Cuento de otoño

ALGUNAS IDEAS

Todo parece ir como siempre y al día siguiente alguien se muere. O es asesinado; también es una opción. Sus allegados de golpe tienen una gran nada entre las manos con la que no saben qué demonios hacer. Unos se hunden, otros entran en un estado más o menos catatónico, y otros, más metódicos, piensan en las fases del duelo, con las que difícilmente cumplirán.
La muerte es uno de los temas estrella, muchas veces temida, otras veces deseada, a menudo también negada, porque si hay que aguantar tanta mierda en vida, será para algo ¿no? La religión no es el fenómeno cultural más importante de la historia de la humanidad por nada; condiciona tanto a creyentes como a ateos, es tentación de agnósticos, trae guerra, consuelo, fanatismo, motivos para seguir viviendo… y así una larga lista de consecuencias empapada de influencia. De esto no se libra ni el veinteañero dizque anticapitalista más “concienciado” que te puedas echar a la cara.
La religión, de hecho, suele ir de la mano de la ignorancia económica. Los dioses mutan pero siguen siéndolo. Algunos no los ves ni oyes jamás, otros hasta te los podrías follar (y en muchos casos es lo que buscan).
No hay nada más seductor que una explicación sencilla. Eres de los buenos si crees en mí, si te vienes conmigo, si confías, siempre, no te preocupes, sólo estamos jugando…

Unos quieren mojar y otros que metas lo que ellos quieran en la urna. El sexo y el dinero. La mayoría quiere lo primero y no entiende lo último. Lo último sirve para conseguir lo primero (hay muchos cauces, mejor o peor vistos…) y lo primero para conseguir lo último. El poder merodea entre sombras, guarda relación con todo. Hasta la persona más supuestamente bondadosa es profundamente clasista.
La frustración de ser sólo un ser humano mortal, te lleva a comprar cueste lo que cueste un relato de buenos y malos. En el fondo sabes que la ignorancia es la felicidad, así que procuras adoptar la forma más sofisticada de ignorancia.
La política es estupenda para eso.
Todos conocemos unas cuantas historias sobre seres humanos repitiendo los errores del pasado. Una y otra vez. Sólo cambia el vestuario, las palabras. Pero el resto sigue intacto, sobre todo la estulticia, la ignorancia profunda perfectamente combinada con un exceso de confianza. El verde puede ser el nuevo rosa, pero el tonto confiado vestido a la moda siempre será el mismo.

Es curioso que aun así exista cierta forma de evolución. No sé hasta qué punto profunda o positiva, pero evolución al fin y al cabo.

Hasta hace unos años estos razonamientos (a buen recaudo) me hacían creer que yo era diferente. Pero no conozco lo suficiente a los demás. Sólo puedes ver parte de lo que hacen y sospechar parte de lo que piensan. No tienen más remedio que levantarse de la cama.
En una cabaña apartada, lejos de Sonora, hace tiempo que dejé de ser lo que llaman un buen modelo de conducta; eso que ahora se le exige a todo el mundo; da igual que no tengan hijos ni sean profesores, educadores o puñeteros canguro. Un youtuber pequeño dice un taco jugando a matar zombis, y surgirán cien neopuritanos reclamando rectitud y menos diversión, por favor.
La mayoría de gente te dirá que hay que proteger a los menores del porno y los videojuegos violentos. Muchos no parecen recordar que el target más evidente de todo eso son chavales de los doce a los dieciocho. La adolescencia es el momento en que quieres ver, descubrir, asomarte a lo turbio, a lo terrible, o quizá sólo quieras hacerte una manola viendo a gente follar en modo olímpico.
Es después cuando todo eso se te empieza antojar repetitivo, postizo. Te empiezas a volver exquisito. Quizá hasta te decidas a escribir, a torturar a los demás con poesía de pose por redes sociales. Tú y tus frases cortas atufando a exceso de ambientador. La mayoría del porno que has visto era más auténtico.
Por ahí hemos pasado casi todos. No necesariamente como poetas de perfumería, pero sí como menores salidos y retorcidos. Luego te topas con tus primeros magreos y todo se vuelve delicado como la desactivación de una bomba. Según ciertas teorías, yo debería haber sido el violador del pepino. Uno de los primeros videos para adultos que vi (fuente de no pocas alegrías) incluía a una chica latina y un pepino que tenía el atributo principal de un actor porno y ninguno de sus defectos. La primera peli violenta: Braindead.
A los quince años ya había visto cintas VHS que ahora escandalizarían a universitarios y estudiosas de la ideología de género. Yo me limité a echar unas risas y aliviar ciertas ansias.
Quizá antes algunas cosas parecían más sencillas porque a menudo… se las veía como lo que eran. Sobreanalizar es ahora el deporte favorito de los autoproclamados buenos y justos.
Pero podría estar equivocado, claro. Desde luego se asegurará que lo estoy desde la perspectiva religiosa, la de antaño y la de ahora.

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El QUIÉN

Según a quién preguntes, nada de lo que yo pueda decir tiene valor, porque a) He matado a dieciséis personas (en mi descargo diré que la primera no estaba planeada), y b) No estoy en la cárcel ni soy un fugitivo. La poli no me ha hecho ninguna visita, y mis amigos creen que sigo siendo el perdedor recurrente inofensivo de siempre.
Ha sido todo un proceso, desde luego, y no augura ningún futuro deseable según el canon ético establecido.
Lo que más me fastidia de todo esto –al menos pasado el tiempo– es eso: mis ideas quedan completamente en entredicho. Da igual que sea el único de mi especie en mi grupo social, y puede que el único de mi ciudad. Ya he dado motivos para que toda la cultura popular y cualquier sistema político sean sospechosos. No importa que alguien mate, si no qué puedes sacar de ello. Esa es la filosofía de cualquier opinador, profesional o no, civil o político.
Primero van las ideas, y luego suceden las cosas que necesariamente hay que encajar en esas ideas.
En los 80 se emitía la serie de dibujos He-Man, por ejemplo. Y yo la veía. Tú verás, amigo, son dos más dos.

Se reconoce a menudo que un asesino puede ser asesino y a la vez inteligente. Sorprendentemente, se abraza la prudencia de no otorgar a la inteligencia más virtudes de las que estrictamente posee.
Yo nunca me he considerado especialmente inteligente. Un poco más cuando comencé a matar.
Como ya he dicho, la primera vez fue algo casual. Obviamente fue muy traumático, y durante un tiempo me planteé seriamente el suicidio. Ahora incluso puedo escribir sobre ello sin tener ni un triste ataque de ansiedad al estilo tiktoker.
Ahora cualquier reflexión adolescente sobre salud mental es lo más parecido a un chiste para mí. Y no solo por mí.
Conste que no culpo a quien no sea capaz de separar mis actos de mis reflexiones. A veces es casi imposible no incurrir en la falacia ad hominem. Pero creo que siempre hay una parte de quien escucha que no puede evitar valorar estrictamente el argumento, sin importar quién lo haya emitido. A esa parte apelo.

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SALVAR A UNA NIÑA

Da igual lo que hayas hecho, parece haber ciertos impulsos que permanecen, memoría muscular. Antes yo no era como ahora, pero eso es solo en teoría. Probablemente era así como yo era, sólo era una cuestión de tiempo que mi verdadero yo dejara de ser una larva y se transformara en mariposa asesina.
El problema del asesinato, dicho de otro modo, es que le quita el sabor a todo lo demás. A no ser que seas Dios.
Y yo no soy Dios, está claro.
Pero el matar no te arrebata el resto de tu ser, ni siquiera gran parte de tu sensibilidad. Al menos no necesariamente. Todo el mundo ha oído hablar de Hannibal Lecter, asesino depravado y a la vez amante del arte y caballero de gustos exquisitos. Hannibal, personaje de ficción, es más auténtico que todos tus amigos hipsters en eso, te lo puedo asegurar. Y además ellos nunca han matado a nadie, lo que –y esto es una opinión estrictamente personal– además de falsos les convierte en seres terriblemente aburridos. Casi no me extraña que haya gente que se exprese según sus rasgos identitarios o se hayan convertido en activistas de pintura en los museos; no quieren ser personas del montón, no quieren pasar por el mundo sin dejar huella; y cuando no tienes valor y ningún talento con que destacar, quizá tengas que gritar que eres gorda y estás orgullosa de ello (aunque así cualquiera detecte el complejo), o que eres trans y nadie respeta tus pronombres, o que eres no binario, lo que sea. No importa cuál sea tu película social; al menos eres quien incomoda a todos en las reuniones familiares. Cacareas tu ideología y tu avanzada brillantez incomprendida.
Eres especial y tu brillo es cegador, una persona completamente podrida por dentro. ¿Pero quién no lo está?

Ni siquiera creo que vuelva a matar. Es un impulso que he ido dejando atrás. No me ha costado en exceso. Matar sin que te pillen, sin fallar, no es como encenderte un cigarrillo.
Y como el resto de mi ser seguía ahí, recientemente me he convertido en un héroe. Un héroe de la vida real.
Ni siquiera tuve que hacer las oposiciones de bombero. No tuve que machacarme en ningún gimnasio ni tener vocación de Capitán América. Tampoco me he hecho policía, aunque la gente que se autopercibe como buena, inteligente y sensible, suele estar en contra de la policía. No debe ser agradable ser quien saca la basura mientras otros ven Netflix, que es lo que viene a hacer la policía. La poli es el recordatorio constante de que dependemos demasiado de la poli. Quizá pasa algo similiar con el ejército. A la gente le gusta pensar que para que las cosas vayan bien, para que el mundo funcione, basta con amor y buenas intenciones.
Pero heme aquí, el ser moralmente más despreciable (yo creo que no, pero ya hablaremos de eso), el asesino múltiple, le ha salvado la vida a una niña pequeña. Una niña rubia monísima, blanca como la leche, eso sí. Hubiera tenido más valor ahora de haber sido una encantadora menor racializada. Podría haber tenido mi propia serie documental. Ahora se serializa cualquier cosa.
Niñas negras en tu ciudad, ¿qué pasa con ellas? ¿Quién interviene cuando se ven en apuros? ¿Con cuántas situaciones de racismo tienen que lidiar todos los días? ¿Has pensado en adoptar un par aunque no seas un actor de Hollywood?
No hay muchos hombres buenos, eso se dice, pero yo podría ser uno de ellos. Al menos de forma oficial, que es como se son las cosas.

Un tío blanco hetero, fíjate tú. Estaba yo esperando a que el semáforo se pusiese en verde para cruzar la calle. Una zona céntrica, hogar urbano de todo tipo de familias, cada persona y personalidad (pero ¿a quién le importa la personalidad?) con su color de piel y genitales, lo que les otorgará un valor u otro. Iguales ante la ley pero más bien distintos.
El típico blanco de mediana edad libre para actuar y con varias víctimas mortales en su haber.
Nos reconocemos entre nosotros porque raramente podemos parar de reír.
Y entonces una familia feliz –de esas que evolucionan despacio por la calle, en formación horizontal, cortando el paso al resto de mortales, luciendo ese sudapollismo para todos los públicos plenamente aceptado– se coloca justo a mi lado derecho. Y la pequeña de dicha familia, unos seis años, ruidosa, extremadamente egoista y atraída por la violencia (como cualquier menor), no hace otra cosa que saltar a la calle cuando está a punto de pasar en su coche un chaval con toda la vida por delante y aun así mucha prisa, porque –y esto lo sabría más adelante– tenía una cita para follar.
¿Y qué hice yo, con dieciséis víctimas en mi haber y sin posibilidad de redención? Salté a la calle, agarré a la niña como un fardo y di tres pasos raudos hasta casi la otra acera.
Entonces el chaval gilipollas se desconcierta y acaba reventando el escaparate de una perfumería.
Las dependientas gritando como extras de Spiderman.
La niña me miró a la cara, rompió a llorar y corrió en busca de su madre rubia consternada.
De nada, niñata.

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LAURELES

Mi vida había sido de lo más aburrida hasta ese momento. No la de verdad, pero sí la mostrada. Trabajo de bajo perfil, consumo, ocasionales encuentros con amigos, ningún triunfo notorio, una ex tragada por el tiempo, ningún rasgo interesante, ni mucho ni poco dinero (más bien poco), ningún drama destacable y nada sobre lo que hablar más allá de un par de anécdotas repetidas hasta la saciedad. Occidente en pleno siglo XXI: si no estás mal estás aburrido como una mierda.
Esa era la versión oficial, la narrativa que seguía con gente delante.
Cuadraba bastante. Hay un exceso de estímulos y retos. Eso lleva a muchos a abandonarse en un sillón para ver pantallas, opinar a distancia y comer con orgullo hasta reventar contra las paredes.
Puro activismo.
Yo me salí hace mucho de esos raíles, a lo bestia. Me convertí en un ser extraordinario. Extraordinariamente malvado, se diría en la versión pública, todo durante la emisión de mi true crime personalizado. Imposible no ver un episodio más.
Pero ahora no, ahora me había convertido en un pequeño héroe momentáneo. La única forma de heroicidad que existe. Mejor que los quince minutos de fama.
La constatación de mi fabulosa humanidad se dio del mejor modo posible. Casi como si lo hubiera planeado. Estaba en una terraza un viernes no solo con amigos, sino también con amigos de amigos. Uno de esos encuentros que antes se me hacían pesados, pero que me comenzaron a interesar después de la segunda víctima (la primera a conciencia). Había unas quince personas, hasta críos; todos –adultos y menores– llenos de manías y gilipolleces, más que dispuestos a amargarles la tarde a los camareros. Alguien tardó tres minutos en describir el café que quería, una pareja discutió durante más de trece minutos sobre si compartirían una una pizza tropical (con piña). Etcétera. El ruido que hacíamos se hacía insoportable para cualquiera que nos oyera, incluidos algunos de nosotros.
Unos años antes habría sufrido de verdad ese proceso, pero por alguna razón, debido a mis secretos y cómo trastocaron mi ángulo de visión del mundo y quienes lo habitan, ahora disfruto viendo a la gente, digamos, normal, regodeándose en su normalidad y tesón por hacer gala de sus virtudes incluso cuando reconocen defectos. Es largo de explicar, pero puede que por el camino nos entendamos parcialmente, y ayuda el que uno de los dos haya visto cómo se comporta una persona que sabe que va a morir.

La clave del asunto es que yo ya estaba tan acostumbrado a no hablar, que ni siquiera conté mi aventura como superhéroe urbano. No hace falta molar como Batman o brillar como Superman. Incluso con quince kilos de más y en una pésima forma, puedes hacer el bien.
Y mientras las voces se cruzaban y los dolores de cabeza aumentaban, los padres de la niña que salvé de ser atropellada por un veinteañero con los calzoncillos pegajosos, pasaban por la zona.
Me localizaron en esa bacanal de cinco mesas metálicas puestas juntas para poder contener semejante grado de normalidad. Quizá oyeron el jaleo desde lejos y se acercaron a ver qué pasaba.
Ahí estaba yo, como si nada. Les había evitado la mayor desgracia; o mejo dicho: les había salvado del cambio, generalmente lo que más aterroriza a la gente. Les oirás decir maravillas sobre cambiar y evolucionar, irte y dejarlo todo atrás para comenzar de cero y abrazar la luna y el sol y dormir a la intemperie en un prado junto a los burros. Pero no quieren saber NADA de todo eso.
La filosofía predominante es: Virgencita, virgencita, que me quede como estoy.
No es que para cambiar se te tenga que morir un hijo, pero lo cierto es que, por lo que he visto, es de las pocas cosas que hacen pensar a las personas.

¿Si la gente cree que eres una buena persona, te conviertes en una buena persona? Vale que no lo saben todo de ti, pero han decidido que eres una buena persona, y en realidad no lo saben todo sobre literalmente nadie; tampoco sobre sus parejas, hijos, hermanos… Y también han decidido si son o no buenas personas, o al menos respetables. Quizá sencillamente no se piensa tanto en los demás. No hasta que hacen algo muy bueno, o importante, o deleznable. Es entonces cuando ha lugar la reflexión. Pasa mucho con los suicidas exitosos; los que han decidido matarse y lo logran, quiero decir. La mayoría de gente se limitará a hacer scroll hacia abajo buscando algo alegre, pero unos pocos se detendrán a pensar si pudieron hacer algo para evitarlo. Si es que no me estoy poniendo muy peliculero. ¿A dónde van los suicidas, de todas formas? ¿Al limbo? ¿Eso no es lo más parecido al noventa por ciento de lo que sucede en vida?
La madre me ve de lejos y prorrumpe en lágrimas de agradecimiento. De golpe estamos en una película de Netflix, pleno diciembre en Sonora, un calor que te mueres si te tapas demasiado por las noches. Otoño de primavera, invierno de chichinabo. Me pongo de pie para recibir su abrazo. Se supone que ambos sentimos alivio y alegría. La niña viva de milagro está torturando al perro de alguien sentado en otra mesa. Le agarra por las orejas y se ríe como un gremlin atormentando a Gizmo.
Lo que sucede es que el día de mi heroicidad, la familia desapareció sin decirme nada. Ni un triste gracias. Lo que por cierto me dio completamente lo mismo, porque mi acción era la de un equipo que mete un gol perdiendo 16 a 0. El estado de ánimo es algo personal y –si uno quiere– intransferible. Lo bueno de saber (o creer) que no vas a ir al cielo de religión o creencia alguna, es que tampoco esperas mucho de nadie.
Así que la respuesta es no. Da igual que crean que eres una buena persona. Con suerte tú sabrás lo que eres. Y el árbol que cae en el bosque sin que nadie lo vea, no solo hace ruido, quizá también aplaste a una bonita ardilla con los carrillos llenos.
El padre de la criatura me da la mano con seguridad. Una expresión no muy convencida en la cara. Quizá ve algo en mí; o puede que sienta que debió ser él quien salvara a su criatura de ser atropellada. Nunca se puede tener todo. La madre llora y me abraza; él saluda de forma protocolaria. Una bonita lección recurrente. He visto muchas veces estas diferencias entre hombres y mujeres. Sobre todo en funerales y épocas de luto. No está mal ver un ejemplo que no surja del sufrimiento.
La versión oficial es lo que queda flotando en el éter. Lo visible. Toda esa gente que estaba sentada conmigo en la terraza, armando un ruido de mil demonios, hablando del tráfico de la mañana, de sus malcriados hijos, del peligro de abusar de la harina o el cigarrillo eléctronico, los huevos o cualquier cosa que exista o puedas imaginar. Y de repente una dosis de realidad. Comparten mesa con un héroe. O al menos con alguien que ha hecho una heroicidad y ni siquiera ha tenido la tentación de contarla. Poco fiable, nada atractivo, más bien aburrido, nada joven, algo raro, con poca visión, malas expectativas y, con suerte, una buena polla (nunca se sabe). Pero esa especie de don nadie gris y tirando a amargado, ha salvado a esa niña encantadora que está a un tris de ser mordida en la cara –merecidamente– por un perro que abulta más que ella.
Hasta ella –esa puta cría porculera– merecía ser salvada según mi laxo criterio y voluntad.
¿Demasiado bueno para este mundo?
La niña podría acabar siendo cajera, reponedora o dependienta en una tienda de maquillaje. O puede que abra su propio canal de OnlyFans y haga algo de provecho con su vida. Una buena pasta y algunos suicidios masculinos menos.
Nunca se sabe.
Las tías hacen unas cosas poco emocionantes y los tíos otras. En eso son poco distintos. No es la razón por la que nunca he matado a una mujer.

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ORÍGENES

“No a la guerra” es probablemente la frase más tonta que existe. Hace unos muertos que lo pienso. Y no porque me guste guerrear. Guerrear y matar no son exactamente lo mismo. La historia ha demostrado las diferencias. Yo no llamaría asesino a un soldado. Y no diría que un asesino guerrea.
Incluso hay un término medio, cuando aun sin soldados ni asesinos alguien acaba muerto por culpa de alguien. Homicidio.
Con el sistema legal pasa lo mismo que con el ejército y la policía. Papilla necesaria que el bebé adulto con ínfulas no se quiere tragar.
Ahora sé que no podría ni hablar con mi yo de veinte años. De hecho me parece altamente inquietante que alguien pudiera hacerlo con el suyo.
Claro que él tampoco podría hablar conmigo.
Con veinte años estaba mucho más vacío por dentro que ahora. Eso también es cierto. Totalmente perdido y despreocupado. Era la bolita del pinball. No había elegido estar ahí. Eso puntuaba a mi favor.
Ahora hay personas que hablan como si hubieran tenido que pasar por un árduo examen antes de nacer. Como si hubieran elegido quiénes son (sexo, raza, procedencia…) y eso les ennobleciera, así como otros deberían sentirse sucios por haber elegido otra cosa.
Hay tantos casos en los que no eliges, que casi podrías tumbarte en el suelo y esperar a ver qué pasa con tu vida. Un día estás con gente planeando una salida cachonda a la montaña, y al día siguiente una especie de amigo (o ya veremos) se te desgracia en una cabaña porque habéis estado jugando a pelear borrachos de vodka.
Tienes planes para follar y acabas cargándote a alguien.
Luego me llegué a preguntar si no habría sido en parte planeado. Aunque no lo pensara. Llega una edad en la que no es tan importante follar como con quién follan otros.
El día anterior había tenido un sueño agradable. ¿Hay nombre para eso? La comedia romántica de tu cabeza. Estaba con cierta chica. Con una chica, a mi edad. Con más de cuarenta una de veintitantos es claramente una liga mayor. Tú ya no juegas ahí. Te sientes honrado, más que halagado, positivamente desconcertado, cobrando un cuantioso billete de lotería.
No era un sueño sexual. Sólo era la recurrente inercia de desear a la mujer del prójimo. La chica que no habrías conocido de no ser porque un fulano al que ves puntualmente con más gente –más que un primo lejano pero mucho menos que un excompañero del colegio– tiene una novia que no se merece (o que se merece tanto como tú) y te la restriega queriendo o sin querer. Y en el sueño ella está contigo, y él es el que bebe solo rodeado de gente, elucubrando cómo es posible que esa mujer joven, bajita, bien torneada, con ojos claros, pelo liso color trigo, cara de protagonista y piel femenina del primer mundo, puede estar con un arrastrado como tú. Únicamente disimulado por una ducha reciente y algún chiste malo.
Ya perdiste todos los trenes, pero ella está contigo.

Pero no lo estaba.

El día que llegamos a la cabaña, el tío y yo nos quedamos solos dentro, en teoría limpiando, apañando, humanizando el lugar. El resto salieron a inspeccionar la zona. Cinco personas más. Cuatro NPCs humanos y la novia del tío.
No sé de qué forma, me pongo a hablar de ella. Muy guapa, ¿no?, bastante joven, cierta diferencia de edad, ¿cómo se lleva eso?
Lo verbalizo todo. El tío opta por bromear. En ese momento yo aún era como esa gente que no puede evitar indignarse cuando el tío le saca más de diez años a la tía. Aún abrazaba esa retórica actual sobre el poder que asume que los hombres lo controlan todo y las mujeres son subnormales que no se enteran de nada. El eufemismo: oprimidas. Sobre todo si son jóvenes. Si son jóvenes, en ese relato de cierta izquierda concreta, una chica es tan inteligente como una muñeca hinchable. No decide, no sabe, no ve nada, no desea, no piensa…
Nunca se dan cuenta de que siempre dan a entender eso.
Yo era el tío que iba a salvar a la muchacha. El buen aliado. Tan mayor como el otro fulano, pero yo sí consciente de que ella era idiota y estaba manipulada por un hombre mayor.
Muy joven, ¿no? ¿Demasiado guapa para ti?
Yo, el tío bien amueblado, en proceso más bien inconsciente de “deconstrucción”, con una renovada intención de respetar por fin a las mujeres, pensaba en ella únicamente como cero neuronas y tres agujeros jugosos. Así era como la veía ese cabrón. ¿Qué, si no? Y ella no lo sabía, no se enteraba, corderito, podría haber estado con alguien de su edad; o mejor aún, podría haber sido lesbiana. Yo apoyaba la nueva versión del “sexo débil”. Ahora era débil y también gilipollas.
Y va el tío y se pone a la defensiva. Que si ella es muy inteligente (tú te crees…), que si quiere tener algo serio con ella, que si llevan ya un año juntos, que si no la está manipulando para abusar de ella… Se sonroja como si no fuera el típico depredador.
Los dos dando sorbos del tercer vodka de la tarde. Ya poco acostumbrados a beber. Con la cabaña del tío de ella (gracias, tito) aún hecha un desastre. Había asuntos más importantes a tratar. Esa dulzura cabezahueca oprimida tenía que ser salvada. ¿Cómo lo iba a hacer? Ser feminista era tan complicado… De algún modo tenía que hacerles entender que lo suyo no estaba bien. Era una relación problemática.
Ya estaba aprendiendo los nuevos términos, y cada vez se me daba mejor repetirlos. ¿No se daban cuenta de que lo suyo era algo tóxico? ¿Cómo podía verse aún como algo normal que hubiera trece años de diferencia entre un tío y una tía?
Y el tío que si ella ya era adulta, que si podía elegir con quien estar, que si encajaban muy bien (ya, ya, claro…).
La tensión era puramente verbal, no hacíamos aspavientos. Yo actuaba así porque esa chica me gustaba, me obsesionaba, en realidad. No me había dado cuenta del todo hasta ese día. Y me percaté de eso mucho después.
En medio de una frase, le tiré el vodka a la cara. Me reí, no sé por qué. Quizá intentaba destensionar el momento. Él me lanzó también su vodka e intentó hacerme una llave, reducirme. Yo me resistí, doblé los brazos a tiempo. Empezamos a revolcarnos por el suelo. Pensándolo ahora, era una situación bastante gay. Creo que el tío pudo pensarlo, que no se trataba de la chica, sino que quien me interesaba era él. Y no solo eso; es probable que él estuviera respondiendo de una forma positiva a ello. Quizá no estaba tanto peleando como saliendo del armario.
No cayó en la cuenta de que no hay nada más hetero, salido y baboso que un aliado.
Y yo estaba en ese proceso. No estaba fingiendo, me lo estaba creyendo, todo. Era mi pie de cabra para abrir las piernas de cualquier mujer hetero.
Utilicé toda mi fuerza. No pensé que tuviera tanta. Me desasí de su llave separando los brazos, y fue tal el impulso, que oí: clac clac clac clac
Su pecho se hundió bajo mi peso.
Nunca he podido estar seguro, pero creo que debido a la postura, el peso y el gesto que hice, le fracturé varias costillas.

El tío estaba cagado. No quería tocarse el vientre ni el pecho. Empezó a llorar. No quería quitarse el jersey.
No sangraba, sólo yacía boca arriba como una tortuga, murmurando: joder, joder, joder
Fue la primera vez que lo sentí. La curiosidad que ahora me define. Miraba y veía. Aún no era importante lo que el tío pudiese decir. Empezó a exigirme que llamara a una ambulancia. Empezó a notar dolor, como si algo se le estuviese clavando por dentro. Era terrible pensarlo. O lo hubiese sido. Yo tomé cierta distancia y le observé. Era como si no supiese a qué atenerse. Nunca había estado realmente perdido hasta ahora; y se percataba de ello. Me veía no hacer nada, sólo mirar. Si se movía, se removía por dentro.
Joder, por favor, joder…
Era el momento más desagradable e interesante de mi vida. Para él sólo desagradable, o mucho más, inaudito, la pesadilla que luego no explicas en el trabajo. Como si pudieras despertar en la peli Saw.
O más bien en Funny Games.

Estuve a punto, es verdad. Casi utilizo mi móvil para deshacer aquel entuerto. Pero entonces el tío logró ponerse de pie, dio dos pasos, vomitó, perdió el equilibrio y cayó sobre un rastrillo oxidado parcialmente apoyado en la pared. Era antiguo, seis largos dientes; uno de ellos se incrustó en el ojo izquierdo del tío. Su cuerpo combulsionó en el suelo, hasta que dejó de hacerlo.
Volví a tener esa sensación, esa curiosidad malsana, como la llamaría el mundo teóricamente civilizado. En el fondo ya no dejé de sentirme así.
Desencajé la cabeza. Limpié el rastrillo y el suelo. Limpiar era lo que íbamos a hacer, así que era parte de la coartada. El resto era demasiado de película para contarlo o creerlo.
Encontré una manta raída, gris, grande. Envolví el cuerpo en ella, torpe pero eficazmente. Saqué el fardo por la parte trasera de la cabaña. Sudé como nunca he sudado. Arrastré. Empecé a cavar a unos treinta metros de distancia, entre árboles. Aprendí que cavar sin picar la tierra antes hace que tus esfuerzos sean inútiles. Intenté picar con la propia pala.
La ineficacia no era un problema, el tiempo era un problema. Los demás volverían en algún momento, y no sabía desde qué dirección.
¿Por qué no contaba la verdad? La repuesta llegó cuando metí el fardo en el exiguo agujero (no estaba mal en profundidad), y el tío despertó. Tuerto, envuelto en una manta vieja, metido a golpes en un hueco terroso, atrapado y notando cómo le caían paladas de tierra encima.
Ralenticé el proceso, arriesgué. Le oí llamar a su madre a gritos, le oí prometerme sexo si le ayudaba, llegó a decir que se comería mi mierda, que podía matar a alguien por mí. Me prometió que su novia sería mía si yo quería. Que la podía convencer, llevar a algún sitio y atarla para mí. Para mi disfrute.
Resultó que el tío no era una buena persona. Suena a chiste, dadas las circunstacias, pero es lo que pensé.
Y también que por primera vez estaba viendo a alguien tal y como era, sin filtros, sin impostura.
Cuando le estaba tapando la cabeza a paladas, confesó (gimió) que una vez había «tocado» a un niño de unos siete años en los lavabos públicos de un centro comercial. Su «culito», dijo, y que pasó la lengua lentamente seis veces por su ano. «Me gustó», repetía una y otra vez, y: «me corrí mientras lo hacía, pero lo siento, lo siento tanto»
Aceleré el ritmo de las paladas. Me sentía asqueado y a la vez iluminado. Había visto el mundo a través de una brecha en la representación habitual.
Era el mundo real que había bajo el mundo del “No a la guerra”.
Estaba tan impresionado, enajenado, contenido en mis propias tribulaciones, que para cuando llegaron los demás, no me costó ningún esfuerzo mentir con naturalidad. ¿Yo?, no sabía dónde estaba el tío, ¿ellos no lo habían visto? Pensé que se habría reunido con ellos…
Vaya. Uno ha oído muchas historias sobre gente que desaparece, pero nunca piensa que vaya a vivir una, ¿verdad?

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CUENTO DE NAVIDAD

En un alarde sonrojante de falta de orginalidad, a menudo escucho My Way de Sinatra y lloro como si cantara sobre mí.
De hecho lloro fácilmente escuchando música de mi juventud, viendo películas, admirando a mis ídolos, leyéndolos. No tengo ningún problema para separar obra de consumidor. Me abstraigo fácilmente de mis propias acciones. Veo a Sean Penn en Pena de muerte y me deshago como una plañidera en su monólogo final mientras Susan Sarandon le mira a los ojos. Y nadie me paga por ello. Soy puro sentimiento en privado. Es cierto que ante la gente no tengo esos arranques emocionales; llegados a cierto punto tienes que limitarte al papel que te has dado. Amarga ironía y algo de buen humor teñido de hartazgo. No eres un asesino, pero tampoco fan de ninguna banda de K-pop. Esa es la idea. La gente de mi edad tiene hijos y rutinas agotadoras, pierden el brillo en la mirada e intentan recuperar algo de su infancia observando a sus hijos. Es una forma de vivir (o marchitarse) que desconozco. Pero no es que yo haya elegido una forma cómoda de adultez. Mi desventaja es que no puedo compartirla, ni siquiera puntualmente si una conversación llega a un punto muerto. Es una pena, porque tengo muchas cosas que decir sobre la gruesa línea que separa la vida de la muerte.
¿En qué momento alguien podría empezar a aburrise de eso?
El tema no tiene fin. Pero le he dado tantas vueltas que quizá me quedaría en blanco si pudiese hablar de ello sin rubor ante unas birras.
Cuando la gente se sofoca por cagarse o mearse encima, o si les baja la regla en público, me parece algo de lo más tierno.
Aún más cuando se quejan de las fechas señaladas. La Navidad es la época estrella para los quejicosos. Yo fui así durante mi postadolescencia, como un joven y atontado Ebenezer Scrooge. Ahora la parte que más me gusta del cuento de Dickens, es cuando Scrooge recupera la fe en la Navidad (en la gente) y se preocupa por hacérselo saber a todos. Se despoja de todo cinismo, sarcasmo y amargura. Es maravilloso ver a Dickens darse ese lujo literario.

Unos días después de haber salvado a la niña, fui a ver al gilipollas. Claramente alentado por las fechas. La Navidad dura aproximadamente un mes y medio, y yo he vuelto a ser una persona marcadamente estacional.
Paseo encantado bajo las luces de Navidad y observando los escaparates y las caritas de los críos. Nunca he matado a un niño. Creo que es porque no quiero parecerme en nada a un pederasta. El sufrimiento/duda/temor de un niño, niña o persona frágil, es algo que me desasosiega profundamente. Creo que tiene algo que ver con la confesión que acabé escuchando en mi aventura de homicidio/asesinato. Quizá eso también me impulsara a ser un héroe por una vez.
Pero tampoco es la razón por la que nunca he matado a una mujer.
No sé exactamente por qué quería ver al gilipollas que casi atropelló a la cría. Creo que me parecía un buen gesto, un rollo “dickensiano”, algo propio de una buena persona en la ficción. Mi vida era en gran medida una ficción, tan visceral que era insoportable, pero el ser humano es capaz de acostumbrarse a todo.
No cualquier ser humano, desde luego.
Me puse en contacto con la familia feliz y sin cambios y me facilitaron la dirección del gilipollas. Hubo algún rollo legal, cosas de gente normal.
Encontré su vivienda antes de lo que pensaba. La zona chunga de Sonora. Resultó que vivía con otros dos gilipollas. Sorprendentemente no eran okupas. Eran una lesbiana y un no binario. Se presentaron por algún motivo dejando claras esas características. Me invitaron a pasar con una reservada amabilidad. Charlé un rato con los tres. Ella era bastante simpática, muy ideologizada, curiosamente bienhumorada. Le pregunté al chaval no binario cómo se sentía uno cuando era no binario. Es el tercer género, dijo. Yo veía a un veinteañero maquillado con una ceja trasquilada. Le dije que lo sentía, pero que a mí los no binarios me parecen simplemente los nuevos emos. Fui completamente sincero, aunque sinceridad no implica necesariamente verdad. Entre la gente normal, la sinceridad es algo sólo deseable en el ámbito teórico. Quieren que les mientas el ochenta por ciento del tiempo.
Pero eso ayudó a que el gilipollas conductor y yo nos quedáramos solos. No binario salió escopeteado y lesbiana salió tras él a consolarle. Seguramente adoraban ese ritual.
–Eso no ha estado bien –dijo el gilipollas.
–El qué.
–¿No respetas a las personas no binarias?
–Las personas no binarias me dan igual, y las no terciarias también, ya puestos.
No le hizo gracia, esta vez era la verdad sin más.
–Te da igual todo el mundo, más bien.
–Sí, más o menos.
–…
–Me sorprende bastante este rollo…
–¿Qué rollo?
–Este rollo posmo virtuoso, el pisito, el rollo diverso… El otro día casi revientas a una niña pequeña con tu coche a favor del cambio climático. Y sacabas más humo tú que el coche.
–¿A eso has venido?, ¿a meterme la bronca? ¿Y qué humo…?
–Me han dicho que ibas más salido que el tampón de una coja. O sea que eres un aburrido chico cishetero…
–…
–Había venido a hacer una buena obra o algo así. No lo sé. No soy mucho más listo que tú, pero sí mayor.
–Y más peligroso.
–En eso tienes razón.
Aún hoy me pregunto en qué pensaba el chaval. ¿Peligroso por tránsfobo? No veo grandes diferencias entre un no binario y un unicornio, y no tengo nada en contra de los unicornios. Simplemente me dan igual.

Me fui del piso siendo consciente del error. Era como si un fulano entrado en carnes y peludo se hubiese presentado a un concurso de culturismo. No soy Ebenezer Scrooge, ese tren ya pasó para mí. Puedo admirar el empeño navideño, pero sólo desde fuera. Puedo pasear, mirar, hasta escrutar lo luminoso, pero no puedo formar parte de ello. Me pregunté si hubiese sido igual de no haber matado a nadie. La respuesta se me presentó rauda: ni siquiera hubiera ido a visitar al chaval.
¿Se parece mi Cuento de Navidad más a Dickens que el del propio Dickens?

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EL ELEFANTE EN LA HABITACIÓN

–Muy interesante tu mundo interior –me podría decir un conductor de podcast –pero ¿cuándo empezaste a cargarte a la gente adrede?
Supongo que es llamativa mi falta de interés por ser una celebridad. No hay tantos psicópatas reservados. O quizá sí, pero a juzgar por la cultura popular, el interés por los psicópatas ha sido alimentado principalmente por la sed de fama de los mismos. Ser un personaje relevante también puede ser una prioridad para ellos. Si perdiera algunos kilos, pasara por la peluquería, comprara ropa guay y me dejara fotografiar antes de entregarme, quizá recibiera cartas de fans en el trullo. Todas esas chicas hibristofílicas. Carne joven con ganas de nuevas aventuras. ¿Para qué dejar que un buen chico meta sus limpias y miedosas manos en tus bragas, cuando puedes tener un vis a vis con el nuevo asesino en serie con serie propia en proceso de preproducción? Los caminos del glamour son inescrutables. No digamos los del orgasmo.
–Hablas como un político –podría decirme el incisivo conductor de podcast–, pero en serio, ¿cómo fue lo de la segunda víctima?
–Bueno, tío, pues qué quieres que te diga. Vista una vistas todas.
Unas risas, ¿no? Yo sacando balones fuera. Mentir en un podcast es algo totalmente nuevo, fresco, original. Hace cuatro días sólo había radio, tele y la portera.
–Mi segunda víctima –podría decir, buscando el modo de decir la verdad sin parecer un patán (antes siempre mala persona que patán)– llegó después de un arduo proceso de pesadillas y ataques de ansiedad.
Ahora es cuando la cosa se pone interesante. El conductor de podcast asiente, mira de reojo asegurándose de que todo se está grabando. Aquí va un corte para Instagram:
–Matar a ese tío fue lo más interesante que he hecho en mi vida. Esa es la verdad.
–¿En serio?
–Sí. Lo importante es no hacerlo de golpe. La persona ha de entender que va a morir, o al menos pensar que hay un noventa por ciento de posibilidades. Entonces hay que ser receptivo, escucharla. Algunos insultan, otros ruegan, y muchos, y esto me sorprende, se confiesan, verbalizan algo terrible que han hecho, o que a ellos les parece terrible.
–¿Y qué dijo esa segunda víctima? ¿Lo recuerdas?
Y aquí acaba el corte de Instagram. Enlace bien visible a la entrevista, cortinilla cool, nombre del podcast.
Sería sólo parte de la verdad. Un hombre a punto de morir es literalmente imprevisible. Es algo así como el mejor escritor posible: visceral, honesto, repugnante, sorprendente, y algunas veces increíblemente valiente y conmovedor.
Y los hay que sólo gritan, eso también.
Cuando fui a visitar al chaval, me pregunté qué diría si se supiera a punto de morir. La madre de la niña odiosa me contó que el tontín declaró que iba tan rápido con el coche porque una amiga le había prometido sexo si lograba presentarse en su casa en menos de diez minutos. Si ese chaval fuese a morir, ¿qué declararía antes? He oído a ateos ultrapolitizados dirigirse a Dios confesando sus pecados, cosas inenarrables. Sólo por si acaso. Casi nadie es capaz de mantenerse fiel a sus principios hasta el final. Siempre hay un resquicio de duda.
La mamá de la niña, por cierto, me ha comenzado a mandar fotos picantes por Instagram. Un día me preguntó qué pensaba que había después de la muerte. Le dije que eso no es problema, uno se muere y lo ve. Lo que me tiene algo obsesionado es saber qué hay antes.

Tengo los nombres de todas mis víctimas, los he apuntado todos. He descrito cada asesinato, el lugar, la fecha, el modus operandi, mis sensaciones, y sobre todo mis conclusiones, que van mutando a medida que pasa el tiempo y digiero las cosas penalmente terribles que he hecho. Llevo un diario secreto, escritos que, si alguna vez me hago famoso, provocarían erecciones legendarias a ciertos criminólogos, tan lúcidos ellos, tan inteligentes, tan tras la pista, estudiosos, esa risita nerviosa, esa entrevista en prime time. Tan equivocados tan a menudo. Hablando del mal cuando no saben de qué hablar, tomando distancia, toreando el morbo, sacando a pasear la moral.
Sé que suena a autojustificación, pero creo que la relación que tiene el ser humano con el asesinato, es sonrojante. Si pudieran hacerlo, todos los animales, las plantas, el cielo, el espacio, las rocas espaciales y los áridos planetas no tan lejanos, se reirían de nosotros. Un sistema moral dentro de una frágil fantasía de integridad.
Acabé con eso a nivel particular en la misma cabaña (casi siempre vacía) en la que todo empezó. Desde la segunda víctima hasta la número dieciséis.
Puedes hacerte pasar por gay, por ornitólogo, incluso por cazador poco ceñido a las reglas… Solo uno cada vez. Haces lo que tienes que hacer. Yo les aturdo y les entierro vivos. Soy poco aficionado a la casquería. Les hago hablar, quizá incluso les digo por qué. Es su última oportunidad. No tienes por qué hacer las paces con Dios, puede que sólo se trate de ti. No muchos caen en ello. La religión es la abstracción favorita cuando ven que se están muriendo. Les gusta dejar una puerta abierta.
La segunda víctima no fue fácil, se convirtió en una escena atrabiliaria: yo persiguiendo a una mariquita mala con una pala.
¿Qué dijo? Habló de su madre muerta de cáncer, de su padre, un hijo de puta homófobo, y de un hermano adoptivo militar con el que follaba antes de que comenzaran a llamarle a filas.
También dijo que fantaseaba con ahogar a un bebé; a uno cualquiera, cuando sus padres no se dieran cuenta. Y después ver la reacción, el drama, la oscuridad sin cuartel envolviendo a una familia. Sólo ejercer un poco de presión sobre la boca minúscula, la naricita. Pero nunca lo había hecho. Ahora, al modo agnóstico, daba gracias a Dios.
Espiritualidad equidistante.
Les entiendo perfectamente. Suelen ser patéticos o crueles o ambas; a veces han hecho cosas monstruosas, otras veces quizá las hubieran hecho de haber tenido más tiempo; son actores, lo reconocen al final, se sueltan, a veces incluso hay sonrisas de alivio en ellos. La historia se acaba, y aunque tienen mucho, mucho miedo, eso no es todo. No todo es malo en el descanso eterno, incluso cuando es prematuro.

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MUJERES

Estando con ella nunca he hablado del asesinato. Alguna vez sobre la muerte. Nunca le diría que consulto las necrológicas, que voy frecuentemente a funerales; a ser posible de gente joven, hombres, mujeres, ahí no soy selectivo. No le diría que me interesa el dolor, la transparencia a través del dolor. Soy el amigo misterioso que da el pésame. Eso a veces siembra una duda sobre homosexualidad o cuernos; pero no es la intención. Lo que me interesa es la emoción fronteriza, la brecha por la que se cuela la luz que me deja ver.
Ella sigue siendo joven, despierta, totalmente excitante, alguien a quien no merezco, ni aunque pudiese pasar por normal. Ella busca a un chico aburrido, quizá hábil en la cama, entregado, al menos al principio de la relación. Creo que a largo plazo busca eso, el aburrimiento complaciente que ofrece la tranquilidad. La felicidad sostenida en el tiempo es algo que sólo se puede atisbar en retrospectiva, cuando estás en la mierda, ya sea en tu vejez o porque has perdido algo valioso. Eso que no sabías que eran tan bueno. La ignorancia es la felicidad de muchas formas distintas.
No le cuento quién soy. Pero tampoco eso es muy original; asumo que son los cimientos de muchas relaciones. Te disfrazas de novio, de marido, de familiar atento, quizá incluso cariñoso. Seguro que hay personas buenas y entregadas de verdad, pero dudo que la mayoría de veces no acaben solos y derrotados (sobre todo si son tíos). La clase de fortaleza que hay que tener en este mundo, exige ciertas dosis de cinismo, de previsión, no fiarte al cien por cien de nadie.
Estando con ella nunca pienso en su novio muerto, su cabeza clavada en un rastrillo. Follando con ella decidí dar rienda suelta a la agresividad. Pensé que no le gustaría, pero me he encontrado con una demanda constante de cachetes, tirones de pelo, bofetadas y escupitajos. Ella ha respondido del mismo modo, incluso una vez haciéndome sin querer una pequeña herida en el glande con un colmillo. Así tal cual se la metí, la sangre se volvió lubricante, y además se mezcló con la suya.
Nuestra relación puede ser salvaje en esos términos, pero eso no quiere decir que ella pueda llegar a tolerar o hasta aprobar el asesinato tal y como yo lo ejecuto.
¿No?
No hay una respuesta cerrada para la desigualdad que he ejercido a la hora de matar. He pensado mucho en ello. No hay una explicación moral, desde luego, ni siquiera política. ¿Puede haber una natural? Mi favorita: en el fondo no quiero investigar a las mujeres.
He matado a cinco homosexuales (como mínimo) y eso es como sangre para los tiburones que son los medios y la izquierda que gobierna. No he racionalizado nada pensando en la violencia doméstica o el peligro que pueden correr las mujeres por la calle. La violencia doméstica es un asunto de cada pareja. Por algún motivo que se me escapa, a la gente le tranquiliza que les digan que todas las historias son la misma historia: violencia machista. Hablan de educar a los varones. Educarlos en no maltratar, violar y matar… Hablan y todo me parece un delirio bobo e infantil, una orgía de la ignorancia y la ingenuidad, pero esa narrativa ha gozado de aceptación social. No hay tiempo para investigar e informarse, sólo para posicionarse.
Y en la calle hay muchos más tíos asesinados que tías. Normalmente por otros tíos, lo que seguiría siendo violencia machista, y además convertiría el asesinato en algo sustancialmente menos grave para la víctima.
Ese es el relato.
Pero sí, como sea es difícil explicar mi decisión consciente de no matar mujeres, y creo que la pulsión de matar en general se ha ido. Es como si ya hubiera recabado toda la información que yo puedo procesar. No es fácil salir de la burbuja mediática, social, política…, pero mi método parece haber sido tremendamente eficaz. No lo planee, pero me he asomado a donde casi nadie puede hacerlo. No tiene perdón posible en esta realidad, y no lo espero. Por lo pronto tengo a una mujer delante. Me pregunto si la quiero de verdad o sólo es algo epidérmico. Miento, nunca me lo he preguntado. Ahora tomamos café en una terraza a oscuras en Periferia. Ella no habla mucho, sólo pregunta si quiero ir a su casa esta vez. Decido que me dejaré llevar por la marea coyuntural. Si esto dura, si quiere que vivamos juntos, lo haremos; si quiere casarse, perfecto; si quiere hijos, le preguntaré cuántos. Si quiere envejecer conmigo bebiendo limonada en un porche junto a un perro enorme y peludo llamado Cancerbero, por mí estará bien.
Si no acaba bien, si todo se corta de forma abrupta, estoy mentalizado. Si ella hace algo mal, incluso algo terrible, obviamente está perdonado.
Quizá así compruebe también si Dios existe.

A cozy log cabin in the forest at winter time with lots of snow around

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