Mil bikinis más

La chica se da la vuelta en su hamaca… El bikini lo creó un salido y todas las mujeres picaron. Ese tío debía estar deseando ver a alguien de su círculo medio en pelotas. Ese tal Louis Réard en el fondo sólo quería inventar el desnudo justificado. Si en unos años algún otro francés o publicista o genio empresarial pone realmente de moda el sexo anal, en cuestión de meses tendrás a todas esas chicas que jamás lo harían practicando con el dedo, con consoladores, lo que sea. De lo que se trata es de plantar la semilla de la moda.
Así que la muchacha se da la vuelta en su hamaca, tiene veinte años o algo por el estilo y su bikini es blanco. Y ella también es de piel blanca, así que de lejos al principio puedes llegar a creerla desnuda un segundo. Tiene el pelo rizado, castaño o rubio según el mechón. Tiene -ajusto mis prismáticos- un cuerpo proporcionado, incluso sus pies producen esperma. De lo que aquí hablamos es de alguien a quien el fotógrafo se tiraría al menos los próximos cincuenta sábados, la chica que quedó fuera del catálogo pero que en el fondo era la única mujer de verdad.
Se reajusta la braguita, como si fuera a taparse algo con ella. De no llevar el pubis depilado se le vería el chocho. Quedar dentro de los márgenes de lo “aceptable” tiene que ver con el concepto, no con la realidad. Si te preguntaran no dirías que va desnuda, dirías que va en bikini. Pero la realidad es que lo único que eso tapa son los pezones y la vulva. Es aún peor que si estuviera desnuda, es lo justo para dejar algo de margen a la imaginación; es, según cómo, algo más allá de estar desnuda. Porque así aún presenta algo de misterio. El porno es más honesto que el erotismo, pero en la vida real La Mujer en bikini podría lucir muchas veces mejor que desnuda sin más; es el motivo por el que una playa nudista resulta más grotesca.
El novio (por llamarle así), siempre va por casa con una especie de túnica blanca, y se le acerca de vez en cuando a meter mano. Y tiene como setenta años. Se sienta en el borde de la hamaca con ella y ella intenta evitar que la sobe sin parar. Es como echar plátanos en la jaula de los monos a la hora de comer y pretender que no los toquen. Eso puede hacer un bikini, convertir en monos a las personas equilibradas, y en violadores al resto.

Por mí perfecto, desde mi quinto piso, a cubierto en el reflejo de la ventana, puedo contemplar cada tarde cómo esa Laura o Natalia o Sandra toma el sol en la casa de ese vejestorio adaptado a la vida moderna. Tanto que tiene un jardín con piscina y le come lo suyo cada noche a esa veinteañera que debe preferir ser amoral a acoplarse al concepto de dignidad que cualquier hijo de vecino tiene. Si se lo monta bien, puede que ese tipo acabe haciéndola millonaria. Es verdad que el amor no tiene edad.
Hasta diría que a ese mamoncete septuagenario no le importa lo más mínimo que la tal Marta o Bea o Isabel se folle todo lo que pasa por casa, ya sea para reparar tuberías, hacer una pequeña obra en la cocina o porque simplemente conoce a la tal Maribel o Cristina y tiene su número de teléfono. Ese es el “truco”; ofreces dinero y eliminas de la ecuación la monogamia. Y así la relación perdura, desaparece la cuestión de la edad, y los demás ya pueden llamarte viejo verde; pero ellos también le meterían la lengua en el culo a Estefanía o Clara a las primeras de cambio.

Sin embargo, la chica ha comenzado a repetir polvo con cierto muchacho. Alguien que, dos horas antes de que llegue del trabajo esa versión salida de Gandalf, es capaz de follársela en el jardín hasta que ella tiene que pedir una tregua. No sé si al final de la tarde hay más semen en la piscina o en el estómago de esa Silvia. O Mabel.
En serio, esa chica compite sin saberlo con cada uno de mis ligues, y siempre gana. La fantasía siempre es mejor. Esos que dicen que la realidad supera a la ficción nunca han estado dentro de mi cabeza. O sencillamente están equivocados. Porque seguro que yo no tengo más imaginación que los demás. Ni estoy más salido. Y ni tan siquiera estoy casado, no tengo dos críos berreando por mi piso. No es que yo esté “pillado” y con un anillo en el dedo para querer desear cada día secuestrar a esa Lolita. O Helena de Troya. O Eva.
Pero la verdad, me estoy poniendo celoso de ese cabroncete, ese ligue universitario con sus abdominales y su rollo sexual-maratoniano. Ya ni tan siquiera me masturbo cuando es él quien se la tira. No puedo soportar sus sonrisitas y su rollo sobrado en plan “lo tengo todo duro”. Incluso me está empezando a caer mejor el viejo. Me parece más honesto, menos falso. Ese chico podría sacarla de esa casa y dejarla con el corazón hecho trizas en un par de meses. No creo que tenga derecho a catapultarla a la vida real con su polla joven y sus maneras de “futuro triunfador”.

Y están todos esos bikinis, cada día uno distinto. Y si quisiera quedar como un puto pervertido o un tío raro del que hay que alejarse, me bastaría con confesar que casi llevo la cuenta. Aunque no la llevo. Lo que hago es anotar lo colores y detalles de cada uno. Es la forma de asegurarme de que realmente nunca repite. Al parecer el viejo le ha comprado uno para cada día del verano. Todos minúsculos. Debe ser para su propio recreo. Al paso de los días cada vez admiro más a ese carcamal. Las fantasías que muchos podamos tener, él simplemente las lleva a cabo. Tiene un deportivo, una casa enorme, pene y a su propia muñeca hinchable, un modelo único hiper-realista producto del capitalismo y el sistema. A eso se le llama sacar partido a la tercera edad. Y si aún es capaz de llevar sus negocios, puede perfectamente tirarse todos los días a la reina del baile.

Después de varias semanas de limpiar de salpicaduras de esperma mi ventana, la pregunta lógica sería: ¿Por qué no llamo un día al timbre de esa Verónica o Sara? Sé perfectamente cuándo se va y vuelve el viejo, y jamás he visto un tío que salga de esa casa sin haberle puesto los cuernos a alguien. Desde técnicos de lo que sea hasta tipos gordos que traían encargos en cajas. Mensajeros, butaneros, fontaneros. Una vez incluso salió a la puerta y llamó la atención del cartero. Lo que parece es que se ha corrido la voz. Y no solo la voz. Hay una ninfómana en mi barrio y yo intento ligarme a chicas bien o me hago pajas. No tengo los huevos que tiene ese viejales o todos esos tíos que no dudan en amorrarse a ese coño y sorber. Soy patético, soy falso como un refrán o una frase hecha. Debería armarme de valor, ir a esa casa y tratarla como a un objeto. Es lo que ella quiere, y no distingue entre edades ni clases sociales. Soy una mierda, pero esto tiene que acabar.
Y me da igual si ahora está enamorada o ha descubierto la esperanza o la felicidad con ese pijito que hace pellas. Si se ha montado a media ciudad bien puede dedicarme una tarde. O veinte minutos.
O no lo sé. Es un puto lío. Porque tampoco sé si la estoy mitificando o si utilizando un condón en ese jardín se me pasará este rollo. Pero de cintura para abajo todo está muy claro, no hay ambigüedad que valga. Mi vecino el viejales nos está ofreciendo un servicio a todos, una puta que no cobra y cuya foto del anuncio da lo que promete. Yo sé lo que es hablar con familias, con amigos que ya tienen hijos; sé lo que es que te cuenten que todo va bien, que van tirando; sé apartar la mirada cuando las parejas ponen cara de asco juntas sentadas en una cafetería. Conozco la versión del compromiso, del “amor verdadero”. Sé lo crueles que son el tiempo y la rutina con todos esos que intentan prosperar sólo según las normas del juego; sin trampear, sin poner nada en tela de juicio. Sé por qué siempre asienten ante el modelo de felicidad establecido. Y también les entiendo si luego se pelean, se divorcian, se odian, reparten las sábanas, a sus hijos… Conozco esas rutas, y no hay que ser muy imaginativo para verse acomodado en ellas, evitando pensar las cosas más de dos veces, aferrado a los pequeños detalles.
Sé de qué va todo eso, pero no sé si yo quiero todo eso.

Un día vuelvo del trabajo y decido que al día siguiente iré a esa casa. Me presentaré con alguna carpeta y un bolígrafo, le diré si puedo pasar, si puedo hacerle una pequeña encuesta, algo rápido. Y si ella es como creo, me bajará la bragueta al acabar alguna cuenta atrás mental. No es muy exigente. Solo debes tener genitales y una excusa para entablar conversación. Al menos eso se desprende de mi estudio involuntario como voyeur enfermizo. En los dos últimos meses la mensualidad de Internet debería habérsela pagado a María o Teresa o Raquel. Sería lo justo.
Esa noche anterior a mi comedia preparada me voy a dormir satisfecho. Por fin la conoceré más allá de sus bikinis y cerraré un ciclo. Puede que la vuelva a ver o puede que no. O quizá solo con oírla hablar se me caiga la leyenda. Insisto, ráramente la realidad supera a la ficción. Mi cabeza va muy allá. La celebridad y el mito no tienen ropa sucia ni mañanas de lunes. Son nubes, agradables nubes de tormenta que añaden un suave y sugestivo aroma a tu vida. El mito de tu vecina o el de la actriz o la cantante o la presentadora del telediario… Da igual siempre que hayas podido adornar su realidad.
Puedes ser un mito si no llegan a conocerte lo suficiente. Se trata de la insinuación otra vez, del bikini necesario para dejar algo de margen a que la gente fantasee. Es la parte de ficción que te hace grande y que solo puede ser neutralizada por lo tangible.

Un ruido me despierta. Son las cuatro de la mañana. Tengo una erección, creo que he estado soñando, pero el recuerdo se diluye en seguida. Tengo ganas de mear. Estoy a gusto y me jode tener que ir al lavabo. Voy al lavabo y de camino oigo otro ruido. Como un golpe. En este edificio apenas hay vecinos, solo hay tres pisos más ocupados. Todo está en venta, esperando. A sí que no me hace gracia oír ruidos. Pero enseguida comprendo que lo que sea viene de la calle, de fuera.
Meo, pero aún la tengo dura y el chorro sale como a presión, fino; tengo que sujetármela bien para no salpicar por todos lados excepto en el váter.
Al acabar oigo otro golpe, y como un grito. Me la meto en los calzoncillos y voy a buscar mis prismáticos. Algo pasa abajo, donde siempre, en el jardín de Julieta. Veo dos figuras, y también dos bolsas enormes, negras. Miro a través de mis prismáticos. Son Melibea y ese universitario. Ella lleva tejanos y un suéter. Él va sin camiseta, y sujeta lo que parece un cuchillo enorme. Aún estoy medio dormido, ni siquiera me pongo tenso, no me siento nervioso. En el suelo hay un cuerpo. No es que se vea muy bien, pero por la luz de la luna y la calle que se filtra hasta el jardín parece claro que el cuerpo es el viejales. Veo las siluetas. El chico clava el cuchillo en el torso del viejo, pero es obvio que ya no hay más que hacer. Tanto Virginia como ese folla-vecinas parecen tranquilos. Incluso les veo abrazarse. Se besan junto al cuerpo inerte. Obviamente creen que en esta cara de mi bloque de pisos no vive nadie. Creen que nadie puede verles en ese jardín. Que nadie puede llamar a la policía. Pero no sé si hacer algo. De momento solo observo. Por un lado podría estar horrorizado, pero por otro, ese chico ha resultado ser un asesino y un gilipollas. Y eso por algún motivo me hace sentir mejor. Además de que mañana ya no tendré que pasar por el trance de ver si esa Ofelia se me follaría o pasaría de mí. Mañana ellos estarán lejos. Y jodidos tarde o temprano. Permanezco impertérrito cuando veo que el chico entra en la casa y sale con una linterna encendida y un hacha. Deja la linterna cerca del cuerpo y comienza a cortarle una pierna al vejestorio muerto. No es hábil, Olivia se aparta dando un paso atrás cuando le salpica el tercer hachazo. Se aparta sonriendo. Parece que lo que hace es comenzar a despedazar el cadáver desnudo para meterlo en esas bolsas. Pero una vez separa la pierna del resto del cuerpo, se dedica a cortar trozos de carne con el cuchillo, pelando el hueso. Paso de estar adormilado a no dar crédito, a ser incapaz de hacer un solo movimiento. Comienza a verse el fémur con claridad, como una pieza nueva de algo que aún no está montado, algo brillante e industrial. Ese chaval, que al parecer no tenía suficiente con ser el número uno de la chica de la piscina, suelta el cuchillo y separa de un hachazo el fémur de la rótula y la tibia. Parece decirle algo a Calista; ella se lleva las manos a la boca, al principio parece que llorando, pero luego veo que no es más que un ataque de risa. Si alguien más está viendo esto, obviamente tampoco ha llamado a la policía. Esa Afrodita o Aradia ha comenzado a bajarse los pantalones y las bragas. No parece importarles nada el hecho de estar lleñándolo todo de sangre y carne y pruebas inculpatorias. El chico ha entrado en la casa, mientras Atenea se ha acercado a la piscina y se ha sentado en el borde, mojándose los pies. Ese tarado vuelve a salir; coge la linterna y la deposita cerca de donde está Diana espatarrada. Coge el fémur casi pelado de ese desgraciado y se mete en la piscina. El agua le llega por la cintura. Veo que lleva una caja pequeña y que de ella saca un sobre que luego veo que es un condón. Un condón que le calza al fémur. No veo cómo teniendo en cuenta la forma del hueso va a penetrarla. Luego veo que sencillamente la estimula frotando el extremo que unía el hueso con la rótula. Cerca de la piscina sigue el cuerpo de quien ya estaba siendo mi mentor mental. Si no hubiera leído ciertos libros pensaría que es imposible masturbar a una chica con el fémur de un millonario muerto. Decido que de todas formas el viejales debía ser un buen elemento, así que paso de llamar a la policía. Espero a ver qué sera de esos Bonnie y Clyde, esos Mickey y Mallory. La chica de los mil bikinis ha dado un paso más. Ha pasado del cuento de la princesa y el viejo verde a ser la amante de Charles Manson. Yo no soy tan diferente, también odio a la gente que se auto-denomina normal. Y ahora entiendo por qué ese chico le gustaba más que cualquiera. Lo peor que le puede pasar con él es morir. Así que sin miedo a la muerte, y mientras se corre ahora estimulada por un hueso humano septuagenario, pues no le parecería a nadie la chica ideal para llevar a comer un domingo a casa de mamá. Pero es muy posible que se parezca más que la mujer a la que sigues llevando al cabo de diez años.

[La red social (Entrevista a Justin Timberlake y Andrew Garfield en el video) es una de esas películas ideales que sirven o para dártelas de crítico o para disfrutarlas sin más. Yo me he quedado con lo segundo. Dos horas enganchado a la pantalla. Técnicamente brillante, montaje brillante, diálogos brillantes, fascinante a nivel global. Y quien quiere criticarla dice que es fría. Como si Fincher hubiera hecho alguna vez cine cálido, como si una peli tuviera que ser cálida para ser buena. Como si las pelis de Kubrick, justamente encumbradas, fueran cálidas… En fin, el tiempo dirá (aunque supongo que dirá lo que dice con casi todas las pelis de Fincher), que nadie se la pierda.]

22 comentarios en “Mil bikinis más

  1. Mira que tengo imaginación, y muchos finales me rondaban la cabeza por la mitad de tu texto, pero una vez mas, me has dejado con cara de alelada mirando la pantalla…
    Eso si, con un sabor de boca un tanto ácido, por llamarlo de alguna forma, pues no se exactamente explicar la sensación que se me ha quedado en el cuerpo…
    “Hoy que tengo mas tiempo…voy a sentarme a leer a Jordi, con un té en la mesa, una luz adecuada, en fin, momento relax…”
    Y bueno, a pesar de que me he olvidado del té y que se me ha quedado helado, he disfrutado leyéndote, aunque disfrutar, con respecto a la parte del fémur, no sería la palabra adecuada tampoco…

    En fin, tus textos atrapan…

    Genial Jordi 😉

    Muackss!!

  2. Tengo la suerte (aunque algunos tipos mediocremente falsos dirían la desgracia) de vivir en frente de un sex shop de una ciudad pequeña.
    Cuando éste abrió, la gente entró en cólera. Podías ver a las marujas de turno cuchicheando en las esquinas y a los «correctos» maridos calmando a sus señoras.
    En pocos meses los dueños de la tienda estaban forrados.
    Resulta que mi vecina, la cual alguna vez con el palo de la escoba contra el techo me dijo en código morse » puta» para obligarme a guardar silencio, le gusta el tamaño más bien tirando a descomunal y de colores oscuros. Desde que se abrió esa tienda siguió siento igualmente «racista» pero comenzó a simpatizar con los chicos que vendían bolsos en la calle y se gastó sus ahorros de la pensión en consoladores.

    Lo bueno de ésta historia es que te la puedes llegar a creer, pero sigue siendo ficción, lo cual es la parte realmente buena.
    Al igual que Capote acuñó el término faction, de hechos y ficción, aquí se huele algo muy parecido.
    La masturbación con un fémur puede ser un hecho. Por eso sigo agarrándome a la ficción…

    Si cuando mi vecina, la antes mencionada, socia VIP en el sexshop, le pide al carnicero un gran hueso para hacer un caldito, ahora que los días son más fríos…si cuando ocurre eso yo lo interpreto como algo totamente destinado a sus técnicas onanistas, será todo gracias a ésta maravillosa ficción.

  3. Con tu ácida capacidad para imaginar y desnudar hipocresías y convencionalismos nos vas teniendo otra vez en ascuas con este relato. No sé si es más infame el que observa desde lejos sin intervenir o el que no tiene problema de ensangrentarse las manos (y lo que venga) con los restos de quien acaba de matar!…es tan falsa la moral de la sociedad que llega a tolerar lo que sea a cambio de la blanda comodidad de envidiar, desear, criticar y transigir????
    Me quedo con un gusto amargo pensando en que no es tan ficción lo que nos muestras.
    Un abrazo.

  4. Yo también espero al final para ver qué tal pero es que el disfrute ya me llega desde el principio dónde con ironía hablas de la historia teorizada por tí sobre el bikini. Y luego ese crescendo donde todo puede ocurrir (me reí con la hipérbole de más semen en su estómago que en la piscina). Un relato inteligente. El día que bajes el nivel te aviso pero de momento nada. Saludos.

  5. Qué bestia. Es de esas veces que termino uno de tus relatos y no sé por donde apuntar en mi comentario : )
    Me gusta eso de que si no hubiera leído ciertos libros pensaría que es imposible que ocurran según qué cosas con el fémur de un millonario.
    Y muy interesante el dilema acerca de si utilizarla como objeto como ella quiere o no; así como preguntarse qué es ser un cobarde cuando se trata de sexo.

    Saludos!

  6. Yo siento mucho aprecio por las parejas con diferencia de edad. Comprendo perfectamente que una jovencita prefiera un fémur septuagenario que otro de su propia edad ¡Dónde vas a parar!

    Los pipiolos son pipiolos, aquí y en la China. Lo que interesa es la gente que sabe decirte lo que neceistas oír. Los que saben seguirte el juego y divertirte, tengan la edad que tengan.

    Tengo algunas amigas que disfrutan de esos calentamientos con maduritos, o «viejos» ¡Uuumm! Yo no. A mí me van los pipiolos y así me va 😦

    Pero bueno, que a la mayoría (al menos a las listas) nos gusta disfrutar, reír y tragar. El sexo oral y el sexo anal, están allí y no hay que ignorarlos. En fin, buen relato. Unos chupan los dedos de los pies, otros se masturban con fémures recién seccionados y algunos recuerdan «La ventana indiscreta» del gran Alfred Hitchcock.

    Salu2!!

  7. No tenía ni idea de que un bikini (o mil bikinis, como quieras) dieran para una historia como la que narras… se te da bien estructurar relatos, sí señor!!! Besos lectores.

  8. Bestial. En el buen sentido. (Si es que pudiese tener uno malo)

    Si el sexo anal es suceptible de ser la próxima «semilla de la moda», cazar a tíos mayores para masturbarse con su fémur igual podría ser una alternativa.

    Yo, por mi parte, creo que me voy a pasar al nudismo.

  9. Hola Jordi, descubri tu blog tras tu visita a mi blog, y cuando vi lo largos que eran tus texto me dio un poco de pereza.

    Despues de haberle echado ganas al asunto y empezar a leerme este relato solo puedo decir que «chapeau» o como quiera que se escriba.

    El relato es genial, crudo y real donde lo necesita, subrealista cuando se acerca a la ficcion y esta muy, pero que muy bien escrito. Te pongo en seguimiento desde ya y te incluyo en mi blogroll, porque esto lo tiene que leer mas gente. Un abrazo y a seguir asi.

    Nos Leemos

    http://www.unblogdefanafan.blogspot.com

  10. Me gustó mucho! Los detalles son increibles, contás todo paso a paso, de singular a plural. Me gusta cuando podes imaginarte todo lo que esta pasando en tu cabeza.

  11. Al parecer me estoy volviendo adicta a tus letras señor
    Los finales sorpresa siempre han sido mis favoritos, pero este sin duda estubo apoteosico
    La verdad es que creo que todos siempre estamos mejor con un pelin de ropa, ya sea vikini o la mini toalla del vidé, que desnudos completamente, y no solo los hombres son mirones de esa manera, yo sin ir mas lejos (mejillas rosadas de mas) (que no, que la verguenza la perdi en la maternidad cuando naci y ni la he ido a buscar) ok, ahi lo dejo que luego todo se sabe, ajajajajja
    un hombre con unos buenos boxer siempre sera mas sexy que con sus genitales expuestos, aun que a veces pues… jajajajjaaj
    Muy buen relato, me ha encantado y que pena que Susana, Claudia, Vanesa no haya aplazado una semana el asesinato, porque este pobre mirón se merecia su trocito de pubis depilado

    un beso y a ver si este mono de tus letras no persiste, porque mi tiempo es escaso y tus entradas extensas, jajajaj

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