Alma gemela

Detalles aburridos: el día es caluroso, es verano y la humedad hace que sudes sin ni tan siquiera moverte. La casa en la que está Leo es una casa de permanencia circunstancial. Puede ser por las vacaciones o porque alguien necesita huir de la ciudad, por la muerte de un familiar, para escribir un libro. Aislarse para alejarse del ruido. La casa se adentra en el bosque. Se accede a ella por un camino sólo apto para todoterrenos y excursionistas. La idea es no tener a demasiada gente cerca, o mejor, estar solo. Leo está solo. Todo lo que rodea a Leo es susceptible de arder si alguien tira una colilla. La casa es tan de madera como el bosque. Todo es rudimentario y encantador, y en soledad, todo es aburrido. El plan de Leo es entretenerse al máximo con lo que ha ido a hacer; no quedarse mirando las musarañas.

Leo está en la casa para estudiar. Nada de fin de semana de sexo con una recién conocida a la que le has caído bien. Lo que pasa es que puede que te queden algunas para septiembre y a tus padres se les haya ocurrido la idea de que la casa de veraneo es el sitio idóneo para pasar un par de semanas de enclaustramiento intensivo. Así que Leo cogió el coche y condujo una hora hasta la casa. Quitó el polvo y lo dejó todo listo para poder ponerse a lo suyo.

Son las siete de la tarde y parece que hace menos calor, o ya no es insoportable. El primer día en la casa está resultando un éxito, productivo, tranquilo, según lo previsto. El único sonido es el de los pájaros, el de las hojas de los libros al pasarlas, el de las hojas de los árboles al moverse; lo más parecido que hay al silencio natural. No vale taparse los oídos con fuerza. Leo toma apuntes y los repasa. Frente a su improvisado escritorio tiene una ventana. De vez en cuando algún excursionista curioso pasa por allí y se queda mirando la casa. Pero hasta ahora Leo no ha visto a nadie. Cuando le empieza a doler la cabeza, cierra los libros, guarda los apuntes y se dispone a dar una vuelta por el bosque antes de que anochezca. Cierra la puerta con llave, por costumbre más que por riegos de ningún tipo, y camina pisando la hierba alta que rodea toda la casa. Entre árboles y arbustos ve cómo el sol comienza a enrojecer. Se mira la muñeca izquierda y recuerda que ha dejado el reloj en la mesilla justo al lado de la cama en la que dormirá. Mejor, piensa, el tiempo no ha de estar siempre poniendo barreras. Mientras camina y divaga con sus cosas, a lo lejos ve a alguien. Hay alguien. Parece una chica. Esta tirada en el suelo, no hay nadie más con ella. Leo acelera el paso, nervioso. Se teme lo peor. Cuando gana visibilidad ve que la cabeza de la muchacha está apoyada en una roca bañada en sangre. La chica está pálida. Leo enseguida comprende que está muerta. Decide quedarse al lado del cuerpo inerte, sin moverlo, esperando. Piensa que seguramente iba acompañada y alguien ha ido a buscar ayuda. Aunque no, piensa, no tiene sentido. Si alguien hubiera ido en busca de ayuda, hubiera ido a su casa, visible desde esa posición, aunque sea entre árboles y a lo lejos. Es como si la chica hubiese tropezado y dado con la cabeza en la piedra muriendo en el acto. O eso o la han empujado, y quien la ha empujado ha huido evitando responsabilidades. Ahora quien sea se estará inventando una película para exculparse. Lo que sea, pero ha muerto y algunas moscas rondan el cadáver, aún fresco, del día. Sin duda ha muerto hoy, piensa Leo. Si no, hubiera visto el cuerpo desde el coche al venir por la mañana, apenas está a unos metros del camino. Se pone en cuclillas y mira su cara con los ojos cerrados, como si en lugar de estar muerta durmiera tranquila, en paz. No parece tener más de veinte años. Tiene la cara redonda, y aun muerta hace unas horas, se nota que ha sido una chica guapa. Joven y guapa. Leo aparta la mirada de su cara. Aun sin conocerla comienza a sentirse realmente mal. Eres estúpido, se dice a sí mismo, si el cadáver fuera el de un cincuentón obeso te daría igual.

Leo decide cargar con el cuerpo. La coge como un novio coge a su novia en la luna de miel y se la lleva, comienza a andar hacia casa. El cadáver aún huele a colonia femenina. No parece haber atisbo de putrefacción. No debe pesar más de sesenta kilos y su ropa apenas está manchada de sangre. Leo la mira otra vez a la cara, le intenta encontrar el pulso varias veces, ve su cuello femenino perfectamente perfilado; en él hay un colgante que parece de plata y que acaba en una bellota. Leo coge el cuerpo con más seguridad, acomodándoselo; nota que en el bolsillo de los pantalones cortos de la chica hay un bulto, una cartera. Lleva una blusa amarilla sin mangas y el pelo rubio y corto recogido en una cola de caballo. Una belleza ya como un cuadro o una escultura, piensa Leo. La chica más guapa a la que ha tocado, piensa, y está muerta.

Deja el cuerpo en el suelo, con cuidado, como si pudiera dañarla, y abre la puerta. Entra en casa y deposita con esmero el cadáver en el sillón. Se queda de pie, otra vez, mirándola. Sin ver la mancha de sangre seca de su nuca, piensa Leo, dan ganas de despertarla y comenzar a hacerle preguntas.

Leo se sienta en el mismo sillón donde está ella, y no puede evitar rebuscar en su cartera. Tan solo su nombre, se dice a sí mismo. Saca del bolsillo de los pantalones grises la susodicha, de cuero marrón, la abre. En la foto de su carné se la ve muy despierta, claro, en comparación; tiene los ojos verdes. Leo lee con atención el nombre. Y la muerta pasa a ser alguien; Belén. Leo ni tan siquiera presta atención a los apellidos. Como con sentimiento de culpa, cierra la cartera y la vuelve a guardar en los pantalones grises.

Cenando, en la misma estancia que ella, Leo apenas puede apartar la vista del cadáver. Come cerca de la chimenea apagada. Comienza a notar el olor a descomposición, pero no le molesta; no lo suficiente. Tiene que llamar a la policía, piensa, debería alertar a las autoridades y dejar de mirar a un cadáver, ¿qué será lo siguiente? Leo se levanta de su silla, abandonando la mesa, su cena. Se sienta en el sillón y acomoda la cabeza de Belén en su regazo. Le dice a los ojos cerrados de Belén:

– ¿Tú crees que alguien se puede enamorar de una muerta? Joder… – suspira, exasperado – , casi entiendo más a los que se tiran a los cadáveres… Estoy tan necesitado, Belén, que la metería en una sandía… Sí, no me mires así. Dicen que hay quien mete media sandía en el microondas; la sandía reblandece y… se la follan. Nunca le he contado esto a una mujer. Alguna ventaja tendrá que tener lo tuyo…

La cena de Leo se enfría en la mesa. Belén se enfría aún más si cabe entre sus brazos. Leo pasa los dedos por sus mejillas pálidas, muertas, pero aún bellas. Leo pasa su mano izquierda por la cadera de Belén, por su trasero; la abraza atrayéndola hacia sí.

– Tranquila, no te voy a quitar la ropa ni nada de eso. No soy así. Esto es un poco raro, no lo negaré, pero te va a tratar peor la empresa a la que tu familia pague para enterrarte. Te maquillarán y ningún amigo te reconocerá si hacen el show de enseñarte durante el velatorio. Y luego serás como un maniquí bajo tierra…

Se hace una pausa, Leo se mira la muñeca desprovista de reloj. Resopla;

– No he visto qué edad tienes, pero sólo con mirarte me doy cuenta de que esto es terrible. Que tú hayas muerto es terrible, una cabronada. Cuando llame y lo sepan tus padres, les habré destrozado la vida.

Nadie llama a la puerta de la casa. No hay gente con linternas paseando por la zona. No parece que nadie haya denunciado nada. Leo palpa los bolsillos de los pantalones de Belén concienzudamente. No tiene llaves, ni un móvil. Sólo tiene la cartera y toda la eternidad por delante. Leo no se aparta de Belén;

– Si fueras de esos cadáveres que despiertan de repente y comienzan a arañar el ataúd, estarías teniendo mucha suerte ahora… Me resulta casi difícil que viva pudieras ser más guapa… en serio… Y no te pienses… es la primera vez que hablo solo.

Silencio.

– Había venido aquí para estudiar, pero me has quitado las ganas. Hay otras cosas que necesito antes de los títulos académicos… O pasaré de ser un depresivo a ser un depresivo licenciado… No siempre ha sido así. Espero que sea la edad.

Silencio.

– En algún momento hoy he pensado que si es verdad que todos tenemos a nuestra pareja ideal, la mía ya se ha muerto…

Se hace otro silencio, Leo se acomoda un poco más.

– Menos mal que no creo mucho en esos rollos… Necesito a alguien parecido a ti. Así, muerta, ya eres mejor que muchas tías, porque algunas ni tan siquiera saben escuchar, y no creo que haya muchas físicamente como tú… Joder… – llevándose la mano a la cabeza -. No sé qué mierda estoy haciendo…

Leo se levanta del sillón apartando el cadáver de Belén. Se pone a buscar el teléfono móvil. Lo revuelve todo. Belén permanece en posición fetal muerta en el sillón. Leo vuelve a quedarse de pie y quieto frente a ella, y murmura:

– ¿Qué hacemos? ¿Crees que algún cura accedería a casarnos? Le podría decir que eres algo tímida, callada, que te cogen entre dos tíos porque estás cansada.

Se oyen tres golpes en la puerta de entrada. Leo da un respingo. Mira a Belén mientras se dirige a la puerta:

– ¿Crees que será la figura con la capucha negra y la azada? Joder…

Leo abre la puerta dejando tan solo una rendija para ver. En el umbral hay una chica. Rubia. Ojos verdes, joven, guapa. Leo la escruta mientras ella, llorosa, dice:

– ¿Has visto a una chica? Es como yo, es mi hermana gemela. Esta tarde salió a dar una vuelta y no la hemos vuelto a ver. Estamos en una cabaña como a veinte minutos de aquí… ¿la has visto?

– Pues no, lo siento mucho… – dice Leo, impostando la voz, apagando su estado de xoc -, pero espérame aquí, te ayudo a buscarla.

– Gracias… – contesta derrotada. Leo entra a al cuarto de estar, ve a Belén. Luego mira hacia la chimenea, se detiene un momento. Hace que sí con la cabeza. Se pone las botas y vuelve a la puerta de entrada. La chica le espera. Leo cierra la puerta con llave a sus espaldas, y pregunta:

– ¿Bueno… cómo te llamas?

 

 

 

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4 comentarios en “Alma gemela

  1. Te puedes encontrar cualquier «cosa»por ahi tirada.
    Dios que miedo,con lo que salgo al monte,si veo una cabaña y tengo que pedir auxilio,espero no encontrar ayuda como la del relato…ufff….que «pedrada» tiene el pobre chico.

    Muy bueno Jordi.
    Besos.

  2. Que pases buen verano Jordi.
    NO te leeré hasta final de Agosto.
    Espero tener mucho para leer cuando vuelva a abrir tu blog.
    Un besazo, sé feliz.
    CARPE DIEM

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