Todo esto no va a rimar. Oí a alguien decir una vez que la gente se empareja para poder reencontrarse en los aeropuertos. Para poder echarse de menos; para escribirse o hablar a los demás de su relación. Lo que gusta es eso, idealizar; lo de convivir o estar también a las duras ya es otra cosa. Lo de hacer un ejercicio introspectivo sobre si están los dos a gusto juntos… Olvídalo. Llega un momento de confusión en la vida, en la que unos te dirán que lo bueno llega a cambio del sacrificio, y otros te dirán que te dejes llevar; otros que no madures, otros que madures, que planifiques, que improvises, que vueles, que no te subas a la parra. Y a todos juntos te darán ganas de mandarlos a la mierda por pensar que puedes funcionar con filosofías encontradas, combinando esa amalgama de frases populares que sólo sirven para dejarte aturdido, y tan colapsado que ni tan siquiera sabes ya qué es lo que tú quieres hacer. Adolescentes, no pidáis consejo a nadie; esas dudas… en fin, nunca se resuelven bien. Funciona más o menos así: Uno se la pega y luego puede decir que la experiencia es un grado. Y después te la pegas otra vez y dices que el hombre es el único ser humano que tropieza blablablá, y sonríes estúpidamente. Y a la tercera y la cuarta y la quinta vez que te la pegas. Después de la sexta y la séptima, cuando ya estás harto de no saber qué puto desvío coger, entonces vas y te pones a dar consejos de sabio a todo el mundo.
Mírame a los ojos, colega: no eres yo. Desde tu ventana se ve otro paisaje; así que cierra la boca o muérete.
Porque está claro que todos esos consejos no sirven. A no ser que las cosas sean propicias para que tus planes salgan bien. Pero no, es obvio que toda esa gente que va por ahí vendiendo su modo de vida como el más inteligente, se está cargando el mundo. Luego los hay que son capaces de agarrarse a un modo de acción sólo porque es tradición en su familia, en su ciudad, su país. Es casi un milagro que ya no se celebren circos romanos.
Al final de la clase, siempre se sentaba una chica rubia, como salida de una película para adolescentes. Entre otras cosas, ya puede contar que con tan sólo catorce añitos dejó tan embobado a un chico de su clase, que un tiempo después éste decidió un día atar una cuerda a una mesa del comedor de su piso, para lanzarse por la ventana con el otro extremo atado en un nudo corredizo alrededor de su cuello. Crak.
Después de dos años de negativas por parte de la chica, este chico no vio salidas en su vida. Los siguientes días en el colegio todo el mundo parecía tener respuestas; todos sabían por qué el chico se había matado, todos buscaban un culpable, ya fuera en la estupidez del propio chaval o en la mala gestión educativa de sus padres. O en la chica, esa chica: debía ser una zorra, una zorrilla cruel, una guarra que debía estar tirándose a veinteañeros y no tenía tiempo para ir un día al cine con el chico muerto. Todos sabían lo que había pasado, estaba clarísimo; todos eran inteligentes y seguirían vivos e intoxicando el mundo mientras Romeo criaba malvas. Y en cualquier caso, lo que nunca pensé, es que yo pudiera llegar a posicionarme en todo este asunto.
– Esa gente estúpida que es infeliz, que se suicidan… Esa gente… Perdona, ¿me pasas el pan?
Así reaccionó mi padre cuando le conté la historia. Mis padres no han tenido tiempo en la vida de hacer otra cosa que preocuparse. El día que les dije que no quería casarme nunca, me dijeron que por qué quería envejecer sola. Es así, si no te vas a casar quiere decir no sólo que no quieres casarte, sino que además eres asexual, odias a los hombres y quieres morir sola. O peor, quizá lo dices porque eres lesbiana. Mis padres son de esos sextuagenarios autoproclamados de izquierdas que por pura cuestión de edad no podrían entender jamás algo como la homosexualidad. Simulan aceptarla, pero la quieren lejos de su familia. Del mismo modo que no se consideran racistas pero se quedarían con la boca abierta si, un domingo, llevara a comer a casa a alguien lo suficientemente oscuro como para hablar con acento o llamarse algo como Abdel. Mi madre lloraría. Mi padre repetiría sin parar que la hago llorar. Y yo acabaría dejando a Abdel. Mis padres siempre me han educado por el método de la presión; cuando era pequeña a bofetadas, y de mayor con chantaje emocional. Y yo siempre he sido muy obediente y digna de acción, y una insolente desgarrada de pensamiento. De algún modo, esa incapacidad de ellos para formarme de un modo coherente -a salvo de esa aplaudida violencia educativa del bofetón y de la lágrima materna de cocodrilo-, ha hecho crecer en mí a alguien que se ha revelado, alguien que sabe que sus padres sólo son seres humanos de posguerra; por más que pudieran tener hijos y mantenerlos con cierta soltura. La pobreza del hambre te jode en tu mala época, pero la intelectual te jode para siempre; a ti y a los que te rodeen, incluidos consanguíneos.
Ahora Julieta tiene dieciocho años. Trabajo por casualidad en el instituto en el que ella estudia. Se llama Gloria. La llaman“Glo”, por petición expresa. Y cada vez que algo le duele o se siente inferior o vencida, mira al vació y cuenta cómo aquel chico se mató por amor. Entonces todo el mundo baja la cabeza y ella ensaya su postura en el pupitre con el tanga por fuera mientras dice: “Perdonad, perdonad, es que…”. Y se le quiebra la voz, para poco rato después flirtear con algún profesor o pedir la repetición de un examen. Los malpensados -entre los que me incluyo-, creemos que Glo, a su modo de Julieta occidental postadolescente, no tiene nada por dentro que valga la pena. Aparte de interés. Pero tiene otras cosas; como dos que siempre te señalan detrás de sus suéters y su ropa de marca. Y un culo por el que cualquiera podría olvidarse del amor y de su familia y de la moral. Los hombres no cambian, es sólo que a algunos les da pereza aceptarse como lo que son. Pero al final muchos caen. La prueba está en Narciso, un respetado profesor y padre de familia de cuarenta y cinco años que trabajaba conmigo, y que ahora está en el paro.
Es una plaga, el sexo, algunas mujeres. Las profesoras del instituto comenzamos a reunirnos en mi casa con el tiempo. Seis mujeres de distintas edades patas arriba. Comenzamos a ver el mundo sin filtros. A las Lolitas del mundo. A las futuras mujeres que denostan nuestro sexo, esas chicas que perturban la paz en la bragueta de nuestros novios, nuestros maridos; alborotan la sangre de los hombres a priori buenos, para convertirlos en órganos sexuales romos que sólo pueden pensar en deshacerse de nosotras: las mujeres listas y preparadas que luchan por evolucionar.
El tema de los planes de acción surgió de la frustración de tener ciertas ideas sin que nadie las oyera. La gran putada era tener una solución y no hacer nada por miedo a las consecuencias. A veces puede ser una acción preventiva y otras no. Pero en cualquier caso, estamos convencidas de que el hecho de que el mundo mejore o empeore sólo depende de los habitantes que lo pueblen. Es la plaga de la que hablaba, y cuando las plagas invaden tu casa lo que haces es llamar al exterminador. La noche que decidimos comenzar a actuar daban Cazafantasmas por la tele. Y comenzamos a bromear, a alimentar las fantasías de un grupo exterminador de busconas. Porque si una chica diez años más joven que tú está intentando quitarte a tu pareja, ¿a quién vas a llamar?
Obviamente no podíamos comenzar a publicitarnos. Pero sí se corrió la voz en ciertos círculos. La mayoría de las mujeres vemos a los tíos como seres algo torpes, que igual pueden serte fieles que pueden caer en brazos de tu mejor amiga en menos que canta un gallo.
La primera en caer fue una tal Mabel, una chica de diecinueve años que estaba en la agenda del móvil del marido de una de las mujeres del grupo. Al principio pensamos que no iba a ser fácil matar con impunidad; pero al cabo del tiempo hasta nos comenzamos a divertir haciendo planes. Hay una primera fase en la relación entre mujeres, un poco antes de que llegue la competitividad y la desconfianza, en que no parece haber amistad más fuerte en el mundo. En ese lapso de tiempo es cuando nos trabajábamos el contacto con la víctima. Y después siempre es pan comido. Un viaje a la costa, un día en la playa, un día en el bosque… Daba igual. Nadie nos miraba y podía imaginarnos degollando y enterrando a Lolita. En cualquier caso, vayas en la dirección que vayas a las afueras de la ciudad, verás tierra removida. Y después de Mabel llegó Laurita, una niña de dieciséis que iba tras su casado profesor de gimnasia. Tras la cual murió Ana, una chica adorable que ya había empezado a salir con cierto director de escuela. Y Vanesa, Claudia, Tania, María, Esther… Todas muertas por encargo de mujeres de cuarenta años, cincuenta, en incluso alguna anciana. Por tan sólo quinientos euros tu pareja podía volver a ser tan sólo tuya, aunque se tratara más de engordar tu orgullo que de amor propiamente dicho.
Al llegar a las cincuenta víctimas, hicimos una celebración. Cincuenta jovencitas en siete años era una cifra muy respetable. No debe ser fácil atar cabos en una investigación cuando las asesinas son tan parecidas a esas mujeres que lloran en la tele cuando se enteran de que su niña ha desaparecido. El hecho de que una gran mayoría hayan sido jóvenes, nos da siempre una fuerte coartada de programa de sucesos; siempre son desapariciones típicas, y cuando el asunto pasa de moda ya nadie indirectamente afectado se acuerda de nada. La deformación profesional además nos ha demostrado cómo funciona todo el sistema de investigación, moda y medios: a más guapa es la desaparecida más tiempo en horario de máxima audiencia tiene; con un video de ella puesto en bucle, mientras los invitados del programa amarillista de turno intentan provocar un drama en directo con los padres protagonistas. Si antes ya sospechábamos que todo se estaba desmoronando, ahora ya tenemos una clara idea de lo que hay. Objetivamente no hay demasiadas personas moralmente mejores que nosotras.
Y nuestro plan ahora es matar a Glo. Julieta. La Lolita satélite de mi vida. Hay una serie de chicas jóvenes que viven o trabajan cerca de nuestros hombres; chicas sospechosas, amantes probables a las que llamamos “Lolitas satélite”. Hace cinco años que vivo con mi novio, al que considero razonablemente fiable. A excepción de que ahora la señorita “se mataron por mí” se ha mudado con sus padres al piso de abajo (aquí, en mi barrio, mi casa, mi vida); demasiado cerca; algo que casi la pone a un paso por delante de la Lolita satélite común.
La mudanza fue hace apenas un mes. Ella ya sabe que vivo aquí, e irremediablemente se fijará en mi novio, le saludará, coincidirán en el ascensor, con ese botón que lo bloquea… Analizándolo fríamente, podría bastar con que ella apretara un día ese botón entre dos pisos. Una relación es así de frágil; así de fácil se puede ir al garete cualquier promesa.
He tenido pesadillas con esa imagen del ascensor; con mi novio lanzado irremediablemente a morderle y chuparle los pezones a esa niñata, con los vecinos abajo con sus bolsas de la compra preguntándose qué coño pasa. Esas cosas se pueden evitar, es una tontería no salvar mi relación por dejar viva a una chica que seguramente se pase el resto de su vida subiendo peldaños profesionales a base de mamadas. El mundo puede vivir sin eso. Si nos uniéramos las mujeres dignas del mundo, quizá dentro de unos años tener pareja fuera algo más que un pasatiempo en permanente estado de interrogación. Podríamos hacer que la vida conyugal fuera algo más que periodos de felicidad tras un abrazo en un aeropuerto; esto podría ser mejor que la idealización del amor; un estado de convivencia a medio camino de la actual realidad y la fantasía de novela rosa. Si desaparece la tentación, tu pareja sabrá que la verdad la tiene en casa, y que todo lo demás es traición y mentira. En un mundo coherente, nadie se atrevería a dar un paso con otra sin antes arrodillarse ante nosotras para decirnos que ya no nos quieren. No buscamos un mundo de fantasía, sino una vida a salvo de dolorosas mentiras. Y claro, para eso, sencillamente no podemos confiar en los hombres; lo más seguro siempre es despejar la “x” de la ecuación.
Es tan sencillo como que no vamos a fallar. Glo va a ser la víctima sesenta y seis. Mientras yo paso mi sábado tranquila en casa, las chicas se encargarán del asunto. La más joven, el gancho, lleva como un mes trabajándosela. Así que después de haberla convencido para que se vaya con ellas a la montaña sin decir a sus padres dónde, mis cinco amigas de la justicia sólo tendrán que acercarla a algún barranco, o aplastarle la cabeza con una piedra o… en fin, hay tantas formas fáciles de hacerlo. Tantos atajos para que una pareja siga siendo estable, duradera. Todos esos que dicen que para mantener una relación hace falta paciencia y esfuerzo mutuo, lo dicen de verdad, y tienen razón. Y no voy a ser yo la que lo fastidie todo. Estoy enamorada, a las duras y a las maduras, rodeada de Lolitas satélite que tendrán que morir a la primera sospecha. Los consejos no sirven, sólo sirve la acción. Nada será duradero si en este planeta no comienzan a desaparecer los despojos. Ahora sólo somos unas pocas, pero esto crecerá, tenemos un plan; la actitud correcta se contagiará. Cuando demos ejemplo y nos sigan todas las que están esperando algo así, las arterias de la poligamia comenzarán a atascarse. Y la criba habrá comenzado.
[Uno de mis grupos fetiche es Air, unos franceses que a menudo me pongo para escribir. Pop y electronica a la que el propio nombre del grupo le viene al pelo. Los descubrí viendo esa pequeña gran película que es «Las virgenes suicidas». En el video, un tema de ellos (quizá el primero que me llamó la atención) con imagenes de la peli.
Y abajo una de esas fotos que me encantan. La he encontrado en una de esas visitas de un minuto que hago en facebook. Con buenos contactos uno se lleva sorpresas en los álbumes de fotos. Hace falta una peli de terror en un parque acuático abandonado ya.]
Jajajaja Y la criba habrá comenzado: frase lapidaria.
Buen final. 🙂 Y la frase que dice el padre de la prota, lo del pan, es brutal. Sí, sí.
Voy a releerlo.
Hoy me he tragado quince minutos de sucesos en el noticiario de la tele (¡vaya bodrio!): que si un joven alemán se carga a no sé cuántos estudiantes en un instituto; que si un yanki se hace una lista a lo «My Name is Earl» pero al revés; que si un viejo en no sé qué ciudad española se carga a una doctora y un conductor de ambulancia… ¡Pero estas mujeres les ganan a todos!!! ¡Vaya unas tías frustradas!
¿El aquatic paradís de Sitges? Me he tirado por ese tobogán cientos de veces…