy raro física y sentimentalmente no haber consumado con la chica que más le había gustado (y gustaba) en realidad.
Era muy consciente de que la había idealizado, pero también de que esas cosas sólo funcionan así, o no funcionan. Si no ¿de qué coño te lías o quieres liarte en exclusiva con alguien? No lo intelectualizas; formas tu pequeña novela de fantasía en tu cabeza. Ya puedes ir de sobrio o desabrido “realista”; si no haces ese ejercicio de mitificación irracional inconsciente, nunca nadie te parecerá “especial”. El príncipe azul no existe, pero (atención, exclusiva): la princesa prometida, tampoco.
Cuando te lías en serio con alguien, sin embargo, no piensas en facturas o madrugones, piensas en clave de zapatito de cristal; quizá incluso en una paja con los pies. Piensas en el tonteo y el zorreo, en estar atontando y atontada, ambos viviendo a base de carantoñas y sexo prohibitivo (parece ser) para el año de Nuestro Señor 2022.
El erasmus acabó; al portugués, dos ingleses y un alemán nadie les iba a quitar lo bailao. Del primer novio de Y nada más se supo. También había bailado lo suyo. Y eso era sólo lo que M sabía. Tampoco le hacía falta más.
Tuvo una novia durante casi un año que, si no lo sabía todo, como si lo supiera. A M sólo le había faltado gritar el nombre de Y mientras follaban. A M nunca se le ha dado bien fingir, y siempre lo ha visto más como un defecto que como una muestra de transparencia o bondad natural. Ser bueno nunca le ha parecido en el fondo que tenga especial mérito: las personas buenas hacen sencillamente lo que el cuerpo les manda; la mayoría de veces no les cuesta ningún esfuerzo. Ser bueno sólo tiene mérito si has sido un buen hijo de puta antes.
M fue tan bueno que acabó contándoselo todo a esa novia de transición. Cuando alguien te gusta, el resto son como mucho secundarios, la mayoría figurantes. Cortó con ella en una cafetería. Al final ella dijo:
–Vale que cortes conmigo, pero no me metas un rollo –y se fue.
M le habría contado cómo era el coño de Y de haberlo visto. Había sido una relación completamente artificial, aun con todo el sexo y los fluidos. ¿Qué dirían los “virtuosos”? Los mismos supuestamente preocupados por la salud mental, llevan años que no cagan con lo que llaman: “relaciones tóxicas”. Básicamente casi todo lo que no sea follar previa verbalización de consentimiento sobre un arco iris, puede ser “tóxico” de un modo u otro para ellos. No conciben el conflicto o que las personas se “utilicen” unas a otras. Como si eso no fuera la norma con escasas excepciones. Las personas prueban suerte, sencillamente. Los hombres utilizan a las mujeres, las mujeres a los hombres, los hombres a los hombres y las mujeres a las mujeres.
Dichos “virtuosos” no pueden soportarlo (o eso dicen). ¿A qué se puede agarrar alguien con una inclinación clara al fanatismo cuando las religiones están muriendo?
–Los fanáticos están huérfanos, y creo que la política no les llena como progenitora adoptiva –dice M.
Hace rato que ella ha llegado; ha pedido café.
M e Y nunca han consumado aún, pero tampoco han dejado de hablar al cabo de los años. Ahora ambos están libres, y el tiempo parece haber pasado más rápido de lo calculado. Se ven un par de veces a la semana. Viven un poco lejos el uno del otro, y ninguno tiene permiso de conducir; son cada vez más asiduos al tren.
Veinte años de titubeos, distanciamientos y estrechamientos. Como Cuando Harry encontró a Sally pero con mucha menos gracia.
Y ha tenido los tíos que ha querido, M las tías que ha podido. Ahora, aunque aún no lo han verbalizado, ambos saben que quieren tener algo con alguien a quien no estén utilizando en el fondo.
Parece evidente lo que tiene que pasar. Si M hincara ahora mismo la rodilla y se declarara anillo en mano, Y tendría que fingir pasmo y sorpresa.
Saben que han tenido su propio noviazgo o no noviazgo; en cualquier caso, algo mucho más profundo que cualquier cosa que hayan tenido con otras personas, más parecidas a sims para ellos. Todas esas terribles “relaciones tóxicas”, gente que folla y se utiliza entre sí sin rendir cuentas a ningún oráculo moral.
Dios a muerto, ¿ahora qué hacemos?
–Los fanáticos te encantan –dice Y.
–La verdad es que sí. Lo malo es que nunca me los creo mucho.
–Ted Bundy se volvió religioso en la cárcel.
–Sí, prefería al Ted Bundy asesino y violador.
–Yo también.
Ahora los chistes macabros son como los polvos prematrimoniales de antes. M sabe que Y no se ha vuelto gilipollas en ese sentido. Es bastante más lista que él, difícilmente podía haber caído fulminada por la luz de ninguna de las doctrinas actuales.
A ella, de hecho, le resulta algo ridículo que a él le indignen tanto las bravatas morales o supuestamente feministas de cuatro veinteañeros y dos políticos.
–¡No me indignan!
–Sé qué te divierten, pero también te indignan. ¿No ves que el noventa por ciento de la gente suda de ese rollo?
–Lo sé.
–La “batalla cultural” es un entretenimiento de pijos mentales, M. La gente es más seria que eso, más lista que eso. Por eso la mayoría se calla.
–Quizá deberían hablar más.
–Para qué. Los gimnasios mentales ideológicos están siempre casi vacíos. Tienen menos éxito aún que los de verdad. Sal a la calle y pregunta a la gente sobre los identitarismos; la mayoría no sabrán de qué les hablas.
–Estoy de acuerdo, pero esos cuatro gatos pijos se están infiltrando en la política y la educación.
–Te concedo eso, pero piensa en la rutina de las personas, M. Nadie está para gilipolleces. Puedo equivocarme, pero todo ese asunto acabará cayendo por su propio peso. Podría haber cuajado décadas atrás, pero ahora te hueles rápido a los fanáticos, sean de la cuerda que sean, y simplemente no les das juego.
–O sea que yo les doy juego.
–Tú muy poco, pero no entiendo por qué te irrita que una idiota diga que los hombres maltratados no existen pero sí una cultura de la violación.
–…
–Ninguna mujer cuerda vive con esos miedos, M. Y ningún tío se percibe exento del sufrimiento o el maltrato. Eso es lo importante para mí; la mayoría de gente sólo hace lo que puede, no está politizada. Sólo votan a quien menos asco les da cuando llegan las elecciones. Si es que votan.
–Bueno, pero…
–Lo que te digo, M, es que por mal que me pese a mí, dadas las alternativas, la izquierda se va a hundir en los próximos años.
–No veo cómo. Según tú a casi a nadie le interesa la “batalla cultural”.
–Y lo mantengo; pero ahora vives en este mundo difícil de leer, querido, en el que causas menos populares de lo que se piensa (a menudo por anacrónicas), van a cargarse las causas políticas afines.
–¿Y cuáles son las causas políticas?
–Un montón de pasta y propiedades para una panda de pijos que prometieron que no estaban en política por pasta y propiedades.
M sabe cuánto frío puede aguantar en una terraza. Si algo conoce son sus límites. Por debajo de los diez grados, aunque no sea una calle especialmente abierta ni dada a las corrientes, empieza a temblar con riesgo de que el móvil o la taza se le caigan en el regazo. Es el caso.
Y no parece percatarse, quizá porque va mejor abrigada o simplemente aguanta mejor que él, lo que no le extrañaría. Y es más viajada y experimentada en todo. Probablemente haya dormido a la intemperie más de una vez; y follado.
–Intento darme de baja de mi compañía telefónica –dice.
–¿Ah sí?
–Me están cobrando muy por encima de la tarifa que contraté. Esos cabrones. Mi madre dice que “son como los gitanos, y ya sabemos cómo son los gitanos”.
M empieza a reír, y no está seguro de poder para pronto.
–A mi madre le encantan los símiles racistas. Y los chistes. La verdad es que a mí también.
–Perdona, pero ¿tú no eres medio gitana?
–Sí, por cierto, por eso me encantan. Mi abuelo hacía lo que ahora llamarían: “chistes de autoodio”.
Al salir a colación el asunto gitano, M se fija mejor en las facciones de Y. Y luce en general como una de esas sevillanas de larga melena que son como una fuerza de la naturaleza, todo curvas, una feminidad desatada y animal. Gitanas o no, suelen ser españolas, y M se queda embobado cuando se cruza con mujeres así. Ni siquiera de crío le atrajeron las rubias, las chicas blanquitas y altas formato muñeca.
–Me miras mucho tú.
–Sí. Siempre lo hago.
–¿Se te ha subido el café a la cabeza?
–Creo que es por el frío.
–¿Tienes frío?
Puede que no conozcas el universo Pynchon: Thomas Pynchon es un escritor de más de ochenta años que desde joven decidió mantenerse al margen de los medios. Pese a haber sonado incluso para el nobel, apenas circulan un par de fotos suyas. Eso ha contribuido a que su leyenda aumente y se mantenga en la cima. Su producción esencial consta de nueve libros traducidos a todo lo traducible; los nueve han alcanzado el éxito de forma inexplicable, siendo alta literatura a niveles histéricos; obras además increíblemente crípticas y aparentemente imposibles de abordar para el lector centrado en los bestsellers, la autoayuda o –ahora– la política pop identitaria.
–El problema –dice Y–, es que mucha gente asocia el placer a las respuestas. Como si el placer de la lectura fuera el mismo que el de acabar un puzle.
–Quieren que se reúna al reparto y el detective cuente quién es el culpable.
–Nadie “entiende” a Pynchon, pero ellos no quieren sentirse estúpidos, y creen que si disfrutas leyendo a Pynchon es o bien porque finges o porque eres inteligente muy por encima de la media.
El piso de Y es acogedor. Es la primera vez que M lo ve, aunque ha visto otros cuchitriles suyos antes, muy puntualmente, siempre más tenso de lo que quisiera. Están sentados en butacas distintas; sendas copas de vino.
–Yo conocí a Thomas Pynchon– dice Y, y da un sorbo con toda tranquilidad.
Corren muchas leyendas sobre encuentros con Pynchon. Es la única persona con la que se emplea la palabra: avistamiento.
Un periodista (y fan) dijo una vez que estaba seguro de haber dado con la dirección exacta del escritor, en Long Island, Nueva York. Despojado de cámaras o micros, llamó a una puerta y le abrió un hombre que bien podía ser Pynchon, o nada más que un anciano viudo de pareja y amigos y con ganas de compañía. El caso que es que el anciano le invitó a pasar. Estaba solo, y estuvieron jugando un buen rato al bridge.
El fan, atribulado, comenzó a hacer preguntas más bien indirectas a este señor sobre los libros de Thomas Pynchon. El tío las contestaba con aplomo, con datos, de forma concreta.
Pasado un buen rato, el anciano le miró y dijo:
–Tú crees que soy Thomas Pynchon, ¿verdad?
–¿Cómo? ¿Q… ?
–Que yo conocí a Thomas Pynchon. Hace cinco años.
–Y ¿quieres que asienta como si nada y ya está?
–Bueno, no. Pero tampoco es para tanto. Es un ser humano, ya está; aunque se conserva bien para su edad.
–¿C…? ¿Es una broma? No conocía esta faceta retorcida de ti.
–M, no empieces a flipar. No te lo he contado antes porque sabía que ibas a empezar a flipar. Si quieres hay papel de aluminio para tu cabeza en la cocina.
–Entenderás que lo que me estás contando necesita TONELADAS de contexto, ¿NO?
–Pues la verdad es que no, M. Simplemente dio la casualidad de que conocí a alguien cercano a su familia. Ya sabes que estuve casi un año en Nueva York, ¿no?
–…
–Como ya he dicho, es una persona, no un extraterrestre ni un vampiro. Es un señor mayor. Un genio, puede, pero un ser humano, M.
–No quiero parecer histérico, pero es que estoy histérico…
–Lo sé.
Y sonríe saboreando el momento. Por un instante, M cree que se aclarará todo como la broma que lógicamente es. Pero no es así. Y bromear así no es ni de lejos el estilo de Y.
Sí en cambo hablar de su encuentro con un escritor legendario (y referente para ambos) como si se tratara de la comunión de su sobrino.
–Vale. Voy a hacer como que conociste a Pynchon. CÓMO.
–Bueno. Conocí a un chico, pero me voy a saltar esa parte, si no te importa. El padre de ese chico conocía un editor. Resultó que ese editor era algo así como el amo de medio planeta a nivel editorial.
–¿Un tío de Random House?
–Un tío de Random House.
–No lo puedo creer.
–Y el caso, es que este tío a veces montaba… reuniones en un ático, fiestas pijas… Lo que sea. El caso es que llego y hay una cesta en la entrada donde debes dejar tu móvil o cualquier gadget similar.
–NO LO PUEDO CREER.
–Tranquilo, además lo importante ya está contado…
–Por favor, adelante.
–Pues es una reunión de muy poca gente, mucho champán y música clásica. Aunque a veces ponían también a los Rolling…
M niega con la cabeza, aturdido; asiente negando, la escucha atenta del pasmado.
–Y ya está, tuve acceso a ese pequeño encuentro.
–¿Hablaste con él, en inglés?
–Sí.
–JODER.
Thomas, esta chica es Y, se ha licenciado recientemente, Letras; creo que es un lectora de las buenas.
–Oh. Encantado, Y.
Se dan la mano y les dejan solos.
–Encantada, señor.
–Llámame Thomas, por favor. Y tutéame.
–Como quieras, Thomas.
–Disculpa, ¿cómo te llamabas?
–Y.
–¿Y?
–Sí. No le facilita las cosas a nadie.
–¿Llamarte Y?
–Sí. Soy como… un escollo narrativo.
–Oh –sonríe Thomas–, lo entiendo.
–Pero es un nombre que me gusta.
–Claro. A mí también me gusta. Yo escribí una novela que se llamaba ‘V.’; creo que es algo parecido.
–Sí, aunque agradecería haber tenido ese punto de apoyo. Y. es mejor que Y, o sea…
–Sí, te entiendo. O sea que ¿Y?
–Exactamente: Y.
–Interesante.
–Oiga… Perdona. Thomas, la verdad es que he leído tus libros, y…
–¿Y…?
–Nada. Alguien nos interrumpió. Se lo llevaron. Era amable, al final se despidió de mí: “Adiós, Y sin punto. Que te vaya muy bien”. Algo así.
–No me lo puedo creer.
–Yo tampoco.
–Sí. La verdad es que creo que es usted Thomas Pynchon.
El anciano se lo quedó mirando; quizá reconociendo a este hombre como periodista, como fisgón. No necesariamente como fan. Aunque no era una mirada hostil, sí podía resultar inquietante.
Se levantó de su butaca.
Se desplazó con parsimonia hacia otra estancia.
Desapareció en lo que parecía ser la cocina.
Este fan, este fisgón, se quedó solo en la sala de estar, esperando. No oía ningún ruido.
Cuando ahora lo piensa, según su anécdota o relato elaborado, cree que ese tío era realmente Pynchon. Y que le dejó solo para que su mente hiciera el resto. Comenzó a sentir cada vez mayor inquietud. Por momentos le divertía la espera, la situación; pero a veces sentía desazón, peligro.
–Finalmente, se levantaría, y, sin hacer ruido, saldría de la casa de aquel anciano, sea verdad o no lo que cuenta, cosa que a estas alturas bien poco importa.
–Quizá excepto a los lectores de bestsellers, autoayuda o política pop identitaria.
–Te puedo contar más historias sobre Pynchon, si quieres.
M tiene fama de frío. Piensa a menudo en ello por las mañanas. El resto del tiempo piensa sobre todo en Y, que sería una constante como la letra V en en ‘V.’. Con Y nunca es frío; no sabría cómo.
Esa noche tampoco follan. No lo harán hasta el amanecer.
Sí duermen en la misma cama. Y se abraza inesperadamente a M. Murmura mientras se duerme: Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con que compararlo.