Es estupendo reunirse, sí, como cuando la gente se casa, se emborracha, o hasta se suicida en grupo. Todo lo que no sea hacer las cosas solo parece ser siempre mejor, más seguro, más complaciente. Digamos que, la mejor paja, no puede competir con el sexo más desastroso. Eso es algo que todos dan por hecho; no seas soltero, no veas el fútbol sin tus colegas, no mueras solo. Siempre es mejor tener al lado a alguien que te quiera, o te insulte, o te aleccione; es mejor que la autonomía vital. Es genial sentir el aliento de los demás. O por lo menos lo es hasta que te cansan. Es entonces, cuando decides pasar un poquito de todos, cuando todos te dicen que cuándo te vas a echar novia, que trasnochas demasiado, que eres un egoísta. Arisco, narcisista, antisocial. Capullo.
En un piso de soltero debía haber más marcha, más gente, más tráfico de gente, de chicas, de alcohol. No debería haber pernoctado solo tan a menudo, por no decir casi siempre. Cuando no tienes nada que contar acabas cayendo en el histrionismo; te conviertes en un personaje mucho más feliz, tu versión sonriente y altruista. Y te complaces cuando ves que casi todo el mundo parece hacer lo mismo. Esto es la historia de cómo otra vez dejé de estar solo, el típico monólogo interior que sólo inmiscuye a mi ombligo.
Estaba embotado, viendo una mala película y fumando sin parar. Y entonces alguien llamó a la puerta. Me levanté del sillón con el cigarrillo en los labios. Abrí sin ni tan siquiera ver antes quién era. Había una niña de unos once años, llorosa, muy parecida a alguien, me recordaba a alguien. Tardé bastante en caer en la cuenta, pero la niña era la viva imagen de otra a la que hice llorar hace muchos años, cuando yo también era un niño. Inés. Inés quería ser mi novia porque yo jugaba bien al fútbol; cuando eres pequeño parecen estar muy claras las leyes de la atracción. Yo iba cada año de veraneo con mis padres a un pueblo de Extremadura, y un año Inés se enamoró de mí; debíamos tener doce o trece años. Yo apenas hablaba, y destacaba en el polideportivo; eso bastó. Una tarde me cerré en banda cuando quisieron presentármela, luego la vi salir con unas amigas del recinto donde estaban las pistas de baloncesto y la piscina; y lloraba. Me miró una última vez de muy mala manera y consiguió que me arrepintiera en silencio. Luego, año tras año, al ir creciendo se convirtió en una lolita pelirroja de infarto, la muñequita del pueblo; simpática con todos menos conmigo. Una pelirroja que me odió año tras año, verano tras verano. Mi primer rechazo absurdo. Basta con no saber qué decir para lastrar tus oportunidades.
Así que me quedé mirando a la niña replicante mientras pasaba mi infancia delante de mí. La criatura no decía nada, así que le dije que qué le pasaba, que dónde estaban sus padres.
– En casa…
– ¿Y por qué lloras?
Entonces, me miró muy fijamente a los ojos, y dijo:
– Porque ni tan siquiera quisiste hablar conmigo.
Desperté de sopetón y la película ya había acabado. El cigarrillo encendido atravesó mi camiseta, se consumió y se quedó a poco de quemarme. Los sueños siempre te devuelven a las personas tal y como éstas más te marcaron; como mi Inés pequeña y llorando, y no la Inés adulta y seguramente a rebosar de pretendientes. No es agradable tener una pesadilla justo antes de querer irse a dormir.
Me vi sentado en la barra de un bar de copas, ahuyentado por el insomnio, o por la posibilidad de volver a soñar. Era viernes y podía hacer lo que quisiera, lo cual a veces acaba por no tener nada que ver con lo que te apetece hacer realmente. Pedí vodka solo, pensando que alguna vez debía probarlo solo, el vodka quiero decir. Arrugaba el ceño a cada sorbo, con disimulo, procurando que las dos chicas de detrás de la barra no vieran que me había equivocado. Alguien me tocó en el hombro, me volví a ver quién era, no había nadie, desperté y era martes por la mañana.
Noté la misma sensación en el estómago de cuando creías que no, pero vas a tener que ir a trabajar. Los sueños realistas, en los que casi crees que puedes tocar y sentir, te cambian el estado de ánimo para después volcarte a la realidad de sopetón y sin previo aviso. Al contar algo no debes olvidar los sueños que tuviste entremedio; y no porque puedas interpretarlos o te puedan contar algo sobre ti, sino porque al fin y al cabo también forman parte de la historia; son tu colección de rarezas, las vivencias virtuales que descartas por falta de veracidad.
Fui caminando al trabajo con cara de martes, ya con serias dudas de si no estaría durmiendo la siesta, soñando que había despertado. Crucé una calle, creo que contando los rectángulos del paso de cebra, intentando captar los detalles, queriendo ir más allá por si tenía que volver a despertar. Miré el reloj y me di cuenta de que iba a llegar tarde. Aligeré el paso, y justo cuando me disponía a cruzar hacia la siguiente manzana, un coche se llevó por delante a un tipo, haciéndolo volar unos cinco metros hasta que cayó de forma brutal en el asfalto. Algunas personas corrieron hacia donde estaba el cuerpo; una mujer salió del coche, ya llorando, tapándose la boca con una mano. Todos se arremolinaron alrededor sin ningún pudor. Me acerqué, claramente atraído por el morbo, aparté a dos o tres fisgones, vi el cuerpo: no tenía sangre o magulladura alguna, y además, era yo mismo.
Fue justo después cuando noté mi postración. Abrí los ojos mínimamente y oí como alguien comentaba que estaba abriéndolos. Moví los brazos. Me noté chafado. Una enfermera, que poco después supe que era doctora, me dijo que había sufrido una trombosis cerebral, que me desmayé delante de una niña justo al abrirle la puerta de casa. Se debía dar un buen susto la pobre. La doctora me dijo que había tenido mucha suerte, que prácticamente sólo había sido un amago de ictus, que normalmente la gente pierde sensibilidad en buena parte del cuerpo, o incluso la visión. Miré a un lado y vi a mis padres, mi madre sonreía aliviada, se notaba que había estado llorando. La doctora repitió una y otra vez que yo era casi un milagro con patas, el tío con más suerte del mundo. Incluso se quedó a mi lado repitiéndomelo una vez consiguió echar a mis padres de la habitación. Hablé con ella de infartos y enfermedades terminales, de la gestión del hospital, de la niña réplica de mi primera no novia; hablamos del tiempo y de cómo una chica de sólo veintiocho años ha llegado a doctora respetada. Y pasaron los días y seguimos hablando. Me dieron el alta y continuamos charlando en cafeterías y bares. Pasaron los meses y sin darnos cuenta íbamos a cumplir un año juntos; toda una odisea de sueños y vivencias hasta llegar al presente. Como si tuvieras que desencajar varias muñecas rusas virtuales hasta topar con algo autentico en forma de compañía romántica y saludable; esa persona que te alecciona y te insulta y te quiere, hasta que vuelves a descubrir si sueñas o estás despierto.
Solo pasar
dejarte un beso
por lo que escribes ahora
y escribirás mañana
Solo eso
Un beso
Bonita historia, en tu texto tratas del amor, los sueños y la vida, los tres son un misterio, en ocasiones hasta se nos quedan grandes y siempre terminan y además ,con su final, no es extraño que nosotros quedemos inconclusos…Me gusta cómo escribes y el contenido de lo que escribes, y sí, ya sé que es del 2008…Ji ji ji….
Abrazos Jordi