Es, digamos, una espiral hacia abajo (¿hay espirales hacia arriba?), es el color negro, o el blanco roto (te viene con intensidad ese tono en concreto), que dicen podría ser el color de la nada; pero la nada es muy suya, no parece muy accesible, nadie sabe, y muchos la sustituyen por algo más esperanzador. Bajas y te presentan a todos, ves un “local” amplio tirando a oscuro, la oscuridad puede ayudar para según qué, tiene bastante que ver con el negro, tiene bastante que ver con el blanco roto. El lugar no es algo físico y lo sabes; una vez más, de todas formas, agradeces no tener que verte deambular desde fuera. En primera persona puedes dejarte un poco de lado, aunque suene paradójico, aunque seas esclavo de tu cuerpo y tu época, como decía cierto poema, algo que escribió M* y que solo es de tu incumbencia. Y hay rincones más oscuros que otros, y aunque a veces les dé la luz y parezcan vacíos, es como cuando los perros le ladran a ese lado de la “habitación” y no sabes por qué. Puede que sea antes de nacer o después de la muerte (o algún lapso intermedio), pero prefieres no preguntártelo. Tampoco importa si estás dormido: lo importante es que estás; todo cuenta de alguna forma, todo puntúa en tus emociones. Te siguen presentando a todos aunque no vayas a recordar las caras (tampoco es que tengan); cada nombre se te olvida con la mención del siguiente. No sientes miedo, al menos aún, estás interesado, aunque solo sea vagamente. Hay unas ventanas que dan hacia más negro o blanco roto, pero no vas hacia ellas aún: dan sensación de exterior; pero es posible que ni tan siquiera sean ventanas, y que tu percepción sea muy limitada. Tus trofeos no cuentan y aquí no hay asentimientos ajenos para tu ego. Todos se juntan en corrillos y no es una boda. Hay una sombra algo apartada, una silueta. En el fondo eres simple, y el solo hecho de verla así de apartada (o quizá simplemente tan apartada como tú), hace que te vayas hacia ella, puede que caminando, puede que flotando, o puede que (y esto no quieres contemplarlo) llevado. Da igual cuánto te acerques, igual que poco importa (y a la vez mucho) todo lo demás.
Al principio te recibieron, pero luego te dejan solo; no sabes a qué te suena eso… Da igual cuán cerca estés, porque no vas ver una cara o detectar la atención de nadie; el blanco roto lo envuelve todo, el negro está instalado, ya han pasado todos los veranos; o quedan todos los veranos por pasar. Puede que simplemente estés drogado, pero las drogas están politizadas moral y éticamente, no tenerlas en cuenta o verlas como El Mal sin más, significa limitarse; aquí no hay lugar para lo que llaman Sentido Común (o de la realidad). Y de todas formas el mismo se ampara en patrones de acción elitistas de dudosa fiabilidad histórica.
Esa sombra algo apartada, una silueta, comienza a disminuir en tamaño. Cuando estás más cerca, te das cuenta de que baja algo como unas escaleras, también en espiral. Es una invitación, o eso piensas. Te mueves sin motivo y decides seguir a la figura. Puede que esto se dé por tu pobre condición humana; pero tampoco sabes si esta te está limitando teniendo en cuenta dónde estás (o dónde no estás). Técnicamente existes en el lugar; pero sabes que la sombra (quieres pensar que es una mujer en concreto) se ríe seguramente en silencio de ti, porque de alguna forma te has colado en una fiesta que eres incapaz de comprender. Algo ha fallado y estás desubicado, como si un budista se encontrara sin comerlo ni beberlo en una trinchera, y la tierra le salpicara a la cara por las balas perdidas.
–¿Quién eres?– le preguntas a la silueta.
–Lo preguntas como si supieras qué o quién eres tú– te contesta.
Eres incapaz de interpretar si la forma es masculina o femenina, y la voz tampoco te ha ayudado. Lo cual no quiere decir que la forma sea andrógina o la voz poseedora de un timbre más o menos grave. Simplemente no sabes una mierda; estás ahí y eso es todo: te dejas llevar o te mueves, decides o te llevan. Hombre o mujer.
–Nesquik o Cola Cao; todo funciona igual, ¿no? –te dice la voz, porque también sabe en todo momento lo que piensas.
–No es que lo sepa, muchachito, solo necesito usar la intuición, y con los que venís de donde tú vienes, es asombrosamente fácil.
La idea principal es que estás perdido y no tienes el control: ningún tipo de control.
–Pero aquí no vale lo del autoengaño como ahí arriba, o ahí abajo, o de donde creas que vienes –dice ella, o él, ello, eso…
La figura no te ayuda a sentirte menos perdido…
–No es cuestión de ayudarte o no, simplemente intento no engañarte…
El nuevo lugar en el que estáis, al menos aparentemente, está vacío (si es que describirlo así no es redundante); aunque también hay algo que parecen ventanas.
–¿Son ventanas? –preguntas.
–No creo que quieras saber lo que hay ahí fuera.
–La verdad es que no tengo miedo.
–No pensaba en el miedo, sino en el desinterés, un desinterés atroz; no conozco a muchos de los de tu forma y origen, pero sé que la curiosidad no es algo que os caracterice.
Supongo que aquí lo más parecido a un fenómeno físico o que tenga que ver con algún tipo de orden, son las palabras.
–Tú no estás ni has estado nunca literalmente dentro de un libro.
No me refería a eso.
–Como mucho dentro de un folleto electoral.
No sé si la figura usa el sarcasmo o si ejerce desde la ironía.
–Soy lo suficientemente literal, si es que eso te preocupa.
–Pero sigo sin saber quién eres…
–Podría decirte que puedo ser quien quieras. Pero tengo entendido para vosotros eso solo lo dicen las prostitutas…
–¿Nosotros?
–En realidad lo correcto sería decir: puedo ser quien yo quiera. Pero creo que vosotros solo decís lo de: puedo ser quien quieras; aunque se lo achaquéis solo a las putas. Da igual, creo que no nos vamos a entender.
–No soy yo quien está siendo críptico.
–Ahí es justo donde te equivocas.
Sigues a la silueta cuando decide seguir bajando en espiral. Cada vez hay más silencio, hasta tal punto que resulta opresivo.
–El silencio no lo inventasteis vosotros, eso lo sé.
Finalmente estáis en un lugar en el que no hay ventanas aparentes, sino algo más parecido a una puerta.
–¿Quieres ver lo que hay fuera?
–Antes me gustaría saber dónde estoy. En serio.
–No es fácil contestar a eso, la nada no se caracteriza por estar llena de cosas.
–¿Sí de gente?
–Por supuesto, mucha gente es nada. Nada y menos. Pero no quiere decir que todos estén aquí, ni tan siquiera que todos sean nada. De hecho este lugar está más bien preñado de curiosos.
Sigues sin entender nada.
–¿Acaso es una sensación nueva para ti?
–…
–No lo es, ¿verdad? Solo pasa que no le he comenzado a poner nombre a todo para que tú estés más tranquilo. No es algo que hagamos aquí.
–Suenas a filosofía…
–Sé que vosotros desconfiáis de la filosofía, porque creéis que no os lleva a ningún lado.
–Es un entretenimiento.
–Mientras os matan lentamente.
–¿Cómo?
–¿Crees en Dios?
–No.
–¿En qué crees?
–En lo que puedo ver, tocar…
–¿Te das cuenta de lo increíblemente limitado que suena eso?
–¿Tú crees en Dios?
–¿Dónde estás?
–¿Cómo?
–Te sientes totalmente perdido porque crees que todo tiene una explicación rápida y plagada de nombres y calificativos. Pero no la tiene. Incluso tú deberías saberlo.
–No entiendo.
–No soy ella.
–…
–E incluso con ella en la cabeza siempre, cada día, cada día al menos cinco o diez minutos (o media hora, o cinco), incluso así crees que todo tiene una explicación sencilla, cerrada, una respuesta evaluable. Crees que todo cabe en una pregunta de examen.
Camináis y no sabes a dónde vais. El exterior es negro, blanco roto, vacío, no hay cielo, solo una suerte de plataforma de tacto infinito.
–Incluso teniendo esta conversación, no te das cuenta aún de que esto te supera. Crees que estoy jugando contigo. Y lo peor de todo: crees que despertarás, crees que verás el techo de tu habitación o fluorescentes de hospital; esos tan intensos que ni proyectan sombras.
–Por supuesto que despertaré. Esto es temporal.
–¿Ahora hablas de esto o de algún trabajo?
–Hablo de que esto no es real, y despertaré.
–Disculpa, si usas frases hechas puedo perderme. Pero no andas desencaminado. Que esto no es real podría ser una definición, pero con las definiciones, o lo que vosotros entendéis por definiciones, ya se sabe…
–Qué se sabe.
–Que no llevan a ningún lado. O en todo caso siempre al mismo.
–¿A cuál si se puede saber?
–Al de: soy lo que quieras que sea.
–No. También tomo decisiones propias.
–Y sin embargo estás aquí, conmigo, sencillamente me has seguido.
–No sé por qué te he seguido. Solo porque estabas sol… Solo porque me ha dado la gana.
–Te insisto en que no soy ella. ¿Qué decía ese bonito poema? Encerrados en una época, ¿no?, esclavos de un presente concreto.
–No he pensado en ningún momento que seas ella.
–No estás hablando con nadie en la cola de la panadería, muchacho. Aquí se lleva la transparencia. Y no me refiero a determinado tipo de ropa, no quiero que te confundas.
–No me había confundido.
–Es la fama que tenéis, disculpa, aunque tienes que reconocer que estáis muy a la altura de esa fama.
–…
–Ya casi llegamos. Es lo que tú llamarías un acantilado, o un barranco, supongo.
Te pellizcas repetidamente. Haces gestos bruscos.
–Está claro que no lo estás entendiendo. Ni siquiera un poquito. Va a pasar lo que pasa casi siempre. Eres una puta. Y no una puta de esquina, ellas son otra historia. Eres una puta y punto.
–¿Los insultos tampoco merecen una explicación?
–A lo mejor estás en una cama de hospital. Quién sabe.
–Antes has dicho que eso no era así.
–No quiero que me tomes por un oráculo, hace tiempo que se despeñaron, pero solo te he dicho lo que te tenía que decir.
Llegáis al borde de algo. Miras hacia abajo y no puedes ver el fondo, aunque tampoco nada que invite al desasosiego, no es como estar arriba de la torre eiffel. Pero la sensación de vértigo es óptima.
La figura se detiene cerca de ti.
–Salta –te dice, en tono monocorde.
–¿Me tomas el pelo?
–¿No dices que esto es un sueño? ¿Hay algún sueño del que no hayas despertado… saltando?
–…
–Ten en cuenta que hay sueños que se alargan mucho, y luego resulta que solo han pasado apenas unos minutos.
–…
–Joder, aquí no entiendes nada. Salta como la puta que eres. No me hagas perder más el tiempo.
–¿Aquí hay tiempo?
–Solo te hablo en tu idioma.
Miras fijamente hacia la figura; realiza los gestos de quien se va a encender un cigarro. Solo se ve nítidamente el cigarro.
–¿Aquí hay tabaco?
–Lo que al parecer no hay son pelotas. Salta de una puñetera vez.
–¿Y si no quiero?
–¿Me vas a decir que quieres filosofar?
–…
–¿O pensar?
–…
–Solo quieres despertar, en el sentido más cazurro del término. Así que salta y ya está.
–…
–Salta. Esto es temporal, ¿no? Ahora mismo debes estar roncando con la boca abierta, no debe ser un espectáculo agradable.
–No hace falta que salte, me despertaré de todos modos.
–Ahora eres cobarde de dos formas distintas, y no sabes a cuál obedecer, solo vas a alargar más la agonía.
–No agonizo. Estoy cómodo.
–Ajá. Vas tirando, ya veo…
–…
–A lo mejor has tenido un accidente de tráfico… Igual estás en coma. Imagínate que del salto depende que despiertes o te mueras… Saltar podría ser lo que te salve la vida.
–Juegas conmigo, y decías que no estabas jugando conmigo.
–Ahora solo hago lo que tengo que hacer.
Te sientas en el suelo y te acercas al borde. No se ve el fondo, pero tampoco lo veías en un supuesto interior. Solo tenías la sensación de estar en un interior.
–Veeenga, putita.
Te pones de pie y decides que sea lo que Dios quiera. Estás harto.
–Otra frase hecha… Estás hecho para saltar.
Te posicionas en el borde.
–Solo un paso más…
Y das ese paso…
Comienzas a caer, pero al principio te ves a ti mismo a cámara lenta. Luego vuelves a tu cuerpo. Ves que la silueta de la que te alejas se transforma en Ella. Su cuerpo, su voz. Dice:
–¿Por qué siempre hacéis casi todos lo mismo?
Luego la caída comienza a acelerarse hasta ser la atracción gravitacional de siempre (o una buena imitación de la misma). Tardas unos cuantos segundos, pero finalmente impactas contra el fondo. Oyes crujir y romperse tus huesos como ramas. Puedes ver multitud de cadáveres, se extienden estrellados (así lo sientes) contra el suelo hasta el horizonte, distribuidos, no amontonados; miles, millones. Es imposible, piensas, físicamente imposible. Puedes sentir todo el dolor. Apenas puedes gemir de tanto como estás sufriendo. Pero no te desmayas. Era la altura adecuada. Un pequeño tembleque sobre el charco creciente de tu propia sangre. En cualquier caso, morirías de inanición.
Pasan las horas y aún no te vas.
Dese arriba se oyen voces, voces de distintas figuras; pero todo el tiempo dicen lo mismo, y lo gritan entre risas: «¡Otro blanco roto!»
No sabes cuándo sucede, pero en algún momento todo se desvanece. Y no hay más capítulos.
Algo así debe seer el paso hacia la muerte. Impecable tu estilo.
Saludos.