No sabes cuándo dejar de escupir después de lavarte los dientes. Y estás empezando a pensar que en general no sabes cuándo parar con casi nada. No te lo sabes acabar; incluso aunque a veces hayas meditado seriamente la posibilidad de acabarte a ti mismo. Y de hecho no sabes ni cuándo dejar de cepillarte, incluso escupiendo sangre sigues inseguro; tú, que dudas sobre hasta qué punto descuidas tu higiene por no usar hilo dental. No sabes parar tampoco con según qué persona; aunque intentas aprender a dejar en paz a todo el mundo. No sabes dejar de fumar; no es que no sepas cuándo, es que no sabes. El dolor es más relativo de lo que se dice. Y más adictivo. Incluso el malestar agudo físico a veces se puede llegar a echar de menos; aunque solo sea por la calma luego de la tormenta: lo mejor del dolor es que está carente de aburrimiento (o pensamientos, casi), e incluso cuando ya no te duele es difícil que te aburras debido a tu renovada valoración del alivio. Para conseguir lo que llaman Piedras en el Riñón, es adecuada una alimentación poco cuidadosa, rica en calcio y limitada en agua. Vive a base de leche y yogures, eso hará que tu cepillado dental vaya acorde con una ingesta idónea en pos de la fortaleza de los huesos y los dientes. Ignora el pequeño dolor de estómago diario aparentemente creciente; pero si estás en un sitio público y ves que te llega una ventosidad, discúlpate o disimula y sal, es importante dejar salir gases. Si al paso de los días una noche te despierta un dolor en un costado mucho más amenazador de lo que parece, incorpórate. Ve al lavabo y siéntate en el trono, no intentes leer nada, solo siéntate y comprueba de qué se trata. Si luego no tienes que tirar de la cadena, si el dolor no se marcha y además aumenta y comienzas a transpirar y luego tienes miedo de desmayarte y un poco después querrías desmayarte de lo que te duele, es que ya lo has logrado. Lo siguiente es ponerse algo para salir de casa (a no ser que en casa se tenga algo con hidrocodone, horamidopirina, metamizol, diclofenaco o indometacina; cosa que, aunque fuera así, no sabes bien qué tienes dentro, con lo cual aun con un dilatador capaz (algunas veces) de hacer desaparecer el dolor, tendrías que esperar unos treinta o cuarenta minutos muy largos de tambaleo (el dolor no te deja echarte y esperar), vómitos y quizá incluso rezos mucho más allá de la religión, hasta notar algo de alivio, si es que llega). Si el dolor no desaparece, y a esas horas de la madrugada, tendrás que arreglártelas para llegar al hospital sin desmayarte. Una decisión importante que tendrás que tomar después de haber conseguido vestirte con mucho esfuerzo, es si vas a ir en coche o a pie. Pero en realidad antes sopesas despertar a un vecino, sacarle de su sopor, luego de su pereza y luego probablemente de su hastío, para explicarle lo que puede que te pase, y que así no puedes conducir y casi ni andar, y que necesitas de un alma caritativa que te lleve de alguna forma a que te pinchen un calmante (siempre que no le importe oírte decir cosas potencialmente terribles y desconcertantes en voz alta para poder combatir la situación; no son formas de expresión, ni siquiera de socorro, no es nada personal ni que forme parte de ti, es mera desesperación que sale por la boca salpicando saliva con sabor a vómito). Si no te atreves o no consigues reunir fuerzas para llamar a un vecino, o si simplemente tardan demasiado en abrir la puerta porque o bien no se despiertan o bien prefieren negarte para no cargar con ningún problema ajeno (si donde vives la gente no es así, enhorabuena, pero esa gente existe), y teniendo en cuenta que Urgencias tiende a estar lejos (porque solo un puñado de personas viven realmente cerca para poder llegar a pie aun sollozando y a punto de desmayarse), irás apoyándote en todo por la calle hasta donde sea que tienes el coche, te meterás dentro e intentarás conducir con tu cólico nefrítico de copiloto. Como sigue siendo muy tarde o muy temprano, decidirás que no va a haber circulación. Habrá semáforos. Te saltarás algunos. Respirarás como una parturienta, gritando cada vez que tengas que parar el coche. Incluso en ese momento alguna persona concreta se te pasará por la cabeza, con la diferencia de que el placer o el dolor –o la mezcla de ambos– que te produce pensar en ella no podrán competir (ni de coña, ni aunque en las películas sea de otra forma) con el sufrimiento y dosis de Existencia que te está proporcionando con una energía arrolladora lo que tienes alojado en los riñones. Te pitarán los pocos coches que anden cerca al ver tu conducción errática. Toda esa gente aparentemente sana te insultará de camino a sus trabajos sencillamente porque pueden, y tú les insultarás a ellos aunque no tengas fuerzas y no te oigan, y lo harás con tanto aplomo y agresividad que si te oyeran quizá se acobardarían y bajarían la cabeza. Te subirás por las aceras y rascarás otros coches, los pasos de cebra con poca visibilidad serán mera pintura seca en el suelo, una lotería; los ceda el paso serán tu gordo de navidad, aunque parpadees antes poniendo y quitando las largas. Tendrás los ojos inyectados en sangre y tu cara parecerá unos diez años mayor. Aun habiendo dormido solo dos o tres horas, estarás más desvelado que nunca, nunca te habrás sentido tan vivo; una mañana en la playa a veinte días de volver al trabajo no será nada en comparación con la dosis de vida salvaje, sentida y brutal que recibirás. No siempre uno puede decidir qué días recordará, y no siempre está uno más contento después de haber pasado un buen día que después de haber pasado uno realmente jodido; y sobre todo cuando se trata de una buena dosis de sufrimiento físico por culpa de algo que le puede pasar a cualquiera (pero que curiosamente a nadie de tu entorno le ha pasado, aunque todos conozcan a quien sí). Es lo que pasa después de haber malogrado parte de tu actividad sináptica de supervivencia. No todo el mundo tiene pasta para coger un avión e irse a buscar problemas a aeropuertos o países extranjeros. No todos podemos estar todo el tiempo diciendo cosas como «Me pareció indignante el cacheo antes de entrar en Estados unidos», o, «No pienso volver a la India, me pasé los días revuelto por culpa de la comida», o, «En DF más vale que tengas cuidado, nos atracaron tres veces, y dos de ellas le pusieron a mi novia la pistola en la cara». No, algunos tenemos que buscarnos nuestras propias jodiendas locales, nuestras propias aventuras peligrosas y fatales; y el cuerpo humano es ideal para eso, es algo que poder machacar, de lo que poder contar luego infinidad de cosas, tienes mil opciones para maltratarte, y, si eres los suficientemente cuidadoso, puedes forjarte más de uno y de dos malos días. Además, es una buena forma de evitar el dolor emocional relacionado con… lo que sea; la familia, una mujer, la escasez de una mujer, un tío, hijos… Lo que suele hacer todo el mundo es comprar billetes de avión, pero créeme, solo puedes desconectar tu mente durante algunas horas, y París o Berlín no pueden competir con una noche de fiebre y vómitos provocados por el intenso dolor que te provoca algo solido en algún conducto estrecho ubicado dentro de ti y cerca de los genitales. Cuando superas eso, cuando la chica del turno de noche te pega el pinchazo, cuando descubres que sientes un nuevo y estrecho amor por las agujas (a las que siempre has odiado), la sensación de haberte salvado de una buena es un placer poco comparable con casi nada. Luego te enchufan otra buena aguja, la vía, y te meten una buena bolsa de rica droga líquida que mata aquello que te estaba matando. Cuando comienzas a sentirte sencillamente sin dolor alguno, cuando ves que solo eso ya es un motivo de sobras para estar la hostia de contento, eso vale más que cualquier viaje o beso, vale más que todo lo que puedas comprar (excepto drogas, quizá). Cuando te das cuenta de que tu simple y llana existencia a salvo de terribles dolencias ya es de algún modo puro placer, el mensaje te llega alto y claro. Aunque pase poco tiempo para que el potencial dolor emocional vuelva, aunque enseguida vuelvas a estar sin saber.
La fragilidad del cuerpo humano, cuando aprendes a tenerle respeto; aprendes a temerle a la muerte. Pero, ¿acaso la muerte es la unica manera de encontrar la paz? no veo que ningun muerto se queje por los impuestos.
Por eso muchos eligen morir en vida, clavandose en trabajos aburridos y relaciones sin sentido, por su temor a la muerte, a la fragilidad de sus cuerpos.
Siempre es algo confuso las decisiones humanas, a problemas que terceros ven sencillos.
suena todo demasiado idílico sin la parte de las largas horas de espera, retorciéndote en una silla incómoda en el pasillo de urgencias… o la alternativa de llegar y que esté cerrado por los recortes. Da miedo sólo de imaginarlo.
Bueno, las dos veces que me pasó a mí no se atrevieron a hacerme esperar mucho, supongo que porque me veían haciendo breakdance encima de las sillas de la sala de espera. No había otra, me retorcía de dolor, y me importaba una mierda ser el centro de atención…