Extrema canguro

Los padres –pareja hetero o no– siempre prefieren a una chica para cuidar a sus críos mientras ellos se van de picos pardos. Lo de tener hijos combina mal con todo. Son el color marrón de la vida. Las fotos familiares del salón quedan monísimas, eso sí, y no pocos padres te contarán historias de amor y sufrimiento maravillosas sobre sus hijos. Mi teoría: llegada cierta edad, no sabes qué carajo hacer con tu vida, sientes demasiada incertidumbre o te has estancado en una soporífera rutina; llevas ya años con tu pareja y no veis un horizonte claro. Es entonces cuando recurres al manual, y ahí lo pone bien claro: tened un hijo, a ser posible más de uno. Es el ingrediente que te falta, tan fuerte que se come el sabor de todo lo demás.
Ahora sin embargo nos entierran en discursos “disruptivos” sobre mujeres que no quieren tener hijos o madres que reconocen que a menudo odian a sus hijos. Las mujeres están siempre en el centro de estas historias, porque se supone que la sociedad exige de ellas que se preñen y tengan un crío con nombre de personaje de serie. Así serán por fin mujeres completas. Yo diría que eso no le importa un carajo a nadie ya, pero en ciertos círculos adoran las historias de fantasmas del pasado, y parecen muy interesados en reavivarlas. Pase lo que pase, ahí estarán siempre los activistas para dar trabajo a los servicios de limpieza.

Ego, militancia y aburrimiento. La combinación por la que mucha gente prefiere quejarse a hacer cosas. La realidad de las cosas es demasiado complicada y exigente, y la mayoría de veces no sabes por qué son como son. Si tienes pasta, eso sí, puedes delegar.
Por cuarta vez, estoy al cuidado de Omar. The Wire. Pero este Omar tiene siete años y no tiene nada de racializado. Quizá sí un poco de delincuente. Por lo pronto parece haber provocado varios ataques de histeria a su padre y una depresión de caballo a su madre, que lo mira como si fuera el niño de La profecía. Los padres están cerca de los cuarenta: camisetas frikis, cuentas neomoralistas en Twitter y trabajos de carrera, silla y teclado.
Paseo por la casa mientras Omar ve un maratón de Californication en la tele. Me gusta ese punto de riesgo. Los papis pagan bien, no me puedo quejar. Se sienten culpables por contratar a gente para solucionar sus asuntos personales. Sé que también les limpia la casa dos veces por semana una chica dominicana. Se amputarían el meñique para que nadie se enterara en Twitter.
Omar me pregunta si es verdad que cuando una mujer lleva un tatuaje en la rabadilla es porque le gusta el sexo anal.
–Es probable que sí, Omar.
Siempre tengo conversaciones interesantes con los críos. Son bastante divertidos, como miniamigos temporales.
–¿Qué es el sexo anal?
–Omar, tienes que prometerme una cosa.
Siempre les hago prometer que no les contarán a sus padres de qué hablamos o qué vemos en la tele. Les amenazo con hacerles comer sano o ponerles a hacer deberes.
La mayor parte del tiempo, husmeo. Me encantan los portátiles de los papis. Casi siempre están al descubierto y apenas utilizan claves o filtros. Los de ellos suelen contener conversaciones significativas con otras mujeres; los de ellas, huellas por todas partes de haber visto el porno más cerdo y duro. Las chicas acaban con marcas por todas partes y el maquillaje por los tobillos. Se supone que son las típicas fantasías masculinas.
–¿Qué es la píldora?
–¿Cómo?
–La píldora.
–A veces tienes problemas y tienes que tomarte una píldora para solucionarlos.
–¿Una píldora mágica?
Un niño se suele conformar con poco. La clave está en que no se dé cuenta. He visto a padres manipularlos de formas de lo más retorcidas. Un adulto puede hacer lo que sea con tal de no ejercer de padre.
–¿Pero qué es el sexo anal?

Los papis se vuelven a pasar por el forro el horario acordado. Ya lo hicieron las otras tres veces. No me importa mucho, siempre que vuelvan a pagarme más de lo prometido. De no ser así podría ponerles entre la espada y la pared. Ellos no saben que soy Ameba Café en Twitter. Una pobre chica con menos recursos que ellos, que necesita de la piedad y buen hacer de las personas virtuosas de izquierdas. Esas que escupen sobre el dinero y se encargan de los asuntos propios y ajenos con plena humildad.
Omar ya ha visto tantas veces masturbarse a Charlie Runkle que me ha hecho un montón de preguntas sobre sobre su cosita (la de él, no la de Charlie).
Me levanto y me voy a husmear al piso de arriba. La casa no está muy en consonancia con los ideales teóricos de los papis (básicamente fantasías comunistas y desprecio por la propiedad privada). No veo nada que no supure capitalismo por cada poro. Papá y mamá han acumulado tanto que Omar va camino de convertirse en otro pijo de izquierdas. Más comunismo teórico. Recuerdo con nostalgia cuando los pijos sólo eran de derechas y comían bebés inmigrantes. Cumplir años te puede envenenar. ¿No tengo ni treinta y ya soy así? Cuando empiezas a ver las contradicciones ideológicas y no eres de ninguna iglesia secular, ya no hay marcha atrás. Quizá sigas votando a partidos de izquierdas, pero tus opiniones te convierten en un elemento sospechoso a ojos de los que estarían en tu bando.
Como mínimo no veo ningún retrato del Che Guevara ni poster alguno con la hoz y el martillo. Hubiera sido raro de narices en semejante casita de muñecas. Sí me extraña no ver ninguna bandera LGTBI, aunque sólo fuera para impresionar a las visitas. Antes presumir de que no eras homófobo era completamente ridículo, ahora te puede abrir más de una y de dos puertas. Tampoco espero encontrar una bandera con la esvástica escondida en un cajón. Entro en la habitación de Omar y sólo veo muñecotes y ropa de color niño. Parece ser que los críos siguen empeñados en el azul y el rosa, no hay manera de sacarles eso de la mollera.
Los papis siempre llaman un buen rato antes de volver a casa. Piden perdón por el retraso y anuncian un pago acorde. No se dan cuenta de que así avisan a la canguro, que mientras tanto puede hacer lo que se le venga en gana. Podría haber llamado a quien yo me sé y follármelo en la cama de matrimonio. O podría ser una niñera diabólica grabada en video sacudiendo a Omar como si fuera el saco de boxeo de una divorciada joven. La típica cámara escondida tras la foto de las vacaciones a Roma, ¡maldita sea!
Pobre Omar. Dejo de revolver sus cosas y me voy a la habitación de los progenitores. Nuevamente ninguna señal o símbolo de progresismo tuitero.
Asomo la cabeza al pasillo y le grito a las escaleras:
–¡Omar, ¿estás vivo?!
–¡Sí!
La comunicación es importante.
Comienzo a abrir cajones y armarios. Ropa de clase media alta. Casi toda de ella. Estereotipos de género por todas partes. Más contradicciones.
Entonces voy a abrir el último cajón de la mesilla a la derecha de la cama, y está cerrado con llave. La emoción me embarga. ¿Por que no sabía de la existencia de este cajón?
Comienzo a revolver las cosas. Que esté, por favor, quiero esa llave, quiero la llave. Rezo por que los papis estén borrachos hablando con alguien sobre alguna de las violencias machistas que aún sufren las mujeres hoy en día por el solo hecho de ser mujeres. Espero de verdad que se estén divirtiendo. Vamos, papis, la noche es joven y el mundo no se va a arreglar solo. Revuelvo y busco y palpo. Las mujeres os necesitan, las niñas os necesitan, las minorías raciales. Venga, vamos, dónde estás, puta. Me meto debajo de la cama de matrimonio, huele a perfume incluso ahí. Oigo de fondo a Hank en la escena en que mea borracho en una botella de whisky. Luego pega un trago sin darse cuenta. Vamos, puta, tienes que estar por algún lado, venga, venga, vamos…
Finalmente miro bajo el pie de cama estilo Maria Antonieta. Una llavecita monísima está pegada con cinta aislante debajo.
–¡¡Puta madre!!
–¡Sí! –responde Omar.

Despego con cuidado la cinta para poder volver a pegarla después y dejarlo todo como estaba. Vamos a ver qué lubricantes y consoladores de puño cerrado utilizan papá y mamá. Quizá incluso haya esposas y látigos, está claro que a mami le gusta explorar sus límites. Me tiembla un poco la mano, pero finalmente consigo encajar la llave.
Funciona.
Abro el amplio y hondo cajón. Está repleto y huele raro. Me tapo la nariz en un acto reflejo.
–Joder, papis.
Hay juguetes, efectivamente. Varios consoladores, muñequeras e incluso una máscara de cuero. Rebusco con la mano como si ella sola supiera lo que hay al fondo.
–Joder. Joder.
Un grueso sobre manila. No está sellado. Dentro puede haber fácilmente cincuenta fotos.
–Fotos físicas, papis, se os va la olla.
O quizá no, pienso, quizá sea peor que estén en tu ordenador.
Espero ver a los papis haciendo la clase de guarradas extremas de la gente que moraliza a los demás.
Voy pasando las fotos y mi mente no parece procesar lo que ven mis ojos. Oigo un ruido sordo y veo entrar a papi aflojándose la corbata.
–Su puta madre… –sisea. Su mirada se vacía.

Las buenas costumbres no siempre se mantienen. Quizá se dejan de lado cuando uno piensa que le podrían estar perjudicando. Esta vez los papis no llamaron para avisar. Quizá si yo hubiese sido una simpática latina, aunque fuera de piel clara… Con un poco de culpabilidad blanca esto podría haber sido diferente. Pero ahora no sé qué va a ser de mí, y estoy mucho más atónita que asustada. Pienso en estupideces igual que si no estuviera en peligro de muerte.
Porque de verdad estoy en peligro de muerte.
El papi de Omar me está preguntando qué he visto. Han cerrado con llave la puerta del dormitorio. Ellos están de pie frente a mí, me han sentado en el pie de cama.
Papi dice:
–No te queremos hacer nada, pero nos tienes que decir qué has visto. En ese cajón hay cosas privadas.
Mami parece estar conteniéndose. Da más miedo que él.
Pregunta:
–¿Te vas a quedar callada?
, lo prometo. Lo prometo.
–No, imbécil, no me ferería a eso. ¡Que hables, coño, qué has visto!
–Tranquila… –murmura él.
–He visto juguetes, consoladores… y prendas de cuero.
No sé si papi me vio guardar las fotos. Creo que yo misma tapaba ese ángulo. O quiero creerlo.
Se dan la vuelta y cuchichean hablando entre ellos. Luego es ella la que se pone a hablar conmigo;
–Niñata –se acuclilla delante de mí y me clava los ojos–. Dinos lo que has visto. Enuméralo. Fácil, ¿no? ENUMÉRALO.
Cuando tenía quince años, siempre pensé que en torno a los veinticinco me suicidaría. No le veía la gracia a eso de vivir veinticinco años y luego ya tirar sólo de nostalgia. Nunca he sido lo que se dice una persona vital y hacedora. Siempre he tenido demasiado miedo, a casi todo. Y ahora que el terror está plenamente justificado, apenas lo tengo. Y estoy cansada, muy cansada, como si de golpe soportara sobre mis hombros todo el peso de mi recorrido vital. Todo me ha traído a esta habitación de progres tarados hijos histéricos de su catálogo de violencias y patriarcados. Tengo veintiséis años, no soy nadie y es la primera vez que tengo algo de poder. Por fin alguien me tiene en cuenta, finalmente alguien me tiene miedo a .
Debe ser raro mirarme a los ojos ahora.
–Os he visto en Twitter –digo de repente. Ni siquiera iba a decir eso, pero eso es lo que ha salido.
–C… ¿Cómo? –papi parece más nervioso.
–Que os he visto en Twitter. A los dos. Sois muy buenas personas. Excepto que no lo sois, ¿verdad?
Mami empata con el semblante de papi, parecen expectantes, curiosos.
–Yo pensaba que sólo erais unos hipócritas. Todos lo somos hasta cierto punto… Pensaba que simplemente os divertía ser los virtuosos, acusar a los demás de los males del mundo, salvaros a vosotros mismos, despojaros de culpa, o presentaros como mártires o adalides de la culpa restrospectiva… Todo ese rollo que a mí ya me da un poco de vergüenza ajena, y disculpad que lo diga.
»Tú jugando a la víctima y tú al opresor. Como mandan los cánones mediáticos. ¿Jugáis a eso también en la cama? ¿Os pone cachondos interpretar esos papeles en serio en Twitter y luego traducirlos a roles sexuales? El polvo secreto es el mejor polvo, ¿no?
»¿En qué momento comenzasteis a hacer tríos? Yo no tengo nada en contra, que conste, soy bastante guarrilla, a decir verdad. Podría hablaros largo y tendido sobre la lluvia dorada, y una vez me cagué en el pecho de un tío, aunque a él no le gustó. A mí tampoco, la verdad, prefiero los cachetes y las bofetadas a la escatología.
Los papis en realidad sólo escuchan parcialmente, ahora comentan la jugada entre ellos en el rincón junto a la puerta de la habitación. El protocolo a seguir si el secreto se revelaba no está claro.
–Lo de los críos en cambio… Puedo entender incluso el homicidio, ¿sabéis?, tanto el involuntario como el planeado. Me puedo imaginar a mí misma perdiendo los papeles. Por grave que sea, no me parece tan raro tener ganas de destruir a alguien. No creo que nadie piense en matar, sólo quieres sacar fuera la rabia que te está consumiendo. Por eso se encuentran cuerpos con cincuenta puñaladas. Es algo físico, lo entiendo, aunque sea terrible… Pero la pederastia… Lo siento, papis, no tengo tanta imaginación.

El tiempo se estira. Ellos hablan de matarme, sobre todo ella. Les da igual que les oiga. No entiendo por qué bajan la voz; debe ser la costumbre. Sólo puedo oírles yo, y les oigo. Lo cierto es que tienen un problema de setenta kilos. Soy algo rellentita para mi estatura, pero ágil, y como relativamente sano. Hago deporte y fumo de forma intermitente. En general no soy lo que se dice un modelo de conducta, y siento algo de vértigo ante la idea de acercarme a los treinta. Abrazo algunos tópicos. Estoy más socializada de lo que quisiera, supongo, y nunca he sentido rechazo por parte de los tíos.
Ahora también sé cómo responde mi mente ante una situación límite, y la verdad es que estoy impresionada. Quizá luego estalle, pero ahora recuerdo momentos mucho peores en la sala de espera del dentista. Intento no pensar en los niños de las fotos; si salgo de esta, delegaré toda esa historia; soy obviamentye incapaz de digerirla o enfrentarla.
Concéntrate en salir de aquí.
El tío no sé qué dice, ella dice que cuchillo de cocina, bolsa mortuoria y maletero.
Niños desconocidos violados y asesinados. Despedazados y fotografiados en detalle. Familias acabadas.
Pero no la tuya. Sal de aquí.
Haz el cálculo. Son de carne y hueso. Él es grande, más de ochenta kilos. Ella es todo palabras gruesas y tendones, un alfeñique pederasta. Mira a tu alrededor, el mobiliario, el bonito tocador de muñeca humana.
Se han desplazado por la habitación, aumentando de volúmen su discusión. Me levanto de sopetón y me lanzo cargando todo mi peso sobre el tío. Pierde por completo el equilibrio y su cabeza va a caer justo contra un extremo del tocador. Se le clava la esquina en la sien izquierda, dentro de su cráneo, unos cinco centímetros. El cuerpo sufre espasmos durante unos segundos.
La mami se queda petrificada. Diría que yo también, pero en realidad la jugada me ha salido tal y como la planeé. Llegados a estas alturas del partido, lo considero normal, justo, como si Dios o el orden que sea que maneja los hilos me debiera esta dosis de valentía y arrojo.
Ya ha caído el opresor, ahora queda la víctima.
–Oye… –dice la mami–, tengo un hijo, ¿vale? Tengo un hijo.
No sé si se quiere rendir o está decidiendo su siguiente jugada.
Omar. Se me había olvidado que en el piso de abajo hay un niño. La puñetera mercancia infantil hipervaliosa.
–¿Ese niño es tuyo? –pregunto–, porque lo dudo mucho, sinceramente.
–Omar es mío, es mío, sí, te lo juro.
–Tengo una idea, ¿y si bajamos y se lo preguntamos?
La mami teórica se coloca lentamente ante la puerta;
–Oye. El niño es mío, te lo digo de verdad. No quiero asustarlo. Y no voy a decir nada de lo que ha pasado aquí, ¿vale? Mira…
Se desnuda parcialmente y me enseña sus marcas de haber follado como la monja digital que es.
–Yo puedo decir que él me maltrataba, ¿vale? Y que entre las dos pudimos con él. Pensaremos antes toda la historia. ¿Vale?
La carta feminista.
–Lo digo en serio –insiste–, ¿quién no nos va a creer? A la gente le encantan estas historias, incluso pagan por ellas. Dinero público, dinero privado… Es como… porno emocional, empatía social obligatoria, ¿entiendes?
Los tiempos están cambiando, dicen.
–¿Entonces se supone que yo me tengo que ir y dejarte aquí tranquila con ese niño de ahí abajo? Después de haber visto fotos tuyas con…
No quiero ni volver a pensarlo.
–Lo de las fotos no es… Oye, tú no lo entiendes, él me obligaba, yo no podía hacer nada, no podía…
–No cuela –la interrumpo.
Parece haber perdido su habilidad para hacerse la víctima. Este tipo de personas están acostumbradas a que les compren todas las contradicciones, pero yo no me parezco a una presentadora de televisión, y tampoco me dedico a la política.
–Voy a llamar a la policía –le digo.
–Oye…
–Voy a llamar a la policía.
Y lo digo en serio, incluso me he sacado el móvil del bolsillo.
Es entonces cuando la mami se me abalanza. Grita e intenta agarrarme. Me aparto como si conociera algún arte marcial, y se estampa contra la ventana cerrada.
Se revuelve como una tortuga boca abajo.
Está claro que tengo que inmovilizarla de alguna manera. Se agita como loca, pero logro que abra las piernas y le doy una patada en el coño.
–¡Ahh, aaaaaaaahh! ¡¡putaaa!! –grita. Suena sincera por primera vez.
Le doy dos patadas más en el coño y descargo también la planta del pie contra su estómago.
Se retuerce, escupe palabras, mucho coño por aquí y por allá, intenta levantarse.
–Me vas a comer el coño, puta… Te voy a cortar en rodajas, puta niñata…
La víctima intenta agarrarme. Lo de niñata me suena medio bien. Es mejor que fascista. ¿Pero quién no es fascista hoy en día?
Abro la ventana.
Es corredera y amplia, me facilita la tarea. Levanto a la tirillas, sudando aceite de motor, forcejeando mientras me araña la cara, y la lanzo hacia la noche.
Cae abajo y oigo cómo revientan un par de huesos de los gordos.
Ahora sí, puedo llamar tranquila a la policía.
La mami grita abajo mientras me atienden. Echo un vistazo, apenas puede menearse. Sigo extrañamente calmada. No tranquila, pero bajo control.
Después del educado intercambio con las fuerzas del estado (me siento más facha que nunca), pienso si abrir el cajón y extender bien las fotos por toda la cama. Después cambio de idea y simplemente me aseguro de que el cajón esté bien abierto.
Vuelvo a mirar por la ventana y veo que la mami se está arrastrando, intenta huir, al menos mentalmente.
Bajo las escaleras con parsimonia y salgo de la casa. Me llego hasta donde está la pederasta y le doy cinco patadas en las costillas. Hace ruido como una matanza del cerdo.
Me siento junto a ella mientras escupe sangre y se vomita encima, sacando fuerzas de flaqueza para insultarme.
Hablo sola y con ella;
–¿Por qué los guardianes de la moral siempre acabáis igual con los críos?

Llegan dos coches patrulla. Siento no poca pereza ante todas las explicaciones que tendré que dar. Supongo que también he cometido un par de delitos.
Dos polis, uno bien rasurado y otro con bigotillo estilo primera mitad del siglo XX, bajan del primer coche y trotan hasta donde estamos.
Observan con conmiseración a la mami y preguntan –esposas en mano– que dónde está él.
–Él está muerto –digo.
Se miran y parecen descargarse de tensiones.
–Menudos fascistas patriarcales… –murmuro.
El del bigote dice:
–¿Disculpe?

room43

5 comentarios en “Extrema canguro

  1. Hablan mucho del amor, de la familia, incluso del dinero, pero creo que lo que nos impulsa de verdad, es el aburrimiento, ese es el motor de nuestra vida, lo que nos hace intentar hacer otras cosas… el problema es que la mayoría no sabemos hacer nada creativo con ese aburrimiento, emplearlo para algo que merezca la pena, así que repetimos patrones de mierda.. una casa más grande, el niño, el viaje pagado a una agencia de viajes y toda la mierda consumista en la que nos ahogamos….

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