La señorita Minnesota entra en el despacho con un deje de arrogancia femenina que parece calculado. No por ello el Detective la considera menos atrayente en el sentido más primario. Se presenta como Carolina Minnesota, pasa a describir la historia de su familia y de por qué ella se llama así, y luego, sin esperar comentario alguno por parte del Detective, ocupa una de las dos sillas dispuestas ante el amplio y desordenado escritorio. De golpe el ambiente está cargado en la habitación. La mujer coge aire y dice:
–Los motivos por los que requiero de sus servicios no son muy convencionales, creo, pero espero que, aunque no entienda mi situación, se digne usted a…
–No se preocupe –la interrumpe Detective–, solo cuénteme y luego veremos.
Se produce un silencio. Minnesota mira pensativa por encima del hombro de Detective. Detrás de él, el sol de media mañana incide eléctrico sobre los edificios del otro lado de la calle. En su mente se vuelve a morir su padre, y cierta persona vuelve a no llamarla, ni tan siquiera para darle el pésame.
–Verá –dice– hay un hombre. No es mi marido. No estoy casada. Pero solo hay un hombre, ¿entiende? Eso puede ser muy bonito, o se puede acabar convirtiendo en un problema.
–…
–Estoy bastante segura de que dicho hombre no quiere nada de mí, o conmigo, ni tan siquiera una amistad mínimamente genuina. Solo estaría dispuesto a brindarme un saludo amable de vez en cuando, pero entre comillas: mero formalismo. No sé si sabe lo que puede llegar a doler el mero formalismo. Una se siente como una oveja más a la que llaman al redil de cierto tipo de paz meramente mecánica y asentimental… Dicho hombre es de los que necesita creer que se lleva bien con todo el mundo, que no tiene problemas con nadie y que nunca hará daño a nadie, porque cree que eso es sencillamente algo que él puede controlar…
Silencio.
–Me habla usted de sus sentimientos por él, supongo…
–Sí, pero déjeme intentar explicarme… Yo sé que no hay nada que hacer. Sencillamente yo ya no soy más para él que alguien que anda siempre pendiente de él, un pequeño incordio. Es decir, una vez una se convierte en eso, una vez deja de ser alguien potencialmente interesante o fácilmente tratable para una persona, no hay vuelta atrás… Lo que intento decir, es que vivo en una contradicción terrible, porque por un lado soy muy consciente de lo que le acabo de decir, pero a la vez no quiero pasar página.
–No sé si la entiendo.
–Lo que ocurre es que, incluso sufriendo por ese hombre, aun no siendo esa una sensación agradable, así… me siento viva.
–…
–Verá, creo que hay tres clases de vida emocional. Una de ellas consiste en lo ideal, un amor correspondido; puede que con sus altibajos, no crea que yo no soy realista. Otra consiste en negar ese idealismo, ahorrando así riesgos y evitando también la tercera, que enseguida le comentaré, viviendo una relación cómoda que a lo largo de los años se puede convertir en mera rutina, y a menudo en el preludio de un estado comatoso a muchos niveles. Y la tercera clase, tiene que ver con mi estado actual, que es el del anhelo… Obviamente la mayoría de personas lo podrían considerar algo infantil o poco maduro, una forma de no afrontar las consecuencias de nuestros sentimientos; yo misma habría dicho eso hace unos años: pero mi opinión ahora mismo es algo distinta. Creo que mi estado actual goza de una vivacidad y vitalidad, incluso pasando por momentos terribles de soledad, que para mí se parecen más a la felicidad que el estado fácil y neutro al que mucha gente se entrega… ¿Entiende…?, puede que no sea lo mejor, pero es intenso, me hace sentirme… en el juego, y mientras mis sentimientos sean los que son…
–Disculpe… –interrumpe Detective–, creo que entiendo lo que quiere decir, aunque obviamente sea una línea de pensamiento extraordinaria… Pero la cuestión es: ¿qué puedo hacer yo?…
–Estaba a punto de decírselo… Lo que quiero es…, una vez ya he elegido este camino del anhelo, quiero que al menos no esté basado en la ignorancia. No quiero sufrir según las malas pasadas de mi imaginación, sino en base a la realidad.
Silencio. Detective escruta a Minnesota con una mezcla de interés y desconcierto. Dice:
–Lo siento, pero hay algo muy básico que no me cuadra aún… ¿Por qué está tan segura de que ese hombre ya solo la considera un pequeño incordio…? Y aunque ahora fuera así, la vida da muchas vueltas, puede que si usted hablase con él, si usted no se limitara a los parámetros de ese tercer estilo de vida que me ha comentando, en fin, creo que es usted atractiva, y sin duda educada e inquieta… puede que con el tiempo tuviera una oportunidad con él si…
–No. Es decir, entienda que la situación ha llegado a un punto de colapso. Ahora mismo cualquier movimiento por mi parte solo sería acumulativo en negativo. Quiero decir, ahora están así las cosas. Esa fase de la que habla usted, en la que yo intento hablar con ese hombre para cambiar las cosas, ya ha pasado. El problema es que yo sigo sintiendo lo mismo. El problema es que aunque yo me vaya con otro hombre y lo intente en serio… no serviría de nada, puede que incluso lo empeorara todo aún más. No se me da bien ese tipo de negación positiva o evolutiva, señor Detective. Todas esas arengas sobre que las decisiones importantes las toma el corazón son ciertas a veces, pero lo son también aun cuando eso implica sufrimiento. Con esto una no puede decidir cuándo dejar de sufrir, y mientras esta fase pasa (y deseo que alguna vez lo haga), haya lo que haya después, ahora necesito ayuda para superarla con dignidad, del modo menos… falso posible, sin que todo se convierta en dudas e historias fantasiosas y terribles de amor y sexo sobre la vida de ese hombre. Una vida de la que yo ahora no formo parte, ¿entiende?
Detective mira a los ojos a Minnesota sin dejar de cavilar. No se le ocurre qué decir, y luego recuerda que él no está ahí para corregir o convencer a nadie de nada, no necesita entrar a juzgar. Aunque no cabe duda que la historia ha despertado su interés, sobre todo después de haber tenido cientos de casos en los que solo tenía enfrente a alguien casado que quería que alguien espiara a su cónyuge. Todo eran historias de adulterio potencial, pero es obvio que ésta no lo es, ni tan siquiera está etiquetada, ni tan siquiera la entiende aún muy bien. Y de golpe cae en algo:
–¿No se le ha ocurrido que teniéndome a mí entregándole fotos e informes de lo que haga ese hombre, aún podría pasarlo usted peor?, es decir, peor de lo que me ha descrito antes que planea pasarlo con esa tercera clase de vida de anhelo intenso como sinónimo personal de algo mejor que la neutralidad que ha elegido vivir por el momento…
–Es una buen pregunta, pero verá, dudo mucho que mi imaginación sea mejor que la realidad. Si tengo que sentir celos o amargura, no quiero que sean gratuitos, si tengo que sentir incluso algo de rabia, no quiero que haya salido de la nada. No quiero pasarme otra noche bebiendo sin tener ni una sola idea de lo que él hace, o de si está saliendo con alguien, o de si simplemente prefiere estar solo por ahora, ¿entiende?… Lo que ahora necesito es autocompadecerme, si usted quiere llamarlo así; pero tiene que ser una autocompasión de calidad, por decirlo así, basada en hechos, no en mí tirada en la cama sola y pensando con quién estará él teniendo relaciones.
–Entiendo…
–Sé que está usted decidiendo en silencio que estoy loca, o que acabaré haciendo algo de lo que me arrepentiré toda la vida, pero no puedo seguir con mi vida como si nada. No puedo negar el dolor. Y Dios sabe que no actúo como una buena persona acudiendo aquí… tanto usted como yo sabemos que si él está con alguien yo me alegraré el día que rompan si lo hacen. Sabe que me alegraré cada vez que él fracase sentimentalmente. Todo esto es un acto egoísta, ¿pero no es uno de los ingredientes básicos del amor por más que todo el mundo lo niegue?… Yo no quiero que él esté con nadie si no está conmigo, ¿pero no es ese sentimiento posesivo el motor de la monogamia? ¿Y si yo creo en todo eso, y no me queda más remedio que creer en ello enamorada como estoy, se me puede exigir que olvide de un día para otro?
–Supongo que no, el tiempo…
–Así están la cosas –interrumpe Minnesota, imbuida en su discurso–, supongo que no soy lo suficientemente fuerte para dejarlo estar enseguida, pero no creo que nadie que se haya enamorado alguna vez haya podido llevarlo con dignidad en todo momento. No hay patrones en ello, sencillamente a las personas se les va la cabeza cuando eso les pasa de verdad.
–… Verá, no creo que sea usted mala persona. Pero no sé si esto es lo que más le conviene, porque…
–Oiga –interrumpe nuevamente Minnesota–, perdone….; al venir hacia aquí dudaba sobre si hacerme pasar por una esposa celosa más, pero luego pensé que tomaría una decisión cuando entrara en su despacho, por según cómo… por según qué sensación me diera usted. En fin, ya ve que no sé hacer que las cosas sean sencillas, quizá por eso ahora ese hombre prefiere estar lejos de mí. Aun así, no puedo pretender contarle todo esto sin que usted me dé su opinión si es lo que quiere. No soy buena encajando lecciones de ética, pero si es lo que quiere no le frenaré. Al fin y al cabo le voy a pagar por el trabajo, y su opinión siempre será bienvenida. Así que adelante, diga lo que quiera, soy todo oídos.
–Bueno, lo que intentaba decir es que… no sé si yo voy a poder ayudarla. No quiero contribuir a que usted se sienta peor. Dice que es difícil que su imaginación sea mejor que la realidad, pero ambos somo adultos y sabemos que a veces saber la verdad no trae nada bueno. De acuerdo, muchas veces imaginar es peor que ver, pero estoy seguro de que…
–Es usted un encanto –dice de repente Minnesota– parece dispuesto a perder una clienta con tal de no arriesgarse a perjudicarla…
–Bueno, yo… la verdad es que nunca me he encontrado ante un caso como el suyo, y creo que no es ético hacer lo mío sin más teniendo en cuenta que…
–¡No se preocupe! –ríe Minnesota–, oiga, es cierto que todo esto es una especie de drama romántico para mí, pero le prometo que no va a acabar en tragedia. Como mucho, dentro de poco habrá una cuarentona más en la ciudad con el corazón hecho trizas del todo. O puede que no. Nunca se sabe. Pero verá, tengo curiosidad por ver cómo vive él, por ver si es feliz o no, y… bueno, también me ayudaría usted a saber si aún puedo tener otra oportunidad… algo que no quería decir en voz alta, pero que como comprenderá, es algo que no puedo negar, siempre cree una que alguna chispa nueva podría… volver a encender algo interesante.
–…
–Lo que de verdad quiero saber, ya que realmente me estoy sincerando con usted, es si ese hombre se está acostando con alguien.
–Bueno, creo que ya había entendido lo que…
–No –interrumpe ella–, pero quiero que entienda mi modo de verlo. No es que me dé igual todo lo demás, me interesa si frecuenta a alguna mujer, si tiene alguna preferencia, me interesa su rutina, su vida ajena a mí, me interesa saber si es tan apasionante que yo no debo intoxicarla con mi sola presencia. Todo eso me interesa de verdad, Detective. Pero lo que me interesa por encima de todo, es si él se acuesta con alguien. Sobre todo si lo hace con la misma persona, o si simplemente va de flor en flor, indeciso… Eso es lo que quiero que me cuente, si él está teniendo sexo o no, ¿no es al fin y al cabo ese acto el que define a la pareja?
–… Creo que entiendo lo que…
–Dígame, Detective –interrumpe Minnesota nuevamente– ¿por qué tenemos tantas pretensiones de profundidad cuando al final convertimos el sexo y la fidelidad relacionada con él en el pilar básico de una relación?… No nos ofende particularmente que nuestra pareja se aburra claramente con nosotros, ni que se sienta más cómoda o alegre o tensa o excitada con otras personas. No nos ofende en especial absolutamente nada, hasta que hay sexo adultero, y entonces todo se viene abajo… Yo también soy así, Detective, no puedo evitarlo, consiento lo que sea, excepto la infidelidad en cuanto al sexo. Incluso en este caso extraordinario, en el que hace ya tiempo que no tengo relación alguna con ese hombre, ni tan siquiera de amistad, incluso en este contexto, dados mis sentimientos, he llegado a emborracharme con tal de no pensar en él acostándose con alguien.
–Entiendo…
–Pero debe ser consciente de lo complejo que es esto… No solo se trata de eso. Además cuando he intentado… proporcionarme algo de alivio… seguro que me entiende, en ocasiones solo he podido hacerlo pensando en él, aunque eso sí, siempre con una mezcla de inmensa añoranza y placer inevitable. Es un acto casi masoquista, Detective; pensar en él siempre funciona, pero al acabar luego siempre hay lagrimas. De modo que quiero pensar en él y a la vez no quiero. Y que Dios me perdone, a veces me ha llegado a excitar incluso la fantasía de imaginarle teniendo relaciones con otras mujeres. Eso que sin excitación alguna hace que se me rompa el corazón, cuando estoy excitada puede llegar a proporcionarme placer… Lo cierto es que es todo muy confuso, el sexo lo confunde todo…
»Como sea, entiéndame, en general no soporto la idea de que se acueste con otras. Así, si usted investigara, me ayudaría a saber cuándo son sospechas dañinas y cuándo es una realidad: podría yo saber cuándo debo sufrir, o cuándo debo poder relajarme al menos un poco… ¿Entiende?
Detective respira hondo y no sabe qué añadir. Finalmente parece decidirse por decir justo lo que está pensando;
–La verdad es que nunca nadie ha sido tan sincero como usted en este despacho, y menos tratándose de una mujer… No me malentienda, no quiero decir que las mujeres sean menos honestas; pero suelen poner excusas y recurrir a triquiñuelas cuando tienen que plantear asuntos relacionados con los sentimientos o… ya sabe.
–Espero que mi honestidad no le haya violentado…
–Oh, no se preocupe; es solo que a veces uno ha de digerir la información, disculpe si me ha notado acalorado.
–Hay algo que quería mostrarle… Sé que que usted es Detective, y no un homólogo del señor Freud, pero me permitirá el desahogo ya que que veo que es tan comprensivo y amable.
–Usted dirá.
–Verá…Tengo una hija. Es de cuando estuve casada. Quiero dejar claro que yo era demasiado joven y que aquello fue un error, pero aun así quiero a mi hija más que nada en el mundo, ella es lo único que me mantiene aún en la cordura. Se llama Estefanía, y tiene 15 años…
–¿Quiere…?
–Sí, disculpe… Le quería dar a leer esta carta de amor que ella le ha escrito a un chico, pero creo que es mejor que lo haga yo ahora mismo y le ahorro el trámite… Es corta. Está relacionada con todo lo que le he contado. Se la he robado sin que ella se diera cuenta; Dios me perdone, pero últimamente ella estaba como ausente, y yo necesitaba saber. Será rápido…
»Disculpe mi arrojo, pero necesitaba expresar mis sentimientos por usted. Sé que es de buena familia y que ya goza de una relación con una mujer que creo sumamente respetable. Bueno, la verdad es que esto último no lo sé bien aún, de ahí quizá que me haya atrevido a escribir estas líneas. Tengo entendido que es usted un hombre serio en cuanto al trato que ofrece a las mujeres, ya sean más o menos cercanas a su círculo, o su corazón. Yo soy más joven, y seguro también más estúpida, pero le aseguro que sé sentir como la que más. Tengo sentimientos por usted que difícilmente se pueden plasmar con algo de tinta y mi escasa habilidad escribiente, pero aun así creo que debe saber de ellos. Si no es cierta la relación que se le achaca con esa mujer, si esa relación aún no ha culminado, aun en pecado, en los asuntos de alcoba que muchos le presumen, quiero que sepa que es usted el dueño de mi corazón.
Estefanía Jardiel Minnesota
–… Tiene usted una hija encantadora, seguro, pero no acabo de ver…
–Verá, no la culpo, Dios sabe que yo misma la traje al mundo casi con la edad que ella tiene. Y entiendo que pueda haberse enamorado… Lo que me preocupa es no haber sabido educarla en algo más que relaciones e ilusiones que culminan en la alcoba, y no en la mente de las personas… Ella lo entiende todo así, ¿comprende?, da igual si son sus estudios o si son sus relaciones; ella no tiene objetivos abstractos o pasionales: temo que haya crecido siendo cada vez más parecida a mí, pero en una versión aún más materialista.
»Estoy segura de que su opinión sobre mí es peor a cada minuto que pasa, pero Detective, tengo medios, tengo recursos, y puedo pagarle. Necesito que al menos una vez a la semana siga con cautela a Estefanía. No quiero que ella se pierda en lo mismo en lo que nos perdemos todos. Sé que es una misión casi imposible, pero creo que todo lo que hay en esa carta es mera impostura. Ella sabe muy bien cómo parecer entrañable e inocente, pero temo que sus objetivos apunten a cuestiones más prácticas que sinceras… Quizá piense que estoy perturbada, pero esa niña, de un tiempo a esta parte, ha comenzado a odiarme, a odiarlo todo, es cada vez más cínica y amargada… No crea que creo que no tiene ningún motivo para ello; es duro ser una mujer en esta ciudad, pero creo que se está olvidando literalmente de sí misma. No me importa que su carácter no sea el de las niñas de su colegio privado, recogiendo flores y creyendo en príncipes azules, cultivando esa habilidad de ocultar la hipocresía, pero creo que el otro extremo es igualmente dañino.
Detective se pone de pie y escruta por la ventana, inmerso en un mar de pensamientos encontrados. Lady Minnesota es dinamita para un lunes por la mañana, pero es obvio que, por su aspecto, podrá pagar de sobras las horas que hagan falta. No es su dinero lo que le preocupa, sino el aparente ánimo de cambiar el mundo y a las personas que habitan en él. Obviamente no dice eso en voz alta;
–… Así pues, está planteando dos casos…
–Si no le importa… Verá, ella me preocupa más. Yo no soy más que una treintañera melancólica, alguien que se ha descubierto a sí misma demasiado tarde, con demasiadas cargas como para obviarlas. Pero ella es el amor de mi vida. Lo que no quiero, Detective, es que se convierta en nada más que otra persona llena de sentido de la responsabilidad cebado de miedo. No quiero que se acabe de perder lo que ella es, lo que la hace única; porque le aseguro que está a punto de perderlo.
»Pensará usted que me falta un tornillo después de esta charla, pero le aseguro que el motivo por el que estoy aquí, temblorosa e intentando encontrar las palabras adecuadas para transmitirle lo que siento, no es más que el del amor. Estoy henchida de amor, Detective.

Después de leer esto, he tenido que leer varios micros. Este texto es de los que duelen y mucho, la agonía a no encontrar el interruptor de apagado es desconcertante además de dañino.
Un beso mi Jordi, siempre es un placer leerte, siempre.
TODO lo haces igual de bien que escribir?…ejem, ejem, esto se autodestruirá en 10,9,8,7,6,5,4,3,2,1….
Besos con sabor a turrón Jordi!!!! Buen 2013
Te leo…
jaja :), gracias por leer!
jordim,eso estubo muy bien. me gustaron bien los dialogos.